PENNY HACE UNA AMISTAD
A doscientas diez millas de Long Mynd y de Witchend, en el extremo sudeste de Sussex, la antigua ciudad de Rye se levanta sobre una pirámide de roca, la cara a un mar que antes la bañaba, pero que se retiró de ella hace cientos de años.
Rye es una ciudad de sorpresas, sus retorcidas calles empedradas y la mayoría de sus casas tienen el mismo aspecto que en aquellos días cuando los contrabandistas procedentes de Romney Marsh, trepaban por la colina y cruzaban las estrechas callejuelas y patios en la oscuridad, llevando bultos misteriosos en sus espaldas.
Allá abajo, junto a las fangosas orillas de la ría que se desliza rodeando la colina de Rye, hay las altas chozas negras de madera, en donde los pescadores cuelgan las redes para que se sequen, y hay también astilleros donde aún se construyen sólidos botes por los descendientes de aquellos hombres de los Cinco Puertos, que construyeron buques de guerra con los robles del Sussex, cuando nació la Marina británica.
Hay muchas viejas posadas en Rye, casas con escaleras retorcidas y crujientes, hechas con entablados de roble,que ya está tan ennegrecido y reluciente, que uno puede ver su cara reflejada en él. Pero de todas las posadas que muchos visitantes vienen a ver, ninguna más famosa que la agradable «Gay Dolphin», que está situada al final de Trader’s Street, con la mayoría de sus ventanas mirando hacia las verdes tierras llanas de los pantanos, salpicados de ovejas, que acaban en el mar. En Rye, sólo la iglesia se eleva más que el «Dolphin», que está edificado tan sólo a seis pies del borde del acantilado que se levanta sobre el río.
En el mismo atardecer que los del Pino Solitario se reunían en Witchend, la luna plateaba los apiñados tejados de Rye. No hacía viento y el gran letrero de madera del «Dolphin» colgaba quieto sobre la arcada que llevaba al patio donde ya se habían ennegrecido las sombras. A un lado delpatio, los huéspedes del hotel estaban gozando del fuego de los leños ante una gran chimenea de ladrillo, y en el otro, la señora Warrender, la dueña del hotel, se hallaba sentada en su pequeño comedor con su hijo Jonathan y su sobrina Penélope.
La habitación tan sólo estaba iluminada por cuatro mortecinas velas que había sobre la mesa, y mientras Jon alargaba una de éstas a su madre para que encendiera un cigarrillo, Penny apartaba a un lado su taza de café ruidosamente.
—Nadie diría que yo no soy una persona razonable; pero no veo por qué razón no puedo hablar con los huéspedes si ellos quieren hablarme —empezó a decir faltándole casi el aliento.
—No te excites —le interrumpió Jon con su estilo metódico—. Estate quieta hasta que mamá haya terminado de hablar.
La luz de las velas arrancó un reflejo a sus gafas cuandose volvió para mirar a su prima. La cinta verde que llevaba sobre sus rizos pelirrojos se le había corrido un poco, su rostro estaba enrojecido por la excitación, y aunque su boca mostraba rebeldía, sus ojos centelleaban divertidos antes de que bajara la mirada hacia su taza y dijera:
—Lo siento, tía… es por culpa de Jon. ¿Por qué no le dices que se ocupe de sus propios asuntos? El no tiene derecho aser mi mandamás, sólo porque por accidente haya nacido antes que yo… No he querido ser insolente.
La señora Warrender, que había parecido sorprenderse ante la mención del nacimiento de su hijo, sonrió de nuevo ante la excusa.
—Muy bien, querida, pero ya te he dicho antes que no debes ir al hotel cuando está lleno como ahora y charlar con los huéspedes.
—Pero es muy difícil para mi, tía, porque algunos parecen tenerme simpatía. Jon no lo comprende porque por lo visto nunca hay nadie que sienta deseos de hablar con él. Es diferente conmigo. Supongo que es porque tengo personalidad… —y al llegar aquí, al ver que Jon empezaba a farfullarde rabia, se volvió en su dirección y le dedicó una gazmoña sonrisa.
—Has de comprender, mamá —dijo Jon—, que nuestra Penny se está creando ahora un ambiente social. Es ese chico tan gordo con bastantes granos que desde el día de Navidad…
—El no tiene granos, tú, so gran…
La señora Warrender volvió a intervenir.
—Sois un par de idiotas. Ya os he dicho antes que me hago cargo que esta vida es difícil para vosotros en vacaciones, pero tengo que dirigir yo misma el «Dolphin» y ésta es la única casa que tenemos, y ninguno de vosotros debe olvidar que este lado del patio es nuestra casa y no el otro. Es diferente cuando no estamos tan atareados, desde luego… Y ahora, ¿por qué no os vais al cine?
—Ya he visto las películas dijo Jon.
