CAPÍTULO V

LUNES: NUEVAS PERSPECTIVAS

A Jon le fastidiaba madrugar y se resistía a levantarse temprano hasta de un modo inconsciente. Pues pasó que a la hora del desayuno, en el momento de sonar el gong, seguía durmiendo. Cosa rara: a Penny le ocurrió algo semejante e incluso parecía bastante somnolienta al descender a la planta baja, minutos antes de que se presentara Jon, con su descuidado aspecto de siempre a aquella hora.

—Creí que irías a despertarme… —comenzaron a decir los dos a un tiempo.

Penny y Jon se echaron a reír. La señora Warrender, burlona, les preguntó si en el futuro querían el desayuno algo más temprano.

—No, gracias, por lo que a mi respecta —contestó su hijo—. Quizá Penny, a quien tanto le agradan los paseos a primera hora de la mañana… Acostumbra a caminar sobre el rocío para conservar sus menudos pies blancos. ¿Lo sabías, mamá? ¿No te acuerdas de que el señor Grandon encontró en cierta ocasión uno de sus zapatos?

Penny se puso furiosa.

—¿Qué pensáis hacer hoy? —inquirió la señora Warrender—. ¿Por qué no os hacéis varios bocadillos y os vais por ahí, aprovechando el buen tiempo? En Camber tenéis un viejo castillo… ¿No os gustaría visitarlo? Hoy no os podré prestar mucha atención, ya que estaré ocupada. Esta tarde llegan los primeros huéspedes.

—¡Qué lástima! —exclamó con un suspiro Penny—. A mí me parece que el «Dolphin» lleno de gente extraña no me gustará tanto como ahora. Bueno, tía… Ya sé que hemos de procurar mantenernos algo aparte de ellos y no molestarles. Nos portaremos bien, te lo prometo… Oye, ¿y cómo es esa gente?

—Sólo conozco de esas personas sus nombres. ¡Ah, Penny! Aprende a referirte a nuestros favorecedores con el máximo respeto.

—Yo no pienso convertirlos en una preocupación para mí —declaró Jon comenzando a devorar una tostada—. Nosotros permaneceremos unidos en todo momento y aparte. Contamos con nuestra habitación de arriba cuando no quieras vernos por aquí, mamá… Vamos, Penny. No es mala idea la de pasar el día fuera.

Tan pronto como la señora Warrender hubo salido para ocuparse de sus bocadillos, Penny levantó la vista hacia su primo para decir:

—Dispón de lo que se te antoje, Jon, pero me niego rotundamente a hacer nada hasta que me cuentes qué te pasó en el molino. ¿Nos vamos arriba? ¡Ojalá me hubiera despertado a la hora de siempre! ¡Qué poco hubiera tardado en echarte de la cama!

Jon se puso en pie.

—No —respondió—. Hace una mañana muy hermosa. Salgamos. Te pondré al corriente de todo mientras paseamos. ¡Vámonos, pequeña!

Desde el muro miraron a lo lejos. Bajo el deslumbrante sol todo el paisaje se ofrecía a sus ojos como una inmensa sábana verde.

El muchacho comenzó a hablar. Penny no le interrumpió ni una sola vez. Al final del relato aquel dijo:

—Tanto me dolía la pierna, por efecto de aquel calambre, que no pude bajar a tiempo para ver quién era la mujer que se encontraba con el señor Grandon. No es posible deducir este detalle con el único dato de la voz, pero a mi me pareció aquella persona más joven que «miss» Ballinger.

—Pues yo estoy segura de que no nos hemos equivocado al considerar a «miss» Ballinger relacionada con este asunto. Siempre he pensado así y no he variado de opinión aún. Ella era la persona que tenía que recibir los papeles.

—Pero ¿y por qué tenía que utilizar a esa joven hallándose tan sólo a unos centenares de metros del lugar de la cita? ¿Por qué complicar así las cosas? Naturalmente, he de admitir que «miss» Ballinger es una extraña mujer. Todo lo concerniente a nosotros le inspira mucha curiosidad. Me lo demostró cuando yo me disponía a volver. A propósito, nos ha invitado a ir a su casa a tomar el té. ¿Crees tú que debemos ir?

—Claro que sí. No me perdería eso por nada del mundo. Ahora aquí hay un gran misterio: ¿Cómo entró «Mequetrefe» en nuestro cuarto, apoderándose del trozo de pergamino mientras nos hallábamos en la iglesia? Debe poseer otra llave. Tendremos que pedirle a tu madre que nos autorice a cambiar la cerradura. Pero no sé cómo podremos justificar tu petición. Tal vez pudieras hacerlo tú mismo, sin que ella se enterara… ¡Ay, Jon! La huella que descubrimos en el polvo era de «Mequetrefe». Ese hombre ha estado allí en muchas ocasiones.

