EL SEÑOR CANTOR
Peter y Penny compartían una habitación en Keep View. Aunque ambas estaban ansiosas de conocerse mejor, no tuvieron oportunidad de hacer eso en su primera noche, porque ambas estaban tan cansadas que incluso durante la cena les costó trabajo mantener los ojos abiertos. En cuanto terminaron de cenar fueron escaleras arriba, sonrieron soñolientamente la una a la otra una o dos veces mientras se desnudaban y se limpiaban los dientes y luego se metieron en la cama.
Peter se despertó primero, cuando aún estaba oscuro. Se despertó con esa extraña sensación que a veces viene en una cama extraña en una extraña casa, una sensación de no saber dónde se halla uno y de que la cama está mal situada,y de que la ventana y la puerta han cambiado de sitio. Entonces, al volverse y desperezarse, se acordó de todo.
«Esto va a ser divertido», pensó y valientemente sacó sus brazos de las calientes ropas de la cama y se puso las manos detrás de la cabeza. El aire que venía de la abierta ventana soplaba frío en sus desnudos brazos, y el centelleo de una distante estrella le recordó la mañana de ayer y de cómo las estrellas oscilaban en el cielo mientras ella salía a la oscuridad para ensillar a «Sally». Se preguntó cómo seguiría su padre y se sintió agradecida por el modo como David le había dicho que le telefonearía. ¡Qué buen amigo era David! ¡Nunca discutiendo! ¡Estando siempre en el justo lugar en el momento preciso!
Un gentil ronquido, que era poco más que un ronroneo, vino de la cama a su izquierda y le interrumpió sus pensamientos. ¡Penny! ¡Casi la había olvidado!
Peter palpó entre las ropas que ella había arrojado en una silla la noche anterior, hasta que halló su lámpara de bolsillo. Primero miró el reloj y vio que eran poco más de las siete y luego enfocó con su linterna los rojos cabellos de Penny apoyados desordenadamente en el almohadón.
Peter la miró cuidadosamente. Ella no hacía amistades con facilidad y aunque ya estaba preparada para querer a los Warrender en atención a David, no estaba necesariamente preparada para quererlos por su cuenta. Y se acordó de nuevo lo que había sentido la tarde anterior cuando vio desde el castillo de Clun a los Warrender, que la esperaban abajo.
Entonces, mientras la observaba, uno de los bucles de Penny le cayó sobre la frente y le cosquilleó en la mejilla. Ella se lo apartó con una mano, pero le volvió a caer, y entonces, con la boca ligeramente abierta, trató de soplarlo. Tenía un aspecto tan divertido que Peter se rió, se inclinó y la sacudió por el hombro.
Los ojos grises de Penny se abrieron y ella se incorporó, sentándose en la cama.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? Algo me ha mordido o me ha golpeado.
Peter volvió a reír.
—Soy yo, Penny. Estamos en Keep View y yo me encontraba muy sola y por eso te he despertado. Son más de las siete. ¿Nos levantamos y vamos a explorar?
Penny se acurrucó otra vez en la cama.
—¿Pero qué dices? —contestó—. Enciende la luz y hablemos. Casi siempre soy yo la primera que se levanta en mi casa, porque Jon es terrible por las mañanas, pero quedémonos hoy en la cama para variar. Que se levanten mientras los otros, que hagan ruido y que se peleen por el cuarto de baño en tanto que nosotras nos quedamos aquí muy cómodas.
Mientras estuvieron hablando acerca de sus escuelas y conociéndose mejor la una a la otra, llamaron a la puerta y Agnes entró con dos tazas de té.
—Bueno, chicas —empezó diciendo—. Esto no va a poder ser todas las mañanas. Os voy a acostumbrar mal sólo por esta vez, me he dicho a mí misma mientras hacía el té, pero como os vi tan cansadas la pasada noche…
Penny volvió a incorporarse.
—¡Oh, Agnes! —dijo—. Todo lo de usted es maravilloso. Lo fue la pasada noche, aunque no me acuerdo mucho de lo que pasó y es perfecta esta mañana. La voy a querer mucho.
—¡Vamos, vamos, muchachas! —contestó Agnes mientrasiba de aquí para allá por la habitación—. Y por amor de Dios, abrigaros o cerrad la ventana, si no, os vais a poner enfermas… Ahora voy a ir a despertar a esos gemelos y a los muchachos, y será mejor que os advierta que no os metáis todos a la vez en el cuarto de baño y que no echéis agua al suelo… Voy a decir a esos perezosos que vosotras dos sois las primeras. El desayuno se sirve a las ocho y media en punto y espero que no lleguéis tarde —y dicho esto se precipitó hacia afuera.
—¿No es encantadora, Penny? A ella le gusta eso. Realmente es la persona más buena y tenemos que ayudarla todo lo que podamos… ¡Vamos! Bajemos primero y exploremos.
Keep View era una casa corriente y más bien fea. No era antigua, pero hay decenas de millares de fondas como ésta a todo lo largo del país, especialmente junto a las playas. Las escaleras eran empinadas y llevaban directamente al vestíbulo, que olía a barniz y a linóleo. Había algunos cristales de colores en la puerta delantera y en el comedor,a la izquierda, y en lo que Agnes llamaba «el salón», a la derecha.
Cuando bajaron las dos chicas, dirigiéndose hacia el comedor, un agradable fuego ya ardía en la chimenea y una mesa dispuesta para ocho, estaba junto a la ventana. A fuera, la mañana parecía fría, gris y desagradable.
Jenny fue la siguiente en bajar.
