CAPÍTULO IV

PETER VA A CABALLO

El señor Morton estaba en lo cierto cuando predijo que Peter estaría levantada y partiría antes del amanecer, en el día del viaje de los del Pino Solitario hasta Clun. El levantarse temprano y el ir sola montada sobre «Sally», no era una experiencia nueva para Peter, porque era algo que ella hacía a menudo en primavera y en verano. Al contrario, estaba tan acostumbrada, debido a la soledad en que vivía en Hatchholt, que aunque le gustaban las visitas, gozaba igualmente con la soledad y la paz de las colinas.

Pero precisamente en esta mañana, aunque se sintió emocionada mientras se vestía, a la vez se halló disgustada al pensar en que iba a dejar a su padre de nuevo. Oyó sus pasos en la escalera, cuando aún estaba peinándose los cabellos y para cuando bajó a la cocina, un agradable fuego se hallaba ya encendido y las gachas estaban hirviendo.

—¡Buenas días, Petronella! —le dijo mientras la besaba—.Es una hora ridícula para que salgas de viaje, y hasta el mismo viaje me parece ridículo, pues podías haber ido en tren o en bicicleta como los otros… Pero eres una chiquilla muy terca y me temo que no tan ordenada y metódica como yo quisiera.

Aquí hizo una pausa para cortar unas rebanadas de pan.

—Déjame que yo haga las tostadas, papá —dijo Peter, esperando que un cambio de ocupación traería un cambio de tema.

—Muy bien. Pero ten cuidado con no echar migajas al suelo… ¿Has metido todo bien puesto en tu mochila o quieres que lo compruebe?

—Ya lo he metido todo, papá. Seguro. David vino por mi equipaje y el señor Morton lo cargó en el coche cuando llevó a Agnes ayer.

—Fue muy atento… ¡Ten cuidado! Estás quemando la tostada.

Cuando ambos se sentaron para tomarse sus gachas, el humor del señor Sterling cambió y no dijo nada más a su hija acerca del orden y puntualidad, aunque citó una vez lo alegre que estaba de que hubiera hecho tan buenas amistades con los Morton y cuánto deseaba que ella los viera lo mása menudo posible.

—Dentro de dos años, Petronella, yo habré terminado mi trabajo aquí, y entonces qué duda cabe que tendremos que marcharnos de Hatchholt para dejar el sitio libre a mi sucesor. ¿Qué te parecería eso?

—¡Papá! —Peter soltó su tostada—. ¡Papá! ¡No dirás en serio que tenemos que dejar esta casa! ¿A dónde íbamos air?

El señor Sterling le guiñó por encima de sus gafas.

—¿No habrás pensado que vas a vivir siempre con tu anciano padre? ¿No, querida? Por eso es por lo que ahora quiero que vayas a Clun… Tenemos que acostumbrarnos a pasarnos el uno sin el otro.

Peter estuvo muy pensativa mientras encendía una lámpara de seguridad y salió a ensillar a «Sally». Hacia el Este se veían las primeras claridades del alba. Sobre la ondulada grandeza de las colinas brillaban las estrellas y el aire era puro y frío. «Sally» salió cuando ella la llamó con un silbido y husmeó el bolsillo de su chaqueta, mientras ella la ensillaba rápidamente.

El señor Sterling la estaba esperando junto a la puertecilla del «cottage». La mochila de Peter estaba a sus pies y tenía algo informe sobre su brazo.

—¿No tienes frío, hija? —le preguntó mientras tomaba la lámpara de su mano y la luz anaranjada de la llama centelleaba en sus gafas.

—Me he puesto mi jersey nuevo y otro debajo de éste, y mi chaqueta y mis guantes de piel, además de mis pantalones de montar, que calientan mucho —pero mientras decíaesto, tiritó un poco, porque allá arriba en las colinas hacíamucho más frío que en los valles abrigados.

Su padre asintió.

—Estás creciendo, Petronella, y ya eres tan alta como tu padre. Ponte esto, hija mía y te alegrarás de ello cuando termines el día allá en Clun. Póntelo bajo la chaqueta —y le alargó un chaleco de cuero forrado de lana.

Peter protestó, pero su padre insistió y al final se salió con la suya.

