En la oscuridad
Jupiter, meneando la cabeza con gesto de duda, expuso:
—Hank Morton puede correr por esos bosques por varias razones. Lo cual quiere decir que ello no es prueba de que haya sido él quien dejara escapar al gorila. Si pudiéramos examinar la jaula quizás halláramos…
—Desde luego, sois los investigadores. Quizá veáis algo que aclare lo ocurrido —convino Mike y ya caminando hacia la casa preguntó—: ¿Dónde está el «Rolls-Royce» con el que habíais de venir?
—Nos aguarda ahí en la carretera que asciende por la colina. El conductor, Worthington, que ya nos conoce mucho, esperará hasta que regresemos.
Mike condujo a los Tres Investigadores hacia una especie de terraza ubicada a un lado de la casa, en la que todas las luces estaban encendidas. Allí les indicó con un gesto una jaula de grandes dimensiones, vacía, explicando:
—El envío llegó poco después de que os marcharais vosotros esta tarde. Se componía de dos jaulas y…
—¿Dos jaulas? —preguntó Jupiter.
Un ronco y ahogado rugido a su espalda, hizo que los tres se volvieran al instante.
—¡Demonio! ¿Qué es esto? —exclamó Bob, atónito.
Mike, proyectando el haz de luz de su linterna hacia un extremo de la terraza, dijo:
—Desde luego, debí advertíroslo, pero con ese trajín… Mas no importa… miradla bien… ¿Verdad que es una preciosidad?
Los tres muchachos clavaron su vista en aquella criatura de aspecto siniestro que se movía sin pausa en aquella jaula. Cuando se acercaron, dejó oír de nuevo aquel runruneo maligno.
—¿Sabéis lo que es?… Una pantera negra. ¿Qué os parece? —preguntó Mike.
Unos globos amarillos con una ligera línea negra les contemplaban sin parpadear, desde detrás de los gruesos barrotes de hierro de la jaula. Cuando avanzaron otro paso, la pantera, dejó oír de nuevo un profundo ronquido al tiempo que abría la boca mostrando los largos y puntiagudos colmillos. Los tres compañeros retrocedieron algunos pasos al unísono.
—Convengo contigo que es una preciosidad, siempre que esté dentro de esa jaula —contestó Bob en voz baja.
—¡Fíjate en la musculatura! A mi parecer, esta pantera es más, fuerte que el viejo «George» —opinó Pete.
Como si quisiera apoyar su afirmación, la pantera pegó un tremendo zarpazo a los barrotes, al mismo tiempo que rugía con mayor fuerza que antes. Los muchachos retrocedieron otro paso.
Mike explicó:
—Desde luego, si los pusiéramos frente a frente, Pete… es decir, el león y la pantera, la batalla sería terrible. Estas panteras en realidad son leopardos. Saltan y clavan sus garras como un relámpago y con esos colmillos, largos y buidos, cabe imaginarse de lo que son capaces. Pero no te fíes de «George» por su aspecto tranquilo y bondadoso. Es un león con más de doscientos kilos de peso y una fuerza inimaginable. Para una pantera como ésta, es algo demasiado poderoso. No se sabe que jamás una pantera haya vencido a un león. Por lo menos debería ser un tigre y de los mayores… y lo dudo.
Los muchachos continuaron contemplando en silencio a la fiera, que no cesaba de ir de un lado para otro en la jaula.
Por fin, Bob dijo:
—Convengo en que es algo espléndido, pero da la sensación de muy peligroso. ¿Verdad, Jupe? —y mirando a su alrededor, viendo que no estaba Jupiter, repitió—: ¿Jupiter?
El primer investigador estaba examinando la jaula que había alojado al gorila. Les hizo un ademán para que se acercaran un poco.
Así lo hicieron y Bob preguntó:
—¿Has encontrado algo? ¿Qué deduces?
—Esta jaula ha sido… digamos, manipulada. Desde luego, ello no quiere decir que sea ese Hank Morton quien haya soltado al gorila. Pero alguien se ha cuidado de ello. Es evidente.
—¿Cómo lo sabes?
