CAPÍTULO IX

«HATCHHOLT»

Al despedirse de David en la Cañada Oscura, Peter empezó a desandar el camino que los había llevado hasta allí, en tanto recordaba las palabras del muchacho, con respecto a la misteriosa señora Thurston. ¿Estarían justificadas las sospechas de su amigo… o tendría razón su padre, al indicar que esa mujer estaba fotografiando los pájaros del bosque? No cabía duda de que David se había comportado con suma cortesía, al no discutir con su padre. Y ella… carecía de elementos de juicio para opinar sobre tal cuestión. Lo que más le había conturbado fue la vehemencia con que su amigo le preguntó si lo consideraba un tonto. Debería haberle acompañado durante otro trecho, para demostrarle que tenía confianza en él…

Abstraída en sus pensamientos, Peter siguió avanzando, envuelta en la niebla, por el camino que tan bien conocía. Y apenas si concedió atención al rumor de un aparato que pasó en vuelo raso, para alejarse luego por encima del Mynd. Al cabo de un rato, sorprendida al notar que había llegado ya a su casa, oyó el tono de reconvención con que su padre le decía.

—¿Soñando despierta? ¿Cómo vienes tan mojada?… ¡Por todos los santos! Has estado paseándote en medio de la niebla, ¿verdad? ¡Corre a tu cuarto y cámbiate de ropa! Vuelve en seguida para tomar una taza de leche caliente. ¡Cielo bendito…!

En cuanto se hubo puesto una blusa y una falda secas, la chica entró en la cocina y abrazó estrechamente a su padre, el cual la observó un instante por encima de sus gafas, antes de preguntarle:

—¿Había mucha niebla por el camino?

—Sí, papá —repuso ella, sentándose en el suelo, junto a la lumbre del fogón—. Sé lo que estás pensando; pero no te preocupes. David llegará sin tropiezos a su casa. El sendero en que lo dejé está bien marcado, y no es posible extraviarse.

Suspiró entonces el vigilante del embalse al tiempo que tomaba asiento en una silla. Luego comentó:

—Buen muchacho es David Morton. Y muy educado. Se advierte que le han enseñado a escuchar cortésmente a los mayores.

Nado repuso su hija, hasta después de haber tomado la leche y el trozo de tarta de pasas que su padre le había preparado. Luego, hablando con persuasivo acento, declaró:

—Papá… tú crees que David se comportó tontamente al decir eso de la señora Thurston; pero yo he estado reflexionando sobre el asunto… y ahora creo que tiene razón. Y también… también creo que deberíamos avisar cuanto antes a la policía.

Escuchóla mister Sterling sin inmutarse ante aquella inopinada discrepancia con sus propias opiniones.

—Hija mía —le contestó—, veo que eres tan testaruda como él… aunque él no lo haya manifestado. Y que leéis los dos demasiados cuentos. Tenéis la cabeza llena de fantasías de novelas. Suponte por un momento que fuésemos a Onnybrook y pudiéramos localizar a ese pesado del policía del pueblo. ¿Qué le dirías? ¿Que viste a la señora Thurston cuando estaba tomando fotos del pantano… y le dio un puntapié al perrito de los Morton?… Olvídate de todo esto, muchacha. Y preocúpate por otras cosas más importantes.

—Lo siento, papá —porfió la chica—; pero creo que estás equivocado. Esa mujer procede de modo muy misterioso, y es preciso, que alguien más sepa lo que hace, aparte nosotros. Si se aclarase un poco la niebla, ensillaría a «Sally» y me llegaría a Onnybrook. No tardará en salir la Luna…

Pero ante la decidida negativa de su padre, exhaló un suspiro y agregó:

—Está bien, papá. Si no me dejas ir a Onnybrook, podría acercarme a Witchend, ¿no te parece? Querría saber lo que ha sido de esos pequeños. Y la verdad es que en este momento… no me gustaría estar tan lejos. Todos los demás están más cerca de Witchend.

