Muerte negra
Mike aguardaba a los Tres Investigadores en su casa. Luego de saludarlos, los condujo por un sendero que los llevó hasta el principal escenario de la película de Jay Eastland. Era un claro natural en el bosque, bordeado por grandes árboles y maleza espesa. Por el lado del norte había grandes peñascos que parecían la base de un acantilado no muy elevado, pero sí cortado a pico. El borde superior de aquel peñasco formaba como un salidizo que parecía asomarse al vacío.
El lugar aparecía preso de una actividad febril. Los obreros iban de un lado a otro colocando cables y disponiendo grandes proyectores de luz, montados sobre altos y fuertes trípodes de hierro. Eastland estaba en un extremo, hablando con varios artistas y examinando sus gestos, actitudes y aspecto, mientras otros operarios ponían a punto la cámara tomavistas.
Bob, mirando aquel trajín, preguntó:
—¿Acaso ya han comenzado?
Mike contestó:
—Nada de eso. Toda la mañana han estado hablando, pero ahora parece que va a salir el sol y Eastland ha decidido comenzar. «George» actuará en la primera escena.
—¿Qué tal ha pasado la noche? ¿Se ha mostrado nervioso? —quiso saber Jupiter.
—Ha dormido tranquilamente. Doc Dawson le dio un poco de tranquilizante… y ha sido una suerte, porque la pantera puede decirse que se ha pasado la mitad de la noche rugiendo por lo bajo.
—¡Eh, cuidado! ¡No vayas a decirme que tienes otro misterio preparado! ¡Con un león nervioso ya tenemos bastante! ¡No traigas ahora una pantera!
—Nada de esto, Pete. Lo que ocurre es que todavía debe calmarse del viaje que ha hecho hasta llegar aquí y tiene que habituarse a este ambiente.
—¿Cómo va la herida de «George»? —preguntó Bob.
—Cicatrizando. Apenas se ve dónde se produjo el corte.
Mike, con un ademán, señaló hacia un extremo del lugar que servia de escenario. Allí aguardaba Jim Hall con el gran león a su lado. En aquel momento les vio y los saludó agitando una mano. Los Tres Investigadores caminaron hacia él, sin perder de vista a «George». La enorme bestia amarilla estaba tendida, sus patas delanteras y debajo su enorme cabezota, la mirada de aquellos ojos de amarillentas pupilas, perdida en la distancia. Cuando Jim Hall le frotaba la cabeza, su cola se agitaba lentamente.
—Celebro que hayáis podido venir, chicos —dijo Jim Hall—. Como podéis ver, «George» parece tener un buen día. Ya hemos ensayado esta escena varias veces y estoy seguro de que «George» sabe lo que tiene que hacer —mirando hacia el director y productor, prosiguió—: Espero que Eastland se decida a rodar mientras «George» esté de buen humor…
Como si comprendiera su palabras, el gran león bostezó, mostrando sus amarillentos dientes y desde lo profundo de su garganta emitió un sordo rugido.
Viendo cómo los Tres Investigadores se detenían con aprensión, Jim Hall sonrió diciendo:
—Nada temáis. Está roncando de satisfacción. Indica que está de buen humor —pero mirando a Eastland con impaciencia, prosiguió—: ¿A qué espera este hombre? ¿Acaso cree que hemos de estar todo el día aquí?
El gordo director pareció haber oído aquellas palabras de impaciencia, porque apartándose del grupo de los artistas, cruzó el terreno del escenario y gritó a los operadores de la cámara tomavistas:
—¡A ver, vosotros! ¡Enfocad hacia acá!
Luego de examinar unas notas que asía con una mano, prosiguió:
—¡A ver si estamos atentos para esta escena! ¡Es corta, pero rápida! ¡Quiero que salga bien a la primera! ¿Entendido?
—Desde luego, las repeticiones aumentan los dispendios —murmuró Pete al oído de Jupiter.
