DOCE

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17.50 HORAS, 27 DE NOVIEMBRE DE 2525 (CALENDARIO MILITAR) / FRAGATA «COMMONWEALTH» DE LA UNSC EN RUTA HACIA IAS INSTALACIONES DAMASCUS DE PRUEBAS DE MATERIALES DE LA UNSC, PLANETA CHI CETI IV

La pantalla del dormitorio colectivo de la fragata Commonwealth de la UNSC se encendió cuando la nave entró en el espacio normal. Ante la cámara externa llovían partículas de hielo que le conferían un halo fantasmal al lejano sol amarillo de Chi Ceti.

John la observaba y continuaba meditando sobre la palabra «Mjolnir», mientras corrían por dentro del sistema. La había buscado en la base de datos de educación. Mjolnir era el martillo que usaba el dios nórdico del trueno. El Proyecto MJOLNIR tenía que ser algún tipo de arma. Al menos esperaba que lo fuese; necesitaban algo con lo que luchar contra el Covenant.

Si era un arma, ¿por qué estaba allí, en las instalaciones Damascus de pruebas, en la mismísima frontera del espacio controlado por la UNSC? Él apenas si había oído hablar de este sistema veinticuatro horas antes.

Miró al destacamento. Aunque el dormitorio contaba con cien camas, los Spartans continuaban apiñados jugando a las cartas, lustrando botas, leyendo, haciendo ejercicios. Sam practicaba boxeo con Kelly, aunque ella tenía que ralentizar considerablemente sus movimientos para darle a él una oportunidad.

Esto le recordó a John que no le gustaba estar a bordo de naves espaciales. La falta de control era inquietante. Si no lo metían en «el congelador» —la atestada y desagradable cámara criogénica de la nave—, lo dejaban esperando y preguntándose cuál sería la siguiente misión.

Durante las últimas tres semanas, los Spartans habían llevado a cabo una serie de misiones menores para la doctora Halsey. Ella había dicho que era para «atar cabos sueltos». Acabar con facciones rebeldes en Jericho VII Cerrar un bazar del mercado negro cerca de la base militar Roosvelt. Cada misión los había aproximado más al sistema Chi Ceti.

John se había asegurado de que cada miembro de su destacamento participara en estas misiones. Las habían ejecutado de modo impecable. No se había producido ninguna baja. El sargento Méndez habría estado orgulloso de ellos.

—Spartan 117 —atronó la voz de la doctora Halsey a través de los altavoces—. Preséntese en el puente de inmediato.

John se cuadró y pulsó el intercomunicador.

—¡Sí, señora! —Se volvió a mirar a Sam—. Que todos se preparen, por si nos necesitan. Y rápido.

—Afirmativo —replicó Sam—. Ya habéis oído al cabo. Guardad esas cartas. ¡Poneos el uniforme, soldados!

John se encaminó a paso ligero hacia el ascensor y marcó el código del puente. La gravedad desaparecía y regresaba a medida que el ascensor iba pasando por las partes rotativas de la nave.

Las puertas se abrieron y entró en el puente. En todas las paredes había una pantalla. Algunas mostraban estrellas y la borrosa mancha roja distante de una nebulosa. Otras mostraban el estado del reactor de fusión y los espectros de microondas emitidas dentro del sistema.

Una barandilla de latón rodeaba el centro del puente, y dentro se encontraban sentados cuatro tenientes ante sus respectivos puestos: navegación, artillería, comunicaciones y operaciones de la nave.

John se detuvo y saludó al capitán Wallace, para luego inclinar la cabeza hacia la doctora Halsey.

El capitán Wallace se encontraba de pie, con el brazo derecho doblado a la espalda. Le faltaba todo el antebrazo izquierdo, desde el codo.

John continuó con la mano en posición de saludo hasta que el capitán le devolvió el gesto.

—Aquí, por favor —dijo la doctora Halsey—. Quiero que vea esto.

John atravesó la cubierta revestida de caucho, y concentró toda su atención en la pantalla que estaban estudiando la doctora Halsey y el capitán Wallace. Mostraba señales de radar no convolucionales. A John le pareció un tejido enredado.