Luego se acercó a la ventana y echó una ojeada al exterior, donde aún continuaba la niebla, lo que no hizo sino aumentar la depresión que poco antes había empezado a dominarla. Notando su estado de ánimo, prometióle su padre que al día siguiente bajarían a Onnybrook, para relatar la misteriosa historia al jefe de la policía local. Y ella le miró con los ojos llenos de lágrimas, mientras murmuraba:

—¡Oh, papá! No sabes cuánto te lo agradezco… Perdona que me haya comportado tan desconsideradamente contigo También he sido descortés con David. Y es que no sé lo que me ocurre hoy. Me siento intranquila, como si tuviera la impresión de que ha de suceder algo fuera de lo común.

No andaba descaminada la chica en sus presentimientos. Al entrar en su dormitorio, se acercó a la ventana, comprobando que la niebla empezaba a desvanecerse. Asomóse entonces, para contemplar por unos minutos el cielo estrellado, en tanto aspiraba el fresco aire de la noche. Y de pronto, le pareció haber oído un rumor de voces, proveniente de la parte baja del valle, y entremezclado con otro sonido familiar: el de los cascos de una caballería, al chocar contra las piedras del sendero. Sin perder un segundo, bajó a toda prisa la escalera y fue a llamar a su padre, anunciando agitadamente:

—¡Ven corriendo! ¡Se acercan unos hombres!

Y el paciente mister Sterling, que había digerido ya la ración de insensateces escuchadas a lo largo de aquel día, juzgó que había llegado el momento de poner fin a tanta inconsecuencia y exclamó:

—¡Paparruchas! La neblina ha entrado en tu cerebro, hija mía; y no sólo ves visiones, sino que también oyes cosas raras. Acuéstate en seguida y deja de decir tonterías. Todo eso…

Sin detenerse a escucharle, la chica se encaminó a la puerta y la abrió, gritando fuertemente:

—¡Eh! ¿Quién anda ahí? ¿Qué desean?

En respuesta, una voz que no le era desconocida sonó en las sombras:

—Es la chica de Sterling. No sé qué estará haciendo, levantada a estas horas. ¡Eh! ¿Eres Peter?

Echó a andar la nombrada por el sendero que conducía al embalse, segura de que su amigo Bill Ward se acercaba en compañía de otros hombres. Y en efecto: al corto trecho pudo distinguir la oscura silueta de unos jinetes, tres en total, el primero de los cuales echó pie a tierra y la saludó amigablemente, antes de preguntarle:

—¿Dónde está tu padre? Queremos hablar con él. ¿Están en tu casa los gemelos Morton?

—No —contestó Peter, empezando a alarmarse—. No están aquí. ¿Qué…?

—¿Y no los habéis visto en todo el día?

—No, no; tampoco. Ni siquiera esta mañana, cuando estuve en Witchend. Papá está en casa; pero no creo que pueda ayudarte. No me creyó cuando le dije que os había oído… y no creo que os considere personas de carne y hueso, cuando os vea. Cuéntame lo que ha ocurrido.

Terció entonces uno de los hombres que continuaban montados, para indicar:

—Díselo, Bill. Tal vez pueda ayudarnos ella. Y no sé por qué no va a poder hacerlo también mister Sterling.

—De acuerdo, pues —accedió el marinero—; pero no te preocupes hasta que haya motivos para preocuparse. Los gemelos Morton han desaparecido, y no tenemos ni la menor idea acerca de su paradero. Alf Ingles y David suponen que pueden haber ido hacia la finca de Appledore; y han marchado hacia allí en una moto. En caso de que no los encuentren, tendremos que creer que están en algún lugar de la montaña, perdidos en la niebla. Hay otra partida, además de la nuestra. Varios hombres han empezado a explorar el valle de Witchend, a fin de reunirse con nosotros en la cumbre. No te inquietes, Peter, pues pronto encontraremos a esos chicos.

Asiéndole por un brazo, díjole la muchacha con suplicante acento:

—Hazme un favor, Bill. Somos amigos, ¿verdad? En ese caso, déjame que te acompañe. Conozco los senderos y rincones de esta montaña, y puedo ayudaros en vuestra búsqueda.