Eastland hizo ademán a una pareja de artistas, masculino y femenino, de que se acercaran a él:
—Usted, señorita Stone y usted, Rock Randall, colóquense ahí —indicó señalando hacia un lugar debajo del salidizo rocoso y prosiguió—: El león aparecerá por encima del salidizo, mirando hacia abajo. Ustedes ambos sostendrán una pelea y cuando Randall esté de espaldas al salidizo el león le saltará encima. ¿Lo han entendido? ¿Alguna pregunta? ¿Usted, Sue? ¿Usted, Rock? ¿Nada?
Eastland, dirigiéndose al operario encargado de la cámara le dijo:
—Mantenga enfocado a Randall y a «George». Cuando éste le salte encima, Randall tratará de luchar con él y se revolcarán por el suelo, pero «George» le echará la zarpa y todo habrá terminado. Corte para pasar a la escena siguiente, lo que permitirá a Hall acudir junto a «George» y calmarlo, mientras preparamos la escena siguiente con Sue. Confiemos en que nada salga torcido.
Con cierta irritación, Jim Hall advirtió:
—«George» sabe muy bien lo que debe hacer, Eastland. Pero cerciórese de que cuando Rock esté tendido en el suelo no trate de levantarse, porque si lo hace, «George» lo tumbará de nuevo. Si permanece quieto, nada ocurrirá.
El director asintió con una mueca y comentando:
—Desde luego, todos esperamos que así sea —pero dirigiéndose a Rock Randall, añadió—: Confío en que su póliza de seguro esté al corriente, Rock.
El aludido, con el rostro pálido, replicó:
—Vamos, déjese de comedias y comencemos el rodaje de una vez.
—Este Rock Randall está pero que muy asustado y el amigo Eastland nada hace por tranquilizarle —murmuró Jupiter a sus compañeros.
Pete, mirando al gran león que continuaba tendido sobre sus cuatro patas, comentó:
—¿Qué os diré? No me extraña que Rock Randall esté algo asustado… ¿Qué cabe esperar de uno si se sabe que de un momento para otro te va a saltar encima un león?
—Pero «George» está domesticado y entrenado. Ningún daño le hará —protestó Mike.
—Caramba, ahora que lo recuerdo… ¿No tuvo ayer Rock Randall una pelea? —preguntó Bob—. Nada se le advierte.
—Maquillaje —afirmó Pete con acento seguro.
Eastland instruyó a la señorita Sue, diciéndole:
—Después de la escena que he descrito, vendrá la de usted, Sue. Estará durmiendo en su tienda. El león meterá la cabeza y entrará lentamente. No tiene malas intenciones, sino sólo curiosidad. Pero usted se despierta lo ve, y grita. Él rugirá. Esto será todo. ¿Entendido? No vaya a golpearle o a hacer un gesto semejante. Nada de ello. Sólo deberá sentarse, ceñirse las mantas y gritar. ¿Me ha comprendido?
La actriz, llevándose la mano a la garganta, musitó:
—Pero… pero… es que jamás he actuado con un león, señor Eastland. ¿Está usted seguro de que no corro peligro?
Eastland, sonriendo, le mostró un documento que sacó del bolsillo y dijo:
—Esto es lo que afirma su propietario, Jim Hall. Aquí está su garantía escrita con letra negra sobre papel blanco.
La actriz le volvió la espalda sin replicarle.
Pete tocó el hombro de Jupiter indicándole cierta dirección con una mirada. Atendiendo a su gesto, Jupiter vio al hombre de cara de hacha mirando al escenario desde uno de los bordes del campo. Inclinándose hacia Mike, le preguntó:
—¿Oye? ¿Conoces al tipo aquél que hay allí, junto al borde del claro?
—¿El del perfil agudo? Sí, lo he visto antes. Trabaja para Eastland. Creo recordar que se llama Dunlop.
—¿Dunlop? ¿Estás seguro? ¿No será Olsen?
—¿Olsen? De ninguna manera. Ahora recuerdo muy bien haber oído a Eastland llamarle Dunlop. Eso es y además… que es un experto en armas de fuego, para mayor detalle.
