A la caza de un león
Jupiter Jones fue el primero que recuperó la voz y todavía preso de la sorpresa advirtió con voz queda:
—¡Cuidado! ¡Mucho cuidado! ¡No vayamos a asustarnos por un gallo loco!
—¿Pero era esto? —preguntó Pete sin querer, al parecer, dar crédito a sus ojos.
—¡Jamás lo hubiera creído! —exclamó Bob con profundo suspiro.
Miró a aquella masa cacareante de plumas negras que les habla parecido algo tan ominoso algunos momentos antes y no pudo contener la risa, agitando los brazos a imitación de unas alas y gritando:
—¡Hay que ver! ¡Un gallo!
Sin duda a su vez sorprendido, el ave también agitó sus negras alas y al parecer cacareando sus más indignadas protestas se alejó por el camino rodado, agitando la roja cresta, despedido por las carcajadas de los tres muchachos.
—Esto demuestra lo peligrosa que puede ser la imaginación —sentenció Jupiter con gesto circunspecto—. Nos sentíamos intimidados por esa imitación de la selva virgen y en consecuencia nos figurábamos que algo iba a caer sobre nosotros, conforme a los rugidos y aullidos de las bestias salvajes. Bien, es lo mejor que puede habernos ocurrido. Nos ha servido de aprendizaje, de entrenamiento.
Echaron a andar en dirección a la puerta, cuando de pronto, Bob exclamó:
—¡En, alto! ¡Ahí veo a alguien!
Sus dos compañeros siguieron con la mirada la indicación de su dedo índice y vieron cómo de entre las sombras de aquella espesura salía alguien vistiendo ropa de color caqui.
—¡Señor Hall! —llamó Jupiter.
El individuo se detuvo y aguardó a que los chicos llegaran hasta él.
—¡Hola, señor Hall! ¡Le estábamos buscando! —explicó Pete con cierta impaciencia.
El recién llegado les miró interrogativamente. Era un tipo achaparrado y de ancho pecho, la descolorida camisa de tipo safari que vestía la llevaba con el cuello desabrochado. Sus vividos ojos azules destacaban de lo bronceado del rostro. Cubría su cabeza con un sombrero de los denominados australianos, una de cuyas alas estaba hacia arriba.
Cuando los tres compañeros ya estaban cerca, vieron que una de sus manos accionaba con cierta impaciencia, al mismo tiempo que algo centelleaba. Jupiter y sus dos amigos quedaron hipnotizados por la ancha hoja del machete que aquel hombre asía, como si no le concediera importancia.
Jupiter se apresuró a presentarse, diciendo:
—Somos «Los Tres Investigadores», señor Hall. ¿No le ha dicho el señor Hitchcock que íbamos a venir?
Aquel Individuo les miró con cierta sorpresa, pero fue sólo por un instante, porque repuesto, respondió:
—¡Sí, claro! ¿Conque vosotros sois los Tres Investigadores?
—Esto es, señor Hall —contestó Jupiter al mismo tiempo que sacaba de uno de sus bolsillos una tarjeta y se la ofrecía. En ella se leía:
—Soy Jupiter Jones y éstos son mis compañeros: Pete Crenshaw y Bob Andrews —prosiguió Jupiter.
—Celebro conoceros, chicos —contestó su interlocutor y tomando la tarjeta, luego de leerla, preguntó—: ¿Cuál es vuestra especialidad?
—Pues… eso, cosas misteriosas —explicó Jupiter y prosiguiendo—: Asuntos que no han quedado en claro, enigmas y cosas por el estilo. Nos dedicamos a descubrir lo desconocido, a solventar dudas y hallar solución a los problemas que nos han sido confiados. Por esto estamos aquí. El señor Hitchcock nos contó lo que le ocurre con ese león…
—¡Ah, sí?
—Desde luego, sólo nos dijo que el león se mostraba nervioso, pero supongo que usted nos facilitará más detalles.
El tipo achaparrado asintió en silencio, al mismo tiempo que metía su tarjeta en el bolsillo. Frunció el entrecejo y miró a lo lejos cuando de pronto llegó hasta ellos un agudo trompetazo al que respondió un profundo rugido.
Sonriendo, propuso:
—Claro… Pero lo mejor será, si os sentís con ánimos, que vayamos a echarle un vistazo.
—Muy bien. Para esto hemos venido —convino Jupiter.
—Pues andando. Vamos para allá.
Rodearon el almacén y su guía comenzó a caminar por un sendero que, al parecer, atravesaba aquella selva. Los chicos caminaban en silencio, que fue truncado por Jupiter, sugiriendo:
—Quizá podríamos aprovechar el tiempo si usted nos diera detalles de lo que ocurre, señor Hall.