—Es que no tienes dinero, rico —le replicó Penny. Y entonces mientras se echaba hacia atrás sus rizos, prosiguió—: Me parece que me va a ocurrir algo. Algo realmente terrorífico. No creo que tú comprendas ese sentimiento, Jon…¡pobre chico! ¡No sabes lo que te pierdes! ¿Verdad, tía?
—Yo sé lo que te estás perdiendo en este momento —le replicó su primo—. Y de buena gana haría que no te lo siguieras perdiendo.
Entonces, al igual que aquella mañana el cartero había traído noticias a Witchend, el teléfono sonó para traer noticias a los Warrender.
—Iré yo —dijo Jon—; pero casi seguro que es para ti, mamá.
El teléfono estaba en el oscuro y pequeño recibidor quehabía junto al comedor, y como Jon dejó la puerta abierta,las otras dos pudieron oír todo lo que él decía. Al principio,Penny se quedó ociosa haciéndose cosquillas en el dorso de una pierna con la punta del zapato por debajo de la mesa, mirando fijamente la llama de la vela que oscilaba por la corriente de aire. Entonces, al oír la asombrada voz de Jon decir:
—¡No! ¿David Morton?… ¡Hable quien sea! Parece que es David Morton… ¿Eres tú, David, viejo asno? ¡David Morton de Witchend! ¡Caramba, David! ¿Cómo estás? ¿Que ha pasado?
Penny saltó de su silla y se precipitó hacia el receptor.
—Dámelo, Jon —le dijo ella apretando los dientes—. ¡Dámelo! Deja que hable con David. Tengo derecho a hablar con él, ¿no te parece? Tú no lo vas a comprender de todos modos, así que, déjame…
—¡CÁLLATE, Penny! —le gritó Jon y luego volvió a hablarpor el auricular—. Lo siento, David; es Penny que me está fastidiando aquí… Sigue… Repítelo… ¡Caramba! ¡Qué estupendo!… No veo por qué no vamos a poder… ¿y tu madre y tú vais a escribir?… ¡Magnífico!… ¿Pasado mañana?…¿Por qué no?… Cuanto antes, mejor. ¡CÁLLATE, PENNY!…¿Cómo están los gemelos?… ¡Bien!… Muy bien, David Os telegrafiaremos mañana, después de que mamá reciba la carta del señor Morton… Hasta la vista… ¡Adiós!
Cuando colgó el auricular y se volvió, Penny se le echó encima. Se puso de puntillas, le cogió por las solapas de suchaqueta y lo sacudió hasta que se le llenaron los ojos con las lágrimas de la humillación.
—¡Eres una bestia, Jon! ¿Por qué eres tan animal conmigo? ¿Por qué no me has dejado que le hable? ¿De qué se trata? ¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué te telefoneó? No te quedes ahí sin decirme nada, Jon. ¡Contéstame, so grandísimo patán!
Jon la sacudió al modo que un mastín dispondría de un pequinés agresivo.
—¿Cómo te voy a contestar si no paras de hablar? Prueba a contenerte.
Entonces se le quedó mirando y fingió no darse cuenta de las lágrimas que aún había en sus ojos, puso su manotras de su cuello y la empujó suavemente hacia la habitación delante de él.
—¿Qué es todo eso, Jon? —le preguntó su madre—, Parece algo emocionante.
Jon cogió su silla y la puso al lado de Penny en la mesa, sentándose junto a ella.
—Y lo es. Era David Morton y quiere que nosotros, Penny y yo, subamos un par de días y nos unamos a ellos y a sus amigos en un lugar del Shropshire del que nunca he oído hablar, para ir de vacaciones… No he podido comprender nada, porque parecía como si hablaran de lejos, pero la señora Morton te ha escrito… lo bueno es que quieren que vaya también Penny… Eso no tiene sentido para mí.
Penny dio un salto y se abrazó a su tía:
—Di que podemos ir, tiíta. No vaciles. No digas que no, ni te preocupes, pues nos portaremos bien… POR FAVOR,déjanos ir, se trate de lo que se trate. Jon no me querrá decir lo que es, pero ya sabes, tiíta, que esto es lo que hemos estado esperando todo este día y todos estos días… Sé que ésta va a ser la cosa tan terrible que yo quería que sucediera…
La señora Warrender pudo por fin hablar:
—¿Qué es lo que te ha dicho, Jon? Repítelo.
Dos mañanas después Jon y Jenny iniciaron su emocionante viaje.
Penny estuvo despierta mucho antes de que se hiciera dedía, una hora antes de que Fred Vasson, el portero del «Dolphin», llamara a su puerta. Ella saltó de la cama y tiritó al sentir el frío que penetraba por la ventana abierta.Miró hacia afuera y pudo ver el contorno de la valla del jardín que había sido reconstruida el pasado otoño, después de la galerna que les había mostrado a ellos el camino hacia el tesoro del «Dolphin». Las manecillas del pequeño reloj que Jon le había regalado en su último cumpleaños señalaban las cinco y veinte, pero ellos iban a coger el tren de las seis y media, así que realmente no disponían de mucho tiempo. Cuando bajó por las crujientes escaleras hacia el salón, porque la habitación de Penny estaba en la parte del hotel del «Dolphin», Fred estaba de rodillas soplando las ascuas de un montón de leños para animar el fuego. Volvió el rostro hacia la niña y le sonrió al oír que esta decía:
—¿Podrá arreglárselas sin mí, Fred? Voy a estar fuera por lo menos una semana.
