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20.37 HORAS, 27 DE NOVIEMBRE DE 2525 (CALENDARIO MILITAR) / EN ÓRBITA EN TORNO A CHI CETI IV
John sacó la Pelican de su recorrido orbital y luego la dirigió hacia la última posición conocida de la Commonwealth. La fragata se había apartado diez millones de kilómetros hacia el interior del sistema respecto al punto de reunión.
La doctora Halsey ocupaba el asiento del copiloto y jugaba nerviosamente con el traje espacial. En el compartimento de popa estaban los Spartans, los tres técnicos de las instalaciones Damascus, y una docena de armaduras MJOLNIR de recambio.
No obstante, estaban ausentes los IA que John había visto al llegar. La doctora Halsey sólo había tenido tiempo para recoger sus cubos procesadores. Abandonar una tecnología tan costosa habría sido un tremendo desperdicio.
La doctora examinó los aparatos de detección a corta distancia con que estaba equipada la nave.
—Puede que el capitán Wallace —dijo luego— esté intentando usar el campo magnético de Chi Ceti para desviar los disparos de plasma de la nave del Covenant. Intente darle alcance, suboficial.
—Sí, señora. —John aumentó la potencia de los motores al 100 por ciento.
—Nave de la Covenant a babor —dijo ella—, tres millones de kilómetros y acercándose a la Commonwealth.
John aumentó la imagen de la pantalla y localizó la nave alienígena. Tenía el casco doblado en un ángulo de treinta grados a causa del impacto del proyectil pesado del MAC, pero a pesar de eso se movía a casi el doble de velocidad que la Commonwealth.
—Doctora, ¿la armadura MJOLNIR funciona en el vacío? —preguntó John.
—Por supuesto —replicó ella—. Fue una de las primeras cosas que tuvimos en consideración al diseñarla. El traje puede reciclar el aire durante noventa minutos. Está protegido contra la radiación y también contra los pulsos electromagnéticos.
A continuación, John le habló a Sam a través del canal de comunicaciones.
—¿Qué clase de misiles lleva este pájaro?
—Espere un segundo, señor —replicó Sam, cuya voz volvió a sonar un momento más tarde—. Tenemos dos lanzacohetes con dieciséis HE Yunque-II cada uno.
—Quiero que forme un equipo para salir de la nave. Retiren esas cabezas nucleares de los lanzacohetes de las alas.
—De inmediato —dijo Sam.
Halsey intentó subirse las gafas, y en cambio se golpeó contra la placa frontal del casco espacial.
—¿Puedo preguntar qué tiene en mente, Jefe de Destacamento?
John dejó abierto el canal de comunicación para que los Spartans oyeran la respuesta.
—Solicito permiso para atacar la nave de la Covenant, señora.
Los azules ojos de ella se abrieron como platos.
—Desde luego que no —replicó—. Si una nave de guerra como la Commonwealth no ha podido destruirla, una Pelican ciertamente no es rival para ella.
—No, la Pelican no lo es —respondió John, que estaba de acuerdo—. Pero creo que los Spartans sí que lo somos. Si nos metemos dentro de la nave enemiga, podremos destruirla.
La doctora Halsey consideró aquello mientras se daba golpecitos en el labio inferior.
—¿Cómo subirán a bordo?
—Saldremos de la nave y usamos mochilas propulsoras para interceptar a la nave del Covenant cuando pase en dirección a la Commonwealth.
Ella negó con la cabeza.
—El más ligero error en su trayectoria, y podrían errarle por kilómetros —señaló la doctora Halsey.
Una pausa.
—Yo no yerro, señora —dijo John.
—Tienen escudos reflectantes.
—Cierto —replicó John—. Pero la nave está dañada. Puede que hayan tenido que bajar o reducir los escudos con el fin de conservar la energía… y si no tenemos más remedio, podremos usar una de nuestras cabezas nucleares para abrir un pequeño agujero en los escudos. —Hizo una pausa, y luego añadió—: También tienen un gran agujero en el casco. Puede que el escudo no cubra del todo ese espacio.
—Es un riesgo tremendo —susurró la doctora Halsey.