—Quizá. Pero no creo que haya podido abrir la caja. Supongo que el papel se me caería al salir de la habitación con alguna prisa. Siento muchísimo lo ocurrido, Penny. Fue culpa mía. Me propongo sacar de la caja el mapa. Estará más a salvo si lo guardamos uno de nosotros. Lo estudiaremos cuando nos hayamos ido… Ve a ver si los bocadillos están ya preparados y que no se te olvide traer una botella de cerveza o lo que sea, ya que en las excursiones siempre siento una sed exagerada…

Jon entró en la casa, dejando a Penny apoyada en el muro.

Aún se estaba preguntando la muchacha si debía entrar ya o no para visitar la cocina cuando divisó a un chico que se acercaba a ella montado en una bicicleta. Nada había de destacable en aquél, a no ser que iba muy sucio y que montaba sin tocar para nada el manillar de su vehículo. Esto era una cosa que Penny no había sido jamás capaz de hacer. Secretamente, se sentía avergonzada por tal hecho. El chico había introducido una de sus manos en un bolsillo, sosteniendo en la otra una manzana a medio comer, que retuvo entre sus dientes a tiempo de oprimir el freno para detenerse frente al «Dolphin». Con un movimiento de cabeza, mirando a Penny, señaló el hotel.

—¿Dónde está la puerta? —preguntó.

—En la entrada —respondió Penny dulcemente—. Siempre suelen instalarlas en esos sitios.

El recién llegado le echó una mirada como si quisiera fulminarla, murmurando algo que ella no entendió, apeándose en seguida de la bicicleta. A continuación sacó una carta que llevaba en el bolsillo y tras un intenso esfuerzo mental se volvió para cruzar el pórtico. Penny le siguió, observando que en el patio se detenía, mirando vacilante a una parte y a otra.

—¿Puedo serte útil en algo? —inquirió Penny, tendiéndole la mano para coger la carta.

—¿Vives tú aquí?

Penny asintió y el chiquillo le entregó el sobre, más bien de mala gana.

Penny abrió la boca asombrada. Iba dirigido a Jonathan Warrender y al pie del mismo figuraba una breve nota: «El dador de la presente espera la respuesta».

—Aguarda aquí. Dentro de un minuto saldré con la contestación.

Penny apretó el paso. Le halló al pie de las escaleras, que bajaba silbando animosamente. Llevaba el mapa, convenientemente arrollado, en un bolsillo interior de la chaqueta.

—Un muchacho que ha venido en bicicleta ha traído esta carta para ti. Acércate a la ventana y léela. Espera ahí fuera tu respuesta.

Jon siguió la indicación de su prima, quien se puso de puntillas, intentando leer la misiva por encima de su hombro.

Winchelsea.

Querido Jonathan:

Si tú y tu prima no tenéis nada mejor que hacer esta tarde os sugiero que vengáis a tomar el té conmigo. Me alegraría mucho veros y quizás os contaré algunas historias referentes a los Puertos y a Romney Marsh. Confío en que le diréis al muchacho que os ha entregado esta nota que vais a venir.

Recuerdos a la señora Warrender.

Sinceramente vuestra,

E. M. BALLINGER».

P. S. —Mi «bungalow» es el que hace cuatro hacia el oeste, en la playa de Winchelsea, más allá de la colina que hay al final de la carretera.

—¿Qué te dije, Penny? —comentó Jon con acento triunfal—. «Miss» Ballinger cumple su promesa. Contestaremos aceptando su invitación, ¿verdad? Dile a ese chico cuál es nuestra respuesta.

—Díselo tú.

Jon salió al patio, a tiempo de ver al recadero de «miss» Ballinger arrojando una piedra a uno de los gatos del «Dolphin», que se hallaba allí disfrutando plácidamente del sol.

—¡Eh, tú! Estate quieto, ¿quieres? Deja a ese gato en paz.

El otro se volvió, mirando a Jon de pies a cabeza y apretando los puños.

—¿Y si no quiero?

No tardó en cambiar de actitud al ver el gesto decidido del hijo de la señora Warrender.

—¿Qué es lo que tengo que decir? —optó por preguntar entonces—. Esa mujer me informó que me darías un chelín y la contestación.

Penny tocó con el codo a su primo.

