EL CARROMATO
La neblina persistió en el valle de Witchend mucho después de que hubiera desaparecido la oscuridad de la noche invernal. Todo estaba muy tranquilo. La quietud de las colinas era quebrada tan sólo por el murmullo del arroyuelo que corría alegremente entre los brezos hasta que se ensanchaba formando una balsa ante la puerta delantera dela casa, para precipitarse de nuevo por un estrecho cauce bajo el muro de piedra, deslizándose luego por un lado del camino que llevaba a la granja Ingles.
«Jemina», la pata de Mary, de repente apartó su pico del barro del fondo de la balsa, alzó su cabeza y graznó más bien tristemente cuando la puerta delantera se abrió y salieron Dickie y Mary. Los gemelos llevaban unas camisas verde claro, pantalones cortos de pana y unas caperuzas. Como la de Mary le tapaba por completo sus rizos, ambos se parecían más que nunca. «Macbeth», el scottie, con una cinta verde atada a su collar los siguió un corto trecho y luego se volvió y se sentó en el porche. Sabía que algo iba a ocurrir pronto, y aunque lleno de sospechas, no quería que lo dejaran atrás. Con su cabeza echada a un lado, observó a los gemelos hasta que éstos desaparecieron al doblar la esquina en dirección al cobertizo donde se guardaban las bicicletas Entonces apareció David, acarició al perrito con gesto ausente y dijo
—Sí, tú vienes con nosotros, muchacho. Pero no te va a gustar mucho el viaje. —luego alzó la voz—. ¿Dónde estáis,muchachos? Daos prisa con las bicicletas o llegaremos tarde. Ya está saliendo el sol.
Los gemelos reaparecieron con sus bicicletas.
—¿Lleváis infladas las ruedas? —preguntó David, severo—.¿Habéis cogido las bombas? ¿Os habéis olvidado de los parches como siempre?
Dickie pareció molesto.
—¿Por qué nos hablas de esa manera, David? Siempre estás pinchándonos. Apuesto a que nosotros seremos los que causemos menos molestias.
—Me acuerdo una vez que tú tuviste un pinchazo, David —añadió Mary—. Y siempre me parece que eres tú el que debe inflar sus neumáticos… Eres tan grande y tan fuerte…Y por favor no nos interrumpas más porque tengo que colocar la cesta para «Mackie». El pobrecillo aún no sabe que viene con nosotros.
—Sí que lo sabe —le dijo David mientras que se inclinaba sobre el sillín de su propia bicicleta—. ¡Se lo he dicho yo! ¡Pobre perrito! Para él sería mejor que lo dejáramos en casa. ¿Por qué no lo dejas?
—¡No le hagas caso, gemela! —la consoló Dickie— ¡Será canalla!… Vamos a colocar la cesta.
La cesta de «Macbeth» se la habían hecho especialmente para él unos gitanos de buen corazón llamados Reuben y Miranda, que una vez trajeron a los del Pino Solitario de Witchend un mensaje especial de Peter, que había sido enviada a una granja misteriosa allá por los Stiperstones. El perrito había aprendido a ir sentado en la cesta sin caerse, pero siempre agachaba las orejas y ponía cara de sentirse desgraciado cuando viajaba en ella. David nunca perdía una oportunidad para fastidiar a Mary acusándola de «cruel».
La cesta fue debidamente fijada al portacanastas, y mientras apretaban las correas, el sol apareció sobre las copas de los pinos que dominaban la casa y disipó parte de la niebla. David, silbando de contento, volvió con su bicicleta y les hizo una mueca.
Fue ignorado.
Entonces salieron su padre y su madre y la señora Morton dijo
—¿Seguro que os vais a portar bien, gemelos? ¿No será muy lejos para vosotros?
—Es muy extraño —hizo notar su padre quitándose la pipa de la boca—, que siempre que os pedimos que vayáis andando o en bicicleta a cualquier sitio para nosotros, digáis que es muy lejos o que estáis muy cansados y que por qué no vamos nosotros en el coche. Todos vosotros pudisteis haber venido ayer en el coche cuando llevé a Agnes y vuestro equipaje a Clun, ¡pero ahora queréis ir en bicicleta! ¡No hay quien os entienda!
Entonces se echó a reír y con ambas manos tiró de las caperuzas de los gemelos, añadiendo
—Pero me gustáis por eso. Cuida de ellos, David, y ve a su paso. Os telefonearemos a Keep View desde Londres esta noche para ver si habéis llegado sin novedad; pero sé que puedo confiar en vosotros.
—Sí, papá. Te lo prometemos —dijo David—. Pon a ese animalucho ahí detrás, Mary, y colocaos las mochilas a la espalda. Apuesto a que Tom ya nos estará esperando y como tenemos que encontrarnos con Jenny, vamos a echar a perder todo el programa si llegamos tarde.
—¡Vamos, cariñito! —dijo Mary melosa mientras levantaba al tembloso «Macbeth» y lo metía en la cesta—. Sé un perrito valiente y demuestra a David que no tienes miedo de «nada».
—Recuerdos a Agnes —dijo la señora Morton mientras besaba a los gemelos—. Que os divirtáis mucho. Nosotros estaremos de vuelta en cuanto podamos. ¡Ah, David, hijo mío! Muchos recuerdos a Penny y a Jon, y diles que nos gustaría que vinieran aquí, a Witchend, por las vacaciones de Pascua si tenemos sitio. Ya hablaremos de eso a ver si lo podemos arreglar. Ya os he puesto los bocadillos, las manzanas y los termos. ¡Adiós y buena suerte!
El señor Morton se adelantó y les abrió la blanca puerta.
