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06.00 HORAS, 2 DE NOVIEMBRE DE 2525 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA EPSILON ERIDANI, COMPLEJO MILITAR DE LA UNSC EN REACH, PLANETA REACH
John se preguntó quién habría muerto. Sólo en una ocasión anterior habían recibido los Spartans la orden de formar en uniforme de gala: una ceremonia funeraria.
El Corazón Púrpura que le había sido concedido después de la última misión, brillaba sobre su pecho. Se había asegurado de sacarle el máximo lustre. Destacaba contra la lana negra de la chaqueta de gala. De vez en cuando, John la miraba para asegurarse de que aún la llevaba puesta.
Se encontraba sentado en la tercera fila del anfiteatro, de cara a la plataforma central. Los demás Spartans se sentaron rápidamente en las gradas dispuestas en anillas concéntricas. Se encendieron los focos sobre el escenario desierto.
Ya había estado antes en la sala de reuniones protegida contra sistemas de escucha de las instalaciones de Reach. Allí era donde la doctora Halsey les había dicho que iban a ser soldados. Allí era donde había cambiado su vida, y donde le habían dado un propósito.
El sargento Méndez entró en la sala y se encaminó hacia la plataforma central. También él llevaba el uniforme negro de gala. Tenía el pecho cubierto de estrellas de plata y bronce, tres Corazones Púrpura, una condecoración de la Legión de Honor Roja y un arco iris de cintas de campaña. Hacía poco que se había afeitado la cabeza.
Los Spartans se levantaron y se pusieron en posición de firmes.
Entró la doctora Halsey. A John le pareció más mayor, con las patas de gallo y las comisuras de la boca más marcadas, y vetas grises en el pelo negro. Pero sus ojos azules eran tan intensos como siempre. Llevaba pantalones grises anchos, una camisa negra, y las gafas le colgaban del cuello mediante una cadena de oro.
—Almirante en el puente —anunció Méndez.
Todos se cuadraron aún más.
Un hombre diez años mayor que la doctora Halsey subió a la plataforma. Su corto pelo gris parecía un casco de acero. Sus andares tenían una cierta tendencia al salto —lo que los tripulantes de las naves llamaban «andares del espacio»—, por haber pasado demasiado tiempo en microgravedad. Llevaba un sencillo uniforme negro de gala, sin adornos. Ni medallas ni cintas de campaña. Los galones de los antebrazos de la chaqueta, no obstante, eran inconfundibles: la solitaria Estrella de Oro de almirante.
—Descansen, Spartans —dijo—. Soy el almirante Stanforth.
Los Spartans se sentaron a la vez.
Sobre el escenario se arremolinaron motas de polvo que se posaron sobre una figura ataviada con ropón. Su cara quedaba oculta dentro de las sombras de la capucha. John no distinguió manos en el extremo de las mangas.
—Éste es Beowulf —dijo el almirante Stanforth, al tiempo que hacía un gesto hacia la fantasmal criatura. Su voz era serena, pero el desagrado se le manifestaba en el rostro—. Es nuestro IA agregado, de la Oficina de Inteligencia Naval.
Le volvió la espalda al IA.
—Esta mañana tenemos varios temas importantes que cubrir, así que comencemos.
Las luces se oscurecieron. En el centro de la sala apareció un sol color ámbar con tres planetas girando en órbitas bajas en torno a él.
—Ésta es Harvest —dijo, señalando uno de ellos—. Población de aproximadamente tres millones. Aunque se encuentra en la periferia del espacio controlado por la UNSC, este mundo es una de nuestras colonias más productivas y pacíficas.
La vista holográfica se acercó a la superficie del planeta con un efecto zoom para mostrar pasturas y bosques, así como un millar de lagos repletos de bancos de peces.
—A las 12.23 horas del 3 de febrero del calendario militar, la plataforma orbital de Harvest estableció contacto de radar de larga distancia con este objeto.
Sobre el escenario apareció una silueta difusa.
—El análisis espectroscópico resultó poco concluyente —continuó el almirante Stanforth—. El objeto está construido con un material que nos es desconocido.
