OTRA VEZ EL CAMIÓN
Tan pronto como fue retirado el servicio de la cena, se reunieron todos en torno al fuego y empezaron a discutir las aventuras del día. Nada de lo que los mayores pudieron objetar hizo cambiar la opinión que Dickie se había formado del señor Cantor.
—Es inútil que tratéis de gallear con nosotros —dijo Mary a David y a Jon, saliendo en defensa de su hermano gemelo—. No nos importa lo que digáis, pues estáis muy equivocados y sólo nosotros tenemos razón. Examinamos bien aquella bicicleta esta mañana en el cobertizo, y si queréis saberlo, la sacamos al huerto y tratamos de probarla y el timbre sonó como un cencerro.
—Y no nos vengas diciendo que por qué tocamos esa vieja bicicleta —dijo Dickie—. Es un asunto nuestro y de nadie más. No le hicimos ningún desperfecto y además la soltamos en seguida porque tenía el timbre suelto y sonaba de aquella manera.
—Ya sabemos, Dickie, que el timbre sonaba de ese modo, así que no hace falta que lo repitas pero ¿cómo sabéis que la montaba esta noche el señor Cantor? —le preguntó David.
—¡Eh! ¡Eh! —intervino Mary—. Que sólo dimos un paseíto a «Mackie» montado en la silla y por eso sacamos la bicicleta del cobertizo.
Jon la miró ferozmente:
—¿Y quién se acuerda ahora de «Mackie»? A nadie le importa ese perro más que a ti… ¡Muy bien! ¡Muy bien! Lo siento. Todos le queremos muchísimo; pero, Dickie, ¿cómo sabías que era el señor Cantor el que montaba la bicicleta esta noche?
—Bueno, ya veréis —dijo Dickie como dudando— Sabíamos que era su bicicleta, y en fin de cuentas no va a venir nadie a esta casa y entrar hasta el huerto para coger esa bicicleta e ir con ella con la niebla y la oscuridad por esas colinas donde nos perdimos, ¿no os parece? Quiero decir que no tiene lógica.
—Claro que no tiene lógica —dijo Peter interviniendo—.Yo creo que llevas razón, Dickie. Siempre me fue sospechoso el señor Cantor y ahora estoy segura de no haberme equivocado. Siempre me ha parecido muy pagado de sí mismo y además me parece a mí que no es propio venir en esta época del año a trepar y a montar en bicicleta por el campo en busca de huesos y cosas raras.
Entonces se abrió la puerta y entró Agnes.
—¡Ya decía yo que estos dos pequeños no se habían ido a la cama. Ambos están cansados y se está haciendo tarde.¡Venga! ¡Salgan por aquí! Ya está bien la cosa, se quedan mirándome y se les abre la boca de sueño. ¡Vengan conmigo y sin replicar.
Los gemelos se la quedaron mirando, luego se miraron entre sí y decidieron que Agnes tenía razón y que no era momento de más discusiones. Ya en la puerta, Dickie se volvió y susurró:
—¿Por qué no vais y lo miráis vosotros mismos? ¡Ya sabéis a lo que me refiero!
—Y otra cosa —añadió Mary—. No os atreváis a planear nada sin nosotros. Sólo porque no somos tan mayores como vosotros nos obligan a ir a la cama de este modo tan brutal. ¡Todos estáis bostezando! ¿Por qué no les hace que se vayan a la cama, Agnes? ¡No sabe lo que me gustaría ser mayor para no tener que hacer ciertas cosas!
Cuando la puerta se cerró tras ellos, David dijo:
—Se me ha ocurrido una idea. Lo que Mary ha dicho, salgamos Tom y yo y examinemos esa bicicleta y luego nos iremos todos a la cama.
—¡Vaya tontería! —interrumpió Penny—. Acaba de empezar nuestra aventura y todo lo que se os ocurre es irse a la cama. ¡Es terrible! Yo no creí que el Club del Pino Solitario fuera así…
—Y no lo es —respondió David fríamente—. Si no me hubieras interrumpido, iba a sugerir que nos reuniéramos todos en la habitación de Jon y mía a eso de la medianoche para celebrar consejo de guerra. Y de todos modos, Penny, tú estás bostezando. ¿Qué pensáis los demás? ¿Es buena idea?
