NUEVE

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06.05 HORAS, 12 DE SEPTIEMBRE DE 2525 (CALENDARIO MILITAR) / DESTRUCTOR DE LA UNSC «PIONEER», EN RUTA HACIA EL SISTEMA ERIDANUS.

John y los demás Spartans estaban de pie, en posición de descanso.

La sala de reunión del destructor de la UNSC Pioneer lo hacía sentir incómodo. Los proyectores holográficos del frente de la sala triangular mostraban el campo de estrellas que era visible desde la proa de la nave. John no estaba habituado a ver tanto espacio; continuamente esperaba que la sala se descomprimiera explosivamente.

Las estrellas parpadearon y se desvanecieron, y las luces de lo alto se encendieron. Entraron el sargento Méndez y la doctora Halsey.

Los Spartans se pusieron en posición de firmes.

—Descansen —dijo Méndez. Se cogió las manos a la espalda y se le contrajeron los músculos de la mandíbula. El sargento parecía casi… nervioso.

Eso también puso nervioso a John.

La doctora Halsey se encaminó al podio. Las luces de lo alto se le reflejaron en las gafas.

—Buenos días, Spartans. Tengo buenas noticias para ustedes. Ha llegado la orden. El Almirantazgo ha decidido poner a prueba sus habilidades únicas. Tienen una nueva misión: una base insurgente del sistema Eridanus.

En la pared apareció un mapa estelar, y se produjo un efecto zoom para mostrar un sol ambar rodeado por doce planetas.

—En 2513, las fuerzas de la UNSC neutralizaron una insurrección armada que se produjo en el sistema; fue la Operación TREBUCHET.

Apareció un mapa táctico del interior del sistema, y en él se encendieron diminutos iconos que representaban destructores y naves de transporte. Se enfrentaban con una flota de un centenar de naves más pequeñas. Contra el fondo oscuro aparecieron puntitos de disparos.

—La insurrección fue aplastada —continuó la doctora Halsey—. Sin embargo, algunos elementos de las fuerzas rebeldes escaparon y se reagruparon en el cinturón de asteroides del sistema.

El mapa parpadeó y la imagen de desplazó al interior del círculo de rocas que rodeaba la estrella.

—Billones de rocas —continuó la doctora Halsey—, en las que se ocultaron de nuestras fuerzas… y donde continúan escondidos hasta el día de hoy. Durante un tiempo, la Oficina de Inteligencia Naval pensó que los rebeldes estaban desorganizados y que carecían de liderazgo. Parece que eso ha cambiado.

»Creemos que uno de estos asteroides ha sido vaciado, y que dentro de él se ha construido una base formidable. Las exploraciones del cinturón realizadas por la UNSC se han encontrado con una total ausencia de avistamientos, o bien con una emboscada tendida por una fuerza superior.

Hizo una pausa, y se subió las gafas que se deslizaban por la nariz.

—La Oficina de Inteligencia Naval ha confirmado también que la FLEETCOM ha descubierto una brecha de seguridad dentro de su organización, un simpatizante de los rebeldes que les filtra información.

John y los otros Spartans se inquietaron. ¿Una filtración? Era posible. Déjà les había mostrado muchas batallas históricas que se habían ganado o perdido a causa de traidores o informadores. Pero nunca se le había ocurrido que eso pudiera suceder dentro de la UNSC.

Una imagen plana apareció por encima del mapa estelar: un hombre de mediana edad que comenzaba a perder el cabello, con barba pulcramente recortada y acuosos ojos grises.

—Éste es su cabecilla —dijo la doctora Halsey—. El coronel Robert Watts. La fotografía original fue tomada después de la operación TREBUCHET, y se la ha envejecido por computadora.

»La misión de ustedes es infiltrarse en la base rebelde, capturar a Watts y devolverlo, vivo e ileso, al espacio controlado por la UNSC. Esto privará a los rebeldes de su nuevo cabecilla. Y a la Oficina de Inteligencia Naval le dará la oportunidad de interrogar a Watts y desenmascarar a los traidores que haya dentro de la Comandancia de la Flota.

La doctora Halsey se apartó a un lado.

—¿Sargento Méndez?

Méndez exhaló y se soltó las manos que tenía cogidas a la espalda. Avanzó hasta el podio y se aclaró la garganta.

—Esta operación será diferente de las misiones previas. Se enfrentarán al enemigo usando munición real y fuerza letal. Ellos les devolverán el favor. Si existe cualquier duda, cualquier confusión —y no se engañen: en combate habrá confusión—, no corran ni el más mínimo riesgo. Maten primero, pregunten después.

»En esta misión, el apoyo se limitará a los recursos y capacidad de disparo de este destructor —continuó Méndez—. Será así para minimizar la posibilidad de que haya una filtración en la estructura de mando.