—¡Oooh! —exclamó al ver el fuego y corrió hacia él—.¿No es estupendo? Mary ha dormido conmigo y todavía está dormida. Cada vez que he tratado de despertarla me ha contestado: ¡Iros, so bestias! Además, tiene a «Mackie» en su cama y éste me gruñía… ¿Qué vamos a hacer esta mañana? ¿Lo habéis pensado? ¡Ah! Yo sé lo que debemos hacer, ¿no, Peter? Primero tendremos una reunión secreta, ¿no? Me gustaría que los otros vinieran. La malo de esos chicos es que pierden mucho tiempo. Mi padre dijo que me podía quedar todo el tiempo que estuvieran los demás, pero queremos aprovechar hasta el último minuto, ¿verdad? Es una lástima que no estemos siempre juntos, y el tener que irse a dormir, aunque a veces tengo unos sueños tan estupendos, que creo que merece la pena… ¡Oh! aquí vienen. ¡Hola, Tom! ¿Dónde están los demás?
Tom bostezó.
—Este es un sitio muy raro, ¿no? No es lo que yo me había esperado. Pensé que sería una casa vieja y un poco fantasmal, como dice Mary.
Seguidamente Jon y David bajaron por las escaleras y cuando sonaba la media, apareció Agnes, que abrió una media puerta en la pared y exclamó:
—¡«Porridge» para todos! ¡Venid y servíos vosotros mismos y luego sentaos y comedlo mientras está caliente. Las gachas calientes en una mañana como ésta son tan buenas como un abrigo, me decía mi padre…
Entonces aparecieron en la puerta los gemelos, teniendo un aspecto sorprendentemente limpio, y se pusieron al final de la cola para el «porridge».
—¿Ves lo que pasa, gemela? —se oyó a Dickie murmurar—. Otro segundo y se habrían comido nuestras gachas.
—Y porque somos los más pequeños, exceptuando a «Mackie» —dijo Mary—, no nos han dejado entrar en elcuarto de baño.
En ese momento hizo una graciosa reverencia a Jon:
—¡Buenas días, Jon! ¿Eras tú el que roncabas de ese modo a medianoche? A «Mackie» y a mí nos molestó…
Jon conocía muy bien a los gemelos y no les hizo caso. Mary no se sorprendió cuando le vio tomar el azúcar de manos de Dickie y seguir comiendo sus gachas como si tal cosa.
Cuando hubieron terminado de comer y ayudado a Agnes a retirar las cosas, David hizo una seña con la cabeza a Peter y la llevó a través del vestíbulo hacia el salón.
—Quería preguntarte, Peter —empezó diciendo—, sin quel os demás estuvieran presentes, que si estás de acuerdo en que hagamos a Jon y a Penny miembros del club del Pino Solitario. Y si los vamos a hacer, creo que deberíamos hacerlo esta mañana.
—¿Por qué no se lo preguntas también a los otros? —contestó Peter dando la espalda a David de modo que él no pudo ver su cara.
—El club del Pino Solitario es tan suyo como mío —replicó David—. Realmente fue idea nuestra y no los admitiremos a menos que tú lo quieras. Ya sabes, Peter, que he llegado apreguntarme si Jon no se iría a reír de nosotros por eso del Club… Claro que es un buen muchacho, pero siempre está pasando exámenes y haciendo cosas de esas y podría pensar que nos portamos como chiquillos, firmando con sangre y tal… ¿comprendes lo que quiero decir?
Peter se volvió y se encaró con él con las mejillas coloradas.
—Sí —repuso—. Ya veo lo que quieres decir, David. Te avergüenzas del club y temes que Jon se ría de nosotros… Muy bien. Lo mejor será que os vayáis los dos y que os hagáis mayores en otra parte. Los gemelos y Tom, Jenny y yo, haremos miembro a Penny.
—¡Muy bien! ¡Muy bien! —la interrumpió David—. Te equivocas. Sólo quise preguntártelo a ti antes que a los otros. No te lo he dicho antes, pero fui al Pino Solitario ante ayer y desenterré el bote que contiene las reglas. Lo llevo en mi mochila. ¿Se lo preguntamos a ellos, Peter? Estoy seguro que Jon no nos defraudará. Sólo he pensado por un instante eso de qué diría.
—Pues pregúntaselo a él —dijo Peter secamente—, y veamos a ver qué dice. Tú le conoces a él y yo no. Apenas si le he dirigido la palabra.
David se fue hacia la ventana.
—Te has levantado boca abajo, ¿verdad? —le dijo.
Pero antes de que ella pudiera contestar, oyeron la voz de Jon que los llamaba desde el vestíbulo.
—¿Dónde estás, David? Os buscamos a ti y a Peter.
David abrió la puerta y Jon entró.
—Espero no molestar —dijo mientras se limpiaba las gafas—, pero quería encontraros a los dos y especialmente a Peter.
—¿Para qué? —le preguntó ésta—. Si quieres hablar con David, me iré.
Jon enarcó las cejas.
—No —dijo tranquilamente—. Quería pediros a los dos que nos permitáis a Penny y a mí ser miembros de ese club secreto vuestro. Desde luego, Peter, puede que pienses que no nos conoces bastante todavía, pero creemos que sería una manera magnífica de empezar estas vacaciones, si pudiéramos hacer eso esta mañana.
Peter miró a David con el rabillo del ojo y se rió un poco avergonzada.
—Creo que los dos estábamos equivocados, David —dijo mientras se volvía hacia Jon—. Claro que nos encantaría admitiros a ti y a Penny. Al fin y al cabo por eso es por lo que os hemos pedido que vinierais. ¿Os importará a los dos esperar un poco hasta que os mandemos un mensajero cuando todo lo tengamos dispuesto?
Jon se apartó a un lado para dejar pasar a Peter hacia el vestíbulo y ella no llegó a ver el modo como David guiñaba con el ojo izquierdo, mientras la seguía afuera.