—Con el debido respeto, señora, es un riesgo mayor quedarse aquí sentados sin hacer nada. Cuando hayan acabado con la Commonwealth… vendrán por nosotros y tendremos que luchar contra ellos de todos modos. Es mejor golpear primero.
Ella clavó la mirada en el espacio, perdida en sus pensamientos.
Finalmente, suspiró con resignación.
—Muy bien. Vayan. —Transfirió los controles del piloto a su puesto—. Y envíenlos al infierno.
John subió al compartimento de popa.
Los Spartans estaban firmes. Experimentó una ola de orgullo; estaban dispuestos a seguirlo cuando iba a saltar literalmente dentro de las fauces de la muerte.
—Tengo las cabezas nucleares —dijo Sam. Resultaba difícil confundir a Sam, incluso con la visera protectora reflectante que le cubría la cara. Era el Spartan más corpulento, y estaba aún más imponente con la armadura puesta.
»Todos tienen una —continuó Sam, mientras le entregaba a John un proyectil metálico—. Ya hemos improvisado temporizadores y detonadores. Va todo metido en un paquete de polímero adhesivo; se te pegará a la armadura.
—Spartans —dijo John—, coged mochilas de propulsión y preparaos para salir al espacio. Todos los demás… —les hizo un gesto a los tres técnicos— entren en la cabina de proa. Si nosotros fracasamos, vendrán por la Pelican. Protejan a la doctora Halsey.
Se encaminó hacia la popa. Kelly le entregó una mochila propulsora, y él se la puso.
—Nave del Covenant acercándose —avisó la doctora Halsey—. Estoy bombeando al exterior la atmósfera de su compartimento para evitar la descompresión explosiva cuando baje la escotilla posterior.
—Sólo tendremos una oportunidad —dijo John a los otros Spartans—. Calculad una trayectoria de interceptación y encended los propulsores al máximo. Si el objetivo cambia de rumbo, tendréis que calcular lo mejor posible las correcciones en vuelo. Si lo lográis, nos reagruparemos en el exterior del agujero del casco. Si falláis… os recogeremos cuando hayamos acabado.
Vaciló, antes de añadir algo más.
—Y si nosotros fracasamos, reducid al mínimo vuestros sistemas y esperad a que os recojan los refuerzos de la UNSC. Vivid para luchar otro día. No desperdiciéis vuestra vida.
Se produjo un momento de silencio.
—Si alguien tiene un plan mejor, que lo diga ahora.
Sam le dio unos golpecitos en la espalda a John.
—Éste es un gran plan. Será más fácil que el patio de recreo del sargento Méndez. Podría ejecutarlo un puñado de niños.
—Seguro —dijo John—. ¿Todos preparados?
—Señor —dijeron ellos—. ¡Estamos preparados, señor!
John quitó el seguro y luego entró el código para abrir la puerta de cola de la nave Pelican. El mecanismo se abrió silenciosamente en el vacío. En el exterior había una negrura infinita. Tuvo la sensación de caer a través del espacio… pero el vértigo pasó con rapidez.
Se situó en el borde de la rampa, aferrado con ambas manos a un asidero de seguridad que tenía por encima de la cabeza.
La nave del Covenant era un punto diminuto situado en el centro de la pantalla del casco. Trazó un curso y encendió los propulsores a máxima potencia.
La aceleración lo lanzó contra el arnés de la mochila. Sabía que los otros se lanzarían detrás de él, pero no podía volverse para verlos.
Se le ocurrió que la nave del Covenant podría identificar a los Spartans como misiles que volaban hacia ella… y sus rayos láser de defensa eran demasiado condenadamente precisos.
John activó el canal de comunicaciones.
—Doctora, nos vendrían bien algunos señuelos, si el capitán Wallace puede prescindir de ellos.
—Entendido —replicó ella.
La nave del Covenant crecía con rapidez en la pantalla. Tras un acelerón de los motores, giró levemente.
Dado que viajaba a cien millones de kilómetros por hora, incluso una corrección menor de rumbo significaba que él podría alejarse de la nave decenas de miles de kilómetros. John corrigió cuidadosamente su vector.
Los rayos láser del costado de la nave del Covenant relumbraron, acumularon energía hasta adquirir un deslumbrante brillo de neón azul, y luego dispararon… pero no hacia él.
