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Sissy se retira y vuelvo a estar solo.

Cuando llega el momento de dejar de huir de tu pasado, el momento de dar media vuelta y enfrentarte a lo que creías que no eras capaz de enfrentarte (el momento en que tu vida vacila entre rendirse y levantarse), cuando llega ese momento, y siempre llega, si no puedes levantarte y tampoco puedes rendirte, esto es lo que haces: te arrastras.

Me deslizo boca abajo por el suelo y llego al cruce del pasillo principal que recorre el complejo a todo lo largo. Necesito descansar. Dos minutos, nada más. Se encienden las luces de emergencia: ya sé dónde estoy. A la izquierda, la chimenea de ventilación; a la derecha, el centro de mando y el búnker.

Tictac. Mi pausa de dos minutos ha acabado. Me pongo de pie ayudándome de la pared: estoy a punto de desmayarme de dolor. Aunque consiga atrapar a Frijol sin que me atrapen a mí, ¿cómo voy a salir de aquí en estas condiciones?

Además, sinceramente, dudo que queden autobuses. O que quede Campo Asilo, ya puestos. Una vez que lo encuentre (si lo encuentro), ¿dónde leches vamos a ir?

Arrastro los pies por el pasillo procurando mantener una mano en la pared para no caerme. Más adelante oigo a alguien que grita a los niños en el búnker, pidiéndoles que se tranquilicen y se queden sentados, diciéndoles que no pasa nada y que están completamente a salvo.

Tictac. Justo antes de la última esquina, miro a la izquierda y veo algo hecho un ovillo contra la pared: un cuerpo humano.

Un cadáver.

Todavía no está frío y lleva un uniforme de teniente. Una bala de gran calibre disparada a quemarropa lo ha dejado sin la mitad de la cara.

No es un recluta, es uno de ellos. ¿Es que alguien más ha averiguado la verdad? Puede.

O quizás un recluta acelerado y de gatillo fácil lo ha confundido con un infestado y se lo ha cargado.

«Se acabó lo de esperar lo mejor, Parish».

Saco el arma de la pistolera del hombre muerto y me la meto en el bolsillo de la bata blanca. Después me cubro la cara con la mascarilla quirúrgica.

«¡Doctor Zombi, preséntese de inmediato en el búnker!».

Y ahí está, justo delante. Unos cuantos metros más y llego.

«Lo he conseguido, Frijol, estoy aquí. Solo espero que tú también estés».

Y es como si me hubiese escuchado, porque ahí está, caminando hacía mí con un (cuesta creerlo) osito de peluche en la mano.

Pero no está solo, hay alguien con él: un recluta de la edad de Dumbo con un uniforme que le queda grande, la gorra bien calada y la visera justo sobre los ojos, armado con un M16 que lleva una especie de tubo metálico unido al cañón.

No hay tiempo para pensarlo más: fingir con este me tomaría demasiado tiempo y dependería demasiado de la suerte, y la suerte ya no pinta nada aquí. Lo importante es ser duro.

Porque esta es la última guerra, y solo sobrevivirán los duros.

Por el paso que me salté del plan. Por Kistner.

Meto la mano en el bolsillo de la bata, me acerco más. Todavía no, todavía no. La herida me palpita en el costado. Tengo que derribarlo con el primer disparo.

Sí, es un niño.

Sí, es inocente.

Y sí, está muerto.