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La tercera vez no se me olvidó el fusil de asalto. Me metí la Luger en el cinturón, pero no era muy lógico intentar disparar un fusil de asalto con un osito en una mano, así que tuve que dejarlo en el sendero.

—No pasa nada, no me olvidaré de ti —le susurré al oso de peluche de Sammy.

Abandoné el sendero y me metí entre los árboles, en silencio. Al acercarme al complejo, me tiré al suelo y avancé a rastras hasta el borde.

«Vaya, por eso no los habías oído irse».

Vosch estaba hablando con un par de soldados en la puerta del almacén. Otro grupo estaba haciendo algo junto a uno de los Humvees. Conté siete en total, lo que significaba que había cinco más fuera de mi vista. ¿Estarían en el bosque buscándome? El cadáver de mi padre ya no estaba: tal vez los Otros ya hubiesen hecho limpieza. Éramos cuarenta y cuatro, sin contar a los niños que se habían ido en los autobuses. Eso es mucho limpiar.

Resulta que estaba en lo cierto: era una operación de limpieza.

Salvo que los Silenciadores no se deshacen de los cadáveres igual que nosotros.

Vosch se había quitado la máscara, igual que los dos tipos que estaban con él. No tenían bocas de langosta ni tentáculos saliéndoles de las barbillas. Parecían seres humanos completamente normales, al menos de lejos.

Ya no necesitaban las máscaras. ¿Por qué no? Las máscaras debían de formar parte de la actuación. Suponían que esperaríamos que se protegieran de la infección.

Dos de los soldados salieron de detrás del Humvee con algo que parecía un cuenco o una esfera del mismo color gris metálico mate que los teledirigidos. Vosch señaló un punto a medio camino entre el almacén y los barracones, el mismo punto en el que había caído mi padre.

Entonces se fueron todos, salvo una soldado que se había arrodillado junto a la esfera gris.

Los Humvees cobraron vida.

Otro motor se unió al dúo: era el transporte de tropas terrestre que había estado aparcado al inicio del complejo, donde no podía verlo. Me había olvidado completamente de él. El resto de los soldados seguramente se encontrarían en el camión, esperando. Pero ¿esperando a qué?

El soldado que quedaba se levantó y corrió al Humvee. Se subió al vehículo y el Humvee hizo un trompo en medio de una hirviente nube de polvo. Me quedé mirando el remolino de polvo hasta que se asentó. El silencio de un anochecer de verano cayó con él. Un silencio que me martilleaba en los oídos.

Entonces, la esfera gris empezó a brillar.

Aquello podía ser bueno, malo o ni bueno ni malo: dependía del punto de vista.

Ellos habían puesto allí la esfera, así que para ellos debía de ser bueno.

El brillo aumentaba: había adquirido un verde amarillento espeluznante. Palpitaba un poco. Como un… ¿Un qué? ¿Una baliza?

Escudriñé el cielo en penumbra. Las primeras estrellas habían empezado a salir. No vi ningún teledirigido.

Si era bueno desde su punto de vista, probablemente era malo desde el mío.

Bueno, probablemente, no. Era bastante seguro.

El intervalo entre los latidos de luz se reducía cada pocos segundos. El latido se convirtió en fogonazo. El fogonazo en rápido parpadeo.

Latido…, latido…, latido…

Fogonazo, fogonazo, fogonazo.

Parpadeoparpadeoparpadeo.

A oscuras, la esfera me recordaba a un ojo, un globo ocular de un pálido verde amarillento que me hacía guiños.

«El Ojo se encargará de ella».

Mi memoria ha conservado lo que ocurrió después como si fuera una serie de fotos instantáneas, como fotogramas de una película de autor con los temblorosos ángulos de la cámara en mano.

FOTO 1: De culo, retrocediendo como un cangrejo para alejarme de la zona.

FOTO 2: De pie, corriendo. El follaje es como un borrón de verde, marrón y gris musgoso.

FOTO 3: El oso de Sammy. El bracito que Sammy había masticado desde que era un bebé se me resbala entre los dedos.

FOTO 4: Yo intentando por segunda vez recoger el maldito oso.

FOTO 5: El pozo de ceniza de fondo. Estoy entre el cadáver de Pringoso y el de Branch. Con el osito de Sammy pegado al pecho.

FOTOS 6-10: Más bosque, sigo corriendo. Si te fijas, se ve el barranco en la esquina izquierda del décimo fotograma.

FOTO 11: El último fotograma. Estoy suspendida en el aire por encima del barranco. La foto se tomó justo después de lanzarme al vacío.

La ola verde pasó rugiendo por encima de mi cuerpo, acurrucado en el suelo, llevándose con ella toneladas de escombros, una masa de árboles voladores, tierra, los cadáveres de pájaros, ardillas, marmotas e insectos, el contenido del pozo de ceniza, fragmentos pulverizados de los barracones y el almacén (contrachapado, hormigón, clavos, hojalata) y los cinco primeros centímetros de tierra en un radio de cien kilómetros. Noté la onda expansiva antes de golpearme con el embarrado fondo del barranco: era una presión intensa que me hizo temblar todos los huesos del cuerpo. Se me taponaron los tímpanos y recordé a Pringoso cuando me dijo: «¿Sabes lo que pasa cuando te bombardean con doscientos decibelios?».

«No, Pringoso, no lo sé. Pero me hago una idea».