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03.00 HORAS, 17 DE JULIO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / DESTRUCTOR «IROQUOIS» DE LA UNSC EN PATRULLA RUTINARIA POR EL SISTEMA ESTELAR SIGMA OCTANUS
El capitán Jacob Keyes se encontraba de pie en el puente del Iroquois. Se apoyó en la barandilla de latón y contempló las estrellas lejanas. Pensaba que ojalá las circunstancias de su primer viaje como capitán fueran más favorables, pero en esos tiempos había escasez de oficiales experimentados. Y él tenía órdenes que cumplir.
Recorrió el puente circular examinando los monitores y pantallas del estado de los motores. Se detuvo ante las que mostraban las estrellas de proa y popa; no acababa de acostumbrarse otra vez a la visión del espacio profundo. Las estrellas eran tan vividas… y allí, tan diferentes de las estrellas próximas a la Tierra.
El Iroquois había salido de los muelles espaciales de Reach —uno de los principales astilleros de la UNSC—, apenas tres meses antes. Ni siquiera le habían instalado aún la IA; al igual que en el caso de los buenos oficiales, también había escasez de aquellos sistemas de computerizados de elaborada inteligencia artificial. No obstante, el Iroquois era veloz, estaba bien blindado y armado hasta los dientes. No podía pedir una nave mejor.
A diferencia de las fragatas en las que había viajado antes, las Meriwether Lewis y Midsummer Night, esta nave era un destructor. Era tan pesada como las otras dos juntas, pero sólo medía siete metros más. Algunos elementos de la flota pensaban que las naves demasiado grandes eran pesadas en el combate, demasiado lentas y engorrosas. Lo que esos críticos olvidaban era que un destructor de la UNSC llevaba dos cañones MAC, veintiséis enormes lanzamisiles Archer, y tres cabezas nucleares. A diferencia de otras naves de la flota, no llevaba ni una sola nave caza; en cambio, la masa adicional era debida a los casi dos metros de blindaje de titanio-A que la cubrían de proa a popa. El Iroquois podía imponer y resistir una cantidad tremenda de ataques.
Alguien de los astilleros había apreciado al Iroquois por lo que era, ya que en los flancos le habían pintado dos largas líneas de pintura roja. Algo estrictamente contrario a las regulaciones que habría que quitar… pero, en su fuero interno, al capitán Keyes le gustaba aquel adorno.
Se sentó en su asiento y observó a los jóvenes oficiales que estaban sentados ante sus puestos respectivos.
—Transmisiones entrantes —dijo el teniente Dominique—. Informes de estado de Sigma Octanos IV, y también del Puesto Avanzado de Sondeo Archimedes.
—Páselos a mi monitor —dijo el capitán Keyes.
Dominique había sido uno de sus alumnos en la Academia. Había sido trasladado a la Luna desde la Universidad de Astrofísica de París, después de que su hermana resultara muerta en combate. Era bajo, de agilidad atlética, y raras veces sonreía; siempre se mostraba serio y profesional. Keyes apreciaba eso.
Pero el capitán Keyes se sentía menos impresionado por los otros oficiales del puente.
La teniente Hikowa se ocupaba de la consola de artillería. Sus largos dedos y delgados brazos comprobaban lentamente el estado de la artillería con toda la deliberación de un sonámbulo. Además, el oscuro cabello le caía continuamente en los ojos. Cosa extraña, en su expediente se decía que había sobrevivido a varias batallas contra el Covenant… así que tal vez su falta de entusiasmo no era más que fatiga de combate.
La teniente Hall se ocupaba del puesto de operaciones. Parecía bastante competente. Su uniforme estaba siempre bien planchado, y su cabello rubio siempre cortado según el largo reglamentario de dieciséis centímetros. Era autora de siete artículos de física sobre las comunicaciones en el espacio estelar. El único problema consistía en que siempre estaba sonriendo e intentando impresionarlo… a veces por el sistema de dejar en mal lugar a sus compañeros oficiales. Keyes desaprobaba esas exhibiciones de ambición.