—No haga ruido con la puerta, señorita Penny, y deseprisa en desayunarse. Tendré el coche listo para ustedes dos a las seis y cuarto.
Jon ya estaba sentado ante la mesa cuando Penny entró y besó a su tía. Penny estaba muy excitada para tener ganas de comer y fue arriba y abajo por la habitación mientras que Jon estuvo dedicado a comerse unas tostadas rápidamente.
—¡Siéntate, por amor de Dios! —le dijo—. De todos modos no podemos salir antes de diez minutos y es mejor que aprovechemos el tiempo.
Finalmente llegó Fred para decir que estaba listo. Las dos maletas y las dos mochilas, así como un gran paquete con bocadillos ya estaban en el coche.
La señora Warrender salió hasta el patio con ellos.
—¿De verdad que no te importa que nos vayamos,mamá? —preguntó Jon—. Desde luego que no hemos estado mucho tiempo juntos, pero creo que lo vamos a pasar muy bien.
—Hasta ahora nunca he estado fuera por Navidades —añadió Penny—. Cuídate, tiíta. Te escribiremos siempre que podamos, pero cuando uno se junta con los Morton parece estar siempre muy ocupado.
—Cuida de ella, Jon —le dijo la señora Warrender sonriendo—Es una gran responsabilidad para ti. Coged un taxi hasta Paddington desde Charing Cross y no os comáis vuestros bocadillos hasta que sea su hora. Adiós a los dos y queos divirtáis mucho.
Vasson encendió los faros y el coche se deslizó lentamente hacia Trader’s Street. Jon y Penny miraron atrás para ver la silueta de la señora Warrender que se destacaba sobre la luz anaranjada del portal y luego se volvieron para encararse con su nueva aventura. El auto fue dando tumbos sobre los guijarros y las luces combinaron extrañas formas en las fachadas de las casas cerradas y silenciosas. Un gato,con verdes ojos relucientes, corrió asustado a refugiarse en un portal; el gran árbol de la esquina del patio de la iglesia arrojó fantásticas sombras sobre las paredes blancas de la otra casa, al dar una vuelta el coche y casi antes de que ellos pudieran darse cuenta de que la estrecha High Street estaba solitaria si se exceptuaba a un lechero, ya estaban en la estación.
Vasson llevó su equipaje hasta el andén y esperó mientras Jon compraba los billetes a un adormilado empleado que había en la ventanilla.
—Habrán de esperar muy poco, señor Jonathan —le dijo con el lento modo de Sussex—; ya están cambiando las agujas. Tengo que decirles ahora adiós, porque tengo que estar en el «Dolphin» para la hora del desayuno.
—Hasta la vista, Fred —le dijo Penny—. Estaremos de vuelta en seguida… y gracias por habernos traído.
Sonó la campanilla de aviso, la luz roja se cambió porla verde, un viejo mozo salió al andén soplándose en las manos y los miró con sorpresa. Lejos, en la dirección de Winchelsea y Hastings, llegó el sonido del tren. Jon apartó sus ojos del siseante farol de gas que había sobre su cabeza y miró a Penny, riéndose.
—¿Emocionada, verdad?
—No seas vanidoso, Jon. Sabes muy bien que estás tan excitado como yo, sólo que tú pretendes que es de mayores el no demostrarlo… Aquí viene. Tú lleva el equipaje y yo encontraré un vagón.
El tren iba casi sin nadie, así que ella no tuvo dificultad en encontrar un compartimiento vacío. Durante un rato estuvieron silenciosos. Un viaje en tren en la oscuridad de una madrugada a principios de invierno, es siempre una extraña experiencia, y ahora, conforme cruzaban la llana comarca de Romney Marsh, el cielo empezó a aclararse un poco por el Este, y una a una, las ventanas de las pocas villas y granjas junto a las cuales pasaba el tren, relucieron amarillas. El tren se detuvo ante cada pequeña estación. Las cántaras de leche se alineaban en los andenes y eran arrojados paquetes de periódicos. Lentamente, el paisaje invernal cobró vida. Al dejar el Marsh tras ellos, las ramas desnudas de los árboles pudieron ser vistas contra el pálido cielo. Durante cierto rato las estrellas parecieron más brillantes y luego se desvanecieron, y poco después llegaron a Ashford. Aquí se montó más gente en el tren, así que Jon se cambió y fue a sentarse junto a su prima
—Me pregunto cómo será ese pueblo de Clun —dijo—. Megusta ir a sitios nuevos, ¿y a ti?