Jupiter miró a Pete y a Bob para ver si habían oído la afirmación de Mike. Ambos asintieron en silencio, mientras el ahora recién Dunlop se alejaba con paso tranquilo y sin mirar atrás. No pudo evitar un estremecimiento al recordar que en la noche anterior aquel individuo había lanzado una vaga amenaza de regresar al «Jones Savage Yard» de su tío. Aquello de que fuera un experto en armas de fuego no ayudaba a tranquilizarle.
—¿Qué hay acerca de Hank Morton? ¿Habéis sabido algo de él? —inquirió Jupiter.
Mike, con una mueca de desagrado, respondió:
—No creo que se atreva a venir de nuevo por aquí, aunque estamos muy contentos de que Doc Dawson pudiera curar a «George» como para que pudiera actuar hoy.
—¿Qué hicisteis en su día con la jaula de «George»? Quiero decir dónde la tenéis.
—¿Tenerla? Pues no lo sé. Supongo que debieron arrojarla al cementerio de coches por encima de la cerca. Allí tiramos todo lo que nos sobra de los envíos y recuerdo que aquella jaula estaba harto desvencijada. ¿Por qué lo preguntas?
—Hombre… por nada. Simple curiosidad…
En aquel instante, Eastland chascó los dedos en dirección a Jim Hall diciéndole:
—¡Eh, Jim! ¡Que estamos dispuestos! ¿Vale? Pues coloque el león encima del peñasco y dispóngase usted para actuar.
Jim Hall asintió en silencio y tirando de una oreja a «George» le dijo:
—Hala, compañero, vamos. A ver si nos ganamos la pitanza del día.
Con «George» pegado a sus talones se encaminó hacia el peñasco. Se detuvo, inclinándose hacia delante, susurró algo al oído del león, chasqueó los dedos y señaló hacia la cima del pequeño acantilado. La fiera obedeció inmediatamente, pues con unos pocos saltos se encaramó hasta la cúspide y allí permaneció erguido, mirando hacia abajo con la majestad y la seguridad de quien se sabe el rey de la selva. Jupiter y sus compañeros tuvieron que contenerse para no aplaudirle.
Jim Hall silbó suavemente al mismo tiempo que hacía un gesto con una mano. El león dejó oír un suave rugido, miró hacia debajo de la roca y agitó cola lentamente.
Rock Randall y Sue Stone se colocaron debajo del salidizo. Un operario agitó una pizarra mostrando unos números y gritando:
—¡Preparados para actuar! ¡Silencio! ¡Silencio!
Todas las miradas quedaron prendidas en la escena que se iba a rodar. Jupiter dio con el codo suavemente a sus compañeros al mismo tiempo que con un gesto de la cabeza les indicaba que debían apartarse. Lentamente retrocedió unos pasos. Bob y Pete, luego de una ligera vacilación, le siguieron, pero cuando se hubieron alejado un trecho, Pete rezongó:
—Mira que tienes ideas… Ahora que íbamos a ver cómo actuaba «George»…
Con un encogimiento de hombros Jupiter replicó:
—Confío y espero que el león actuará conforme le han enseñado y entrenado, porque esto nos otorga la ocasión de investigar por nuestra cuenta.
—¿Dónde? —preguntó Bob.
Indicando con un ademán a la casa de los Hall, Jupiter respondió:
—En la región diamantífera.
Los tres muchachos se aproximaron a la casa con cautela suma.
—Las nuevas jaulas están al otro lado de la casa —murmuró Jupiter y prosiguió—: Es lo que deseo ver en primer lugar. Deben ser iguales a la que fue utilizada para «George», o sea para el contrabando. Hemos de ser rápidos y silenciosos, al mismo tiempo que nos cercioramos de que nadie nos ve.
—¿Quién puede observarnos? —preguntó Bob sorprendido, añadiendo—: Todo el mundo está pendiente del rodar de la película.
—Estoy seguro de que te equivocas —contestó Jupiter con acento seguro.
