OCHO

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09.30 HORAS, 11 DE SEPTIEMBRE DE 2525 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA EPSILON ERIDANI, COMPLEJO MILITAR DE LA UNSC EN REACH, PLANETA REACH

La doctora Halsey se reclinó en la acolchada silla de Méndez. Pensó en robarle uno de los cigarros Sweet William que tenía en la caja de encima del escritorio, para ver por qué él consideraba que era una delicia tan grande. El hedor que manó de la caja, sin embargo, fue demasiado abrumador. ¿Cómo podía soportar esos cigarros?

Se abrió la puerta y el sargento Méndez se detuvo en la entrada.

—Señora —dijo, y se puso más firme—. No se me informó de que me visitaría hoy. De hecho, tenía entendido que se encontraría fuera del sistema durante una semana más. Habría tomado medidas.

—Estoy segura de que lo habría hecho. —Ella cruzó las manos sobre el regazo—. Nuestra situación ha cambiado. ¿Dónde están mis Spartans? No están en las barracas, ni en ninguno de los campos de tiro.

Méndez vaciló.

—Ya no pueden entrenarse aquí, señora. Tuvimos que buscarles… otras instalaciones.

La doctora Halsey se levantó y se alisó el plisado de su falda.

—Tal vez debería usted explicar esa declaración, sargento.

—Podría hacerlo —replicó él—, pero será más fácil mostrárselo.

—Muy bien —dijo la doctora Halsey, cuya curiosidad se había despertado. Méndez la acompañó hasta su todoterreno Warthog personal que estaba aparcado en la puerta de la oficina. El todoterreno de combate había sido modificado; la pesada ametralladora de cadena de la parte posterior había sido reemplazada por una batería de misiles Argent V.

Méndez condujo fuera de la base por serpenteantes carreteras de montaña.

—Originalmente, Reach fue colonizado por sus ricos yacimientos de titanio —le explicó Méndez—. En estas montañas hay minas de miles de metros de profundidad. La UNSC las usa como almacenes.

—Supongo que no tendrá a mis Spartans haciendo inventario hoy, ¿verdad, sargento?

—No, señora. Simplemente necesitamos la privacidad que nos proporcionan.

Méndez condujo a través de un puesto de guardia vigilado, y entró en un amplio túnel que se adentraba en el subsuelo en pronunciada pendiente.

El camino discurría en espiral y penetraba en sólido granito.

—¿Recuerda los primeros experimentos de la Armada con exoesqueletos eléctricos? —preguntó Méndez.

—No estoy segura de ver la conexión que existe entre este sitio, mis Spartans y los proyectos de exoesqueleto —replicó la doctora Halsey, con el ceño fruncido—, pero le seguiré el juego durante un rato más. Sí, lo sé todo sobre los prototipos Mark I. Nosotros tuvimos que desechar el concepto y rediseñar armaduras de combate a partir de cero hasta llegar al proyecto MJOLNIR. Los Mark I consumían una energía enorme. Había que conectarlos a un generador o alimentarlos mediante un transmisor inalámbrico de energía, que es muy poco eficiente, y ninguna de esas opciones es práctica en un campo de batalla.

Méndez deceleró ligeramente al llegar a un resalte. Los enormes neumáticos del todoterreno Warthog saltaron por encima del obstáculo.

—Las unidades que no fueron desechadas las usaron para cargar maquinaria pesada en los muelles. —Alzó una ceja—. ¿O tal vez las abandonaron en un sitio como éste?

—Aquí hay docenas de esos trajes.

—No habrá metido a mis Spartans dentro de alguna de esas antiguallas, ¿verdad?

—No. Los entrenadores las están utilizando para protegerse —replicó Méndez—. Cuando los Spartans se recuperaron de la terapia de microgravedad, se mostraron ansiosos por volver a la antigua rutina. Sin embargo, nos encontramos con ciertas… —Hizo una pausa para buscar la palabra correcta—, dificultades.

Miró a su acompañante con expresión ceñuda.

—Durante el primer día de su regreso, tres entrenadores resultaron accidentalmente muertos durante los combates de entrenamiento cuerpo a cuerpo.

La doctora Halsey alzó una ceja.

—¿Entonces son más rápidos y fuertes de lo que habíamos previsto?

—Eso —replicó Méndez— sería una valoración adecuada de la situación.

El túnel desembocó en una gran caverna. Había luces dispersas por las paredes, colgadas del techo que estaba a cien metros, y a lo largo del suelo, pero hacían muy poco por disipar la abrumadora oscuridad.