—Y ahora, vete de una vez —le dijo refunfuñando mientras Peter le acariciaba—. El termo y los bocadillos van en la parte de arriba de la mochila. Cabalga despacio y ten cuidado. ¿Por qué camino vas a ir? Bajarás a Onnybrook o irás por las montanas?

—Por las montañas —dijo Peter mientras saltaba sobre lasilla—. Te telefonearé si me hallo en alguna dificultad o si me encuentro a algún salteador de caminos o algo por el estilo. Podría haber ido con los otros de haber querido, pero he pensado ir por mi cuenta y estar allí para darles la bienvenida. ¡Adiós, papá! ¡Y gracias por ser un padre tan bueno!

El casco de la yegua arrancó una chispa de una piedra de pedernal en el camino, mientras Peter se volvía para ver a su padre silueteado por un momento contra la cálida luzde la puerta abierta. El señor Sterling alzó su mano y laagitó y Peter sintió que las lágrimas le acudían a los ojos mientras respondía con el mismo gesto y le decía casi frenéticamente:

—¡Adiós!

Hizo volverse a «Sally» junto al embalse y hacia el sendero que llevaba del valle a la cima de la montaña. Mientras cabalgaba a través de la oscuridad se acordó de cómo, desde la loma que había allá arriba, ella y David Morton sehabían escondido en un lugar secreto y habían observado a la mujer que se hacía llamar la señora Thruston, el espiar para el enemigo con quien ellos estaban en guerra. Se acordó también de que en aquel mismo día ella y David nadaron en una carrera en el embalse y que él le permitió que ganara. Se ponía colorada al recordarlo porque sólo ella sabía por qué había hecho esto.

No tenía necesidad de guiar a «Sally», porque la yegua conocía cada palmo de estas colinas y sabía hallar muy bien su camino por el áspero sendero que iba junto al arroyo. Elvalle se estrechaba conforme ellos siguieron avanzando, pero al cabo de media hora de dejar su casa, «Sally» siguió un sendero que sólo podía haber sido hecho por conejos y dejó atrás el pantano que era la fuente de la corriente que alimentaba el embalse de Hatchholt. Luego se detuvo y meneó su cabeza como para decir

«Aquí tienes, Peter. Otra vez te he subido aquí a salvo. Ahora estamos en la cima.»

La montaña de Long Mynd por la que habían trepado es una amplia meseta de selváticas y solitarias colinas onduladas. Peter la conocía muy bien así como sus páramos. La conocía en noviembre, cuando las nieblas del otoño se aferran a ella como un vestido blanco y suave de las redondeadas laderas, y en febrero, cuando un cielo claro y pálido promete una nueva primavera. En verano ella había trepado a menudo hasta aquí y se había echado entre los brezos durante horas, mientras que miríadas de abejas e insectos ronroneaban en torno a su cabeza y el sol brillaba rosado a través de sus cerrados párpados. Y cada septiembre, al menos desde que ella tuvo uso de razón, había subido valle arriba a coger arándanos hasta donde ahora estaba con «Sally», hasta que sus dedos y su boca se le manchaban de púrpura.

Sabía también que era posible pasar un día en estas colinas sin ver a otro ser humano y que muchos forasteros que habían tratado de explorar el Mynd por primera vez, se habían asustado por estas espectrales soledades, y volvió la mirada agradecida hacia uno de los retorcidos valles en donde estaba la civilización.

—¡Arre, «Sally»! —le dijo Peter acariciando el cuello de la yegua—. Sigamos nuestro camino.

El Mynd se extiende del nordeste al sudoeste, a través de esta parte del Shropshire y ella se propuso ir cabalgando por las cimas hasta alcanzar el extremo meridional de las colinas. «Sally» se abrió camino a través de los arándanos hasta que alcanzaron una ancha y herbosa senda. A Peter le habían contado muchas historias acerca de esta senda, a la que llamaban el Portway, y que fue un camino de los antiguos bribones que corría por seis millas a lo largo del borde occidental del Mynd. Desde esta senda ella había mirado muchas veces sobre la llanura hasta el bravío macizo de los Stiperstones, a cuyos pies vivía su tío en su granja de Seven Gates, y hacia las montañas de Gales.