En un lado de la pantalla apareció un gráfico de absorción molecular cuyas puntas y líneas dentadas indicaban las proporciones relativas de los elementos.
Beowulf desenfocó la imagen. Las palabras «CLASIFICADO: SÓLO PARA SUS OJOS» aparecieron sobre los datos difuminados.
El almirante Stanforth le lanzó una mirada feroz a la IA.
—Poco después —continuó—, se perdió el contacto con Harvest. La Administración Militar Colonial envió a la nave exploradora Argo para que investigara. Esa nave llegó al sistema el 20 de abril, pero aparte de una breve transmisión para confirmar su posición de salida del espacio estelar, no envió ningún otro informe.
»En respuesta a esto, la FLEETCOM envió a un grupo de batalla a investigar. El grupo consistía en el destructor Heracles, a las órdenes del capitán Veredi, así como las fragatas Arabia y Vostok. Entraron en el sistema Harvest el diecisiete de octubre, y descubrieron lo siguiente.
El holograma del planeta Harvest cambió. Los hermosos campos y onduladas colinas se transformaron para convertirse en un desierto plagado de cráteres. Una débil luz solar se reflejaba sobre una corteza vidriosa. De la superficie ascendían ondas de calor. Algunas regiones relumbraban al rojo.
—Esto es lo que quedaba de la colonia. —El almirante hizo una pausa momentánea y se quedó mirando fijamente la imagen, para luego continuar—. Damos por supuesto que todos los habitantes han muerto.
Tres millones de vidas perdidas. John no podía ni imaginar el terrible poder que había sido necesario para matar a tantos… y por un momento se sintió desgarrado entre el horror y la envidia. Miró el Corazón Púrpura que llevaba prendido sobre el pecho y recordó a sus camaradas perdidos. ¿Cómo podía comparar una simple herida de bala con tantas vidas desperdiciadas? De repente, ya no se sintió orgulloso de la condecoración.
—Y esto es lo que el grupo de batalla del Heracles encontró en la órbita —les dijo el almirante Stanforth.
La silueta borrosa que aún era visible, flotando en el aire, fue enfocada con total claridad. Tenía un aspecto suave y orgánico, y el casco tenía un extraño lustre opalescente; se parecía más al caparazón de un insecto exótico que al casco metálico de una nave espacial. Hundidas en la sección de popa había cápsulas que palpitaban con un resplandor blanco purpúreo.
La proa de la nave era como la cabeza de una ballena. John pensó que poseía una extraña belleza de depredador.
—Una nave no identificada —continuó el almirante—, que lanzó un ataque inmediato contra nuestras fuerzas.
En la nave se produjeron destellos azules. Y luego aparecieron rojas motas de luz a lo largo de su casco. Unos rayos de energía se unieron para formar una mancha ardiente en medio de la negrura del espacio. Los mortales destellos de luz impactaron contra la Arabia, y se propagaron por el casco. Las placas de un metro de grosor del blindaje se vaporizaron al instante, y por una grieta en el casco manó con fuerza un vapor de atmósfera encendida.
—Ésos eran rayos de pulsos láser —explicó el almirante Stanforth—, y, si puede darse crédito a esta grabación, alguna clase de proyectil autoguiado de plasma recalentado.
El Heracles y la Vostok lanzaron andanadas de cohetes hacia la nave. Los cañones láser del enemigo hicieron estallar a la mitad de los proyectiles antes de que llegaran al objetivo. El resto impactaron en el objetivo, estallaron en una estrella de fuego… y se extinguieron con rapidez. La extraña nave brilló con un recubrimiento plateado semitransparente, que luego desapareció.
—También parecen tener algún tipo de escudo de energía reflectante. —El almirante Stanforth inspiró profundamente, y su rostro se endureció para transformarse en una máscara de implacable resolución—. La Vostok y la Arabia se perdieron con todos sus tripulantes. El Heracles logró saltar fuera del sistema, pero, a causa de los daños sufridos, el capitán Veredi tardó varias semanas en regresar a Reach.