Diez minutos después los del Pino Solitario fueron por la calle mayor de Clun abajo, en dirección a la Colina del Castillo. Los gemelos, al lado y marcando el paso, iniciaban el camino llevando tras sí a «Mackie». Peter iba entre los dos muchachos, mientras que Jenny iba de unos a otros hasta que David se quejó de que lo mareaba. Subieron a la colina, tratando de adivinar dónde habría estado el puente levadizo cuando el castillo estuvo habitado, hasta que se hallaron a la sombra de los poderosos muros del recinto. Desde allí podían dominar los tejados de la pequeña población en una dirección, el río que se curvaba por tres lados de la colina en otra, y cuando se volvieron hacia la derecha, vieron las onduladas colinas y los bosquecillos que eran todo lo que ahora quedaba del Bosque de Clun, y allá en la distancia, la línea sombría de las Montañas Negras y las otras abruptas cimas de los límites del País de Gales.
—Este lugar es nuestro cuartel general número tres —dijo Dickie—, el número uno es nuestro pino solitario allá en nuestro pueblo; el número dos es el pajar de las Siete Verjas y este viejo castillo es el cuartel general número tres… ¿Quién va a coger a estos dos y a vendarlos y a conducirlos hasta aquí, David? No perdamos tiempo.
Antes de que pudiera contestar, a David le pareció que alguien estaba tratando de llamar su atención y se volvió para ver a Jenny mirándolo con cara de pena y sus manos juntas con aire de súplica.
—¿Quieres que yo lo haga con Penny, David? —suplicó.—Deja que yo se lo haga a ella, David. No te volveré a pedir nada si me dejas que vaya a vendarla y a traerla aquí. La asustaré por el camino, pero deja que lo haga yo. ¡Me gustan tanto estas cosas!
—¡Muy bien! —contestó David, riendo—. Ve tú primero, Jenny, y luego los gemelos que traigan a Jon.
Y de este modo los Warrender fueron hechos miembros del Club del Pino Solitario. El mensajero, que fue enviado primero a Keep View, era Dickie, quien casi faltándole el aliento, se pavoneó en el vestíbulo y exclamó:
—¡Traigo un mensaje para vosotros, Jon y Penny!
Cuando ellos aparecieron, Dickie respiró profundamente y dijo lo que le habían encomendado, tan rápidamente como le fue posible.
—Si queréis ser miembros jurados de nuestro club secreto, ahora tenéis la última oportunidad de decir sí o no. Si queréis para siempre conservar vuestra paz decid sí o no.
Aquí se detuvo y miró a Jon muy decidido por si aquel muchachote cometía la temeridad de reírse. Pero la cara de Jon, mientras miraba a Dickie, estaba la mar de seria y asintió lentamente con la cabeza mientras contestaba:
—Mi respuesta es sí, Richard.
Dickie guiñó al oír eso de «Richard» y se volvió a Penny, que lo más de prisa que pudo compuso su cara y se quedó con sus manos cogidas modestamente delante de ella.
—Yo también digo sí —añadió muy grave.
—¡Estupendo! Quiero decir, muy bien —replicó Dickie, fríamente— y ahora ya sabemos quiénes somos, Penny, tú serás la primera víctima y te voy a vendar los ojos y vendrás conmigo.
—¿Está muy lejos, Dickie? —preguntó Penny—. Es que me mareo cuando me vendan y no puedo estar de pie.
—Pues tendrás que aguantarlo —le repuso Dickie implacable—. Ha de ser así. Y son unas cien millas.
—¡Oh! —gruñó Penny—. ¿Cuidarás de mí, Dickie? ¡Vamos y acabemos de una vez! ¿Tengo que ir calle abajo vendada?¿Qué pensará la gente?
—No nos importa lo que piensen. Tú haz lo que te dicen.¡Vamos! —y cogiendo una bufanda del estante del vestíbulo se la ató a la cabeza, vendándola.
—Tú espera aquí —dijo sombrío a Jon—. Ya vendremos por ti.
Dickie cogió el brazo de su víctima y la condujo firmemente por los escalones hasta la calle. Penny fue recordando que volvían a la derecha y luego cruzaban la carretera varias veces, pero después se sintió perdida. Una o dos veces oyó voces de extraños que por lo visto se apenaban de ella y una vez Dickie dijo indignado.
—¡Váyase y déjenos solos! Ya puedo yo llevarla muy bien, gracias. No debe hablarle porque ella está enferma, muy enferma y no debe hablar con extraños.
Finalmente Penny sintió hierba bajo sus zapatos y se dio cuenta de que Dickie ya no la sujetaba por el brazo. Presa de pánico, alargó sus brazos en busca de él.
—¿Dónde estás, Dickie? No seas tonto. Vuelve —y alzó sus manos hacia la bufanda que le tapaba los ojos.
Inmediatamente, una voz horrible, como un graznido, le dijo:
—No te atrevas a tocar eso. Si abandonas ahora, habrás fallado y nunca podrás llegar a ser miembro del club… Te llevaré más allá dentro de un minuto, pero por última vez te pregunto si estás dispuesta a sufrir torturas y a todo lo que sea, sólo por ser miembro de este club.
Penny asintió débilmente. Estaba tratando en vano de reconocer esta voz, pero como estaba de veras mareada, lo que quería era quitarse la bufanda y volver a ver.
Entonces una mano cálida tomó la suya y empezó a conducirla cuesta arriba. Mientras subían, Penny sintió el viento en sus rizos y casi se rió al pensar que Jon iba a tener que soportar una experiencia semejante.
—Te estás riendo —dijo la voz graznadora a su lado, y sus dedos fueron estrujados tan fuerte, que por poco no grita dedolor y sorpresa—. No hay nada de qué reírse, y tienes que demostrar al capitán y al vicecapitán que serás un buen miembro. ¿Puedes verter tu sangre por el club?