—Apuesto a que Peter montada en Sally os ganará atodos —dijo sonriente—. Dadle mis recuerdos. Como la conozco sé que habrá empezado a cabalgar antes del amanecer. Que lo paséis bien y, David, si se estropea el tiempo, tened sentido común y no vayáis en bicicleta entre la nieve o la lluvia. Id a una estación y allí alquilad un coche hasta Craven Arms para la última parte del trayecto.
Se dijeron adiós y cuando Mary se volvió para gesticular con la mano, su bicicleta se tambaleó peligrosamente y el pobre «Macbeth» por poco se cae al suelo. Bajando por el camino que tan bien conocían y tanto amaban, fueron pedaleando, yendo los gemelos por delante. Conforme el sol fue apretando con más fuerza la niebla empezó a disiparse y el arroyuelo que corría a un lado del camino, centelleó de un modo simpático. Algunas rojas bayas silvestres aún destacaban en los desnudos cercados y el bosque que tenían a su derecha, un pájaro cantó.
—Silba nuestra llamada, David —le gritó Dickie por encima del hombro—. Apuesto a que Tom contestará.
—Te van a oír en Onnybrook si gritas de esa manera —le replicó David—. Cállate un momento y veremos a ver si nos oye.
Suave y sin embargo de un modo penetrante y claro, sonó el lamento del avefría que silbó David. Una y otra vez el solitario gritito encontró eco camino abajo y entonces, incluso más suave oyeron la respuesta en la tenue y agradable brisa del sur, lo cual les confirmó que Tom les había escuchado.
Les estaba esperando junto a la puerta de la casa y David no pudo por menos que recordar lo delgado y pálido que parecía cuando vino por primera vez a la granja de su tío, en el año en que ellos mismos habían venido a Witchend. Era más pequeño y ligero que David, pero su piel estaba curtida, sus manos ásperas y sus ojos parecían ahora estar siempre riendo. Apenas se le oía decir que echara de menos el cine, aunque seguía siendo un londinense de corazón, y sus días más felices eran aquellos en que era llevado a Shrewsbury o aún más lejos, a Birmingham.
—Llegáis tarde —dijo—. Hace horas que estoy levantado.¿No queréis pasar a ver a mis tíos? ¡Ah! He recibido una carta de Jenny esta mañana, creo que ella no sabe qué hacer.
—¿No ha comprendido dónde nos vamos a reunir? Esa es la cuestión, Tom. ¿Crees que podrá arreglárselas sola?
—Si no puede venir, iré yo a buscarla y luego nos reuniremos con vosotros más tarde —dijo Tom ceñudo—. ¿Por qué no habría de comprender? Además, ella es la única que ha de hacer sola el camino y muy bien podríamos esperarla.
—Peter también se las tiene que arreglar por su cuenta —dijo David indignado—. Y va a hacer todo el camino sola sin que nadie salga en su busca.
—Bueno, pero a ella le gusta eso —le replicó Tom— Fue una idea suya. Y además debes recordar que ella casi siempre se las ha de arreglar sola y no la pasa tan bien como nosotros.
Entonces se rió de buen humor y empezó a rebuscarse enel bolsillo.
—¿Te gustaría leer su carta, David?… Vosotros, muchachos, entrad a ver a mi tío que os está esperando.
Mientras los gemelos cruzaban el patio de la granja gritando a dúo «¡Tío Ingles! ¡Tío Alfred! ¿Dónde está usted?» David y Tom se apoyaron contra la puerta en tanto que el primero trataba de leer la carta de Jenny, que era tan emocionante y dramática como su autora
«Querido Tom:
Te escribo con la pluma estilográfica que mi padre me regaló por Navidad pero como no encontramos tinta para llenarla tuve que ir a buscarla a la tienda.
Todo es maravilloso y de lo más emocionante Tom no puedo decirte cuánto significa todo eso para mí. Papá dice que puedo ir con vosotros y que nos divirtamos pero yo no lo creeré hasta que me vea en el sitio que nombras en tu carta…».
—¿Por qué no dice Crow Farm en vez del sitio que nombras en tu carta? —preguntó David mientras volvía la página—. ¿Y por qué escribe sin comas?
—Ya sabes que ella es así, David. Son cosas de los libros que lee. Habla de la misma manera, pero es muy buena chica y nadie tiene que decir nada malo de Jenny —dijo Tom, poniéndose algo colorado; pero antes de que David pudiera decir que lo sentía, el señor y la señora Ingles salieron al patio de la granja entre los dos gemelos.
—¡Buena suerte a todos! —rugió el señor Ingles con su habitual y animoso berrido—. Tom se puede quedar con vosotros hasta que volváis.
—¿Dónde está «Mackie»? —dijo Mary de repente—. ¿Quéle habéis hecho, David? ¿Dónde lo habéis metido?
Pero «Macbeth» ya había oído la voz de su ama y aunque detestaba y despreciaba la cesta de todo corazón, apareció por un agujero de la cerca, en donde él había estado explorando una conejera, se acercó a Mary y se alzó para lamerle sus desnudas rodillas.
La cabalgata se inició de nuevo y ahora eran David y Tom quienes iban delante.
En parte porque habían planeado encontrarse con Jenny tan pronto como pudieran y en parte porque a David le pareció que sería más divertido y juicioso evitar la carretera principal, habían escogido un camino menos directo, a través de senderos que cruzaban una comarca muy silvestre.Tenían mucho tiempo antes de encontrarse con los Warrender en Craven Arms y estaban seguros de que los gemelos podrían seguir bien siempre que no les hicieran forzar la marcha y les permitieran tomarse buenos descansos.
Una o dos veces, David tuvo que pararse para consultar su mapa. Otra de las razones por las cuales él se había tomado mucho tiempo por delante, era la de que Mary, tras dos experimentos, se había negado en redondo a montar ensu bicicleta colinas abajo.