Señalando a los barrotes, Jupiter explicó:
—Fíjate. Uno de los barrotes ha sido suprimido. Lo han quitado de su encaje. Eso ha permitido al gorila asir a uno de cada lado con toda su fuerza y torcerlos hasta que ha podido escurrirse entre ellos. ¿Dices que es grande? ¿Como cuanto?
Mike respondió:
—Desde luego, todavía no ha alcanzado su completo desarrollo, pero debe tener tu talla. Pero no te confundas, tiene la fuerza de dos hombres forzudos adultos.
—¿De dónde proviene?
—De Ruanda, en el África Central. Esperábamos recibir un gorila desde allí desde hace mucho tiempo. Mi tío Cal se adentró en la región en que viven los gorilas. Los países que se denominan Ruanda, el Congo y Uganda. Nos escribió desde Ruanda diciéndonos que tenía un gorila de montaña, pero que hallaba dificultades en sacarlo del país. Parece que estos antropomorfos están en trance de desaparecer y por esta causa sólo se conceden licencias de exportación a los parques zoológicos y a los científicos. A mi tío Cal le costó lo suyo convencer a aquellas autoridades de que «Jungle Land» es también algo semejante a un zoológico.
—Caramba, sí que está difícil esto. ¿No hubiese sido mejor enviaros un gorila de los llanos? —preguntó Pete.
—También están sujetos a iguales restricciones. Desde fuego no sé qué clase de gorila es éste.
—Un gorila macho joven de las montañas —dijo una voz desde la oscuridad que resultó ser la de Jim Hall al aparecer a la luz de las lámparas saludando con una inclinación de cabeza a los muchachos.
—¿Lo habéis encontrado? —preguntó Mike.
Jim Hall hizo un signo negativo. Su rostro aparecía cansado y sudoroso mientras decía:
—Al parecer según indicaciones recibidas se le ha visto en la parte del cañón pero he querido cerciorarme de que no estaba por aquí antes de emprender la búsqueda por aquellos lugares.
—¿Cómo terminó lo del señor Eastland? ¿Atacó «George» a Rock Randall? —preguntó Jupiter.
El interpelado respondió con amargura:
—Todo resultó un embuste. Parece que ese Rock Randall se peleó con uno del grupo de los del cine y éste le zurró de lo lindo haciéndole rodar por encima de algunos pedruscos. Total que se levantó con rasguños en el rostro, que de primera y con mala intención cabía afirmar que se los había producido «George». Pero el médico que le examinó, rechazó su explicación arguyendo que ningún animal podía haber hecho aquellos rasguños. Total, que esto ha quedado aclarado y resuelto, pero apenas hemos terminado con un lío, comienza otro. Celebro que estéis aquí, chicos, así podréis decirle al señor Alfred Hitchcock que no exageró cuando os dijo que en este «Jungle Land» ocurre algo fuera de lo corriente.
Se oyeron gritos distantes y Jim Hall dijo con gesto de impaciencia:
—Lo siento, pero ya lo veis, he de irme. Hemos de intentar hacernos con el gorila antes de que ocurra algo desagradable.
—Supongo que un encuentro con él puede ser peligroso —aventuró Pete.
—Desde luego no hay que tomarlo a la ligera, porque lo más probable es que esté aterrorizado por todo este griterío. Por lo tanto, si os topáis con él, apartaos. Si así lo hacéis no corréis peligro alguno.
Bob, con mirada sorprendida, replicó:
—¡Caramba! ¡Vaya consejo! ¡Hallarse cara a cara con un gorila y no… echar a correr! ¡Pues no veo que se pueda hacer otra cosa!
Sonriendo, Jim Hall repuso:
—Te advierto que los gorilas, como casi todos los animales salvajes, casi nunca agreden si no están hambrientos. Lo simulan con chillidos acompañados con carreras, fingiendo que van a lanzarse contra lo que creen que es una amenaza y así espantan a cualquier otro animal al que le suponen un enemigo. Pero la mayoría de los gorilas son animales pacíficos que van sólo a lo suyo, que es la busca de comida. Por ejemplo, recorren las mismas regiones que habitan los elefantes e incluso comen lo mismo que estos paquidermos, y sin embargo jamás luchan con ellos.
