EN ACCIÓN
La rutina en Keep View se vio muy alterada a la mañana siguiente. La pobre Agnes trató una y otra vez de despertar a los del Pino Solitario, pero a la hora del desayuno sólo llegaron a tiempo los gemelos.
—Salga y aporree ese gong de nuevo, señorito Richard—dijo finalmente desesperada, mientras ponía los platos de «porridge» sobre la mesa—. Ya sé que le he dicho muchas veces que no juegue con él, pero esta vez puede aporrearlo a gusto, porque yo no sé qué es lo que les ha pasado esta mañana… Cualquiera diría que todos han estado fuera esta noche, excepto vosotros dos, monadas.
Entonces Mary esbozó una sonrisa y al darse cuenta del significado de las últimas palabras del ama de llaves, miró a su hermano de un modo muy significativo. Pero Dickie no estaba pensando más que en el gong. Se quitó la chaqueta y se remangó las mangas de su jersey, y a zancadas se fue hacia el vestíbulo. Allí se encontró con el señor Cantor que bajaba por las escaleras con sus absurdos pantalones bombachos verdes.
—Buenos días, Richard —le dijo—. Si ibas a tocar el gong otra vez no necesitas hacerlo, porque lo oí la primera vez, y no necesito que me llamen dos veces para lo que sin duda ha de ser un delicioso y espléndido desayuno.
—Se equivoca, señor Cantor —le replicó Dickie—. No iba a tocarlo por usted. Agnes dice que lo puedo tocar por los otros porque no se han levantado esta mañana. Así que me perdonará usted porque voy a aporrearlo con todas mis fuerzas. Mejor será que se vaya y cierre aquella puerta, porque voy a armar mucho ruido.
El señor Cantor pareció un poco alarmado y se apresuró a entrar en el comedor, cuando Mary salía. Dickie cogió encantado la maza, pero Mary lo detuvo antes de que pudiera dar el primer golpe.
—Un momento, Dickie. ¿Oíste lo que dijo Agnes?
—Dijo que podía aporrear este viejo gong y eso es lo que voy a hacer. ¡Mírame!
—Espera un instante, Dickie. Agnes dijo que cualquiera diría que todos han estado fuera esta noche. Yo creo que han estado. Me fue imposible despertar a Jenny, Penny y Peter no han podido despertarse. Yo fui y lo probé. Tú probaste a hacerlo con los muchachos, ¿verdad?
Dickie bajó la maza.
—¿En serio crees que han estado fuera toda la noche sin nosotros, Mary?
Su hermana gemela asintió.
—Apuesto a que sí.
Dickie corrió hacia las escaleras, esgrimiendo la maza.
—¡Vamos! —gritó— Los voy a echar a palos de la cama. Les haremos que confiesen y que se arrepientan de dejarnos al margen de las cosas. ¡Vamos, Mary! ¡Esos animales! Esos chicos son de lo peorcito. Son unos matones.¡Vamos!
Y diciendo esto cayó sobre el último escalón, que crujió, se levantó y se precipitó, por el pasillo hasta llegar a la habitación de David. Entonces, con Mary a muy pocos pasos detrás de él, levantó la maza con ambas manos y aporreó la puerta con ella. El palo se partió y la maza cayó al suelo. En el breve silencio que siguió, una voz soñolienta murmuró en el interior de la habitación:
—Muy bien. Gracias, Agnes. Iré en seguida.
—¿Has, has, has oído eso, Mary? —Dickie tartamudeó llorando de furia—. ¿Le has oído decir: «gracias, Agnes»?
Mary asintió sonriente. Estaba disfrutando de la situación, que era hechura suya. Se agachó para coger la maza, pero Dickie se la arrebató cuando ella abrió la puerta de par en par.
Jon estaba todavía durmiendo, así que debió de haber sido David el que contestó, porque se agitó cuando los gemelos corrieron hacia su cama.
—¡Levántate, animal! —le gritó Dickie, apartando de un tirón las ropas de la cama—. ¡Levántate y dinos la verdad! ¡Si no nos cuentas todo iremos directos a Agnes y le contaremos que habéis estado fuera toda la noche! ¿Me has oído?
David se incorporó asombrado.
—¡Hola, Dickie! ¿Qué ha pasado?
—¿Qué ha pasado? —le gritó su hermano en el colmo de la furia—. Son más de las nueve y habéis estado toda la noche fuera sin nosotros y ahora mismo nos vais a decir lo que habéis estado haciendo.
Mary miraba a su hermano gemelo asombrada y llena de admiración. Nunca lo había visto ponerse así y estaba disfrutando en grande. De repente Dickie se volvió hacia ella.
—Ve y haz lo mismo con las chicas —le gritó—. Arráncalas de la cama. Oblígalas a que te lo cuenten todo. Échales agua. ¡Vamos! Yo iré a despertar a Tom y volveré aquí.
Mary salió corriendo.
David cogió las ropas de la cama y se abrigó con ellas.
