CAPÍTULO X

MIÉRCOLES: JON Y DAVID ACUDEN EN SOCORRO DE PENNY Y LOS MELLIZOS

—¿Qué ocurre, Jon? —inquirió David.

—Me han invitado a tomar el té en cierta casa —explicó Jon—, y la verdad es que no me hace la menor gracia… Se trata de la sobrina de «miss» Ballinger, la chica que intentó sobornarme ofreciéndome un velomotor. Asegura que Penny y los gemelos se encuentran en el «bungalow» en estos momentos, deseando que nos unamos a ellos. También me ha dicho que Penny quiere que lleve el mapa y los otros documentos y que era muy importante que procediera así… ¿Tú qué opinas?

—Yo diría que eso es mentira. No puedo imaginarme a Penny transmitiendo tal recado.

—A mí me sucede lo mismo. Esa joven, sin embargo, me indicó que Penny tenía que comunicarme noticias transcendentales…

—Mira, chico, yo no creo una palabra de todo eso. Me gustaría saber de qué medios se valieron para convencer a los mellizos de que debían visitar el «bungalow».

—La sobrina de «miss» Ballinger me dijo que se habían encontrado con su tía en Hastings.

—«Mequetrefe» les llevó allí, ¿no? Y tu madre piensa que fue idea del administrador… Muy extraño, ¿eh, Jon? Vale más que vayamos. ¿Qué te ha propuesto esa muchacha?

—Llamaba desde Winchelsea y dice que nos recogerá en la carretera… Citó una fecha determinada con toda intención: 8 de abril… Algo debe haber quedado al descubierto… Quizá se trate de un ardid de Penny. Esta pudo sugerirle que mencionara la fecha para que yo viese que seguía una pista relacionada con el tesoro.

—Muy posible —convino David—. Pero ¿no me dijiste que Ballinger & Cia. conocían la existencia de ese indicio?

—Puede que se trate de una trampa, pero voy a ir. No estoy tranquilo cuando pienso que Penny y los gemelos se encuentran en aquel «bungalow»… Por supuesto, no vamos a llevarnos ningún papel.

—De acuerdo. Dada la hora que es, no habiendo regresado «Mequetrefe», la historia debe ser cierta. Mis padres no tardarán en estar de vuelta y quiero que mis hermanos se hallen en casa a la hora de su regreso. El tiempo empeora. No nos olvidemos de nuestros impermeables.

—No me despediré de mi madre. Querrá saber qué pasa y perderemos unos minutos preciosos explicándoselo. Le dejaré unas líneas.

El viento se deslizaba con sorprendente furia por las estrechas calles y pasajes de la vieja población. El mar y el firmamento se habían fundido, formando una masa de grisáceos tonos, separada por una blanca línea allí donde las olas se estiraban violentamente sobre las playas, a una milla de distancia.

Por «Trader’s Passage» llegaron hasta el río, deteniéndose unos instantes para recuperar el aliento, contemplando entonces las sucias aguas que corrían bajo el puente. Allí se encontraron con Vasson, que estaba hablando con un hombre de su edad aproximadamente.

—¿Ha habido más noticias, Fred? —inquirió David—. Me refiero a las embarcaciones de salvamento…

—Las tripulaciones se hallan preparadas en el puerto. ¿Vais hacia allí?

—No. Nos encaminamos a la playa de Winchelsea, a un «bungalow» perteneciente a una persona que nosotros conocemos. Penny y los mellizos se encuentran en la casa…

Vasson apretó los labios para contener una exclamación.

—La playa es uno de los sitios menos indicado para visitar ahora. Si el viento continúa soplando con igual violencia que hasta estos momentos la gente que habita allí tendrá que abandonar sus pequeños hogares. Lo que más preocupa a todo el mundo es la posibilidad de que el muro de contención no resista el embate de las olas.

—¿Podría darse el caso de que se derrumbara, Vasson?

—¡Naturalmente! ¿Y dices que esos chiquillos están en esa zona acompañados por Penny? Me gustaría saber quién les llevó allí. Si fueron esta mañana con el señor Grandon…

David tocó a Jon con el codo. Se les acercaba un pequeño coche verde, al volante del cual iba la joven del impermeable blanco. Tan pronto reconoció a los muchachos se detuvo. David y Jon se despidieron de Fred.

—¿Quieres acomodarte aquí, a mi lado, Jon? —preguntó la chica, sonriendo.

Jon fingió no haber oído sus palabras, instalándose en el asiento posterior, junto a su amigo.