—Es una buena idea —convino Peter—. ¿Pero cómo vamos a despertarnos? ¿Y qué pasará con los gemelos? Se pondrán furiosos, aunque deben dormir de noche.
—De acuerdo —replicó Jon—. Tengo un pequeño reloj despertador. Iremos a despertaros a todos.
—Bueno, pero a mi puerta no llaméis —dijo Tom—. Entrad y sacudidme por el hombro; pero por favor no hagáis ruido, que no se despierte Dickie.
—¡Lo mismo digo yo! —suplicó Jenny—. Estaré dormida profundamente, lo sé, y Mary por lo general se despierta antes que yo; así que quién me despierte que vaya con mucho cuidado… ¡Oh, David! Esta es la cosa más maravillosa que jamás me ocurrió. Toda mi vida he estado deseando celebrar un consejo de guerra a medianoche, y ahora que voy a tenerlo, temo no despertarme lo bastante como para celebrarlo con mis cinco sentidos.
—Ya te despertaré yo —le dijo Penny haciéndole una mueca—. No te preocupes, Jenny. Te despertaré bien. Aún me parece recordar a alguien que me llevaba vendada cuesta arriba, mientras me croaba en los oídos.
—Las chicas ya podéis iros —dijo David—. Nosotros vamos a echar un vistazo a esa bicicleta y os veremos después. Y, por favor, no arméis ruido a medianoche, si no, vamos a despertar a Agnes y al señor Cantor. Lo siento por los gemelos, pero ellos no esperarán estar en todo.
—¿Que no? —Peter hizo una mueca—. ¡Hasta la vista!
Jon había puesto su reloj despertador debajo de la almohada de modo que el timbre no despertara a nadie más que a ellos. Sonó poco después de las doce y aunque estaba profundamente dormido, se despertó en seguida. La idea de la reunión le pareció por un momento bastante estúpida, pues la cama parecía el mejor de los lugares; pero al final alcanzó a David sacudiéndolo. Este se agitó y se incorporó, despertándose en seguida.
—Cierra las ventanas —dijo—, y tira de las cortinas. Voy a encender la luz del gas y a despertar a los otros. ¿Me prestas tu linterna, Jon?
Probó con Tom primero y la puerta crujió de un modo horrible, así que Dickie suspiró, se agitó en su sueño y luego se volvió con un gruñido. David fue de puntillas hasta la cama de Tom, lo sacudió y luego murmuró algo en su oído, hasta que el otro recordó y se levantó.
—Creo que estamos todos chalados —murmuró mientras sacaba las piernas de la cama—. Muy bien, David. Iré a tu habitación, pero espero que no tendré que estar allí mucho rato.
Peter contestó al segundo golpecito suave y al cabo de cinco minutos todos ellos estuvieron reunidos, exceptuando a los gemelos, alrededor de la lámpara de gas en la habitación de David. Peter y Penny trajeron sus propios edredones, así que todos se sentaron en el suelo y se mantuvieron los unos a los otros calientes lo mejor que pudieron.
—¿Tenemos que firmar otra vez con sangre? —preguntó Jenny mientras le castañeteaban los dientes—. Quiero decir, para que todo parezca más real.
Todos la miraron con lástima, así que ella les contestó sonriendo y se apoyó contra las rodillas de Peter dando un suspiro de satisfacción. Esto sí que era vida para Jenny, que, hasta que los del Pino Solitario vinieron a los Stiperstones, apenas si había tenido amigos. Y ahora, aunque echaba de menos su cama caliente, hubiera seguido a cualquiera de ellos hasta el fin del mundo.
—Debo deciros primero a vosotras, las chicas —empezó David—, que bajamos con una linterna y echamos un vistazo a la bicicleta y que creemos que Dickie tiene razón con respecto al señor Cantor. Es algo asombroso, ya lo sé, pero no hay duda de que la bicicleta ha sido utilizada esta noche. Los, neumáticos tenían barro fresco pegado sobre ellos y había unos tallos de brezo entre los manillares y ese timbre que cuelga y Jon halló tierra húmeda en uno de los pedales, lo que demuestra, o así creemos, que dejaron caer o escondieron la bicicleta en el suelo. No parece haber muchas dudas de que el señor Cantor es una persona muy sospechosa y que debemos vigilarlo estrechamente ahora que hay esos robos de ovejas. Tenemos que hacer ahora planes para mañana, y para pasado mañana y decidir si hemos de decir a Alan Denton todo lo que sospechamos o quedarnos por aquí a vigilar a Cantor. ¿Qué os parece, muchachos?