En el puesto de navegación, no obstante, estaba el oficial más problemático: el teniente Jaggers. Podría deberse a que la navegación era el punto fuerte del capitán, de modo que nadie que ocupara ese puesto parecía estar nunca a la altura. Por otro lado, el teniente Jaggers era de humor caprichoso, y cuando Keyes había llegado a bordo, los pequeños ojos color avellana del hombre parecían vidriosos. También habría jurado que había pillado al hombre con olor a licor en el aliento cuando estaba de servicio. Había pedido un análisis de sangre, pero el resultado había sido negativo.
—¿Órdenes, señor? —preguntó Jaggers.
—Continúe en el presente rumbo, teniente. Concluiremos la patrulla en torno a Sigma Octanus, y luego aceleraremos y entraremos en el espacio estelar.
—Sí, señor.
El capitán Keyes separó la pequeña data pad del reposabrazos del asiento. Leyó el informe horario del Puesto Avanzado de Sondeo Archimedes. El archivo de la masa voluminosa era curioso. Era demasiado grande como para tratarse incluso de la nave de transporte de cazas más grande del Covenant… y sin embargo había algo extrañamente familiar en su forma.
Sacó la pipa del bolsillo de la chaqueta, la encendió e inhaló, para luego exhalar el fragante humo a través de la nariz. Keyes jamás habría pensado siquiera en fumar en las otras naves a bordo de las cuales había servido, pero allí… bueno, el mando tenía sus privilegios.
Recuperó los archivos transferidos desde la academia: varios artículos teóricos que recientemente habían captado su interés. Uno, pensó, podría estar relacionado con las insólitas lecturas obtenidas por la estación.
En un principio, el artículo le había llamado la atención debido a la autora. Nunca había olvidado su primer destino con la doctora Catherine Halsey… ni los nombres de ninguno de los niños a los que habían observado.
Abrió el archivo y leyó:
Revista de Astrofísica del Almirantazgo Espacial de las Naciones Unidas 034-23-01 Fecha: Mayo 0967, 2540 (calendario militar)
Código encriptado: Ninguno
Clave pública: NA
Autor(es): Teniente de navío Fhajad 034 (número de servicio [CLASIFICADO]), menú Oficina de Inteligencia Naval
Asunto: Compresiones espaciales de la masa dimensional en el espacio Shaw-Fujikawa (a.k.a. «Estelar»).
Clasificación: NA
/start file/
Extracto: Las propiedades de distorsión del espacio que presenta la masa en el espacio normal fueron bien descritas por la relatividad general de Einstein. Dichas distorsiones, sin embargo, las complican los efectos gravitacionales cuánticos anómalos de los espacios Shaw-Fujikawa (SF). Mediante el análisis cadena de bycle, puede demostrarse que dentro del espacio Shaw-Fujikawa una gran masa distorsiona el espacio más de lo que predice la relatividad general por orden de magnitud. Esta distorsión podría explicar por qué un grupo de varios objetos reunidos han sido captados erróneamente como una sola masa más grande.
Puse intro para continuar.
El capitán Keyes volvió a la silueta del informe de la Archimedes. El borde frontal casi parecía la bulbosa cabeza de una ballena. Darse cuenta de esto le heló la sangre.
Abrió rápidamente la base de datos de la UNSC donde constaban todas las naves del Covenant conocidas. Las recorrió hasta encontrar la presentación tridimensional de una de las naves de guerra de medianas dimensiones. La hizo rotar hasta tenerla de tres cuartos de perfil. La superpuso a la imagen de la silueta, y corrigió ligeramente la escala.
Encajaban a la perfección.
—Teniente Dominique, comuníqueme con la FLEETCOM lo antes posible. Prioridad Alfa.
El teniente se irguió bruscamente en el asiento.
—¡Sí, señor!
