Dificultades con «George»
—Ahora iremos más rápidos —dijo Jim Hall saliendo de entre los árboles a un camino donde había una camioneta. Bajó la parte posterior, convenció a «George» para que subiera al interior y seguidamente volvió a cerrar la caja del vehículo.
Mike dijo a los Tres Investigadores:
—Nosotros iremos delante con mi tío.
Una vez todos acomodados, el dueño de la finca «Jungle Land» se sentó ante el volante y puso el vehículo en marcha. Al tomar una curva, Jupiter, inclinándose hacia delante para observar mejor al conductor, preguntó:
—Dígame, por favor, señor Hall… ¿Cómo cree que haya podido, escapar «George»? ¿Puede decirse que lo mantiene siempre encerrado en su jaula o lugar para él reservado?
—Nada de eso. Vive en casa conmigo y con Mike. No sé cómo ha podido salir, a menos que Hank Morton haya estado espiándome y al ver que me ausentaba lo haya conducido al exterior. No tendría nada de extraño, porque «George» lo conoce y está acostumbrado a él, quiero decir a su olor; por cuanto cuando estaba empleado aquí, con frecuencia se mantenía en su cercanía. «George», fuera de la casa, vete a saber por dónde y adonde ha ido. Esto es lo que me preocupa —concluyó Jim Hall, apretando los labios.
Continuó conduciendo en silencio por aquel camino lleno de curvas, hasta que luego de ascender por la loma de una colina, fueron a desembocar en una amplia plaza cubierta con gravilla en cuyo extremo se alzaba una espaciosa mansión con amplio porche ante el que se detuvieron, al mismo tiempo que Jim Hall anunciaba:
—Hemos llegado —y dirigiéndose a Mike, le ordenó—: Vete en seguida en busca de Doc Dawson y tráetelo inmediatamente.
Mientras Mike iba a cumplimentar lo ordenado, Jupiter se apeó y también mirando a su alrededor comentó:
—¿Pero es aquí donde vive usted? Pues creíamos que habitaba aquella especie de almacén que vimos al entrar…
—Es una casa que forma parte de lo que podríamos decir el escenario. La gente viene a «Jungle Land» por muy diversos motivos y razones. Ésta es una hacienda para cría de animales salvajes, lo que comúnmente se denomina «rancho»… y también mantenemos cierta aura del llamado Salvaje Oeste. Aquel lugar que habéis visto lo han utilizado infinidad de veces para rodar escenas de esta clase de películas. Ahora precisamente están rodando un film… es algo que ocurre en la selva virgen.
—Coincide con lo que nos explicó el señor Hitchcock. Añadió que usted estaba preocupado, porque consideraba que en la actualidad no cabía confiar en «George», mientras en la finca estaban rodando una película.
—Eso es, Justamente. Sucede que «George» también está contratado para esa película. SI resulta que en un momento determinado no es dócil y que no responde a mis órdenes puede ocurrir algo desagradable y muy enojoso con Jay Eastland.
—¿Quién es este Jay Eastland? —preguntó Bob.
—Me suena… —intervino Peter—. Sí, señor. Mi padre trabaja mucho para las compañías de cine y estoy seguro haberle oído decir algo de Jay Eastland…
Jim Hall le interrumpió para explicar:
—Eastland es un productor y director muy importante… por lo menos así lo cree él.
Volvíase para soltar los pernos que sujetaban la parte posterior de la camioneta, cuando Mike, que salía de la casa, silbó señalando hacia una nube de polvo que venía por el camino, al mismo tiempo que le gritaba:
—¡Ahí vienen quebraderos de cabeza, tío Jim!
Jim Hall, mirando hacia a dirección indicada, frunció el entrecejo y exclamó en voz baja:
—Desde luego mucho me temo que así sea. Ahí viene el señor Eastland en persona.
La nube de polvo se disipó para mostrar un automóvil, que llegó en pocos segundos y se detuvo ante ellos. De su asiento posterior, cabe decir que saltó un tipo de corta estatura, mejillas fláccidas y calvicie incipiente. Con paso agitado y rostro congestionado, avanzó hacia Hill, gritándole con voz autoritaria:
—¡Hall! ¡He de recordarle las condiciones de nuestro contrato!
