Capítulo 11

Pasos en el terror

Aquel ruido chirriador fue apagándose hasta convertirse en algo que recordaba a un lejano silbido.

—¿Un quebranta metales? —preguntó Jupiter atónito.

Indicando con un gesto hacia más allá de los árboles, Mike contestó:

—Eso es, Jupiter. Al otro lado de la cerca, es decir, fuera de los límites de nuestra propiedad, hay uno de eso que llaman cementerio de coches y de otros vehículos y desechos de metal.

—¿Y… para qué sirve eso que llamas «quebranta metales» además de asustarnos? —quiso saber Bob.

—Pues para recuperar en lo posible los metales. Hasta ahora los coches usados eran abandonados en lugares semejantes y luego vendidos al peso como chatarra. Pero ahora han colocado ese artefacto que recuerda a una mandíbula enorme que funciona conforme a un proceso seleccionador accionado por un computador. Quiebra o rompe y divide los coches a trozos, luego los metales quedan separados unos de otros, o sea que el hierro va a un lado, a otro al acero, en otro montón se acumula el cobre y así sucesivamente.

—¿Pero es de veras? —preguntó Pete admirado y prosiguió—: Pues, chico, a mi me pareció algo como si todos los gorilas del mundo se hubieran reunido para formar un concierto.

Jupiter, echando una ojeada a su reloj, advirtió:

—Ya son las nueve y media. Escucha, Mike… ¿no es a esta hora aproximadamente cuando «George» comienza a ponerse nervioso?

Encogiéndose de hombros ligeramente, Mike explicó:

—Más o menos. Algunas veces comienza antes y en otras ocasiones comienza a intranquilizarse más adentrada la noche. Jamás me he fijado en la hora, sólo… en que es cuando ya ha caído la noche, cuando reina la oscuridad, digamos.

—¿Siempre de noche? ¿Nunca durante el día?

—Nunca —contestó Mike y sin vacilar agregó—: Claro, no cabe decir lo de esta tarde, porque «George» no estaba nervioso, sino que desconfiado, seguramente por la herida.

—¿Crees acaso que los chirridos de esa máquina pueden causar el nerviosismo de «George»? —le preguntó Bob a Jupiter.

—¿Por qué no? Bien sabido es que los animales son más sensibles que los seres humanos en lo que concierne a los sonidos. Nada de extraño tendría que «George» reaccionara de forma imprevista al percibir este chirrido metálico.

—Ten presente que lo oye continuamente, no sólo por la noche —objetó Pete.

—Desde luego concedo que tienes razón —admitió Jupiter y preguntó a Mike—: ¿Este artefacto trabaja también durante el día?

—Así parece, porque lo oímos. Pero la verdad es que desde casa suena como algo tan lejano que nos hemos acostumbrado a ello y ya no paramos atención. En realidad, no podría decirte cuándo lo he oído durante las horas diurnas.

—Claro, claro. ¿Desde cuándo funciona?

—Desde hace poco. El cementerio este o como quieras llamarle existe desde hace varios años. Pero que yo recuerde, esto que llamamos quebrantametales comenzó a funcionar desde hace un mes o quizás un poco más.

—¿Un mes? ¿Y desde cuándo «George» comenzó a dar señales de nerviosismo y de Intranquilidad?

—Los primeros síntomas aparecieron hace dos o tres meses. Recuerdo que comenzaron antes de la época de las lluvias. Fue entonces cuando mi tío Jim decidió alojarlo dentro de la casa, para mayor seguridad.

Jupiter arrugó el entrecejo, sorprendido, mas Mike prosiguió:

—No te extrañe. Pero estamos más tranquilos teniéndolo a mano. Además, en aquel entonces no se comportaba de forma extraña cada noche, sino que la intranquilidad la mostraba un par de noches; luego cesaba, hasta que llegábamos a decirnos que nada le ocurría. Luego se repetía y otra vez se tranquilizaba. Pero desde hace un par de semanas la cosa ha ido en aumento y por fin su intranquilidad ya no ha cesado.

—De todo ello entiendo, que el león ya daba muestras de nerviosismo antes de que comenzara a funcionar la máquina esa de los metales —resumió Bob.

—Quizá sea un error eso de mantener encerrado en el interior de casa a «George», por la noche —aventuró Jupiter pensativo—. Como también lo de que la máquina ésta pueda ser un factor a tener presente… Total, que pueden haber diversos motivos que lo irriten.

En tono de chanza, Pete sugirió:

—También cabe la posibilidad de que sea esto del cine cuando lo llaman actuar ante la cámara, que se ponga nervioso. He leído que muchos artistas se pasan la noche sin pegar ojo, tratando de recordar su papel y lo que han de decir al día siguiente.

Chascando sus dedos, Jupiter advirtió:

—Como alusión irónica, está muy bien, Pete… pero no cabe admitirla como posibilidad o probabilidad —y dirigiéndose de nuevo a Mike, preguntó—: ¿Cuánto tiempo hace que este señor Jay Eastland y su gente trabajan en «Jungle Land»?