Espoleó a «Sally» a un medio galope, ahora que el sol naciente abrillantaba el cielo a su izquierda y mientras el viento le mordía en las mejillas, trató de imaginarse qué es lo que haría si se encontrara con una partida de antepasados suyos, vestidos de pieles, que viajaran por aquí, por encima de los peligros de los densos bosques que entonces cubrían la llanura de allá abajo.

Al cabo de un rato, pasó junto a una charca de siniestro aspecto llamada Wildmoor, y entonces olvidó todo, excepto la emoción de este galope al amanecer. Abajo, en los valles la blanca niebla parecía haberse pegado, pero aquí arriba el sol, conforme subía sobre el espinazo de Wenlock Edge allá lejos hacia el este, lucía con brillantez en un claro cielo y los ligeros cascos de «Sally» resonaban en el blanco césped y de vez en cuando sacudía la cabeza y bufaba con la alegría de la mañana.

David le había dicho a Peter la ruta que tenía que tomar y que ellos habían planeado encontrarse con Jenny en Crown Farm, por si ella quería unirse a ellos y acabar el viaje juntos; pero cuando ella dejó el Mynd detrás, escogió el hacer su propio camino. A ratos cantó o silbó mientras cabalgaba y siempre saludó con la mano y dijo ¡buenos días!, a los hombres que iniciaban el trabajo en campos y granjas. En una ocasión se detuvo durante quince minutos para hablar a un curtido anciano que estaba recortando un seto demasiado enmarañado. Mientras «Sally», muy a su gusto, pastaba un poco de hierba junto a la carretera, Peter ayudó a aquel hombre a recoger los recortes y se quedó con él mientras les metía fuego. Rugieron las llamas, crujiendo en la quietud del aire y dejando un círculo de cenizas grises veteadas de rojo y Peter tornó a cabalgar. En otra granja fue saludada por una señora muy amable, que la invitó a entrar para tomar una taza de té, juzgando con acierto, que puesto que era una cara desconocida, debía haber venido de lejos.

Pero conforme seguía su camino, Peter se encontró, como se habían encontrado los otros del Pino Solitario, al cabo de no muchas millas, que el sol no iba a brillar todo el día y que el tiempo se estaba enfriando rápidamente. Entonces agradeció el chaleco de su padre, que la mantenía abrigada y caliente.

Fue mientras estaba disfrutando de sus bocadillos y de su termo de café caliente, al abrigo de un montón de heno, detrás de un portalón, cuando oyó acercarse a un pesado camión que venía por la carretera. Se fijó especialmente en esto porque la carretera era muy estrecha, poco más que un camino vecinal y porque éste era el primer vehículo a motor con que hasta ahora se había topado, y en segundo lugar porque aunque ella no entendía mucho de vehículos y motores, estaba segura de que éste iba haciendo un ruido muy raro. Primero pareció dar golpazos muy fuertes y luego chisporrotear. Luego vinieron una serie de fuertes detonacionesy finalmente, tras un horrible rechinar, no hubo ningún sonido sino el de unas voces de hombres desde el otro lado del montón de heno.

Lo que pasó después fue tan desagradable que Peter no supo qué hacer. Estaba segura de que los hombres que ibanen el camión iban disgustados y estaban discutiendo de modo muy violento. Ella oyó el arrastrar de pesadas botas en la carretera y los gruñidos de vozarrones, mientras un hombre regañaba a otro.

—¡Pues hazlo tú!

Oyó muy claramente y menos mal que no pudo oír la respuesta a esta invitación. Decidió escurrirse silenciosamente a lo largo del seto y no volver hasta que los hombres se hubieran ido, cuando una de las voces se elevó de tono por la sorpresa y entonces supo que había sido descubierta.

—¡Mira allí, George! —dijo aquella voz ronca—. ¿Veo bieno allí hay una yegua ensillada? ¡Allí junto aquel montón deheno! Puede que tengamos la suerte de conseguir un remolque.

Después de eso todo ocurrió muy rápidamente.