—¡No. Eso no! —le gritó Dickie mientras luchó por bajarlas otra vez—. ¡Eres un animal, David! ¿Habéis estado fuera toda la noche sin nosotros? ¡Dímelo ahora mismo! Eso es lo que queremos saber. Eso es lo que te pregunto. Dime laverdad.
David ya estaba ahora completamente despierto. Sacó un fuerte brazo y rodeando a su hermano lo obligó aecharse en la cama, a su lado. Dickie estaba llorando a lágrima viva aunque no lo sabía mientras luchaba y se esforzaba para librarse de aquel abrazo.
—¡Quieto, muchacho! —le dijo David con voz calmosa—.¿Qué te pasa? Serénate y te lo contaré todo… No seas tonto, Dickie… Deja de luchar o si no te haré daño… Así es mejor.
Entonces Jon se incorporó en la cama.
—¿A qué viene todo ese jaleo? ¿Es que aquí no se puede dormir?
Dickie se pasó el dorso de la mano por los ojos y dejó de luchar. La verdad es que quería y admiraba mucho a su hermano mayor y se habría peleado con cualquiera que se atreviese a hablar mal de él.
—Bueno, David —dijo tragando saliva— Ya es hora de que te levantes. Agnes está enfadadísima contigo y el «porridge» se está enfriando y nosotros queremos saber si habéis tenido aventuras sin nosotros, porque si habéis tenido…
David le hizo una mueca y lo empujó fuera de la cama.
—No te sientes en mis piernas y me levantaré… ¡Jon! ¡Levántate de prisa! Será mejor que bajemos en bata.
—Bueno, ¿pero habéis tenido aventuras? —insistió Dickie—.Eso es todo lo que quiero saber. ¿Habéis estado fuera esta noche sin nosotros?
Antes de que David pudiera contestar, Jon alargó la mano para coger sus gafas.
—Vete abajo, Dickie, como un buen chico y ya te contaremos todo después de desayunarnos.
—No te atrevas a llamarme buen chico —explotó Dickie—.Tú eres el peor de todos, Jon. Apuesto a que fue idea tuya el dejarnos atrás. Te detesto. Los dos te detestamos…
David cogió su bata que estaba detrás de la puerta, puso sus manos en los hombros de Dickie y suavemente lo empujó hacia el pasillo. En aquel momento se oyó un grito en la habitación de al lado y Mary vino corriendo en busca de su hermano gemelo.
—Ya lo he hecho, Dickie. Las he regado a las dos con agua fría. Con Jenny no he tenido mucha dificultad. Se aterrorizó al verme. Se está levantando.
David cerró la puerta tras él.
—¡Vamos! ¡Vosotros dos! ¡No hagáis más tonterías! Esto es serio y ahora podéis ayudarnos. Os contaremos todo tan pronto como podamos, pero ahora os toca a vosotros hacer algo por el club… Id y mantener tranquila a Agnes. Decidle que lo sentimos mucho y que bajaremos dentro de cinco minutos, y si el señor Cantor está en el comedor, sacadlo de allí de modo que podamos hablar tranquilos. Necesitamos que nos ayudéis hoy y os prometo que os contaremos todo. Hacer esto por nosotros, muchachos, ¿queréis?
Mary se lo quedó mirando fijamente a los ojos, cogió a Dickie por la mano, cosa que tan sólo hacía en ocasiones importantes y lo condujo escaleras abajo.
Pocos minutos después, seis cariacontecidos miembros del Club del Pino Solitario, sin haberse lavado todavía la cara, se unieron a los gemelos en la mesa del desayuno. El señor Cantor, tras echarles una mirada llena de curiosidad, pasó por su lado en el vestíbulo, mientras ellos terminaban de bajar las escaleras. Todos murmuraron un saludo se metieron en el comedor, esperando que Agnes no los estuviera aguardando. Dickie y Mary habían hecho bien su trabajo, porque estaban solos y había un plato de «porridge» dispuesto en cada puesto de la mesa.
Los gemelos estaban de pie frente al fuego y «Mackie» estaba echado a sus pies. Su rabo se movió en señal de bienvenida cuando entraron los otros.
—Bueno, y ahora —dijo Dickie— a ver si nos contáis eso. Os hemos dejado esta vez, pero no se volverá a repetir.
Mary aguantó una risita.
—¡Qué aspecto más divertido tenéis todos! Parece que os hayan dado una paliza. ¿Qué le pasa a tu pelo, Penny? ¿Te has bañado?
Penny abrió mucho los ojos. Ya hacía rato que se había despertado por el agua fría y no se sentía muy bien esta mañana, pero antes de que pudiera replicar, intervino Peter.
—Por amor de Dios, sentémonos, desayunémonos y peleémonos después. ¿Está Agnes muy enfadada con nosotros?
—Lo estaba —dijo Dickie—; pero creo que ya la hemos tranquilizado. Le dijimos que nos tomaríamos el desayuno enseguida y que dejaríamos todo limpio y recogido. Gracias a nosotros que si no… ¡bueno, venga! Empezad de una vez.
—Yo no tengo ganas de desayunarme —gimió Jenny—.No me encuentro muy bien.