Méndez aparcó el todoterreno Warthog junto a un pequeño edificio prefabricado. Bajó del vehículo de un salto, y ayudó a la doctora Halsey a salir de él.

—Por aquí, por favor. —Méndez hizo un gesto hacia el prefabricado—. Desde el interior tendremos mejor vista.

La construcción contaba con tres paredes de vidrio y varios monitores con las palabras MOVIMIENTO, INFRARROJO, DOPPLER y PASIVO. Méndez pulsó un botón y la habitación ascendió por un carril que había contra la pared, hasta detenerse a veinte metros del suelo.

Méndez activó un micrófono.

—Luces —dijo.

Se encendieron focos que iluminaron una sección de la caverna que tenía el tamaño de un campo de fútbol. En el centro había un búnker de hormigón sobre el que se hallaban tres hombres que llevaban puesta la primitiva armadura Mark I. Otros seis se encontraban separados a intervalos regulares en torno al perímetro. En el centro del búnker se había plantado una bandera roja.

—¿Capturar la bandera? —preguntó la doctora Halsey—. ¿Atravesando esa barrera de pesadas armaduras?

—Sí. Los entrenadores que llevan esos exoesqueletos pueden correr a treinta y dos kilómetros por hora, levantar dos toneladas de peso, y llevan una pistola en miniatura para balas de treinta milímetros montada sobre armazones autodireccionables, con munición aturdidora, por supuesto. También están equipados con los más modernos sensores de movimiento y miras infrarrojas. Y huelga decir que sus armaduras son impenetrables para las armas ligeras normales. Se necesitarían dos o tres pelotones de Marines convencionales para tomar el búnker.

Méndez volvió a hablar por el micrófono, y su voz resonó contra las paredes de la caverna.

—Que comience el ejercicio.

Pasaron sesenta segundos. No sucedió nada. Ciento veinte segundos.

—¿Dónde están los Spartans? —preguntó la doctora Halsey.

—Están aquí —replicó Méndez. La doctora Halsey atisbo un movimiento en la oscuridad: una sombra contra las sombras, una silueta familiar.

—¿Kelly? —susurró.

Los entrenadores se volvieron y dispararon contra la sombra, pero ésta se movió con una rapidez casi sobrenatural. Ni siquiera los sistemas autodireccionables podían seguirla.

Desde lo alto, un hombre bajó en descenso libre por una cuerda desde las vigas y grúas del techo. El recién llegado tocó el suelo detrás de uno de los guardias del perímetro, silencioso como un gato. Le dio dos puñetazos a la gruesa armadura y la abolló, para luego agacharse y golpear las piernas del objetivo con un barrido destinado a derribarlo. El guardia cayó a lo largo del suelo.

El Spartan sujetó la cuerda de escalada al traje del entrenador. Un momento más tarde, el guardia salió disparado hacia lo alto, pataleando, y desapareció en la oscuridad.

Otros dos guardias se volvieron para atacar.

El Spartan los esquivó, rodó y se fundió con las sombras.

La doctora Halsey se dio cuenta de que el entrenador con su exoesqueleto no estaba siendo izado, sino usado como contrapeso.

Dos Spartans más, que colgaban del otro extremo de esa misma cuerda, descendieron inadvertidamente en el centro del búnker. La doctora Halsey reconoció de inmediato a uno de ellos, aunque iba completamente vestido de negro, salvo por las rendijas para los ojos: era el número 117. John.

John llegó al búnker, afianzó los pies y le dio una patada a uno de los guardias. El hombre cayó, desmadejado… a ocho metros de distancia.

El otro Spartan bajó al suelo de un salto, dando volteretas en el aire para evitar los enjambres de balas aturdidoras. Se lanzó contra el guardia situado más lejos, y ambos se deslizaron juntos hacia las sombras. El arma del guardia destelló una vez, y luego volvió a reinar la oscuridad.

En lo alto del búnker, John era un borrón de bruscos movimientos. El exoesqueleto de un segundo guardia estalló en una fuente de fluido hidráulico, y se desplomó bajo el peso de la armadura.

El último guardia que quedaba sobre el búnker se volvió para disparar contra John. Halsey se aferró al borde de la silla.

—¡A esa distancia le disparará a quemarropa! ¡Incluso la munición aturdidora puede matar cuando se está tan cerca!

Cuando el arma disparó, John se apartó a un lado. La bala aturdidora hendió el aire y la esquivó limpiamente. John aferró el armazón del arma en miniatura, lo retorció y, con un rechinar de metal torturado, la arrancó del exoesqueleto. Luego disparó directamente contra el pecho del hombre y lo tiró del búnker.