Méndez avanzó hasta el mapa estelar. La cara del coronel Watts desapareció, y fue reemplazado por los planos de una nave de carga de clase Parábola.

—Aunque desconocemos el emplazamiento de la base rebelde, creemos que reciben envíos periódicos de Eridanus II. La nave de carga Laden, independiente, saldrá del muelle espacial dentro de seis horas para realizar una revisión rutinaria de los motores. La están cargando con la comida y el agua suficientes como para abastecer a una ciudad pequeña. Además, el capitán ha sido identificado como oficial rebelde que se pensaba que había muerto durante la operación TREBUCHET.

»Se escabullirán ustedes a bordo de esta nave de carga que esperemos que los lleve hasta la base rebelde. Una vez allí, infíltrense en las instalaciones, apodérense de Watts y márchense de esa roca como puedan.

El sargento Méndez los miró a todos.

—¿Preguntas?

—Señor —dijo John—. ¿Qué opciones de rescate tenemos?

—Tendrán dos opciones: un botón de pánico que transmitirá una señal de socorro a una nave de escucha preestablecida; y, además, la Pioneer permanecerá a la escucha… brevemente. Nuestra ventana aquí es de trece horas. —Tocó el mapa estelar en el borde del cinturón de asteroides, y se encendió un marcador azul para la nave—. Dejaré a criterio de ustedes la elección del medio de rescate. Pero déjeme señalar que este cinturón de asteroides tiene una circunferencia de más de un billón de kilómetros… lo cual hace que resulte imposible sondearlo con naves de vigilancia de la Oficina de Inteligencia Naval. Si las cosas se ponen feas, estarán solos.

»¿Alguna otra pregunta?

Los Spartans permanecieron silenciosos e inmóviles.

—¿No? Bien, escuchen, reclutas —añadió Méndez—. Esta vez les he revelado todas las trampas de las que tengo noticia. Estén preparados para cualquier cosa. —Su mirada se clavó en John—. Jefe de Destacamento, a partir de este momento se le asciende a Cabo.

—¡Señor! —John se cuadró.

—Reúna a su destacamento y equipos. Preparados para formar a las 03.00. Los dejaremos en los muelles de Eridanus II. A partir de allí, estarán solos.

—¡Sí, señor! —dijo John.

Méndez saludó, y a continuación él y la doctora Halsey se marcharon de la sala.

John se volvió de cara a sus compañeros de equipo. Los demás Spartans estaban todos en posición de firmes. Treinta y tres; demasiados para esta operación. Necesitaba un equipo pequeño: cinco o seis como máximo.

—Sam, Kelly, Linda y Fred, reuníos conmigo en la armería dentro de diez minutos. —Los demás Spartans suspiraron y bajaron los ojos hacia la cubierta—. El resto de vosotros quedáis dispensados. Os tocará la parte más difícil de la misión. Tendréis que esperar aquí.

* * *

La armería del destructor Pioneer había sido abastecida con una desconcertante serie de pertrechos de combate. Sobre una mesa había pistolas, cuchillos, equipos de comunicación, explosivos antiblindaje personal, botiquín de primeros auxilios, equipo de supervivencia, ordenadores portátiles e incluso una mochila de propulsores para maniobrar en el espacio.

No obstante, dado que lo más importante era su equipo, John evaluó a los miembros del mismo.

Sam se había recuperado del proceso de acrecentamiento con mayor rapidez que cualquiera de los otros Spartans. Se paseaba con impaciencia en torno a los cajones de granadas. Era el más fuerte de todos ellos, una cabeza más alto que John. El pelo color arena había vuelto a crecerle hasta un largo de tres centímetros. El sargento Méndez le había advertido que dentro de poco parecería un civil.

Kelly, por el contrario, era la que más había tardado en recobrarse. Se encontraba en un rincón, con los brazos cruzados sobre el pecho. John había pensado que no lo lograría. Aún estaba flaca y el pelo todavía no había vuelto a crecerle. El rostro, no obstante, continuaba teniendo aquella belleza áspera y angulosa. También le daba un poco de miedo a John. Antes ya era veloz… ahora nadie podía tocarla si ella no lo permitía.

Fred estaba sentado sobre la cubierta con las piernas cruzadas, y hacía girar un cuchillo de combate afilado como una navaja en destellantes arcos. Siempre quedaba segundo en todas las pruebas, pero era sólo porque no le gustaba ser objeto de atención. No era ni alto ni bajo. No era ni excesivamente musculoso ni delgado. Su pelo corto era negro con franjas plateadas (un rasgo que no había tenido antes del acrecentamiento). Si alguien del grupo podía fundirse con la multitud, era él.

Linda era el miembro más callado del equipo. Pálida, con pelo rojo muy corto, y ojos verdes. Era una excelente tiradora, una artista como francotiradora.

