Una huida difícil
Parecía como si las plantas de los pies de los Tres Investigadores hubieran echado raíces en la tierra, mientras Mike Hall retrocedía ante el constante avance de la fiera. Proseguía habiéndole con tono natural y persuasivo, pero era evidente que el gran felino lo ignoraba por completo.
Jupiter Jones estaba tan aterrado como sus compañeros y como ellos, incapaz de tomar una resolución, pero al mismo tiempo su cerebro reaccionaba con toda la fuerza de que era capaz. Díjose que era extraordinario aquel comportamiento con alguien a quien sin duda conocía tanto, como era aquel chico, Mike Hall. Mas de pronto pareciole hallar la respuesta al enigma, porque con voz baja exclamó:
—¡Mike! ¡Cuidado! ¡Mira esa pata delantera… la de la izquierda! ¡Está herida!
El interpelado lanzó una rápida ojeada a aquella pata, observando que estaba cubierta por una gruesa capa de sangre.
—¡Claro! ¡Ahora comprendo por qué no me obedece ni hace caso de mis palabras! ¡Malo, muy malo, porque una fiera herida es peligrosa! ¡Dudo de que pueda apaciguarlo!
—¡Quizá tengas que matarlo con el rifle ése! —sugirió Bob, hablando por lo bajo.
—¿Éste? ¡Qué va! ¡Es del calibre 22! Si disparo sólo le haré cosquillas y su imitación aumentará. Lo llevo sólo para disparar al aire… para indicar dónde me hallo.
El león dio otro paso y cojeó evidentemente cuando la pata cargó con el peso de su cuerpo, lo que provocó en la fiera otro gruñido amenazador.
Los Tres Investigadores comenzaron a retroceder, paso a paso, pero sin apartar la mirada del león, en dirección al árbol que poco antes les habla dado asilo. Mike, que vio su intención, les advirtió:
—No lo intentéis… Antes de que alcanzarais la primera rama, ya lo tendríais encima.
—Sí, claro… —aceptó Jupiter y sugirió—: Oye… ¿por qué no disparas el arma al aire como una señal? Quizás esto asuste a tu amigo.
—Nada conseguiría. Mira… tiene la cabeza gacha. Esto indica que en su mente hay un propósito firme y nada lo hará cambiar… Si mi tío estuviera aquí…
Como respondiendo a su deseo, oyose un suave silbido entre la alta hierba y a los pocos Instantes apareció un individuo alto de facciones bronceadas.
—Creo que he llegado en el momento oportuno —dijo, dirigiéndose a Mike y seguidamente habiéndoles a todos, ordenó—: Ahora, que nadie se mueva ni diga una palabra, ¿entendido?
El recién llegado avanzó hacia la fiera, preguntándole:
—¿Qué te pasa, «George»? ¿Qué te han hecho?
Hablaba lentamente, separando las palabras, con suave acento, y al parecer consiguió lo que se proponía, porque el felino volvió su cabeza hacia el hombre, agitó la cola lentamente y alzando la cabeza abrió las fauces mostrando de nuevo los colmillos y emitiendo un sordo gruñido.
Aquel individuo, como si respondiera a los gruñidos del león, dijo:
—Vaya, ya veo lo que te ocurre. Tienes una pata herida, ¿no es eso? —y ante el pavor de los muchachos, tomó la cabeza de la fiera entre sus manos y restregándola, prosiguió—: Vamos, no temas, tranquilízate, «George». Ahora, enséñame lo que te ocurre…
El león abrió de nuevo la boca, pero en lugar del rugido esperado exhaló algo semejante a un ronco maullido, mientras extendía la pata herida.
—¡Caramba! ¡La pata! Claro, te duele, ¿no es así? Estate quieto, que voy a curártela…
Arrodillándose ante el león, sacó un pañuelo del bolsillo y apoyando la pata sobre su rodilla, vendó la herida sin importarle el que su cabeza estuviera tan cerca de la fiera que ésta hacía revolotear ligeramente sus cabellos con el respirar. El felino estuvo inmóvil mientras Jim Hall anudaba el pañuelo. Luego éste se puso en pie y rascó la frente y las orejas del león, diciéndole:
—¿Ves, «George»? Por ahora ya hemos terminado. Luego te haré la cura definitiva…
Sonriendo le volvió la espalda, con intención de ir hacia los chicos, pero el león contrajo sus músculos y con un profundo rugido le echó al suelo y tumbándose sobre él casi lo hizo desaparecer bajo su enorme cuerpo amarillento.
—¡Santo cielo! —exclamó Pete, horrorizado.
Con espanto indescriptible, los Tres Investigadores vieron cómo aquel hombre se retorcía debajo del peso de aquel gato salvaje.
Jupiter, dirigiéndose hacia Mike Hall, que lo contemplaba todo tranquilamente, incluso cabía afirmar que sonriendo, le urgió:
—¡Pero haz algo! ¿Qué podemos hacer para librarlo de ahí?
