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Mi primera reacción es arrancarme el hardware, pero no lo hago, la conmoción me ha paralizado. Después me estremezco de asco. Después, pánico. Seguido rápidamente de confusión. La cabeza de Hacha se ha iluminado como un árbol de Navidad, brilla tanto que debe de verse a un kilómetro de distancia. El fuego verde desprende chispas y gira, es tan intenso que me deja una imagen persistente en la retina del ojo izquierdo.

—¿Qué pasa? —exige saber—. ¿Qué ha pasado?

—Te has encendido. En cuanto te he sacado el dispositivo.

Nos miramos durante dos minutos eternos. Después, ella dice:

—El que no está limpio, está verde.

Me he puesto de pie, con el M16 en las manos, y retrocedo hacia la puerta. Fuera, bajo la nevada que amortigua los ruidos, Bizcocho intercambia proyectiles con el francotirador. El que no está limpio, está verde. Hacha no intenta coger el fusil que tiene al lado. Si la miro por el ojo derecho, es normal. Por el izquierdo, arde como una bengala.

—Piénsalo bien, Zombi —me dice—. Piénsalo. —Levanta las manos vacías, arañadas y magulladas tras la caída; una de ellas la tiene cubierta de sangre seca—. Me he encendido cuando me has quitado el implante. Los oculares no detectan a infestados: reaccionan cuando no se lleva implante.

—Perdona, Hacha, pero eso no tiene ningún sentido. Se han encendido cuando hemos visto a esos tres infestados: ¿por qué se iban a encender los oculares si no lo eran?

—Ya sabes por qué. El problema es que no eres capaz de reconocerlo. Se han encendido porque esa gente no estaba infestada; eran como nosotros, solo que no llevaban implantes.

Se levanta. Dios, qué pequeña parece, como una niña… Pero es una niña, ¿no? Normal si la miro por este ojo. Una bola de fuego verde si la miro por el otro. ¿Cuál será? ¿Qué será?

—Nos recogen —dice, dando un paso hacia mí. Levanto el arma y ella se detiene—. Nos marcan y nos procesan. Nos entrenan para matar.

Otro paso, muevo el cañón hacia ella, no la apunto directamente, pero lo muevo hacia ella: «Mantente alejada».

—Cualquiera que no esté marcado, emite un brillo verde, y cuando se defienden o se enfrentan a nosotros, cuando nos disparan como ese francotirador de ahí arriba… Bueno, eso demuestra que son el enemigo, ¿no?

Otro paso, ahora sí apunto a su corazón.

—No lo hagas —le suplico—. Por favor, Hacha.

Una cara pura, otra cara ardiendo.

—Hasta que hayamos matado a todos los que no estén marcados —sigue diciendo Hacha mientras da otro paso hacia delante. La tengo justo enfrente. El extremo del fusil le presiona el pecho—. Es la quinta ola, Ben.

—No hay quinta ola —respondo, sacudiendo la cabeza—. ¡No hay quinta ola! El comandante dijo…

—El comandante mintió.

Con sus manos ensangrentadas, me quita el fusil. Me siento caer en un País de las Maravillas completamente distinto, uno en el que arriba está abajo, lo cierto es falso y el enemigo tiene dos caras, mi cara y la de él, la del que me salvó de ahogarme, la del que me llegó al corazón y lo convirtió en un campo de batalla.

Ella me sujeta las manos entre las suyas y me declara muerto.

—Ben, la quinta ola somos nosotros.