La cuarta parte restante de los guardias del perímetro se volvieron y barrieron el área con fuego de cobertura.

Un segundo después se apagaron las luces.

Méndez maldijo y activó el micrófono.

—Las de emergencia. ¡Enciendan ya las luces de emergencia!

Se activaron una docena de focos color ámbar.

No había un solo Spartan a la vista, pero los nueve entrenadores estaban inconscientes o yacían inmovilizados por las inertes armaduras de batalla.

La bandera roja había desaparecido.

—Muéstreme eso otra vez —dijo la doctora Halsey con incredulidad—. Ha grabado todo eso, ¿verdad?

—Por supuesto. —Méndez pulsó un botón, pero los monitores le mostraron… estática.

—Maldición. También han capturado las cámaras —murmuró, impresionado—. Cada vez que encontramos un sitio nuevo donde ocultarlas, las encuentran y desactivan el dispositivo de grabación.

La doctora Halsey se apoyó contra la pared de vidrio y miró fijamente la carnicería de abajo.

—Muy bien, sargento Méndez, ¿qué más debo saber?

—Sus Spartans pueden alcanzar la velocidad de cincuenta y cinco kilómetros por hora en carreras cortas —explicó—. Creo que Kelly puede correr un poco más rápido. Y no harán más que adquirir mayor velocidad a medida que se adapten a las «alteraciones» que les hemos hecho a sus cuerpos. Pueden levantar el triple de su peso corporal, el cual, si se me permite añadir, es casi el doble del normal a causa de la mayor densidad muscular. Y prácticamente pueden ver en la oscuridad.

La doctora Halsey meditó estos nuevos datos.

—No deberían estar haciéndolo tan bien. Tiene que haber inesperados efectos sinérgicos causados por la combinación de modificaciones. ¿Cuál es su tiempo de reacción?

—Casi imposible de evaluar. Calculamos que se encuentra en veinte milisegundos —replicó Méndez. Sacudió la cabeza y añadió—: Creo que es significativamente más rápido en situaciones de combate, cuando están inundados de adrenalina.

—¿Alguna inestabilidad psicológica o mental?

—Ninguna. Trabajan como ningún otro equipo que yo haya visto antes. Son casi telepáticos, si quiere mi opinión. Los dejaron ayer en estas cuevas, y no sé de dónde han sacado los trajes negros ni la cuerda para esa maniobra, pero puedo garantizarle que no han salido de esta caverna. Improvisan, improvisan y se adaptan.

»Y —añadió—, les gusta. Cuando más difícil es el desafío, con más ahínco luchan… y más alta tienen la moral.

La doctora Halsey observó cómo el primer entrenador se movía y se esforzaba por salir de la inerte armadura.

—Es como si los hubieran matado —murmuró ella—. Pero ¿pueden matar los Spartans, sargento? ¿Matar intencionadamente? ¿Están preparados para el combate?

Méndez apartó la mirada e hizo una pausa antes de hablar.

—Sí, si yo les ordeno que lo hagan, matarán muy eficientemente. —Su cuerpo se puso tenso—. ¿Puedo preguntar a qué «combate real» se refiere, señora?

Ella unió las manos y se las retorció con nerviosismo.

—Ha sucedido algo, sargento. Algo que ni la Oficina de Inteligencia Naval ni el Almirantazgo esperaron en ningún momento. El alto mando quiere desplegar a los Spartans. Quieren ponerlos a prueba en una misión de combate real.

—Están tan preparados para eso como yo puedo lograr que lo estén —dijo Méndez. Entrecerró los ojos—. Pero esto es adelantarse mucho a su programa, doctora. ¿Qué ha sucedido? He oído rumores de que había mucha acción cerca de la colonia Harvest.

—Sus rumores están atrasados, sargento —y a la voz de ella afloró un escalofrío—. Ya no hay lucha en Harvest. Harvest ya no existe.

La doctora Halsey pulsó el botón de descenso y la cabina de observación bajó hasta el suelo.

—Sáquelos de este agujero —dijo ella con voz seca—. Los quiero preparados para pasar revista a las 04.00. Tenemos una reunión informativa mañana a las 06.00 a bordo de la Pioneer. Vamos a llevarlos a una misión que la Oficina de Inteligencia Naval ha estado reservando para la tripulación correcta y el momento adecuado. Eso es todo.

—Sí, señora —replicó Méndez.

—Mañana veremos si todas las molestias que nos hemos tomado han valido la pena.