—Como unos dos meses. Pero buena parte de este tiempo lo emplearon, al comienzo, en elegir los lugares, arreglar el guión para las escenas, escoger lo que llaman «los fondos» y en otros preparativos por el estilo. Comenzaron a filmar hace un par de semanas.

—¿Riman de noche?

—Algunas veces.

—El lugar que llaman «el plateau» está a unos cinco minutos de vuestra casa. Allí filman las escenas más importantes. ¿No es posible que sus micrófonos capten los chirridos de esta máquina?

—Claro que sí —admitió Mike, agregando—: Pero lo cierto es que el señor Eastland jamás se ha quejado por ello.

—A lo mejor no han grabado el sonido ahí —advirtió Pete, que sabía algo de la materia gracias a su padre—. Algunas veces el sonido lo graban en otro lugar, incluso las voces de los artistas.

Jupiter asintió en silencio y preguntó a Mike:

—¿Qué hay de los artistas y del personal auxiliar? ¿Viven aquí?

—La mayoría pasan la noche en casa. La autopista está cerca y por lo general no viven muy lejos: en Westwood, Hollywood, West, Los Ángeles. Cabe decir a media hora con el coche.

—¿Y el señor Eastland? ¿Se queda aquí?

—Puede hacerlo. Tiene su propio remolque de vivienda, al igual que ambos artistas principales, las estrellas: Rock Randall y Sue Toné. Cada uno dispone de su remolque. Mi tío Jim les alquiló toda la propiedad que comprende «Jungle Land» y en consecuencia pueden ir y venir cuando y como les plazca. La reja siempre está abierta, quiero decir que no está cerrada con llave. Tío Jim no se preocupa de si están dentro o fuera, yo tampoco.

—Esto significa que pueden merodear alrededor de vuestra casa durante la noche y ser la causa del nerviosismo de «George».

—¿Por qué habrían de merodear por nuestra casa, Jupe? —preguntó Mike.

—No lo sé. Pero sí quiero significar que si lo desean pueden hacerlo.

Mike, luego de esbozar un gesto significando la escasa credibilidad que le merecía lo apuntado, sugirió:

—¿Qué os parece si proseguimos con la inspección, chicos? Podemos bajar hasta la cerca y luego dar la vuelta describiendo un rodeo para llegar de nuevo a casa.

A medida que se aproximaban al límite de la propiedad, aquellos desusados ruidos que tanto los habían asustado, fueron destacándose con mayor claridad. Pero ahora ya tenían cierto ritmo. Sabía distinguir el asir, estrujar y quebrar de las piezas, cuyo conjunto y a cierta distancia parecía un lamento humano.

Cubriéndose los oídos, Bob exclamó:

—¡Dichosa máquina! ¡Vaya trasto! ¡Lo que extraño es que vuestros animales no hayan enloquecido!

Jupiter contempló la cerca que brillaba reflejando los rayos plateados de la luna. Barras de hierro hincadas en el suelo a distancias regulares sujetaban un enrejado de metal.

—¿Toda la propiedad está cercada de esta forma? —preguntó Jupiter.

—Eso es. La cerca continúa hacia el norte. Más allá de este cementerio de chatarra, comienza una gran zanja de drenaje que corre paralela a la cerca. La altura de ésta es de un metro ochenta centímetros y por su altura y solidez impide que salga de los límites de la propiedad a cualquier animal que escapara de su jaula.

Los muchachos caminaron a lo largo de la cerca en dirección norte para luego torcer y ascender por la ladera de la colina, a través de los matorrales, para regresar a la casa. De pronto, Pete se detuvo, escuchando y alzando una mano par que sus compañeros se detuvieran y estuvieran quietos.

—¿Qué ocurre, Pete? ¿Has visto algo? —susurró Bob, preguntando.

Pete, con gesto inquieto y en el mismo tono, respondió:

—¿No habéis oído algo extraño?

Desde hacía unos instantes habían cesado los ruidos procedentes de la máquina quebranta metales y los chicos permanecieron inmóviles aguzando los oídos.

—¿En qué dirección, Pete? —inquirió Jupiter.

El interpelado, sin apartar la vista de los oscuros árboles que se alzaban ante ellos, contestó:

—Por ahí delante.

Oyeron el crujir de unas ramas entre al crecida hierba y una respiración jadeante.

—¡Ahora! ¡Otra vez! —exclamó Pete con voz baja, quebrada por la emoción.

Los demás miraron hacia la dirección indicada entreviendo algo, una sombra movediza. Aterrados, apenas se atrevían a respirar.

Algo salió por detrás del tronco de un árbol, que avanzó caminando en forma peculiar y entonces distinguieron la negra cabeza balanceándose entre unos hombros gibosos y velludos. Jim Hall les había advertido que no corrían peligro alguno si tropezaban con el gorila, pero se desprendía un aura amenazadora de aquel ser que avanzaba hacia ellos con ligero resuello.