Hasta Dickie pensó que estaba loca.
—Eres una mentecata —le dijo—. Estás peor. Cuesta abajo es como mejor se va en bicicleta porque es como volar… Ati siempre te gustaba ir cuesta abajo, Mary. ¿Qué te ha pasado?
—Tú, so estúpido —le abroncó Mary—. ¿No ves que lohago por «Mackie»? Cuando voy tan de prisa doy sacudidas. Y cada vez que sacudo el pobrecillo sufre y se asusta.Tú puedes ir como quieras y a mi no me importa. Ya te alcanzaré… si quiero.
—Tú no has venido a hacer una larga caminata, no —murmuró Dickie—. Tú te has creído que esto es sólo dar un paseo y tomar el aire fresco. Subes andando y ahora bajas andando también. ¡Cualquiera te entiende!
—¡Dickie! —exclamó Mary sofocada—. ¡No puedo creerque seas tú quien habla! Ya me voy dando cuenta quién eres. No debes estar bien cuando te pones en contra mía…¡Dickie! Esta es la cosa más terrible que jamás me ocurrió.
Esta discusión tenía lugar en la cima de una alta colina y hasta David y Tom guardaron silencio al ver la cara de horror que ponía Mary, ante la deserción de su hermano gemelo.
Dickie empezó a manosear el timbre de su bicicleta.
—¡Oh, bueno! —murmuró tras una horrible pausa—. ¿No ves que estaba bromeando? Claro que comprendo lo de «Mackie». Lo que olvidaron las personas que nos rodean, Mary, es que nos hemos juramentado con sangre, como miembros del Club del Pino Solitario, para ser siempre cariñosos con los animales… ¿no es cierto eso?
—Nosotros no lo hemos olvidado, Dickie, pero hubo quien lo olvidó —dijo Mary de un modo más normal.
—Y hay otra cosa, gemela… ¿recuerdas ese chiste que hice de coger la bicicleta para dar un paseo?
Mary asintió muy seria.
—Bueno, pues si en este viaje tú y yo queremos dar un paseo en bicicleta, ¿por qué no hemos de hacerlo? Quiero decir que estas son nuestras vacaciones tanto como las de los otros, aunque ellos quieran hacerse los mandones, ¿no,gemela?
Mary sonrió satisfecha, porque éste era de nuevo su amado Dickie.
—Claro que sí, Dickie. A David le dijeron que no fuera más de prisa de lo que pudiéramos ir nosotros, ¿no?
—¡Eso es! —concluyó Dickie triunfalmente—. Así que ahora llevaremos de la mano nuestras dos bicicletas para bajar esta colina y Mackie podrá ir andando… ¡Vamos, gemela! Creo que David y Tom ya han descansado bastante por ahora.
Y diciendo esto siguieron carretera abajo, con «Macbeth» siguiéndoles muy sosegado entre los dos.
—¡Que se vayan delante! —dijo David poniendo su manoen la manga de Tom—. ¿Para qué discutir? Que sigan y así no tendremos que hablarles.
—Eso es lo de menos —murmuró Tom—. Yo no quiero hablarles cuando están de ese humor. Lo malo es que ellos nunca dejan de hablarnos a nosotros o de nosotros. Además yo no voy a ir andando por nadie. Iré a Crown Fram y si Jenny no está allí, andaré un poco camino hasta que la encuentre. Tú espéranos, David, si no estamos allí. ¡Hasta luego!
Y diciendo esto saltó sobre su bicicleta y zumbó colinaabajo.
Torciendo el gesto, David se fijó en que los gemelos ni siquiera alzaron la vista cuando Tom pasó junto a ellos.
Al pie de la colina subieron de nuevo a «Mackie» a su cesta y los tres Morton siguieron juntos en bicicleta. Tom se perdió de vista a los pocos minutos.
El sol estaba ahora muy alto en el cielo y como la carretera era ascendente, dominaba un espléndido panorama. Muy lejos, hacia el oeste, pudieron ver las escabrosas montañas de Gales, cuyos picos estaban ocultos por las nubes.Ante ellos se elevaba la meseta de los Clees, más allá de Ludlow y a su espalda estaban las colinas entre las que ellos vivían y los más ásperos Stiperstones, desde donde Jenny venía ahora cabalgando a su encuentro. David se detuvo ante la puerta de un seto a la izquierda de la carretera y les mostró el gran valle que se extendía entre Wenlock Edge y las colinas que ahora andaban explorando.
Muy a lo lejos,una nubecilla de humo blanco señalaba el progreso de untren que parecía de juguete y que iba de Shrewsbury a Hereford.
—¿Crees que Jon y Penny vienen en ése? —preguntó Dickie.
—En ése, no; pero por esa línea han de venir. Sería estupendo que los tuviéramos ya aquí.
Mary asintió, feliz.
—Los haremos miembros del club, ¿no, David? Tendrán que hacer el imprescindible juramento que Tom y Jenny hicieron.
—Y entonces ya tendremos bastantes miembros —añadió Dickie—. No podremos admitir a ninguno más. ¡Sí! Me gustará ver a Jon y a Penny de nuevo.
Siguieron subiendo por un camino empinado durante una milla, y entonces desaparecieron los setos y se hallaron ante un páramo abierto. David señaló enfrente:
—¿Veis aquellos edificios? Aquello debe ser Crown Framy un cruce de carreteras, y allí es donde hemos de encontrarnos con Jenny. ¿La ves a ella, Dickie? Tú eres el que tiene mejor vista de toda la familia.
Dickie se adelantó y se puso de pie sobre los pedales.
