Capítulo 18

¡Atrapados!

Cubiertos por una gruesa manta, los Tres Investigadores eran incapaces de reconocer las voces de sus raptores y deducir adonde los llevaban. Que quienes habían cargado con ellos caminaban por un terreno desigual, lo demostraban las constantes sacudidas que percibían. Uno de los portadores debió tropezar, porque soltó una interjección. La autoritaria voz de alguien le obligó a callarse.

Se detuvo la caravana. Los muchachos sintieron que ataban fuertes cuerdas alrededor de sus cuerpos. Seguidamente los alzaron de nuevo y se sintieron arrojados sobre una superficie elástica. Luego el ruido de una pesada puerta al cerrarse.

Alguien dijo: «Así ya no molestarán más» y seguidamente percibieron el rumor de pasos que se alejaban y luego se produjo un silencio absoluto. Se retorcieron para soltarse de sus ligaduras, pero de pronto se detuvieron en sus esfuerzos para prestar oído a un rumor acompasado que llegaba hasta ellos, al mismo tiempo que se sentían lanzados hacia delante, para columpiarse de nuevo hacia atrás, como si colgaran de un péndulo y todo ello acompañado por un crujido estridente cuya intensidad crecía por momentos. De pronto sintieron que eran alzados a gran altura.

—¡Caramba! —exclamó Bob—. Parece que vayamos montados sobre algo.

—Así parece. Pero francamente este chirrido no me gusta nada. ¡Venga! ¡A ver si podemos quitarnos esta manta de encima! ¡Por lo menos no nos sofocaremos y podremos ver dónde nos hallamos! —urgió Jupiter.

Siguiendo las indicaciones de Jupiter consiguieron hacer deslizar la manta por encima de sus cabezas.

—¡Más! ¡Más! ¡Cogedla, aunque sea con la punta de los dedos y apartadla! —jadeaba Jupiter.

Continuaron con sus esfuerzos mientras proseguía aquel chirrido estridente y ominoso. Desde abajo venían otros ruidos ensordecedores.

De pronto se sintieron lanzados como si describieran un arco en el vacío.

—¡Es la garra de la grúa! —gritó Pete.

Con un desesperado movimiento convulsivo, los tres muchachos consiguieron por fin libertar sus cabezas.

Frente a ellos sólo vieron el azul firmamento. Por debajo, los montones informes de los coches y de los desechos del almacén de chatarra vecino a «Jungle Land».

Se hallaban atados en el interior de un viejo coche que asía la garra de la grúa, desplazándose por el aire en dirección al transportador del conjunto que aplastaba los coches hasta convertirlos en un bloque de chatarra. Comenzaron a gritar pidiendo socorro, pero el estruendo de aquel monstruo que veían abajo, ahogaba sus exclamaciones.

Pete exclamó con voz entrecortada:

—¡No tiene objeto gritar! ¡Este monstruo no permite que nos oigan!

—¡El maquinista de la grúa tampoco puede vernos! ¡Hemos de soltarnos de estas cuerdas para que podamos llamar su atención! —exclamó Jupiter.

Se retorcieron, y se agitaron intentando librarse de las ligaduras, pero todos sus esfuerzos fueron en vano.

De pronto oyeron un silbido agudo, la garra descendió rápidamente y unos segundos más tardé, abriéndose, soltó el coche y cayeron.

El impacto del golpe casi los proyectó contra el techo, pero inmediatamente sintieron una sacudida y vieron cómo el coche avanzaba para detenerse y volver a avanzar con pausados desplazamientos.

—¡Estamos encima del transportador! —aulló Jupiter—. ¡Nos lleva hacia el desplazamiento! ¡Hay que salir de Inmediato de aquí!

Continuaron sus desesperados esfuerzos para librarse, pero las cuerdas eran resistentes y fuertes los nudos.

—¡Golpeemos las ventanillas y las portezuelas! ¡Quizá podamos abrirlas! —gritó Jupiter.

Lo intentaron, pero también fue en vano, atados como estaban por las piernas. Los golpes que podían dar, carecían de fuerza.

—¡Nada podemos hacer! —balbució Pete—. ¡Nuestra única esperanza está en que nos vea alguien… algún obrero!

—¡No es probable, porque estos conjuntos funcionan automáticamente! ¡La detección tampoco nos salvará, porque sólo percibirá metal, que es lo exterior del coche! ¡Nosotros estamos dentro!

—Desde luego, no es cosa de broma —dijo una voz tranquila.

Estupefactos, vieron ante ellos el rostro de «cara de hacha».

—A ver, Dobbsie, abre esa otra puerta —ordenó «cara de hacha».

