¡Persecución!
—¡Vayamos más adelante! ¡Quiero oír lo que dicen! —decidió Jupiter, indicando hacia un grupo de eucaliptos que se hallaban junto a la cerca. Las ramas bajas de aquellos árboles los ocultarían por completo y con seguridad, si conseguían deslizarse debajo de su cobijo.
Con suma precaución, casi arrastrándose sobre su estómago, Jupiter reptó hacia delante. Bob y Pete le siguieron casi pegados a sus talones. Pronto se hallaron debajo de aquellas ramas sumidas en la sombra y envueltos con los efluvios oleosos y medicinales de las hojas de los eucaliptos. Alzaron con precaución las cabezas y vieron que se hallaban a unos diez metros alejados de Olsen.
En el aparato que sostenía Olsen oyose un ligero crujido. Éste se inclinó para hablar y esta vez los muchachos oyeron claramente sus palabras.
—Ven por este camino —ordenó a su interlocutor.
Oyeron la respuesta claramente:
—Conforme.
Vieron aparecer una figura oscura, caminando lentamente entre los enormes montones de chatarra y sosteniendo una larga radio portátil con la larga antena extendida.
El de la cara de hacha preguntó:
—¿Qué…? ¿Hubo suerte, Dobbsie?
El que llegaba sacudió la cabeza con gesto negativo, mientras proseguía andando con cuidado, mirando cuidadosamente a los trozos e metal esparcidos por el suelo.
—Ni rastro —fue la respuesta emitida por el micrófono.
—Prosigue. Puede estar enterrado —ordenó el de la cara de hacha.
Olsen se movió a un lado, cogió un guardabarros y lo apartó. Hizo lo mismo con un parachoques y el enrejado de un radiador. Seguidamente examinó el suelo atentamente y movió la cabeza con gesto de desaliento. El otro individuo se fue acercando, alzando y apartando trozos y piezas a medida que avanzaba hasta que llegó junto al llamado Olsen. Ambos plegaron las antenas de sus aparatos.
—Esto es como buscar una aguja en un pajar —se lamentó el recién llegado.
—Desde luego, bien lo sé. Pero es una presa demasiado buena para que ahora le dejemos escapar —contestó «cara de hacha».
—¿Y qué hay del otro lugar?
—¿Del almacén de derribos y de chatarra? Lo más probable es que allí no hay nada, pero lo más conveniente es no perderlo de vista. Aquel chico gordo quizá llegue a sospechar algo. Volveremos a ocuparnos de él.
Jupiter y sus dos amigos se miraron sorprendidos. Él era el único chico «gordo» del que supieran, relacionado con un almacén de derribos y de chatarra. Jupiter tragó saliva. No le gustaba que le llamaran «gordo» y menos todavía aquella amenaza que parecían significar las palabras de Olsen.
El interlocutor de Olsen esbozó una mueca en su rostro pálido y cuadrado, en cuyo centro se alzaba la protuberancia de una naricilla chata y respingona, vértice de unos ojillos brillantes como cuentas de abalorio, al preguntan
—¿Qué hay con los dos nuevos que Hall ha tomado? ¿No deberíamos acercarnos a ellos?
Olsen movió la cabeza con silenciosa negativa. De uno de sus bolsillos sacó una hoja de papel y lentamente leyó, bajando la voz:
—De la Información que conseguimos de la alarma de Dora, cabe deletrear para nosotros —DOX ROX NOX EX REX BOX—. O sea seis «X». Podría ser su, clase de comunicación o bien que se refieren a seis «X». Esto significaría seiscientos «K». Aproximadamente medio millón de machacantes, Dobbsie… lo que no sería mal asunto. Un buen montón de guijarros.
El de los ojillos como cuentas de abalorio, se encogió de hombros como asintiendo, pero sugirió:
—Desde luego y quizá también podríamos echarlo todo a perder esperando. ¿Por qué no nos acercamos a él?
«Cara de hacha», doblando el papel y devolviéndolo al bolsillo de donde lo había sacado, respondió firmemente:
—Esperaremos. Debe ofrecernos una oportunidad. Alguien ha obrado descuidadamente esta noche. Si antes hallamos los guijarros, los envolveremos a ambos.
—Está bien. Tú eres el director de escena.
—Así es. Voy a comprobar si Eastland ha metido su pata en lo ocurrido esta noche. Está falto de dinero y quizá soltó al gorila. Ten presente de que si sucediera algo, engancharía a Hall con cincuenta billetes de los grandes.