—Siéntate y prueba a comer —le dijo Penny, un poco brusca, y en seguida rectificó diciendo—: Lo siento, Jenny,pero ninguno nos encontramos bien y tenemos que mantener tranquila a Agnes.
En este momento, Tom, que hasta ahora no había dicho nada, empezó a reír a carcajadas.
—¡Pero qué hatajo de locos somos! —exclamó—. ¿Se ha visto alguno en un espejo? Yo tengo mucha hambre y apuesto a que Jenny también. Ya veréis cuando empiece… Cuéntale todo a estos chicos, David, mientras nos desayunamos. Creo que tienen derecho a saberlo. Después de todo fue Dickie con su famoso timbre estropeado el que empezó todo.
Todos ellos, exceptuando a Dickie y Mary que miraron a los demás con lástima, empezaron también a reírse y luego se dedicaron a comerse su «porridge». Entre cucharada y cucharada, David contó a los gemelos las aventuras de la noche. Fue a menudo interrumpido porque estaban decididos a mantener a Agnes fuera del comedor mientras les fuera posible y la única manera de conseguir esto era el ir a la cocina y hacer ellos mismos de camareros. Se arreglaron como pudieron y Mary informó en una ocasión que podía oír el ama de llaves que canturreaba en el piso de arriba.
—…y luego Penny tuvo una aventura por su cuenta y ella os contará el qué cuando tenga la boca vacía. ¿Pero veis muchachos por que no os pudimos llevar a vosotros?
—No veo por qué no —respondió Mary arisca—. Ni siquiera nos pedisteis que fuéramos a la reunión y vamos aestablecer una nueva regla, en la que se diga que una reunión no es tal reunión a menos que estemos todos presentes.
—Si no incluimos esa regla —añadió Dickie—, iremos al fracaso.
David miró a Peter sin saber qué decir y ésta, que a menudo había salvado la situación como la presente, salió al quite una vez más.
—Escuchad, gemelos. Sé que estáis muy enfadados con nosotros y sabemos por qué. Pero pensad por un momento. Parece ser que tenemos a la vista la más grande aventura que jamás hayamos tenido y cuando volví a ver aquel camión la pasada noche, supe que teníamos que hacer algo rápida y silenciosamente; pero sin embargo apenas si hemos hecho nada. Lo de anoche no fue propiamente una reunión del club, pues si no, habríais asistido también vosotros; pero fuiste tú, Dickie, con tu inteligencia, el que nos ha puesto sobre la pista del señor Cantor y hay montones de cosas importantes que podéis hacer Mary y tú, ¿no es verdad, David?
David asintió con la cabeza, en silenciosa admiración.
—Lo cierto es —prosiguió Peter antes de que ninguno de los dos gemelos pudiera hablar—, que todos estamos cansados esta mañana y no tenía sentido que anoche saliéramos todos. Tenemos que dejar a alguien en reserva. Cada general que libra una batalla tiene que tener reservas, ¿no es cierto, Jon?
—Sí, señor —convino Jon solemnemente—. Claro que las tiene. Y en este caso los gemelos son nuestras previstas reservas.
—Suerte que las tenemos —añadió Penny, comiéndose una tostada.
—No podríamos hacer nada sin ellos —puntualizó Tom.
—¿Lo veis, gemelos? —continuó Peter precipitadamente—.No podemos prescindir de vosotros y es una suerte que estéis descansados esta mañana y seáis fuertes y astutos. Y ahora recojamos todas estas cosas y arreglémonos un poco.Vosotros, muchachos, tenéis un aspecto deplorable y ni siquiera se os ha ocurrido presentar disculpas a nosotras, las chicas.
David puso cara de borrego ante este ataque, pero antes de que él o los gemelos pudieran replicar a Peter, hubo una extraordinaria interrupción. «Macbeth» empezó a gruñir y Mary señaló con gesto dramático a la ventana:
—¡Mirad! —gritó—. ¡Un policía! ¡Y viene hacia aquí!
—¿Nos habéis contado la verdad? —preguntó Dickie—.Porque si no, espero que venga por vosotros.
Y en ese momento aporrearon la puerta de la calle y «Mackie» empezó a ladrar. Jon dio un salto.
—Iré yo —dijo tranquilo, y luego desde el vestíbulo le oyeron decir escaleras arriba—: ¡No se preocupe, Agnes! ¡Iré yo!
Luego oyeron abrirse la puerta de la calle y un murmullo de voces. Penny parecía extasiada, Jenny asustada, Tom indiferente y David preocupado. Los gemelos estaban ocupados con «Mackie» que estaba jugueteando y gruñendo, pero antes de que ninguno de ellos pudiera decir nada, la puerta se abrió de nuevo y Jon entró seguido de un policía muy alto y coloradote, que se quitó el casco y se enjugó la frente, aunque la mañana era bastante fría.