Esto sonó algo alarmante, pero Penny tragó saliva y dijo que creía que sí, y entonces se detuvieron y ella oyó el murmullo de otras voces alrededor de ella, y de repente se halló guiñando ante la risueña cara de Peter y vio que ella y David estaban apoyados contra una vieja pared gris. Cuando alzó la mirada vio un cielo invernal sobre las ruinas de la torre del homenaje.
—¿Quién me ha traído aquí, además de Dickie? —preguntó—. ¿Quién era el de esa voz tan horrible?
Jenny, en segundo término, se volvió triunfalmente haciaDavid.
—¡Ahí tienes, David! ¿Qué te dije yo? Sabía que podría hacerlo… ¿Verdad que no lo has adivinado, Penny? ¡Aposté a que te asustaría!
—¡Me acordaré de esto, Jenny! —se rio Penny—. ¡Un día me las pagarás! Y ahora, ¿qué es lo que tengo que hacer?
David sacó un viejo bote y de él sacó un sucio trozo de papel doblado.
—Estas son las reglas del Club del Pino Solitario —dijo—.Las promulgamos el mismo día que iniciamos el club y han sido mantenidas enterradas bajo el solitario pino original en Witchend. Léelas, Penny, y luego firma tu nombre con tu propia sangre bajo los otros. Peter ha traído una aguja, así que podrás pincharte en tu brazo o en tu dedo.
—En tu dedo será mejor —le dijo Jenny—. Luego aprieta, ¡y brotará la sangre!
Penny cogió el sucio pedazo de papel, que ella sabía que había estado oculto unos dos años y leyó las reglas lo mejor que pudo. La tercera, la cuarta y la quinta parecían las más importantes.
—El club y el campamento son tan privados, que cada uno de los miembros jura con su sangre el mantenerlos secretos. Cada miembro promete ser cariñoso con los animales. El club es para explorar y observar a los pájaros y animales y seguir la pista a los extraños.
—Lo último de todo es lo más importante —dijo Peter tranquilamente—. Lo que está al otro lado. Es lo único que importa. Es el juramento.
Penny volvió el papel y leyó:
—«Cada miembro del Club del Pino Solitario abajo firmante jura guardar las reglas y ser sincero con los demás pase lo que pase.»
Entonces alzó la mirada y halló los ojos azules de Peter. Las dos chicas se miraron la una a la otra un minuto prolongado sin hablarse.
—Entonces… tienes razón, Peter —dijo Penny tranquilamente—. Dadme la aguja. Me gustará firmar esto.
Para cuando ella hubo firmado, oyeron voces allá abajo y corrieron para ver a Dickie y a Mary que conducían a Jon colina arriba. A pesar de todos sus esfuerzos, a los mellizosl es había sido imposible disimular su identidad, y aunque Dickie, tan pronto como Jon fue vendado, trató de hablar con la boca torcida, no había tenido éxito. Su víctima se había mostrado muy educada y preguntó cortésmente si se podía meter las gafas en el bolsillo, pero los gemelos no tuvieron ganas de conversar mientras lo llevaron a lo largo de la calle y luego colina arriba hasta el arruinado torreón.
Ni David ni Peter tuvieron que preocuparse por el interés que se tomaba Jon, porque aunque estuviera fingiendo lo hacía muy bien. Cuando, al igual que Penny, se hubo pinchado el dedo y firmado el juramento con su propia sangre, David volvió a coger el papel y dijo:
—Si éste es el cuartel general número tres, supongo que debemos enterrar los documentos aquí. ¿Qué os parece, muchachos?
Todos convinieron en que este rincón particular de las ruinas iba a ser el lugar de reunión del Club y cuando fuera necesario, los papeles serían indefectiblemente enterrados allí.
Para evitar discusiones, David se apresuró a sacar un gran cuchillo, cortó y alzó una rebanada de césped y enterró el bote. Cuando la hierba fue vuelta a colocar se miraron los unos a los otros y se hicieron muecas.
—Este club no es cosa para reírse, vosotros, Jon y Penny—dijo Mary muy seria—. Y además, debéis aprender otra cosa muy importante. Nosotros tenemos otra regla que nadie puede ser realmente miembro hasta que sepa cómo hacer el silbido del avefría.
Mientras iban colina abajo hacia la ciudad Tom dio a los nuevos miembros una lección de cómo hacer el silbido, y hallaron que Penny era mejor discípulo que Jon.
—Es que no te esfuerzas —le dijo su prima—. Reconoce que eres listo para otras cosas, pero que no sirves para silbar. Imagina que te pierdes en la niebla y quieres llamar alos otros del Pino Solitario y no puedes silbar llamada. Imagina eso. ¿Qué harías entonces?
—¡Pues gritaría, so idiota! Esta mañana no tienes sentido común, ¿no te parece?
Penny le volvió la espalda y se fue adelante, junto con Peter y David. Al pie de la colina pasearon a lo largo de la orilla del río, hasta que llegaron al pequeño puente de piedra por el que pasaba la carretera de Clun a Gales.
—Es extraño —dijo Jon—, pero los arcos no son iguales. Miremos el río desde allá arriba y puede que veamos algunos peces.
El puente era muy estrecho y entre cada uno de los arcos había un hueco triangular que servía a los peatones como burladero del tráfico. Durante unos momentos ellos se detuvieron para observar el agua desde uno de esos burladeros, mientras que Dickie corría de un sitio a otro para observar como la corriente se llevaba los pedazos de papel que él arrojaba en el río. Aunque era casi la hora del almuerzo, la ciudad parecía dormida. De repente, mientras Dickie hacía una de sus pasadas a través del puente, el silencio fue roto por el furioso rinrín del timbre de una bicicleta. David agarró a su hermano y todos alzaron la cabeza, mientras un hombre calvo se precipitaba colina abajo hacia ellos.