—Puede venir, si quiere —apuntó uno de los otros dos jinetes—. En caso de que tenga un caballo, claro está, pero tenemos que apresurarnos, Bill. La luna está a punto de salir, y…

Poco después, al enterarse de que los mellizos se habían extraviado, mister Sterling no dijo más que una palabra: «¡Esperadme!». Acto seguido, entró en su cuarto, reapareciendo a los tres minutos con un nuevo atuendo, compuesto por unas enormes botas de caucho, un estrafalario impermeable, y un sombrerito de tela verde, cuya cinta se hallaba adornada con dos coloridas moscas de las que se emplean para pescar truchas. Observóle Bill, sorprendido, al tiempo que le advertía:

—Vamos a tardar un par de horas en el recorrido. ¿No será demasiado camino para usted? Su hija quiere venir con nosotros.

El encargado del embalse se indignó ante tal insinuación. Y después de asegurar que era capaz de llegar adonde los demás llegasen, fue a la cocina y regresó con un saco de carbón para avivar el fuego de la chimenea, opinando que si los gemelos se encontraban en lo alto de la montaña, era preciso mantener encendida la lumbre, con objeto de que entrasen en calor al llegar a la casa.

En el ínterin, Peter había ido al establo y estaba ensillando a la adormilada «Sally». Cerró luego mister Sterling la puerta de entrada a la casa. Y en el momento en que despuntaba la luna, el grupo de rescate inició la ascensión de la ladera del Mynd. Al llegar a la cima, Bill dispuso que todos los componentes de la partida se separasen un poco y escrutaran los rincones oscuros, sin dejar de avanzar hacia el nacimiento del valle de Witchend, donde habrían de reunirse con los del otro grupo que por allí subía.

—Yo iré junto a mister Sterling —añadió—. Y tú, Peter, teniendo en cuenta que tu yegua está más descansada, puedes encargarte de recorrer la parte más alejada de la zona a explorar. Además, y puesto que los chicos estarán cansados y durmiendo, no sería mala idea que los llamásemos de vez en cuando. Y ahora, empecemos cuanto antes. ¡Buena suerte!

Rozó Peter con los talones los ijares de su cabalgadura, conduciéndola hacia el montón de piedras que señalaba el punto más elevado del Mynd. Había salido ya la luna; y su plateado resplandor iluminaba los densos matorrales que crecían en la cumbre del monte. No se sentía ya la chica molesta y aburrida. Tenía una misión que cumplir, y sólo echaba de menos la compañía de David. Al cabo de corto rato dirigió su vista hacia atrás, para ver que Bill agitaba un brazo, como si le indicara que podía apartarse un poco más, por lo que decidió explorar los terrenos cercanos al sendero que bajaba hasta Appledore. Por dos veces consecutivas silbó la chica, imitando el canto del avefría, mas sin obtener respuesta, lo que la incitó a llamar en voz alta:

—¡Eh, Richard!… ¡Mary!… ¿Dónde estáis?…

Pero tampoco tuvo éxito esta vez. Oía los gritos con que los otros miembros de la partida intentaban descubrir a los extraviados. Y a poco, el encanto de la noche penetró en su espíritu, induciéndola a detenerse para contemplar las estrellas. No obstante, pronto recordó la razón de su presencia en aquel agreste lugar, y puso al trote a su montura, en tanto tornaba a llamar a los gemelos, experimentando una sorpresa al oír que una voz masculina le contestaba:

—¡Hola! ¿Me están llamando a mí?

También se sobresaltó «Sally», al ver a pocos metros de distancia la figura de un hombre que levantaba un brazo en ademán de saludo. Al aproximarse a él, notó Peter que iba vestido con un traje de mezclilla y un impermeable echado sobre los hombros, y que llevaba un morral colgado a la espalda.

—¿Qué ocurre? —inquirió el desconocido—. ¿Necesita que la ayuden? ¿O sólo ha salido usted a dar una vuelta a la luz de la luna?