—¿Y cómo es así? —preguntó Bob.
—Pues… se evitan —contestó Hall, encogiéndose de hombros y consultando su reloj.
Sonó un cuerno y Hall dijo:
—Esto podría ser una llamada de Donw. Voy a ver qué pasa.
Agitando una mano en gesto de despedida, desapareció en la oscuridad, pero unos instantes más tarde le vieron salir de la casa y montar un «Land Rover» acompañado por uno de sus hombres armados con un rifle.
—Si ama a los animales tanto como tú dices —advirtió Pete—, ¿por qué lleva un rifle?
—Es un fusil trucado. Dispara unos dardos somníferos, en lugar de proyectiles. Sólo causan una herida superficial. Ahora ha oído la llamada de Doc Dawson. A lo mejor éste ha hallado algo interesante.
—Bien; dejemos que el señor Hall y su gente traten de coger al gorila —conminó Jupiter—. Ahora que, al parecer nadie nos importuna, podemos echar un vistazo por aquí. A lo mejor descubrimos qué es lo que ocultan estas fugas de animales, porque al comienzo fue «George», ahora el gorila…
Mike explicó:
—Por ahora «George» parece tranquilo en su alojamiento. Duerme de la inyección antitetánica y de los tranquilizantes que le ha administrado Doc Dawson. Doc le limpió la herida y la curó, por lo tanto mañana podrá actuar ante la cámara y ganar un día de jornal.
Mirando a su alrededor, Jupiter preguntó:
—¿Acaso «George» no está alojado en una jaula?
—Prescindimos de la jaula de «George» hace un mes —contestó Mike y prosiguió—: Duerme en la cama, conmigo y con Jim. Le hemos destinado una habitación, pero prefiere dormir con Jim.
Jupiter contempló la casa iluminada y preguntó algo abstraído:
—Dijiste que alguien debió dejarlo salir. ¿No podría ocurrir esto de nuevo?
Mike, metiendo la mano en el bolsillo y sacando una llave que mostró, replicó:
—De ninguna manera. Ahora la casa está cerrada con llave y sólo las tenemos Jim y yo.
—Conforme. Pero nos han explicado que «George» se torna nervioso y está inquieto durante la noche. Vamos a caminar alrededor de la casa. Quizá descubramos el motivo o causa que despierte su nerviosismo.
—Bien. Antes os explicaré su disposición. Como podéis ver, está edificada en la cumbre de la colina. Allá hay un almacén para utensilios, herramientas y leña. Podría servir como garaje, pero Jim siempre aparca en el exterior. Esta carretera conduce hacia el norte y el otro extremo desemboca en otras carreteras y caminos —explicó Mike.
Así hablando, condujo a los Tres Investigadores alrededor de la casa. Después de la excitación habida cuando llegaron, ahora la noche aparecía tranquila y serena. La luna brillaba en el firmamento sin nubes.
Cuando terminaban su recorrido, Jupiter parecía satisfecho consigo mismo. En la gran terraza, la jaula del gorila continuaba vacía y la pantera aparecía echada, la cabeza entre sus patas delanteras, agitando la cola lentamente y mirándoles sin pestañear.
Los Tres Investigadores siguieron a Mike, en dirección al bosque, descendiendo por la ladera de la colina, mientras les decía:
—Os describiré «Jungle Land» mientras caminamos. Así, cuando vengáis, ya sabréis algo del lugar, sin que os tenga que acompañar.
—¿Cuánto terreno comprende «Jungle Land»? —preguntó Bob—. Parece una finca muy extensa y creo que por mucho que vigiléis Jamás podréis saber lo que sucede en algún lugar determinado.
—Pertenecen a la finca unos cien acres[3] y su contorno es semejante al de un diamante. Desde luego es muy grande, pero os aseguro que Jamás tuvimos dificultades en su vigilancia.
—¿Dónde rueda Jay Eastland la película? —preguntó Pete.
—Hacia el norte, a unos cinco minutos de coche —contestó Mike, añadiendo—: Ahora nos encaminamos hacia el este, hacia la cerca o valla más cercana que delimita la propiedad.