—Allí… —La doctora Halsey señaló un punto que parpadeaba en la pantalla—. Ahí está otra vez.

El capitán Wallace se acarició la oscura barba, pensativo.

—Eso sitúa a nuestro fantasma a ochenta millones de kilómetros —dijo luego—. Aun en el caso de que fuera una nave, tardaría una hora como mínimo en acercarse lo bastante como para poder disparar. Y además… —hizo un gesto hacia la pantalla—, ha vuelto a desaparecer.

—Me permite sugerir que pasemos a alerta de batalla, capitán —dijo la doctora Halsey.

—No veo razón para hacerlo —replicó él, con tono condescendiente; estaba claro que al capitán no le hacía mucha gracia tener a una civil en el puente.

—No hemos dado a conocer esto abiertamente —replicó ella—, pero cuando los alienígenas fueron detectados por primera vez en Harvest, inicialmente aparecieron a una distancia extrema… y de repente se encontraron mucho más cerca.

—¿Un salto dentro del mismo sistema? —preguntó John.

La doctora Halsey le sonrió.

—Conjetura correcta, Spartan.

—Eso no es posible —señaló el capitán Wallace—. No se puede navegar con tanta precisión por el espacio estelar.

—Querrá decir que nosotros no podemos navegar por él con esa precisión, ¿no? —matizó ella.

El capitán contrajo y aflojó la mandíbula, y a continuación pulsó el intercomunicador.

—Les habla el capitán: todos los tripulantes a sus puestos de combate. Sellen mamparos. Repito: todos los tripulantes a sus puestos de combate. Esto no es una práctica. Reactores al noventa por ciento. Giren hacia rumbo 1-2-5.

Las luces del puente se oscurecieron y adquirieron una tonalidad roja. La cubierta resonó bajo las botas de John, y la totalidad de la nave se inclinó al virar. Las puertas herméticas se cerraron con un golpe, y dejaron a John encerrado en el puente.

La Commonwealth se estabilizó al completar el cambio de dirección, y la doctora Halsey se cruzó de brazos y se inclinó hacia adelante.

—Usaremos la nave de descenso de la Commonwealth —le susurró a John—, para ir a las instalaciones de pruebas de Chi Ceti IV. Tenemos que llegar hasta el Proyecto MJOLNIR. —Giró y volvió a observar la pantalla de radar—. Antes de que lleguen ellos. Así que dígales a los demás que se preparen.

—Sí, señora. —John pulsó el intercomunicador—. Sam, reúne al destacamento en la bodega Alfa. Quiero esa Pelican cargada y preparada para el desembarco dentro de quince minutos.

—Haremos que lo esté en diez —replicó Sam—. Más rápido si los pilotos de esas Longsword de interceptación se apartan de nuestro camino.

John habría dado cualquier cosa por estar en la cubierta inferior con ellos. Se sentía como si lo dejaran atrás.

La pantalla de radar destelló con burbujas de misteriosa luz verde… casi como si el espacio que rodeaba la Commonwealth estuviera hirviendo.

Sonó la alarma de colisión.

—¡Preparados para impacto! —dijo el capitán Wallace, y rodeó la barandilla de latón con su único brazo.

John se sujetó a un asidero que había en una pared.

A tres mil kilómetros de la proa de la Commonwealth apareció algo. Era un lustroso óvalo, con una sola juntura que corría por el borde lateral desde la proa a la popa. A lo largo del casco parpadeaban pequeñas lucecillas. La cola emitía un débil resplandor púrpura. La nave era de sólo un tercio del tamaño de la Commonwealth.

—Una nave del Covenant —dijo la doctora Halsey, que retrocedió involuntariamente ante las pantallas de visión exterior.

El capitán Wallace frunció el ceño.

—Oficial de comunicaciones: envíe una señal a Chi Ceti, a ver si pueden enviarnos refuerzos.

—Sí, señor.

A lo largo del casco de la nave alienígena se vieron destellos azules tan brillantes que, aun filtrados a través de la cámara exterior, hicieron que a John le lloraran los ojos.

El casco exterior de la Commonwealth crepitó, y las tres pantallas quedaron inundadas de electricidad estática.