—El agente —empezó diciendo Jon— está haciendo algunas investigaciones y cree que alguno de nosotros puede ayudarle. Yo ya le he dicho que haremos todo lo que esté de nuestra parte, desde luego; pero es que parece raro que hayamos venido a un sitio tan tranquilo como Clun para pasar unas cortas vacaciones… ¡Mary! Haz que se calle ese perro. Entre, inspector, que cerraremos la puerta.
Penny dio un salto con una amplia sonrisa.
—¿Quiere… quiere sentarse aquí? ¿Quiere algo? Siéntese junto al fuego.
—No, gracias, señorita. Sólo he venido por cuestión de rutina, como ya comprenderán. Sé que ustedes, muchachos han salido a dar vueltas por ahí y siguiendo instrucciones recibidas, debo preguntar si alguno de ustedes ha visto el carromato de unos gitanos por aquí —y diciendo esto los miró muy solemnemente y pasó una hoja de su block con su humedecido pulgar.
Los del Pino Solitario se lo quedaron mirando asombrados y «Mackie» volvió a gruñir, mientras que la puerta se abrió silenciosamente y entró el señor Cantor.
Dickie carraspeó y entonces exclamó:
—¡Uy!
Porque David le había dado una patada en el tobillo.Las rodillas le fallaron a Jenny, que se desplomó en el sofá y luego hubo un largo silencio. En aquel momento el señor Cantor aclaró su garganta y dijo con voz suave:
—¡Qué cosa más notable! ¡Un inspector de policía a la hora del desayuno! ¡Qué cosa más extraña! ¿Puedo ayudarle en algo, inspector? Me llamo Cantor y estoy pasando aquí unas cortas vacaciones. Ya veo que está usted ocupado con mis jóvenes amigos.
El policía soltó su casco, dejándolo entre las cosas del desayuno.
—Muchas gracias, señor, pero estaba preguntando si alguno de estos jovencitos ha visto a un carromato por aquí, y especialmente un carromato rojo y amarillo de alegre aspecto —acabó por decir inesperadamente.
—¿Es que los moradores de este carromato son buscados por la policía? —preguntó el señor Cantor mientras se pasaba la mano por la calva.
—He recibido instrucciones de hacer averiguaciones, señor, acerca de todos los carromatos y de éste en particular.
—Entonces puede que yo pueda ayudarle agente. Da la casualidad que yo vi a un carromato rojo y amarillo ayer en las colinas, junto al círculo de piedras. Si quiere, luego puedo pasarme por la comisaría y darle más detalles. Me gustaría poder ayudarle si es que tiene alguna dificultad, y estoy convencido de que los gitanos tendrán algo que ver con ello, y no deberían ir por ahí en libertad.
—¡Eso no es verdad! —exclamó Peter indignada—. No todos los gitanos son ladrones. Nosotros conocemos a los que viven en ese carromato rojo y amarillo y, son gente buenísima. No está bien que usted diga eso, señor Cantor. Y además, el carromato que nosotros conocemos debe de estar a muchas millas de aquí en estos momentos, porque algunos de nosotros se lo encontraron el día que vinimos aquí. No pierda el tiempo persiguiendo a esos gitanos, señor policía. Busque camiones de transporte de muebles que vienen aquí a medianoche, si quiere hallar las ovejas robadas.
—Eso es algo muy interesante —dijo el señor Cantor tras un embarazoso silencio—. ¿Puede explicarse, Petronella? ¿Qué es todo eso de unos robos de ovejas? ¿Puede usted aclararlo, agente?
—Bueno, señor, eso es cosa que a mí no me incumbe, ya comprenderá. Lo único que tengo que hacer es proceder a investigaciones acerca de ese carromato y esta señorita me dice que lo vio que se marchaban y usted afirma que lo vio aquí cerca y las dos cosas no concuerdan.
—Pues yo le aseguro, señor mío… —empezó el señor Cantor a decir, y entonces fue interrumpido por David.
—Perdóneme, señor, pero creo que estamos haciendo perder el tiempo al policía y supongo que estará muy ocupado —y se volvió hacia el agente—: Le diré que vimos ese carromato hace dos días. Tenemos algunos buenos amigos entre los gitanos y diga lo que diga el señor Cantor, y él no los conoce, todos nosotros y nuestros respectivos padres,podrán afirmar que ellos nunca han robado nada.
Entonces se volvió hacia el señor Cantor que estaba juntoa la puerta mesándose la barbilla.
—Y creo que debemos decir, señor, por si el policía no se lo dice; que sabemos que se están cometiendo robos de ovejas en toda esa comarca y que dos pobres gitanos que van en un carromato no pueden organizar todo eso. Pregunte al agente, señor. El sabe todo eso de los robos de ovejas y no puede hacer nada porque está solo y no puede estar en dos sitios a la vez. Pero nosotros somos muchos y haremos todo lo posible por ayudar a nuestros amigos, diga lo que diga la gente.
—Y no vamos a consentir que acusen a nuestros amigos de ladrones, cuando no están aquí para demostrar lo contrario —dijo Peter impetuosa, poniéndose colorada—. Eso no es noble. Además, que sabemos cómo son robadas las ovejas. Le digo que vi aquel camión la pasada noche a la luz de la luna.