Penny, que miró por casualidad, de repente se irguió y cogió a Jon por la manga.
—¡Es Alan! ¡Eh, Alan! ¡Pare! ¡Somos nosotros! ¿No nos recuerda? ¡Eh! ¡Vuelva!
Pero por mucho que gritó, el ciclista siguió su camino y aunque indudablemente oyó a Penny pronunciar su nombre y pudo haberla reconocido, no hizo ninguna tentativa de detenerse, sino que se limitó a gritar algo por encima del hombro.
Penny se puso furiosa.
—¡Bueno! —exclamó—. ¡Qué grosero! ¡Y la cosa es que nos ha reconocido! ¿Vedad, Jon? Estoy segura. No le volveré a dirigir la palabra. ¿A dónde crees que iba?
—¿Es que lo conocéis? —le preguntó David—. ¿Quién es? Creí que decía «Policía».
—Eso creo yo también —añadió Jon—. Es el tipo que nos encontramos en el tren… que se encontró Penny. Tiene una granja de ganado lanar cerca de aquí. ¿No te acuerdas que hablamos anoche de ir a verle?
—Quienquiera que sea, tenía prisa —dijo Tom—. Es la única persona que he visto con prisa desde que estoy aquí. Me parece que por aquí todo el mundo está dormido.
—Dijo «Policía», ¿no? —preguntó Penny—. ¿Estás segurode que eso es lo que dijo, David? Bueno, puede que sí. Tú y Jon estabais cerca de él sin nada que hacer y ninguno de los dos estáis seguros de lo que oísteis. Parecéis sordomudos. Voy a ir a la Comisaría de Policía a ver si está allí. ¿Vienes, Peter? Me gustaría saber por qué tenía tanta prisa.
—Puede que hayan matado o raptado a alguien —añadió Jenny de un modo esperanzador—. Iré contigo, Penny. Me gustaría saber si ha ocurrido algo emocionante por aquí.
Así que cuando Alan Denton salió del «cottage» en HighStreet que tenía sobre la puerta un letrero que decía: «Policía del Condado», halló lo que parecía una pequeña multitud alrededor de su bicicleta.
Pronto se fijó en el cabello pelirrojo de Penny y dijo:
—¡Ah, hola! ¿Cómo está? Siento no haber podido detenerme en el puente, pero tenía prisa.
—Ya nos dimos cuenta —dijo Penny fríamente—. Por poco nos mata y este pobre chico.
Dickie abrió mucho los ojos, pero Penny prosiguió sin dejarle decir nada que expresara su indignación.
—Se portó usted de un modo muy brusco, Alan. Yo quería presentarle a mis amigos.
Alan pareció un poco alarmado.
—¿Todos estos son sus amigos? Creí que se había declarado un incendio o algo por el estilo. ¡Ah, hola, Jon! No le había visto antes. ¿Qué tal está? Claro que me gustaría conocerlos a todos, pero me temo no poder esperar mucho porque ha pasado una cosa muy desagradable y tengo que volver a Bury Fields. ¿Por qué no se vienen andando un rato conmigo? Tengo que ir andando hasta la colina.
Jon le presentó a todos y David dio una patada no muy suave a Dickie en el tobillo, cuando éste ya se adelantaba llevando a su lado a Mary. David sabía muy bien que si no sujetaba a los gemelos, éstos querrían hacer su famosa «comedia de presentación». Antes de que Mary pudiera abrir la boca y decir aquello de: «Buenos días, yo soy Mary Morton y éste es mi hermano, etc., etc.», Jon dijo:
—Espero que no haya ocurrido nada grave, Alan. Si es así no queremos entretenernos, pero si podemos ayudarle en algo…
Habían llegado de nuevo al puente e iban cruzándolo cuando Alan Denton dijo
—No hay razón para que no se lo diga, pero por favor, no se lo cuenten a nadie más. ¿Me lo prometéis? ¡Bueno! Lo cierto es que han empezado a robar ovejas enlas granjas de por acá y yo he perdido cincuenta de mis mejores cabezas y ya podrán imaginarse lo disgustado que estoy. Y ahora debo marcharme. Deseo que todos ustedes tengan muy buenos días y las mejores vacaciones que jamás hayan tenido. Me gustaría disponer de algún tiempo para enseñarles el bosque y las colinas. Puede que algún día,cuando haya encontrado mis ovejas. Sospecho que esto es cosa de los gitanos; los seguiré a donde hayan ido y si puedo, los meteré en la cárcel. Por aquí rondan dos de ellos con una muchacha y no me sorprendería que tuvieran algo que ver en esto. Me parece que son demasiado astutos.
—Si se refiere a Reuben, Miranda y Fenella —dijo David, indignado— le puedo asegurar que se equivoca, porque nos los encontramos en la carretera ayer al mediodía y se marchaban de aquí.
Alan se encogió de hombros.
—¡Eso es lo que le contaron a usted! No sé cómo puede conocerlos, pero yo no me fío de los gitanos y si ustedes ven a algunos por ahí deben dar parte a Sandridge, el policía de aquí. ¡Bueno Ahora debo marcharme ¡Saludos a todos! ¡Ah, un momento. ¿Por qué no vienen todos mañana a Bury Fields a ver a mi madre? Tendré un poco más de tiempo para enseñarles aquello. ¿Querrán venir? Vengan temprano a tomar el té y podrán volver antes de que oscurezca.
Peter se adelantó.
—Creo, señor Denton, que debo decirle una cosa que meocurrió ayer.