—¡Pulso láser! —gritó el oficial del puesto de operaciones—. Destruida la antena de comunicaciones. El blindaje de las secciones tres y cuatro al veinticinco por ciento. Brecha en el casco en la sección tres. Sellando. —El teniente giró en la silla, con la frente perlada de sudor—. La memoria principal de la IA de la nave se ha sobrecargado —dijo.

Con la IA fuera de servicio, la nave aún podía disparar las armas y navegar por el espacio estelar, pero John sabía que se necesitaría más tiempo para calcular los saltos.

—Cambien a rumbo 0-3-0, declinación uno ocho cero —ordenó el capitán Wallace—. Arme lanzamisiles Archer del A al F. Y deme una solución de disparo.

—Sí, señor —respondieron los oficiales de navegación y artillería.

—A a F armados.

Pulsaban frenéticamente las teclas de los terminales. Pasaron segundos.

—Solución de disparo preparada, señor.

—Fuego.

—¡Disparando lanzamisiles A a F!

La Commonwealth contaba con veintiséis lanzamisiles, cada uno cargado con treinta misiles Archer altamente explosivos. En una pantalla se vio cómo se abrían los lanzamisiles del A al F, y disparaban: 180 estelas de vapor que trazaban un sendero entre la Commonwealth y la nave alienígena.

El enemigo cambió de rumbo y viró de tal modo que la parte superior de la nave quedó mirando a los misiles que se le aproximaban. Luego ascendió en línea recta a una velocidad alarmante.

Los misiles Archer desviaron su trayectoria para perseguir a la nave, pero la mitad de ellos pasaron de largo el objetivo.

Los otros impactaron. El fuego recubrió la piel de la nave alienígena.

—Buen trabajo, teniente —dijo el capitán Wallace, que le dio una palmada en un hombro al joven oficial.

La doctora Halsey frunció el ceño sin apartar los ojos de la pantalla.

—No —susurró—. Espere.

El fuego se avivó, y luego… La piel de la nave alienígena se onduló como el aire caliente que asciende desde una carretera bajo el sol de verano. Brilló con un lustre metálico plateado, luego blanco brillante… y luego el fuego se extinguió y dejó ver la nave que había debajo.

Estaba completamente intacta.

—Escudos de energía —murmuró la doctora Halsey. Se dio unos golpecitos en el labio inferior, pensativa—. Incluso las naves tan pequeñas como ésa tienen escudos de energía.

—Teniente —le vociferó el capitán al oficial de navegación—. Apague los motores principales y encienda los reactores de maniobra. Vire y sitúese de modo que quedemos mirando directamente a esa cosa.

—Sí, sí, señor.

El rumor de los motores principales de la Commonwealth se debilitó hasta cesar por completo, y la nave viró. La inercia hizo que la nave continuara a gran velocidad hacia las instalaciones de pruebas, ahora volando hacia atrás.

—¿Qué está haciendo, capitán? —preguntó la doctora Halsey.

—Arme el MAC —dijo el capitán Wallace al oficial de artillería—. Proyectil pesado.

John lo entendió: si se le volvía la espalda a un enemigo sólo se lograba otorgarle una ventaja.

El MAC —un cañón de aceleración magnética— era el arma principal de la Commonwealth. Disparaba una bomba compacta de tungsteno ferroso. La tremenda masa y velocidad del proyectil desintegraba la mayoría de las naves al impactar. A diferencia de los misiles Archer, la bomba del MAC carecía de un sistema de autoguiado; la solución de disparo tenía que ser perfecta para que diera en el blanco, cosa que no resultaba fácil de hacer cuando ambas naves se movían a gran velocidad.

—Condensadores del MAC cargándose —anunció el oficial de artillería.

La nave del Covenant se situó de costado hacia la Commonwealth.

—Sí —murmuró el capitán—. Presentadme un blanco más grande.

Puntos de luz destellaron y luego se encendieron a lo largo del casco de la nave alienígena.

Las pantallas de visión tácticas del morro de la Commonwealth se apagaron.

John oyó chisporroteos por encima de su cabeza, y luego los golpes sordos de las descompresiones explosivas.

