QUINCE

15

00.00 HORAS, 17 DE JULIO DE 2525 (CALENDARIO MILITAR) / «ARCHIMEDES», PUESTO AVANZADO DE SONDEO REMOTO DE LA UNSC, SITUADO EN IA PERIFERIA DEL SISTEMA ESTELAR SIGMA OCTANUS

El alférez William Lovell se rascó la cabeza, bostezó y se sentó en su puesto. La pantalla de 360° se encendió debido a su presencia.

—Buenos días, alférez Lovell —dijo la computadora.

—Buenos días, monada —replicó él. Hacía meses que el alférez no veía una mujer real, y la fría voz femenina de la computadora era lo más parecido a una cita de lo que podía disfrutar.

—Registro de voz comprobado —confirmó la computadora—. Por favor, teclee la contraseña.

Él tecleó: Había­Una­vez­Una­chica

El alférez nunca se había tomado demasiado en serio su trabajo. Tal vez ésa fuera la razón por la que sólo había acabado el segundo año de la Academia. Y tal vez por eso había permanecido en la estación Archimedes durante el último año, asignado al tercer turno.

Pero a él ya le estaba bien.

—Por favor, vuelva a teclear la contraseña.

Esta vez tecleó con más cuidado: Había­Una­vez­Una­chica.

Después del primer contacto con el Covenant, habían estado a punto de expulsarlo de la escuela; en cambio, él se había presentado voluntario.

En 2531, el almirante Colé había derrotado el Covenant en Harvest. Se hizo una gran publicidad de su victoria en todos los vídeos y hologramas de todas las colonias interiores y exteriores, hasta llegar a la Tierra.

Por eso, Lovell no intentó esquivar a los oficiales de reclutamiento. Había pensado que observaría unas cuantas batallas desde el puente de un destructor, dispararía unos cuantos misiles, cosecharía las victorias y sería ascendido a capitán en el plazo de un año.

Sus excelentes notas le ganaron la admisión instantánea en la Escuela de Oficiales de la Luna.

Pero había un pequeño detalle que la maquinaria propagandística de la UNSC había excluido de las emisiones: Colé sólo había ganado porque superaba en número a los del Covenant por tres a uno… y aun así había perdido dos tercios de su flota.

El alférez Lovell había servido a bordo de la fragata Gorgon durante cuatro años. Lo habían ascendido a teniente de navío, luego degradado a teniente de fragata y finalmente a alférez por insubordinación y grave incompetencia. La razón por la que no lo habían expulsado del servicio era que la UNSC necesitaba a todos los hombres y mujeres a los que pudiera ponerles las manos encima.

Mientras estaba en la Gorgon, él y el resto de la flota del almirante Colé habían corrido por entre las colonias exteriores, persiguiendo al Covenant y siendo perseguidos por él. Después de cuatro años de servicio, Lovell había visto docenas de planetas vidriados… y billones de seres humanos asesinados.

Simplemente, no había soportado la presión. Cerró los ojos y recordó. No, no fue por eso; simplemente tenía miedo de morir, como todos los demás.

—Por favor, mantenga los ojos abiertos —le dijo la computadora—. Procesando escáner de retina.

Había pasado del trabajo burocrático a los cometidos de baja prioridad, y finalmente había aterrizado allí un año antes. Por entonces ya no quedaban colonias exteriores. El Covenant las había destruido todas, y avanzaban inexorablemente, arrasando poco a poco las colonias interiores. Había habido unas pocas victorias aisladas… pero él sabía que era sólo cuestión de tiempo que los alienígenas acabaran con la existencia de la especie humana.

—Registro completado —anunció la computadora.

El registro de identidad del alférez Lovell apareció en el monitor. En la foto de la Academia estaba diez años más joven: pelo negro como la brea y pulcramente cortado, sonrisa dientuda y brillantes ojos verdes. Hoy llevaba el pelo descuidado, y de sus ojos habían desaparecido el brillo.

—Por favor, lea la Orden General 098831A-1 antes de continuar.

El alférez había memorizado aquella estupidez, pero la computadora seguiría los movimientos de sus ojos para asegurarse de que la leyera de todas formas. Abrió el archivo, que apareció en la pantalla.

Orden de Prioridad de Emergencia del Almirantazgo Espacial de las Naciones Unidas 098831A-1

Código encriptado: Rojo

Clave Pública: file/first flight/

De: UNSC/Comandancia de la Flota, H. T. Ward

Para: TODO EL PERSONAL DE LA UNSC

Asunto: Orden General 098831A-1 («Protocolo Colé»)

Clasificación: RESTRINGIDA (Directiva BGX)

Protocolo Cole

Para salvaguardar las Colonias Interiores y la Tierra, ninguna nave ni estación de la UNSC debe ser capturada con bases de navegación intactas que puedan conducir a las fuerzas del Covenant hasta centros poblacionales civiles humanos.

Si se detecta alguna fuerza del Covenant:

1. Activar purga selectiva de las bases de datos de todas las redes de datos de naves y planetas.

2. Iniciar triples análisis de comprobación para asegurar que todos los datos han sido borrados y todas las copias de seguridad neutralizadas.

3. Ejecutar depuradores víricos de datos. (Descargar de CEUNTTP://EPWW:COLEPROTOCOL/Virtualscav/fbr.091)

4. Si retroceden ante fuerzas del Covenant, todas las naves deben entrar en el espacio estelar con vectores aleatorios que NO estén dirigidos hacia la Tierra, las Colonias Interiores ni ningún otro centro poblacional humano.