Alan se bajó de su bicicleta y escuchó atentamente mientras Peter le contaba su aventura con el «capitoné» de Wolverhampton.
—…aquellos dos hombres eran horribles —concluyó—.Estoy segura de que el camión estaba lleno de ovejas.
Alan se llevó un dedo a su barbilla, como hacía siempre que se sentía aturdido.
—Me parece extraño —dijo al final—. Pero no es posible que nadie meta las ovejas de otro en un «capitoné» a plena luz del día, y de noche eso metería mucho ruido. De todos modos, gracias por decírmelo. Hasta mañana. ¡Adiós!
Peter enrojeció por la humillación.
—No me ha creído. Ha pensado que ha sido imaginación mía.
—Entonces tampoco nos encontramos con Reuben y todo ha sido un sueño. ¡Bueno! Vámonos a comer.
—A lo mejor nos ponen cordero asado —dijo Dickie haciendo una mueca—. Vayamos a ver.
Después de la comida hizo un tiempo muy triste y frío, y Penny sugirió que una vez de que hubieran ayudado a Agnes a limpiar, se sentaran en torno al fuego y se contaran historias.
—Después de todo —dijo mientras cogía una bayeta— no vamos a estar siempre fuera, ¿no? Me gusta estar dentro enel invierno y pienso que es una tontería el salir por ahí para mojarse y pasar frío. ¡Venga, vosotros, Jon y David! ¡También tenéis que ayudar a limpiar!
—A mí se me caen siempre las cosas —repuso Jon en tono quejoso—. Ya lo sabes, Penny. Hago mucho destrozo con los platos. Mejor será que os las arregléis sin David, Tom y yo. ¡Hay tanta gente ya en la cocina! ¿No la estorbamos,Agnes?
Agnes se irguió y separó un mechón de cabellos grises que le caía sobre la frente.
—No crea que se va a librar de sus obligaciones, señorito Jonathan. Es mejor que todos ustedes se queden aquí, porque tengo algo que decirles.
Todos se agruparon en torno a ella y «Mackie» gritó cuando alguien lo pisó. Cuando el orden estuvo restablecido y Mary hubo sido consolada; el ama de llaves empezó de nuevo
—No es cosa normal que estando mi pobre hermana fuera esté llena la casa, así que me alegro en comunicarles que desde mañana habrá alguien para fregar los platos; por tanto, es la última vez que los admito en mi cocina… señorito Richard, ¿qué es eso que ha dicho en voz baja?¿Que se alegra?… Bueno, ¿qué es lo que estaba diciendo antes?
—Decía que la casa se ha llenado estando su hermana fuera —le recordó Penny.
—¡Ah, eso! ¡Gracias!… Tenga cuidado con esos vasos, señorito David, que no está en el circo!… ¿Por dónde iba?
¡Ah, sí! Esta misma tarde va a venir un caballero a quedarse unos días en la posada.
—¡Pero no puede hacer eso! —protestó Dickie—. ¡No lo queremos aquí! ¿Verdad, gemela?
—Eso diría yo —repuso Mary—. Primero tendríamos que echarle un vistazo.
—Eso es lo que quería decir —dijo Agnes, volviéndose desde el fregadero para mirar a los del Pino Solitario, que se habían agrupado en torno a ella—. No es broma. Me llamó por teléfono esta mañana mientras ustedes estaban fuera. Por su voz parece un caballero distinguido y se ve que necesita paz y quietud porque ha estado en un hospital.
—¿Le ha dicho usted que estábamos todos aquí, Agnes?—le preguntó David.
—Se lo dije y me dijo que se aguantaría, pero que como quiere quietud, pediría que se le encendiese la chimenea de su habitación y se quedaría en ella. Me dijo que saldrá mucho a pasear a recoger piedrecitas y cosas por el estilo por las colinas de los alrededores. Todos deben prometerme que se comportarán bien y esto ayudará a mi hermana, porque esa operación le va a costar mucho dinero. ¿Verdad que me ayudarán?
—Yo le invitaré a una taza de té por la mañana si es simpático —se ofreció Penny.
—Nosotros lo animaremos si se encuentra abatido y cansado —añadió Mary.
—¡Oh, no! ¡Tú no harás eso! —la interrumpió David—. Eso es justamente lo que Agnes no quiere… No se preocupe, Agnes. Estaremos a su lado y no lo perderemos de vista por si podemos ayudarle. ¿Cuándo viene?
—Creo que estará aquí a media tarde —dijo Agnes—. Gracias, señorito David, por querer ayudarme.
—Yo lo odiaré —dijo Jenny de repente—. Lo detesto sin haberlo visto. Odio al que venga.
Peter la miró sorprendida y entonces, cuando vio que sus ojos estaban llenos de lágrimas, fue hacia ella.
—Sé lo que sientes, Jenny. Estabas pensando que era tan divertido que estuviéramos solos juntos por primera vez en una casa, que ahora ese extraño, por simpático que pueda ser, va a estropearlo todo. Eso es lo que piensas, ¿no?
Jenny tragó un nudo, asintió y echó mano a su pañuelo.
—Yo también siento lo mismo —dijo Peter—. Sé lo que quieres decir. ¡Pero no importa! Tendremos que estar más ratos fuera. ¡Lo malo es que hace tanto frío!
—Salgan ahora —les dijo Agnes—. Gracias a todos por su ayuda. Menos mal que no se ha roto nada.
Volvieron todos al salón y miraron a través de la ventana. La tarde era fría y gris y la calle parecía desierta. Una ligera brisa agitaba las ramas desnudas de los árboles del jardín y al otro lado de la calle, un vecino había encendido ya una lámpara en la ventana, que relucía amablemente con una tonalidad cálida y anaranjada.