—¡Sí! —gritó triunfalmente—. ¡Me parece que la veo! Lleva un sombrerito verde y está de pie junto al poste, con Tom a su lado. ¡Hurra los del Pino Solitario!
—Agárrate fuerte, «Mackie» mío —le imploró Mary mientras aceleraba—. Vamos a dar unos pocos tumbos, así que agárrate de cuatro patas.
Jenny ya los había reconocido y ellos vieron que llevaba una boina verde y los saludaba con la mano.
—Se ha portado bien —dijo David mientras le devolvía els aludo—. ¿Habrá tenido que ir muy lejos Tom en su busca…? Bueno, acamparemos aquí y comeremos un bocado; ¿Qué tal le irá a Peter?
—Le irá bien —dijo Mary—. Espero que corra aventuraspor su cuenta. Creo que es la única de entre nosotros queno le importa ir sola un buen trecho, ¿no creéis?
David no tuvo tiempo de darle la razón, porque ya había llegado al cruce de carreteras y Jenny estaba dando saltos de alegría.
—¿Sabes, David, que yo llegué la primera? Aún antes deque viniera Tom y eso que me ha dicho que se ha adelantado especialmente. Fue gracias a tu mapa, David. Lo entendí casi del todo y no he perdido mi camino. Y otra cosa, David. Mi padre me ha dicho que me puedo estar con vosotros todo el tiempo que vayáis a estar allí. Estoy tan excitada que no sé ni lo que hablo. ¡Ah, hola, gemelos! No os he saludado porque no os he visto antes. ¡Hola, «Mackie»! ¿Verdad que es una monería, Mary? David, fue maravilloso que me pidieras… Me pesa mucho esta mochila, pero es terrible cuesta abajo porque como voy tan de prisa…
Aquí se detuvo para respirar y David aprovechó la ocasión.
—A todos nos alegra que hayas venido, Jenny. Si tu padre hubiera dicho que no, habríamos ido por ti.
—¿De veras, David? ¿En serio? ¡Dios mío! ¡Ojalá hubiera dicho que no…! ¿Sabes que siempre he querido que me rapten? Pero no creo que eso me ocurra nunca en la vida…
David no pudo por menos que reírse y ella se lo quedó mirando muy seria. Su cabello no era tan pelirrojo ni brillante como el de Penny y sus ojos eran más oscuros, pero sabía desde su primera aventura que era valiente, sincera y leal y muy divertida. Ya se había casi olvidado de esto y ahora se alegraba de que hubiera podido venir con ellos.
—Tom me ha dicho que Peter viene montada sobre «Sally» —prosiguió Jenny—. Es muy de ella, ¿no? Me muerode ganas de verla. Tom dice que vamos a ir a Craven Armsen busca de aquellos amigos vuestros. ¡Qué bueno! ¿Crees que les caeré simpática, David?
—¡Peor para ellos si no! —dijo Tom secamente—. Tampoco yo los he visto antes, Jenny. Puede que sean ellos los que nos gusten a nosotros, y en eso saldrían perdiendo.
David miró más bien sorprendido. ¡Jenny nunca necesitaría a un campeón estando Tom a su lado!
—Tenemos muchas aventuras que contarte, Jenny —le iba diciendo Dickie . Pero espero que tendremos mucho tiempo allí en Clun. Ahora me muero de hambre y creo que debemos hacer algo. Y te digo otra cosa: ¡está apretando el frío!
Tenía razón en lo del cambio del tiempo, porque el viento parecía soplar con más fuerza y venir del nordeste. El sol había desaparecido y de repente el día no pareciótan bonito.
Mary tiritó y cogió a «Macbeth».
—Tengo frío. Vamos a encender fuego junto a este poste y nos calentaremos antes de seguir nuestro camino. Se me ocurre la idea de que algo nos va a suceder aquí.
—A lo mejor es que el dueño de esta granja va a salir en cualquier momento por la puerta y nos va a decir «¡Hola! Los del Pino Solitario. Me alegro de veros. Por cierto que acabo de coger un par de pavos de corral y necesito que alguien me ayude a comerlos.»
—A lo mejor es eso lo que nos va a pasar —dijo Dickie.
—Pues yo no lo creo, so pequeñajo —intervino Tom—; pero puede que Mary esté en lo cierto. ¿Ves lo que yo veo,Jenny? ¿Lo ves tú, David? Eso que viene por la carretera en dirección a nosotros. ¡Mirad! Es otro carromato como el que ronda por estos lugares, y otro gitano que conduce que se parece a Reuben.
—¡Caramba, Tom! ¡Tienes razón! —gritó David.
Carretera arriba en dirección a ellos venía un carromato de alegres colores. Sus costados eran rojo y verde, y rojas y amarillas las ruedas. El techo, así como los fustes eran verdes, y había blancas cortinillas de encaje en las ventanas. Por la pequeña chimenea salía humo y también salía humo de una corta pipa negra que llevaba en la boca un gitano moreno, bien parecido y jovial, que iba retrepado llevando flojas las riendas con sus manos y tocándose con un sombrero verde. David y los gemelos salieron corriendo por la carretera y «Mackie» los siguió, ladrando muy excitado.
—¡Reuben! —gritó David—. ¡Reuben! ¿No nos conoce? ¿Cómo están ustedes? ¿Está Miranda? ¿Y Fenella?
—¡Somos nosotros, señor Reuben! —gritó Mary—. ¡Los de Witchend! ¿Se acuerda de nosotros? Nunca los hemos olvidado
El gitano sonrió mostrando su blanca dentadura y se empujó el viejo sombrero hacia atrás. Sus pendientes de oro relucieron y sus ojos centellearon con delicia mientras frenaba el caballo.