El sendero descendía abrupto entre matorrales, rocas y cortaduras. Los claros de luna destacaban de entre las sombras de los árboles.
—¿Hacia dónde cae el cañón donde, según dijo su tío, habían visto, al parecer, al gorila? ¿Hacia el norte también? —preguntó Bob.
—Más bien hacia el noroeste. Tío Jim marchó hacia allá por un camino que corre hacia el norte, pero luego siguió a su izquierda por otro. El cañón está a unos quince minutos. A su salida hay varios acres de terreno semejantes a las llanuras africanas, con mucha hierba. Allí tenemos a los elefantes cercados por un foso, así no pueden huir. Pero podéis oír su trompeteo. A mí me gusta —concluyó Mike, sonriendo.
—Qué te diré… A mí también, sabiendo que no pueden salir de allí —admitió Pete.
Mike prosiguió describiendo «Jungle Land», mientras continuaban descendiendo.
—En el extremo oeste, o sea, al otro lado de donde nos hallamos, hay lo que denominamos la parte turística. Nuestra atracción principal es por lo general la selva y sus animales, pero mucha gente parece preferir lo del «Lejano Oeste». Por lo tanto tenemos allí un poblado del Oeste, un falso cementerio, una diligencia en que monta la chiquillería y unos cuantos caballos.
»Al sur hay la entrada por donde habéis venido, hay lugares semejantes a una selva. En el centro, un lago, y en la parte alta, donde Eastland rueda la película, más lugares selváticos. El extremo norte es harto montañoso, incluso un profundo precipicio. Algunas compañías cinematográficas lo utilizan como escenario para su «héroe» cuando debe saltar desde una peña o escena semejante. Doc Dawson ha dispuesto su dispensario en las cercanías del precipicio ése…
Una estrepitosa zarabanda de chillidos y de ululatos interrumpió a Mike. Los muchachos se detuvieron, mirándolo interrogativamente.
—Son los monos, los búhos y aves semejantes que tenemos enjaulados ahí —explicó Mike y prosiguió—: También hacia el nordeste de la finca hay lo que podríamos decir un alojamiento para los reptiles. Las serpientes tienen la ventaja de que no hacen ruido. Dispusimos sus encierros en lugar tan alejado para mantenerlas apartadas y, además, resultan menos peligrosas si se escapan. Tenemos una buena colección de varios tipos de serpientes de cascabel, alguna de agua e incluso una boa de buen tamaño.
Jupiter, mirando hacia atrás, preguntó:
—¿A qué distancia estamos de tu casa, ahora?
—A unos quinientos metros. Al final de esta ladera hay una cerca…
—¡Espera! —exclamó Pete en voz baja—. ¿Oyes? ¿Qué es esto?
Todos oyeron de pronto un rumor lento, crujiente, algo como un eco lejano que fuera aproximándose envuelto con un pausado golpear. Los Tres Investigadores se miraron con ojos desmesuradamente abiertos, mientras se sentían presos de un escalofrío… Se repitió aquel crujir, pero ya más cercano, acompañado por algo semejante a un contenido lamento que fue aumentando hasta convertirse en agudo chirrido.
—¡Esto… esto no me gusta nada! —farfulló Pete con voz temblorosa—. Quizá… quizá, lo mejor sería que nos alejáramos… que regresáramos.
Jupiter, también, al borde del pánico, agregó:
—Esto… esto …es…
Pero no pudo expresar las palabras que intentaba decir, porque aquel ruido chirriante aumentó de pronto en tal volumen que parecía que iba a envolver al mundo entero con su prolongado «¡Eeee! ¡Oooo! ¡Eee! ¡Ooo! ¡Eee!».
Bob, perdido el dominio, aulló:
—¡Vámonos! ¡Vámonos inmediatamente! ¡Es espantoso!
Fue como una orden para los Tres Investigadores porque al unísono dieron media vuelta y echaron a correr. Pero Mike los detuvo, gritando:
—¡Esperad! ¡Que no es nada! ¡Venid!
Vieron cómo su guía, riendo, exclamaba:
—¡Vamos! ¿Pero qué os asusta? ¡Esto no es más que un quebranta metales!