Kelly dio una vuelta en torno a la mesa, y luego escogió un par de monos azules manchados de grasa. Su nombre había sido chapuceramente bordado en el pecho.

—¿Éste es nuestro nuevo uniforme de cadete?

—Nos los ha proporcionado la Oficina de Inteligencia Naval —replicó John—. Se supone que son como los que llevan los tripulantes de la Laden.

Kelly alzó los monos y frunció el ceño.

—No le dejan muchas posibilidades a una chica.

—Pruébate éste a ver si es tu talla. —Linda acercó un traje negro al largo cuerpo delgado de Kelly.

Ya habían usado antes esos trajes negros. Armaduras de polímeros, ligeras y ajustadas al cuerpo. Podían desviar una bala de pequeño calibre, y tenían unidades de refrigeración y calefacción capaces de encubrir las señales infrarrojas. El casco integrado tenía unidades de cifrado y comunicación, una pantalla transparente de tipo HUD, así como detectores térmicos y de movimiento. Al sellarla, la unidad contaba con una reserva de oxígeno de quince minutos que permitía que el portador sobreviviera en el vacío.

Eran trajes incómodos que resultaba complicado reparar en el campo de batalla. Y siempre necesitaban reparaciones.

—Son demasiado apretados —dijo Kelly—. Limitarán mi capacidad de movimiento.

—Los llevaremos para esta operación —le dijo John—. Entre aquí y allí hay demasiados sitios que no tienen nada que se pueda respirar, excepto vacío. En cuando al resto de útiles, coged lo que queráis pero es importante que vayáis ligeros. Sin contar con datos de reconocimiento del lugar, vamos a tener que movernos con rapidez… o moriremos.

Los miembros del equipo comenzaron a seleccionar las armas en primer lugar.

—¿Calibre 390? —preguntó Fred.

—Sí —replicó John—. Todos llevaremos pistolas de calibre 390, y así podremos intercambiar cargadores en caso necesario. Excepto Linda.

Linda gravitó hacia un fusil negro mate de cañón largo: el SRS99C-S2 AM. El sistema del fusil tenía secciones modulares: miras, cajas, cañones, incluso los mecanismos de disparo podían cambiarse. Ella desmontó con rapidez el fusil y lo reconfiguró. Enroscó el cañón con supresión de destello y sonido, y luego, para compensar la menor velocidad, aumentó el calibre de la munición a 450. Guardó todas las miras y optó por una conexión integrada con la pantalla del casco. Se metió en los bolsillos cinco cargadores extendidos.

John escogió también un MA2B, una versión reducida del rifle de asalto estándar MA5B. Era resistente y fiable, con mira electrónica e indicador de reserva de munición. También contaba con un sistema reductor del retroceso, y podía disparar unas impresionantes ráfagas de quince balas por segundo.

Escogió un cuchillo: hoja de veinte centímetros, un solo filo serrado, carburo de titanio antirreflectante, y equilibrado para arrojarlo.

John recogió el botón del pánico: una diminuta alarma de emergencia de un solo uso. Tenía dos posiciones. La roja alertaría al destructor Pioneer de que se había descubierto el pastel, y que acudiera disparando sus cañones. La verde simplemente señalaba el emplazamiento de la base para que pudiera ser atacada posteriormente por la UNSC.

Cogió dos puñados de cargadores y se detuvo. Volvió a dejarlos y se metió sólo cinco en los bolsillos. Si llegaban a verse implicados en una lucha en la que necesitara tanta munición, la misión habría concluido de todas formas.

Todos cogieron un equipamiento similar, con unas pocas variantes. Kelly escogió una pequeña computadora con conexiones de IR. También se hizo cargo del equipo médico de campo.

Fred cogió un descerrajador de uso militar.

Linda escogió tres transmisores indicadores de posición del tamaño de garrapatas. Podían adherirse a un objeto, y entonces transmitiría la localización de ese objeto a la pantalla del casco de los Spartans.

Sam cogió dos mochilas de tamaño mediano: «mochilas destructoras». Estaban llenas de C-12, el suficiente material altamente explosivo como para hacer volar el blindaje de tres metros de grosor de una nave de guerra.

—¿Tienes bastante cosa de ésa? —le preguntó Kelly, con una sonrisa picara.

—¿Crees que debería llevar más? —replicó Sam, y sonrió—. No hay nada como unos cuantos fuegos artificiales para celebrar el fin de una misión.

—¿Todos preparados? —preguntó John.

La sonrisa de Sam desapareció, y él metió un cargador extendido dentro de la MA2B.

—¡Preparado!

Kelly le hizo a John una señal con el pulgar hacia arriba.

Fred y Linda asintieron con la cabeza.

—Entonces, vayamos a trabajar.