Penny habló primero:
—Puede que tengáis razón en lo de la bicicleta, David, pero me parece que ese señor no es de los que roban. De todos modos deberíamos vigilarlo por turnos, si todos creen que actúa de un modo sospechoso.
—A mí no me gusta él —dijo Peter, con su franqueza acostumbrada—, ni nunca me gustó, y aún no veo por qué tuvo que venir a Clun y quedarse aquí en esta época del año. Lo creeré cuando demuestre que es inocente y mientras tanto, voto porque lo sigamos cuando salga y comprobemos si realmente hace lo que dice o si se va a robar ovejas. Creo que es un ser un poco misterioso y yo lo vigilaré todo lo que pueda. Puede que esto sea el principio de otra gran aventura para nosotros, ¿no? ¿Qué piensas de todo esto, Jon?
Jon se encogió de hombros.
—Estoy empezando a pensar lo que tú, Peter. Es un tipo muy raro y ahora que hemos decidido vigilarlo, creo que nos vamos a divertir mucho con eso. ¿Y tú qué dices, Jenny?
—¡Oooh, Jon! ¿Qué quieres decir? ¿Qué pasa conmigo?
—¿Que qué piensas del señor Cantor?
—Nunca he pensado mucho en él, pero creo que todos tenéis razón, especialmente Peter.
Al cabo de un poco más de charla, David se levantó del suelo y fue a echarse en su cama.
—Yo no sé cómo estáis vosotros, pero yo estoy rendido de cansancio. Me gustaría que os fuerais todos y a la hora del desayuno creo que ya habré pensado en un modo para que entre todos lo vigilemos sin que él se dé cuenta. A lo mejor a cualquiera de vosotros se os ocurre alguna otra idea. Si a alguien se le ocurre algo que venga aquí y llame a la puerta con tiempo suficiente para desayunarnos, Penny está bostezando. ¡Miradla! No podría ayudaros a vigilar mañana al señor Cantor si no se va ahora mismo a la cama. ¡Buenas noches a todos!
Cuando Peter volvió a su habitación notó que se le habían ido las ganas de dormir. Las pocas horas de sueño que había gozado antes de la reunión en la habitación de los muchachos, la habían espabilado y ahora su mente estaba tan activa que le habría gustado seguir charlando. Pero Penny se durmió en seguida, así que ella se echó en su cama, se apoyó en su almohada y volvió a pensar en todo lo que había ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Hacía media hora que había dicho que el descubrimiento de la sospechosa conducta del señor Cantor podía ser el principio de una nueva aventura, pero considerando todo lo que había sucedido desde que ella partió de Hatchholt montada sobre su yegua al amanecer, hacía ya dos días, se dio cuenta de que en realidad estaban en medio de tal aventura. Y ahora que volvía a pensarlo todo, notó que había una extraña atmósfera irreal en torno a Clun y en este singular y solitario país. A pesar de la intuición que tenía aveces, Peter era una persona muy práctica; pero echada allí, inquieta, sobre su cama, en esta pequeña habitación de Keep View, no pudo por menos que sentir que estaban todos viviendo un episodio.
Ella no podría haber expresado todo esto con palabras si le hubieran pedido que lo hiciera, pero cuando pensó de nuevo en la espectral soledad de las colinas, después de que ellos hubieran dejado «Bury Fields» aquella tarde, recordó la palabra que se le había quedado fija en su mente mientras caminaba junto con Penny en la niebla y mientras había esperado a los muchachos en aquel horrible y solitario bosquecillo; en la palabra «fantasmal». No es que estuviera asustada, porque no era de esa clase de chicas que se asustan en seguida y estaba acostumbrada a las soledades de un país montañoso y salvaje; pero se sentía confusa.