Penny se dirigió hacia el fuego.
—¡Venid aquí! —los llamó—. Echa algunos leños, Jon. Corred las cortinas. Olvidaros de este estúpido día y divirtámonos aquí. Ven y siéntate a mi lado, Peter, y ahora, como ya es hora de tomar el té, haremos algunas tostadas. Yo no quiero volver a salir hoy y además no tenemos por qué, ¿verdad?
Nadie discutió con ella. Arrastraron algunas sillas, pusieron cojines en el suelo y pronto se sintieron confortados por las crepitantes llamas. Primero se hablaron los unos a los otros de sus libros favoritos y no hubieran hablado de nada más si Jenny se hubiese salido con la suya. Lo malo de Jenny es que nadie conocía los libros de que hablaba y resultó difícil hacer que no siguiera contando todas sus historias que tanto significaban para ella.
Penny, que era muy buena habladora en todas las circunstancias, se quedó mirando con los ojos abiertos en muda admiración, a Jenny, que ensartaba, en apariencia sin pararse a respirar, una historia romántica y emocionante detrás de otra.
Pero el tiempo pasó tan rápidamente y hablaban tan alto, que no oyeron cuando Agnes abrió la puerta, encendió la luz y dijo:
—Este es el señor Cantor, que sin duda querrá sentarse un rato junto al fuego, mientras yo preparo el té para todos.
Los del Pino Solitario guiñaron ante el repentino resplandor y miraron al forastero que muy bien podría estropear sus vacaciones en Keep View.
Vieron a un hombre bajo y gordo, con una cara sonrosada y de aspecto inocente, que llevaba gafas con armadura de concha. Su cabeza era calva y brillante, pero se había peinado cuidadosamente los pocos pelos que le quedaban en una tentativa de disimular su calvicie. Ellos se fijaron después en que era muy extraño que hubiera venido al corazón de una de las regiones más bravías de Inglaterra, para pasar unas vacaciones, llevando un traje negro con ligeras rayas blancas; pero luego resultó que ésta fue la única ocasión en que pudieron ver tal traje que aquí parecía tan fuera de ambiente.
Cuando Agnes cerró la puerta, él puso una cara como si lo hubiesen echado a una jaula llena de animales salvajes y sin posibilidad de escapatoria. Lo cierto es que parecía tan asustado que los del Pino Solitario lo miraron más bien con rudeza, hasta que David recordó sus modos y Peter, que estaba sentada en la alfambrilla, apoyada sobre sus piernas, de repente sintió que la empujaban cuando el otro se puso de pie.
—Buenas tardes, señor. ¿Quiere acercarse al fuego? Me temo que hemos ocupado mucho sitio, pero hay lugar para todos.
Jon se levantó del sofá.
—¿Cree que podrá soportar el ser presentado a todos nosotros, señor? Son muchos nombres para recordar, pero Agnes nos ha dicho que usted se va a quedar aquí unos días y si es así, más vale que nos conozcamos y nos llevemos bien.
Y tras esta larga parrafada, durante la cual Penny se lo quedó mirando admirada, se quitó las gafas y las limpió con violencia.
El señor Cantor se adelantó y se puso bajo la luz.
—¡Dios mío! —dijo con una voz extrañamente infantil—.¡Cuánta variedad de jovencitos! Encantadora escena. Encantadora… Muchas gracias, muchacho. Creo que podré acordarme de los nombres de todos. ¿Puedo ser presentado primero a las jovencitas?
A Peter no le importaba esto mucho y acogió la presentación más bien fríamente. Penny, que siempre sentía curiosidad por los hombres, y éste parecía encantador, tan encantador que ella acarició el sitio vacío del sofá e invitó al señor Cantor a sentarse a su lado. A Jenny no le gustó y no hizo el menor esfuerzo para ocultar sus sentimientos. Tom pareció compartir la misma opinión y los gemelos estuvieron muy seguros del efecto que iban a hacer en el recién llegado cuando les llegó el turno. Pero en esta ocasión se vieron defraudados, porque el señor Cantor ya se había fijado en ellos con atención la primera vez y ahora, aparte de mostrarse muy educado, pareció no sentir el menor interés por ellos.
David se fijó en esto y tomó nota mental de recordar a los gemelos que no se vuelve la espalda a las personas mayores. El había visto los resultados de la falta de cooperación de Dickie y Mary demasiado a menudo, para no sentirse ahora nervioso.
Tras haber recuperado un poco su compostura, el señor Cantor empezó a animarse y cuando Agnes entró en la habitación con la bandeja del té, diez minutos después, se sintió aliviada al ver lo bien que habían congeniado, dadas las circunstancias. Sin embargo a Agnes le extrañó este señor Cantor que había venido a pasarse las vacaciones en pleno invierno; pero como lo único que le incumbía era cuidar de los intereses de su hermana en Keep View y en hacer que los del Pino Solitario se sintieran lo mejor posible, dejó de preocuparse tanto exclusivamente del nuevo huésped.
Pero Peter sí que se preocupó. No acababa de comprender a aquel hombre, y asimismo desaprobó el modo como Penny parecía estar entreteniéndolo, aunque se sintió curiosa. Varias veces mientras tomaban el té, ella lo sorprendió mirando a una u otro de un modo mordaz, cuando creía que no estaba siendo visto, y tuvo la extraña sensación de que fingía. Peter sabía que a veces tenía raras sensaciones acerca de las gentes y las cosas. Durante su corta vida había aprendido que no siempre había que creer en aquellos sueños o extraños presentimientos de disgusto y sorpresa. También sabía que tenía una rara comprensión y simpatía por los animales, que a menudo lo hacían todo por ella. Entonces, como si le hubiera adivinado sus pensamientos, el señor Cantor se inclinó y dio un trozo de pastel a «Mackie». Peter sabía muy bien, al igual que los gemelos, que Mackie a veces tomaba profunda antipatía a ciertas personas y ya había demostrado su certero instinto; pero en esta ocasión tomó la ofrenda de un modo gracioso, agradecido, y fue a sentarse a los pies del señor Cantor y se quedó mirándolo, alzando la cabeza de lado.