—Este chico tiene que ser David Morton. Penny me habló de ti. Te pareces poco a los gemelos, ¿verdad?

Por toda respuesta, David emitió un leve gruñido. Jon se sintió divertido al ver que se ruborizaba. La sobrina de «miss» Ballinger conseguía turbarlos por igual…

—¿Llevas encima esos papeles, Jon? Penny tenía mucho interés en que no se te olvidaran.

Jon asintió brevemente.

—Y ahora, ¿quieres explicarme por qué no fue Penny la que me telefoneó? ¿Qué ha ocurrido para que el señor Grandon no llevara al hotel a los gemelos, de acuerdo con lo convenido?

—Vayamos por partes. Mi tía se encontró con el señor Grandon y los otros en Hastings. Pidió a aquél que la llevara en el coche hasta su casa, donde tendría mucho gusto en invitarles a tomar el té. Al parecer tus amigos poseen unos mapas y otros documentos de sumo interés para mi tía y por lo que he oído, Penny desea consultarlos. No habló contigo por teléfono debido a que estaba ayudando a aquélla en la cocina. Fue ella la que me pidió que te telefoneara… El señor Grandon, o como se llame ese hombre, comprendió que la señora Warrender estaría extrañada ante su ausencia, que se había dilatado más de lo previsto, por lo que optó por regresar cuando le prometí que yo me encargaría de llevar al hotel a los gemelos y a Penny. ¿No le habéis visto?

—No.

—Pues cuando bajabais hasta aquí él debía estar subiendo… ¿Han quedado satisfechos los señores? No me explico tu desconfianza hacia mí, Jon. ¿A qué se debe tu actitud?

Jon tragó saliva. La chica era demasiado inteligente para él. Se mostraba capaz incluso de leer sus pensamientos. Musitó unas palabras ininteligibles en el instante en que el coche enfilaba la carretera que conducía a la playa desde lo alto de Winchelsea. El muchacho no podía olvidar, por muy agradable que ella quisiera hacerse ahora, que la sobrina de «miss» Ballinger era la misma joven que había sorprendido en el molino viejo varios días atrás charlando con «Mequetrefe». Ahora fingía no conocer de antes al señor Grandon.

El viento tenía tanta violencia que parecía aminorar la marcha del pequeño coche y hasta en determinado instante sus ocupantes experimentaron la impresión de que se apoyaba solamente sobre dos de sus ruedas por unos segundos. Pero la joven que iba al volante conduciendo el coche tenía, al parecer, la cabeza bien despejada y se limitó a sonreír, manteniendo el habitual cigarrillo entre sus pintados labios.

Por la carretera vieron lagunas personas. Una pareja empujaba un menudo carrito, dentro del cual vieron una criatura y dos maletas. Un hombre intentaba avanzar sobre una bicicleta, viéndose obligado por fin a echar pie a tierra. Aquél les gritó algo al pasar. El rugido del viento persistía.

El vehículo se deslizó por el destrozado camino que Grandon utilizara una hora antes, dirigiéndose al gran muro de contención. Detrás de éste oíase el fragor de las aguas, invadiendo tumultuosamente la playa.

Varios hombres se acercaron corriendo a la carretera, indicando al coche que se detuviese. La joven vaciló antes de decidirse a frenar.

—¿Qué pasa? —dijo fríamente en cuanto hubo bajado el cristal de la ventanilla—. Tengo prisa.

—Dé la vuelta —dijo uno de los hombres, jadeante—. Dé la vuelta y llévenos rápidamente al teléfono más próximo. Es urgente.

Del grupo se destacó otro individuo.

—¡No lo piense! —gritó—. Ese muro se irá abajo en cuanto la marea haya acabado de subir. Aseguran ya que en algunos puntos se está desmoronando.

Nuevo gesto vacilante de la chica, quien se quitó ahora el cigarrillo de los labios, arrojándolo por la ventanilla.

—Tengo que seguir un poco más —anunció—. No tardaré mucho en regresar. Luego iré yo misma a telefonear.

Por entre la gente, que lentamente iba rodeando el coche se abrió paso un hombre seguido de una mujer y un niño.

—¡Fuera de aquí! —gritó excitado—. Tenemos que valernos del coche para abandonar este lugar de cuantos encontremos. Y aprisa… Al pie de la elevación hay otro vehículo, pero no podemos utilizarlo porque está cerrado.

La muchacha manipuló disimuladamente en la parte central de su portezuela, al tiempo que decía en voz baja a los dos chicos, volviendo ligeramente la cabeza:

—Cerrad vuestras portezuelas.