Y mientras yacía allí en la quietud y en la oscuridad, con Penny respirando suavemente a su lado, la luz de la luna penetró por la ventana y bordó de plata el pie de su cama. El marco estaba abierto y al cabo de un rato, el grito de una lechuza quebró el silencio. Se volvió de nuevo hacia otro lado más fresco de su almohada y entonces se irguió derepente, porque había ahora un nuevo sonido en la noche. Lejos, muy lejos, ella oyó las débiles palpitaciones del motor de un coche. Tan pronto como se sentó en la cama, volvió a reinar de nuevo el silencio de la noche, así que ella se preguntó si sus oídos o su cerebro le estaban jugando una mala pasada. Luego sintió de nuevo aquel ruido y ahora más cercano y hubo un gimoteo en el pulso de aquel motor que le dijo a ella que el coche estaba subiendo una cuesta. ¿Pero era un coche? Escuchó con atención, cuando el ruido volvió a sentirse amortiguado y de repente volvió a rugir. Ahora podía oír el retumbar de unas pesadas ruedas que se acercaban rápidamente y de repente estuvo segura de lo que vería si se asomaba a la ventana.
Estuvo en seguida fuera de la cama y se echó encima un abrigo para poder asomarse. No se veía más ser viviente que un gato negro que se movía furtivamente entre las sombras del otro lado. El ruido del motor que se aproximaba era ahora más fuerte y las casas de Clun que estaban junto al puente le devolvían el eco. Peter se apoyó en el repecho dela ventana y el frío se coló a través del pijama y sus dientes le empezaron a castañetear. Entonces apareció un pesado camión, que con unas débiles luces de situación se dirigió enfocando la calle Mayor. Iba peligrosamente de prisa, demasiado aprisa para que Peter se fijara en cuántos hombres iban en el asiento delantero, pero antes de que la luz roja de atrás desapareciera al dar la vuelta ella ya había reconocido al «capitoné» con el que se había topado aquel día que iba montada en su yegua hacia Clun. Pero una cosa era diferente. Ella estaba segura, muy segura, de que esta vez el letrero que el «capitoné» llevaba en un costado, decía: «Thompsons de Manchester».
Peter ya se había hecho cargo de la situación aún antes de que sus pies tocaran de nuevo el suelo y hubiera cerrado la ventana. Corrió hacia la puerta, encendió la luz y fue hacia la cama de Penny. Acercó su boca al oído de su amiga y murmuró mientras la sacudía por el hombro:
—¡Despiértate, Penny! ¡Despiértate! No hagas ruido, pero despierta rápido. Por favor, no hagas ruido… Sí, soy yo. Soy Peter. Es urgente, Penny. Despierta… Lo siento,Penny, pero debes despertarte. Hay algo para los del club…
Ante estas últimas palabras, Penny se incorporó y se frotó los ojos.
—¿Es que me he vuelto loca, Peter? Me parece que sí, porque estoy segura de que esto ya ha pasado antes.
—¿Qué quieres decir, Penny? ¿Estás de verdad despierta? Tengo algo terrible que contarte.
—Sí que estoy despierta… Me parece. Es que me parece que ya me habías despertado de este modo otra vez antes, esta noche. ¿Qué ha pasado? ¿Está ardiendo la casa? Está todo muy callado y hace mucho frío Peter, ¿por qué te estás vistiendo? Te estás poniendo los pantalones de montar. Me parece que las dos nos estamos volviendo locas.
—¡Levántate y vístete! —le murmuró Peter—. Ponte las ropas de más abrigo que tengas. Acabo de ver a ese camión de transporte de muebles otra vez y apuesto a que va lleno de ovejas. Debemos ir a prevenir a los Denton… Este es un trabajo para el club, Penny, que tenemos que hacer entre todos, ya lo sabes. Levántate. Voy a ir a despertar a los muchachos.
Penny no se paró a discutir, sino que tomó sus vestidos antes de que Peter hubiera cerrado su puerta tras ella.
Peter tuvo dificultades con los muchachos, pero se coló atrevidamente en su habitación y encendió la luz. Si hubiera tenido tiempo, se habría sonreído porque todos parecían bebés durmiendo con los cabellos revueltos. Sacudió a David primero.
—¡Peter! ¿Qué ha pasado?
Ella se lo contó en pocas palabras.
—Bien —contestó—. Despierta a Jenny. Yo despertaré a Tom y a Jon. No despiertes a los gemelos. Estaremos abajo en el vestíbulo en cinco minutos.
Y cariñosamente le tiró de una de sus trenzas, que ella no había deshecho después del consejo de guerra.