Antes de que ella pudiera moverse oyó a uno de los hombres que de un modo ridículo imitaba el cloqueo de las gallinas y luego el tintín ligero de la brida de «Sally» cuando la yegua se apartó de quienquiera que estuviera tratando de cogerla. A la idea de que cualquier extraño rudo pudiera intentar poner las manos en su amada yegua, Peter sintió de nuevo valor, se metió los dedos en la boca y silbó. «Sally» nunca había dejado de contestar a sus llamadas, y casi antes de que la mano de Peter estuviera de vuelta en su bolsillo, la yegua vino trotando dando la vuelta al montón de heno, seguida por un hombre que tenía tan feo aspecto como su voz indicaba. Llevaba unos pantalones de pana sucios con polainas, un chaquetón viejo y una gorra a cuadros que llevaba echada sobre la cara. Se detuvo y miró furiosamente a Peter, que le devolvió la mirada de igual modo, con más valentía de la que sentía. El hombre volvió su cabeza y torciendo la boca dijo

—Ven aquí, Alfie, y mira quién hay aquí.

Alfie no tenía tan mal aspecto como su compañero. Llevaba un sombrero de ala color marrón y un abrigo sencillo, colgándole una colilla de sus labios. Se quedó mirando con insolencia a Peter y le dijo muy tranquilo

—¿Que está haciendo aquí, señorita?

Había algo en aquellos dos hombres que daba miedo, y sin embargo Peter tuvo el bastante sentido para darse cuenta de que no debía demostrarles que los temía, así que se irguió, la verdad es que no era muy alta, y se encaró con ellos bastante valerosamente mientras les decía

—Estaba almorzando al abrigo de ese montón de heno antes de que vinieran ustedes y trataran de coger mi yegua. No van a poder cogerla de todos modos, ella sólo me obedece a mí.

Los dos hombres se miraron el uno al otro y entonces el primero, el de la gorra, hizo una mueca que quería ser una sonrisa, y dijo

—Muy bien, señoritinga… ha sido sólo la sorpresa. Este es un sitio solitario en un día frío y nosotros nos sorprendimos al encontrarla aquí. Eso es todo. ¿No es verdad, Alfie? Nos sorprendimos de encontrar a una señorita con una yegua rondando por aquí.

La colilla de Alfie subió y bajó mientras decía:

—Mejor es que siga su camino, señorita, ¿no le parece? Mejor será que no se fije en nosotros. ¡Olvídese de que nos ha encontrado! ¿Entendido?

Peter se sintió más bien confusa por este extraño giro dela conversación, pero estaba segura de que la mejor cosa que podía hacer era reemprender su marcha lo antes que pudiera. Así que antes de contestarle, llamó a «Sally» suavemente por su nombre. La yegua, que estaba a unos metros con las orejas gachas y un triste destello en sus ojos, trotó hacia delante obediente y antes de que ninguno de los dos hombres pudiera dar un paso, Peter estaba en la silla. Ella se sintió allí segura, porque sabía que ahora ya no podrían cogerla. Asimismo se preguntó por qué habría dicho Alfie que sería mejor que los olvidara. Lo cierto es que ella nuncase había encontrado con dos personas que le hubieran disgustado tanto, pero sin dárselo a entender. Llevó a «Sally» hacia el portalón, sintiendo de repente curiosidad por ver aquel camión que se había estropeado en aquella solitaria carretera. Al hacer eso, el hombre de la gorra se adelantó hacia ella, dándose cuenta la muchacha de que era bizco de un ojo, y vociferó:

—¡Apártate de la carretera! Vete por dentro al lado del seto.

—Pero, ¿por qué? —preguntó Peter inocentemente—. ¿Porqué he de hacerlo? Se les ha estropeado el camión, ¿no? ¿Quieren que me detenga ante el primer garaje o ante el primer policía y les pida que vengan a ayudarlos?

Alfie pasó a contestarle:

—No, señorita; no queremos que haga eso. Ya nos arreglaremos… y marcharemos dentro de diez minutos. No se preocupe por nosotros. Olvídenos.

Entonces sucedió una cosa muy extraña. El viento, que soplaba de la carretera hacia ellos, de repente cobró fuerza y con él trajo un olor inesperado y ahogado, un sonido familiar. Peter apenas pudo creer a su nariz ni a su oído, pero de repente decidió ver por sí misma lo que estos hombres querían mantener oculto en la carretera. Se inclinó, acarició el cuello de la yegua y la impulsó hacia delante mientras el hombre bizco trataba inútilmente de agarrarla por la brida.