—Eso sé que no es verdad. Dile a «miss» Ballinger que aceptamos su invitación y le damos las gracias por ella.

—¿Lo has comprendido? —preguntó Penny—. ¿Quieres acaso que te lo repita?

El otro le dirigió una furiosa mirada, sin pronunciar una palabra, tras lo cual se volvió a marchar.

Bajo el pórtico Penny preguntó a Jon:

—¿Cerraste bien la caja y la puerta?

—Desde luego. Y llevo la llave grande en el bolsillo. Hay otros mapas, ¿sabes, Penny?, pero ninguno tiene el interés de éste, por los muchos detalles que en él aparecen. Estuve examinando los otros también, pero no creo que nos sirvan de nada… Se trata más bien de planos que muestran los diversos caminos existentes junto a la costa… ¿Cogiste ya los bocadillos o piensas tenerme esperando un rato?

—Me propongo que esperes. Habré de decirle a la tía que tomaremos el té fuera, en casa de nuestra amiga, ¿no es verdad?

Cuando Penny salió llevando una pesada mochila, Jon se encontraba apoyado en el muro, estudiando atentamente el mapa.

—Fíjate, Penny —dijo el muchacho—. Creo que comienzo a saberlo interpretar. ¡Fíjate! Ahí tienes el río, abrazándose a la población en que ahora vivimos. Las líneas negras tienen que ser las carreteras… Ahí está el trazo si no entre Rye y Winchelsea. Y también el que señala el camino que yo seguí intentando dar con un atajo. Las líneas de puntos deben ser los senderos utilizados por los contrabandistas. No pueden ser otra cosa, ya que no cabe pensar en unos límites…

Tras unos segundos de reflexión, Jon añadió:

—Exploraremos esos caminos hasta donde nos sea posible en el transcurso de las vacaciones y veremos de encontrar otra pista que haga alusión de un modo directo o indirecto a ciertos «recipientes de barro». Ahí hay trabajo, Penny. Observa una o dos cosas aquí no advertidas antes. Hay una horca en un pequeño montículo situado por debajo de Camber. Me imagino que ése sería un buen sitio para ocultar el tesoro.

—¿Quieres decir, Jon, que habremos de excavar en ese lugar lleno de restos humanos?

—Es posible. Hemos de buscar por todas partes, ¿no? Mira, Penny, ¿no ves que todas aquellas cosas que resaltan se encuentran unidas por líneas de puntos? Cuatro de los senderos confluyen en el castillo de Camber. El molino de Winchelsea parece ser el más importante. Y luego, al sur de Winchelsea, se encuentra esta especie de volcán en miniatura. Ésta debe ser la elevación que «miss» B. menciona en su nota. Seguramente queda en las proximidades de su «bungalow». Más abajo se ve la posada. La línea termina aquí. Así, pues, podemos pensar que esta edificación tiene también su importancia.

—Perfectamente, Jon. ¿Adónde nos encaminaremos primero?

—Aquí hay cosas cuya exploración completa requerirá un día entero. De momento yo desearía ver el viejo puerto. Vayámonos a Camber, junto al río. Tal vez encontremos un puente o un «ferry» en la desembocadura de éste. No me acordaba de Fred. ¡Vamos a preguntárselo!

—Si —les confirmó Fred—, hay uno. La embarcación no se encontrará en el lado que vosotros os proponéis visitar, pero si le avisáis se acercará a recogeros.

Jon plegó su mapa adecuadamente para acomodarlo en su bolsillo. Después de coger la mochila se encaminó hacia el puente de hierro que cruzaba el río, conduciendo al otro lado de la población.

Penny avanzaba jadeante tras él.

—Si sigues dando esas zancadas, Jon, no podré seguirte. Tú, si te parece, continúa solo por aquí y yo iré por la parte del castillo: Ya nos veremos a la hora del té en casa de «miss» Ballinger.

—Es extraño. Hay qué ver cómo envejecéis las mujeres. Parece que fue ayer cuando contabas once años. Hay que sobreponerse, Penny, a todas las dificultades si quieres ocupar dignamente el lugar que en el mundo te corresponde —sin embargo, el muchacho aguardó con una sonrisa a que su prima le alcanzara—. No tengo la menor idea sobre lo que vamos a hacer con esos enigmáticos «recipientes de barro». Así, sin un indicio orientador, uno podría estar vagando por los condados sin el menor resultado.