—¡Mi buena Peter! —le dijo haciéndole una mueca.
Y a ella le agradó tanto este cumplido que agradeció que él no pudiera ver cómo las mejillas se le ponían coloradas mientras se dirigía a la puerta. Penny ya estaba vestida para cuando ella hubo despertado a Jenny y vuelto a su propia habitación.
—Bajemos al vestíbulo —murmuró—. Iremos todos menos los gemelos. No hagáis el menor ruido.
Un escalón crujió, pero en cinco minutos estuvieron todos abajo. Jenny parecía como si fuera andando sonámbula y Tom estaba evidentemente furioso, pero hizo una mueca de felicidad cuando David los condujo a todos al comedor y empezó a murmurar su historia.
—Peter acaba de ver aquel «capitoné». Dice que iba muy a prisa, pero que está segura de que es él mismo que ella encontró el otro día lleno de ovejas. Peter dice, y esto es idea suya y no mía, y ella es la que debería hablaros…
—¡Sigue tú, David! —le suplicó Peter.
—Peter dice que deberíamos dividirnos y tratar de prevenir a los Denton y a todos los otros granjeros que podamos ir. Creo que es una idea estupenda. Todos tenemos bicicletas, excepto Peter, y ella va a ir con «Sally» a Bury Fields. Salgamos de aquí todo lo rápido y silenciosamente que podamos y ya haremos planes al subir la colina, No podemos ir pedaleando hasta allí! ¡Vamos! ¡Vamos a recoger las «bicis»!
Salieron como delincuentes perseguidos, bajaron los escalones de la entrada y dieron la vuelta a la casa hasta el cobertizo en donde Dickie había hallado aquella bicicleta con el timbre que le colgaba.
—Vamos a tener jaleo con esto —murmuró Tom mientras daba vuelta a su bicicleta.
—¿Con quién? —murmuró Jon,
—¡Con esos gemelos! Imaginad lo que dirán cuando descubran que los hemos abandonado. Me asustan la mar. Siempre han sido… ¿Dónde está Peter?
—Ha ido por «Sally» —repuso David—. Nos uniremos en el puente. ¡Vamos! Salgamos de aquí. Se me ha ocurrido la idea de que el señor Cantor puede abrir de repente su ventana y vernos.
A Jenny le castañeteaban los dientes mientras se subieron a sus bicicletas y se deslizaron silenciosos calle abajo iluminados por la luna, hasta el puente. Mientras esperaban a Peter, ella se puso muy cerca de Tom, y por un momento puso su mejilla contra la áspera lana de la manga de la chaqueta de él, sin que nadie se diera cuenta. No estaba asustada y se sentía agradecida por haber sido admitida en el grupo, pero se hizo a la idea de que no dejaría a Tom por nada ni por nadie. Tom pareció comprender, porque cuando el ruido de los cascos de «Sally» se oyó más cerca, se la quedó mirando y dijo:
—Iremos juntos, ¿verdad, Jenny?
En la cima de la colina, donde terminaban las casas, se detuvieron ellos un momento bajo el poste indicador e hicieron planes.
—Nos encontraremos aquí dentro de dos horas si nos esposible —dijo David—. Creo que es el mejor plan. Peter va a ir a ver a los Denton porque irá más rápida con «Sally» que nosotros con bicicletas. Supongo que lo mejor que podemos hacer los demás es dividirnos y explorar todo lo que podamos, echando un vistazo a todo sospechoso o a aquel «capitoné» .
—¿Y qué haremos si vamos a una granja y no hay nadie por allí? —preguntó Jon—. ¿Despertar a todo el mundo y decirles que Peter vio a una furgoneta de transporte de muebles en Clun?
Antes de que David pudiera contestar, Tom dijo:
—Vosotros os podéis esparcir todo lo que queráis, pero Jenny y yo no nos separaremos.
—Creo que la mejor idea —dijo Penny—, para aquellos de nosotros que tenemos bicicletas, es ir juntos por este camino todo lo lejos que podamos hasta que lleguemos al cruce que vimos esta tarde, donde confluyen cuatro carreteras. Algunos de nosotros se pueden quedar allí de guardia y el resto dar vueltas en bicicleta y echar un vistazo. ¿No es ése un plan mejor que no reunirnos aquí, que está cerca de la ciudad? ¿Qué pensáis todos?