—¿Recordar? ¿Cómo iba a olvidarme? ¡Miranda! ¡Fenella! ¡Salid a saludar a los chicos de Witchend y aquel muchacho que trabaja en la granja de su tío, y a aquella chica de cuyo nombre no me acuerdo, pero a los cuales podréis decir la buenaventura!
Y por la parte de atrás del carromato vino una mujer de rostro oliváceo, llevando a la cabeza un pañuelo de brillantes colores y pendientes aún más grandes que los de su esposo. Luego, muy tímidamente, salió la muchacha gitana llamada Fenella, que miró ceñuda y eso que se moría de ganas de hablarles.
Miranda los saludó en «romany» y luego se volvió a hablar a su esposo en la misma lengua.
—Eso no está bien —dijo Mary—. ¿Que le está diciendo? ¿Se ha fijado usted en «Mackie»? Ha venido todo el camino en la cesta que usted le hizo.
La gitana se volvió sonriente hacia los gemelos.
—Le estaba diciendo, pequeños, que esta misma mañana le había dicho a Reuben que hoy encontraríamos a unos amigos.
Reuben bajó de un salto y echó las riendas sobre el lomo del caballo.
—Antes de decirnos a dónde van, dígannos dónde está nuestra amiga Petronella, que salvó la vida de Fenella y que es amiga de los gitanos.
—Peter se encuentra bien —le comunicó David—. Vamos todos a Clun a pasar unas vacaciones, pero ella ha querido ir por su cuenta montada a caballo. Estará allí cuando lleguemos esta noche. ¿A dónde va usted, Reuben? Si va usteda Onnybrook, no le servirá de nada subir a Witchend, porque la casa está vacía. Si piensa hacer una visita a los Ingles, no encontrará a Tom porque está aquí y todos sabemos quea usted no le hacen gracia los Stiperstones, que es de donde viene Jenny.
Al mencionar David a Clun, se dio cuenta de que los dos gitanos se miraban el uno al otro significativamente, pero antes de que su pregunta pudiera ser contestada, Dickie intervino en la conversación
—Íbamos a comer algo. ¿Querrán ustedes encender una fogata gitana y sentarse con nosotros? Sólo hemos traído bocadillos, pero los invitamos si gustan.
Reuben se quedó mirando al muchacho, sonrió y entonces, por encima del hombro, dijo algo a Fenella, que fue hacia el carromato para traer un poco de leña seca.
Entonces los gitanos enseñaron a los del Pino Solitario a encender un fuego al aire libre con sólo una cerilla.
Colocaron un trípode sobre las llamas, en el que pusieron a calentar un pote de sopa, que fue compartida, una vez caliente, junto con los bocadillos. Todos se alegraron del fuego, porque el tiempo se estaba enfriando rápidamente.
Mary empezó a explicar por qué iban a Clun, pero Reuben la interrumpió para preguntar si habían estado allí antes.
David meneó la cabeza.
—No. Es algo nuevo para nosotros. Supongo que usted habrá estado allí muchísimas veces. Díganos qué aspecto tiene.
Reuben se encogió de hombros.
—¿La ciudad? Como cualquier otra de su categoría, exceptuando quizás que es más tranquila. A veces pasamos por ella cuando vamos hacia Gales, pero no hay negocio allí para nosotros.
—Ya ven —terció Miranda—. Ustedes van a Clun y nosotros nos vamos de allá.
—¿Acaban ustedes de dejarlo? ¿Esta misma mañana?
—Partimos por la noche. Pero no desde la ciudad. Al otro lado de la ciudad está el antiguo bosque en el que hay granjas de ganado lanar y otras muchas cosas viejas y misteriosas además… Es una comarca que conocemos y a la que íbamos a menudo; pero ya no nos gusta tanto y puede que nunca volvamos a ella…
Como les presionaron para que explicaran las razones que tenían para no volver más por una tierra en que tan bien les iba, Reuben admitió que se habían cometido robos de ovejas por todo el término de Clun y que más pronto o más tarde, por muy inocentes que fueran, seguro que acabarían acusando a los gitanos.
—Así que nos vamos antes de que empiece el jaleo —acabó diciendo—. Reuben y Miranda tienen buena reputación en todas partes, pero cuando hay robos de ganado, sabemos por experiencia que lo mejor es irse.
David alargó sus manos hacia las llamas y alzó la vista hacia el cielo gris antes de decir
—¿Cree usted eso en serio, Reuben? Claro que es cosa que no me importa, ¿pero no teme que la gente crea de veras que ha tenido algo que ver si huye de esta manera? Me refiero a los que conocen a usted, y usted dijo que son todos por aquí, que se darán cuenta de que no tiene nada que ver en ello.
Reuben, que estaba apoyado contra la rueda de su carromato con las manos tras de su cabeza, echó un poco de humo en dirección a los gemelos, que ahora estaban muy felizmente ocupados con un gran pedazo de pastel. Luego se volvió para mirar a David y sonrió lentamente.
—Lo que tú dices parece tener lógica, pero no la tiene. Siempre echan la culpa de todo a los gitanos y nosotros no queremos que algunos de nuestros amigos diga «es extraño, pero Reuben y Miranda estaban en su carromato no muy lejos cuando desaparecieron las ovejas. Puede que lo hayan hecho algunos gitanos amigos suyos, si no lo han hecho ellos mismos».
—Yo no creo eso —dijo Tom tercamente—. Nadie diría eso, y esperamos que regresen cuando aún estemos en Clun. ¿Verdad, Jenny?