John vio explosiones en la periferia de su campo visual. La Commonwealth había disparado una andanada de misiles Archer. En la oscuridad que lo rodeaba aparecieron bolas de detonaciones anaranjado rojizo… en el más absoluto silencio.
La velocidad de John casi estaba igualándose con la velocidad de la nave. Fue aproximándose al casco: veinte metros, diez, cinco… y entonces la nave del Covenant comenzó a alejarse de él.
Navegaba a demasiada velocidad. Activó los propulsores de altitud y se situó perpendicularmente respecto al casco.
La nave aceleró por debajo de John… pero él se estaba acercando.
Extendió los brazos. El casco pasó a toda velocidad, a un metro de sus manos.
Los dedos de John rozaron algo… que tenía un tacto semilíquido.
Veía cómo su mano se deslizaba por una casi invisible superficie vidriosa que brillaba: el escudo de energía.
Maldición. Aún tenía levantados los escudos. Miró hacia ambos lados. No se veía por ninguna parte el enorme agujero abierto por el proyectil de la Commonwealth.
Se deslizó por encima del casco, incapaz de sujetarse a él.
No. Se negaba a aceptar que fracasaría cuando ya había llegado tan lejos.
Un rayo láser destelló a cien metros de distancia; el visor apenas logró oscurecerse a tiempo. El destello casi lo cegó. Parpadeó, y entonces vio que una película plateada volvía a rodear la bulbosa base de la torreta de cañón láser.
¿El escudo había bajado para permitirle disparar?
El cañón comenzó a acumular energía otra vez.
Tendría que actuar con rapidez. La coordinación debía ser perfecta. Si llegaba a esa torreta antes de que disparara, rebotaría. Si llegaba a la torreta en el momento en que disparaba… no quedaría gran cosa de él.
La torreta relumbró con un intenso brillo. John encendió los reactores a la máxima potencia para dirigirse hacia el cañón de láser, no sin reparar en que la carga de combustible disminuía con rapidez. Cerró los ojos, vio el cegador destello a través de los párpados, sintió el calor en la cara, y luego abrió los ojos justo a tiempo de chocar y rebotar hacia el interior del casco.
Las placas del casco eran suaves, pero tenían estrías y extrañas rugosidades orgánicas: perfectos asideros para los dedos. La diferencia de su impulso y el de la nave estuvo a punto de descoyuntarle los brazos. Apretó los dientes y se aferró con más fuerza.
Lo había logrado.
John fue arrastrándose por el casco hacia el agujero que el MAC de la Commonwealth le había abierto a la nave.
Sólo había otros dos Spartans esperándolo.
—¿Qué te ha entretenido tanto? —preguntó la voz de Sam, a través del canal de comunicación. El otro Spartan se levantó el protector de la vista que llevaba la visera del casco, y vio que era Kelly.
—Creo que somos los únicos —dijo ella—. No he obtenido respuesta de nadie más a través de los canales de comunicación.
Eso significaba que o bien la nave del Covenant bloqueaba las transmisiones… —o que no quedaban Spartans con los que comunicarse—. John apartó a un lado ese último pensamiento.
El agujero tenía diez metros de diámetro, con afilados dientes de metal orientados hacia el interior. John miró por encima del borde y vio que, en efecto, el pesado proyectil del MAC había atravesado la nave. También pudo ver los diferentes niveles de cubiertas expuestas al espacio, varios conductos, vigas metálicas cortadas… y, a través del agujero del otro lado, espacio negro y estrellas.
Bajaron al interior.
John cayó inmediatamente sobre la primera cubierta.
—Gravedad —dijo—. Y sin que nada gire en esta nave.
—¿Gravedad artificial? —preguntó Kelly—. A la doctora Halsey le encantaría ver esto.
Continuaron adentrándose, escalando las paredes metálicas, pasando por niveles alternos de gravedad y caída libre, hasta llegar a la mitad de la nave aproximadamente.
John se detuvo y vio que las estrellas se movían al otro lado de ambos agujeros. La nave del Covenant tenía que estar virando. Iban a entablar combate con la Commonwealth.
—Será mejor que nos demos prisa.