Jon la acarició en la espalda.
—¡Qué lista es ésta Penny!
Y ella le sacó la lengua mientras Peter decía:
—Desde luego. Ha sido una magnífica idea. ¿De acuerdo,David?
—Eso parece. ¡Vamos!
La luna estaba alta en el cielo y había casi tanta claridad como de día. La niebla del atardecer había desaparecido, pero hacía un frío intensísimo que mordía sus orejas y la punta de sus dedos.
—Pensad —dijo Tom diez minutos después, dejando caer su bicicleta en la hierba blanca por la escarcha—. Pensad que todos podíamos estar en la cama. Me pregunto, ahora que ya no siento mis orejas, que cómo es que Peter ha logrado convencernos para meternos en esto. Allá va ella. Como un «cowboy» en las películas. ¿Qué haremos ahora, David?
David se sopló la punta de los dedos
—Creo que dos chicas se debían quedar aquí vigilando, mientras nosotros tres seguimos un poco más adelante y luego nos separaremos si vemos algún camino o alguna zanja.
—Os equivocáis—dijo Penny—. Yo no quiero separarme de vosotros y si me quedo aquí me voy a helar. Yo iré conquien sea.
—Yo iré con Tom —dijo Jenny con sencillez y como Tom pareció no oponer objeciones a la tarea de hacer de centinela, este asunto quedó pronto arreglado.
—Aquí hay cuatro carreteras y sólo somos tres —dijo Jon—.Si cada uno toma una carretera, ¿cuál dejaremos sin vigilar?
—No tienes la mente tan clara como otras veces, muchacho. —Penny se echó a reír—. No nos tenemos que preocupar de aquella por la cual hemos venido.
Y al oír esto Jon puso un poco cara de borrego.
Fue Penny la que tuvo la siguiente aventura, fue pedaleando a la luz de la luna siguiendo la carretera que le habían designado, silbando muy animada. Era la primera vez en su vida que había estado fuera a las dos y media de la madrugada, y estaba encantada con la experiencia. Estaba demasiado excitada para sentirse cansada y el aire frío era como un tónico. La escarcha centelleaba en la superficie de la carretera en frente de ella, y de tanto en tanto se golpeaba su mano enguantada sobre una rodilla para mantenerla caliente. Al cabo de un rato llegó a una empinada cuesta a cuyo final había algunos árboles. Iba pedaleando cuesta abajo cuando apareció un coche que dio la vuelta entre las sombras y se encaminó hacia ella. Penny se quedó tan asombrada que aceleró y sintió como resbalaba la rueda trasera sobre la carretera. El coche pareció acelerar también para darle alcance y aunque trató de dominar los manillares, empezó a perder un poco el control de la bicicleta. Sintió cómo resbalaba, estiró la pierna izquierda y rozando la hierba, cayó en el suelo con la bicicleta encima de ella.
Al cabo de un rato, se sentó y se fijó en que el coche sehabía detenido a su lado y que de él estaba saliendo un hombre. De repente se sintió indefensa y atemorizada y se arrepintió de haberse metido en esta absurda aventura. Luego, con precaución, miró al hombre que había enfrentede ella y vio que él también la estaba mirando. Era un hombre bajito y llevaba un sombrero de fieltro con el ala bajada y un pesado abrigo de lana. Tenía un bigote de fiero aspecto, que parecía demasiado grande para su cara y llevaba una cosa larga bajo el brazo.
De repente a Penny se le escapó una exclamación y se llevó una mano a la boca. Esa «cosa» era una escopeta. ¡Era el ladrón de ovejas e iba a matarla! ¿Qué podía hacer ella? ¿Qué podría decir? Sus dientes le empezaron a castañetear mientras el forastero y ella se examinaban mutuamente a la luz de la luna, y entonces sintió que le volvían su valor y su sentido común, se incorporó y recogió su bicicleta. Entonces sonrió a aquel extraño de un modo que desarmaba, y eso lo sabía hacer muy bien Penny cuando quería, y dijo
—Me ha asustado usted, siguiéndome de este modo. Espero que no le haya pasado nada a mi bicicleta, porque me espera un largo camino de regreso. ¿Me podría ayudar usted si se ha estropeado? ¿No se podrá disparar esa arma?