Jenny asintió y se volvió hacia Miranda diciéndole casi sin aliento
—Ya sé que es algo muy atrevido, pero me gustaría que me dijese la buenaventura. Nunca me atreví a pedírselo, pero ya que están ustedes aquí y si no le importa…
Miranda se echó a reír y le tomó la mano, acercándola a ella. Luego volvió la palma hacia arriba, mientras que Jenny, de rodillas, con el crujiente fuego calentando su espalda, se quedó mirando fijamente a la gitana.
—¿Es malo? —murmuró—. ¿Va a ser malo mi porvenir?
Miranda cerró sus dedos sobre los de Jenny y dijo:
—Tendrás mucha suerte, hija mía, aunque no la hayas tenido en lo pasado. Creo que tienes que aprender a no tener miedo, y me parece que eso te será fácil. ¡Tendrás buena suerte!
David se irguió.
—¿Qué le pasa al tiempo? ¿Es que va a nevar? Creo que deberíamos marcharnos, porque tenemos que estar en Craven Arms a las tres.
—Aún no nevará —dijo la gitana—, Hace demasiado frío para eso. Y también demasiado frío para que os quedéis aquí sentados, así que será mejor que prosigáis vuestro camino.
—Muchas gracias por la sopa —dijo Dickie muy cortés—.Nos gustaría volver a encontrarlos, y esperamos que vengan a vernos en Clun.
—Y «Mackie» vuelve a darles las gracias por esa cesta tan encantadora y por el trozo de conejo que usted le ha dado para almorzar. Hacía tiempo que no lo probaba. Por favor, vengan a Clun mientras estemos allí, o vuelvan a Witchend para las vacaciones —añadió Mary.
—¡Gracias por decirme la buenaventura! —exclamo Jenny, radiante.
—No se preocupe por los demás —le dijo Tom—. Ya le defenderemos si alguien habla mal de usted.
Entonces Fenella bajó los escalones del carromato, trayendo un ramillete de brezos blancos y dio a cada uno de ellos una ramita.
Pero a David le dio dos.
—Una para ti —dijo sonriendo—, y la otra para Petronella, de nuestra parte. Diles que Reuben y Miranda nunca la olvidan y que nunca olvide el silbido que le enseñaron los «Romany» y que le servirá cuando necesite nuestra ayuda.
Entonces levantaron a «Macbeth» hasta su cesta y con muchos adioses, los del Pino Solitario emprendieron otra vez el camino. El viento era muy fuerte y David se fijó en que los gemelos ya no seguían con el mismo entusiasmo que habían demostrado por la mañana. Tampoco iban hablando tanto y Jenny pensó a qué se debería su silencio. Como ciclista era bastante mala y su máquina era la peor. David esperó de todo corazón que no se le cayera hecha pedazos antes de llegar a Craven Arms. Iba montada delante, con Tom, pero de vez en cuando se giraba para hablar por encima del hombro a David. Cada vez que se volvía, su boina verde parecía caérsele más hacia atrás en la cabeza y cuando ocurría esto, ella le agarraba con la mano y cada vez que lo hacía, su bicicleta se torcía bruscamente en la carretera.
—¡Concéntrate en Tom! —le gritó David la cuarta vez que hizo esto—. ¡Haz memoria de todo lo que quieres decirme y me lo cuentas en la estación!
—¡Sólo quiero saber una cosa, David! —gritó ella y volvió a torcerse—. ¿Qué quiso decir Miranda con eso del silbido «Romany»?
David se arriesgó a todo por meterse entre los dos durante un trecho.
—Oye, Jenny. No quiero ir así por nadie, ni siquiera por ti. Si quieres hablarme, retrocede, o sigue adelante con Tom.
—Muy bien, David —convino ella—. Te lo preguntaré luego.
Para entonces llegaron al punto más alto de su caminata. En un cruce de carreteras un brazo de un poste indicador decía «Clun» y el otro, «Craven Arms» y aquí se detuvieron Mary y Dickie y a «Mackie», al que se le veían los blancos de los ojos, lo dejaron correr un poco.
—Es una tortura para él —admitió Mary—. ¡Mira, gemelo! Es tan duro que anda como un hombrecito.
—Como un perrito, querrás decir —argumentó Dickie—. Me muero de frío. Ojalá saliera el sol.
David sacó su mapa.
—Iremos colina abajo por la izquierda hasta Craven Arms. ¿Qué vas a hacer, Mary? ¿Caminar con tu bicicleta y «Mackie» o montar?
—Proseguiré con esta tortura; pero gracias de todos modos, David. Montaré colina abajo, pero prométeme que si «Mackie» se cae lo rescatarás. ¿Prometido?
David asintió
—Lo haré. Y ahora, ¡hala! A ver si encontramos fuego en la estación y nos calentamos antes de que Jon y Penny lleguen. Vosotros, muchachos, id delante hasta la carretera principal.
Conforme la carretera descendía, los terrenos yermos iban quedando atrás. Luego vinieron los pardos terrenos arados y algunas granjas y «cottages», y en muy poco tiempo llegaron a las afueras de Craven Arms, yendo hasta el patio de la estación, veinte minutos antes de la hora de llegada del tren de Shrewsbury.
—¡Caramba! —dijo Dickie mientras apoyaba su bicicleta contra una valla—. ¡Recaramba! Creo que me he quedado lisiado para siempre. Estate quieta, Mary, y dime si sientes lo que yo siento. Aunque estoy parado me parece que mis piernas le siguen dando y dando a los pedales… ¡es curioso!
Mary se quedó quieta y cerró sus ojos por un momento.
—No siento lo mismo —dijo finalmente—. ¡Me parece que las piernas se me van a caer!
Hasta David se sentía agarrotado y Tom dijo sin ambages que lo que quería era sentarse junto al fuego. Sólo Jenny parecía tan descansada como cuando se la encontraron y David no pudo por menos de preguntarse si esto no sería porque como siempre estaba hablando, no se daba cuenta de que estaba pedaleando.
