SÁBADO: EL SEÑOR GRANDON
Penny soñaba. Era un sueño terrible el suyo. La muchacha corría por un oscuro pasillo, perseguida por un jinete que llevaba el rostro cubierto por un antifaz. Este iba ganando terreno… Hasta el punto de que la chica alargó su mano para contenerle, en un gesto puramente instintivo.
Penny despertó con una sensación de dolor en sus dedos. Al mirar hacia a ventana vio que estaba lloviendo. Desde su almohada contempló un cielo grisáceo, sombrío. Se levantó de un salto para cerrar aquélla. Era poco más de las seis. Optó por volver al lecho y tratar de dormirse de nuevo. No le fue posible. Su aventura nocturna retornó ahora con más fuerza que nunca a su memoria.
Recordó todas las palabras pronunciadas por el hombre ante el teléfono. El señor Grandon, seguramente… ¡El administrador del «Dolphin»! El conocido de «miss» Ballinger. El hombre que se había citado con alguien a las seis del domingo «en el molino viejo»; el que estaba seguro de localizar los papeles; el que comunicara a su misterioso interlocutor que los chicos habían llegado…
Evocó el momento en que crujiera uno de los tablones del pavimento, su súbita retirada hacia la zona en sombras del pasillo al ver que el otro se volvía, el temblor que se apoderara de ella al acostarse de nuevo, la inquietud con que escuchara después… Pero ya no percibió otro sonido que el rítmico tamborileo del agua al caer sobre el tejado.
Penny se estiró perezosamente. ¡Cómo se pondría Jon cuando le refiriera el episodio que se había perdido! Lo haría a la hora del desayuno. ¿Y por qué no darle cuenta de aquél en seguida? Si el desconocido era el señor Grandon tal vez fuese más juicioso decírselo a Jon antes que a su madre.
En el fondo de una de sus maletas tenía sus pantalones cortos. Penny se levantó para ponérselos. Tras haberse lavado se enfundó en el jersey verde, deslizándose hasta el pasillo y bajando las escaleras. Había alguna claridad ya, pero no tenía la menor idea sobre la situación exacta del cuarto de su primo. En dos o tres ocasiones se halló frente a otras tantas puertas al otro lado de las cuales no oyó el menor ruido. No tuvo valor para abrir ninguna. Eran habitaciones que debían estar vacías, pero que muy bien podía ocurrir que no lo estuvieran.
No sabía ni qué pensar, en dar voces o en silbar. Jon, si es que dormía, no la oiría Lo mismo que tampoco habría oído en tales circunstancias dos trompetas que fuesen tocadas junto a sus oídos. Al percibir un tenue canturreo al fondo de una escalera, Penny se asomó. Fred Vasson, cubierto con un delantal, manejaba un aspirador eléctrico.
—Buenos días, Vasson.
—Buenos días. ¿Por qué te has levantado tan temprano, Penny? ¿Extrañaste la cama?
La chica bajó las escaleras. Estuvo a punto de referir a Fred su aventura pero se contuvo. Las primicias tenían que ser para Jon. Vasson le tomaría por tonta si ella le preguntaba por dónde caía la habitación de su primo. Se limitaría a ser amable. Penny se sentó en el borde de una de las sillas mientras Fred le explicaba que el rótulo de «Gay Dolphin» había sido pintado por un artista que viviera más arriba de la calle. Fue entonces cuando a la chica se le ocurrió su brillante idea. Sabía ya cómo podría despertar a Jon.
—¿Podría prestarme un impermeable, Fred? Quería salir un poco y como aún no he tenido tiempo de desembalar mis ropas…
—¡Pero si está lloviendo! Además, es muy temprano todavía. No verás a nadie por ahí.
—Me gusta la lluvia. Siempre me ha gustado. Pregúntele a la señora Warrender.
Fred accedió finalmente a sus deseos y hasta le abrió la puerta de la calle.