«¡Qué tonta soy!», se dijo Peter a si misma mientras volvía a inclinarse para arrojar otro leño al fuego. Entonces se volvió y dijo como si tal cosa
—Me gustaría que nos contara algo sobre Clun, señor Cantor. Estoy segura de que debe saber muchas cosas y nosotros no hemos visto más que el castillo. Supongo que todo es muy antiguo por aquí, ¿no?
La gafas del señor Cantor relucieron con el rojizo resplandor del fuego al volverse hacia la que le preguntaba.
—¿Tú eres Petronella, no? ¡Bueno, Peter! Me acordaré de eso… Bien, pues si me queréis escuchar os contaré algo sobre este país. ¿Sabéis que estáis en una comarca fantasmal? ¿No os dais cuenta de que en las colinas que rodean esta pequeña ciudad, lucharon y vivieron los hombres más antiguos de Britania? ¿Sabéis que sólo a unas pocas millas, aún corre una de las vías construidas por los romanos, recta como una regla, y que por ella marcialmente marcharon sus legiones? ¿Y ha oído alguno de vosotros hablar de la zanja de Offa?
Cuando Agnes volvió a retirar el servicio del té, el señor Cantor, con su pipa bien encendida, estaba sentado como un rey en su trono, con los del Pino Solitario como sus fieles súbditos, agrupados alrededor de él. Al cabo de diez minutos de la pregunta de Peter, ésta había olvidado sus sospechas, e incluso los gemelos y Jenny estaban quietos, mientras él les hablaba del país fantasmal que ellos pensaban explorar.
Primero les dijo que su trabajo le hacía interesarse por lahistoria, los edificios antiguos y las ruinas históricas, y que había venido a Clun a explorar algunos de los enterramientos prehistóricos que habían sido descubiertos recientemente en las colinas. Les contó lo de las puntas de flecha de pedernal y de los huesos humanos y de las grandes piedras dispuestas en forma de círculos, y de que tenían una antigüedad de tres mil quinientos años.
—Háblenos de esa zanja —dijo Dickie—. Nosotros sabemos algo de zanjas. ¿Está llena de agua?
—Esta no, Richard. Es una zanja muy especial construida hace mil doscientos años por el prudente rey Offa. Es un muro de tierra con una zanja hacia el oeste, o sea hacia el lado del País de Gales, que va unas ciento cincuenta millas hacia el nordeste desde Crepstow entre los ríos Severn y Dee.
—¿Se puede ir andando por ella? ¿Quién fue el rey Offa? —preguntó Mary.
—Se puede recorrer en parte hoy en día. No muy lejos de aquí hay un largo trecho para que vosotros lo exploréis. El rey Offa fue un rey de los Mercianos y Mercia era el reino que ocupaba lo que ahora se llama los Middlands. Mandó construir la zanja para señalar los límites de su reino a los merodeadores galeses, y supongo que por aquí se desarrollaron muchas batallas.
Mary, que estaba sentada en la alfombra, teniendo la cabeza de «Mackie» en su regazo, se irguió de repente, poniéndose de rodillas.
—¿Quiere usted decir que podemos andar por la zanja que hizo ese rey?
—¡Claro que podéis! Hay un trecho de una milla o dos.
—¡Atiza! ¿Lo has oído, Dickie? Iremos mañana… ¿Y hay algún castillo cerca?
—Toda esta tierra es tierra de castillos, Mary —le dijo el señor Cantor mientras se levantaba—. Ahora debo subir a deshacer el equipaje. ¡Ah!, y gracias por haber cuidado de mí tan bien… Tengo fuego en mi habitación para poder trabajar sin ser molestado, pero nos veremos a la hora de las comidas; de eso no me cabe duda. Buenas noches a todos.
Tom fue el primero en hablar cuando se quedaron a solas.
—¡Vaya tipo raro! Tiene gracia haber venido hasta aquí para pasar unas vacaciones con él.
—Creo que eres injusto —le replicó Penny—. Parece un buen hombre, y no es tan viejo.
—No tiene mucho pelo —añadió Dickie—. Apuesto a que tiene cien años. ¿Qué edad crees tú que tiene, Peter? Apenas si le has hablado.
—¿Que no le hablé? No creo que tenga cien años, Dickie. Creo que es un hombre muy interesante, ¿verdad?
Dickie asintió.
—Supongo que sí. Estuve escuchando durante un rato.Todo eso de lo que pasó hace tanto tiempo está muy bien, pero ya sabes que a Mary y a mi nos importa muy poco lo que pasó hace un billón de años. Queremos algo que esté sucediendo ahora.
—Eso es verdad, gemelo —dijo Mary soñolienta, mirando hacia el fuego—. Vinimos ayer y aún no hemos tenido una aventura verdadera, a menos que llaméis al señor Cantor una aventura.., ¡Oh, Dickie! ¿Te fijaste lo rudo que fue con nosotros cuando entró?
Dickie asintió decidido.
—Me acuerdo de eso, gemela.
—Bien —prosiguió Mary—. Puede que él se convierta en nuestra aventura. Ya es hora de que tengamos una.
—A mí también me gusta que las cosas pasen rápidamente —dijo Penny echándose hacia atrás sus rizos.
Jon soltó el libro que acababa de coger.
—Las cosas siempre te vienen bien a ti, Penny… ¿Ya vas a hacer una de las tuyas?