Mientras ella se volvía hacia el montón de heno, para ir hacia el abierto portalón, se dio cuenta, sorprendida, de que un enorme camión le cerraba el camino hacia la carretera. Rápidamente hizo girar la cabeza de «Sally» y la magnífica yegua pivotó y se volvió como una bailarina de «ballet». De vuelta en aquel recinto, se lanzó a un medio galope, pasó junto a los dos enfadados hombres que le amenazaron con sus puños, y dejó a un lado el montón de heno en busca de otra puerta o una parte baja en el seto. Peter fue la primera que halló un boquete y encaminó a «Sally» hacia él, rezando para que hubiera un margen de hierba al otro lado. La yegua saltó a través del seto como un pájaro y aterrizó suavemente en tierra blanda.

—Nunca me has fallado, querida —murmuró Peter mientras la acariciaba otra vez—. Gracias.

Luego miró atrás, hacia la carretera.

El camión era muy grande y aunque ahora estaba acierta distancia, estaba segura de que era un camión para el transporte de muebles de los llamados «capitonés». Estaba pintado de rojo descolorido y le pareció leer la palabra «Wolverhampton» en la parte trasera. Mientras forzaba la vista, los dos hombres salieron a la carretera y se la quedaron mirando.

Peter se estremeció ligeramente, volvió la cabeza de la yegua y prosiguió su camino, frunciendo la frente de confusión. Era una cosa muy rara que un camión de transporte de muebles de Wolverhampton viniera por esta carretera tan estrecha y solitaria, y más extraño todavía que el chofer y su ayudante quisieran que una chica joven no supiera nada.

—¡Canastos! —dijo Peter en voz alta de repente—. Ya recuerdo ese olor. Ahora sé qué son. ¡Son ovejas! ¡Y ese ruido eran balidos de ovejas! Ese camión va lleno de ovejas. ¿Pero por qué han de llevar esos hombres cerrado el camión de esa manera? A lo mejor es por eso por lo que no quieren que me acerque, no vaya a ser que denuncie a alguien esa crueldad. Me parece que por eso fueron tan groseros conmigo; pero, a pesar de ello, ¿por qué no había de abrir la puerta trasera del «capitoné»? Me alegro de haberlos dejado atrás. Me han sido odiosos.

Y así siguió cabalgando, mientras el tiempo empeoraba, el sol desaparecía y un viento frío soplaba a través del valle hasta la loma por la cual iba ahora ella cabalgando. Sabía que los otros del Pino Solitario alcanzarían Clun viniendo en dirección de Craven Arms, pero ella había proyectado su viaje de tal modo, que descubrió la pequeña ciudad secreta (como ella llamaba a Clun en su fuero interno), por la otra parte. Por supuesto que llevaba un mapa, porque en tierras desconocidas su dificultad mayor era el evitar las carreteras de grava. Para «Sally» era muy importante el ir por senderos o caminos con bordes de hierba. Sólo había una ciudad importante en su camino, llamada Bishop’s Castle. Había estado allí una vez, pero hoy determinó pasar de largo.

Perdió su camino dos veces. La primera vez dos hombres que trabajaban en un campo la volvieron a orientar, pero la segunda ocasión fue mucho más molesta la cosa, porque el sendero que había estado siguiendo se perdía en el claro de un bosquecillo y tuvo que volver atrás cabalgando una milla, hasta encontrar una granja en la confluencia de dos caminos.

«Sally» parecía no cansarse nunca, pero Peter sentía fríoy rigidez cuando finalmente dejó tras ella las cimas de las colinas y alcanzó un poste indicador que decía «A Clun 3 millas». El camino era ahora muy empinado, así que ella se bajó para estirar las piernas y dar un poco de descanso a la yegua. El bosque llegaba aquí hasta la carretera y reinaba la oscuridad bajo los árboles. Casi por primera vez en el día, Peter se preguntó qué es lo que estarían haciendo sus amigos y si ya habrían llegado a Craven Arms. Y luego se preguntó qué aspecto tendrían Jon y Penny, especialmente Penny. Se dio cuenta de que realmente había sido idea suya el que estos dos se unieran al Club del Pino Solitario y que había hecho tal sugerencia sin ni siquiera conocerlos. Y ahora que venían, Peter consideró si no habría sido mejor dejarlo tan sólo con sus miembros fundadores. El club era ya ahora demasiado numeroso, ya que se le habían unido Tom y Jenny. ¡Había sido tan divertido en los primeros tiempos, y en las Siete Verjas, cuando conocieron a Jenny! Ahora venían estos dos extraños y ya nada volvería a ser como antes.