Por un momento, Penny se quedó bajo la arcada y luego salió directamente a la calle. Encima de su cabeza vio la ventana del cuarto de Jon, abierta. Miró al suelo, con la intención de coger una pequeña piedra y arrojársela. Pero el agua, que seguía corriendo, había arrastrado todas las que encontrara al paso y, desde luego, la gravilla. Sólo vio a su alrededor los pulidos y curvados guijarros del empedrado.
Penny silbó. Después llamó a Jon… Nada. Esto no dio resultado, cosa que le sorprendió. Inclinándose, arrancó un puñado de hierbajos que crecían al pie del muro y sin sacudirles la tierra mojada que cubría sus raíces se echó hacia atrás, disponiéndose a arrojar aquello a la ventana de Jon, recordando divertida que éste había hablado de instalar su lecho bajo aquélla.
Siguió a su hazaña un largo silencio, seguido de un grito ahogado. Penny se echó a reír. Entonces apareció el rostro de Jon en la ventana, cubierto de lodo. Forcejeaba además con las gafas, intentando colocárselas. La chica se estaba riendo a carcajadas.
—¡Ah! Has sido tú, ¿eh? Debiera habérmelo figurado…
—No seas tonto, Jon, no te enfades. Tengo algo importante y secreto que comunicarte y no podía dar con tu cuarto. Levántate. Es urgente. ¡De veras!
—Me voy a la cama de nuevo, Penny. Es demasiado temprano todavía… Hablaremos más tarde.
—Por favor, Jon. Te estoy hablando en serio. He tenido una aventura esta noche y quería contártela. Vístete. Cuando estés preparado deja la puerta de tu habitación abierta y escucha, a ver si oyes mis pasos… ¿Lo harás así, Jon?
Jon asintió, sin hacer el menor comentario.
Ya en el patio, Penny vio a Fred, que desaparecía tras una estrecha abertura, otra puerta situada más allá de la entrada del hotel. La chica le siguió hasta una habitación oscura de reducidas dimensiones que contaba con una gran mesa bajo la ventana.
—Éste será su cuarto, ¿verdad, Fred? —inquirió Penny, quitándose el impermeable que el hombre le prestara.
—Trabajo aquí a veces… ¿Has ido muy lejos? Espero que no te habrás mojado mucho.
—No. Bueno, espero visitarle más adelante, Fred. ¿Me da permiso para proceder así? Este cuartito me agrada mucho.
—Aquí serás siempre bien recibida.
Penny penetró en el hotel de nuevo. Jon habría tenido tiempo para lavarse. De pronto la chica pensó que con sus zapatos empapados de barro estaba anulando todo el trabajo previo de limpieza de Fred. Lo mejor sería que se quitara los zapatos. Se sentó en las escaleras con un suspiro y en este momento oyó encima de su cabeza una voz:
—Buenos días, jovencita. Tú tienes que ser Penny… Te pasas la vida en las escaleras de la casa, ¿eh?
Penny, sorprendida, no acertó más que a ponerse en pie de un salto. Uno de los zapatos, a causa de su brusco movimiento, se le cayó al suelo.
—Oh, buenos días. Es que… me he mojado un poco el calzado ¿Cómo está usted? ¿Quién le dijo que me llamaba Penny?
Por supuesto, se trataba del amigo de «miss» Ballinger y del hombre a quien sorprendiera cuando hablaba por teléfono. Sabía que aquél era el señor Grandon, pero la chica, un tanto aturdidamente, prefirió preguntarle su nombre.
—Soy el señor Grandon y me siento encantado de conocerte. Confío en que llegaremos a ser buenos amigos.
Así, pues, ella no se había equivocado. Existía, consecuentemente, cierta relación entre «miss» Ballinger y el señor Grandon.
Penny echó a correr escaleras arriba, dejando abajo olvidado uno de sus zapatos. En el descansillo se volvió para arrojar a su interlocutor una de sus sonrisas especiales.
—¿Por qué no hemos de serlo? —inquirió.