Entonces, antes de que Jon pudiera detenerla tratando de interrumpirla, Peter soltó toda la historia del «capitoné» y de los dos hombres mal educados que ella se había encontrado cuando iba camino de Clun, y del camión que ella había visto la pasada noche a la luz de la luna.
—¿Y cómo sabe usted que era el mismo «capitoné? —preguntó el señor Cantor tranquilamente.
—Bueno, no lo sé seguro —admitió Peter—, pero tenía la misma forma, aunque la pasada noche llevaba el nombre de Manchester en un lado y la otra vez llevaba otro nombre… o por lo menos eso creo.
El señor Cantor echó una mirada significativa al policía, que ahora parecía más aturdido que antes, y que cerró su block.
—Me gustaría que viniera a verme a mi casa, señor —dijo—. Cuando le venga bien, por supuesto. Ya tengo la declaración de esta señorita acerca de la primera vez que vio a ese camión… Me gustaría coger a ese par de gitanos.
—¿Pero es que no va a hacer nada respecto a ese «capitoné»? —preguntó Peter incrédula—. ¿Es que no me cree?
El señor Cantor abrió la puerta.
—Si quiere indicarme dónde está su casa —dijo—. Iré a hablar con usted un poco más tarde. —luego se volvió hacia los del Pino Solitario agrupados en torno al fuego y habló especialmente a Peter—. Claro está, señorita, que todos creemos que usted se encontró un camión y a dos hombres cuando venía hacia aquí. Claro que lo creemos.
—Pero la pasada noche —repitió Peter— lo volví a ver. Se lo digo yo, poco después de medianoche. Subía por la calle. Lo vi claramente a la luz de la luna.
El señor Cantor sonrió amablemente.
—Naturalmente, muchacha. Usted creyó que lo vio, aunque no lo vio nadie más. Estaba cansada después de los ajetreos del día y sin duda soñó con él —y cerró la puerta tras el policía, que lo siguió hasta el vestíbulo.
—¿Habéis oído lo que ha dicho? —preguntó Peter—. Me ha llamado embustera. Nunca, nunca se lo perdonaré. Lo odio. Siempre lo he odiado. Creo que es un ser perverso.¡David! ¿Por qué no vas detrás de él y le haces algo? ¿Os vais a estar quietos y consentir que me llame embustera?
Todavía estaba hablando cuando David ya se abalanzó hacia la puerta, pero Jon lo detuvo antes de que pudiera abrirla.
—Un momento —dijo con tranquilidad—. Sé razonable. Ya nos las pagará, Peter, no te preocupes. Nadie puede llamar embustero a uno del Pino Solitario y salirse con la suya, ¿verdad, Dickie?… Estaos callados un momento y vamos a ver qué es lo que hace y luego podremos hacer planes.
David se puso al lado de Peter y la tocó en el brazo.
—Lo siento, Peter, pero Jon tiene razón. No lo olvidaremos. Yo no lo olvidaré. Te lo prometo.
Ella le lanzó una mirada de agradecimiento y luego se volvió para que él no pudiera ver las lágrimas que corrían por su mejilla, mientras que Jon con el oído pegado a la cerrada puerta, murmuró:
—Ha cerrado la puerta de la calle y va escaleras arriba. Apuesto a que no quiere volver a vernos por un rato. Yahora, David, ¿qué es lo mejor que podríamos hacer?
—Mejor será que nos vistamos primero —replicó David—,y mientras nos vestimos, será mejor que vosotras, las chicas, hagáis todo lo posible para mantener contenta a Agnes. Id y ayudarla a hacer las camas o lo que sea y decidle que nosotros haremos las nuestras, o mejor aún, venid vosotras a hacerlas cuando ya estemos vestidos. ¡Vamos, Jon! Y por amor de Dios, Tom, ¡alégrate!
—Un momento, por favor —dijo Mary fríamente, colándose la primera por la puerta—. Supongo que os creéis muy inteligentes, pero aún no habéis acabado con nosotros.
—Sí, que hemos acabado, querida —dijo Penny riéndose mientras le daba un abrazo—. No podemos pasar sin ti, pero tampoco podemos perder el tiempo riñendo. Ven a ayudarnos.
Cosa sorprendente, Mary le contestó con una amplia sonrisa y dejó a Dickie un poco enfurruñado.
Quince minutos después el comedor estaba limpio y las camas hechas y todos los del Pino Solitario, incluyendo a «Macbeth», subían hacia la colina del castillo. La mañana era clara y fría y un viento sostenido del nordeste acariciaba sus mejillas y pareció eliminar su fatiga y su mal genio. Los gemelos iban jugueteando con «Mackie» con un palito y la alegre risa de Jenny ante sus cabriolas tuvo un alegre eco en las ruinas que se extendían ante ellos. Sólo Peter parecía deprimida, porque por mucho que hiciera por olvidarlo, no se le iba de la memoria el modo cruel e incorrecto con que el señor Cantor la había menospreciado delante de todos, justamente cuando ella sólo trataba de ayudar.
