CAPÍTULO XIII

EXPLICACIONES

Poco antes de las cuatro de la tarde siguiente, Alan Denton bajó de las colinas con su perra «Lady» pegada a sus talones y entró alegremente en la enorme cocina de Bury Fields.

—Hoy hace menos frío —dijo mientras se detenía en el umbral—. Ha nevado, pero ha dejado de soplar el viento. Da alegría ver esa mesa puesta, madre. ¿No podría empezar antes de que todos vinieran? Estoy tan cansado que no puedo ni abrir los ojos.

La señora Denton lo miró desde la grande y reluciente cocina con una sonrisa de bienvenida. Sus mejillas estaban sonrosadas por el calor del fuego y sus ojos habían perdido la mirada de preocupación que habían tenido durante la semana pasada.

—He hecho todo lo que he podido, hijo, pero he olvidado cuántos me dijiste que vendrían. Si no hay bastante sitio para todos, algunos deberán sentarse en el suelo, pero los platos y tazas estarán en la mesa.

Y diciendo esto irguió su figura.

—Será mejor que te quites las botas antes de entrar, por favor. A veces, hijo mío, me pregunto si serás alguna vez cuidadoso… pero, dime, ¿está ya todo arreglado y todo el mundo sano y salvo? ¿Han detenido a esos sinvergüenzas?… ¡Y nuestro ganado! ¿Hay posibilidad de recuperar las ovejas que nos quitaron?

—Creo que ya está todo arreglado, madre; pero pronto nos dirán todo lo ocurrido, pues ese señor Cantor viene también. Lo vi un momento esta mañana en la ciudad y me dijo que había una posibilidad de recuperar las ovejas, así que le pedí que viniera con los muchachos… Y eso me recuerda que ellos querían traer a su ama de llaves, que es la que los cuida en Keep View, y les dije que bueno. Supongo que no te importará.

La señora Denton se echó a reír.

—Creo que tiene a su pobre hermana en el hospital. Me gustará que venga y además podrá echarnos una mano…Y ahora, Alan, vuelve a contarme otra vez lo de esos chicos, porque me hago un lío.

—Ya sabes, madre, que les debemos mucho. Es curioso que me encontrara a dos de ellos en el tren cuando venía a casa el otro día y que al final hayan venido todos a parar aquí. Son unos chicos estupendos, todos, sin excepción. Ya hacía mucho tiempo que no me trataba con jovencitos de esa edad. Me gustan. Incluso esos dos traviesos gemelos.

—Traviesos es la palabra —dijo la señora Denton, haciendo una mueca—, pero tienen un no sé qué… Y luego está esa chica pelirroja que se encaró con Quickset aquí mismo el otro día y la otra más pequeña de los ojos grandes que vino de Stiperstones.

—¡Penny y Jenny! —Alan se echó a reír—. ¿Pero no te confundirás con la más tranquila de las tres, verdad madre? No podrás olvidar a la chica que ellos llaman Peter, ¿no?

La señora Denton miró a través de la ventana hacia las luces del crepúsculo. Nubes que presagiaban nevada se estaban amontonando sobre las cimas de las colinas y ella frotó una cerilla para encender la lámpara. Su rostro amable y arrugado puso una expresión seria mientras prendía la llama.

—Si hubieras tenido una hermana, hijo mío, me hubiera gustado que hubiese sido como esa Petronella… Hay algo en sus ojos y en el modo como alza la cabeza que me gusta… Y ya sabes que soy chapada a la antigua y me gustan las chicas con trenzas.

Alan se acercó a la ventana

—Sí —dijo tranquilamente—. Es una muchacha estupenda.Y ahí viene por la colina en esa yegua suya… Y ahora, madre, ¿recuerdas a los muchachos y estás segura de que los llamarás por sus nombres?… Escucha, te los volveré a repetir… Primero está David, que parece ser el jefe del grupo. Es hermano de los gemelos y el amigo especial de la joven Peter. El chico alto y larguirucho de las gafas, que parece como si estuviera en un colegio, es el primo de Penny y me encontré con él asimismo en el tren. Se llama Jon. El último es el joven Tom, pequeño, recio y rápido. ¿Crees que podrás acordarte de todos ellos?

Su madre se echó a reír.

—Haré todo lo posible… Ahora sal y cuida de la yegua de esa muchacha y dile que entre.

Tres minutos después entró Peter, con los ojos brillantesy sus mejillas sonrosadas por el frío.

—Espero no haber llegado demasiado pronto —dijo—. Si acaso podría ayudarla un poco… Los otros llegarán dentro de diez minutos, pero yo quise venir montada en «Sally». ¿Le ha dicho Alan que Agnes viene también con nosotros? El señor Cantor la trae en un coche, pero los otros han preferido venir andando. ¿Y qué diría usted? Los gemelos y Jenny traen faroles de esos de los que llevan los cantantes callejeros de villancicos.

Con un poco de timidez se quito su pelliza.

—¿Puedo ayudarla en algo, señora Denton? ¿No es estupendo que hayamos cogido a esos malvados, y que ahora ya no tengan ustedes que preocuparse porque les roban las ovejas?

—Me parece, por lo que tengo oído, que ustedes, jovencitos, tienen algo que ver con que esos hombres hayan sido detenidos. Estamos orgullosos de ustedes, pero puede que nos enteremos de toda la historia cuando lleguen ese detective y los demás. ¡Pero, vamos, hija! ¡Si está bostezando! Debe de estar cansada.