La carretera se elevó una vez más y los bosques quedaron tras ellos, mientras «Sally» se detuvo obediente y Peter se alzó en la silla de montar. El cielo había enrojecido a sus espaldas, así que supo que iba cabalgando hacia el este y que Clun ya no podía estar muy lejos. Pronto vio una corriente de agua reluciente y se dio cuenta de que éste debía ser el río Clun, que bajaba del bosque de Clun para confluir en el río Teme y luego al caudaloso Severn. Durante otra milla fue cabalgando a orilla de la corriente, luego a través de un bosquecillo y entonces alzó la vista hacia una colina suave y empinada que se alzaba frente a ella, coronada por las ruinas de un castillo.

—¡Hemos llegado! ¡Lo hemos conseguido, «Sally»! —dijo Peter mientras se inclinaba para acariciar el cuello de la yegua—. Espero que seamos los primeros.

Al acercarse más se dio cuenta de que la ciudad debía estar al otro lado de la colina, porque no pudo ver casas, sólo esta gran elevación redonda ceñida por el río, sirviendo de foso. Hizo torcer a «Sally» hacia la izquierda, porque la cuesta de la colina era por allí más larga y suave, y volvió a salir a la carretera.

El sol casi se había ya puesto, pero las despedazadas piedras de las ruinas estaban teñidas con la roja luz del crepúsculo, cuando ella cruzó a través de una puerta de verja abierta sobre el blanco césped al pie de la colina.

Entonces, apenas sabiendo si reír o llorar por la sorpresa, se metió los dedos en la boca y silbó un largo y emocionante

—¡«Piuit! ¡Piuit»!

Cuando el eco murió a lo lejos, tres figuras humanas y un perrito que estaban a un cuarto del camino que llevaba a la colina, volvieron sus cabezas y se la quedaron mirando; pero fue Mary la que inició la carrera abajo para salir a su encuentro y se le colgó del cuello con sus brazos en cuanto desmontó.

—¡Peter! —gritó—. ¡Acabamos de llegar! ¿No es maravilloso? ¿Has visto en toda tu vida un sitio más misterioso y fantasmal? En cuanto hemos podido escaparnos de Agnes hemos venido aquí.

—¡Hola, Peter! —le dijo Dickie en cuanto llegó trotando—.Nos alegra mucho el verte, pero ahora tendremos que trepar otra vez por esta colina y estoy tan cansado y hambriento que hasta tengo un tremendo dolor de cabeza.

—¡Oh, Peter! —empezó a decir Jenny cuando todavía estaba a diez metros—. ¿Has tenido alguna aventura maravillosa? ¡Nosotros, si! Nos encontramos con los gitanos y me dijeron la buenaventura, que dice que tendré suerte. ¡Ah, Peter! ¡Lo estoy pasando estupendamente!

Peter se echó a reír.

—¿Dónde están los otros?

—Vienen en bicicleta. Nosotros quisimos venir con ellos, pero David no nos dejó… y ¡oh, Peter!, Agnes nos ha preparado la merienda cena más formidable que he visto. Nosotros hemos entrado para saludarla. El sitio es estupendo, pero hemos salido para explorar este lugar antes de que vengan los otros.

—¡Mira, mira! —gritó Jenny de repente—. Ahí están… Ya veo a Tom… Nos hacen señas… Ahora gritan… Estate quieto, Dickie, un segundo, y los oiremos.

—¡Bajad! —la voz les llegó débilmente—. ¡Ya exploraremos mañana! ¡Volved para enseñarnos dónde está la casa!

—Debemos volver —dijo Jenny—. No está bien que vayamos nosotros a explorar primero. ¡Vamos! ¡Venga! ¡Contéstales, Dickie…! No sé por qué, pero me duele la garganta.

Dickie se llevó las manos a la boca y gritó de tal modo que el eco dio la vuelta a las ruinas del castillo y asustó a algunos pajarracos que se echaron a volar graznando en el crepúsculo.

—¡Muy bien! ¡Esperadnos! ¡Ya vamos!