Se sacó la carta de David Morton del bolsillo y aunque ambos ya la habían leído varias veces, volvieron sus páginas de nuevo mientras el tren rugía a través de un amanecer invernal hacia Londres.
«… Habría sido un jaleo que hubiéramos ido todos juntos a un sitio nuevo —leyeron—, y aunque Clun no está muy lejosde aquí, nunca hemos estado y Agnes no sabría darnos explicaciones. ¿Os hablamos de Agnes cuando estuvimos en el “Dolphin” en el verano? Es nuestra ama de llaves y ha vivido en el Shropshire toda su vida. Es una bendita de Dios, así que todos la queremos.
Claro que nuestros padres nos han hecho prometerles que no le crearemos dificultades y que la ayudaremos en todo lo posible; pero lo que hemos podido deducir, ella sólo habrá de cuidar de la casa mientras su hermana esté en el hospital. La casa se llama Keep View, y dice que Clun tiene un viejo castillo ahora en ruinas… Dickie se encuentra muy excitado por causa de ese castillo, porque dice que seguramente habrá algunos pasadizos secretos y que nosotros nos la pintamos solos para…
Me deleito de antemano pensando en que os vais a reunir con nosotros, con Peter, Tom y Jenny. Si no llueve iremos en nuestras bicicletas, exceptuando a Peter, que insiste en ir montada en “Sally”.
No sé qué va a hacer con su yegua cuando llegue allí, pero como no iría sin ella… “Mackie” también va a venir, Mary lo llevará en una cesta que una gitana le hizo una vez especialmente para él… Que tengáis un buen viaje, aunque me imagino que estaréis hartos de trenes cuando lleguéis a Craven Arms y nosotros os encontraremos allí. Si no estamos en la estación cuando lleguéis, preguntad en la taquilla si han dejado algún recado, porque yo telefonearé… Espero que os hayáis acordado de enviar vuestras bicicletas de antemano por ferrocarril, porque ellas deberán estar esperándoos en la estación! Y nos arreglaremos con vuestro equipaje. Espero que habrá algún autobús o transportista o lo que sea…».
Penny alzó su pelirroja cabeza:
—Piensa en todo, ¿no es verdad? ¡Caray! Es emocionante. ¿Crees que estarán allá nuestras bicicletas? Habría preferido traerlas con nosotros.
—No creo —replicó Jon—. Habrán sido mucha molestia en Londres… Ya se ha hecho de día. Ya no falta mucho… Siento hambre.
—Yo también; pero será mejor que guardemos nuestros bocadillos para el otro tren para el caso de que no podamos entrar en el coche restaurante. A mí me gusta comer en el tren.
Se echaron atrás en sus asientos y observaron cómo el paisaje cambiaba. Los campos habían quedado atrás y ahora estaban atravesando extensos suburbios, también quedaban a su espalda una y otra estación con los andenes atestados y pronto dejaron atrás los suburbios y empezaron a cruzar sobre los escuálidos tejados del sur de Londres. Las otras personas que iban en el compartimento empezaron a recoger sus abrigos y equipaje. El tren se detuvo ante una señal, un tren eléctrico trepidó al pasar por su lado y entonces ellos cruzaron lentamente el turbio Támesis y penetraron en la estación de Charing Cross.
—¿Te acuerdas la primera vez que salimos de aquí para Rye? —le preguntó Penny mientras bajaban al andén.
Jon asintió:
—¿Cómo lo voy a olvidar? Tú escogiste el coche y la señora Ballinger entró…
—Me pregunto qué habrá sido de ella —prosiguió Penny—.A veces me parece que la volveremos a ver. A ella no le haría mucha gracia, ¿verdad?… Si la vemos, creo que me dará miedo… ¡Cuánta gente hay por aquí! ¿Qué vamos ahacer ahora?
Jon se la quedó mirando con su modo burlón, y mientras tanto cogía la maleta de su prima le dijo:
—Tú entregas los billetes y deja las maletas para mí y luego cogeremos un taxi… Aún eres pequeña para andar por Londres. La gente ni se fija en ti.
Cosa extraña, Penny no supo qué contestar, porque la gente que salía en aquel momento de la barrera la obligó a dar empujones para no perderse.
Ya fuera tuvieron que hacer cola para coger un taxi. La mañana era triste, gris y húmeda y mientras esperaban les pareció que todos en Londres surgían alrededor de ellos y luego iban a precipitarse hacia el concurrido Strand. El aire era espeso por los escapes y ruidos.
Penny arrugó su nariz, disgustada.
—Odio esto —dijo—. Yo creía antes que Londres me gustaba, pero ahora lo odio. No es tan natural como Rye o cualquier sitio en el campo. Aquí todo el mundo parece tener prisa… ¡Oh, mira, Jon! ¡Qué perro más maravilloso! Seguro que odia a Londres tanto como yo.