—Más impactos de láser —informó el oficial de operaciones—. Blindaje de las secciones tres a siete reducida a tres centímetros. Destruida la antena de navegación. Brechas en el casco en las cubiertas dos, cinco y nueve. Tenemos una fuga en los tanques de combustible de babor. —La mano del teniente danzaba temblorosamente por los controles—. Bombeando combustible a los tanques de flujo inverso de estribor. Sellando secciones.

John cambiaba el peso de un pie a otro. Tenía que moverse. Actuar. Permanecer ahí de pie, sin poder reunirse con su destacamento ni hacer nada más, iba en contra hasta de la última fibra de su ser.

—MAC al cien por ciento —gritó el oficial de artillería—. ¡Preparado para disparar!

—¡Fuego! —ordenó el capitán Wallace.

Las luces del puente se amortecieron y la Commonwealth se estremeció. El proyectil MAC voló a través del espacio, un lingote de metal al rojo vivo que avanzaba a treinta mil metros por segundo.

Los motores de la nave del Covenant se encendieron y la nave viró para alejarse…

… demasiado tarde. El pesado proyectil llegó hasta ella e impactó en la proa de su objetivo.

La nave del Covenant salió girando hacia atrás por el espacio. Los escudos de energía resplandecieron con la brillantez del rayo… luego oscilaron, se oscurecieron y apagaron.

La tripulación del puente lanzó un grito de victoria.

Salvo la doctora Halsey. John observó la pantalla mientras ella ajustaba los controles de la cámara y enfocaba la nave del Covenant con un efecto zoom.

Los erráticos giros de la nave se hicieron más lentos y cesaron. La nave tenía el morro aplastado y por él escapaba atmósfera al vacío. En el interior parpadeaban diminutos fuegos. La nave giró lentamente sobre sí y volvió a dirigirse hacia ellos… cada vez más rápido.

—Debería haber sido destruida —susurró la doctora.

Diminutas burbujas rojas aparecieron en el casco de la nave del Covenant. Relumbraron, se intensificaron y fueron reuniéndose a lo largo de la línea lateral.

—Prepare otro proyectil —dijo el capitán Wallace.

—Sí, sí —replicó el oficial de artillería—. Carga al treinta por ciento. Solución de disparo preparada, señor.

—No —dijo la doctora Halsey—. Maniobras evasivas, capitán. ¡Ya!

—No estoy dispuesto a que se cuestione mi mando, señora. —El capitán se volvió a mirarla—. Y con todos los respetos, doctora, menos aún a que lo cuestione alguien que carece de experiencia de combate. —Se irguió con rigidez y se llevó la mano a la espalda—. No puedo hacerla expulsar del puente porque los mamparos están sellados… pero otra salida de tono como ésa, doctora, y la haré amordazar.

John le lanzó una rápida mirada a la doctora Halsey. Se había puesto roja, aunque él no sabía si de vergüenza o de furia.

—MAC cargado al cincuenta por ciento.

Las luces rojas continuaron reuniéndose a lo largo de la línea lateral de la nave del Covenant hasta formar una banda continua, que entonces se hizo más brillante.

—Carga al ochenta por ciento.

—Están girando, señor —anunció el oficial de navegación—. Se están situando a estribor.

—Noventa y cinco por ciento de carga… cien por ciento —anunció el oficial de navegación.

—Envíelos al Hades, teniente. Fuego.

Las luces volvieron a oscurecerse. La Commonwealth se estremeció, y un proyectil de trueno y fuego hendió la negrura.

La nave del Covenant permaneció donde estaba. La luz rojo sangre que se había acumulado en el lateral salió disparada… hacia la Commonwealth, y pasó a apenas un kilómetro del proyectil MAC. La luz roja relumbraba y palpitaba casi como si fuera líquida; los bordes ondulaban y se agitaban. Se alargó en forma de lágrima de luz rubí de cinco metros de largo.

—Maniobras evasivas —gritó el capitán Wallace—. ¡Propulsores de emergencia hacia babor!

La Commonwealth se apartó lentamente de la trayectoria del arma de energía del Covenant.

El proyectil MAC impactó en el centro de la nave alienígena. El escudo brilló y bulló… para luego desaparecer. El proyectil MAC atravesó la nave, que fue lanzada por el espacio, girando sin control.

La bola de luz también avanzaba. Y comenzó a seguir a la Commonwealth.