Estaban cruzando el puente. Era la primera vez que pisaban aquella parte de la población. Detuviéronse unos minutos para ver correr las oscuras aguas del río. El terreno por allí era diferente del de Winchelsea. La carretera a lo largo de la cual se deslizaban se perdía en la distancia y ni el más pequeño promontorio rompía la monotonía de la verde llanura. Hasta sus oídos llegaron los balidos de millares de ovejas.

—Verde y blanco —comentó Penny—. Verde y blanco. Tales son los colores imperantes aquí. Me gusta todo esto, Jon. Me he encariñado con esta región ya. En este paisaje uno se podría perder lo mismo que en el seno del Sahara… Oye, ¿continúa en tu poder el mapa?

Jon asintió. Se deslizaron a lo largo de la orilla este del río. A la hora de camino llegaban al pequeño poblado del puerto de Rye, desde donde siguieron a Camber Sands, un poco más adelante, deteniéndose entonces para comer algo.

—¡Qué sitio tan apropiado para que los contrabandistas desembarcaran las mercancías! —exclamó Jon—. Hay muchos arenales como ése por aquí y las fuerzas del Rey no serían capaces de vigilarlos todos. Supongo que los soldados acecharían a aquellos tras los promontorios… Consultemos el mapa nuevamente. Aquí hay una embarcación que conduce tierra adentro desde las dunas. Y si después hay una elevación, ésta debe corresponder a la horca. Los enemigos de la ley eran siempre colgados entonces en la cumbre de un promontorio, en un sitio alto, para que todo el mundo pudiera verlos desde las cercanías… Ahí confluyen cinco senderos. Tendremos que localizarlo.

—Yo creo haberlo visto ya —alegó Penny—. Mira.

A Jon le pareció descubrir una ondulación del terreno a media milla de distancia.

—Ahora no disponemos de tiempo para ir hasta allí. Lo dejaremos para otro día. Bajemos hasta la playa. Consumiremos al sol otro par de bocadillos y así la mochila se me antojará menos pasada.

—Ojalá nos hubiéramos traído los trajes de baño. No hemos pensado ni un solo momento en ellos —afirmó Penny.

Se contentaron con quitarse el calzado y los calcetines, llegando hasta las compactas arenas bañadas por el mar, cubiertas de pequeñas conchas. Hacia su izquierda la línea de la bahía se curvaba suavemente hasta alcanzar Ness, con su faro, que distinguían desde allí perfectamente.

En cuanto hubieron comido, Jon se tendió a dormir un poco mientras Penny reanudaba sus idas y venidas. Tuvo la suerte de coger un cangrejo, que depositó en la arena con la sana intención de que le mordiera en un dedo del pie a su primo. El animalito en cuestión no parecía dispuesto a complacer a la chica y acabó perdiéndose en la arena.

Llegados al puerto, la barca del «ferry» se encargó de trasladarlos al otro lado. Más adelante volvieron a consultar el mapa de los contrabandistas.

—Tenemos que localizar este trayecto aquí. En el mapa se ve cerca del mar.

En aquel lado del río no había arena y sí montones de cascotes que formaban un muro, reforzado de trecho en trecho por estacas de madera y viejas traviesas de ferrocarril.

—Subamos —propuso Penny—. Resulta aburrido andar por aquí abajo.

—Sí que lo es —replicó Jon—. Pero yo prefiero caminar por donde lo hicieron muchos años atrás aquellos hombres.

Éste debió ser un sitio excelente desde su punto de vista. Confío también en que exista un camino más breve que conduzca al castillo de Camber. Bien. Ahora ya podemos subir.

Una vez arriba se dieron cuenta de que aquél era el muro levantado para contener el mar. Las aristas de las grandes piedras que formaban el rompeolas componían en conjunto una perspectiva nada agradable.

—No me gustaría mucho que me sorprendiera aquí una tormenta —manifestó Jon—. ¿Te imaginas la fuerza con que las olas se abatirán contra estos bloques?

Penny volvió la espalda al mar, echando un vistazo a Rye, solitaria y serena sobre su colina.

—Sí. Fíjate cómo el muro ha sido reforzado en algunos puntos. Jon… ¡Qué miedo si se rompiera y las aguas se abalanzaran sobre las dos poblaciones! Esto me recuerda la historia de un niño holandés que por haber puesto su mano en un pequeño agujero de un gran dique de contención salvó a su país. Su gesto siempre me pareció elogiable, pero no puedo imaginármelo en el instante de actuar… Supongo que esa pequeña elevación de enfrente es la que figura marcada en el mapa. Desde aquí da la impresión de una pirámide y hay como una menuda choza en la cumbre. Detrás veo las casas… Oye, Jon: se ha puesto el sol y el viento que sopla es muy fresco. Bajemos otra vez para andar por el sendero de los contrabandistas.