Peter se ruborizó, a la par que respondía:

—No estoy paseando. Estamos buscando a dos chicos que se han perdido en la niebla. ¿Los ha visto usted? Son dos gemelos: un niño y una niña de unos nueve años.

Meneó su cabeza el interrogado. Y al advertir que su interlocutora era poco más que una niña, la tuteó al contestarle:

—Lo siento, pero no los he visto. Dices que estáis buscándolos; o sea, que no andas tú sola por aquí.

—No —repuso ella—. Bill, papá y los otros hombres van por el bosque, cerca de la cumbre. Tenemos que reunirnos con la otra partida.

—Comprendo —murmuró el desconocido—. Quizá pueda contribuir yo a vuestra búsqueda. Aunque no dejaría de ser extraño, porque yo también estoy perdido. Me extravié en la niebla, al atardecer, cuando trataba de llegar a un sitio denominado Hatchholt. ¿Lo conoces tú?

—¡Naturalmente! ¡Como que vivo allí! ¿Quién es usted?

—No me conoces. Me llamo Evans. Y estoy pasando mis vacaciones por esta región. Tenía intención de recorrer todo el Mynd de norte a sur. Y esta mañana, con ayuda de un plano, me propuse llegar a un valle donde hay un embalse, para continuar camino en dirección a Onnybrook. Por desgracia, me sorprendió la niebla… y no supe en dónde me encontraba. Me senté junto a una roca… y me quedé dormido. Cuando me desperté, la niebla había desaparecido… y tú estabas gritando. Eso es todo. Y ahora, ¿seremos amigos? ¿Me dejarás que te ayude a buscar a esos chiquillos? No será en balde, pues pienso pedirte que me permitas pasar la noche en vuestro granero.

Sonreía Evans, alargando su mano en gesto amistoso. Movida por un impulso, Peter se la estrechó, suponiendo que ese turista podría aportar su gratuita contribución a la búsqueda que estaba practicándose. Por lo demás, estaba segura de que su padre no tendría inconveniente en alojarle en su casa, por una noche.

—De acuerdo —le dijo—. Yo soy Petronella Sterling; pero todos me llaman Peter. Y ésta es mi yegua «Sally». Voy a buscar a los otros miembros de la partida, para avisarles que usted se unirá a nosotros. Siga por este sendero, y nos reuniremos todos dentro de unos minutos.

Al llegar junto a Bill Ward, la chica le explicó su reciente encuentro con Evans, a lo que el marinero repuso:

—Desde luego que podemos admitirlo entre nosotros; pero me preocupa el que haya venido de la otra banda del Mynd, y sin haber visto a los pequeños…

Poco después, el mismo Evans confirmaba las sospechas de Bill, al declarar:

—Por supuesto que puedo haber pasado junto a ellos; pero como no iba buscándolos… Es la primera vez que ando por estos lugares, ¿sabe usted? Y después de lo que me ha ocurrido esta tarde… no me quedan deseos de repetir la experiencia.

—Pues ha tenido usted mucha suerte —indicóle Bill con una sonrisa—; porque por lo general, la niebla dura unos cuantos días. En cambio, la de hoy se ha disipado al cabo de pocas horas. En fin: estamos preocupados por esos chicos, y debemos proseguir nuestra búsqueda. ¿Por qué no se descarga usted de su morral? Podría dejarlo en algún sitio fácil de reconocer, para recogerlo después, ¿no le parece?

—¡Oh! —repuso Evans. No me molesta en absoluto. Pesa un poco, eso sí; pero estoy acostumbrado a llevarlo encima. Además… luego tendría que recorrer otro trayecto para ir a buscarlo… No; prefiero llevarlo conmigo.