—Ahora ya ha pasado lo malo —repuso Peter riéndose—. Pero aún tenemos sueño atrasado. Ya ve, cuando llegamos a casa la pasada noche, ya eran las primeras horas de la madrugada y nos fuimos derechos a la cama. Luego cuando nos levantamos, era la hora del almuerzo y no la del desayuno y entonces todos nos fuimos de nuevo a dormir hasta hace cosa de una hora… Fue entonces cuando tomamos nuestra cena desayuno, como lo ha denominado Dickie. Luego Agnes nos dijo que ustedes nos habían invitado a venir aquí… ¡Ha sido usted muy amable, señora Denton! A todos nos ha emocionado, pero por favor, perdónenos si bostezamos un poco… ¡Mire! Allí vienen. Han encendido sus faroles. Ya los veo por encima de la colina. Voy a salir al patio para ir a su encuentro.

Alan, que ya había llevado a «Sally» al establo, salió afuera con ella.

—Esto parece un circo —dijo haciendo una mueca mientras los del Pino Solitario se acercaban sendero abajo—. Vienen haciendo tanto ruido que se van a quedar sin voz para cuando cada uno tenga que contar su relato.

Peter se echó a reír.

—Supongo que los demás nos creerán un poco ruidosos, pero a veces sabemos permanecer tranquilos. Es que ahora nos conocemos los unos a los otros muy bien y hemos corrido muchas aventuras juntos… ¡Escuche, Alan! Puedo oír a uno de los gemelos. Me parece que es Mary.

Las voces se oían con gran claridad, porque el viento que soplo durante el día de ayer había amainado.

—Si no hubiera sido por nosotros —iba diciendo Mary— que hemos traído faroles, no sabríais dónde estáis, ni adonde vais… ¿Te encuentras bien gemelo por ahí detrás?

—Muy bien —llegó débil la respuesta de Dickie—. Tengo cuidado de que nadie se extravíe; pero todos se dejan guiar bien, incluso Tom.

Alan se echó a reír.

—¡Llámelos, Peter! Que sepan que los estamos esperando.

Peter se llevó los dedos a la boca, y de un modo impropio de una señorita, silbó el lamento del avefría que sonó con gran fuerza y claridad. Alan se la quedó mirando sorprendido.

—Ese es un modo extraño de llamarlos —dijo él—, ¿porque el canto del avefría?

—También puedo imitar el de la lechuza —le contestó Peter—. Escuche ahora y oirá la respuesta de Tom. El es el mejor silbador de todos nosotros.

Seguidamente oyeron la clara risa de Penny y luego la respuesta a la señal. Todo el grupo se aproximaba corriendo los últimos pocos metros que separaban la colina de la puerta del patio.

—Buenas noches —dijo Mary cortésmente cuando Alan le abrió la puerta—. Es encantador volver de nuevo aquí pero sepa que los otros no habrían llegado si no es porque Dickie y yo trajimos faroles.

Cuando llegaron en grupo los demás, las luces de los faros de un coche que bajaba dificultosamente por el camino, proyectaron sus rayos al cielo. Dickie se quedó ante la puerta abierta haciendo señales con su farol, hasta que el coche se paró a pocos centímetros ante él. Un grito ahogado vino del interior del coche.

—¡Richard! —prosiguió aquella voz horrorizada—. Tengo que darle una buena zurra. No hace más que causarme preocupaciones. Cuando está en la cama pienso si de verdad estará acostado y cuando está levantado no hago más que desear que vaya a acostarse. Y ahora, después de lo que he padecido todos estos días y especialmente la pasada noche, se pone ahí delante de un coche tan grande como éste, para que lo aplaste y lo mate.

Pero antes de que pudiera decir nada más, Agnes fue sacada del coche por los gemelos y la abrazaron tanto que su sombrero de los domingos, del que colgaba un racimo de cerezas artificiales, se lo echaron sobre un ojo. Fue presentada a Alan, que luego dio la mano al señor Cantor y todo el grupo se dirigió hacia el interior de la casa.

La señora Denton les estaba esperando a la puerta de la casa y la cálida y reluciente cocina se mostró tan acogedora, que la mayoría de ellos, incluyendo a los gemelos, quedaron silenciosos por la admiración. Ninguno pudo adivinar de dónde había sacado tanta comida en tan poco tiempo, y según Dickie hizo notar, cuando recuperó el habla, ésta era la «mejor de todas las mejores meriendasde su vida».

Hasta que todos estuvieron juntos en la iluminada habitación y se hubieron corrido las cortinas, y la señora Denton y Agnes se hubieron ido hacia el interior de la casa, no tuvieron los del Pino Solitario una oportunidad real para mirar al señor Cantor, que estaba de pie sobre la alfombra charlando con Alan, como si fuera una persona corriente y no un detective.

Ciertamente, tenía un aspecto diferente, y aunque seguía igual de calvo y todavía llevaba gafas, parecía más joven. Se había quitado sus característicos pantalones bombachos de color verde que le hacían veinte años más viejo y llevaba una chaqueta «sport» a cuadros y unos pantalones de franela gris. Alzó de repente la vista al encender su pipa y sorprendió a Peter que lo estaba mirando.

Le guiñó y le dijo:

—Muy bien, Peter, ¿ya me ha perdonado?

Peter se puso muy colorada. Odiaba ser sorprendida de ese modo.