Siguiendo el ejemplo de Jupiter se pegaron contra la pared, junto a la esquina de la casa, escuchando con toda la atención de que eran capaces. Unos instantes más tarde, doblaban la esquina rápidamente e inclinándose por debajo del antepecho de las ventanas siguieron a lo largo de la fachada de la casa.
En la parte trasera vieron ambas jaulas, colocadas una a cada esquina de al casa. Se acercaron a la más próxima y Bob, luego de mirar en su interior, susurró:
—Por ahora nos acompaña la suerte. El gorila parece que está dormido.
En efecto, vieron cómo el simio, hecho una bola, estaba inmóvil en el fondo de la jaula.
—¿Y eso qué importa? ¿Acaso vamos a entrar en la jaula para ver si encontramos esos diamantes? —preguntó Pete.
Jupiter, que caminaba alrededor de la jaula, comentó:
—Veamos… Si estas jaulas contuvieran diamantes… ¿dónde los esconderían? Es de suponer que en un doble fondo o algo semejante en el techo, ¿no es así?
—Desde luego, es lo que se estila… —convino Bob.
—Pero esto sería demasiado sencillo, como tú mismo acabas de decir… esto es, demasiado fácil. El exterior de esta jaula parece algo corriente. El marco de madera que asegura los barrotes… No sé, pero me parece que el lugar que me imagino, debe estar dispuesto en el interior. Pero claro, para cerciorarnos tendríamos que sacar al gorila de la jaula.
—¡Menos mal! ¡Creía que ibas a pedirnos que entráramos con el gorila dentro! —observó Pete con un suspiro de alivio.
Jupiter, sin prestar atención a la irónica observación, se apartó de la jaula del gorila y dio unos pasos hacia la de la pantera, diciendo:
—Veamos si hallamos algo en la jaula de la pantera. A lo mejor…
Viendo cómo se interrumpía y alzaba la cabeza alarmado, Bob, sorprendido, le preguntó:
—¡Quietos! ¡No os mováis! ¡No hagáis ningún gesto rápido! ¡No corráis!
—¡Pero qué ocurre? —insistió Bob.
—Mirad hacia delante… ¡La jaula de la pantera está abierta… y vacía…!
Los tres quedaron como clavados en el suelo sin poder apartar sus miradas de la jaula desocupada, mientras un frío estremecimiento descendía por sus espaldas seguido del terror que les sobrecogió al oír detrás de ellos el inconfundible y bajo rugido de la furiosa pantera negra que se les acercaba.
Jupiter, al que aquella situación le había sobrevenido cuando estaba medio vuelto hacia sus compañeros que caminaban un par de pasos más atrás, vio de reojo dónde se hallaba la fiera. Sin osar un movimiento y casi sin despegar los labios murmuró:
—¡La veo! ¡Está agazapada sobre la rama de un árbol… a unos diez metros… detrás de nosotros! Vamos a probar de separarnos… cuando yo cuente hasta tres…
La voz de Jupiter se ahogó en su garganta al ver cómo se agitaban los matorrales y entre la hierba que tenía enfrente se elevaba el cañón de un rifle, al mismo tiempo que una voz les ordenaba con tono perentorio:
—¡No os mováis!
Los muchachos incluso contuvieron la respiración mientras vieron aparecer detrás del arma la figura del veterinario. Doc Dawson, alerta la mirada de sus ojos grises y el índice doblado sobre el gatillo.
De pronto surgió a sus espaldas un ronco maullido de ferocidad incontenible, al mismo tiempo que el estampido del rifle estallaba en el aire, y los muchachos doblaban instintivamente las espaldas como si ya sintieran la fiera encima, que, efectivamente, cayó en tierra cerca de sus pies. El cuerpo del felino se contrajo un instante para inmovilizarse por completo seguidamente.
Doc Dawson avanzó con rostro serio y pálido hasta llegar junto a las garras delanteras de la pantera y con una de sus botas polvorientas le apretó las uñas al mismo tiempo que decía:
—Una suerte para todos, muchachos, el que yo sea un buen tirador…
—¿Está… está… muerta? ¿De… veras? —tartamudeó Bob, preguntando.