—David —dijo ella de repente—. Se me ha ocurrido una idea. Nos hemos salido todos de la casa para hacer planes y hemos dejado al señor Cantor solo y sin vigilancia. El puede ir a donde sea y hacer lo que sea, y nosotros sin enterarnos…
—¡Caramba, Peter! ¡Tienes razón! ¡Qué tontos somos! Si hubiera pensado en ello me habría dado cuenta y nos habríamos reunido en uno de los dormitorios o en el salón y le habríamos echado un vistazo. Será mejor que volvamos enseguida.
—Hablemos aquí —opinó Jon—. Puede que Peter tenga razón, pero yo ya he tenido bastante de Keep View por esta mañana y aquí estamos muy bien. Corramos ese riesgo durante unos minutos y tomemos un poco de aire puro.
Pero pasaron veinte minutos antes de que convinieran en un plan y entonces hubo realmente tres planes separados.Primero David y luego Jon y Peter insistieron mucho en los suyos.
—Es inútil que tratemos de hacer todo junto —dijo el primero—. Tenemos muchas cosas que hacer y mucha gente avigilar. Estoy seguro de que Peter tiene razón y de que no debemos perder de vista al señor Cantor. Todo lo suyo es sospechoso y se ha portado de un modo muy desagradable esta mañana, cuando trató, por encima de todo, de echar la culpa a Reuben y Miranda de una cosa de la que no sabe ni jota.
—O de la que pretende no saber nada —señaló Penny.
—Sí, eso es cierto. Puede que sepa más de lo que pensamos. Fijaos que hizo que se fuera el policía para que nosotros no le pudiéramos decir nada más.
—Tal vez debamos volver y decirle algo —sugirió Jenny.
—Alan nos dijo que no fuéramos a la policía —recordó Jon—. Y ahora que he visto a ese agente no me sorprende. David y Peter tienen razón cuando dicen que el señor Cantor debe ser vigilado, y ya sé quién debe vigilarlo.
—¡Yo, no! —dijo Penny en seguida—. Me pone mala.
—Tú, no, desde luego —convino Jon—. Queremos a alguien con más astucia que tú. No, éste es un trabajo para los gemelos y «Mackie».
Y así quedó convenido. Mary y Dickie quisieron discutir al principio, pero al cabo de un rato juraron solemnemente que no lo perderían de vista.
—¿Vamos en seguida? —preguntó Mary—. ¿Y si se nos ha escapado ya? ¿Y qué van a hacer los otros y cómo sabremos dónde estáis?
—Hagamos lo que hagamos, tendremos que regresar a casa —dijo David—; por que si volvemos a las colinas, que es lo que yo creo debiéramos hacer, tendríamos que decir a Agnes que vamos a estar fuera todo el día y conseguir comida… y tal como están las cosas, cualquiera va diciéndole eso a ella.
—A los únicos que ella quiere es a los gemelos —dijo Peter—. Son sus favoritos; siempre lo fueron. Sugiero que ellos y «Mackie» vuelvan en seguida. Si el señor Cantor ha salido ya, ellos lo sabrán pronto y tendrán que buscarlo y seguirlo. Este es un trabajo importante Dickie. ¿Podrás arreglártelas? Muy bien, ¡ya sabíamos que podrías! Hagamos lo que hagamos, quedamos en encontrarnos aquí, en el cuartel general número tres a la puesta del sol. Si el señor Cantor sigue dentro, gemelos, no lo dejéis. Cuando nosotros regresemos, si vemos que no venís, ya comprenderemos lo que eso significa.
Dickie irguió enérgicamente su cabeza y dijo en tono áspero:
—¡Muy bien, chicos! ¡Dejadlo en nuestras manos! En las ruinas a la puesta del sol.
Y emprendió el camino colina abajo. Mary se volvió y saludó con la mano mientras lo seguía.
—¡Si os es posible, hacednos saber lo que estáis haciendo! —gritó.
Al cabo de un rato de más discusión, se convino en que las tres chicas irían a «Bury Fields» y verían si podían hacer algo para ayudar a los Denton.
—De todos modos la señora Denton se alegrará de vernos —dijo Penny—, y hablaremos a Alan del señor Cantor.¿Crees que debemos decirle eso, David? ¿Contarle cómo se comportó con el policía?
—¿Por qué no? Contémosle la historia y ya habremos hecho todo lo que podemos por ayudarlos.
—Eso está muy bien —dijo Tom— pero a alguna hora bien tendremos que dormir. No es que no lo esté pasando bien, pero por amor de Dios no se os ocurra proponer que pasemos otra noche en guardia.
—¿Y entonces qué es lo que vais a hacer vosotros, los muchachos? —preguntó Peter.
—Iremos a explorar con la luz del día todo lo que podamos. Buscaremos señales de ese «capitoné» que tú viste,Peter, y si tenemos una oportunidad, quiero volver a aquella casa de los muros grises y ver si puedo averiguar quién vive allí. Como sea, nos reuniremos aquí al anochecer, pase lo que pase.