Con movimientos seguros y fuerza evidente, entre ambos hombres sacaron del coche el fardo formado por los tres muchachos atados y lo dejaron caer al suelo fuera del alcance del transportador. El viejo automóvil, donde habían estado, prosiguió su avance y con ojos desmesuradamente abiertos por el espanto, vieron cómo era engullido por aquella máquina monstruosa con ruido ensordecedor de metal triturado y resquebrajado.

Con un prolongado suspiro de alivio, Jupiter miró a sus salvadores, pero lo que vio le heló la sangre. Dobbsie esgrimía un cuchillo de ancha hoja.

«Cara de hacha», que comprendió su gesto, le dijo en tono burlón:

—No te asustes, chico. Supongo que os gustará que cortemos las cuerdas que os sujetan, ¿no es así?

Jupiter asintió maquinalmente y miró a sus dos compañeros, que tampoco apartaban sus miradas de ambos individuos. El de ojos de abalorio se inclinó y pasando la hoja del cuchillo por debajo de las cuerdas fue cortándolas hasta que los tres quedaron libres.

Mientras los Tres Investigadores malparados se restregaban brazos y piernas para restablecer la circulación de la sangre en sus miembros, «Cara de hacha» preguntó:

—¿Qué ha ocurrido? Porque parece que hemos llegado en el momento más oportuno.

—Alguien nos echó por sorpresa y rápidamente una manta por encima, nos tiraron al suelo, nos ataron y nos arrojaron a interior de un coche viejo. Al parecer estábamos destinados a desaparecer en el interior de ese monstruo —dijo Jupiter señalando hacia el conjunto quebranta metales con un violento estremecimiento—. Muchas gracias por haberlo impedido.

—¿Tenéis idea de quién os secuestró?

—No, señor. Todo sucedió muy rápidamente. Doblábamos la esquina de la casa de los Hall, allí debajo de la pérgola… —e Interrumpiéndose, Jupiter preguntó a su vez—. ¿Cómo supieron que estábamos en el interior del coche?

«Cara de hacha» suspiró con resignación al mismo tiempo que miraba a su compañero y contestó:

—Estábamos entre estos montones de chatarra. Dobbsie observó cómo unos individuos metían algo en el Interior de un coche. Nos apresuramos a Ir hacia allá, porque aquello nos había llamado la atención. Pero antes de que llegáramos junto al coche, bajó la grapa de la grúa, lo agarró y lo soltó encima del transportador. No podíamos llamar la atención del maquinista como tampoco detener la marcha del transportador. En consecuencia, tuvimos que proceder como lo hicimos.

Pete se estremeció, murmurando:

—Me parece imposible que él haya querido acabar con nosotros de esta manera. Francamente, no puedo creerlo…

—¿Quién…? ¿Y qué sabéis vosotros, para que alguien quiera suprimiros radicalmente? —Inquirió «Cara de hacha».

—Estamos investigando algo e incluso sospechamos de alguien, pero no podemos decir nombres hasta que no podamos demostrar la veracidad de nuestras declaraciones —contestó Jupiter.

—¿Conque no podéis dar nombres, eh? Casi creo que mejor hubiera sido que nos hubiésemos mantenido al margen de vuestra suerte y os hubiéramos dejado acabar vuestras investigaciones ahí dentro —observó «Cara de hacha» indicando con un gesto hacia el interior de la máquina que continuaba engullendo automóviles.

Jupiter replicó con tono decidido:

—A decir verdad, el comportamiento de ustedes también nos ha hecho sospechar, pero supongo que nada tienen que ver con el contrabando de diamantes, porque de ser así no nos habrían salvado de una muerte segura.

«Cara de hacha» miró a su compañero exclamando:

—¿Qué te decía? ¡Este chico es de cuidado! —mirando a Jupiter, prosiguió—. Incluso creo que sabes dónde están.

—Claro que lo sé, pero no voy a decirlo —contestó Jupiter lentamente.

«Cara de hacha» dirigiéndose a Dobbsie, le dijo:

—Vamos, compañero, que aquí está visto que perderemos el tiempo y mientras charlamos, quizás ellos desaparezcan.

El interpelado acercó su rostro a Jupiter y le advirtió con rostro serlo, alzando un dedo como reconviniéndole:

—Amigo, te advierto que este asunto no es para niños. ¡Id con mucho cuidado!

Lo amenazador de aquella advertencia era evidente y sin añadir otra palabra el llamado Dobbsie giró sobre sus talones para unirse a «Cara de hacha» que se alejaba con paso ligero, dejando que los chicos meditaran sobre su aviso.