Jon y David obedecieron sin apenas darse cuenta de lo que hacían. El ruido era tan grande en el exterior que resultaba difícil descubrir qué era lo que sucedía en realidad. Oscurecía y la lluvia empañaba los cristales.

Al hablar de aquella escena más tarde los dos muchachos convinieron que la amenazada multitud que se había congregado en torno al coche fue disuelta por el gran camión que avanzaba a sus espaldas. No había allí espacio para dos vehículos. Jon vio que aquél iba cargado hasta los topes. El conductor no cesaba de encender y apagar las luces, tocando al mismo tiempo el claxon. Varios hombres con picos y palas en las manos se apearon del camión, echando a correr hacia el turismo.

—No podemos pasar… ¿Por qué no se quita usted de en medio? ¿Qué ocurre?

—No ocurre nada —contestó la chica serenamente—. Esos hombres, que parecen ratas asustadas, me hicieron parar. ¡Retírense! Voy a arrancar…

Por unos segundos el viento pareció desvanecerse no oyéndose otra cosa que el alocado fragor de las olas. Todo el mundo gritaba poco después, como si hubiesen perdido la cabeza. La joven tocó el claxon para avisar a aquel excitado individuo que se había plantado en medio del camino… Otro señalaba hacia un punto situado a la izquierda.

En la base del muro de contención debía haberse estrellado una tremenda masa de agua, y que ésta saltó por encima, salpicando el parabrisas del coche.

—¡Fuera! ¡Fuera de ahí! —gritó la joven a los que le cerraban el paso.

—El coche nos sigue —observó David—. ¡Santo Dios! No hubiera querido perderme esto por nada del mundo.

—El conflicto surgirá en cuanto ella pare —musitó Jon—. Sin embargo, me alegro de poder ver por fin a Penny y a tus hermanos. Nos los llevaremos a casa en seguida… Vasson tenía razón… Han destrozado los cristales de las ventanillas de un coche… David: estoy seguro de que ése es el nuestro. —Inclinándose hacia delante dejó caer la mano sobre un hombro de la sobrina de «miss» Ballinger—. ¡Eh, tú! —aulló—. ¿No dijiste antes que Grandon se había vuelto a Rye? Nuestro coche se encuentra ahí…

Ella se deshizo de la mano de Jon con un brusco movimiento.

—¿Qué es eso de «tú»? Yo tengo un nombre, querido: Valerie. Puedes llamarme Val, como todo el mundo… Ahora escucha lo que voy a decirte porque es importante. Me dirijo hacia un punto en el que no se ve tanta gente… En cuanto pare apresuraros a salir, que yo cerraré la portezuela por dentro. ¿Listos? ¡Ya!

Ni David ni Jon intentaron oponerse a sus propósitos, pues adivinaban que eran bastante juiciosos. Los dos abrieron a un tiempo sus respectivas portezuelas, saltando al exterior. Jon tropezó en algo, cayendo de rodillas. Al incorporarse vio que se aproximaba a él una mujer con los ojos desorbitados por el miedo.

—Présteme su coche —le rogó—. No tardaremos mucho. Sólo pienso ir a Winchelsea y volver…

Valerie, a sus espaldas, acabó de cerrar el turismo, volviéndose hacia la desconocida.

—Vamos a recoger a unas criaturas —le gritó—. Intentaremos llevarla si disponemos de sitio. Pero no se lo diga a nadie. —A continuación Valerie se colocó entre los dos chicos, cogiéndolos del brazo—. Eso la tranquilizará… Bueno. No perdamos tiempo. Vamos por aquí, por detrás de los «bungalows».

Jon y David se hallaban verdaderamente inquietos. Comprendían que Penny y los gemelos vivían momentos de peligro. El primero tenía la seguridad de que Valerie le había mentido al hablarle de Grandon. Había visto el coche del «Dolphin»… «Mequetrefe», pues, debía hallarse en el «bungalow». Consecuentemente, se acercaban a una trampa.

Pasaron con grandes esfuerzas junto a un «bungalow» desierto. Luego Valerie levantó el pestillo de la puerta de un diminuto «jardín»… Fue en este momento cuando se derrumbó la chimenea de la edificación vecina. Jon la vio caer. Ni aun así Valerie se detuvo y corría ya por el sendero interior que llevaba a la casa cuando divisó ante ella un extraño e informe bulto destacándose del fondo oscuro del porche. David, un tanto impresionado, recordó algunas de las leyendas que había oído contar en Shropshire al amor de la lumbre, durante los largos inviernos. Aquello parecía uno de esos gigantescos y negros pajarracos que alumbraban las pesadillas… Jon le acababa de coger del brazo.