—Y ahora nos queda Agnes —dijo Jon haciendo una mueca—. Creo que será mejor que se lo dejemos a las chicas, ¿no te parece, David?
Mientras subían los escalones de Keep View vieron a Mary a través de las ventanas del salón. No estaban muy seguros, pero parecía como si estuviera sentada en el brazo del sillón del señor Cantor, junto al fuego.
«Macbeth» ladró cuando ellos entraron en el vestíbulo y entonces Dickie se asomó por la puerta.
—Todo va bien —murmuró—. Lo hemos atrapado. Ya apenas si se nos resiste. Le está contando a Mary ¡un cuento de hadas! —y casi se ahoga al tener que aguantar la risa. Cuando se hubo recuperado un poco y tras un acceso de hipo, guiñó al decir—: ¿Y qué es lo que vais a hacer?
Ellos le hicieron señas de que se acercara al pie de la escalera, le susurraron al oído sus planes y lo empujaron de vuelta al salón. Al abrir la puerta, oyeron la clara vocecita de Mary que decía:
—¡Oh, señor Cantor! ¡Qué cuento más maravilloso! A mí me gustan mucho esas historias en que ocurren cosas por arte de magia. Muchísimas gracias.
Se encontraron con Agnes a la puerta del cuarto de baño y ésta les miró cargada de sospechas.
—Esta mañana en esta casa hay quienes no tienen la conciencia tranquila —empezó diciendo—, y me gustaría saber qué diablura están haciendo. No olvide que yo confío en usted, señorito David, y que sus padres también lo hicieron al marcharse. Ya he visto que han hecho todas las camas y además que han derramado agua en el suelo y en las sábanas en la habitación de las chicas… Me gustaría saber qué es lo que está pasando.
Los muchachos pusieron cara de inocentes y entonces las chicas se hicieron cargo de Agnes y la llevaron escaleras abajo hacia la cocina. Media hora más tarde salieron de allí triunfalmente cargadas con paquetes de bocadillos y termos con café caliente. Los gemelos seguían ocupados con el señor Cantor cuando ellos salieron por la puerta de la calle, pero Mary debió oírles pasar, porque cuando David volvió la cabeza desde los escalones, ella apareció dando la espalda a la ventana e hizo un gesto rápido con la mano.
El sol ya estaba alto y el viento se había hecho más fuerte y frío cuando ellos cruzaron el puente y empezaron a subir la colina. Habían convenido en que las bicicletas les servirían más de molestia que de ayuda, así que fueron a paso rápido hasta que alcanzaron el poste indicador en el cruce de carreteras, donde se habían reunido a primeras horas de la madrugada.
—Ahora parece diferente —dijo David—. Vosotras, chicas, ¿creéis que podréis encontrar vuestro camino? Yo ya he encontrado esa finca llamada «Grey Walls» en el mapa, y vamos a ir ahora allí a ver qué es lo que pasa. Pero si no os importa, creo que yo debería quedarme con el mapa. No sé cómo vosotras vais a poder encontrarnos, como no sea que Alan o su madre os indiquen el camino que lleva a «Grey Walls» desde su casa. Sin embargo, es mejor que no vayáis por allí, por si acaso… De todas formas la consigna es reunirnos en el castillo a las cuatro y media. ¡Buena suerte!
—¡Que tengáis buena suerte vosotros! —respondieron las chicas mientras se alejaban—. Supongo que sabréis leer el mapa, David —añadió Penny.
Cuando, pocos minutos después, se volvieron, pudieron ver cómo los tres chicos estaban apoyados en la verja de la valla, observándolas. Les hicieron señas con las manos y Peter silbó el canto del avefría, y luego prosiguieron su camino.
—¿Creéis que debemos comernos los bocadillos antes de llegar allí? —preguntó Jenny—. Lo digo por si la señora Denton nos invita a comer. Podemos decirle que ya hemos comido o comernos lo nuestro mientras ella se come lo suyo.¡Qué lío!
Finalmente encontraron una hondonada en la cima de una colina. Estaba a pocos pasos del sendero, pero Peter dijo que le recordaba uno que había en Hatchholt, donde ella y David se habían escondido una vez y observado auna mujer espía, así que decidieron comer en aquel abrigo. El viento frío silbaba sobre sus cabezas, pero estaban protegidas contra él. Además les daba el sol y pudieron echarse sobre los blandos brezos. Penny cortó una ramita y se la puso en el pelo.
—¿Os dais cuenta de lo seco que está esto? —preguntó—.Está tan seco como si fuera verano y debe ser por este viento que sopla. Menos mal que en invierno no hay peligro de incendios, ¿no? No me gustaría que me pillara un fuego aquí.
Se asolearon y hablaron un rato y no tuvo nada de sorprendente que se quedaran dormidas. Durmieron tan profundamente, que la moto llevada por un hombre con gafas oscuras de motorista y que traqueteó por el camino a no muchos metros de donde ellas estaban, no las despertó hasta que estuvo fuera del alcance de la vista. Entonces Penny miró su reloj y vio que eran casi las dos.