—No sé a qué se refiere usted —musitó—. Creo que es usted quien tiene que perdonarme, porque pensé cosas tan terribles de usted y a veces me mostré un poco ruda.

—No, no lo fue, Peter. De veras que no… pero no me gustaba que usted me odiara… Dentro de un instante voy a ir a sentarme a su lado. Me parece conocer a los otros mejor que a usted y me gustaría que fuésemos amigos… Me ha alegrado mucho el reunirme con vosotros, y me gusta deciros…

—¡Silencio todos! —gritó Dickie de repente—. El señor Cantor tiene algo que decirnos.

El señor Cantor pareció un poco turbado.

—¡Hable! —le dijo Penny animándole con su agradable voz.

—¡Siga, señor Cantor! Ahora no sabe qué decir… Supongo que sabrá que yo fui la única que nunca dudó deusted ¡Si supiera las cosas que entre nosotros se llegaron a decir!

—Yo quería tan sólo hacer observar —dijo el detective mientras un súbito silencio caía sobre la reunión—, que sois un grupo de muchachos estupendos y que me ha gustado mucho trabajar con vosotros… Puede que vuestros nombres sean citados en mi informe

—¿Nos darán medallas? —preguntó Dickie— Mary y yo las llevaremos si usted nos lo pide. No me importa decirle, señor Cantor, que me gustaría llevar una medalla de la policía cuando regresara al colegio.

Cuando el estruendo de carcajadas que siguió a esta observación disminuyó un poco, Jenny habló:

—Aunque nos morimos de sueño, queremos que nos cuente usted todo, señor Cantor. Queremos toda la verdad, sin que nos oculte nada. Podremos soportar la verdad, señor Cantor.

Jenny abrió desmesuradamente los ojos en su carita pálida y ni siquiera sonrió cuando los otros volvieron a reír Jenny mezclaba siempre el melodrama con la vida misma y a veces, como David le dijo una vez, ella olvidaba lo que era lo real. Pero antes de que el señor Cantor pudiera contestar, se abrió de nuevo la puerta y entraron Agnes, la señora Denton y un hombre desconocido.

Entonces Penny lo reconoció y se adelantó.

—¿Como? ¡Si es el señor Clancy, que me rescató aquella noche en que le robaron sus ovejas!

Alan se puso al lado de su madre.

—Lo hallé esta mañana en Clun y le pedí que viniera esta noche. Me prometió venir pero yo no lo creí. Lo siento, madre, haber olvidado el decírtelo.

Mientras tanto el señor Clancy estaba estrechando la mano a Penny y a todos les pareció una persona encantadora.

—Siempre recordaré esa cabellera —dijo—, aunque no la pude ver bien la otra noche… Entonces vi un grupo de jóvenes amigos, pero hoy veo que han aumentado —entonces se detuvo de repente y se registró en un bolsillo en busca de un par de lentes de armadura dorada. Y es que veía por primera vez a los gemelos.

—Estas caras son nuevas para mí —murmuro.

—Somos gemelos —empezó Mary brillantemente, pero en seguida fueron apartados a un lado, mientras que su anfitriona los llevaba hacia la bien provista mesa. La señora Denton se sentó a uno de los extremos y Alan al otro. Después de Alan y a su derecha, estaba el señor Clancy, luego Jenny, Tom, Mary, Dickie y Agnes. Enfrente de Agnes y seguidamente tras la señora Denton estaba elseñor Cantor, que tenía a Peter a su lado, y luego David, Penny y Jon.

En uno de los pocos silencios en el bullicio de la conversación, se oyó decir a Dickie:

—Es gracioso, pero siempre hemos terminado una aventura con una comilona. ¿Te acuerdas de aquel festín en el Cuartel General nº 2, en «Siete Verjas», hermana?

Mary asintió feliz, tragó, y respondió por lo bajo:

—Que no se enteren los otros o no lo vea Agnes, pero no puedo dejar de bostezar… Es un fastidio eso de tener tanto sueño cuando se tiene tanta hambre.

Al final ninguno fue capaz de comer o beber más, y hasta la señora Denton y Agnes, que habían estado tan ocupadas cuidando de los demás, tomaron algo ellas mismas. Agnes, teniendo a su rebaño sano y salvo y de vuelta en casa, estaba en paz. Su amable rostro rosado le brillaba por el calor y la luz de la lámpara y las cerezas de su maravilloso sombrero se movían felices, cayéndole sobre una oreja. La señora Denton miró a través de la mesa a su hijo, que ahora estaba encendiendo la pipa y se sintió contenta. Los del Pino Solitario estaban otra vez juntos y habían hecho nuevas amistades, pero fue Penny la que habló y habló por todos al decir:

—Señor Cantor. Por favor. Estamos esperando que nos diga lo que tiene que contarnos sobre esta aventura y sobre los hombres de Grey Walls y si ha cogido a todos y cuánto tiempo llevaban en la casa y…

—¡Alto! —gritó el señor Cantor—. ¡Ve poco a poco, chica! Cada cosa a su debido tiempo; pero os prometo contaros todo lo que pueda «luego». Tenéis que recordar que habéis estado durmiendo desde primeras horas de la mañana Y que hay muchas cosas que yo no sé. Parece que os dividisteis anoche, lo que fue una lástima, parece ser también que todos vosotros entrasteis en Grey Walls de algún modo, pero¿quien fue primero?

—Creo que nosotros —dijo David—. Jon bajó la colina montado en la trasera del «capitoné» de Sam Quickset y yo me uní a él cuando reventaron los neumáticos… Claro queTom intervino en esto, pero él actuó por su cuenta.