El interpelado alzó una mano con gesto de quitarle importancia a lo que contemplaban, explicando:
—No os alarméis, chicos, que va de broma. Están jugando. Puede decirse que mi tío crio a «George» y desde aquel entonces casi cada día juegan así.
—¡Pero…! —comenzó Jupiter a replicar, mas quedó sin habla al ver cómo Jim Hall, apoyando ambos pies, echaba a «George» a un lado. Pero la fiera con un rugido le echó ambas zarpas delanteras encima de la espalda y ambos fueron rodando de nuevo por el suelo. Jim Hall se incorporó sobre un brazo y le apretó la nariz al león cuando éste abrió la boca y casi le rozó con sus colmillos, mientras el hombre reía a carcajadas.
Cuando la fiera le derribó de nuevo, se levantó apoyándose con los pies sobre sus costillas y agarrándose de la melena como si fuera una cuerda. El animal resopló y terminó por emitir algo semejante a un gemido, mientras agitaba la cola de un lado para otro. Por último, ante el asombro de los muchachos, el león se tumbó de panza arriba como un gato cuando quiere que le rasquen el pecho, mientras ronroneaba ininterrumpidamente.
Bob no pudo contenerse de exclaman
—¡Pero si está ronroneando!
Por fin Jim Hall se levantó y sacudiéndose el polvo de la ropa, comentó:
—Caramba con el gato éste… Cada día pesa más. Juguetear con él resultaba mucho más fácil cuando era un cachorro.
Con un suspiro de alivio, Jupiter observó dirigiéndose a Mike:
—Francamente… he pasado un mal rato. Oye… ¿siempre se pelean con tanto ardor?
—Más o menos. Desde luego, la vez primera que los vi hacer eso creí morir de horror, tan espantado estaba. Pero ahora ya estoy acostumbrado. Verás, «George» está tan acostumbrado a nosotros que casi cabe calificarlo de animal casero… es que es muy dócil. Ya lo habéis visto.
Frunciendo el entrecejo, Jupiter argüyó:
—Pero es el caso de que el señor Hitchcock nos dijo que… —e interrumpiéndose volviose hacia aquel hombre que estaba frotando el pecho del león tumbado de espalda, diciéndole—: Señor Hall, somos los Tres Investigadores. El señor Hitchcock nos dijo que tenía usted ciertas dificultades… es decir, que su león estaba nervioso.
—Así es —repuso el interpelado. Ya lo habéis visto. El viejo «George» éste jamás se ha comportado como lo habéis observado antes de que yo llegara. Conoce a Mike perfectamente y sin embargo no ha hecho caso de él. Incluso a su manera lo ha amenazado. Lo alimenté de cachorro, he estado siempre con él, me obedece como si fuera un perrito, pero desde hace algún tiempo… me es poco manejable.
—Quizá podamos serle útiles —ofreció Jupiter e indagó—: Dígame… ¿qué es lo que puede haberle causado esta herida en la pata? ¿Algún accidente quizá?
—¿Qué quiere decir?
—Pues que parece que haya sido producido por algún objeto cortante… algo largo… muy afilado… ¿Qué le parece un machete?
Jim Hall asintió, diciendo:
—Desde luego, pero…
—Cuando hemos llegado confundimos a otro sujeto con tu tío Jim Hall.
—No me cabe duda de que era Hank Morton —interrumpió Mike y prosiguió—: Este chico, Jupiter, me lo ha descrito. Sin duda que Hank Morton consiguió soltar a «George».
Con gesto contrariado, Jim Hall comentó:
—¿Conque Hank Morton ha estado aquí? Cuando lo despedí le advertí que no viniera nunca más —y mirando al león, añadió—: Desde luego «alguien» tuvo que poner a «George» en libertad y que fuera Hank quien lo hizo… no me extrañaría. ¿Has dicho que os trajo hasta aquí?
—Así es —intervino Bob—. Y una vez estuvimos aquí, nos dijo que aguardáramos. Se metió entre esa hierba, desapareció y no lo hemos vuelto a ver.
—… y si está acostumbrado a manejar el león, quizá pudo acercarse hasta él lo suficiente como para herirle con el machete y conseguir así que se revolviera contra nosotros —terminó Pete.
—Si Hank Morton ha hecho eso, será su última charranada, porque si yo no doy con él… «George» sí que lo conseguirá —afirmó Jim Hall.
Sacudiendo cariñosamente la melena del león y tirándole de las orejas suavemente, Jim prosiguió:
—Andando, chico. Vamos a ver qué dice Doc Dawson de esa pata.
Contestando a la muda pregunta de Jupiter, Mike explicó:
—Doc Dawson es nuestro veterinario. Cuida de la salud de «George» y de los demás animales que tenemos.
Jim Hall, asiendo de nuevo la melena de la fiera, les dijo:
—Bien, chicos, vayamos a casa y allí os explicaré lo que ocurre. Alfred Hitchcock me aseguró que erais muy expertos en descubrir… cosas raras y quizá podáis poner en claro lo que aquí ocurre, porque aquí pasa algo que no me explico…