Su interlocutor, uniendo sus puños con fuerza y esbozando una mueca, contestó:
—Me gustarla aplastar a Eastland. Me molesta.
«Cara de hacha» soltó una ligera carcajada al decir:
—No me preocupa. Bien, Dobbsie. Mañana nos encontraremos a la misma hora.
Luego de saludar con breve gesto, Olsen dio media vuelta alejándose y su compañero hizo lo mismo en dirección opuesta.
Pete tocó el hombro de Jupiter indicándole un lugar de la cerca, que aparecía casi derribada, donde antes, bien lo recordaban, estaba enhiesta.
Vieron cómo «cara de hacha» pasaba sobre ella con precaución; luego cuidadosamente la levantaba, clavando un poste de hierro que había al lado. Seguidamente, luego de frotarse las manos, comenzó a ascender en dirección a la casa de los Hall, desapareciendo entre la oscuridad y frondosidad del bosque. Durante unos instantes oyeron todavía sus pasos y luego renació el silencio de la noche.
Los Tres Investigadores se mantuvieron quietos durante un minuto y luego de cerciorarse de que no había nadie por allí, se levantaron lentamente. El cementerio de chatarra había desaparecido. Los muchachos comenzaron a remontar la ladera de la colina.
Pete, que caminaba en vanguardia, de pronto se detuvo, alzando una mano y emitiendo un bajo silbido de aviso.
Oyeron un rumor persistente entre la hierba y los matorrales y con los corazones palpitantes, el eco de unas pisadas lentas. Intentaron adivinar quién era el que caminaba en la oscuridad. De ella se destacó el contorno de alguien que se encaminaba hacia ellos y sin pensarlo dos veces, los muchachos echaron a correr. Por desgracia, Jupiter metió un pie debajo de una raíz que sobresalía del suelo y cayó hacia delante cuan largo era. Una de sus manos halló algo duro y frío. Oyendo un gruñido acompañado de una encolerizada interjección a su espalda, asió aquello instintivamente, al mismo tiempo que se ponía en pie de nuevo.
Pete lo tomó del brazo para ayudarle a correr, en el mismo momento en que oían otra exclamación iracunda y se veían envueltos por el haz de luz de una linterna eléctrica.
Ahora aquellas pisadas eran aceleradas. Jupiter echó a correr de nuevo, ayudado por Pete y sin soltar el tubo de metal. Ante ellos corría Bob, cuando se pronto perdió pie, cayendo de bruces. Jupiter y Pete lo agarraron cada uno por un brazo, arrastrándolo con ellos sin perder tiempo.
El haz de luz los enfocó de nuevo al mismo tiempo que luna voz ronca les conminaba para que se detuvieran. En lugar de obedecer corrieron con mayor fuerza.
Jadeantes, pero fiados en el instinto de orientación de Pete, prosiguieron por la falda de la colina hasta salir a la carretera que conducía a la casa de los Hall. Vieron ante ellos los focos del «Rolls-Royce» que les aguardaba.
Jupiter, al mismo tiempo que abría la portezuela y se precipitaba al interior del coche, le gritó al conductor:
—¡Rápido, Worthington! ¡Arranque! ¡Vámonos!
Bob y Pete caían a su lado, mientras el chófer, imperturbable, respondía:
—A sus órdenes, señorito Jones.
El motor dejó oír su potente ruido y el coche giró para comenzar el descenso. De pronto, de entre la espesura salió un hombre que pareció precipitarse al lado del vehículo. Worthington frenó maquinalmente y por un instante pudieron ver el contorsionado rostro del que había salido a su encuentro y que, con un puño en alto, corría detrás de ellos.
—¡Atiza! —exclamó Pete—. ¡Pero si es Bo Jenkins, el nuevo ayudante de los Hall!
Por la mirilla posterior atisbaron a Jenkins que, deteniéndose y jadeante, alzaba ahora ambos puños amenazadoramente hacia ellos con furia incontenible. Era tan terrible su actitud, que el trío se ocultó instintivamente detrás del respaldo del asiento, a pesar de que se sentían a salvo por la velocidad del vehículo.
Cuando al llegar frente a la verja Worthington disminuyó la marcha del coche, Pete se apeó de un salto y la abrió sin perder un instante, cerrándola de nuevo en cuanto hubo salido el automóvil. Pete entró de nuevo en el coche con un suspiro de alivio y moviendo la cabeza preguntó:
—¿Qué cabe pensar de todo esto?