—Motores… plena potencia a popa —ordenó el capitán. La Commonwealth retronó y se ralentizó.

La luz debería haber pasado de largo; en cambio, describió un arco cerrado e impactó por babor en el centro de la nave.

El aire se inundó de pequeñas detonaciones y crepitaciones. La Commonwealth se escoró hacia estribor, luego completó la vuelta de campana y siguió girando.

—¡Estabilice! —gritó el capitán—. Propulsores de estribor.

—Se informa de incendios en las secciones de la uno a la veinte —dijo el oficial de operaciones, a cuya voz afloraba el pánico—. Las cubiertas uno a siete de la sección uno… se han fundido, señor. Han desaparecido.

El calor aumentaba de modo notable en el puente. El sudor comenzó a perlar la espalda de John y bajarle por la columna vertebral. Nunca se había sentido tan impotente. Los compañeros que había dejado en la cubierta inferior, ¿estaban vivos o muertos?

—Todo el blindaje de babor ha quedado destruido. Las cubiertas dos a cinco de las secciones tres, cuatro y cinco están ahora fuera de contacto, señor. ¡Es un fuego que nos está atravesando!

El capitán Wallace permanecía de pie sin decir una sola palabra. Contemplaba la única pantalla operativa que les quedaba.

La doctora Halsey avanzó un paso.

—Con todos los respetos, capitán, le sugiero que alerte a la tripulación para que cojan las mochilas de respiración. Deles treinta segundos y luego vacíe la atmósfera de todas las cubiertas, salvo el puente.

El oficial de comunicaciones miró al capitán.

—Hágalo —dijo el capitán—. Dé la alerta.

—Cubierta trece destruida —anunció el oficial de operaciones—. El fuego se está acercando al reactor. La estructura del casco comienza a curvarse.

—Vacíe atmósfera ahora —ordenó el capitán Wallace.

—Sí, sí —replicó el oficial de operaciones.

Se oyó el sonido de golpes sordos a través del casco… y luego reinó el silencio.

—El fuego está extinguiéndose —dijo el oficial de operaciones—. La temperatura del casco desciende… se estabiliza.

—¿Con qué demonios nos han dado? —exigió saber el capitán Wallace.

—Con plasma —replicó la doctora Halsey—. Pero no con ninguno que nosotros conozcamos… pueden, de hecho, guiar su trayectoria a través del espacio sin valerse de ningún mecanismo detectable. Asombroso.

—Capitán —dijo el navegante—. La nave alienígena nos persigue.

La nave del Covenant —con un agujero de borde rojo abierto en el centro— giró y comenzó a navegar hacia la Commonwealth.

—¿Cómo…? —dijo el capitán Wallace, incrédulo. Recobró la compostura con rapidez—. Cargue el MAC.

—El sistema MAC ha sido destruido, capitán —dijo el oficial de artillería, con lentitud.

—En ese caso, somos como blancos fijos —murmuró el capitán.

La doctora Halsey se inclinó contra la barandilla de latón.

—No del todo. La Commonwealth lleva tres misiles nucleares, ¿correcto, capitán?

—Una detonación a tan corta distancia nos destruiría también a nosotros.

Ella frunció el ceño y se rodeó el mentón con una mano.

—Discúlpeme, señor —intervino John—. Las tácticas alienígenas han sido, hasta ahora, innecesariamente virulentas… como las de un animal. No tenían por qué recibir el impacto del segundo proyectil MAC mientras nos disparaban. Pero querían situarse en posición para dispararnos. En mi opinión, se detendrán y lucharán contra cualquier cosa que los desafíe.

El capitán miró a la doctora Halsey.

Ella se encogió de hombros y asintió con la cabeza.

—¿Los interceptores Longsword?

El capitán Wallace les volvió la espalda y se cubrió la cara con su única mano. Suspiró, asintió con la cabeza y activó el intercomunicador.

—Escuadrón Delta Longsword, les habla el capitán. Saquen sus naves al vacío, muchachos, y entren en combate con la nave enemiga. Necesito que ganen un poco de tiempo para nosotros.

—Entendido, señor. Preparados para lanzamiento. Vamos de camino.