La exploración se reanudó por la cima del monte, aunque sin éxito alguno. Al cabo de una media hora, los componentes de la partida en la que iba Peter se reunieron con los del grupo que había ascendido por el valle de Witchend, bastando observar los rostros de estos últimos para percatarse de que tampoco les había sonreído la suerte. Advirtió entonces Bill que la chica se inclinaba sobre su montura. Y precipitándose hacia ella, la recogió en sus brazos cuando se deslizaba hacia el suelo. Con un estremecimiento, murmuró Peter:

—Lo siento, Bill. Hice todo lo posible por mantenerme despierta, pero veo que el sueño me ha vencido.

—No deberías haber venido con nosotros —observó mister Sterling—. Eres una desobediente. ¡Siempre estás soñando aventuras! Tendrías que marcharte en seguida a casa; pero alguien deberá acompañarte.

—Desde luego que sí —asintió Bill—. Y creo que esa persona habrá de ser usted, mister Sterling. Le agradecemos mucho su contribución; pero debe comprender que no podemos abandonar la búsqueda de esos chicos. Vamos a recorrer ahora la ladera que baja hacia Appledore. Entretanto; usted podría ayudarnos considerablemente, si mantuviera el fuego encendido y preparase bastante agua caliente. Cuando encontremos a los pequeños, los llevaremos a Hatchholt, ¿de acuerdo?

Resignado a apartarse de sus compañeros, mister Sterling hizo una seña a Peter, indicándole que le siguiera. Y entonces, el extraviado turista alzó un brazo para sugerir:

—Eh… perdonen. Lamento tener que decirles que a mi también me convendría separarme de ustedes. Esta tarde me caí en un hoyo… y tengo un pie resentido. Si mister Sterling tuviera la amabilidad de brindarme alojamiento en Hatchholt hasta que llegue la mañana, se lo agradecería infinitamente. La verdad es que me siento muy fatigado. Y creo que he atrapado un constipado, porque mis dientes no paran de castañetear.

Una embarazosa pausa siguió a las anteriores palabras, hasta que al fin se decidió mister Sterling a aclararse la garganta y expresar su parecer a propósito de la indicada sugerencia:

—Pues… ¡jum!… No puedo ofrecerle muchas comodidades, mister… eh… Evans. ¡Ejém! No muchas, en verdad. Si no le importa acostarse en un sofá…

Agradeció Evans vivamente el ofrecimiento. Y a continuación, tras haberse despedido de los otros seis exploradores, Peter, su padre y Evans echaron a andar rumbo a Hatchholt. Bien podía hallarse el turista rendido de fatiga, así como tener un tobillo dislocado; pero lo cierto era que no paraba de hablar. Adelantada como iba sobre su yegua, la chica no pudo entender gran parte de la charla, enterándose, no obstante, de que el referido había pasado cierto tiempo en Gales, y que desempeñaba el cargo de profesor en un importante colegio de los alrededores de Birmingham. Por su parte, mister Sterling no concedía mucha atención a lo que le decían, pues continuaba hondamente preocupado, a cuenta de la desaparición de los dos gemelos. Y así siguieron descendiendo los tres por el sendero que conducía al embalse, al llegar a cuya margen se sintió Peter confortada, con la idea de que pronto se hallaría descansando en su cama.

Pese a las protestas de su padre, empeñóse la chica en desensillar personalmente a «Sally» y encerrarla en el establo. Luego, al entrar parpadeando en el comedor, vio aquélla que los dos hombres estaban charlando junto a la chimenea, y que el turista había dejado su morral bajo la mesa.

—Y ahora —decía mister Sterling—, le traeré unas mantas para que se acomode en ese sofá. Luego tomaremos una taza de té. Y tú, Peter, deberías acostarte en seguida. Yo te llevaré una taza de leche y un…

—No quiero tomar nada —rehusó su hija—. Tengo demasiado sueño para pensar en comer ni en beber. Buenas noches, mister Evans; y muchas gracias por su ayuda.

Diez minutos después de haberse acostado, Peter se despertó enfadándose al ver a su padre con una humeante taza en la mano. Mister Sterling la obligó a beber su caliente contenido. Y al terminar, la chica exhaló un suspiro y murmuró:

—Gracias, papá. No quería tomar nada; pero ahora me siento mucho mejor. Si hubiésemos encontrado a los mellizos… Seguro que no les habrá ocurrido nada grave, ¿verdad que no?