—Correcto —dijo el señor Cantor—. Luego aclararemos lo de Tom. Entonces, David, ¿querrás decirnos lo que os pasó a vosotros dos? Y también me gustaría saber qué es lo que os pasó en la pista de estos ladrones de ovejas.

—Usted ya lo sabe eso, señor Cantor —le interrumpió Peter—. ¿No recuerda que yo de dije que me había encontrado el camión de transporte de muebles en la carretera de Clun y que estaba segura de que llevaba ovejas? ¿Y no recuerda que volví a oír el «capitoné» en medio de la noche y que lo vi cruzar por Clun a través de mi ventana?

El señor Cantor asintió.

—Sí que lo recuerdo, Peter. Cuando me llegue el turno de hablar le prometo contarle por qué estuve un poco rudo con usted aquel día. De todos modos, gracias por recordármelo… Y ahora, David, ¿quieres proseguir?

Entre Jon y David contaron toda su historia. A veces David se detenía para que Jon contara algo, y luego, más lento y metódico proseguía y Penny ya no podía aguantar la impaciencia. Jon seguía contando la historia. Les dijo cómo había esperado temblando en el bosquecillo mientras David y Tom vigilaban junto a las puertas, y cómo, cuando ya casi había abandonado toda esperanza, oyó venir al camión y al ver la tabla que sobresalía de la parte trasera, dio un salto sentándose en ella y echó una mano a David para que se subiera también cuando se pararon ante la puerta.

David lo miró de reojo y le guiñó y luego prosiguió su historia.

—Estaba más bien malhumorado echado allí en aquel sucio suelo del «capitoné» y preguntándome si nos irían a coger, pero el peor momento de todos fue cuando entramos en aquel sitio moviéndonos con dos neumáticos reventados. Fue entonces cuando me asusté de veras. No sé lo que sentiría Jon, pero…

—¡Fue terrible! —dijo Jon interviniendo—. No creo haberme sentido nunca tan aterrorizado como cuando nos dimos cuenta de que de veras estábamos dentro y de que el perro había empezado a ladrar.

—A eso iba yo —prosiguió David—. El perro se acercó más y más y estoy seguro de que si nos hubiese cogido lo habríamos pasado mal. Creo que pensé que había llegado mi última hora… —al decir esto miró a Jenny, le hizo una mueca y dijo—: Eso es lo que a veces han sentido los grandes héroes y exploradores, ¿no es verdad, Jenny?

Jenny tragó saliva y asintió. No tenía palabras para expresarlo.

—Bueno, pues la cosa es que estábamos allí. Mucho antes de que el perro empezara aquel alboroto, oímos a Quickset y a su desagradable compañero refunfuñando al hombre que había salido de la casa para abrir la puerta. Tuvimos suerte, pues los dos hombres estaban enfadados por causa de los neumáticos reventados y maldecían a los gitanos ya que creían que éstos eran quienes habían esparcido los cascotes por el camino; por lo tanto no se dieron cuenta de que el perro había olido a los que estaban en el «capitoné». Bueno, pero mientras tanto nosotros estábamos temblando…Por lo menos yo…

—Y yo también —añadió Jon sombrío.

—El tipo que había salido de la casa quería charlar con los otros dos, que apenas si podían hablar de rabia que tenían, así que los tres se pusieron furiosos por el jaleo que metía el perro y lo echaron de allí y supongo que se metieron dentro del edificio —aquí David respiró profundamentey miró a los oyentes que tenía a su alrededor—. Quizás no lo este contando bien, pero nunca olvidaré lo que sentí mientras aquel perro ladraba y arañaba por fuera… Sigue tú Jon… Te toca a ti.

Jon limpió sus gafas y entonces volvió a Penny su rápida y animadora sonrisa de un modo un poco confuso.

—Yo no lo voy a contar mejor que David —empezó diciendo—, pero hay una cosa que ahora debemos decir. Mientras los hombres estaban murmurando y maldiciendo allí afuera, oímos decir al que salió de la casa que necesitarían más tarde el «capitoné» para meter más ovejas, así que habría que cambiar las ruedas. Como fuera, tras haber echado de allí al perro, pusieron en marcha el motor de nuevo y el camión fue cojeando hacia lo que nosotros supimos después que era un gran garaje. A través de la puerta del «capitoné» nos entró un rayo de luz y hubo un ruido palpitante un poco misterioso que nos turbó, hasta que nos dimos cuenta que debía ser un motor generando corriente eléctrica para dar luz.

Aquí hizo una pausa y tomó un buen sorbo de té.

—¡Sigue! —le animó Penny—. No seas tan glotón. Ya comerás y beberás cuando hayas terminado.

Jon le sonrió, pero habló al señor Cantor.

—¿Le estamos contando lo que usted quería saber, señor? Si no es así, dejaré de hablar… Muy bien entonces… Supongo que les llevó una media hora el retirar aquellas ruedas y reparar los dos pinchazos. Evidentemente tuvieron que reparar las dos porque sólo llevaban una rueda de repuesto,y puedo decirle que oímos unas cuantas cosas mientras estaban trabajando.

Y en este punto Jenny, que ya hacía rato que había dejado de comer y estaba escuchando extasiada con la mejilla apoyada en ambas manos y sus codos sobre la mesa, dijo lo que todos los demás estaban esperando.