Ahora eran los primeros en la cola y mientras un taxi se acercaba, Jon miró por encima del hombro y vio a un perro pastor escocés que estaba junto a un hombre con impermeable y una gorra marrón. Los ojos del perro estaban fijos en su amo, pero tenía el rabo agachado y, como Penny había hecho notar, ponía cara de odiar lo que le rodeaba.
—¿A dónde? —refunfuñó el taxista—. No me voy a estar aquí todo el día.
—A la estación de Paddington, por favor —le contestó Jon mientras abría la puerta. En el momento en que Penny entraba, el hombre con el perro se salió de la cola y les sonrió.
—¿No les importaría que fuera con ustedes —les preguntó—. Les oí decir que iban a Paddington y yo también tengo que ir allí… y además —añadió—, no sé ir por Londres y lo que he visto no me ha gustado, lo mismo que a mi perro.
Penny sonrió alegremente.
—¡Claro que sí! —le dijo—. Nos gustaría que viniera con nosotros, ¿verdad, Jon?… Me había fijado en su perro y noté que estaba triste, y ahora mismo le estaba diciendo a mi primo que a mí tampoco me gusta Londres, así que ya ve. ¡Oh! ¡Me has dado con el codo, Jon! ¡Qué torpe eres!
Pero Jon puso mala cara cuando ella ayudó al hombre a meter su maleta dentro del coche. Por un instante él casi esperó haber hecho daño a Penny, sólo porque era tan irritante por el modo como hablaba a cualquiera. Mientras ella se inclinaba para acariciar al perro, se hizo evidente que no se había dado cuenta de que le habían llamado la atención, porque siguió hablando por los codos.
—Dígame su nombre. Creo que es una perra maravillosa. ¿Ha tenido ya cachorrillos? Por si los tiene le daré mi nombre y mi dirección y, ¿querrá usted hacer el favor de reservarme uno? Hágalo, por favor: Desde luego se lo pagaré. Pagaría lo que fuera por tener un perro mío. ¿Tiene usted idea de cuándo ella va a…? Quiero decir que cuándo va a tener cachorros, porque entonces empezaría ahorrar ahora…
El forastero la miró sonriendo tranquilamente y cuando sonreía tenía un aspecto encantador. Era muy moreno de cara, el cabello que le sobresalía por debajo de su fea gorra era rubio y sus ojos eran grises. Jon se fijó en que sus manos eran morenas y fuertes, y se preguntó por un momento sino sería un marinero de permiso. Cuando hablaba su acento era suave y poco corriente.
—No entiendo de cachorros —dijo—; sólo voy a tenerla unos pocos días. Es una perra pastor y es un regalo que me ha hecho mi tío allá en el sur.
Tras eso no pareció dispuesto a decir nada más y aunque Penny hizo una o dos tentativas de hacerle hablar, no lo consiguió para cuando llegaron a Paddington. De todolo que se enteraron fue que el nombre de la perra era «Lady». Casi antes de que el taxi se detuviera el forastero les dio las gracias, pagó su parte de la tarifa y desapareció con su perro y su maletín entre la multitud que se apiñaba ante la taquilla.
—Creo que era simpático, aunque tímido —dijo Penny al salir.
—¡Qué hablas tú de timidez! —le replicó Jon—. Me has hecho poner colorado.
—Da la casualidad que siempre que te pones colorado es por mí —dijo ella enfadada alzando la barbilla.
Llegaron al andén antes de que entrara su tren y un mozo muy amable les dijo dónde podían esperar al de Shrewsbury.
—Lleva coche restaurante —añadió, mirando a Jon de arriba abajo, y entonces, aprobando su aspecto, prosiguió:—Deme sus maletas… ya viene… Sígame.
Le siguieron muy agradecidos y Jon le dio seis peniquesde propina, como si fuera un experimentado en eso. Mientras el tren aguardaba y se iba llenando, se comieron sus bocadillos.
—Ya se van convirtiendo en un estorbo, y luego yo quiero almorzar —explicó Penny—, así que será mejor que nos los comamos ahora.
Al final iniciaron la segunda etapa de su viaje. Las otras personas que iban en su departamento no eran gente interesante, ni tampoco parecieron interesarse por los Warrender y esto deprimió a Penny, quien, al cabo de un rato, se echó a dormir. El viaje ni siquiera era excitante para Jon, que era un entusiasta de los trenes, o ferrocarril maníaco, como Penny le decía algunas veces.
Se detuvieron en Banbuy y en Leamington Spa, y al cabo de otras dos horas llegaron a la estación de Snow Hill, Birmingham, y allí fueron llamados para el almuerzo. Les indicaron una mesa para cuatro y Jon empezó a estudiar el menú, que era bastante sencillo, porque parecía no haber mucha alternativa entre la sopa y las salchichas, cuando Penny, que estaba a su lado, le dio con el codo violentamente y dijo:
—¡Hola! ¡Qué casualidad! ¡Y veo que se trae usted a «Lady»! ¡Qué divertido!