—Nos hemos dormido en nuestros puestos —dijo bostezando—. A muchos hombres los han fusilado por esto. Estaba soñando con fusilamientos y pensé que los tiros eran de verdad. ¿Alguna de vosotras ha oído algo?
Peter parecía preocupada.
—Tiene gracia que digas eso. Yo creí que algún ruido me había despertado, pero no caigo en lo que era. Mejor será que nos vayamos. ¡Caramba! Las mochilas pesan ahora menos.
No se equivocaron de dirección ahora que había la luz del día, y al cabo de un cuarto de hora llegaron a la cima de la colina que dominaba la granja de Bury Fields. El lugar parecía desierto.
Peter forzó la vista.
—Hay algo negro contra la pared del pajar, allá dentro del patio —dijo—. Estoy segura de que no estaba ayer, o es que han movido algo.
—Sale humo de la chimenea —dijo Jenny—. Vayamos.
Cuando estuvieron un poco más cerca, vieron que el objeto negro era una moto, y entonces de repente se fijaron en que una figura, que era probablemente el conductor, cruzaba el patio. Había algo furtivo en el modo como andaba, que hizo que las chicas apresuraran su paso y luego echaron a correr colina abajo. El hombre desapareció al dar la vuelta a una esquina de la casa y luego reapareció junto a la puerta trasera cuando ellas llegaban a la verja del patio. La puerta debía estar abierta, porque ellas pudieron oír la agitada voz de la señora Denton que decía muy claramente:
—¡Salga de aquí, Sam Quickset! ¡No se atrevería a venir si mi hijo estuviera en casa y usted sabía que no iba a estar! Me gustaría saber qué es lo que está usted haciendo aquí. Y no se atreva a amenazarme. No vuelva a hacerlo.
Cuando todavía estaba ella hablando, Penny, seguida muy de cerca por las otras dos, entró de repente en la cocina. La señora Denton estaba de espaldas a la chimenea de cara a un hombre con un traje sucio de motorista y un casco de cuero. Las gafas se le cayeron de las manos y dio rápidamente la vuelta para enfrentarse con las chicas que entraron corriendo. Penny estaba indignada y se encaró con el intruso como si tuviera su misma estatura.
—¡Salga de aquí ahora mismo! —gritó—. ¡Salga antes deque el señor Denton le coja aquí! No se preocupe, señora Denton. Alan viene hacia acá. He estado hablando con él ahora mismo.
El hombre se inclinó para coger las gafas, se volvió y salió corriendo pasando junto a Peter y Jenny, camino del patio. El motor de la moto empezó a rugir y entonces ellas la vieron bambolearse y desaparecer dando la vuelta a una esquina de la casa.
—No le hemos hecho mucha gracia ¿verdad? —dijo Jenny—. Yo me sentí muy valiente, pero quizás lo fuera más si tuviera el pelo del mismo color que Penny.
—Gracias, muchachas —repuso la señora Denton—. Muy bien hecho. ¿De veras han visto a mi hijo?
Penny sacudió la cabeza.
—Lo siento. Mentí. Oí decir a usted que no se habría atrevido a presentarse si su hijo hubiera estado aquí. ¿Quién es ese hombre? Tiene un aspecto horrible.
—Es un mal sujeto. Un indeseable. Se llama Sam Quickset y antes trabajaba para nosotros. Lo pillamos robando más de una vez; pero no teníamos a nadie que nos ayudara y le dimos otra oportunidad de enmendarse. Aun se portó peor después y Alan lo echó de aquí una vez que me faltó al respeto. Es un mal sujeto y juró que nunca lo olvidaría y que algún día volvería. No saben lo oportunas que han sido al venir. Les estoy agradecida. Y ahora, siéntense y pónganse cómodas; les serviré en seguida una taza de té… Me he olvidado de su nombre, querida —añadió volviéndose hacia Peter—, aunque nunca olvidé el color de su pelo y de sus ojos. Si puedo hacer algo por usted. ¡Está tan pálida! ¿Se encuentra bien, muchacha?
Peter se sentó pensativa y dijo que se encontraba bien.
—Es un poco de sofoco de tanto correr.
Penny la miró con aire de sospecha, pero se volvió hacia la señora Denton cuando esta última dijo:
—Alan ha ido a una reunión de todos los granjeros deveinte millas a la redonda, porque perdimos más ovejas la pasada noche, Fue tan pronto como Alan partió a caballo con usted, señorita. Alguien debió de estar observándolos, pero no sabemos cómo se las llevan… Pero no nos preocupemos ahora de eso y vamos a tomar una taza de té.
Tan pronto como ella volvió la espalda, Penny se acercó a Peter.
—¿Qué es lo que ha pasado, Peter? Tienes muy mala cara.
—Lo siento, Penny; pero me encuentro bien. Ha sido sólo un sustillo. Ese hombre de la moto era el conductor del «capitoné» que me encontré a mi camino hacia Clun. Reconocería su mirada bizca en cualquier parte.