—Penny… Espero no haberte causado ninguna molestia anoche cuando estaba telefoneando.
El desconcierto de la chica fue grande.
—No sé a qué se refiere usted —contestó atropelladamente.
Nada más volver el primer recodo del pasillo por el que se estaba deslizando, se apoyó desorientada en la pared. Aquella casa era absurda verdaderamente. Comenzó a andar de un lado para otro. Luego percibió la voz de Jon, que canturreaba. Por fin localizó la desgreñada cabeza de su primo, asomada a la puerta de su habitación.
—¡Ah, eres tú! Pero ¿es que te has vuelto loca, muchacha? ¿Adónde vas sólo con los calcetines puestos y un zapato en la mano?
Penny empujó la puerta del cuarto, que en seguida cerró a sus espaldas, con todo cuidado, sin hacer el menor ruido.
—Siento lo de mi proyectil, Jon. ¿Qué le vas a decir a la tía cuando te pregunte? —Penny hizo un esfuerzo para tocar el tema que ella deseaba sacar a colación, pero no llegaba a decidirse—. Has dejado tu habitación muy bien Jon. Me gusta la cama tal como queda ahí, bajo la ventana…
—Bueno Penny, si has venido a decirme algo procura ir derecha al grano. Vamos, cuéntalo todo.
La chica relató detalladamente las sensaciones que había experimentado hallándose a oscuras, perdida en el pasillo. Jon la escuchaba dando señales de impaciencia. En una o dos ocasiones intentó interrumpirla, pero ella no se lo permitió.
—Déjame terminar, Jon, ya discutiremos más adelante. Quiero que marchemos de completo acuerdo en este asunto, por lo cual estimé conveniente ponerlo en tu conocimiento antes del desayuno… Pues bien… Encontrándome en lo alto de las escaleras, completamente aterrorizada, oí que le decía a alguien que habíamos llegado nosotros dos…
—¿Que nosotros habíamos llegado…?
—¿Quieres dejarme hablar, Jon? Recordarás lo que tu madre nos dijo anoche: que ese hombre no era de su completo agrado. Ahora tenemos la certeza de que se halla en relación con la vieja y chocante «miss» Ballinger…
—En realidad no podemos estar seguros de eso aún.
—¡Naturalmente que lo estamos! Ese individuo fue a recibir a «miss» Ballinger a la estación, quien desde el mismo instante de la llegada del tren hizo cuanto pudo para desembarazarse de nosotros, a fin de que no la viéramos con él.
—Después de enterarse de que éramos familia de la dueña del «Dolphin», «miss» Ballinger supuso, sin duda, que no tardaríamos en conocer a ese hombre. Pensó que tal amistad sería para nosotros motivo de extrañeza… ¿Y qué puede haber detrás de esto?
—No lo sé. Es lo que tenemos que averiguar, ¿no te parece? Jon: nuestra aventura comenzó antes de llegar a esta casa.
—Pero ¿estás segura de que era «miss», Ballinger la persona que habló por teléfono con el señor Grandon?
—Apostaría cualquier cosa a que sí. El señor Grandon hizo referencia a unos viejos papeles y concertó una cita con ella para mañana. Además, ese Grandon me es antipático. Por culpa de él perdí uno de mis zapatos al subir.
—Le echaré un vistazo en cuanto pueda. En la estación no le vi muy bien. Recuerdo de ese individuo su sombrero negro tan sólo. ¡Oh! Acabo de oír algo así como el sonido de un gong. Será mejor que vayamos a desayunar.
Jon se pasó a toda prisa el peine por la enmarañada cabellera.
—¿Qué vamos a hacer, Jon? —inquirió Penny.
—Volveremos a hablar de esto después del desayuno. De momento no le digas nada a mamá. Pudiéramos estar equivocados.
—¡Nada de eso! ¿Es que crees que he pasado la noche soñando?
Ya abajo, tropezaron con Fred Vasson, ocupado en sus quehaceres.