Jon alzó la cabeza y reconoció a su compañero del taxi, mientras éste se sentaba en el asiento de enfrente. Tenía mejor aspecto sin su gorra y su impermeable, pero parecía estar muy preocupado.
—No se fije en «Lady» —murmuró—. Hagan como si no lahubieran visto. Voy a esconderla bajo la mesa porque no quieren que entre aquí.
—¿Que no quieren que entre? —Penny abrió mucho los ojos—. ¡Qué brutos! ¿Dónde la va a dejar usted? Yo nunca podría separarme de una perra así.
Por primera vez el hombre pareció mirarlos con algún interés.
—Por supuesto. Yo no puedo separarme de ella y tengo que comer… Pero no vuelvan a mencionarla y puede que nos salgamos con la mía. Depende de quién se siente en este otro asiento…
Cuando un hombre gordo con gafas de concha se sentó pesadamente en el sitio vacío, Penny deslizó su mano por debajo de la mesa y acarició la cabeza de la perra. Ella sintió cómo se movía y luego una lengua cálida y húmeda le lamió la mano en un gesto cariñoso. Luego vino la sopa y el hombre gordo se acomodó ruidosamente, mientras que «Lady», se estaba quieta bajo la mesa.
Penny dio un codazo a Jon.
—Di algo —le susurró—. No voy a ser yo la que hable siempre, y creo que es buena persona.
Jon alzó la vista, sombrío. El forastero ciertamente parecía buena persona, pero algo fuera de lugar en un vagón restaurante. Su oscuro traje de lana y su corbata más bien chillona, le hacían parecer de pueblo, pero no estaba animoso, se diría que viajaba a disgusto.
Tras otra larga pausa, Jon dijo:
—Es curioso que no lo viéramos en el andén en Paddington. ¿Va usted muy lejos?
—A mi casa, gracias a Dios —contestó el hombre sonriendo—. No me gusta el sur, y Londres menos todavía. ¿Yustedes, a dónde van?
—Tenemos que cambiar en Shrewsbury —dijo Penny ávidamente—. Y luego vamos a una estación cuyo nombre parece irreal, pues se llama Craven Arms, y desde allí vamos a un sitio misterioso llamado Clun. Nunca antes hemos estado allí. ¿Ha oído usted hablar de ese pueblo?
El hombre gordo se atrevió a alzar la vista de su plato. Fue evidente desde el momento de su llegada que había venido a comer y que no quería ser distraído; pero el recién conocido en el taxi dejó caer su cuchillo con estruendo.
—Claro que he oído hablar de él. Yo vivo cerca. ¿Y para qué demonios van ustedes a Clun en invierno? Nadie vienea Clun excepto algunos aficionados a la arqueología que acuden en verano, en busca de puntas de flecha de pedernal.
Penny abrió aún más los ojos.
—¿Has oído, Jon? Siempre imaginé que estas vacaciones iban a ser emocionantes, y ahora, casi antes de empezarlas, fíjate lo que nos cuenta este caballero… denos su nombre, por favor. Esto empieza a ser divertido. Yo soy Penny Warrender y éste es mi primo Jon.
—Yo me llamo Alan Denton y soy criador de ovejas, o por lo menos quiero dedicarme a criarlas. Hace poco que he sido licenciado de la Marina, y mientras estuve fuera murió mi padre y ahora voy a probar a hacer ese trabajo en lugar de mi madre.
El hombre gordo apartó su plato y empezó a limpiarse con un mondadientes. Ahora que se había comido todo loque le pusieron delante, pareció darse cuenta por primera vez de que compartía su mesa con otras tres personas, y pareció inclinarse a entrar en la conversación. A Penny no legustó su aspecto y tenía mucho miedo de que a «Lady» le disgustaran sus gordas rodillas e hiciera una escenita. Alan Denton pareció estar ansioso también, porque era indispensable que aquel extraño se marchara primero de la mesa, así que cuando el camarero vino oscilando pasillo abajo balanceando una bandeja con una mano, se volvió de nuevo hacia Penny y preguntó:
—¿Van a tomar café? Tómenlo conmigo, y entonces puede que me cuenten por qué van a Clun y yo en cambio les contaré algo sobre aquel pueblo.
Diciendo esto se giró lentamente y miró de un modo muy significativo al hombre gordo, que ahora estaba encendiendo un largo puro. Era un puro que despedía un olor muy fuerte, y Penny sintió que «Lady» temblaba porque el humo molestaba su sensible nariz. Fue servido el café y de repente el hombrecillo habló. Tenía una absurda vocecilla.
—Creo que hay algo extraño bajo esta mesa —dijo con voz atiplada—. Voy a llamar al camarero… ¿habéis puesto algo bajo la mesa, niños? —preguntó a Penny que estaba callada y asustada.
