UNO

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HORA 04.30,17 DE AGOSTO DE 2517 (CALENDARIO MILITAR) / ESPACIO ESTELAR - COORDENADAS DESCONOCIDAS, CERCA DEL SISTEMA ERIDANUS

El alférez de fragata Jacob Keyes despertó. Una mortecina luz roja inundó su visión borrosa, y se atragantó con las mucosidades que tenía en los pulmones y la garganta.

—Siéntese, alférez Keyes —dijo una incorpórea voz masculina—. Siéntese. Respire hondo y tosa, señor. Es necesario que expectore el surfactante bronquial.

Keyes se incorporó al tiempo que apartaba de sí el lecho de gel adaptado a su cuerpo. Al bajar torpemente del tubo criogénico, se liberó de él una nube de vapor. Se sentó en un banco que había cerca, intentó inhalar y se dobló por la mitad, momento en que se puso a toser hasta que un largo hilo de fluido transparente cayó por su boca abierta.

Se irguió y realizó la primera inspiración profunda de las últimas dos semanas. Se lamió los labios y casi sufrió una arcada. El inhalante criogénico estaba especialmente formulado para ser regurgitado y tragado, de modo que reemplazara los nutrientes que se perdían durante el profundo sueño. No obstante, por mucho que se esforzaran en cambiar la fórmula, siempre sabía a moco con gusto a lima.

—¿Estado, Toran? ¿Estamos sufriendo un ataque?

—Negativo, señor —replicó la Inteligencia Artificial de la nave—. Estado normal. En cuarenta y cinco minutos entraremos en el espacio normal, cerca del sistema Eridanus.

El alférez de fragata Keyes volvió a toser.

—Me alegro. Gracias, Toran.

—A su servicio, alférez.

Eridanus se encontraba situado en la frontera de las colonias exteriores. Estaba justo lo bastante lejos de las rutas más transitadas como para que hubiera piratas al acecho… esperando para capturar una lanzadera diplomática como la Han. Era una nave que no duraría mucho en una acción espacial. Deberían llevar una escolta. No entendía por qué los habían enviado en solitario, pero un alférez no cuestionaba las órdenes recibidas. Especialmente cuando esas órdenes procedían del Cuartel General de la Comandancia de la Flota, en el planeta Reach.

El protocolo establecido dictaba que él inspeccionara al resto de la tripulación para asegurarse de que nadie había tenido problemas para revivir. Recorrió la cámara dormitorio con la mirada: hileras de taquillas de acero inoxidable y duchas, una cápsula médica para reanimaciones de emergencia, y cuarenta tubos criogénicos, todos vacíos salvo el que tenía a la izquierda.

La otra persona que había a bordo de la Han era una especialista civil, la doctora Halsey. Keyes había recibido orden de protegerla a cualquier precio, pilotar la nave y, en general, mantenerse fuera de su camino en todo momento. Lo mismo habrían podido pedirle que la mantuviera cogida de la mano. Aquélla no era una misión militar; hacía de niñera. Alguien de la Comandancia de la Flota debía de tenerlo en su lista negra.

La cubierta del tubo de la doctora Halsey se abrió con un zumbido. Manó vapor del interior cuando ella se sentó, tosiendo. La pálida piel la hizo parecer un fantasma en medio de la niebla. Tenía mechones de oscuro pelo apelmazado pegados al cuello. No parecía ser mucho mayor que él, y era adorable; no se trataba de una mujer hermosa, pero sí decididamente impresionante. Para ser una civil, en cualquier caso.

Los azules ojos se detuvieron en el alférez, y lo miraron de arriba abajo.

—Debemos encontrarnos cerca de Eridanus —dijo.

El alférez Keyes estuvo a punto de dedicarle un saludo militar por reflejo, pero logró contenerse a tiempo.

—Sí, doctora. —Se sonrojó y apartó los ojos del delgado cuerpo de ella.

En la Academia había sido entrenado una docena de veces en recuperación criogénica. Ya había visto antes desnudos a sus compañeros oficiales, hombres y mujeres. Pero la doctora Halsey era una civil. No sabía qué protocolo era el correcto.

Keyes se puso de pie y se acercó.

—Puedo ayudarla…

Ella sacó las piernas fuera del tubo, y salió de él.

—Estoy bien, alférez. Aséese y vístase. —Lo rozó al pasar junto a él, camino de las duchas—. De prisa. Tenemos trabajo importante que hacer.

El alférez Keyes se puso en posición de firmes.

—Sí, señora.