—¿No se ha encontrado usted un zapato por aquí, Fred? —le preguntó Penny—. Se me cayó al subir. No me detuve entonces porque llevaba prisa —agregó a modo de explicación al advertir un gesto de asombro en el rostro del servidor.
—¿Un zapato? —musitó éste.
—Si, como éste. Sólo que del otro pie, claro está.
Fred movió lentamente la cabeza. La conducta de la chica le chocaba. Tenía casi la seguridad de que las muchachas cuidadosas no acostumbran a presentarse en el comedor con la mitad de su calzado ni tampoco a pasear bajo la lluvia.
—No, Penny —respondió solemnemente—. No he visto ningún zapato. ¿Dices que se te cayó después de tu paseo?
Penny se puso encarnada como la grana, mirando debajo de una o dos sillas. Luego se abrió la puerta del comedor, apareciendo la señora Warrender, seguida del señor Grandon, quien traía consigo el perdido zapato adoptando la misma actitud que debió adoptar el Príncipe del cuento al apoderarse del de la Cenicienta.
—¿Dónde os habíais metido? —preguntó la señora Warrender a los jóvenes—. Iba a subir a buscaros ya. Deseo presentaros al señor Grandon, sobre quien va a recaer el peso de la dirección del «Dolphin», que regentará en mi nombre.
El aludido se inclinó levemente, estrechando las manos de Jon y Penny, para lo cual transfirió el zapato de ésta al brazo opuesto. Penny creyó sorprender un guiño fugitivo en sus ojos. De todos modos, no se refirió para nada a su anterior encuentro.
—Me proponía enviar a la doncella a tu habitación con este zapato, Penny —dijo el señor Grandon—. Debiste perderlo tras tu paseo bajo la lluvia. Permíteme, muchacha.
Antes de que ésta se diera cuenta de lo que ocurría, Grandon se había puesto de rodillas para calzarla. Penny le dio tímidamente las gracias. Después siguió a su primo y a su tía hasta el cuarto de estar.
La chica atendía exclusivamente a su desayuno, confiando en que nadie volvería a hacer referencias al episodio del zapato. Pero sus esperanzas resultaron fallidas.
—No sé qué has estado haciendo, querida —le dijo su tía—, pero sospecho que no has obrado con entera corrección. El señor Grandon apareció ante mi con tu zapato en la mano; se imaginaba al menos que podía ser tuyo, comunicándome que quería conoceros. El incidente tiene su lado extraño, pero en fin de cuentas se aviene perfectamente con tu manera de ser, Penny.
Roja hasta la raíz de sus cabellos, la chica intentó sorber un poco de café.
Jon salió en defensa de su prima con un pretexto, procurando desviar la conversación de aquel tema.
—El señor Grandon ha sido muy cortés. ¿Qué cree usted que debiéramos hacer hoy? —inquirió el muchacho—. Ni siquiera sabemos movernos por la casa.
La señora Warrender sonrió, posando una cariñosa mirada en su sobrina. En realidad era una mujer comprensiva.
—Como ya os anticipé, os reservo una sorpresa para después del desayuno. Ahora daos prisa. ¡Jon! Tendremos que fijar un rotulito en la puerta de tu habitación porque ésta cae en el ala reservada a los huéspedes. De la de Penny no se puede decir lo mismo, ya que ¡no cualquiera es capaz de llegar hasta allí!
—Ni siquiera yo, su ocupante. Vamos, Jon, apresúrate. Yo he terminado ya. Bueno, si vas a tomar otra tostada yo también puedo… ¡Oh, tía! ¿Dónde está mi bolso? Perdóneme… Quiero ver si en él se encuentra mi Diario. Anoche, hallándome ya acostada, recordé que no había registrado la emocionante jornada de ayer. Sí. Aquí está. Subiré a mi habitación para dejarlo en un sitio donde lo tenga siempre a mano.