Jon tomó la palabra:
—Hemos puesto ahí abajo nuestras mochilas. Siento que le molesten, pero no nos gusta dejarlas en el compartimiento. Nos iremos en cuanto nos tomemos el café.
Antes de que el hombre gordo hablara, Penny se recobró.
—Lo siento muchísimo —dijo abriendo mucho los ojos—.Me siento avergonzada de mí misma, pero el humo de los puros me pone mala. Creo que me voy a marear y no voy a poder ni moverme… Sé que es un poco violento, pero nunca me hubiera sentado aquí de haber sabido que iba avenir alguien que fuma puros… —y diciendo esto se llevó las manos a la cara y bajó la cabeza como si le doliese.
Jon tuvo el buen sentido de parecer alarmado, mientras que Alan Denton ponía cara de asombro. El hombre gordo, tras echar un rápido vistazo a Penny, a quien ahora le temblaban los hombros, llamó al camarero, pagó su cuenta, se levantó pesadamente de su asiento y se alejó.
Jon dio un suave codazo a su prima.
—Muy bien. Ya puedes ponerte buena. Se ha ido.
—¿De veras no le gustan los puros? —preguntó Denton muy serio y entonces sonrió al ver que Penny se echaba a reír—. ¡Bonita manera de librarse de él! Paguemos nuestra cuenta y vayámonos… Puede que ahora haya sitio en mi vagón. ¿Quieren venirse conmigo?
En cuanto el camarero volvió la espalda, ellos se deslizaron hacia el pasillo, donde «Lady» se sacudió y luego movió alegremente el rabo mientras Penny le acariciaba las orejas. Había más sitio en el vagón de Denton, así que losWarrender, que iban en el coche de al lado, se trajeron su equipaje y se sentaron enfrente de él.
—Espero que no le importe que fume en pipa —dijo haciendo una mueca a Penny—. Y ahora, díganme por qué van a Clun. Tengo curiosidad por saberlo, y también «Lady».
Jon se limpió sus gafas enérgicamente, y tras mirar de manera feroz a Penny, haciendo que ésta se quedara en silencio por una vez, contó a su nuevo amigo de una manera breve que iban a unirse con algunos viejos amigos de otra parte del Shropshire y que iban a estar juntos en el KeepView.
—¿Conoce usted ese sitio? —le preguntó—. Es una especiede posada, ¿no?
Denton asintió.
—Sí. La dirige una vieja muy simpática, pero no me acuerdo cómo se llama. En verano va mucha gente a Clun, según dicen, pero en invierno la posada está cerrada. Pero aún no comprendo por qué van allí. ¿Qué les ha hecho escoger ese sitio?
Jon no se sintió inclinado a contarle lo poco que sabía delas razones de esta visita, así que a su vez preguntó:
—Cuéntenos algo de ese lugar. Eso es lo que queremos saber. ¿Siempre vivió usted allí?
—Nuestra finca se llama Bury Fields y está a poco más de tres millas de Clun. Tengo entendido que allí vivieron siempre los Denton y jamás abandonaron el lugar. Hemos estado criando ovejas por aquellas colinas desde los tiemposde Guillermo el Conquistador por lo menos. No vamos mucho a Clun. The Castle (en realidad se llama Bishop’s Castle) y Knighton son ciudades más importantes y allí vamos de compras y a lo demás. Hay un bonito mercado en The Castle y Craven Arms es muy conocido de todos los criadores de ovejas del Shropshire y el Hereford porque se celebran grandes ferias de ganado lanar en agosto y septiembre,sobre todo.
—¿Pero qué aspecto tiene Clun? —preguntó Penny—. He tratado una y otra vez de imaginármelo, pero no puedo. Deme una idea.
Denton se rascó la cabeza y luego señaló por la ventana mientras el tren aminoraba la marcha.
—Vamos a ver… éste es Wellington y ustedes ya se hallan en el Shropshire, ¿Ven aquella montaña de lomas suaves? Es el Wrekin y todo el mundo la conoce en el Shropshire. Ahora quieren saber cómo es Clun. Tiene gracia, pero es difícil explicar una cosa que uno se conoce de memoria, y eso que ya lo he explicado otras veces. Bueno, pues en primer lugar, Clun es un pueblo que parece olvidado, aunque se dice que está situado en uno de losviejos caminos de las diligencias que iban del País de Gales a Inglaterra, Ya saben que no tiene ferrocarril y lo más probable es que nunca lo tenga.
—Pero, ¿y el castillo? —le interrumpió Penny—. Cuéntenos algo de él. ¿Es muy antiguo? ¿Se puede entrar? ¿Tiene pasadizos secretos?
—¡No vaya tan de prisa! La verdad es que no sé mucho acerca del castillo y eso que lo he estado viendo toda mi vida. Creo que me contaron en la escuela que fue construido en el reinado de Esteban… Ya sólo quedan ruinas de él sobre la colina. Pero como pronto lo van a ver ustedes mismos, no me pregunten más por él. También tenemos un río llamado Clun y un bonito puente antiguo que lo cruza, aunque ahora ya resulta demasiado estrecho
Se sacó la pipa de la boca y miró por la ventana durante un buen rato.