—¡Dínoslo! ¡Dínoslo, Jon! ¡Prosigue! ¿Qué dijeron loshombres?

—Dijeron muchas cosas que no podemos repetir aquí —dijo David modestamente mientras daba un codazo a Peter que estaba a su lado—, pero estaba claro, aunque ellos no hicieron más que gruñir, que estaban muy asustados por alguien al que llamaban el jefe, y como oiréis si no nos interrumpen, este jefe era el hombre que nos llevó hasta la carretera en su coche y que nos amenazó con el perro a primeras horas de la tarde… ¿Quieres que prosiga, Jon,… Pues, bueno… Ya verán que estábamos metidos en un buen lío y que no podíamos hacer mucho, porque en todo estetiempo el «capitoné» no fue dejado solo. Nos las arreglamos para abrir un poco la puerta, así que el rayo de luz que entraba era un poco mayor y nos permitía ver algo del exterior. Tan pronto como las ruedas estuvieron cambiadas, el chofer dijo que sacaría fuera el camión otra vez, y sospechamos que hacía esto para ponerlo más cerca de los corrales de las ovejas. Desde luego nosotros no supimos nada de los corrales hasta que los vimos por la parte trasera del «capitoné». Cuando el chofer hizo la maniobra para retroceder hacia la casa, su compañero vino corriendo y señaló hacia los muros a unos cuarenta metros de nosotros… La luna era muy brillante, ya recordarán, y pudimos ver todo esto claramente, pero ya supondrán lo excitados que nos pusimos al ver que salían ovejas de un agujero en el suelo.Allí había asimismo un perro pastor y los hombres condujeron a las ovejas hacia los corrales, y oímos a uno de ellos decir que no acabarían en dos horas. Entonces estuvimos seguros de que había llegado nuestra oportunidad, pero pasaron una serie de cosas que la estropearon. Cuando los hombres fueron hacia la puerta trasera de la casa, debieron dejar salir al perro, aunque éste empezó a ladrar otra vez, y al mismo tiempo vimos que alguien salía por el agujero que había debajo del muro. No reconocimos a Tom hasta que lo tuvimos dentro del «capitoné», porque estuvo fuera de nuestra área de visión mientras corría, pero nos causó mucha alegría al encontrarnos con él.

—¡Yo también me alegré! —dijo Tom—. Nunca había estado tan asustado en mi vida, como cuando aquel perro salió corriendo detrás de mí.

—Ahora es cuando creo que empieza la parte verdaderamente interesante de la historia —dijo el señor Cantor—; pero cuéntenla lo más rápida posible y luego les haré algunas preguntas… ¿Quieres ahora continuar, David, por favor?

Todos, inclusive los gemelos, estaban quietos. Los tres hombres encendieron sus pipas, la señora Denton empezó a hacer punto, mientras que Agnes quedó tan sorprendida por las revelaciones de lo que habían hecho los chicos mientras estaban bajo su cuidado, que no podía apartar los ojos de ellos.

David prosiguió:

—Lo que sucedió después no es tan agradable, pero lo contaré lo más rápido que pueda. Esta vez el perro se puso tan furioso, que los hombres empezaron a darse cuenta de que algo pasaba, pero aún seguían discutiendo acerca de ello cuando el hombre al que ellos llamaban el jefe vino con paso tranquilo a través del patio. Yo estaba observándole a través de la rendija de la puerta. Iba fumando un puro y llevaba un abrigo de color claro sujeto con un cinturón. Habló al perro y le puso la mano en el collar y entonces dijo a los hombres que abrieran la puerta del «capitoné».

En este momento Jenny soltó un grito y Peter se agarró a la chaqueta de «sport» de David, sin que este último se diera cuenta.

—¿Y bien? —inquirió el señor Cantor.

—No fuimos entonces muy listos —prosiguió entonces David en tono de excusa—; pero desde luego no había mucho que pudiéramos hacer.

—¿Qué es exactamente lo que hicieron ustedes? —preguntó Alan.

—Bueno —dijo Jon tras un largo silencio—. Tuvimos un poco de pelea… Ya sabe, a ninguno de nosotros nos gustaba mucho aquel tipo del bigotito.

—Y llevábamos mucho rato encerrados en aquella gran jaula —añadió David como excusa.

—Ya veo —dijo el señor Cantor mientras llenaba su pipa—.Creo que lo que ha dicho Jon es lo razonable. ¿Y qué pasó?

—Cuando nos sacaron de allí nos llevaron escaleras arriba —continuó Jon—. Lo malo es que fueran tan mayores para nosotros, pero apuesto a que uno de ellos se acordará de Tom bastante tiempo. Tom es más rápido que yo, ya sabe usted… Bueno, pues nos metieron en una habitación muy grande y muy bonita con una alfombra lo menos seis pulgadas de gruesa, ¿te fijaste que tenía dibujados pavos reales, David?

David meneó su cabeza.

—Yo creí que eran langostas.

—Pero no hay langostas de esos colores —replicó Jon.

—No veo por que no —empezó David, pero fue interrumpido por el ruido que hizo el señor Cantor al pegar un puñetazo sobre la mesa.

—¡Sigue contando tu historia, muchacho! ¿Qué sucedió en aquella habitación? ¿Quién había allí y qué preguntasos hicieron?

David suspiró.

—Usted no nos da una oportunidad con sus interrupciones. ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! La alfombra con langostas.

—Pavos reales —le contradijo Jon.