Con ese breve encuentro cristalizaron los roles de cada uno y las reglas de conducta. Tanto si era una civil como si no, y tanto si a él le gustaba como si no, el alférez Keyes había comprendido que la doctora Halsey estaba al mando.

* * *

El puente de la Han era muy espacioso para una nave de sus dimensiones. Es decir, había en él tanto espacio de maniobra como en un armario vestidor. Un alférez Keyes, recién duchado, afeitado y uniformado, se impulsó a su interior y cerró la puerta hermética tras de sí. Todas las superficies del puente estaban cubiertas de monitores y pantallas. La pared de la izquierda era una gran pantalla semicurva, en ese momento oscura porque en el espacio estelar no había nada que mostrar dentro del espectro visible.

Detrás de él se encontraba la sección central giratoria de la Han, que contenía la cocina, la sala recreativa y las cámaras dormitorio. Sin embargo, en el puente no había gravedad. La lanzadera diplomática había sido diseñada para la comodidad de los pasajeros, no de la tripulación.

Esto no parecía molestar a la doctora Halsey. Sujeta por el arnés de seguridad del asiento del navegante, llevaba puesto un mono de color blanco que hacía juego con su pálida piel, y se había recogido el oscuro cabello en un sencillo moño. Sus dedos danzaban sobre los teclados para introducir las órdenes.

—Bienvenido, alférez —saludó, sin alzar la mirada—. Por favor, siéntese en el puesto de comunicaciones y controle los canales cuando entremos en el espacio normal. Si se produce siquiera un chirrido en frecuencias no habituales, quiero saberlo al instante.

Él se encaminó hacia el puesto de comunicaciones y se sujetó con el arnés de seguridad.

—¿Toran? —preguntó ella.

—En espera de sus órdenes, doctora Halsey —replicó la IA de la nave.

—Mapas de astronavegación del sistema.

—Preparados, doctora Halsey.

—¿Hay algún planeta alineado con nuestra trayectoria de entrada y Eridanus II? Quiero aprovechar un impulso gravitacional para poder entrar en el sistema lo antes posible.

—Calculando, doctora Hal…

—¿Podríamos escuchar música? Tal vez el Concierto Número III para piano de Rachmaninov.

—Comprendido, doctora…

—Comienza el ciclo de precalentamiento de los motores de fusión.

—Sí, doc…

—Detén el giro del tiovivo central de la Han. Podríamos necesitar esa energía.

—Trabajando…

Ella se recostó en el respaldo. Comenzó a sonar la música, y suspiró.

—Gracias, Toran.

—A su servicio, doctora Halsey. Entrando en el espacio normal en cinco minutos, más menos tres minutos.

El alférez Keyes desvió los ojos hacia la doctora con admiración. Estaba impresionado: pocas personas podían darle a una IA de a bordo una sucesión de órdenes de modo tan riguroso como para provocar una pausa detectable.

Ella se volvió a mirarlo.

—¿Sí, alférez? ¿Tiene alguna pregunta?

Él se compuso y ajustó la chaqueta del uniforme.

—Siento curiosidad por nuestra misión, señora. Supongo que debemos hacer un reconocimiento de algo en el sistema, pero no entiendo por qué envían una lanzadera en lugar de una nave exploradora o una corveta. ¿Y por qué sólo nosotros dos?

Ella le dedicó un guiño y sonrió.

—Una suposición y un análisis muy precisos, alférez. Ésta es, en efecto, una misión de reconocimiento… más o menos. Hemos venido a observar a un niño. El primero de muchos, según espero.

—¿Un niño?

—Un varón de seis años, para ser más exactos. —Agitó una mano—. Tal vez le ayudaría pensar en esto sólo como un estudio psicológico financiado por el UNSC. —De sus labios desapareció todo rastro de sonrisa—. Que es precisamente lo que vamos a decirle a cualquiera que pregunte. ¿Entendido, alférez?

—Sí, doctora.

Keyes frunció el ceño, sacó la pipa de su abuelo del bolsillo y la hizo girar sobre los extremos. No podía fumar en ella —encender un combustible dentro de una nave iba en contra de todos las principales regulaciones de la UNSC que regían los vehículos espaciales—, pero a veces él simplemente jugaba con ella o le mordía la boquilla porque lo ayudaba a pensar. Volvió a metérsela en el bolsillo y decidió insistir sobre el tema para averiguar algo más.

—Con el debido respeto, doctora Halsey, este sector del espacio es peligroso.

Una repentina deceleración y entraron en el espacio normal. La pantalla principal parpadeó al enfocar un millón de estrellas. La Han iba lanzada hacia la nube en forma de remolino de una gigante de gas situada justo ante ellos.