Así lo hicieron, arrastrando al descender un montón de escombros. A su derecha las grisáceas ruinas del castillo de Camber daban la sensación de caer muy cerca.

—Aquí por dondequiera que nos movamos, siempre se ve el castillo —observó Penny—. ¿Por qué no lo exploramos mañana, Jon? Hay que reconocer que es un sitio magnífico para ocultar un tesoro.

—Sí que lo es… —convino Jon—. De momento lo que tenemos que hacer es ponernos de acuerdo sobre lo que vamos a decirle a «miss» Ballinger. Tú sigues pensando que está detrás de este asunto, ¿verdad, Penny?

—Estoy segura de ello.

—Yo no lo estoy tanto. Por si acaso, sin embargo, no conviene que obremos de manera que llegue a desconfiar de nosotros. Quisiera saber por qué decidió de pronto enviarnos esa nota, por qué tiene interés en que la visitemos hoy precisamente. No puedo menos que pensar que desea algo de nosotros y con prisas. Es probable que después de todo tengas tú razón, Penny. Quizás haya sido ella la persona que ordenara a «Mequetrefe» buscar la pista que fuese…

—Pronto lo sabremos con certeza —repuso Penny—. Tomemos una determinación. Apuesto lo que quieras a que ya tiene en sus manos el trozo de pergamino.

—Te diré cómo tenemos que comportarnos, prima. Hemos de causar la impresión de que no sabemos nada de nada, haciéndonos los inocentes si comienza a preguntar…

—Nos preguntará —dijo Penny interrumpiendo a Jon—. Con su invitación no persigue otro objeto. La idea es buena, Jon. Si logramos convencerla de que somos dos simples nos dejará en paz.

—Por lo que más quieras, procura ser comedida, no exageres la nota. Habla lo menos posible. Que te sirva esto de norma.

El camino que seguían estaba bordeado a su derecha por un lago. Seguramente se llenaba con la pleamar. Ante ellos surgió la pequeña elevación que Penny distinguiera diez minutos antes. Por la parte del mar aquélla presentaba una fila de cuadradas edificaciones. Una descuidada carretera apuntaba hacia Winchelsea desde la playa. Más allá se divisaban unas modernas fincas de recreo y varias barracas construidas a base de viejos vagones de ferrocarril.

—No comprendo cómo esa mujer puede vivir así siendo una artista —declaró Jon—. Y de esto no cabe duda, ya que en un periquete te hizo un retrato… La cuarta casa, decía la nota.

—Allí la tienes. Nos está esperando.

—No olvides lo que hemos hablado, Penny.

Penny esbozó lo que ella juzgaba una sonrisa de inocencia al aproximarse a la casa. Jon levantó la mano para saludar a «miss» Ballinger, quien, destocada, con el habitual cigarrillo colgando de los labios, salió al encuentro de los jóvenes.

—Estaba comenzando a preguntarme si os habríais extraviado. Naturalmente, me alegro mucho de que no haya sido así. ¿Cómo estás, pequeña?: A Jon pude verle ayer. Él tuvo ocasión de contemplar uno de mis trabajos, una obra mía, que elogió inmerecidamente. Entrad, entrad…

Aquellos edificios habían sido levantados junto al muro de cascotes y ni siquiera era posible ver el mar desde sus ventanas. «Miss» Ballinger volvió el rostro en el momento de abrir la puerta. Instintivamente, Penny se aferró al brazo de Jon. El viento había aumentado su furia y aullaba al barrer la parte superior del tosco muro. Penny se estremeció… Repentinamente se veía dominada por el miedo, por una idea obsesionante, por algo que ella no acertaba a comprender.

Jon debió adivinar sus sentimientos, o percibir algo semejante él mismo, pues al penetrar en el vestíbulo, tras «miss» Ballinger, le apretó brevemente la mano para tranquilizarla. ¡Ya tuvo bastante Penny! La chica irguió agresiva la barbilla, lanzando una mirada de agradecimiento a Jon. Cuando la dueña de la casa se excusó por las reducidas dimensiones del vestíbulo, Penny rió con absoluta naturalidad.

—No disponemos de mucho espacio aquí, pero eso es culpa mía y no vuestra… Estoy demasiado gruesa para una casa como ésta. Vamos a entrar en otra habitación, donde tomaremos el té.

Había en aquélla una chimenea en miniatura, con un alegre fuego, así como una mesa cargada de pasteles.