Al ir a levantarse de la mesa, ya finalizado el desayuno, la señora Warrender le preguntó a Penny:
—¿Has ordenado ya todas tus cosas, pequeña?
—Aún no. Es que no he tenido tiempo. Pensé que lo haría mejor a la luz del día.
La madre de Jon suspiró.
—No mejoras, hija. Pues bien, ahora lo que vas a hacer es marcharte. Dentro, de media hora, cuando hayas terminado, irás en nuestra busca. Sólo entonces sabréis en qué consiste la sorpresa.
Penny reapareció tres cuartos de hora más tarde. Jon, ya muy aburrido por la prolongada espera, intentaba distraerse escuchando la radio en la salita.
—Desde luego, siempre tienes que complicarlo todo. ¿Por qué no arreglaste tus cosas anoche, como yo? —dijo su primo al verla.
La señora Warrender entró en aquel momento en la sala.
—Antes de vuestra llegada estuve pensando que en las épocas de mayor aglomeración de público en estos lugares ibais a disfrutar de poco espacio. Me figuré que deberíais contar con vuestros dominios propios y creo que he sido afortunada al localizaros en la zona de la casa que os voy a enseñar. Venid. Vamos a ver si os gusta. Pronto sabréis orientaros. Recordad que la habitación de Jon se halla situada hacia el ala destinada al hotel. Ahora bien, el pasillo correspondiente cruza el patio, en dirección a nuestro lado. La primera escalera es la que conduce a las cocinas; esta otra lleva a los dormitorios del personal; esta pequeña desemboca en otra serie de habitaciones destinadas a los huéspedes y a un cuarto de baño… Aquí tenemos el puente. Esas escaleras situadas a la derecha llevan a mi dormitorio y bajándolas llegaríamos al del señor Grandon. Aquí, a la izquierda, encontramos los peldaños que conducen a la habitación de Penny… Vamos. Volveremos a subir.
—No sé por qué tiene que ver mi cuarto —declaró Penny—. Es algo que no le importa, aparte de que ya se halla en orden.
—No pensaba mostrárselo —argumento la señora Warrender.
—Pero ¿es que esta escalera conduce a algún otro lado?
—Ya lo verás por ti misma. ¿Qué hay enfrente de vosotros?
La puerta de la habitación de Penny quedaba a la derecha del pequeño descansillo, cuyas paredes tenían un zócalo de roble. Al abrir la puerta de aquélla la claridad reinante no le permitió distinguir otra cosa. La chica se volvió con un gesto de confusión hacia su tía.
—¿Qué quieres decir?
—Déjame ver —medió Jon—. Supongamos que ahí hay una puerta secreta… Fíjate, Penny. ¿No es eso una diminuta abertura en la madera? ¡Ah! Junto a tu mano, a la derecha.
—Has acertado, Jon —manifestó la madre de éste—. No se trata de una puerta secreta en realidad y no acierto a imaginar por qué razón fue puesta en este punto, pero la verdad es que resulta difícil distinguirla, a menos que se abra previamente la otra. Pon tu dedo en la abertura, Penny. Haz un poco de presión y tira del panel. ¡Así! Ya os encontráis a mitad del camino de vuestra sorpresa.
Penny se puso muy nerviosa al ver que la puerta se abría con toda facilidad, permitiéndoles ver que la escalera continuaba en sentido ascendente.
—Toma esta llave, Jon, y echa a andar en compañía de Penny. Utilizadla cuando lleguéis arriba —dijo la señora Warrender.
Las escaleras eran estrechas y empinadas. Luego venía un descansillo, frente a una puertecilla de hierro provista de una pesada cerradura metálica.
—Agachad vuestras cabezas al entrar —les aconsejó la madre de Jon.
Penetraron en aquel recinto mirando a su alrededor en silencio. El cuarto caía inmediatamente debajo del tejado. Aquí los muros se hallaban cubiertos también por un zócalo de roble. El piso, desnudo, era muy desigual. El techo presentaba una inclinación muy pronunciada. Al nivel del pavimento había tres ventanillos. Penny tuvo que arrodillarse para mirar por ellos. Frente a la puerta distinguieron una chimenea de ladrillos.