Se detuvo en una cubierta expuesta, y la gravedad le estabilizó el estómago y le proporcionó una orientación norte/sur.
—Comprobación de armamento —les dijo John a los otros dos.
Examinaron los fusiles de asalto. Habían superado el viaje intactos. John deslizó dentro del suyo un cargador de balas antiblindaje y advirtió con placer que el traje alineaba de inmediato el perfil de la mira del fusil con el sistema de disparo del MJOLNIR.
Se colgó el arma del hombro y comprobó la cabeza nuclear EH que tenía pegada a la cadera. El temporizador y el detonador parecían intactos.
John se encaró con unas puertas correderas de presión que estaban selladas. Eran suaves y lisas al tacto. Podrían haber estado hechas de metal o plástico… o podrían haber estado vivas, por lo que él sabía.
Él y Sam aferraron ambos lados y se pusieron a tirar, cada vez con más fuerza; el mecanismo acabó por ceder y las puertas se abrieron. Se produjo un siseo de atmósfera que escapó del corredor oscuro del otro lado. Entraron en formación, cubriéndose mutuamente los puntos ciegos.
El techo estaba a tres metros de altura. Hacía que John se sintiera pequeño.
—¿Piensas que necesitan tanto espacio porque son muy grandes? —preguntó Kelly.
—Pronto lo sabremos —respondió él.
Flexionaron las rodillas, con las armas a punto, y avanzaron lentamente por el corredor, con John y Kelly delante. Giraron en un recodo y se detuvieron ante otra doble puerta de presión. John aferró el borde.
—Espera —dijo Kelly, y se arrodilló ante un panel que presentaba nueve botones. Sobre cada uno se veía una escritura rúnica alienígena—. Estos caracteres son extraños, pero uno de ellos tiene que abrir la puerta. —Pulsó uno, y se encendió. Luego pulsó otro. Se oyó un siseo al entrar gas en el corredor—. Al menos se ha igualado la presión —dijo.
John volvió a comprobar los sensores. Nada… aunque el metal alienígena del interior de la nave podría estar impidiendo el sondeo.
—Prueba con otro —dijo Sam.
Lo hizo, y las puertas se deslizaron hacia los lados.
La sala estaba ocupada.
Había una criatura alienígena de pie, de un metro y medio, y bípeda. La escamosa piel llena de bultos de la criatura era de un enfermizo color amarillo jaspeado; a lo largo de los antebrazos y de la cresta de la cabeza tenía aletas púrpuras y amarillas. Unos brillantes ojos bulbosos, saltones, miraban desde las cuencas oculares de la alargada cabeza del alienígena, que parecían vacías como las de una calavera.
El brigada había leído las posibles situaciones de primer contacto de la UNSC: instaban a cautelosos intentos de comunicación. No podía ni imaginarse intentando comunicarse con algo como esa… cosa. Le recordó a las aves carroñeras de Reach: virulentas y sucias.
La criatura se quedó allí, petrificada durante un momento, mirando fijamente a los intrusos humanos. Luego lanzó un chillido y una de sus manos se desvió a algo que llevaba al cinturón, con movimientos veloces y nerviosos como los de un pájaro.
Los Spartans se apoyaron los fusiles en el hombro y dispararon tres ráfagas con una precisión quirúrgica.
Las balas antiblindaje penetraron en la criatura y le hicieron pedazos la cabeza y el pecho. Se desplomó en total silencio, muerta antes de tocar la cubierta. Del cadáver manó sangre espesa.
—Eso ha sido fácil —observó Sam. Tocó a la criatura con una bota—. Está claro que éstos no son tan duros como sus naves.
—Esperemos que continúe siendo así —replicó John.
—Estoy captando lecturas de radiación por aquí —dijo Kelly, que hizo un gesto hacia el interior de la nave.
Continuaron avanzando por el corredor y entraron por un desvío lateral. Kelly dejó caer un localizador cuyo triángulo azul se encendió una vez en las pantallas transparentes de los cascos.
Se detuvieron ante otro par de puertas de presión. Sam y John ocuparon las posiciones de los flancos para cubrir a Kelly, mientras ella pulsaba los mismos botones de antes, y las puertas se abrían.