«Miss» Ballinger se mostró extraordinariamente amable con ellos. En el transcurso de la primera media hora no les formuló muchas preguntas… Por supuesto, ninguna difícil de contestar. El té era muy bueno. Penny y Jon hicieron los honores debidos a la repostería. «Miss» Ballinger no se quedó atrás. La muchacha contemplaba a ésta admirada. Sabía que las personas que estaban tan gruesas como ella procuraban evitar ciertos alimentos… Pero a «miss» Ballinger, evidentemente, le importaba poco lo que pudiese ocurrirle a su figura.

Ésta les habló de nuevo de los Cinco Puertos y el Marsh, la zona pantanosa situada al otro lado de Rye. Finalmente, encendió otro cigarrillo, invitándoles a ver algunas de sus obras pictóricas.

Indudablemente, era una excelente artista. Durante un buen rato los jóvenes contemplaron fascinados los esbozos y cuadros que seleccionó de un montón acumulado descuidadamente sobre un sofá en la habitación que daba a la fachada. Vieron apuntes de un paisaje que ya les iba siendo familiar, las pintorescas calles de Winchelsea, sombreadas por los árboles, y las otras, empedradas de guijarros, de Rye.

—¡Oh! ¡Aquí está el «Dolphin»! —exclamó Penny en determinado instante.

—Sí. Ese cuadro lo pinté hace varios años. Tengo el propósito de repetir mi intento algún día. ¿Fijó ya vuestra madre la fecha de la apertura del hotel?

—Abrimos hoy —replicó Jon—. Confío en que vaya usted por allí cuando nosotros aún no nos hayamos marchado.

«Miss» Ballinger asintió.

—Telefonearé a la señora Warrender si es que no voy a verla. Las casas antiguas, los objetos que datan de hace muchos años ejercen una poderosa seducción sobre mí. Colecciono mapas y documentos de épocas remotas. He llenado de ellos mi casa de Londres. Ya los veréis, quizás, a no mucho tardar… ¡Ah! Esto me recuerda que vosotros podríais hacer algo en mi obsequio antes de reintegraros al colegio.

—Estamos a su disposición, «miss» Ballinger —respondió Penny—. ¿No es así, Jon?

«Miss» Ballinger, situada junto a la ventana, volvió la cabeza hacia la chica al oír sus últimas palabras. La luz brilló en aquel instante en los cristales de sus lentes, por lo que no pudieron sorprender la expresión de sus ojos.

—Os explicaré lo que deseo. En la actualidad, precisamente, me encuentro formando una colección de cartas, libros, documentos y mapas antiguos… Me interesan de modo especial los mapas… relacionados con esta región. Todas las historias que conozco referidas a la misma he ido sacándolas de mis hallazgos y me sentiría muy complacida si me ayudarais a completar éstos.

—No sé en qué forma podríamos proceder para darle satisfacción, «miss» Ballinger —argumentó Jon—. Es difícil que nosotros consigamos dar con cosas como ésas…

—Jamás paso ante una tienda de antigüedades sin entrar a husmear un poco en su interior… Es sorprendente la cantidad de cosas raras que he descubierto en tales establecimientos… En Rye hay varios. Vosotros podríais daros una vuelta por ellos en mi obsequio. Os pagaría bien lo que localizarais. Me consta que en el colegio siempre va bien un poco de dinero. Si queréis os anticiparé unas cuantas libras…

Penny descargó un fuerte codazo sobre su primo, hasta el punto de que éste vaciló.

—¡Oh, «miss» Ballinger! —exclamó la chica—. Nosotros no podemos aceptar ese dinero. ¿Qué íbamos a comprar con él? Lo que sí cabe hacer es prometerle por nuestra parte que si vemos algo interesante se lo diremos…

—Bueno —contestó despreocupadamente «miss» Ballinger—. Que esto no vaya a constituir una preocupación para vosotros. Limitaros a recordar que ese tipo de documentos que he dicho me interesan. Soy una coleccionista apasionada y las personas que participan de tal manía darían lo que se les pidiera por lograr los objetos de sus ansias.

Aunque estas palabras fueron pronunciadas con una sonrisa a Penny le pareció advertir en los ojos de aquella mujer una velada amenaza, algo así como un aviso. Al volver a hablar «miss» Ballinger la chica se aproximó instintivamente a su primo.