—Preparado para la ignición —anunció la doctora Halsey—. A la voz de ya, Toran.

El alférez Keyes se apretó el arnés de seguridad.

—Tres… dos… uno. Ya.

La nave rugió y aceleró en dirección a la gigante de gas. El tirón del arnés se hizo sentir con más fuerza en torno al pecho del alférez, y le dificultó la respiración. Aceleraron durante sesenta y siete segundos… mientras las tormentas de la gigante de gas se hacían más grandes en la pantalla, luego la Han describió un arco ascendente y se apartó de su superficie.

Eridanus apareció en el centro de la pantalla e inundó el puente con una cálida luz anaranjada.

—Impulso gravitatorio completado —declaró Toran—. Tiempo estimado de llegada a Eridanus: cuarenta y dos minutos y tres segundos.

—Buen trabajo —dijo la doctora Halsey, que se desabrochó el arnés y flotó libremente mientras se desperezaba—. Detesto el sueño criogénico —dijo—. Lo deja a uno tan entumecido…

—Como estaba diciendo, doctora, este sistema es peligroso…

Ella se volvió grácilmente para mirarlo, y detuvo su impulso posando una mano contra el mamparo.

—¡Y tanto! Ya sé lo peligroso que es este sistema. Tiene una historia pintoresca: insurrección rebelde en 2494, reprimida por la UNSC dos años más tarde, al precio de cuatro destructores. —Pensó durante un momento, antes de añadir—. No creo que la Oficina de Inteligencia Naval llegara a encontrar la base de operaciones rebeldes en el campo de asteroides. Y puesto que ha habido incursiones organizadas y actividad pirata dispersa en las proximidades, uno podría concluir, como claramente lo ha hecho la ONI, que los restos de la facción rebelde original continúan activos. ¿Es eso lo que ha estado preocupándolo?

—Sí —replicó el alférez. Tragó porque de repente tenía la boca seca, pero se negó a dejarse intimidar por la doctora, una civil—. No creo que tenga que recordarle que preocuparme por su seguridad es mi deber.

Ella sabía más que él, mucho más, acerca del sistema Eridanus, y resultaba obvio que tenía contactos dentro del ámbito de Inteligencia. Keyes nunca había visto un espectro de la ONI, al menos que él supiera. El personal corriente de la Armada había otorgado a estos agentes una condición de mitos.

Con independencia de qué otra cosa pensara de la doctora Halsey, a partir de ese momento daría por supuesto que sabía lo que estaba haciendo.

La doctora Halsey se desperezó una vez más, volvió a sentarse en el asiento del navegante y se abrochó el arnés.

—Hablando de piratas —dijo, ahora de espaldas a él—, ¿no se suponía que usted debía estar controlando los canales de comunicación por si captaba alguna señal ilegal? ¿Por si acaso alguien se interesara indebidamente por una lanzadera diplomática solitaria y sin escolta?

El alférez Keyes se maldijo por aquel descuido momentáneo y se puso de inmediato a la tarea. Sondeó todas las frecuencias e hizo que Toran hiciera una comprobación cruzada de los códigos de autentificación.

—Todas las señales verificadas —informó—. No se ha detectado ninguna transmisión pirata.

—Continúe controlándolas, por favor.

Pasaron treinta incómodos minutos. La doctora Halsey se contentaba con leer informes en la pantalla de navegación, y continuaba de espaldas a él.

Finalmente, el alférez Keyes se aclaró la garganta.

—¿Puedo hablar con franqueza, doctora?

—No necesita mi permiso —dijo ella—. Por lo que más quiera, hable con sinceridad, alférez. Ha estado haciéndolo muy bien, hasta el momento.

En circunstancias normales, entre oficiales normales, esa última observación habría sido insubordinación, o peor aún, una contestación grosera. Pero la dejó pasar. El protocolo militar estándar parecía haber sido echado por la borda en ese vuelo.

—Ha dicho que estaba aquí para observar a un niño. —Sacudió la cabeza con aire dubitativo—. Si esto es una tapadera para un trabajo de inteligencia, la verdad es que hay oficiales mejor cualificados que yo para esta misión. Yo me gradué en la Escuela de Oficiales de la UNSC hace sólo siete semanas. Las órdenes me destinaron a la Magallanes. Esas órdenes fueron cambiadas, señora.

Ella se volvió para mirarlo con sus gélidos ojos azules.

—Continúe, alférez.

Él hizo gesto de coger la pipa, pero detuvo el movimiento. Probablemente ella pensaría que era un hábito tonto.