Allí había otra de aquellas criaturas. Se encontraba de pie en una sala circular provista de paneles de control transparentes y de una enorme ventana. Esta vez, sin embargo, la criatura con cabeza de buitre no gritó ni pareció particularmente sorprendida.
Daba la impresión de estar enfadada.
Tenía en una mano un dispositivo parecido a una garra… y apuntaba a John.
John y Kelly dispararon. Las balas volaron por el aire y rebotaron en una barrera plateada que brillaba ante la criatura.
Un rayo de calor azul salió de la garra. Era similar al del plasma que había impactado contra la Commonwealth… y consumido una tercera parte de ella.
Sam se lanzó hacia adelante y derribó a John para apartarlo del camino del disparo; el rayo de energía le dio a Sam en un costado. La capa deflectora de la armadura MJOLNIR se encendió. El Spartan cayó aferrándose el costado, pero aun así logró disparar el arma.
John y Kelly rodaron hasta quedar de espaldas y se pusieron a disparar contra la criatura.
Las balas caían como granizo sobre el alienígena… y todas rebotaban contra el escudo de energía. Sam se incorporó.
John miró el contador de munición: estaba a la mitad.
—Continuad disparando —ordenó.
El alienígena continuaba respondiendo a los disparos; rayos de energía impactaron contra Sam, que volvió a caer sobre la cubierta, con el arma descargada.
John se lanzó hacia adelante, le propinó una fuerte patada al escudo del alienígena y lo desplazó a un lado. Metió el cañón del fusil dentro de la boca del enemigo que chillaba, y apretó el gatillo.
Las balas antiblindaje atravesaron al alienígena y salpicaron de sangre y trocitos de hueso la pared de detrás.
John se levantó y ayudó a Sam a ponerse de pie.
—Estoy bien —dijo Sam, que se sujetaba el costado y hacía una mueca de dolor—. Sólo un poco chamuscado. —El recubrimiento reflectante de la armadura estaba ennegrecido.
—¿Seguro?
Sam agitó una mano para apartarlo.
John se detuvo junto a los trozos que quedaban del alienígena. Reparó en un destello metálico, un brazalete, y lo recogió. Pulsó uno de los tres botones pero no sucedió nada. Lo fijó a su antebrazo. Puede que la doctora Halsey le hallara una utilidad.
Entraron en la sala. La amplia ventana tenía un grosor de medio metro. Daba a una gran cámara que descendía a través de tres cubiertas. Un cilindro ocupaba todo el largo de la cámara, recorrido por una palpitante luz roja que parecía un líquido que se moviera de un extremo a otro.
Debajo de la ventana, dentro de la sala en la que estaban ellos, había una superficie de ángulos redondeados: ¿tal vez un panel de control?
—Esa tiene que ser la fuente de la radiación —dijo Kelly, y señaló hacia la cámara del otro lado de la ventana—. El reactor… o tal vez el sistema de artillería.
Otro alienígena caminaba cerca del cilindro. Reparó en John, y en torno a él apareció un escudo plateado. Chilló y se bamboleó alarmado, y luego corrió a ponerse a cubierto.
—Problemas —dijo John.
—Tengo una idea. —Sam avanzó cojeando—. Dadme esas cabezas nucleares. —John hizo lo que pedía, igual que Kelly—. Destrozamos la ventana a balazos, activamos los tempo-rizadores de los proyectiles y los arrojamos ahí abajo. Con eso debería bastar para que comenzara la fiesta.
—Hagámoslo antes de que llamen para pedir refuerzos —dijo John.
Se volvieron y dispararon contra el cristal, que se resquebrajó, se rajó y se hizo añicos.
—Arrojad los proyectiles —dijo Sam—, y salgamos de aquí.
John programó los temporizadores.
—Tres minutos —decidió—. Eso nos dará el tiempo justo para subir y salir.
Se volvió a mirar a Sam.
—Tú tendrás que quedarte y retenerlos. Es una orden.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Kelly.
—Sam lo sabe.
Sam asintió con la cabeza.
—Creo que podré retenerlos durante ese tiempo. —Miró a John y luego a Kelly. Se volvió para enseñarles la quemadura del costado del traje. Tenía un agujero del tamaño de uno de sus puños, y, debajo de él, la piel estaba ennegrecida y agrietada. Sonrió, pero tenía los dientes apretados de dolor.
