Agradecimientos

Puede que escribir una novela sea una experiencia solitaria, pero el proceso hasta llegar al libro terminado no lo es, y sería una estupidez atribuirme todo el mérito. He contraído una enorme deuda con el equipo de Putnam por su inconmensurable entusiasmo, que no hizo más que intensificarse a medida que el proyecto crecía más allá de nuestras expectativas. Mil gracias a Don Weisberg, Jennifer Besser, Shanta Newlin, David Briggs, Jennifer Loja, Paula Sadler y Sarah Hughes.

En ocasiones llegué a pensar que mi editora, la invencible Arianne Lewin, había invocado a un espíritu demoniaco empeñado en conseguir mi destrucción creativa, ya que ponía a prueba mi resistencia, me llevaba hasta los borrosos límites de mi habilidad, como hacen todos los grandes editores. A lo largo de los múltiples borradores, de las interminables revisiones y de los incontables cambios, nunca flaqueó la fe de Ari en el manuscrito… y en mí.

Mi agente, Brian DeFiore, se merece una medalla (o, al menos, un sofisticado diploma elegantemente enmarcado) por ser un extraordinario gestor de mi angustia creativa. Brian pertenece a esa inusual estirpe de agentes que no vacila en meterse en el berenjenal que haga falta con su cliente; ha estado siempre dispuesto (aunque no diré que siempre deseoso de hacerlo) a escuchar, a echarme una mano y a leer la versión número cuatrocientos setenta y nueve de un manuscrito que no paraba de cambiar. Él nunca diría que es el mejor, pero yo sí: Brian, eres el mejor.

Gracias a Adam Schear por saber manejar como un experto los derechos internacionales de la novela, y un agradecimiento especial a Matthew Snyder, de CAA, por navegar por ese extraño, desconcertante y maravilloso mundo del cine, y emplear sus poderes místicos con una eficiencia pasmosa, antes incluso de que el libro estuviera acabado. Ojalá fuese yo la mitad de bueno como autor que él como agente.

La familia de un escritor tiene que soportar su propia carga durante la composición de un libro. Sinceramente, no sé cómo lo aguantaban algunas veces: las largas noches, los silencios malhumorados, las miradas perdidas, las respuestas distraídas a preguntas que, en realidad, no habían hecho. Debo dar las gracias de corazón a mi hijo, Jake, por ofrecerle a este anciano la perspectiva de un adolescente y, sobre todo, por la palabra «jefe» cuando más la necesitaba.

No hay nadie a quien deba más que a mi mujer, Sandy. La génesis de este libro fue una conversación a última hora de la noche, repleta de esa estimulante mezcla de hilaridad y miedo tan característica de muchas de nuestras conversaciones a última hora de la noche. Eso y un debate muy extraño mantenido unos meses después en el que comparábamos una invasión alienígena con el ataque de una momia. Ella es mi intrépida guía, mi mejor crítica, mi fan más rabiosa y mi más feroz defensora. También es mi mejor amiga.

Perdí a una querida amiga y compañera mientras escribía este libro, mi fiel perrita escritora Casey, que se enfrentaba a todos los ataques, corría por todas las playas y luchaba por ganar cada centímetro de terreno a mi lado. Te echaré de menos, Case.