Se dirigieron al andén y los gemelos sonrieron dulcemente a un simpático mozo que los miraba asombrado.
—Voy a ir a preguntar si han llegado las bicicletas de los Warrender —dijo David—. No hace falta que vengáis todos conmigo. Id a ver si hay fuego en la sala de espera.
Las bicicletas habían llegado y había fuego en la sala de espera. Era un fuego muy pobre para un día tan frío, así que Dickie y Mary se echaron al suelo y empezaron a soplar con toda su alma. Fue una lástima que no se dieran cuenta que habría sido mejor soplar alternativamente y no simultáneamente, porque cuando se levantaron tenían las caras negras.
Por orden de David se retiraron a un rincón y se limpiaron con el pañuelo de Mary, pues Dickie había perdido el suyo como de costumbre, y trataron de dejarse la cara como antes.
—Será mejor que no os limpiéis la nariz en ese sucio trapo —les dijo Tom al ver la esquina del pañuelo, pero antes de que pudieran contestarle, sonó la campana de aviso y todos se precipitaron hacia el andén.
—Espero que los Warrender no hayan perdido el tren —murmuró David—. ¿Qué haríamos entonces? No creo que estos chicos estén en condiciones de seguir pedaleando.
—Espero que puedan coger un autobús —replicó Jenny—. Podrían poner sus bicicletas en la baca. Yo iré con ellos si tu quieres… David, cuéntame ahora lo del silbido «Romany».
—En realidad no sé mucho acerca de ese silbido, excepto que Reuben, Miranda y Fenella se lo enseñaron y le dijeron que cada vez que se encontrara en un apuro, cualquier gitano que lo oyera vendría en su ayuda. Yo lo oí cómo lo probaba una vez, pero no se hallaba en ninguna dificultadlo silbó porque reconoció el carromato de Reuben que se acercaba hacia nosotros.
—¿Y dio resultado? —preguntó Jenny, cogiéndolo por el brazo.
—¿Que si dio? —repuso David sonriendo—. Era efectivamente el carromato de Reuben y él se enfadó muchísimo porque ella hubiera bromeado con el silbido.
—¿Y por qué le enseñaron un silbido a Peter? —insistió Jenny
—¿Es que no lo sabes, Jenny? Yo creí que lo sabías. Si te lo digo, ¿me prometes que nunca le dirás a Peter que yo te lo dije? Peter hizo la cosa más valiente que yo he conocido.Detuvo el carromato que has visto hoy, cuando su caballo se desbocó colina abajo hacia ella. El caballo se había asustado en la parte de arriba de la cuesta, y Fenella estaba sola en el pescante. Peter nunca dijo cómo detuvo el caballo, aunque yo me lo imagino. Lo cierto es que le salvó la vida a Fenella y los gitanos nunca olvidarán eso. Aquí viene el tren. ¡Vosotros, los gemelos! ¡Quedaos a la salida por si yo no los veo y agarrad bien a «Mackie». Odia los trenes y a las estaciones.
—Lo sabemos eso muy bien, gracias, David —dijo Mary—.Ven con tu mamaíta, monín y mira a ver si ves a Jon y a Penny.
El largo convoy se deslizó hasta hacer alto, pero antes dedetenerse, David vio la cabeza de Jon, con la pelirroja de Penny detrás de él, mirando ansiosamente a través de la ventana abierta.
—¡Hey! —gritó—. ¡Estamos aquí, muchachos! —y corrió hacia el andén.
Jon, sonriendo, bajó el primero y entonces se volvió para ayudar a Penny, quien en su excitación y prisa, tiró su mochila en el andén y empujó su maleta detrás. Entonces saltó, tropezó con el equipaje y fue a caer contra David.
—¡Oh, David! —le dijo mientras lo agarraba por el brazo—. ¿No es maravilloso que por fin estemos aquí? Estoy harta de trenes, pero ya nada importa. ¿Cómo estás, David? ¿Y los gemelos? ¿Dónde se han metido? ¿Y cómo está «Mackie»?… Dime algo, David. ¿Crees que parezco mayor? Quiero parecer mayor. Me gustaría saber que he crecido; aunque me parece que no. ¡Oh, lo siento, Jon! ¿Qué ha pasado? He metido los pies en tu mochila. ¡Qué estúpida soy! Ahí vienen los gemelos. ¡Hola, Dickie! ¡Hola, Mary!
Y se precipitó hacia ellos a través del andén, abrazándolos, mientras que «Mackie», agarrado al pecho de Mary, se agitó y ladró de excitación.
Tom y Jenny, que se habían quedado un poco en segundo término, fueron presentados por David y hubo apretones de manos y muecas, y unos se dijeron a los otros que ya habían oído hablar de ellos, y se sintieron amigos antes de dejar el andén.
El corto día invernal tocaba ya a su fin, pero el tiempo había mejorado, y parecía que iba a haber una bellísima puesta de sol.
—Vuestras bicicletas ya han llegado —dijo David—. Los que vayan en bicicleta tienen que partir ya porque tenemos que llegar allí antes de que oscurezca. ¿Quién quiere ir en autobús?
Hubo un largo silencio, hasta que Mary dijo muy mansita
—Creo que «Mackie», y como él no va a ir solo, yo iré también.
—Y si Mary va en autobús, supongo que yo habré de ir también, aunque debería ir en bicicleta —añadió Dickie.
—Claro que sí —convino David metiendo prisa—. Todos sabemos eso. Jenny, ¿te importaría ir con ellos? Pondré tu bicicleta y tu equipaje en la baca del autobús.
