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El sustituto de Tanque llega dos días después. Sabemos que viene porque anoche Reznik lo anunció durante el turno de preguntas y respuestas. No nos quiso decir nada sobre él, salvo su nombre: Hacha. Cuando se fue, todos estaban alterados; Reznik le habría puesto ese apodo por alguna razón.

Frijol se acercó a mi catre y preguntó:

—¿Qué quiere decir que una persona se llame hacha?

—Un hacha es una persona muy buena en algo —le expliqué—, así que es alguien que se mete en un equipo para darle ventaja.

—Puntería —conjeturó Picapiedra—. Es nuestro punto débil. Bizcocho es el mejor del pelotón, y yo no soy malo, pero Dumbo, Tacita y tú lo hacéis de pena. Y Frijol ni siquiera puede disparar.

—¡Ven aquí y repíteme que lo hago de pena! —le gritó Tacita, siempre buscando pelea.

Si yo estuviera al mando, le daría a Tacita un fusil y un par de cargadores, y la soltaría para que se cargara a todos los infes que hubiera en ciento cincuenta kilómetros a la redonda.

Después de rezar, Frijol se retorcía y se agitaba contra mi espalda hasta que no lo aguanté más y le susurré entre dientes que se volviera a su catre.

—Zombi, es ella.

—¿El qué es ella?

—¡Hacha! ¡Cassie es Hacha!

Tardé un par de segundos en recordar quién era Cassie.

«Jo, tío, otra vez esta mierda… No, por favor».

—No creo que Hacha sea tu hermana.

—Pero tampoco lo sabes seguro.

Casi se me escapó: «No seas imbécil, enano. Tu hermana no volverá a por ti porque está muerta». Pero me contuve.

Cassie es el medallón de plata de Frijol. Se aferra a él, porque, si lo suelta, ya nada evitará que el tornado se lo lleve a Oz, como les ha pasado a los otros Dorothy del campo.

Por eso tiene sentido un ejército de niños, porque los adultos no pierden el tiempo con la magia; se obsesionan con las mismas verdades inconvenientes que mandaron a Tanque a la mesa de disecciones.

Hacha no está cuando pasan lista por la mañana. Y tampoco está en la carrera matutina, ni en el rancho. Nos preparamos para la pista, examinamos las armas y salimos al patio. Está despejado, pero hace mucho frío. Nadie dice gran cosa: todos nos preguntamos quién será el nuevo.

Frijol es el que ve a Hacha primero, de pie, a lo lejos, en el campo de tiro, y de inmediato nos damos cuenta de que Picapiedra tenía razón: Hacha es un tirador de la leche. El blanco aparece entre la alta hierba marrón y, pop, pop, pop, la cabeza del blanco estalla. Después, una diana distinta con el mismo resultado. Reznik está de pie a un lado, manejando los controles de las dianas. Nos ve llegar y empieza a pulsar los botones rápidamente. Los blancos salen disparados de la hierba, uno detrás del otro, y este tal Hacha los derriba de un solo tiro incluso antes de que se enderecen. A mi lado, Picapiedra silba para demostrar su admiración.

—Es bueno.

Frijol se da cuenta antes que nosotros. Es por algo en los hombros o puede que en las caderas, pero dice:

—No es bueno, es buena.

Entonces sale corriendo por el campo hacia la solitaria figura que sostiene el fusil humeante en el aire helado.

La chica se vuelve antes de que llegue el niño, y Frijol se para en seco, primero desconcertado, después decepcionado. Al parecer, Hacha no es su hermana.

Es curioso que pareciera más alta de lejos. Es más o menos de la altura de Dumbo, pero más delgada… y mayor. Calculo que debe de tener unos quince o dieciséis, con cara de duende, ojos hundidos y oscuros, piel pálida y perfecta, y pelo negro liso. Lo primero que te impacta de ella son los ojos. Esa clase de ojos que no dejas de mirar, convencido que vas a encontrar algo, y acabas concluyendo que hay posibilidades: son tan profundos que no puedes verlo o simplemente no haya nada.

Es la chica del patio, la que me pilló fuera del hangar de P&E con Frijol.

—Hacha es una chica —susurra Tacita, arrugando la nariz como si le hubiese llegado el tufillo de algo podrido.

No solo ha dejado de ser el bebé del pelotón, sino que, encima, ya no es la única chica.

—¿Qué vamos a hacer con ella? —pregunta Dumbo, al borde del pánico.

Estoy sonriendo, no puedo evitarlo.

—Vamos a ser el primer pelotón que se gradúe —le respondo.

Y tengo razón.