Pero ni siquiera pudo oír la respuesta, pues inmediatamente se quedó profundamente dormida. Salió entonces mister Sterling de su cuarto, bajando a la planta baja, donde charló un rato con su huésped, antes de desearle que pasara buena noche.

Al despertarse Peter a la siguiente mañana, la luz del sol entraba radiante en su habitación. La chica se desperezó, disfrutando la placentera sensación consecuente a un agradable despertar… e inmediatamente aflojó sus músculos, al oír un silbido procedente del exterior. No entonaba una canción el que silbaba, sino que estaba llamando a alguien… Echándose una bata por encima, la chica se asomó a la ventana, al pie de la cual pudo ver los sonrientes rostros de tres hombres vestidos de caqui.

—¡Hola, Julieta! —bromeó uno de ellos—. ¿Me concedéis el honor de hablarme desde vuestro balcón?

—Buenos días, Peter —le díjo otro de los recién llegados, en cuya manga lucían los galones de sargento—. Sentimos tener que molestaros tan temprano, pero ya lo ves: el Ejército Territorial ha venido a hacerte una visita. No hables en voz alta, por favor; y dime si habéis visto a algún extraño por los alrededores.

—¡Dios bendito! —exclamó la chica ahogadamente—. Y yo que me quejaba porque no tenía aventuras…

Conocía a aquellos hombres, todos los cuales eran de Onnybrook o de sus cercanías. El que la había llamado Julieta trabajaba en la granja de Bill Ward. Y el sargento era un viejo amigo suyo, que conducía el camión de reparto de la tienda de comestibles.

—Sí que hemos visto a uno —susurró, inclinándose sobre el antepecho—. Está abajo, en el comedor.

Miráronse los tres hombres entre sí, antes de volver su vista hacia arriba.

—¿Dónde lo encontrasteis? —inquirió el sargento.

—En la montaña. Poco después de medianoche. Ahora está durmiendo en el sofá del comedor. ¿Queréis que baje a hablar con vosotros, sin despertarle?

—Sí; pero ten mucho cuidado. Y no despiertes tampoco a tu padre. Ven a hablar primero con nosotros.

Trémula de emoción, la muchacha se vistió rápidamente, abriendo luego la puerta de su cuarto, para salir al penumbroso pasillo. Oía desde allí la sonora respiración de su padre; pero ni un solo rumor llegaba del oscuro comedor. Avanzando con cautela, descendió luego por la escalera, la cual conducía directamente a esta última estancia, si bien se hallaba separada de la misma por una pesada cortina. Apartó entonces un borde de dicha cortina, y atisbó por el resquicio. Y acto seguido, se dirigió a la puerta y la abrió de un tirón, para informar a los tres milicianos:

—Se ha marchado. La llave no estaba echada. Y su morral… ha desaparecido también. A menos que esté en la cocina, o en el cuarto en que trabaja papá…

—Veamos esos cuartos —dijo el sargento.

Entraron los tres hombres en la casa, yendo hasta las puertas que Peter les indicó, para echar un vistazo a las citadas dependencias; pero en seguida volvieron al comedor, murmurando uno de ellos:

—Mala suerte. El pájaro ha volado.

Y el sargento movió la cabeza en gesto de fastidio, al tiempo que decía a la chica:

—Siento molestaros; pero es necesario que llames a tu padre. Ha ocurrido algo muy importante.

Mister Sterling se despertó con un respingo. Y cuando su hija le hubo informado acerca de lo que estaba sucediendo, la miró, ceñudo, y farfulló:

—No te creo. ¿El Ejército Territorial, nada menos…? No, hija; no me lo creo. Vuelve a acostarte… y déjame dormir.

Sacudióle entonces ella por un hombro, indicándole que los tres visitantes querían hablar con él. Y de pronto, el pulquérrirno mister Sterling se incorporó bruscamente para preguntar en tono alarmado:

—¿Qué dices? ¿Que han entrado en la cocina con esas sucias botazas?