Jupiter, no sabiendo qué contestarle, limitose a asir fuertemente aquella arma que hubiera podido ser el tubo de metal con que tropezó en su caída.
Pete, Bob y Jupiter estaban frente a la verja de entrada al almacén de chatarra y derribos del «Patio Salvaje» de los Jones luego de haber despedido a Worthington, que les había llevado hasta allí con el coche.
Con un suspiro, Jupiter observó:
—Desde luego ya es bastante tarde, pero creo que deberíamos anotar todo lo que hemos oído que decían Olsen y el llamado Dobbsie, antes de que se nos olvidara cualquier detalle. Quizás hallemos la clave que resuelva este misterio.
Con el asentimiento de sus compañeros, Jupiter caminó delante hacia su cuartel general, dejando sobre el banco de mecánico la barra de metal que se había traído de «Jungle Land» antes de entrar en el túnel «dos» y ya en el interior del remolque, los tres muchachos se sentaron alrededor de la mesa. Bob sacó el libro de notas y se dispuso a escribir diciendo:
—Sugiero que pasemos por alto la última parte de los acontecimientos, quiero decir la persecución de Jenkins. En ello no hay ningún misterio. Sencillamente, estaba furioso por no cogernos.
—Conforme por ahora. Supongo que debía hacer una ronda de vigilancia y a lo mejor le han ordenado que ahuyente a los intrusos que puedan molestar a los animales que allí tienen enjaulados —convino Jupiter.
Pero Pete no se avenía tan fácilmente a aquellas razones, porque protestó diciendo:
—De ninguna manera. No puede decirse que fuéramos unos Intrusos. Nos había visto hablando con el señor Hall y con Doc Dawson cuando llegamos con el gorila desvanecido. Francamente, su comportamiento ha sido intolerable. Ésta es mi opinión.
—Desde luego, en parte tienes razón —admitió Jupiter—. Pero ten presente que todo estaba muy oscuro y quizá se imaginó que éramos unos chicos vagabundos que nos habíamos introducido en la finca. Por mi parte, me inclino a concederle a Bo Jenkins el beneficio de la duda. Propongo que por ahora lo dejemos de lado y examinemos el diálogo que han sostenido esos señores Olsen y Dobbsie.
Los tres muchachos procuraron reconstruir, repitiendo las palabras, la conversación que habían escuchado en el borde del cementerio de coches, relato que Bob fue anotando minuciosamente en el libro de notas. Cuando hubo terminado, fue el primero en preguntar:
—¿Qué cabe suponer que era lo que buscaban en el suelo?
—Algo pequeño, porque Dobbsie afirmó que era tan difícil como buscar una aguja en un pajar —afirmó Pete.
—No es necesario que sea así, porque quizá cabe también aplicar este término a algo que fuera semejante a los montones de piezas y trozos allí amontonados.
—¿Semejante a qué? —preguntó Bob.
—Vete a saber. Pero hay algo más. A ver, lee eso de los guijarros o piedras y de las letras «X» —pidió Jupiter.
—Veamos… sí, aquí está. Más o menos dijeron: «De la información que conseguimos de la alarma de Dora, cabe deletrear para nosotros —DOX ROX NOX EX REX BOX—. Supongo que todas estas palabras terminan en “X” para separarlas de la inmediata. —Seis “X”—. Podría ser su clave de comunicación o bien de que se refieren a seis “K”. Esto significaría seiscientos “K”. Aproximadamente medio millón de machacantes, Dobbsie. Un buen montón de guijarros».
—Eso es, más o menos, si mal no recuerdo —asintió Jupiter—. Pero Olsen también dijo «cable». No sabemos quién es Dora, como tampoco lo que significa esa «alarma», quizá sea también «aviso». Pero cabe interpretar que el mensaje de Dora es un despacho cablegráfico. Es corriente eso de telegrafiar con clave en que todas las palabras son cortas o breves y sólo se incluyen las importantes. Éste parece que haya sido cursado con clave, lo que, si se trata de un telegrama, nada tiene de extraño. Incluso cuando ambas partes, expedidora y receptora, quieren mantener el secreto en lo que concierne a sus negocios y transacciones, acostumbran a establecer un código particular, por lo general basándose en una letra o palabra clave que les permite descifrar con facilidad todo el mensaje.
—En este caso no poseemos la correspondiente clave —advirtió Pete.