—Esto es una trampa —susurró al oído de su amigo—. Hemos de localizar a Penny y los gemelos y salir de aquí lo antes posible. Me figuro que «Mequetrefe» no andará muy lejos… ¡Santo Dios! ¿Qué es eso?

La figura avanzó y entonces vieron que se trataba de «miss» Ballinger, envuelta en una amplia capa negra. Al acercarse comprobaron que daba continuos gritos. El viento, sin embargo, ahogaba sus palabras. Por último consiguieron entenderla.

—Habéis tardado demasiado —dijo secamente, dirigiéndose a su sobrina—. Tenemos que salir de aquí rápidamente. ¿Traéis los papeles? Pasad adentro vosotros dos…

Esta «miss» Ballinger de ahora no se asemejaba en nada a la que Jon conociera antes. Desgreñada, la ropa en desorden, su aspecto era más bien ridículo. El chico acabó desposeyéndose de todo temor…

—Cierra la puerta —ordenó «miss» Ballinger con brusquedad—. De lo contrario no podremos hablar. Bueno, muchachos. ¿Habéis traído los papeles? ¿Todos?

—Perdóneme que la interrumpa, «miss» Ballinger —dijo Jon—. Nosotros hemos venido aquí en busca de mi prima Penny y los hermanos Morton. Nos habían invitado a tomar el té, pero por lo que veo tiene usted mucha prisa en marcharse… Y de encontrarse el señor Grandon aquí, he de decirle que mi madre está enfadada por no cumplir con lo que había prometido.

Fueron unas palabras valientes las suyas, pero nadie pareció hacerle mucho caso. Pasaron a la habitación posterior. Una simple lámpara de petróleo iluminaba el recinto, pese a todo más acogedor que el lóbrego vestíbulo.

Los muchachos esperaban allí a los otros. La verdad es que dentro del cuarto sólo estaba «Mequetrefe», mordiéndose las uñas nerviosamente junto a una ventana cerrada. «Miss» Ballinger entornó la puerta.

—Bien. Dejémonos de tonterías ya —dijo aquélla—. Os he ofrecido veinte libras por todos los papeles y mapas que encontrasteis en el cuarto superior del «Dolphin». No disponemos de tiempo para discutir… Si queréis más dinero os lo daré, pero necesito que me entreguéis esos documentos en seguida. Tengo que irme.

Para hacerse entender había que gritar allí. Se oía un ruido tremendo a lo lejos y las paredes parecían estremecerse. Flotaba un olor extraño en el aire. Pero Jon había dejado de tener miedo.

—No he traído conmigo papel alguno —declaró Jon—. De haberlos serían siempre nuestros, de mi madre especialmente, y ustedes no tendrían por qué reclamármelos.

—¡Eres un embustero! —gritó Valerie, levantando una mano, como si fuera a pegarle—. Al subir al coche me dijiste que los llevabas encima.

Jon se puso muy encarnado, acercándose a ella y hablándole en el mismo tono.

Intervino David, furioso.

—Y a todo esto, ¿qué han hecho con mis hermanos? ¿Dónde están? Hemos venido a por ellos, para llevárnoslos a casa.

—Sí —prosiguió Jon a su vez—. ¿Dónde está Penny? ¡Penny! ¡Penny! —gritó de repente.

Pero el ruido era demasiado grande para que alguien pudiera oírle. «Miss» Ballinger se volvió hacia Grandon.

—Salga a ver cómo están las cosas por ahí… Entérese de si se ha ido todo el mundo y hágamelo saber en seguida.

Grandon, con la cabeza inclinada, se deslizó junto a los muchachos para cumplimentar la orden que acababa de recibir.

—Ahora sentaros los dos. Voy a deciros algo rápidamente. Tenéis que darme esos papeles o prometerme bajo palabra de honor que me los entregaréis con toda la información que poseáis mañana por la mañana. Si procedéis así os marcharéis de aquí inmediatamente en compañía de Penny y los gemelos.

—Entonces es que están en casa, ¿no? —quiso saber Jon.

—Dejemos a un lado esa cuestión. Lo único que os diré es que se hallan a salvo y en condiciones para ser canjeados por los papeles que necesito… Los papeles y el mapa que me han de poner sobre la pista del tesoro.

—¡Usted no puede hacer eso! ¿Cómo se atreve? ¡Usted no puede retenerlos en este lugar! ¡Esto es un secuestro! Podría ir a la cárcel por esta causa… Póngalos en libertad en seguida y nos iremos todos, a pie, si ése es su deseo… ¡No puede impedírnoslo!