—No, papá —repuso Peter, decidiendo aprovechar tal circunstancia—. Sólo se han asomado; pero entrarán, sin duda, en caso de que no vayas a verlos en seguida.

—¡Ahora mismo! —barbotó él, aprestándose a saltar de la cama—. ¡Corre! Vuélvete con ellos y… ¡manténlos apartados de la cocina!

Regresó Peter al comedor, donde el sargento la interrogó con la mirada.

—Bajará inmediatamente —le dijo la chica—; pero yo puedo informaros sobre mister Evans. Era un hombre joven, bien parecido y muy amable. Nos ayudó a buscar a los gemelos, en la cima del monte.

Al oír esto último, el que había representado el breve papel de Romeo la miró, extrañado, al tiempo que le hacía saber:

—¡Ah! Pero… ¿no estabas enterada de las últimas noticias? Los gemelos están sanos y salvos en sus camitas de Witchend. Alf Ingles y esos dos chicos… su hermano mayor y Tom, los llevaron anoche a su casa, después de sacarlos de Appledore.

Y ella se lanzó hacia la escalera para gritar desde allí entusiasmada:

—¡Papá! ¡Papá! ¡Los gemelos han aparecido! ¡David los encontró!

Minutos después, cuando su padre descendió por la escalera, Peter quiso tomar parte en la conversación que iba a desarrollarse; pero el sargento la miró seriamente y le dijo:

—Escucha, Peter: tenemos que hablar con mister Sterling por un largo rato. Entretanto, ¿por qué no te vas a Witchend para ver a esos gemelos? Estoy seguro de que te gustará charlar con ellos después de lo sucedido.

—Pues yo estoy dispuesta a no apartarme de aquí hasta saber qué es lo que está ocurriendo.

Encogióse de hombros el miliciano, en tanto miraba a mister Sterling como en demanda de su opinión. Y el consultado se volvió hacia su hija para indicarle:

—No sé de qué se trata; pero creo que deberías ir a ver a esos chicos. La señora Morton… o la señora Ingles te invitarán a tomar el desayuno, de modo que…

Convencida a medias, la chica subió a su cuarto y se cambió de ropa, dispuesta a realizar a caballo el trayecto hasta Witchend. Al volver al comedor, vio que los cuatro hombres se habían sentado en torno a la mesa, y oyó decir a su padre:

—Es imposible. ¡No puedo creerlo! Pero si… si nadie puede hacer eso. ¿No comprendéis que…? ¡Cielo bendito! Veo que sois como mi hija y como ese chico: imaginativos, recelosos…

Se interrumpió el que hablaba al ver a su hija.

—Escucha —le encargó— llégate a Witchend, y entérate de cómo están los pequeños. Quiero saber lo que les sucedió ayer. Y no tengas prisa en volver a casa; puedes quedarte por allí todo el tiempo que quieras.

—De acuerdo, papá; pero… ¿por qué no me decís ahora lo que…?

—Luego te lo diremos —le prometió el sargento—. Vete en seguida a Witchend, y no vuelvas por aquí hasta que te avisemos. Y muchas gracias por haberte despertado tan temprano para ayudarnos.

—Hasta pronto, «Julieta» —despidióla el campechano «Romeo», tirándole un beso a espaldas de su padre.

Tan emocionada y feliz se sentía Peter por la noticia del rescate de los gemelos, que le pasó inadvertida la expeditiva forma en que acababan de apartarla de Hatchholt. Tras haber ensillado a «Sally», montó ágilmente y emprendió el camino de Witchend. Y al llegar a la primera revuelta del sendero, miró hacia atrás, viendo que su padre y los tres milicianos avanzaban hacia la caseta de máquinas de la presa. Levantó entonces un brazo para hacerles una señal de despedida. Y al no obtener respuesta, continuó su marcha valle abajo, en tanto se preguntaba qué clase de misterio estarían intentando resolver aquellos… y por qué no habrían querido informarla acerca del mismo.