Cuando la discusión hubo acabado, David prosiguió su relato:

—El tipo elegante subió allí. Se sentó en el brazo de un enorme sofá, se fumó su puro y bebió una bebida, nos miró y nos hizo algunas preguntas. Si los otros sintieron lo que yo, tenían que estar asustados, porque yo lo estaba.

Los otros dos asintieron con la cabeza y Tom añadió:

—Pero yo siempre odié a aquel tipo.

—¿Qué os preguntó? —insistió el señor Cantor muy tranquilo.

—Nos preguntó que por qué habíamos vuelto buscando jaleo y que cómo habíamos entrado. Tom le dijo que habíamos saltado sobre los muros y Jon afirmó que nadando y eso lo dejó confuso porque él debió de repente recordar que nos había hallado en el interior del «capitoné» y eso lo puso furioso y nos soltó palabrotas.

—A mí no me importó mucho que hiciera eso —afirmóTom—. Lo odiaba más cuando estaba tranquilo. Le hubiéramos ajustado las cuentas de no haber sido porque aquellos dos brutos estaban esperando al otro lado de la puerta.

—Nos preguntó si alguien nos había enviado para espiarle y por supuesto le dijimos que no, que sólo estábamos interesados en recorrer la comarca y a él no le gustó la contestación. Entonces, de repente, tiró el puro a un lado y no sdijo que nos iba a encerrar en una habitación en el piso de arriba hasta que fuéramos razonables, y antes de que pudiéramos discutir llamó a aquellos dos tipos duros que se nos llevaron a la fuerza. Cuando llegamos a la puerta nos dijo: «Si rompéis la ventana os romperé la cabeza. Bueno, da igual, está muy alta de todos modos y aunque pudierais saltar, abajo está el perro esperándoos. No discutáis. Fuera de aquí y a lo mejor subo a hablar con vosotros mañana por la mañana…» Ahora sigue tú, Tom.

Tom se pasó los dedos por el interior del cuello de su camisa.

—No era una habitación muy grande. No tenía alfombra ni linóleo y solamente tenía una pequeña cama de hierro, una silla y un armario sencillo. El tipo bizco al que ellos llamaban Sam y su compañero, tuvieron que llamar a otro individuo para podernos subir escaleras arriba, pero al final lograron meternos y cerrarnos la puerta con llave. Luego oímos que arrastraban algún mueble con el que la taponaron. Fue idea de Jon el hacer señales y lo consiguió subiendo y bajando su chaqueta ante la bombilla.

—¿Qué señal hiciste, Jon? —preguntó Penny de repente—.Nosotras leímos tu nombre y Peter pudo deletrearlo. Fue una suerte que ella entendiera el Morse.

—A veces hice el S O S y otras nuestros nombres. Era difícil hacer palabras o frases largas. Pero había que hacer algo, aunque no creímos que las chicas lo comprendieran.

—¡Ah! ¿Conque no? —replicó Peter indignada—. ¿Y quien fue en busca de vosotros? ¿Os pensasteis que íbamos a seguir esperando en aquellas ruinas hasta que nos heláramos?

La tranquilizaron un poco y finalmente Tom pudo continuar su relato.

—No hay mucho más que contar. Después de que Jon había estado haciendo señales durante un rato, vimos que se prendía fuego en la cima de la colina y luego a Alan y al resto de ellos montados en sus caballos. ¡Caray! Fue mejor que en las películas. Cuando empezó todo aquel jaleo fuera tratamos de abrir la puerta, pero no pudimos forzarla. Luego vimos a las chicas merodeando por allí abajo y nos acordamos del perro, así que rompimos los cristales de la ventana y… bueno, creo que eso es todo.

—¡Va! ¿Conque eso es todo, verdad? —dijo Dickie interviniendo a su vez—. Te parece que ya no hay nada más ¿no? Ya habéis olvidado quién vino a rescataros. ¿Y quién fue quien encontró a un policía cuando las llamas del incendio se puede decir que ya estaban lamiendo las puertas de la casa y los llevó a través del campamento enemigo hasta encontraros y forzó la puerta y os rescató? ¿Os parece que eso es todo? ¿Eh?

El pobre Tom fue cogido tan de sopetón por este ataque que sólo pudo carraspear, y menos mal que Jon acudió ensu ayuda y dijo:

—Vas muy de prisa, Dickie. Ahora mismo iba a daros las gracias a ti y a Mary aquí delante de todos en nombrede los tres… Muchas gracias, Richard. Muchas gracias,Mary.

Los gemelos hicieron una ligera inclinación de cabezac omo reconocimiento a este tributo, pero el guiño que Mary hizo a Jon le hizo sentirse a este un poco incómodo. Era evidente que Mary tenía experiencia de las cosas.

Ahora todos suplicaron al señor Cantor que contara suparte de la historia, pero éste repitió que primero quería oírtodo lo que ellos tenían que decir.

—Ya ataré yo los cabos al final —dijo.

David se llevó la mano a la boca y bostezó.

—Quisiera saber cómo es que las chicas salieron por aquel túnel, y me parece recordar que Jenny tuvo una aventura de la que no sabemos nada. Oigamos ahora eso.

Así que Penny empezó a narrar lo que hicieron las chicas. Lo dijo de un modo impulsivo, derrochando toda la generosidad de su corazón en sus elogios a Peter, hasta que esta última protestó y ocultó su rostro encendido entre sus manos.