—A propósito, Jon. ¿No me dijiste en el tren que tu madre guardaba algunos documentos antiguos que quería que vieras tú? ¿Estás seguro de no haber entre ellos uno u otro que pudiera interesarme? Tal vez los que a ti se te antojen menos valiosos sean los que yo ando buscando. ¿Te importaría que les echara un vistazo cualquier día que fuera por tu casa?

—¿A qué papeles se refiere usted, «miss» Ballinger? —inquirió Jon con una expresión de inocencia en el rostro—. Yo no le dije que los hubiera revisado ya.

—¿No? ¡Qué raro! Yo estaba convencida de que me habías dicho lo contrario. ¿Seguro que no los has mirado?

—Pues… —Jon vaciló aquí unos segundos—. Es cierto que hemos encontrado uno o dos documentos antiguos, un mapa entre ellos, ¿verdad, Penny? Pero, por supuesto, no podemos dárselos. En fin de cuentas son nuestros y no queremos venderlos…

—No te comprendo —repuso «miss» Ballinger secamente, con un cambio tan radical en el tono de su voz que Penny experimentó un sobresalto—. ¿Por qué razón no habéis de cederme esos papeles? Con toda seguridad que para vosotros carecen de valor. En cambio pueden ser lo que yo intento encontrar… ¿Y el mapa?… Voy a hacer una cosa, mis jóvenes amigos. ¡Os daré cinco libras por el mapa!

—¡No nos es posible aceptar ese dinero, «miss» Ballinger! No, no podemos.

—Era un trozo de papel sin importancia, ¿verdad, Jon? —intervino Penny—. Unos toscos bocetos con unas cruces rojas y líneas punteadas.

—¿Unas cruces rojas? ¿Seguro? ¡Ésos son precisamente los mapas que yo busco desde hace tiempo! ¿Dónde está ahora el vuestro? ¿Podría verlo?

—En algún sitio de la casa estará. Ni siquiera me acuerdo dónde. No sé qué hice con él. ¿Te acuerdas, tú, Penny?

—No. Es que eres muy descuidado, Jon.

—Me imagino que lo encontraré cuando menos me lo figure.

—Escuchadme. Ese mapa puede que valga mucho dinero. Iros a vuestra casa en seguida y buscadlo. Quizás me lo dejéis ver más adelante. Traédmelo. O bien escribidme una tarjeta postal y yo me acercaré por el «Dolphin». No tardaré en deciros el valor real de ese mapa. —Mirando a Penny, «miss» Ballinger agregó—: ¿Cuándo celebras tu cumpleaños, querida? ¿Te gustaría poseer ese cuadro del «Dolphin»?

Penny estaba desconcertada.

—En julio… Ese cuadro suyo me agrada, desde luego. Pero no puedo aceptárselo. Gracias, sin embargo…

«Miss» Ballinger se acercó al sofá cogió la tela y después de arrollarla convenientemente la puso en manos de la chica, que se resistía.

—¡Qué tontería! Tómalo, haz el favor. Lo único que te pido es que te acuerdes de mí si encuentras papeles de otras épocas. Te compraré todo lo que me traigas… En cuanto a lo de tu cumpleaños… No sé por qué me figuré que lo celebrabas en abril, el día siete concretamente… ¿No es así? ¿Por qué pensé en esa fecha? ¿Tiene algo que ver contigo, Jon?

—No. Supongo, «miss» Ballinger, que lo habrá soñado. En ocasiones a mí me han pasado cosas así. Vámonos, Penny. Tenemos que ir a pie hasta Winchelsea y coger un autobús en la carretera que vimos junto a la elevación.

—Gracias por sus atenciones —dijo Penny estrechando la mano de la mujer—. Lo hemos pasado muy bien. Tiene usted que devolvernos la visita.

—Por supuesto que lo haré —respondió «miss» Ballinger más bien sombríamente.

—Cállate —ordenó Jon a su prima al echar a andar, ya solos—. No conviene que nos vea hablar. Pórtate con naturalidad.

Pero cuando perdieron de vista la casa comenzaron a hablar los dos a un tiempo.

—Se ha delatado ella misma, Penny. Se mostró inteligente con respecto a la fecha del cumpleaños, ¿eh? Bien sabe Dios que he estado a punto de echarlo todo a rodar…

—¿De qué fecha hablas? ¿Qué quiso darnos a entender esa mujer? —inquirió Penny.

Jon se llevó las dos manos a la cabeza, desesperado.

—¡El 7 de abril, idiota! La fecha anotada en el trozo de pergamino. Pero, ¿es que no te acuerdas?

—¡Desde luego que no me acuerdo! Me había olvidado por un momento de ese inútil trozo de papel.