»Estas armas y estos sistemas defensivos están actualmente fuera del alcance de nuestra tecnología. Por lo tanto… esta nave es de origen no humano. —Hizo una pausa, para luego añadir—. Son producto de una raza que posee una tecnología muy avanzada con respecto a la nuestra.
Un murmullo recorrió la sala.
—Nosotros, por supuesto, habíamos ya desarrollado una serie de posibles situaciones de primer contacto con otras razas —continuó el almirante—, y el capitán Veredi siguió los protocolos preestablecidos. Habíamos esperado que el contacto con una nueva raza fuera pacífico. Obviamente, no ha sido éste el caso; la nave desconocida no abrió fuego hasta que nuestro destacamento intentó iniciar las comunicaciones.
Hizo una pausa para considerar sus propias palabras.
—Se interceptaron fragmentos de las transmisiones del enemigo —continuó—. Hemos traducido algunas palabras. Creemos que se denominan a sí mismos como «El Covenant». No obstante, la nave alienígena emitió el siguiente mensaje sin codificar, antes de abrir fuego.
Le hizo un gesto a Beowulf, que asintió con la cabeza. Un momento después, una voz tronó en los altavoces del anfiteatro. John se puso rígido en el asiento al oírla; la voz tenía un sonido raro, artificial, era extrañamente formal y serena, pero cargada de furia y amenaza.
— Vuestra destrucción es la voluntad de los dioses… y nosotros somos su instrumento.
John estaba pasmado. Se puso de pie.
—¿Sí, Spartan? —preguntó Stanforth.
—Señor, ¿esto es una traducción?
—No —replicó el almirante—. Esto nos lo transmitieron en nuestro propio idioma. Creemos que usaron algún tipo de sistema de traducción para el mensaje… pero eso significa que han estado estudiándonos durante cierto tiempo.
John volvió a sentarse.
—El primero de noviembre se le dio la orden de alerta máxima a la UNSC —dijo Stanforth—. El vicealmirante Preston Colé está movilizando la flota más grande de la historia de la humanidad para reconquistar el sistema de Harvest y hacer frente a esta nueva amenaza. El mensaje que nos transmitieron dejó perfectamente clara una cosa: están buscando pelea.
Sólo los años de disciplina militar lograron mantener a John quieto en el asiento, ya que de lo contrario se habría levantado para presentarse voluntario allí y en aquel mismo momento. Habría dado cualquier cosa para ir a luchar. Ésta era la amenaza para la que él y los demás Spartans habían estado entrenándose durante toda su vida, de eso estaba seguro. No para los rebeldes dispersos, los piratas o los disidentes políticos.
—Debido a esa movilización que está teniendo lugar en todo el ámbito de la UNSC —prosiguió el almirante Stanforth—, su programa de entrenamiento será acelerado hasta la fase final: el Proyecto MJOLNIR.
Se apartó del podio y se cogió las manos por detrás de la espalda.
—A ese respecto, me temo que tengo que hacer otro desagradable anuncio. —Se volvió a mirar al sargento—. El sargento Méndez nos abandonará para entrenar al siguiente grupo de Spartans. ¿Sargento?
John se aferró al borde del asiento. El sargento Méndez siempre había estado allí para ellos, como única constante del universo. Era como si el almirante Stanforth le hubiera dicho que Epsilon Eridani abandonaría el sistema Reach.
El sargento avanzó hasta el podio y cerró las manos sobre él.
—Reclutas —dijo—, dentro de poco acabará su entrenamiento, y ascenderán al grado de cabo primero de la UNSC. Una de las primeras cosas que aprenderán será que el cambio forma parte de la vida del soldado. Harán amigos y los perderán. Se desplazarán. Eso forma parte de su oficio.
Miró hacia las gradas, y sus ojos se posaron en cada uno de ellos. Asintió con la cabeza, aparentemente satisfecho de lo que veía.
—Los Spartans son el mejor grupo de soldados que jamás haya conocido —dijo—. Ha sido un privilegio entrenarlos. Nunca olviden lo que he intentado enseñarles: deber, honor y sacrificio por el bien mayor de la humanidad son las cualidades que les convierten en los mejores.