—Así que ya ven —concluyó Penny—. Realmente no hicimos mucho y fue una suerte que encontrásemos aquel túnel por debajo del muro. Lo que yo quiero saber es qué es lo que le sucedió a Jenny y cómo vino montada a caballo cruzando las llamas sobre el caballo de Reuben —y en este momento se inclinó para decir algo al señor Cantor—. Y si hay aquí alguien que se merezca una medalla, creo que es Jenny, porque es la más valiente de todos nosotros. Me hubiera gustado haberme ganado yo una.

Pareció que Jenny era mejor leyendo narraciones que contándolas, pero al final la pudieron persuadir a contar la suya.

—No me miren todos así —empezó diciendo, y entonces Tom murmuró algo a su oído y ella respiró profundamente y volvió a probar suerte—. Odié todo aquello después de que Peter me hubiera dejado sola para volver con Penny. Lo odié. Hacía tanto frío, que me sentía un poco enferma y aunque fingí ser valiente, sabía que no lo era y todo el rato que fui andando (a veces corrí un poco para entrar en calor y para ir un poco más de prisa), mis dientes me castañetearon. Me castañetearon tanto que parecían unas castañuelas tocando. Estaba sola y al cabo de un rato me perdí. Yo sabía el camino, pero la luz de la luna parecía dar a todo un aspecto diferente. ¿Saben ustedes que nunca me había fijado en eso antes? Parece a veces que las cosas se mueven o que no están en el mismo sitio, y sin embargo todo está tranquilo y quieto. Me asusté un poco a la vista de unos espinos —y al decir esto se volvió hacia Peter—. Son de la misma clase de los que crecen en Black Dingle, allá en mi pueblo, Peter. ¿Te acuerdas?

Peter asintió con gesto de simpatía. Ella los recordaba y sabía también lo que sentía Jenny a la vista de unas negras sombras de unos matorrales de extraño aspecto, a la luz de la luna en una noche helada.

Jenny prosiguió:

—Bueno, pues yo seguí andando a través de las colinas cubiertas de brezos en busca de esta casa y al cabo de un rato vi lo que parecía una pequeña llama. Cuando me acerqué vi que era un fuego de campamento que ardía cerca de un carromato. Entonces me acordé de lo que Peter me había dado y como estaba perdida y asustada y me sentía muy deprimida, saqué el silbato que los gitanos le habían regalado y soplé con fuerza. Silbé una o dos veces mientras me acercaba y entonces se abrió la puerta del carromato y allí estaba Reuben… A mí me pareció cosa de magia y lo llame por su nombre y él me respondió, y nunca me alegré tanto de ver a alguien como esta vez a mi querido Reuben… Le conté cómo había conseguido el silbato y por qué Peter me lo había dejado, y luego le dije que tenía que ir en busca de Alan, porque probablemente los muchachos estaban prisioneros y a lo mejor los estaban torturando. Él me respondió que había hecho muy bien en tocar el silbato y que debía montar con él en su caballo y que estaríamos en Bury Fields al cabo de cinco minutos y así fue. Por el camino él me contó que a causa de lo que David le había dicho, él volvía a Clun, porque no tenía miedo de que lo acusaran ya que era inocente. Iba muy incómoda en aquel caballo. Era algo terrible pero a la vez divertido. Reuben conocía todas las granjas y los granjeros parecían conocerlo a él. No sé a dónde fuimos, pero pronto reunimos cuatro hombres y cuando llegamos aquí eran cinco, porque Alan salía en aquel momento en busca de alguien para hacer una ronda a caballo y vigilar. Le dije a él más de lo que había contado a los otros y luego él les habló, y pude ver que todos estaban deseosos de ayudarnos y de rescataros si de veras estabais allí. ¿Sabéis a lo que me refiero?

Sus oyentes, encantados, pero confusos, fingieron saberlo, pero apenas pudieron respirar antes de que Jenny prosiguiera:

—Os lo tengo que decir, y especialmente a ti, Peter. Alan dirigió la palabra por dos veces a Reuben de modo muy amable. Al principio ya saben ustedes que Alan estuvo muy equivocado respecto a Reuben y Miranda, pero ahora se portó con él como un amigo… Bueno, pues eso es todo lo que me sucedió excepto que mientras bajábamos por aquella colina con él fuego detrás, no dejé ni un momento de gritar.

Por fin llegó el turno del señor Cantor, y cuando hubo dado las gracias a todos por sus relatos, rogó a la señora Denton que le excusase por colocarse de pie junto al fuego para hablar; así que algunos tuvieron que volver sus sillas para verle de frente y la luz de la lámpara relució en sus rostros mientras escuchaban. Primero explicó que los robos de ovejas habían tenido lugar en todas partes del país durante las largas noches de invierno. Todo había empezado por ser cosa de poca importancia en muchos distritos y por eso pasó mucho tiempo antes de que la policía se diera cuenta de que se trataba de unos robos bien organizados. Parecía ser que las ovejas eran llevadas rápidamente a otras partes del país, donde eran matadas en mataderos clandestinos.