El del bigote aún la siguió mirando de un modo muy fiero.
—¿Quién eres tú? —le preguntó de repente—. ¿Te has hecho daño? ¿Qué andas haciendo a estas horas de la noche? ¿Por qué no estás en la cama?
Penny trató de ganar tiempo. ¿Debería emprender una carrera? Estaba muy lejos de los otros para que la pudieran ayudar. ¿Y le respondería su bicicleta? La rodilla le dolía y le parecía que había caído de mala manera. Y se echó areír.
—¿Cómo le voy a contestar a todas las preguntas de una vez? Y además no me gusta esa arma.
—¿De dónde has venido? —volvió a preguntar el hombrecillo—. No conozco tu cara. Acércate y deja que te mire. ¿Qué estás haciendo? ¿Te has escapado?
Penny sintió que se le formaba un nudo en la garganta. Estaba sola e indefensa. Entonces recordó que pertenecía al club del Pino Solitario, tragó y elevó su barbilla.
—¿Y por qué había usted de conocer mi cara? ¿Vive aquí?
—¿Que si vivo aquí? ¡Pues, claro! He vivido aquí cincuenta años. Y ahora, habla, y dime quién eres.
—Lo haré si usted… ¡No! ¡No me toque! ¡Apártese! No le tengo miedo.
Un ruido salió de debajo del bigote, que podía ser una rara risa.
—Muy bien, muchacha, no temas. No te voy a hacer daño, pero dime qué es lo que estás haciendo en bicicleta a estas horas de la madrugada, pero sé rápida porque tengo prisa. ¿Te has encontrado a alguien en el camino?¿Has visto a alguien que llevara ovejas?
—No, no he visto —repuso Penny, serena—. Pero por favor, dígame quién es usted.
El hombre abrió la puerta del coche y arrojó dentro el arma.
—Me llamo Clancy —dijo—. He sido granjero aquí toda mi vida.
Penny por poco no llora de alegría y su voz le temblaba cuando dijo:
—¡Qué estupendo! Recuerdo que Alan Denton citó ese nombre. Señor Clancy, tengo noticias que darle. Deje que vaya con usted, y si sube usted esta cuesta y va unas dos millas más allá, hay un poste indicador, encontrará usted a los otros… ¡Oh! Debería haber preguntado a usted esto primero. ¿Están todas sus ovejas a salvo? Si es que usted tiene algunas, por supuesto. Hemos venido precisamente a advertirles…
—Entra aquí a mi lado —le dijo el señor Clancy—. Deja ahí tu bicicleta y ya volveremos por ella. Todo esto me parece cosa de locos, pero dime lo que sabes mientras vamos. He perdido cincuenta ovejas esta noche.
Penny se explicó lo mejor que pudo mientras iban por la solitaria carretera, pero se dio cuenta de que su relato era un poco confuso.
—Fue Peter la que vio pasar aquel camión por Clun esta noche y ha ido montada en su yegua a advertir a Alan.
—¿Así que él ha ido?
—No es él, es ella. Peter es una chica como yo, sólo que un poco mayor; pero somos muchos más en Keep View, en Clun, y todos estamos tratando de ayudarles, si nos dejan.
El señor Clancy gruñó:
—Hace tres noches que no duermo y debía haberme acostado una hora o dos esta noche —murmuró casi para sí mismo—. Puede que eso del camión o el «capitoné» no sea más que un truco. Bueno, jovencita. No sé qué pensar de la historia que me ha contado, pero me cogía de camino para ir a recoger a ese muchacho, Denton, y aquí está el cruce de carreteras, y por lo que veo hay aquí un grupo de sus locos amigos, así que me ha contado la verdad.
Antes de que Penny pudiera contestar, detuvo el coche, mientras que Tom y Jon se ponían en medio de la carretera enfrente de él. Penny bajó de un salto.
—Todo va bien, Jon; soy yo. Y éste es el señor Clancy, el granjero, al que le han robado cincuenta ovejas esta noche… ¿Dónde está David? ¿Ha pasado por aquí alguien más?
Jenny, que estaba apoyada contra el poste indicador, fue la que habló.
—No, Penny, nadie ha pasado por aquí. Tú eres la que has encontrado a alguien, y no sé cómo vas a volver.¿Dónde has dejado tu bicicleta?