Jenny se mostró de acuerdo, si bien puso en claro que habría preferido pedalear; aunque aquellos que la conocían, sabían muy bien que eso lo decía sólo de boca para afuera.
El autobús era un simpático autobús pueblerino, con una voluminosa baca que sin duda había sido especialmente diseñada para llevar un voluminoso equipaje. El chofer del autobús, que era asimismo el cobrador, subió a la baca mientras que Jon y David le alargaban las tres bicicletas y todo el equipaje, excepto las mochilas.
—¿Y por qué no las mochilas? —preguntó el chofer cobrador con cierta preocupación.
—Las podemos llevar a la espalda —dijo David—. Y no nos parece bien que también tenga que cargar con ellas el autobús.
—¡Vamos! —dijo el hombre—. ¡Dénmelas todas! Si van air pedaleando hasta Clun les van a pesar. Por el aspecto,veo que venís de lejos.
El autobús se estaba llenando ahora y David se alegró de no ir en él, pues había señales que indicaban que los gemelos iban a entretener a un público entusiasta durante todo el camino.
—Portaros bien —les suplicó cuando ellos montaron—. Ycuando lleguéis allí, preguntad por dónde se va a KeepView. Decidle a Agnes que vamos de camino y que llegaremos con hambre y con frío. Puede que Peter ya esté allí. Gracias por ir con ellos, Jenny. Iremos lo más rápidamente posible.
El conductor y los pasajeros parecían estar muy interesados, y a David no le cupo ninguna duda de que los gemelos y Jenny cuidarían de que ese interés no se enfriara. Cuando el autobús salió del patio de la estación, dijo
—Menos mal que traemos faros con nuestras bicicletas, porque creo que nos deberíamos tomar una taza de té antes de emprender la marcha.
Hallaron un pequeño café y todos se sintieron mucho mejor tras el té y una tostada.
—Apuesto a que Dickie no se habría ido en el autobús de haber sabido que íbamos a hacer esto —dijo Jon.
—Ahora ya estoy lista para lo que sea —añadió Penny, mientras se limpiaba las migajas de la boca de un modo muy impropio de una señorita—. ¡Vamos!… ¡Oh, David! No te hemos contado una aventura que hemos tenido. Me pregunto cuándo vendrá el próximo tren de Shrewsbury y si Alan vendrá en él.
—¿Alan? —preguntó David—. ¿Quién es Alan?
—Es un amigo de Penny —dijo Jon—. Ya sabes como es ella, ¿no? Ha tenido jaleos en casa por hablar con extraños en el «Dolphin». Tom no la conoce todavía y tendrá que enterarse de muchas cosas.
Así que mientras pedaleaban entre el crepúsculo, contaron a David y a Tom lo del señor Alan Denton y de su perro pastor y a los recién llegados les contaron lo del encuentro con los gitanos.
Ahora el camino no era muy divertido, aunque el viento ya no era tan fuerte y parecía como si ellos se dirigieran hacia un triste y llameante atardecer. En la primera aldea que cruzaron, junto a un puente sobre un riachuelo, había un gran árbol de cuyas desnudas ramas colgaban los restos de muchas banderas andrajosas.
—Me gustaría saber quién ha hecho eso —dijo Penny—. Aunque supongo que no podemos detenernos para preguntarlo.
Los tres muchachos le dieron rápidamente la razón, y aceleraron la marcha, contando las piedras miliarias mientras pedaleaban. Era una carretera solitaria y Jon recordó que Alan les había dicho que Clun parecía estar en el fin del mundo. El río corría cerca y a cada lado del valle las colinas estaban cubiertas de bosque, que parecía querer subir hacia un cielo cada vez más oscurecido.
—Me gusta Shropshire —dijo Penny—. Nunca he estado en una región como ésta. Esto es cada vez más ancho, ¿no? Parece mentira que esta misma mañana Jon y yo estuviéramos cruzando el Romney Marsh, donde apenas si se ve un árbol. Esta es una carretera muy solitaria. Parece que aquí no ocurre nunca nada.
—Ya debemos estar cerca —dijo David al cabo de otra milla—. Me parece que veo unas luces enfrente. Estoy cansado. ¿Y tú, Tom? Espero que Agnes nos haya preparado una buena cena.
—Supongo que los gemelos ya se la habrán comido —dijo Tom, sombrío—. Siento hormigueo en las piernas, y nunca me pareció tan duro el sillín de mi bicicleta… Bueno, pues hemos llegado… Este debe ser Clun… Si no lo es, yo me siento y no voy más lejos. Vamos con el último trecho.
Se bajaron de sus bicicletas sintiéndose agradecidos, porque hasta Jon y Penny estaban cansados tras un viaje detodo un día y fueron andando penosamente por Clun. No había nada insólito en la calle del pueblo, pero antes de que ellos pudieran preguntar dónde estaba el Keep View, Penny, que iba al frente de la pequeña comitiva, se detuvo y señaló enfrente.
Aunque ya era casi de noche, al ponerse el sol en aquel mismo momento, lanzó una última despedida al día agonizante. De repente el Poniente adquirió un resplandor rojizo y anaranjado y silueteado contra esta banda de color, los viajeros vieron, por primera vez, las ruinas del castillo de Clun, dominado por su altiva torre del homenaje.
Entonces, casi fascinados, observaron esta dramática bienvenida y vieron cinco diminutas figuras negras que se movían a través del escenario como marionetas de un teatro de juguete.
—Ya sé quiénes son —dijo Tom tranquilamente mientras las figuras trepaban por la colina sobre la cual se elevaba elcastillo—. «Dickie» y Mary van delante… luego Peter con «Sally»… y Jenny detrás. Apuesto a que «Mackie» está por allí también; pero es muy pequeño para que nosotros lo veamos. ¿Qué harán allí?