Guardó silencio durante un momento, buscando más palabras; pero, al no encontrarlas, se cuadró y saludó.
—Firmes —bramó John. Los Spartans se levantaron como uno solo y saludaron al sargento.
—Pueden marcharse, Spartans —dijo el sargento Méndez—. Y buena suerte. —Concluyó el saludo.
Los Spartans bajaron enérgicamente el brazo. Vacilaron, y luego, a regañadientes, salieron del anfiteatro.
John se quedó atrás. Tenía que hablar con el sargento Méndez.
La doctora Halsey habló brevemente con el sargento y el almirante, y se marchó junto con este último. Beowulf caminó hacia la pared del fondo y desapareció como un fantasma.
El sargento recogió la gorra, vio a John y se encaminó hacia él. Señaló con la cabeza el holograma de la carbonizada colonia Harvest que aún rotaba en el aire.
—Una última lección, cabo —dijo—. ¿Qué opciones tácticas tiene usted cuando ataca a oponentes más poderosos?
—¡Señor! —replicó John—. Hay dos opciones. Atacar velozmente y con todas las fuerzas el punto más débil y matarlos antes de que tengan oportunidad de reaccionar.
—Muy bien —dijo el sargento—. ¿Y la otra opción?
—Retirarse —replicó John—. Emprender acciones de guerrilla o pedir refuerzos.
El sargento suspiró.
—Ésas son las respuestas correctas —dijo—, pero esta vez podría no bastar con lo correcto. Siéntese, por favor.
John obedeció, y el sargento se sentó junto a él en la grada.
—Existe una tercera opción. —Méndez le dio vueltas al sombrero entre las manos—. Una opción que antes o después otros podrían considerar…
—¿Señor?
—La rendición —susurró el sargento—. Esa, sin embargo, nunca es una opción para los que son como usted y como yo. Nosotros no podemos permitirnos el lujo de rendirnos. —Alzó los ojos hacia Harvest, una destellante bola de vidrio—. Y dudo que un enemigo como ése nos permita rendirnos.
—Creo que lo entiendo, señor.
—Asegúrese de que así sea. Y asegúrese de no permitir que nadie más se rinda. —Miró hacia las sombras del otro lado de la plataforma—. El Proyecto MJOLNIR convertirá a los Spartans en algo… nuevo. Algo en lo que yo jamás podría haberlos convertido. No puedo explicárselo del todo porque ese maldito espectro de la Oficina de Inteligencia Naval todavía está aquí, escuchando, pero confíe en la doctora Halsey.
El sargento se metió una mano en un bolsillo de la chaqueta.
—Esperaba verlo antes de que me enviaran fuera de aquí. Tengo algo para usted. —Dejó un pequeño disco de metal sobre la grada, entre ambos.
»Cuando llegó aquí por primera vez —dijo el sargento—, luchó contra los entrenadores que le quitaron esto… rompió unos cuantos dedos, según recuerdo. —En sus cincelados rasgos apareció una rara sonrisa.
John recogió el disco y lo examinó. Era una moneda de plata antigua. La hizo girar entre los dedos.
—Tiene un águila en una cara —dijo Méndez—. Ese pájaro es como usted: rápido y mortífero.
John cerró los dedos en torno a la moneda.
—Gracias, señor.
Tenía ganas de decir que era rápido y fuerte porque él, el sargento, había hecho que lo fuera. Tenía ganas de decirle que estaba dispuesto a defender a la humanidad contra esta nueva amenaza. Tenía ganas de decir que sin él, sin Méndez, no tendría propósito, ni integridad, ni un deber que cumplir. Pero John no encontraba las palabras. Simplemente, se quedó allí sentado.
Méndez se puso de pie.
—Ha sido un honor servir con usted. —En lugar de saludar, le tendió la mano.
John se puso de pie, tomó la mano del sargento, y la estrechó. Hacerlo requirió un tremendo esfuerzo, porque todos sus instintos le gritaban que saludara.
—Adiós —dijo el sargento Méndez.
Giró bruscamente sobre los talones y salió de la estancia a grandes zancadas.
John no volvió a verlo nunca más.