5. En caso de captura inminente por parte de las fuerzas del Covenant, todas las naves de la UNSC DEBEN autodestruirse.

La violación de esta directiva será considerada un acto de TRAICIÓN, y de acuerdo con los Artículos de la Ley Militar de la UNSC JAG 845-P y JAG 7556-L, ese tipo de violaciones serán castigadas con cadena perpetua o ejecución.

/end file/

Pulse INTRO si entiende estas órdenes.

El alférez Lovell pulsó INTRO.

La UNSC no corría ningún riesgo. Y, después de todo lo que había visto, él no se lo reprochaba.

Las pantallas de escaneado aparecieron en la de 360° que había en la sala, plagadas de rastros espectroscópicos y señales de radar… y muchísimo ruido.

La estación Archimedes hacía circular tres sondas que entraban y salían del espacio estelar. Cada una enviaba señales de radar y analizaba el espectro comprendido entre las ondas de radio y los rayos X, para luego volver al espacio normal y transmitir los datos a la estación.

El problema que tenía el espacio estelar era que en él las leyes de la física no funcionaban como deberían hacerlo. En él resultaba imposible medir con la más ligera precisión las posiciones, las velocidades o el tiempo exactos, y ni siquiera las masas. Las naves nunca sabían exactamente dónde estaban, ni exactamente adonde iban.

Cada vez que las sondas regresaban de su viaje de dos segundos, podían aparecer exactamente en el punto del que habían partido… o a tres millones de kilómetros de distancia. A veces no regresaban nunca más. Entonces había que enviar drones tras la sonda antes de poder repetir el proceso.

Debido a la poca fiabilidad del espacio interdimensional, las naves de la UNSC que viajaban entre sistemas estelares podían aparecer a medio billón de kilómetros fuera de su rumbo.

Las curiosas propiedades del espacio estelar también convertían en un chiste el puesto de destino del alférez Lovell.

Se suponía que tenía que buscar posibles piratas o traficantes del mercado negro que intentaran pasar a hurtadillas… y, más importante aún, naves del Covenant. Esa estación nunca había recibido datos que se parecieran ni remotamente a la silueta de una nave del Covenant, y ésta era la razón por la que había solicitado de modo específico ser destinado a aquel punto muerto. Allí estaba a salvo.

Lo que sí veía con regularidad era vertidos de basura de las naves del UNSC, nubes de hidrógeno atómico elemental, incluso algún cometa que otro que, de alguna manera, se había zambullido dentro del espacio estelar.

Lovell bostezó, puso los pies encima de la consola de control y cerró los ojos. Casi se cayó del asiento cuando se activó la alerta de contacto del panel de comunicación.

—Ay, no —susurró, mientras el miedo y la vergüenza ante su propia cobardía le hacían un nudo en el estómago. Que no sea el Covenant. Que no lo sea… ¡no aquí!

Activó rápidamente los controles y siguió la señal de contacto hasta su origen: la sonda Alfa.

La sonda había detectado una masa entrante, con un ligero arco en la trayectoria causado por el campo gravitatorio de Sigma Octanus. Era grande. ¿Una nube de polvo, quizá? De ser así, no tardaría en distorsionarse y dispersarse.

El alférez Lovell estaba erguido en el asiento.

La sonda Beta regresó. La masa continuaba allí, tan sólida como antes. Era la lectura más grande que el alférez Lovell había visto jamás: veinte mil toneladas. Eso no podía ser una nave del Covenant; no eran tan grandes. Y la silueta era de forma esférica con abolladuras; no coincidía con ninguna de las naves del Covenant que había en la base de datos. Tenía que tratarse de un asteroide errante.

Dio golpecitos con el bolígrafo electrónico sobre la mesa. ¿Y si no era un asteroide? Tendría que purgar la base de datos y activar el mecanismo de autodestrucción de la estación. Pero ¿qué podía estar buscando el Covenant en aquel lugar remoto?

La sonda Gamma reapareció. Las lecturas de masa no habían variado. El análisis espectroscópico no era concluyente, lo cual era normal en el caso de una sonda que efectuaba la lectura de un objeto tan distante. Si continuaba a la velocidad de ese momento, la masa se encontraba a dos horas de distancia. La trayectoria proyectada era hiperbólica… una pasada veloz cerca de la estrella, y luego saldría del sistema sin ser vista y desaparecería para siempre.

Reparó en que la trayectoria la acercaría a Sigma Octanus IV… cosa que, si la roca estuviera en el espacio real, sería motivo de alarma. En el espacio estelar, sin embargo, pasaría «a través del planeta» y nadie se daría cuenta.

El alférez Lovell se relajó y envió a los drones a recuperar las tres sondas. No obstante, para cuando las trajeran de vuelta haría mucho que la masa habría desaparecido.

Se quedó mirando la última imagen que tenía en pantalla. ¿Valía la pena enviar un informe de inmediato a la Comandancia de Sigma Octanus? Le harían enviar las sondas sin haberlas recuperado adecuadamente, y probablemente se perderían después de eso. Tendrían que enviar una nave de suministros allí fuera para reemplazarlas. La estación tendría que ser inspeccionada y certificada de nuevo… y él recibiría un minucioso sermón sobre lo que constituía y no constituía una emergencia válida.

No… no había necesidad de molestar a nadie por esto. Los únicos que estarían realmente interesados serían los genios de la división de Astrofísica de la UNSC, y ellos podrían revisar los datos tanto como quisieran.

Grabó la anomalía y la adjuntó al informe de actualizaciones que enviaba cada hora.

El alférez Lovell puso los pies sobre la consola y se reclinó, sintiéndose una vez más perfectamente a salvo en su pequeño rincón del universo.