—Quizá no la necesitemos. Desde luego, todas las palabras terminan con «X», pero fijaos, sugieren palabras corrientes en lengua inglesa; por ejemplo: «DOCKS ROCKS KNOCKS EX WRECKS BOX[5]» —observó Jupiter, escribiendo con caracteres de imprenta las palabras para ilustrar mejor su deducción,
—Pues no está mal. Más… ¿qué significan? —preguntó Pete.
—No estoy muy seguro, pero voy haciéndome a una idea. Creo que «ROCKS» es la palabra más importante. Olsen dijo algo acerca de «medio millón de machacantes» y de que era «un buen montón de guijarros» o quizás… «un buen puñado de guijarros». ¿No os sugiere algo todo esto?
—¿Por valor de medio millón de guijarros, acaso? —preguntó Pete—. ¿Guijarros o piedras del suelo? ¿A quién pueden interesar?
—La palabra ROCKS en el habla de Germania significa también dinero. Olsen y Dobbsie buscaban dinero o algo valioso. ¡Medio millón de dólares! Opino que Olsen y Dobbsie están metidos en algún asunto sucio Tienen traza de gangsters, y si hay tanto dinero por medio…
—Frena tu fantasía. Pero aun suponiendo que sea como supones, ¿qué significa el resto del mensaje? —preguntó Bob.
—No puedo decirlo… no acabo de comprenderlo —admitió Jupiter—. Pero es posible que indique dónde hallar el dinero o lo que vale tanto. Quizás el resto del diálogo nos ayude a adivinarlo.
—¿Qué querrá decir esto de «… los envolveremos a ambos»? —preguntó Pete.
Bob leyó en voz alta sus notas:
—«Si antes hallamos los guijarros, los envolveremos a ambos».
Jupiter advirtió:
—Primero hablaron de un hombre, preguntando: «¿Por qué no nos acercamos a él?». Luego el que llamamos «cara de hacha» dijo: «Debe ofrecernos una oportunidad, Alguien ha obrado descuidadamente esta noche».
—¿Quién? —preguntó Pete.
Bob, luego de leer las notas, sugirió:
—Si con esto del «descuidadamente» se referían a soltar al gorila, debe deducir que se referían a Eastland.
Jupiter, encogiéndose de hombros, comentó:
—Francamente, no comprendo el porqué tuviera que arriesgarse a ello. Claro que, conforme a lo convenido, si algo ocurriera, Jim Hall tendría que pagarle cincuenta mil dólares a Eastland, pero no creo que éste sea tan alocado como para cometer tal barbaridad. ¡Porque el gorila es peligroso, no cabe duda! Más me inclinó a creer que Hank Morton ha vuelto a hacer de las suyas.
—Muy bien, pero esto nada tiene que ver con los guijarros. Así no vamos a ninguna parte —afirmó Bob.
Jupiter, perplejo, tamborileó con sus dedos encima de la mesa durante unos instantes meditabundo y por fin dijo lentamente:
—Poco a poco. Creo que prestamos poca atención a este Olsen. Veamos. Vino aquí para comprar jaulas y anoche pareció referirse a mí y a las jaulas —terminó frunciendo el entrecejo, porque sin duda recordaba aquello de «aquel chico gordo» que tan poco le gustaba.
—A lo mejor cree que hallará sus guijarros en cajas —comentó Pete con sarcasmo.
Jupiter le miró un instante y exclamó:
—¡Oye! ¡Esto está bien! ¡No te rías! ¡La palabra «BOX» puede significar jaula y lo demás puede ser «despedazad la jaula» y hallaréis el dinero!
—Las jaulas o cajas que mencionas ya están bastante deterioradas para que las despedaces más, y Olsen no pareció interesarse demasiado por ellas. Recuerda que luego de regatear mucho llegó a ofrecer sólo veinte dólares —objetó Pete.
—Así es —admitió Jupiter, pero persistió—: Quizá buscaba otra clase de caja o de jaula…
—Desde luego, entre los destrozados coches del cementerio de chatarra. Oye, creo que estamos demasiado fatigados para pensar con claridad. Todo lo que hacemos es movernos en un círculo.
Jupiter, desperezándose, convino:
—Conforme. Propongo que levantemos la sesión. No hemos llegado a ninguna conclusión, pero algo tenemos…
—¿Qué? —inquirió Bob.
—Quiero decir que tenemos un misterio para resolver.