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No sé qué hice primero… Creo que grité. Sé que también me zafé de las manos del Silenciador y me abalancé sobre Vosch con la intención de arrancarle los ojos. Sin embargo, no recuerdo qué fue antes: si el grito o abalanzarme. Ben me rodeó con los brazos para retenerme; sé que eso fue después del grito y de lo otro. Me abrazó y tiró de mí, porque estaba concentrada en Vosch y en mi odio. Ni siquiera miré a mi hermano a través del espejo, pero Ben había estado pendiente del monitor y vio la palabra que apareció en la pantalla cuando Vosch pulsó el botón de ejecutar:

«UY».

Me vuelvo rápidamente hacia el espejo y compruebo que Sammy sigue vivo; llorando a mares, pero vivo. A mi lado, Vosch se levanta tan deprisa que la silla vuela por la habitación y se estrella contra la pared.

—Se ha colado en el ordenador central y ha sobrescrito el programa —le ruge al Silenciador—. Después cortará la electricidad. Vigílalos —le grita al hombre que hay detrás de Sammy—. ¡Protege esa puerta! Que nadie se mueva de aquí hasta que vuelva.

Sale dando un portazo. Oímos el clic del cierre. No hay salida. O sí que la hay: la que utilicé la primera vez que me quedé atrapada en esta habitación. Miro hacia la rejilla. «Olvídalo, Cassie, sois Ben y tú contra dos Silenciadores, y Ben está herido. Ni se te ocurra».

No, somos Ben, Evan y yo contra los Silenciadores. Evan está vivo. Y si Evan está vivo, todavía no hemos llegado al final, no hemos apurado la taza humana. La bota no ha aplastado la cucaracha. Todavía.

Y entonces la veo aparecer entre las lamas de la rejilla y caer al suelo: es el cuerpo de una cucaracha de verdad, recién aplastada. La observo precipitarse a cámara lenta, tan despacio que percibo incluso cómo rebota ligeramente al darse contra el suelo.

«¿Quieres compararte con un insecto, Cassie?».

Vuelvo a mirar rápidamente la rejilla, y allí parpadea una sombra, como el revoloteo de las alas de una efímera.

Y susurro a Ben Parish:

—El que está con Sammy… es mío.

Sorprendido, Ben me susurra:

—¿Qué?

Clavo el codo en el estómago de nuestro Silenciador, y él, que estaba desprevenido, retrocede tambaleándose hasta quedar debajo de la rejilla, agitando los brazos para conservar el equilibrio. Entonces, la bala de Evan atraviesa su cerebro, que es muy humano, y lo mata al instante. Le quito el arma antes de que el Silenciador sin vida caiga al suelo, y tengo una oportunidad, un solo disparo a través del agujero que abrí antes. Si fallo, Sammy está muerto; de hecho, su Silenciador ya se está volviendo hacia él cuando yo me vuelvo hacia el Silenciador.

Sin embargo, he tenido un instructor excelente, uno de los mejores tiradores del mundo, incluso cuando el mundo tenía siete mil millones de personas.

No se parece demasiado a disparar a una lata en un poste.

En realidad, es mucho más sencillo: su cabeza está más cerca y es mucho más grande.

Sammy ya está a medio camino cuando el tío cae al suelo. Tiro de mi hermano para ayudarlo a pasar por el agujero. Ben nos mira, mira al Silenciador muerto, al otro Silenciador muerto, mira el arma que tengo en la mano. No sabe bien qué mirar. Yo miro la rejilla.

—¡Despejado! —le digo a Evan.

Él golpea una vez en el lateral de la rejilla. Al principio no lo entiendo, pero después me río.

«Vamos a establecer un código para cuando quieras acercarte en plan sigiloso pervertido. Si llamas una vez a la puerta, significa que quieres entrar».

—Sí, Evan —digo, riéndome con tantas ganas que empieza a dolerme la cara—, puedes entrar.

Estoy a punto de mearme de alivio, porque estamos todos vivos, pero, sobre todo, porque él lo está.

Salta a la habitación y aterriza de puntillas, como un gato. Estoy en sus brazos en lo que tarda en decir «te quiero», cosa que hace mientras me acaricia el pelo, susurra mi nombre y añade las palabras «mi efímera».

—¿Cómo nos has encontrado? —le pregunto.

Está conmigo de un modo tan absoluto, tan presente, que es como si viera sus deliciosos ojos de chocolate por primera vez, como si sintiera sus fuertes brazos y sus suaves labios por primera vez.

—Ha sido fácil, alguien entró antes y me dejó un rastro de sangre.

—¿Cassie?

Es Sammy, que está agarrado a Ben porque ahora mismo está más en la onda de Ben que en la de Cassie. «¿Quién es ese tío que ha salido del techo y qué le está haciendo a mi hermana?».

—Este debe de ser Sammy —dice Evan.

—Lo es —respondo—. Ah, y este es…

—Ben Parish —dice Ben.

—¿Ben Parish? —repite Evan, mirándome—. ¿Ese Ben Parish?

—Ben —digo, con la cara roja. Quiero reírme y esconderme debajo de la mesa, todo a la vez—. Este es Evan Walker.

—¿Es tu novio? —pregunta Sammy.

No sé qué responder: Ben se encuentra completamente perdido, Evan está a punto de echarse a reír y Sammy tiene muchísima curiosidad.

Es mi primer momento realmente incómodo en la guarida alienígena, y eso que no ha sido un camino de rosas.

—Es un amigo del instituto —mascullo.

Y Evan me corrige, puesto que está claro que he perdido la cabeza.

—En realidad, Sam, Ben es el amigo de Cassie del instituto.

—Ella no es mi amiga —dice Ben—. Quiero decir, bueno, supongo que la recuerdo un poco… —Entonces procesa las palabras de Evan—. ¿Cómo sabes quién soy?