El interpelado miró un instante a la faz rubicunda y sudorosa del director, antes de contestar:
—Eastland, acabo de llegar y no sé de qué me habla. ¿Qué ocurre?
Su interlocutor le mostró el puño agitándolo y prosiguiendo encolerizado:
—El contrato determina que no habrá ningún peligro personal para mí, ni para la gente a mis órdenes… supongo que lo recuerda. Si así es, espero que se servirá explicarme lo que ha ocurrido.
Jim Hall enarcó las cejas con gesto de sorpresa y preguntó:
—¿Qué es lo que ha ocurrido? Pero desde luego, de antemano convengo en que lo convenido se cumplirá.
—¡Rock Randall ha sido herido! —bramó el director—. ¡Una de sus bestias debió escaparse y lo atacó! ¡Esto es lo que ha ocurrido!
—Es Imposible —afirmó Hall con voz serena y firme.
El encolerizado director, apuntando hacia el león que todavía estaba en la camioneta, gritó:
—¡Ahí está la prueba que buscaba! ¡Ahí la tiene! ¡Su cariñoso león! ¡Tan simpático! ¡Pues hace una hora escasa andaba suelto por ahí! ¡No lo niegue!
—Es verdad, Eastland. Hace un rato que estaba suelto y acabamos de cogerlo. Pero esto no quiere decir que haya atacado a Randall, porque… francamente, no puedo creerlo.
—¡Pues tendrá que creerlo en cuanto lo vea! —afirmó Eastland.
—¿Acaso está herido gravemente? —preguntó Hall con Interés.
Encogiéndose de hombros, Eastland respondió:
—Comprenderá que el ser atacado por un león no es cosa de broma.
Con gesto convencido, Hall reiteró:
—Pues bien, la cosa queda como antes. No sabemos si fue «George» quien saltó sobre Randall.
—¡Pero… compréndalo! ¿Quién podía ser si no? En cuanto usted lo vea…
—Es lo que voy a hacer tan pronto haya encerrado a «George» en casa —afirmó Hall, dando a entender que por el momento la discusión quedaba zanjada.
Cuando bajaba la parte posterior de la camioneta para sacar al león, oyose una ronca bocina, mientras por la curva del camino aparecía un pequeño camión.
—Ahí viene Doc Dawson —anunció Mike a los Tres Investigadores.
El conductor detuvo el vehículo con un frenazo brusco y saltó al suelo. Era un individuo alto y delgado; por debajo de su bigote gris asomaba el trozo de un chicote apagado. Llevando de la mano un maletín negro caminó hacia el grupo con grandes zancadas, preguntando:
—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
Pero al ver al león encima de la camioneta, le explicó a Jim Hall:
—Chico, he venido tan pronto me ha sido posible… me ha dicho Mike que «George» ha sido herido…
—Así es, Doc. Una herida en una pata. Alguien soltó a «George» mientras Mike y yo estábamos ausentes. Lo cogimos al norte del almacén de la entrada.
Mike le explicó al veterinario:
—Parece, ya lo verá, como si le hubieran dado con un machete u arma cortante semejante…
—Pero, Mike, ¿quién puede querer tanto mal al viejo «George»? En fin. Vamos a ver esa herida. Jim, por favor, sujétalo para que esté quieto mientras le examino la pata ésa…
Jim Hall sujetó a la fiera por su melena y el veterinario se inclinó diciendo con palabra suave:
—A ver, «George»… dame esa pata…
Tomándola con una mano, con la otra deshizo el nudo del pañuelo y separó el vendaje provisional. El león gimió un instante.
—Vamos, «George», no seas tan delicado, que no te has hecho daño. Recuerda que he cuidado de ti desde que eras un rorro.
Al veterinario bastole una cortísima mirada para sentenciar:
—Corte superficial, Jim, pero… malo —y soltando la pata prosiguió—: Voy a llevármelo al dispensario para examinarlo mejor. Hay que evitar una infección.
Jim Hall le dijo al león:
—Ya lo has oído, «George». Te irás con Doc Dawson. Anda, bájate de ahí.