Al volverse para bajar otra vez de la colina, Peter se inclinó para acariciar a «Macbeth». De repente se sintió avergonzada de sí misma por pensar que no le gustarían los Warrender; pero a la vez se sintió muy tímida y «Sally» yella fueron los últimos de la pequeña cabalgata que se apresuró a bajar al otro lado de la colina, donde ella pudo ahora ver luces en las ventanas de las casas y a David, Tom, un muchacho más alto que debía ser Jon y una figura másmenuda que debía de ser Penny, que los estaban esperando.

De repente se sintió cansada. Se había levantado muy temprano y había cabalgado una larga caminata sin haber comido mucho. Toda la tarde había hecho mucho frío y luego había habido la aventura con los dos hombres del camión en aquella carretera solitaria. Se sentía agarrotada y dolorida y bastante hambrienta, y justamente en este momento desagradable no tenía ganas de que le presentaran a nadie.

Entonces la rodearon los demás, hablando y riendo. Ella tropezó por el cansancio y se dio cuenta de que David estaba a su lado y le estaba diciendo:

—Esta es Peter, a quien siempre quise que conocieras. Es el cerebro de nuestro club, como pronto descubrirás. Ha venido montada sobre «Sally», haciendo un trecho de camino más largo que el que nosotros hemos hecho en bicicleta, ¡y yo estoy tan cansado que no me puedo tener!… Mi padre me dijo esta mañana que ella llegaría antes que nosotros y tenía razón. No ha habido nadie que gane a Peter cuando ella se lo ha propuesto.

Esta fue una parrafada demasiado larga para David y Peter se sonrojó cuando Jon le estrecho la mano y le dijo:

—Es muy oscuro para verte bien, Peter, pero nos alegra muchísimo el estar aquí y el conoceros a todos y no sabemos cómo agradeceros el que os hayáis acordado de nosotros.

Y a su otro lado, Penny deslizó su brazo a través de los suyos y por una vez tuvo poco que decir:

—Es como si hace tiempo que te conociéramos, Peter. Desde que David y los gemelos vinieron a Rye en el verano.

—Si no como pronto, me voy a desmayar —dijo Tom—.Busquemos la casa en donde vamos a parar y seguiremos allí con los cumplidos. Además, hace frío. ¡Vamos, Jenny! Tú sabes dónde es. Ven delante conmigo.

Se volvieron en una estrecha callejuela que iba cuesta abajo, volvieron de nuevo a la izquierda y se hallaron en lacalle principal.

—Menos mal que no está lejos —dijo Mary—. Es pasado aquel farol. Hay escalones ante la entrada, pero una vez dentro es encantador, hay un fuego estupendo y comida, toda la que quieras. ¡Mira! Agnes está a la puerta esperándonos.

Se apresuraron y al pasar junto al farol Peter y Penny se miraron la una a la otra y se rieron al sorprenderse mutuamente.

—¡Qué tonta soy! —dijo Penny—. Me creí que te parecías a… me parece que fue David quien me lo contó.

Peter estaba ahora tan cansada, que no supo qué contestar. Pero supo que le iban a gustar estos Warrender y especialmente la chica de los rizos pelirrojos y risueños ojos grises que estaba a su lado.

Entonces «Sally» tropezó y empujó a David, que sehabía detenido en la acera frente a Keep View, mientras Agnes vino corriendo velozmente escalones abajo para saludarlos.

David se volvió:

—Dickie sabe dónde está el establo de «Sally». Agnes se lo mostró. Dámela, Peter; Dickie y yo cuidaremos de ella. Tú ve ahora y cuida de que todo se haga bien… ¡Vamos,Peter! No seas tonta. «Sally» me conoce y tú estás cansada y tienes frío… Ya guardaré mi bicicleta cuando volvamos o Tom la guardará por mí. ¡Penny! Coge a Peter y éntratela.

Y ante su sorpresa, Peter se halló haciendo lo que le habían dicho, ¡lo que le había dicho David! Al entrar por el umbral de Keep View con las palabras de bienvenida de Agnes resonando tras ella, la luz y el calor del recibidor y el aroma de algo caliente y gustoso de comer le hicieron sentir que todos los minutos de aquel largo día de aventuras, habían merecido la pena.