—Media vuelta —le dijo el capitán al oficial de navegación—. Deme la máxima velocidad y el mejor vector en dirección a la órbita de Chi Ceti Cuatro.

—Hay una fuga de refrigerante en los reactores, señor —replicó el oficial de operaciones—. Podemos poner los motores al treinta por ciento, no más.

—Que sea un cincuenta por ciento —replicó el capitán, y se volvió hacia el oficial de artillería—. Arme una de nuestras cabezas Shiva. Prográmela para una proximidad de cien metros.

—Sí, señor.

La Commonwealth dio media vuelta. John sintió el cambio en el estómago y se aferró a la barandilla de latón con más fuerza. El giro se hizo más lento, la nave se detuvo y luego aceleró.

—Reactor llegando a la línea roja —informó el oficial de operaciones—. Fusión en veinticinco segundos.

A través de los altavoces se oyó un restallar, un siseo de estática, y luego:

—Interceptores Longsword entrando en combate con el enemigo, señor.

A través de la cámara de popa restante se vieron destellos de luz: los de color azul frío de las armas de energía del Covenant y las bolas de fuego de los misiles de las Longsword.

—Dispare el misil —dijo el capitán.

—Fusión en diez segundos.

—Misil disparado.

Una estela de vapor dividió la negrura del espacio.

—Cinco segundos hasta la fusión —dijo el oficial de operaciones—. Cuatro, tres, dos…

—Cambie de motor de plasma a espacial —ordenó el capitán—. Cierre la energía de todos los sistemas.

La nave del Covenant quedó silueteada por un blanco puro durante una fracción de segundo, y luego la pantalla se apagó. Al igual que las luces del puente.

Pero John podía ver perfectamente. Los oficiales del puente, la doctora Halsey que se aferraba a la barandilla, el capitán Wallace que, firme, dedicaba un saludo militar a los pilotos que acababa de enviar a la muerte.

El casco de la Commonwealth retumbó y se oyeron sonidos metálicos al ser envuelta por la onda expansiva. El ruido se hizo más fuerte, un rugido subsónico sacudió a John hasta los huesos.

El sonido pareció eternizarse en la oscuridad. Disminuyó… y luego cesó por completo.

—Vuelva a darnos potencia —dijo el capitán—. Lentamente. Diez por ciento de los rectores, si es posible.

Se encendieron las luces del puente, mortecinas, pero funcionales.

—Informe —ordenó el capitán.

—Todos los sensores desactivados —replicó el oficial de operaciones—. Reiniciando computadora de emergencia. Esperando. Escaneando. Muchos escombros. Ahí atrás está muy caliente. Todos los interceptores Longsword vaporizados. —Alzó la mirada. El color había abandonado su rostro—. Nave del Covenant… intacta, señor.

—No —dijo el capitán, y cerró el puño.

—Pero se aleja —dijo el oficial de operaciones con un visible suspiro de alivio—. Muy lentamente.

—¿Qué se necesita para destruir una de esas cosas? —susurró el capitán.

—No sabemos si nuestras armas pueden destruirlos —replicó la doctora Halsey—. Pero al menos sabemos que podemos volverlas más lentas.

El capitán se irguió.

—Máxima velocidad posible hacia las instalaciones de pruebas de Damascus. Ejecutaremos una órbita, y luego continuaremos hacia un punto situado a veinte millones de kilómetros para hacer reparaciones.

—¿Capitán? —dijo la doctora Halsey—. ¿Una órbita?

—Tengo órdenes de llevarlos hasta la instalación y recoger lo que la Sección Tercera ha escondido allí, señora. Mientras estemos en órbita pasajera, una nave de descenso los trasladarán a usted y su… —le lanzó una mirada a John—, tripulación a la superficie del planeta. Si la nave del Covenant regresa, seremos el cebo que los aleje.

—Entiendo, capitán.

—Nos encontraremos en la órbita no más tarde de las 19.00 horas.

La doctora Halsey se volvió hacia John.

—Debemos darnos prisa. No tenemos mucho tiempo… y hay muchísimas cosas que debo mostrarles a los Spartans.

—Sí, señora —dijo John. Paseó una larga mirada por el puente y deseó no tener que volver nunca más.