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Fueron a por mí como un par de guepardos. Así de veloces eran. Nunca he visto a nadie correr tan deprisa en mi vida. La única que podía hacerles algo de sombra era una chica muerta de miedo que acababa de ver morir a su padre.

Hoja, rama, enredadera, zarza. El rugido del aire en los oídos. El veloz martilleo de mis zapatos en el sendero.

Fragmentos de cielo azul a través de las copas de los árboles, cuchillas de luz solar que se clavan en la tierra destrozada. El mundo hecho jirones se inclinó a un lado.

Frené al acercarme al lugar en que había escondido el último regalo de mi padre. Error. Las balas de gran calibre se hundieron en el tronco del árbol, a cinco centímetros de mi oreja. La madera pulverizada por el impacto me llovió en la cara y diminutas astillas finísimas se me clavaron en la mejilla.

«¿Sabes cómo averiguar quién es tu enemigo, Cassie?».

No podía correr más que ellos.

No podía disparar más que ellos.

A lo mejor podía ser más inteligente que ellos.