El señor Clancy contestó antes de que Penny pudiera hablar:
—¡Si esto parece una escuela! ¿Pero qué hacen todos estos jovencitos merodeando por el campo a altas horas dela noche? Yo voy hacia allá a ver si veo a Denton. ¿Dicen ustedes que los conoce?
—Eso es —replicó Jon—. Somos amigos suyos y hemos tratado de ayudarle y también a usted, señor, si nos lo permite. Creo que ya tenemos una pista sobre esos robos de ovejas, pero me parece que es una buena idea ir asimismo en busca del señor Denton.
—Creo que ya vienen —dijo Jenny—. Y si no es él, es Peter. Oigo cascos de caballos. ¡Oh! Y aquí también viene David, parece que sin aliento y harto… ¡Hola, David! Seguimos de guardia, ¡y hemos encontrado a un granjero dentro de un coche!
David se bajó de su bicicleta y la dejó caer con desgana sobre la hierba de la cuneta; pero antes de que pudiera decir nada, todos oyeron un galopar y se volvieron para ver a un hombre montado sobre un caballo de fina estampa que apareció a medio galope por la puerta de una valla que había allí cerca. A un centenar de metros detrás de él venía Peter, muy cómodamente montada sobre la pequeña «Sally», que como ya se había acostumbrado a cabalgar de noche, venía a muy buen paso. Tom se adelantó corriendo y abrió la puerta, mientras que Alan la cruzaba, apeándose de su montura y volviéndose para saludar a Peter con la mano. Entonces vio a Clancy.
—¡Hola! —dijo—. ¿Ha pasado algo?
Clancy asintió y lo llevó un poco aparte, donde no podían ser oídos, mientras que los del Pino Solitario se agrupaban alrededor del poste indicador.
—Me encontré con Alan, que acababa de salir de la granja montado a caballo —explicó Peter—. Había echado un sueñecillo y salía de nuevo a vigilar y se sorprendió mucho al verme a mí. Creo que está muy contento de nosotros. Se volvió a su casa para recoger el mapa que te habías olvidado. Se mostró muy amable cuando le dije lo del «capitoné». ¿Qué hacemos ahora?
—Odio tener que repetirlo —replicó Tom—; pero me gustaría irme a dormir. La noche está casi pasada y antes de que sepamos dónde estamos, Agnes nos estará llamando ala puerta.
—Confío en que los gemelos no se hayan despertado y descubierto que no estamos allí —dijo Jenny—, porque sería terrible… yo también necesito irme a la cama, aunque he disfrutado mucho estando de centinela con Tom. No he dejado de pensar lo maravilloso que sería si nos ocurriera algo o pasara alguien.
Entonces Alan y el señor Clancy se acercaron y este último fue todo sonrisas por debajo de su bigote.
—Ahora, jovencitas, debéis regresar —dijo Alan—. Habéis hecho un buen trabajo, y todos os lo agradecemos mucho. El señor Clancy y yo vamos a hacer una comprobación con los otros granjeros y tratar de recuperar algunas ovejas. De momento no avisaremos a la policía, hasta que no descubramos más de lo que queremos saber. Volved ahora y venid a vernos a Bury Fields cuando queráis. Siempre seréis bien recibidos. ¡Hasta la vista y gracias a todos!
—Ya le enviaré su bicicleta, señorita —dijo el señor Clancy—. Gracias a todos. Seréis bienvenidos en «Three Oaks» siempre que vayáis.
Muertos de sueño y de frío, los del Pino Solitario volvieron a Clun. Los ciclistas (Jon llevaba a Penny sentada en la barra), llegaron allí primero, pero Peter no fue muy detrás de ellos. La esperaron en la puerta delantera y luego subieron de puntillas los escalones, pasaron el largo vestíbulo y continuaron así, hasta sus habitaciones.
Cuando David y Jon se metieron en la cama por tercera vez aquella noche, Tom asomó la cabeza por la puerta:
—Os gustará saber que Dickie no parece haberse movido. Espero que Jenny haya tenido la misma suerte con Mary. ¡Buenas noches, muchachos! No sé si nos podremos levantar por la mañana. Si esos chicos son realmente tan ruidosos y difíciles te los mandaré a ti, David, ¡Buenos días!