Ante ellos pendía una liana, que fue partida con un centelleo del machete, al mismo tiempo que el que lo empuñaba preguntaba sin cesar de andar rápidamente:
—¿Y qué es lo que os interesa saber?
Jupiter, que se esforzaba en mantenerse Junto a él, explicó:
—Pues… por ejemplo, todos sabemos que el león está nervioso. Desde luego, no es corriente en un león, ¿verdad?
Su guía asintió, sin cesar de caminar aprisa y repartiendo machetazos a ambos lados del camino, pero convino:
—Desde luego, no es lo corriente. Oye… ¿sabes algo de leones?
Jupiter tragó saliva antes de contestar:
—No, señor. Sólo… eso, lo corriente. Por esto se lo pregunto. Pero este nerviosismo… es algo curioso. ¿No es así? —preguntó Jupiter.
—Desde luego —contestó su guía secamente y alzando la mano pidiendo silencio.
Oyeron chillidos y algunos aullidos. Seguidamente, un rugido estremecedor.
Al oírlo su mentor, sonriendo, indicó:
—Por ahí delante. Ahora lo veréis —y dirigiéndose a Jupiter, le preguntó—: ¿Qué tal? ¿Te parece nervioso?
—Pues, como ya le he dicho, poco sé de leones, pero… ¿qué quiere que le diga? A mí me ha parecido un rugido normal.
—Muy bien —contestó su interlocutor, cortando la hierba a su alrededor con blandir de machetazos—. Desde luego, cabe afirmar que el león no es un animal nervioso, excepto…
—¿Excepto? —preguntó inmediatamente Jupiter, interrumpiéndole.
—… que alguien o algo lo ponga en el disparadero de los nervios. ¿Lo habéis entendido?
Los tres compañeros se miraron algo perplejos y Bob, queriendo precisar, inquirió:
—Pero… ¿qué puede ser? ¿Cómo?
Aquel hombre se enderezó de pronto, alerta y tras unos instantes de escucha murmuró:
—¡Quietos! ¡Por ahí se mueve algo!
Antes de que lo advirtieran había desaparecido entre la alta hierba. Oyeron todavía sus pisadas, el agitar de la hierba y de pronto nada. Silencio completo.
En lo alto, posado sobre una rama, chilló un páparo, lo que fue suficiente para que los tres compañeros saltaran en direcciones distintas. Pero Pete se recobró, exclamando:
—¡Calma, compañeros! ¡Calma! ¡Que sólo es un pájaro!
—¿Un pájaro? —preguntó Bob—. ¡No me digas! ¡Si parecía un buitre!
Los tres muchachos permanecieron silenciosos durante unos Instantes, con el oído atento. Pero Jupiter, luego de mirar a su reloj, rompió el silencio, observando:
—No sé… pero me da mala espina ese pájaro, que Bob ha comparado con un buitre. Parece como si nos anunciara algo.
—Vamos, Jupe, dinos con palabras claras lo que quieras decir —urgió Bob.
Con el rostro pálido y mojándose los labios resecos, Jupe dijo:
—Me parece que este señor Hall no regresará, e imagino, también, que ha preparado algo semejante a una prueba… para ver cómo reaccionamos ante determinado peligro de la selva.
—Pero… ¿por qué? ¿No hemos venido para ayudarle? ¿Entonces… qué? Porque él bien sabe a qué hemos venido —argüyó Pete.
Jupe, en lugar de contestar, inclinose hacia delante para escuchar mejor. Por entre los árboles oíanse rumores extraños y desde sus copas no cesaban de llegar voces y de pronto, de nuevo aquel rugido amenazador. Girando su cabeza en la dirección desde donde se había oído, Jupiter apretó los labios y por fin explicó:
—Desde luego no sé qué razón tendrá para obrar así el señor Hall, pero no me cabe duda de que ese león está mucho más cerca de lo que estaba de nosotros algunos minutos antes. Todo indica que viene para acá. Esto es lo que el pájaro ese, buitre o lo que sea, nos advertía con sus chillidos… ¡de que somos su presa! Esos carnívoros acostumbran a dar una vuelta alrededor de un animal muerto o moribundo, pero en el presente caso…, nosotros ocupamos su lugar Pete y Bob miraron pasmados a Jupiter. Comprendieron que no bromeaba y que consideraba la situación como muy seria. Casi instintivamente los tres chicos se acercaron como buscando mutua protección.
Escucharon atentamente.
Oyeron cómo los tallos de hierba frotaban entre sí al ser apartados, luego unas pisadas, casi silenciosas, suaves, pero fuertes y firmes.
Conteniendo la respiración se acercaron a un árbol alto que crecía casi junto a ellos.
De pronto, casi a su espalda, oyeron algo que helaba la sangre… ¡El rugir de un león!