—Si esto es una operación de inteligencia —dijo—, no… no entiendo para nada por qué estoy aquí.

Ella se inclinó hacia adelante.

—En ese caso, alférez, seré igualmente sincera.

Algo dentro del alférez Keyes le dijo que lamentaría oír lo que tenía que decirle la doctora Halsey. Hizo caso omiso de la sensación porque quería saber la verdad.

—Continúe, doctora.

La leve sonrisa de ella volvió a hacer acto de presencia.

—Usted está aquí porque el almirante Stanforth, brigada de la Sección III de la División de Inteligencia Militar de la UNSC se negó a prestarme esta lanzadera sin que fuera a bordo al menos un oficial de la UNSC, aunque sabe condenadamente bien que puedo pilotar yo sola esta bañera. Así que escogí un oficial de la UNSC. Usted. —Se dio unos golpecitos en el labio inferior y añadió—: Verá, alférez, he leído su expediente. De cabo a rabo.

—No sé…

—Sabe muy bien de qué estoy hablando. —Puso los ojos en blanco—. No sabe mentir. No me insulte volviendo a intentarlo.

El alférez Keyes tragó.

—Y entonces, ¿por qué yo? ¿En especial si ha visto mi expediente?

—Lo escogí precisamente por su expediente… a causa del incidente de su segundo año en la OCS. Catorce alféreces muertos. Usted resultó herido y pasó dos meses en rehabilitación. Tengo entendido que las quemaduras de plasma son particularmente dolorosas.

Él se frotó las manos.

—Sí.

—El teniente responsable de esa misión de entrenamiento era su oficial superior. Usted se negó a declarar contra él a pesar de las abrumadoras pruebas y testimonios de los compañeros oficiales… y amigos de él.

—Sí.

—Le contaron a la comisión investigadora el secreto que el teniente les había confiado a todos ustedes: que iba a poner a prueba su teoría para hacer que los saltos al espacio estelar fueran más precisos. Estaba equivocado, y todos ustedes pagaron por su ansiedad y matemáticas deficientes.

El alférez Keyes observó sus manos y tuvo la sensación de caer hacia dentro de sí mismo. La voz de la doctora Halsey se volvió distante.

—Sí.

—Pero a pesar de que no dejaron de presionarlo, usted no accedió a declarar. Amenazaron con degradarlo, acusarlo de insubordinación y de desobedecer una orden directa, incluso con expulsarlo de la Armada.

»Pero sus compañeros cadetes declararon. La comisión investigadora tuvo todas las pruebas que necesitaba para someter a consejo de guerra a su oficial superior. Le abrieron a usted un expediente y renunciaron a cualquier otra medida disciplinaria.

Él no dijo nada. Tenía la cabeza gacha.

—Por eso está usted aquí, alférez; porque tiene una capacidad que es extremadamente rara entre los militares. Sabe guardar un secreto. —Inspiró profundamente y añadió—: Cuando esta misión acabe, puede que tenga que guardar muchos secretos.

Él alzó la mirada. En los ojos de ella había una extraña expresión. ¿Lástima? Eso lo pilló por sorpresa y volvió a apartar la vista. Pero se sentía mejor de lo que se había sentido desde que había salido de la Escuela de Oficiales. Alguien volvía a confiar en él.

—Creo —dijo ella— que usted preferiría estar en la Magallanes. Luchando y muriendo en la frontera.

—No, yo… —Contuvo la mentira en el momento de decirla, calló y se corrigió—. Sí. La UNSC necesita a cada hombre y mujer para patrullar por las colonias exteriores. Entre las incursiones y las insurrecciones, es un milagro que no se haya caído todo a pedazos.

—En efecto, alférez. Desde que abandonamos la gravedad de la Tierra, bueno, hemos estado luchando unos contra otros por cada centímetro cúbico de vacío, desde Marte, pasando por las lunas de Júpiter, hasta las Masacres del sistema Hydra, y en el centenar de guerras locales de las Colonias Exteriores. Siempre ha estado a punto de caerse todo a pedazos. Por eso estamos aquí.

—Para observar a un solo niño —dijo él—. ¿Qué puede cambiar un niño?

Ella alzó una ceja.

—Este niño podría serle más útil a la UNSC que una flota de destructores, un centenar de alféreces… o incluso que yo misma. Al final, el niño podría ser lo único que cambiara algo.

—Aproximándonos a Eridanus II —les informó Toran.

—Traza el vector atmosférico para aterrizar en el aeropuerto espacial Luxor —ordenó la doctora Halsey—. Alférez Keyes, prepárese para aterrizar.