Los oficiales del puente miraron al capitán, y luego intercambiaron miradas entre sí.
Keyes abrió un mapa del sistema en la data palm. La silueta captada por la estación viajaba en un rumbo que la llevaría directamente hacia Sigma Octanus IV. Eso confirmó su teoría.
—Háganos girar hacia rumbo 0-4-7, teniente Jaggers. Teniente Hall, fuerce los reactores hasta el ciento diez por ciento.
—Sí, capitán —replicó el teniente Jaggers.
—Los reactores están recalentándose, señor —informó Hall—. Ya exceden los parámetros operacionales recomendados.
—¿Tiempo estimado de llegada?
Jaggers la calculó, y luego alzó los ojos.
—Cuarenta y tres minutos —replicó.
—Demasiado lento —murmuró el capitán Keyes—. Reactores al ciento treinta por ciento, teniente Hall.
Ella vaciló.
—¿Señor?
—¡Hágalo!
—¡Sí, señor! —Se movió como si alguien le hubiera dado una descarga eléctrica.
—La FLEETCOM en la línea, señor —dijo el teniente Dominique.
La curtida cara del almirante Michael Stanforth apareció en la pantalla principal.
El capitán Keyes dejó escapar un suspiro de alivio. El almirante Stanforth tenía reputación de razonable e inteligente. Comprendería la lógica de la situación.
—Capitán Keyes —dijo el almirante—. El viejo «director de la escuela» en persona, ¿eh? Este es un canal prioritario, hijo. Será mejor que se trate de una emergencia.
Keyes hizo caso omiso de la obvia condescendencia. Sabía que muchos de la FLEETCOM pensaban que no merecía estar al mando de nada que no fuera un aula… y algunos probablemente opinaban que no merecía ni eso.
—El sistema Sigma Octanus IV está a punto de sufrir un ataque, señor.
El almirante Stanforth alzó una ceja y se inclinó hacia la pantalla.
—Solicito que todas las naves que se hallen en el sistema se reúnan con el Iroquois en Sigma Octanus IV, y que cualquier nave que se encuentre uno de los sistemas vecinos venga hacia aquí a toda velocidad.
—Enséñeme lo que tiene, Keyes —dijo el almirante.
El capitán puso primero en la pantalla la silueta captada por el sensor de la estación.
—Naves del Covenant, señor. Sus siluetas están superpuestas. Nuestras sondas las han resuelto como una sola masa porque el espacio estelar se distorsiona con la gravedad más fácilmente que el espacio normal.
El almirante escuchó el análisis con el ceño fruncido.
—Usted ha luchado contra el Covenant, señor. Sabe con cuánta precisión pueden maniobrar sus naves a través del espacio estelar. Yo he visto aparecer en el espacio normal docenas de naves alienígenas en perfecta formación, situadas a menos de un kilómetro las unas de las otras.
—Sí —murmuró el almirante—. También yo he visto eso. Muy bien, Keyes, buen trabajo. Tendrá todo lo que podamos enviar.
—Gracias, señor.
—Usted simplemente quédese por ahí, hijo. Buena suerte. FLEETCOM fuera.
La pantalla se apagó.
—¿Señor? —La teniente Hal se volvió a mirarlo—. ¿Cuántas naves del Covenant?
—Calculo que cuatro de tonelaje medio —replicó él—. El equivalente de nuestras fragatas.
—¿Cuatro naves del Covenant? —murmuró el teniente Jaggers—. ¿Qué podemos hacer?
—¿Hacer? —preguntó Keyes—. Cumplir con nuestro deber.
—Con el perdón del capitán, hay cuatro naves del Co… —comenzó a protestar Jaggers.
Keyes lo silenció con una mirada feroz.
—Basta, señor. —Hizo una pausa con el fin de sopesar sus palabras—. Sigma Octanus IV tiene diecisiete millones de ciudadanos, teniente. ¿Está sugiriendo que nos quedemos cruzados de brazos y miremos cómo los del Covenant recubren de vidrio ese planeta?