—Eso no es nada —dijo Kelly—. Te remendaremos en un abrir y cerrar de ojos. Cuando volvamos… —Lentamente, se le abrió la boca.
—Exacto —susurró Sam—. Volver va a ser un problema para mí.
—El agujero. —John tendió una mano para tocarlo—. No tenemos manera de sellarlo.
Kelly negó con la cabeza.
—Si pongo un pie fuera de esta barca, moriré a causa de la descompresión —dijo Sam, y se encogió de hombros.
—No —gruñó Kelly—. No… todos saldremos con vida. No dejamos atrás a los compañeros de equipo.
—Sam tiene sus órdenes —dijo John a Kelly.
—Tenéis que dejarme —dijo Sam a Kelly, con dulzura—. Y no me digas que me darás tu traje. Los técnicos de Damascus necesitaron quince minutos para ponérnoslos. Ni siquiera sabría por dónde comenzar a desmontar esta cosa.
John bajó los ojos hacia la cubierta. El sargento le había dicho que tendría que enviar hombres a la muerte. Pero no le había dicho que se sentiría así.
—No perdáis tiempo hablando —dijo Sam—. Nuestros nuevos amigos no van a esperar a que resolvamos esto. —Activó los temporizadores—. Ya está. Decidido. —En una esquina de los frontales de los cascos apareció una ventanita con la cuenta atrás de tres minutos—. Ahora… poneos en marcha, vosotros dos.
John estrechó la mano de Sam con fuerza.
Kelly vaciló, y saludó.
John dio media vuelta y la cogió por un brazo.
—Vamos, Spartan. No mires atrás.
En verdad, era John quien no se atrevía a mirar atrás. De haberlo hecho, se habría quedado con Sam. Era mejor morir con un amigo que abandonarlo. Pero por mucho que deseaba luchar y morir junto a su amigo, tenía que dar ejemplo al resto de los Spartans… y vivir para luchar otro día.
John y Kelly empujaron las puertas de presión para cerrarlas cuando salieron.
—Adiós —murmuró él.
La cuenta atrás del temporizador continuaba retrocediendo inexorablemente.
2.35…
Corrieron pasillo abajo, hicieron saltar el sello de la escotilla exterior… y escapó la atmósfera.
1.05…
Treparon por el desfiladero de metal retorcido que el proyectil del MAC había abierto en el casco.
0.33…
—Allí —dijo John, y señaló la base de un cañón de láser que ya estaba cargado. Gatearon hasta él y esperaron a que el resplandor aumentara hasta una carga letal.
0.12…
Se acuclillaron y se aferraron el uno al otro.
El cañón láser disparó.
El calor le levantó ampollas en la espalda a John. Empujaron contra la nave con todas sus fuerzas, multiplicadas a través de la armadura MJOLNIR.
0.00.
El escudo se abrió y ellos se separaron de la nave y salieron disparados hacia el espacio.
La nave del Covenant se estremeció. Dentro del agujero aparecieron destellos rojos, luego una masa de fuego ascendió y se convirtió en una bola, pero retrocedió al chocar y rebotar contra el escudo de energía. El plasma se derramó por toda la nave. El escudo brillaba y ondulaba, plateado… reteniendo en su interior la fuerza destructora.
El metal se puso al rojo y se fundió. Las torretas de los cañones láser fueron absorbidas por el casco. En el casco aparecieron una especie de ampollas debido a que el metal bullía.
El escudo cedió por fin… y la nave explosionó.
Kelly se aferró a John.
Un millar de fragmentos fundidos pasaron junto a ellos, cambiando del blanco al naranja y luego al rojo a medida que se enfriaban, para luego desaparecer en la oscuridad de la noche.
La muerte de Sam les había demostrado que el Covenant no era invencible. Se les podía derrotar. Aunque a un alto precio.
John entendió finalmente lo que había querido decir el sargento, la diferencia entre vida desperdiciada y vida entregada.
John también sabía que la humanidad tenía una posibilidad de luchar, y estaba dispuesto a ir a la guerra.