Cuando el veterinario se dirigía hacia su camión, le cortó el paso el airado director, gritando:
—¿Qué pasa aquí? ¿Adonde se lleva al león? ¡Está contratado por nosotros! ¡Ha de actuar en el film que rodamos! ¡Está programada su primera escena para mañana por la mañana, a las ocho!
Doc Dawson se detuvo para encender su cigarro, aspiró una y otra vez y soltando un chorro de humo al rostro de Eastland, repuso:
—El león estará dispuesto para actuar cuando yo lo diga. Su pata mañana estará mejor o no lo estará, ya lo veremos. Mi obligación es cuidar del buen estado de «George». Su película no me importa un comino y ahora… no me importune o… ¡le rompo la cara!
Jupiter y sus compañeros, que observaban la discusión, dieron un paso hacia atrás, al igual que Eastland, ante la violenta vehemencia, inesperada, del veterinario. Éste, abriendo la parte posterior de su camión, indicó con un gesto a Jim Hall que trajera a «George». El aludido, palmoteando el flanco del león, le dijo a la fiera:
—Andando, «George», que el galeno cuidará de ti. ¡Arriba, sube!
El león obedeció, trepó al camión, Hall cerró la baranda y Dawson arrancó, mientras el animal, apretando su faz contra los barrotes, les miraba tristemente con un sordo quejido lastimero.
Eastland tornó a porfiar, dirigiéndose a Jim Hall:
—Le advierto de nuevo que el león debe estar preparado para actuar mañana por la mañana. ¡Quiere ahora ver a Rock Randall… o no?
Sin contestarle, Jim Hall tomó asiento en el vehículo de Eastland y cuando el conductor describía una curva para embocar el camino por donde había venido, saludó con la mano a Mike y le gritó a Jupiter.
—Lo siento, chicos, pero tardaré un poco. Luego hablaremos.
Jupiter siguió con la vista al camión hasta que desapareció por el recodo y luego, como si estuviese hablando consigo, exclamó:
—Una escena lamentable, la verdad…
—¿Cuál verdad? —le interrumpió Mike Hall—. ¿Lo que ha dicho mi tío, o bien la de ese Eastland?
Encogiéndose de hombros, Jupiter replicó:
—No discuto la palabra de tu tío, Mike. Pero convendrás conmigo que tu tío parecía preocupado.
—Siento haberte hablado así, Jupiter. Mas… todo cuanto concierte a mi tío me atañe. Verás… vivo con él desde que mis padres murieron en un accidente en la carretera. Es hermano de mi padre y mi único pariente además de Cal.
—¿Quién es Cal? —quiso saber Bob.
—Cal Hall, otro hermano de mi padre. Vive en África. Explora aquellas tierras y es un cazador de fama. Le proporciona a Jim animales para esta «Jungle Land». Si Jim los recibe muy jóvenes, puede domesticarlos. Si no, los guarda y exhibe y quizás en momento oportuno puede entrenarlos. Pero esto es muy difícil si las bestias ya son crecidas.
—¿Pero por qué Jay Eastland ha estado tan brusco? ¿Qué tiene contra tu tío? —preguntó Pete.
—No lo sé. Pero según he oído por ahí, está irritado porque su película está retrasada conforme al programa establecido. Cuando alquiló «Jungle Land» requirió una cláusula en la que se le garantizara que aquí podría filmar las escenas con los animales en libertad, pero con seguridad absoluta. Mi tío Jim convino en ello.
—¿Qué puede ocurrir si tu tío se equivocó al convenir en ello y ocurriera un accidente? —preguntó Bob.
—Mi tío perdería una cantidad de dinero muy importante. Tuvo que aceptar una garantía de cincuenta mil dólares, poniendo en prenda «Jungle Land». En consecuencia, podría perder todo esto. Por ahora ya pierde el importe que significan las entradas del público, porque una de las cláusulas prevé que no entrarán extraños mientras se rueden las secuencias de la película. Así están las cosas.