—No, señor. —Bajó la mirada hacia la cubierta.
—Haremos todo lo que podamos —dijo el capitán Keyes—. En el entretanto, desactiven el bloqueo de todos los sistemas de armamento, ordenen a los equipos de artillería que se preparen, calienten los cañones MAC, y quítenle los seguros a una de nuestras cabezas nucleares.
—¡Sí, señor! —replicó la teniente Hikowa.
En operaciones sonó una alarma.
—Histéresis de los reactores aproximándose a nivel de fallo —informó la teniente Hal—. Sobrecargándose magnetos superconductores. Inminente fallo del refrigerante.
—Expulse refrigerante primario y transfiera el de los tanques de reserva —ordenó el capitán Keyes—. Eso nos dará otros cinco minutos.
—Sí, señor.
Keyes jugaba con la pipa. No se molestó en encenderla, sólo le mordisqueaba la boquilla. Luego la guardó. Ese hábito nervioso no estaba dando buen ejemplo a los oficiales del puente. No podía darse el lujo de demostrar la aprensión que sentía.
La verdad era que estaba aterrorizado. Para enfrentarse en igualdad de condiciones con cuatro naves del Covenant, se necesitarían siete destructores. Lo mejor que podía esperar era atraer su atención y superarlas en velocidad, con la esperanza de distraerlas hasta que llegara la flota.
Por supuesto… esas naves del Covenant también podían superar en velocidad al Iroquois.
—Teniente Jaggers —dijo—, inicie el Protocolo Colé. Purgue las bases de datos de navegación, y luego genere un vector aleatorio de salida del sistema Sigma Octanus IV.
—Sí, señor. —Sus manos se movieron torpemente por los controles. Inclinó la cabeza, recuperó la firmeza de las manos, y tecleó lentamente las órdenes.
—Teniente Hal: haga los preparativos para anular los seguros de los reactores.
Todos los oficiales se detuvieron durante un segundo.
—Sí, señor —susurró la teniente Hall.
—Recibiendo transmisiones desde la periferia del sistema —anunció el teniente Dominique—. Fragatas Alliance y Gettysburg recorren un vector de entrada a máxima velocidad. Tiempo estimado de llegada… una hora.
—Muy bien —replicó Keyes.
Esa hora podría equivaler a un mes. La batalla acabaría en pocos minutos.
No podría luchar contra el enemigo, ya que lo superaba con creces en cuanto a armamento. Tampoco podría huir de ellos. Tenía que existir otra opción.
¿Acaso no les había dicho siempre a sus alumnos que cuando uno se quedaba sin opciones era porque estaba empleando una táctica errónea? Había que forzar las reglas. Cambiar de perspectiva… cualquier cosa que permitiera hallar una salida de una situación desesperada.
El espacio negro cercano a Sigma Octanus IV pareció hervir y espumear con motas de luz verde.
—Naves entrando en el espacio normal —anunció el teniente Jaggers, con un asomo de pánico en la voz.
El capitán Keyes se puso de pie.
Se había equivocado. No se trataba de cuatro fragatas del Covenant. Un par de fragatas enemigas emergieron del espacio estelar… escoltando a un destructor y a una nave de transporte.
Se le heló la sangre. Había visto batallas en las que un destructor del Covenant había dejado a las naves de la UNSC como un queso suizo. Sus torpedos de plasma podían perforar la plancha de dos metros de titanio-A del Iroquois en cuestión de segundos. Eran armas que iban años luz por delante de las de la UNSC.
—Sus armas —murmuró Keyes para sí. Sí… tenía una tercera opción.
»Continúe a velocidad de emergencia —ordenó—, y gire hacia 0-3-2.
El teniente Jaggers se volvió en la silla.
—Eso nos pondrá en un curso de colisión con el destructor, señor.
—Lo sé —replicó el capitán Keyes—. De hecho, cuento con hacer exactamente eso.