—¡No lo sabe! —grito.

—Cassie me habló de ti —responde Evan, y le doy un codazo en las costillas, a lo que él responde con una cara que dice: «¿Qué pasa?».

—A lo mejor podemos dejar para luego la charla sobre por qué todo el mundo conoce a todo el mundo —le suplico a Evan—. Ahora mismo, ¿no creéis que sería buena idea largarse?

—Sí —dice Evan—, vamos. Estás herido —añade, mirando a Ben.

—Se me han saltado un par de puntos —responde Ben, encogiéndose de hombros—. No es nada.

Me guardo la pistola del Silenciador en la pistolera vacía, me doy cuenta de que Ben necesita un arma y me meto por el agujero para buscársela. Cuando vuelvo siguen todos ahí de pie, y Ben y Evan se sonríen… de forma muy sospechosa, en mi opinión.

—¿A qué estamos esperando? —pregunto en un tono un poco más duro de lo que pretendía. Llevo la silla hasta el cadáver del Silenciador y me acerco a la rejilla—. Evan, tú deberías ir delante.

—No vamos a salir por ahí —responde mientras saca una llave de tarjeta de la riñonera del Silenciador y la pasa por el cierre de la puerta. La luz se pone verde.

—¿Vamos a salir andando? ¿Sin más?

—Sin más.

Primero se asoma al pasillo, nos hace un gesto para que lo sigamos y salimos de la sala de ejecuciones. La puerta se cierra. El pasillo está tan silencioso que pone los pelos de punta: no hay ni un alma.

—Ha dicho que ibas a cortar la electricidad —susurro mientras saco la pistola.

Evan sostiene un objeto plateado que parece un teléfono con tapa.

—Lo voy a hacer. Ahora mismo.

Pulsa un botón, y el pasillo se sume en la oscuridad. No veo nada. Con la mano libre tiento el aire en busca de Sammy, pero encuentro a Ben. Él me aprieta la mano con fuerza antes de soltarla. Unos deditos me tiran de la pernera, así que los cojo en mi mano y me meto uno en la trabilla para el cinturón.

—Ben, agárrate a mí —dice Evan en voz baja—. Cassie, agárrate a Ben. No estamos lejos.

Creía que avanzaríamos muy despacio en esta especie de conga a oscuras, pero vamos deprisa, casi pisándonos los talones. Es probable que él sea capaz de ver en la oscuridad, otra característica felina. No tardamos en parar frente a una puerta. Al menos, creo que es una puerta. Es suave y no tiene la textura de las paredes de bloques. Alguien (será Evan) empuja la lisa superficie, y de allí sale una bocanada de aire fresco y limpio.

—¿Escaleras? —susurro.

Estoy completamente ciega y desorientada, pero creo que podrían ser las mismas escaleras por las que bajé cuando llegué aquí.

—A medio camino encontraréis algunos escombros —dice Evan—. Pero seguro que podéis meteros. Tened cuidado, quizás esté algo inestable. Cuando lleguéis arriba, id hacia el norte. ¿Sabéis por dónde está el norte?

—Sí —responde Ben—, o al menos sé cómo averiguarlo.

—¿Que quiere decir eso de «cuando lleguéis arriba»? —exijo saber—. ¿Es que no vienes con nosotros?

Noto su mano en mi mejilla y sé lo que significa, así que la aparto de un manotazo.

—Vienes con nosotros, Evan —le digo.

—Tengo que hacer una cosa.

—Eso es —respondo, buscándolo a tientas hasta que encuentro su mano y tiro de ella con fuerza—: Tienes que venir con nosotros.

—Te encontraré, Cassie. ¿Acaso no te he encontrado siempre? Te…

—No, Evan, no sabes si serás capaz de encontrarme.

—Cassie —insiste, y no me gusta cómo dice mi nombre: lo hace en voz demasiado baja, demasiado triste, se parece demasiado a una voz de despedida—. Me equivoqué al decirte que era las dos cosas y ninguna. No puedo serlo; ahora lo sé. Tengo que elegir.

—Espera un momento —dice Ben—. Cassie, ¿este tío es uno de ellos?

—Es complicado —respondo—; ya lo hablaremos después. —Entonces sujeto la mano de Evan entre las mías y me la llevo al pecho—. No vuelvas a abandonarme.

—Me abandonaste tú, ¿recuerdas?

Extiende los dedos sobre mi corazón como si lo sostuviera, como si le perteneciera, ese territorio por el que tanto ha luchado y que se ha ganado en justa batalla.

Me rindo.

¿Qué voy a hacer, apuntarle a la cabeza con una pistola? «Ha llegado hasta aquí —me digo—. Podrá con el resto del camino».

—¿Qué hay al norte? —pregunto mientras le aprieto los dedos.

—No lo sé, pero es el camino más corto al lugar más alejado.

—¿Más alejado de dónde?

—De aquí. Esperad al avión. Cuando el avión despegue, corred. Ben, ¿crees que podrás correr?

—Creo que sí.

—¿Deprisa?

—Sí —responde, aunque no parece demasiado seguro.

—Esperad al avión —susurra Evan—. No lo olvidéis.

Me besa con rabia en los labios y, de repente, la presencia de Evan desaparece de las escaleras. Noto el aliento de Ben en el cogote, cálido en comparación con el frío del ambiente.

—No entiendo lo que está pasando aquí —dice—, pero ¿quién es ese tío? Es un… ¿Qué es? ¿De dónde ha salido? ¿Y adónde va ahora?

—No estoy segura, pero diría que ha encontrado el arsenal.

«Alguien entró antes y me dejó un rastro de sangre».

«Dios mío, Evan, con razón no me lo has dicho».

—Va a volar este sitio en pedazos.