—No lo dudes, chico. Esta vez fue un disparo con bala y lo siento. Jamás imaginé que un día tendría que matar a uno de los animales de Jim —dijo el veterinario con acento pesaroso.
Jupiter, procurando apartar su vista de aquella mancha roja que iba extendiéndose por el suelo, dijo:
—Gracias, doctor Dawson, si no llega a ser por usted… —y luego de tragar saliva, preguntó—: ¿Cómo es posible que estuviera en libertad?
—Confieso que en cierta manera la culpa es mía. Quería reconocerla y en consecuencia le disparé un dardo de inyectable tranquilizador. Fui a dar una vuelta durante unos minutos mientras transcurría el tiempo que había calculado que tardaría en hacer su efecto la droga Cuando volví, lo primero que vi fue que estaba de pie y fuera de la jaula. Por alguna razón que todavía ignoro, la droga no le había hecho efecto. Corrí a mi «jeep» para coger el rifle que uso para abatir halcones.
—¿Opina que alguien dejó salir a la pantera? —preguntó de nuevo Jupiter.
—¿Pero crees que hay alguien capaz de cometer tal barbaridad? De haber sido así es que debió estar loco. No, lo más probable es que la jaula no estuviera bien cerrada…
—¿Pero y la droga? ¿No pudo ser manipulada por alguien? Quiero decir debilitada…
El veterinario miró a Jupiter con cierta atención algunos instantes y respondió, como hablando consigo mismo:
—Pues… claro… cabe la posibilidad. Dejo mis maletines en cualquier parte, porque jamás se me ha ocurrido desconfiar de nadie —y con gesto preocupado, prosiguió—: No sé qué pensar. Parece como si alguien quisiera hacerle una mala jugada a Jim y si así fuera, francamente, no comprendería por qué… a una persona tan noble como es él…
Pete, inclinándose sobre la pantera, contestó:
—Supongo que no tenía otro remedio que matarla. ¿No es así?
—Desde luego, hijo. Quizás os parezca algo como un gato grande y hermoso, pero creedme que es un asesino, incluso de hombres, de los más fieros y peligrosos.
Mirando a los tres con cierta desconfianza, preguntó el veterinario:
—¿Pero qué hacíais por aquí? Jim Hall me dijo que hoy iríais a presenciar el rodaje de la película y a ver cómo actuaba «George».
—Estuvimos allí, pero francamente… nos cansamos y nos dimos una vuelta por aquí… a ver si descubríamos algo… —contestó Jupiter en forma evasiva.
Mirando a los tres sucesivamente, Doc prosiguió:
—Ya me dijo que os dedicabais a la investigación —y sonriendo, preguntó—: ¿Qué…? ¿Habéis hallado algo interesante?
—Pues no, señor. Está todo tan confuso como el primer día —reconoció Jupiter.
—No puedo deciros que me extraña, porque desde luego, desde hace algún tiempo a esta parte, ocurren por aquí cosas casi sorprendentes… coincidencias que dan qué pensar. ¿Queréis saber algo de lo que estoy sorprendido?
Los tres muchachos le miraron interrogativamente.
El veterinario se puso una tagarnina entre los dientes, mordió un extremo, lo escupió, cogió el cigarro entre los dientes de nuevo, lo encendió y luego de echar una bocanada de humo, dijo:
—Pues es el caso de que cada vez que vosotros venís por aquí se escapa un animal. ¿No os da que pensar?
Los tres compañeros se miraron en silencio, mientras su interlocutor, con seca risita, subrayaba:
—¿Verdad que tengo razón? —y dando con el pie al cuerpo de la pantera muerta, prosiguió—: Volveré dentro de un rato para llevármela. Pero para vosotros, permitidme un buen consejo…
—¿Cuál, señor? —preguntó Bob.
—Estad prevenidos y no os descuidéis.
Sin otra palabra ni de despedida, el veterinario giró sobre la alta y ondulante hierba.