—Conque inútil ¿eh? —repitió Jon en el colmo ya de la desesperación—. ¿No te has dado cuenta de que ahora todo queda probado ya? Grandon entregó el papel a una persona, quien la puso en manos de «miss» Ballinger. Ya no hay duda… Pensó que nos traicionaríamos al oír la fecha. Me faltó poco para dar un salto, pero en ese momento, afortunadamente, te miraba a ti.

—Siempre he tenido mala memoria para las fechas… Oye, Jon. Esa mujer ansía poseer el mapa. ¿Qué crees que habría hecho si llega a saber que lo llevabas en el bolsillo?

Avanzaron ahora por un camino que llevaba tierra adentro. Poco antes de salir a otro más importante tuvieron que apartarse para ceder el paso a una ciclista que les miró con curiosidad mientras pedaleaba hacia los «bungalows». Se trataba de una linda joven de unos veinte años de edad. Los cabellos le caían sobre sus hombros, escapados de un pañuelo azul que se había atado a la cabeza negligentemente. Sus labios eran rojos; su piel de un delicado color tostado. Se cubría con un impermeable blanco y calzaba sandalias. Jon la estudió atentamente al pasar.

Un cuarto de hora después continuaban hablando de «miss» Ballinger. Faltaba muy poco para que alcanzaran la curva de la carretera que caía bajo la elevación de Winchelsea, donde confiaban en dar el alto al autobús, cuando el sonido de un timbre de bicicleta a sus espaldas les hizo echarse a un lado.

—Gracias a Dios que os he podido coger —dijo una agradable voz.

Anticipándose a su respuesta, la joven del impermeable blanco continuó diciendo:

—Os traigo un recado de mi tía, «miss» Ballinger. En realidad es para ti —agregó obsequiando a Jon con la más cordial de las sonrisas.

—¿Para mí? —repuso el muchacho, confuso—. ¿Por qué para mí?

Penny se colocó al lado de su primo para que la muchacha no pudiera seguir dándole la espalda.

—Te explicaré. Parece una tontería, ya lo sé, pero no lo es. Tras tu marcha mi tía estuvo pensando en el viejo mapa de que le hablaste. Cuanto más pensaba en él más segura se hallaba de que es el que necesita para su colección. —La joven se acercó un paso más a Jon, diciéndole lentamente—: Tanto interés tiene en poseer ese mapa que está dispuesta a cambiártelo por un velomotor.

—Un… ¿qué?

—¡Un velomotor! ¡Y podrías escoger el que más te gustara! Llévale el mapa y vete a comprar el velomotor que quieras… Esto es lo que indicó que te dijera.

—El autobús, Jon. Aquí está el autobús —señaló Penny—. Vamos Jon. No podemos perderlo.

El chico daba la impresión de estar saliendo de un sueño.

—Gracias por el recado, pero ahora no tenemos más remedio que irnos en este coche. ¡Adiós! —añadió echando a correr detrás de Penny.

—¡Adiós! Que contestes en seguida, ¿eh? El velomotor que más te guste, me dijo.

El autobús iba lleno. Jon tuvo que quedarse junto a la puerta, en tanto que Penny se instaló más adelante, en la punta de un asiento. Temblaba de rabia por la atención que su primo había prestado a la sobrina de «miss» Ballinger, excesiva, a su juicio. Incluso en aquel instante, Jon, asido a una de las correas que pendían del techo del autobús, oscilando a causa de los movimientos del vehículo, parecía estar muy lejos de cuanto le rodeaba, mirando con expresión ausente a las personas que se encontraban en sus proximidades.

Subieron los escalones de «Trader’s Passage» en silencio. Penny no tenía ganas de iniciar ninguna conversación y Jon se hallaba aún como amodorrado.

Ante el «Dolphin» los dos vieron la misma cosa a un tiempo, deteniéndose. Frente a la entrada había un perrillo negro, sentado en el suelo con las orejas muy empinadas, contemplándose atentamente.

—Te dije que quería tener un perro… —susurró Penny—. Ya lo he conseguido. ¡Y es estupendo! ¡Vamos, vamos, ven aquí! ¡Oh, Jon! ¡Despierta! Cualquiera pensaría que esa chica era una maga y que ha logrado embrujarte…

—Nada de eso, Penny. Hace poco estuve a punto de conocerla.

—¿Qué quieres decir?

—Si, me faltó muy poco. Ésa es la muchacha que se entrevistó con Grandon en el molino. No me costó ningún trabajo reconocerla por la voz.