—Pero no puedo explicarlo —dijo por fin—. Eso es algo que hay que verlo. No es la ciudad, sino las colinas y los campos en donde yo vivo lo que hacen que aquel lugar no se olvide. Se dice que algunos de los primeros pobladores de Inglaterra vivieron en las colinas que rodean a Clun, y aún se pueden coger por allí puntas de flecha de pedernal…y hay un círculo formado con grandes piedras en Penywern, que yo he visto muchas veces y en un campo cercano hay una piedra mucho más grande. Creo que hay una historia que dice que si se traza una línea desde esa gran piedra hasta el centro del círculo, se ve el sitio en que el sol amanece el 21 de diciembre. ¿Saben lo que eso significa? —preguntó mirando de reojo a Penny.
Jon contestó:
—Yo diría que adoraban al sol. Lo mismo que los druidas de Stonehenge. Pero bueno, siga. Cuéntanos algo más.
—No sé que haya mucho más que contar, salvo que Clun está rodeado de colinas y que éste es el país que yo conozco por haber vivido en él y haber criado nuestras ovejas. Antiguamente fue todo un bosque. Desde las cimas de las colinas se pueden ver las cimas, el Long Mynd hacia el camino de Sretton, los Stiperstones y hacia el sur las Montañas Negras de Gales.
De nuevo hizo una pausa, y al cabo de un rato Penny dijo:
—Háblenos de su granja… ¿podremos ir a visitarle?
Alan sonrió y la mirada lejana que había habido en sus ojos cuando habló de las colinas que rodeaban su casa, desapareció.
—Claro que podrán. Vengan cuando quieran. Serán bienvenidos, ¡si pueden encontrarnos! Ahora sólo estamos mi madre y yo, aunque esperamos encontrar a alguien que nos ayude. —Se volvió hacia Jon—. ¿Le interesa a usted el ganado lanar? ¿Entiende usted de ovejas?
Jon sacudió la cabeza.
—Me temo que no. Pero nos gustará ir a verle.
—Hasta el último penique que hemos ganado se debe a nuestras ovejas. Mi madre reunió el mejor rebaño en muchas millas a la redonda y ahora es misión mía el conservarlo. Vengan a vernos y traigan a sus amigos con ustedes, aunque entonces puede que no pueda dedicarles mucho tiempo. :
—¿Cómo dijo usted que se llamaba su granja? —le preguntó Penny.
—Bury Fields[1].
—¿Por qué? Es un nombre muy especial.
—Supongo que sí… mi padre me contó una vez que tal vez recibió este nombre por haber cerca uno de esos campos de enterramiento en donde uno puede hallar, si excava, huesos y cenizas y cosas así de aquellos tiempos.
—Muchas gracias por hacérnoslo todo tan emocionante—le dijo Penny sonriendo—. A mí… a todos, nos gustaría mucho el ir a verle a usted y a su madre, y a sus ovejas, y por supuesto a su encantadora «Lady».
—Entonces puede que nos volvamos a ver —contestó Denton mientras recogía su equipaje—. Ya estamos entrando en Shrewsbury y tengo que decirles adiós, pues he de hacer algo en la ciudad y no puedo coger el mismo tren que ustedes. Muchas gracias por haberme llevado en el taxi y por ayudarme a esconder a «Lady».
Penny se inclinó y acarició con sus trenzas la cabeza dela perra.
—¿Dónde la consiguió? Me gustaría tener una igual queella.
—Me la dio un tío mío que tiene una granja en los South Downs allá en Sussex. Bueno, Penny, o como usted se llame, cuando vuelva a verle le pediré que le guarde un cachorrillo, a menos que «Lady» los tenga primero.
—¡Escríbale, por favor! —le suplicó Penny—. No espere a verlo. Podrían pasar años.
Alan se rió mientras se ponía la gorra.
—Puede que algún día aprenda a ser un criador de ovejas —dijo—, ¡pero nunca aprenderé a escribir cartas!
El tren tomó una curva y se deslizó a lo largo del andén un minuto antes de su hora.
Alan abrió la puerta.
—Cuiden de «Lady» mientras saco el equipaje. ¡Bien! Muchas gracias… Hasta la vista, muchachos. Espero que nos volvamos a ver.
—Eso espero yo —le dijo Penny, y luego, conteniendo la respiración, añadió—: ¡Es tremendo!
Jon se la quedó mirando fríamente.
—¡Vamos! —le dijo—. Dejemos eso. Tenemos cuarenta minutos si ese reloj va bien, así que vamos a ver si comemos algo.
Pero Penny seguía mirando a Alan y a «Lady» que se alejaban y pareció no haberle escuchado.