Jupiter, que había escuchado atentamente, observó:
—De todo ello cabe deducir que tu tío percibirá una buena compensación si la película se rueda conforme al programa establecido, es decir, en el tiempo previsto, y sin accidentes. ¿No es así?
—Esto es —admitió Mike y prosiguió—. No sé si el importe exacto… pero supongo que es importante. Por ejemplo, por «George» percibe quinientos dólares, cuando actúa. Los animales entrenados se alquilan a un precio muy alto… casi cabe decir como estrellas del cine.
—¿Ha ocasionado «George» algún incidente antes de ahora? ¿Atacó a alguien? —preguntó Jupiter.
—Nunca. Es un animal muy pacífico y bien entrenado. Jamás se mostró irritable… hasta hace poco tiempo. Recientemente… se porta… algo extraño… —terminó Mike, mordiéndose un labio.
Bob, encargado del «Archivo y Pesquisas», abrió su cuaderno de apuntes, preguntando:
—Veamos. ¿Cómo se comportaba «George»? ¿Qué hace ahora, que antes no hiciera? Quizás esto nos orienté… nos ayude a determinar o hallar lo que le pone nervioso.
—¿Cómo lo explicaré? En primer lugar, no es el de antes. Vive con nosotros, en casa. Pero no duerme tranquilo. Casi cada noche se levanta y camina de un lado para otro, gruñendo como encolerizado, intentando salir. A mi tío le cuesta mucho conseguir que se eche de nuevo. Se torna difícil de manejar. No obedece las órdenes como de costumbre hasta ahora y temo que se está volviendo irritable… que ya no sea el animal bien domado y domesticado que era.
—Quizá perciba que en el exterior hay algo que lo excita —sugirió Jupiter—. ¿Dejáis animales sueltos por la noche?
—Tenemos ciervos en un cercado. No pueden escapar.
También tenemos caballos que son muy utilizados en las películas del Oeste, pero están encerrados en un corral. Junto a la laguna hay dos elefantes, pero también recluidos en un cercado del que no pueden salir. También hay mapaches, monos, pájaros diversos, perros, cerdos, aves y otros animales, pero por la noche todos quedan encerrados en sus jaulas o recintos, contándolos al entrar.
—Sí, desde luego. Todo parece estar previsto y cuidado, pero… lo cierto es que algo o alguien intranquiliza al león —observó Jupiter.
—Incluso lo suficiente como para atacar a uno de los artistas, como a ese Rock Randall —añadió Pete y prosiguió—: Si bien he oído decir que es un tipo bastante antipático.
—A lo mejor resulta que ha sido lo suficientemente estúpido e imprudente como para hacer frente a «George». Por lo menos el león no estaba para bromas cuando tropezamos con él. Desde luego es de suponer que la herida en la pata debía molestarle… —comentó Bob.
Jupiter opinó:
—Hay que admitir que no sabemos lo ocurrido. No podemos cargar la culpa a «George» por lo de Randall hasta que regrese Jim Hall y nos cuente lo sucedido. Quizás haya sido un accidente fortuito… teniendo presente la cantidad de animales que hay aquí…
De pronto, Mike exclamó:
—¡El gorila!
—¿Cuál? —preguntó Pete.
—¿Acaso también tenéis un gorila? —quiso saber Bob.
—Todavía no, pero esperamos recibirlo. Viene con una expedición que nos envía mi tío Cal. Quizá se haya escapado y agredido a Rock Randall…
Alzando una mano en demanda de silencio, Jupiter dijo:
—Suponiendo que el gorila ya hubiese llegado, también es de suponer que habría llegado en una jaula adecuada. ¿No es así?
Mike asintió, diciendo:
—Tienes toda la razón. Parece que me estoy poniendo nervioso como «George», pero es el caso que Jim nada nos ha dicho de la próxima llegada del gorila… por lo menos que yo recuerde. Además, como bien dices, si ya estuviera aquí, no cabe imaginarse que pudiera salir de su jaula a menos que… que…
—Bien… que… ¿y qué más? —urgió Bob.
—Pues —prosiguió Mike, mojándose los labios—, que alguien que no quiera bien a mi tío Jim hubiera abierto la jaula y lo hubiese dejado escapar.