—Bien, ¿qué pensáis de vuestro nuevo hogar? —inquirió la señora Warrender, sonriendo desde el umbral.
—¿Quieres decir, tía, que esta habitación nos pertenece? ¿Que podemos hacer en ella lo que queramos?
—Eso es lo que había pensado, querida. Disponéis de poco mobiliario, claro está: tres sillas, esa mesa grande, que debió ser construida aquí dentro, a juzgar por su tamaño. Jon podría construirse a su vez unos estantes siempre que no estropeara el zócalo. Yo me pregunto el porqué de esta habitación… Es extraño. Me inclino a pensar que en otro tiempo fue bastante utilizada…
—Como escondite, quizá —aventuró Jon.
—No se explica. Es fácil dar con este cuarto. Yo creo que el mismo encierra un misterio. Por eso precisamente pensé en cedéroslo. Disponed de él libremente. Buscad una lámpara de petróleo por la población. O mejor, hablad con Fred a ver si os puede localizar alguna por la casa. Fred es capaz de encontrar lo más inesperado. Aquí tendréis que proveeros vosotros mismos del carbón y el combustible para la lámpara necesarios. Ya le he indicado al señor Grandon que el servicio no tendrá acceso a este lugar. Quedaros con la llave. Como es la única que existe, ni siquiera yo podré subir… a menos que me invitéis.
—Serás invitada —prometió Penny formalmente a su tía—. No habrá otra excepción, sin embargo. Jamás nos ha ocurrido nada más estupendo, ¿verdad, Jon?
La atención del muchacho se había concentrado en una gran caja de cinc, por lo que no atendió a lo que estaba diciendo su prima.
—¿Qué hay en esa caja, mamá? ¿Sabías que estaba aquí?
—Desde luego. Casi se me había olvidado hablarte de ella. Mira a ver si puedes colocarla encima de la mesa. Ayúdale, Penny —la señora Warrender mostró a su hijo otra llave, entregándosela—. Habréis de cuidar de eso también. La caja está llena de viejos papeles, libros y efectos que nos fueron legados por el tío Charles. ¿Qué significan esas muecas, Penny? ¿Te duele algo?
La chica había estado intentando captar la atención de Jon al oír mencionar los papeles, con un expresivo guiño. Se echó a reír para disimular.
—Dolor, lo que se dice dolor, no. Un pinchazo, todo lo más.
—Creo haberos explicado ya que el «Dolphin» fue muchos años atrás una posada frecuentada por todos los contrabandistas de la región. Es comprensible dada su situación y la cercanía de ese camino que conduce al río. Añadiré algo más que no debe salir de entre nosotros por su carácter secreto… relativamente. El señor Harding, el procurador que arregló todos los documentos relativos a la herencia, me dijo haber oído afirmar a alguien que en el «Gay Dolphin» o en sus cercanías ciertos contrabandistas escondieron un tesoro. Me dio a entender que tío Charles había adquirido la propiedad principalmente por ese motivo. Nunca halló nada, por supuesto. Luego se me ocurrió una descabellada idea… Quizás exista alguna pista en esa vieja caja. Personalmente no creo en historias de ese tipo, pero esta casa es tan buena como cualquier otra para ocultar algo… y también para encontrarlo.
La señora Warrender se encaminó hacia la puerta, desde donde se volvió para hablar de nuevo:
—He aquí otro secreto, queridos: me sería de extraordinaria utilidad localizar ese tesoro. ¿Os sentís capaces de ello? Pues ¡buena suerte!
La madre de Jon cerró la puerta en cuanto hubo salido.
Jon se quedó pensativo. Penny avanzó impetuosamente en dirección a la entrada.
—¡Estaba llorando, Jon!
Su primo asintió.
—Ya lo sé. Tendremos que encontrar ese tesoro, Penny.