—Sin embargo lo estoy impidiendo… No podéis iros ahora, y los otros, aunque se hallen a salvo, tampoco. Y dentro de una hora, según dicen, el mar derrumbará el muro… Fíjate bien, Jonathan, yo necesito imprescindiblemente esos papeles y hago lo posible por procurármelos. No permitiré que un grupo de jovenzuelos ariscos, ingobernables y de malas maneras constituyan un obstáculo insuperable para mí… Prométeme lo que te he pedido, Jonathan —dame tu palabra de honor—, y os iréis a casa con los otros inmediatamente.

Se oyó un ruido en la puerta y entró excitado «Mequetrefe», gritando:

—¡Tenemos que marcharnos! Todos han abandonado la playa. Un hombre provisto de un megáfono ha anunciado que el mar no podrá ser contenido por mucho tiempo… Yo me voy… Me llevaré el coche… Si piensan ustedes hacer lo mismo decídanse de una vez.

Su voz fue languideciendo hasta convertirse en un débil gemido. Jon y David le lanzaron una mirada de desprecio. Con su poco tiempo antes elegante traje gris, ahora arrugado, húmedo, sucio y sus brillantes cabellos negros caídos sobre la frente, componía una figura ridícula. Aquellos ojos miraban extraviados en una dirección y otra, por efecto del temor que se había apoderado de su dueño. Había levantado la mano hasta la boca y volvía a acariciarse nerviosamente su pequeño bigote.

—¡Cobarde! —le dijo Jon—. ¡Es usted un miserable y un cobarde! Si no me dice dónde están esas criaturas daré cuenta de esto, señalándole como responsable de lo sucedido… Y no piense en volver al «Dolphin». Todos sabemos el papel que ha representado usted en este asunto.

—Que Dios se apiade de usted cuando mi padre se entere de la treta que utilizó para llevarse a Hastings a mis hermanos —agregó David.

Grandon miró a los jóvenes un momento, se pasó los dedos por los enmarañados cabellos y salió corriendo de la habitación. A «miss» Ballinger pareció contagiársele su pánico, pues cogiendo a su sobrina de un brazo la arrastró hacia la puerta.

—¡Vámonos! —gritó—. ¡Tenemos que irnos!

—Esto no puede quedar así —respondió Valerie volviéndose para plantarse ante los chicos—. No seas tonto, Jon. Promete eso a mi tía y nos marcharemos todos.

—¡Fuera! —rugió «miss» Ballinger—. ¡No digas nada!

Valerie se vio empujada hacia el vestíbulo y antes de que Jon y David fueran capaces de reaccionar cerró la vieja el cuarto dando un fuerte portazo.

Los muchachos se miraron en silencio.

—¡Santo Dios! —exclamó después David—… Nos han abandonado. Vamos, Jon. Probemos primero con la puerta y luego con la ventana. Habremos de registrar también la casa, a ver si logramos dar con Penny y mis hermanos.

La puerta había sido cerrada con llave y mientras forcejeaban en ésta oyeron la de la calle…

—¡Vaya unos tipos asquerosos! —dijo jadeante Jon—. Acércame una silla, David. Romperemos los cristales de la parte superior… Me gustaría saber si ésos corren algún peligro.

—Un momento, Jon. Examinemos las ventanas primero. Desde dentro pueden ser abiertas con gran facilidad, pero los postigos se hallan afianzados por el exterior. Quizá la puerta nos diera menos trabajos, pero apresurémonos… ¿No hueles? Me parece percibir un fuerte olor a humedad y el viento sopla con más fuerza que nunca. Si no actuamos con rapidez la casa se nos vendrá encima.

Jon había asestado el primer golpe a los cristales cuando a su espalda oyó un ruido.

Los postigos de una ventana se abrieron violentamente y a continuación algo pesado, una gran piedra, aterrizó sobre la mesa. El viento silbaba al colarse por la abierta ventana. Otra cosa más pequeña siguió a la piedra, cayendo al pie de la chimenea con un tintineo, y cuando David se agachaba para coger del suelo una llave, Jon, con la boca abierta, a causa del asombro, comprendió que Valerie se hallaba fuera y les llamaba. La voz de la joven llegó a sus oídos confusamente en medio del fragor de la tormenta, pero aún logró captar varias palabras:

—Están en la habitación delantera. Pero daos prisa… El muro se derrumba y detrás de esto vendrá el alud de agua.