—Ya hemos detenido a la mayoría de los de la banda —prosiguió—, y les alegrará saber que aquel hombre tan atildado, ese que le hacía tan poca gracia a Tom, era una especie de cabecilla. Ahora ya lo tenemos encerrado bajo llave. Aún no hemos averiguado cómo se apoderaron de Grey Walls, pero era un sitio ideal para establecer el cuartel general. Como todos se habrán dado cuenta, la configuración del contorno hacía a la casa invisible desde todos lados, excepto desde el bosquecillo. Y a propósito, ninguno de ustedes me ha preguntado si el fuego se ha extinguido ya. Pues, sí, ya está apagado. Se extinguió por sí solo la pasada noche, cuando alcanzó el claro que hay junto a la casa; pero les contaré dentro de poco algo mássobre eso. La zanja desde luego era el lugar ideal para esconder las ovejas. Por lo visto los granjeros de aquí conocían su existencia, pero ninguno de ellos pareció tomarse interés en ello, ni creo que a nadie se le ocurriera investigar por allí.Esta mañana mis hombres han encontrado cuatro corrales ocultos más en una extensión de dos millas. No estoy seguro de por qué fue considerado necesario hacer aquel túnel por debajo del muro, pero puede que existiera antes de que ese tipo se apoderara de la casa y fue lo bastante listo para usarlo. Creemos que las ovejas robadas durante el día, eran escondidas en la zanja hasta el anochecer y entonces llevadas al amparo de la oscuridad a los corrales que había dentro de «Grey Walls». A veces la marca de hierro de las ganaderías era cambiada o borrada antes de que las ovejass fueran metidas en el «capitoné». Por supuesto, Peter; parece ser que desde aquí sólo operaban con un camión, pero hemos descubierto que cambiaban el color y el nombre del supuesto propietario. Desde aquí las ovejas robadas eran llevadas a veces al País de Gales, pero más frecuentemente a Shrewsbury o Birmingham. Pero antes de que vinieseis vosotros, muchachos, empezamos a sospechar que los ladrones operaban en esta comarca, pues es muy salvaje y despoblada, y pasé varios días recorriendo el distrito con mi horrible y vieja bicicleta, pero nunca encontré «Grey Walls» hasta el mismo día que vosotros lo encontrasteis. Yo no sé si os habéis dado cuenta, pero me habéis sido muy útiles. Siento que tuviera que engañaros al principio, pero sentía sospechas y temí que fuerais un estorbo. Además, si os hacía entrever algo de la verdad, corría el riesgo de que a vosotros se os pudiera escapar algo y llegara el soplo a Grey Walls, de que el caballero que andorreaba por las colinas en busca de puntas de flecha, ni tenía la edad que aparentaba ni era tal caballero… Siento haberle echado la culpa a los gitanos por la misma razón. No quería hablar con nadie de ovejas robadas durante unos días, sino descubrir todo lo que pudiera por mi cuenta. Lo más natural era que echara la culpa a los gitanos para despistar; no quería que Denton y Clancy armaran un jaleo queriendo detener la actividad de los ladrones y lo echaran todo a perder. Me habían dicho que tenía que echar mano al cabecilla a toda costa, así que no quise que me olfateara, como diría Jenny, antes de que pudiera echarles el guante a todos. Después de que los gemelos encontraron el escondite en la zanja ayer por la tarde, estuve muy ocupado. La furgoneta que vino llena de policías había sido prestada y la devolveremos mañana. Yo no sabía que Jenny y Reuben fueran por ahí reuniendo a los granjeros y no estaba segurode cómo íbamos a poder cruzar aquella puerta.

—Yo le di a él la idea dijo Dickie —. Estábamos dentro de la furgoneta con algunos policías muy simpáticos y cuando nos detuvimos para celebrar consejo de guerra allí detrás de los pinos, fue cuando se me ocurrió la idea… o puede que se le ocurriera a Mary. Bueno, da igual. La cuestión es que fue idea nuestra…

—¿Qué idea? —preguntó Tom lleno de curiosidad—. ¡Venga! ¡Dilo pronto!

—Fue una buena idea —dijo Mary como si tal cosa—. Se nos ocurrió… Dijimos al señor Cantor que saliera con una caja de cerillas y que quemara todo, hasta que aquello stipos salieran corriendo como ratas cogidas en una trampa —y tras hacer tan sencilla declaración, Mary cabeceó apoyando sus rizos sobre su plato y se quedó dormida. Agnes se irguió alarmada, pero el señor Cantor le hizo una señal con su pipa y le dijo:

—Por favor, no la despierte ahora. Estoy seguro de que se encuentra bien. Sólo un poco cansada… Lo que ha dicho es verdad. Así que probamos con lo del fuego y aquello fue más rápido de lo que pensamos. Los hombres y yo fuimos y prendimos fuego por seis sitios y el viento hizo el resto. Hasta que todos estuvieron encendidos no vimos a los jinetes que cabalgaban pasando junto a las llamas, sin cruzarlas. ¿No es así, Denton?

Alan asintió.

—Sí. Fuimos siguiendo un sendero a lo largo de la colina y paralelo con la granja. Desde luego, no podíamos verle a usted ni a ninguno de sus policías, porque estaban al otro lado de la colina; pero como las llamas asustaban a los caballos, nos decidimos a meternos en la casa fuera como fuese y volvimos y bajamos colina abajo tan rápidos como pudimos, y tratamos de calmar a los caballos allá abajo enla zanja. Y a propósito, ¿cómo consiguieron ustedes que les abrieran la puerta? ¿La aporrearon o tiraron de la campanilla?

El señor Cantor sonrió y miró especialmente a Dickie.

—Dickie no se dio cuenta de ello, pero salté de un tiro lacerradura. No podía, esperar… Y ahora que ya está todo explicado, quisiera dar las gracias a mis nuevos amigos por ayudarme a hacer mi trabajo.

La señora Denton alzó la mirada de su punto.

—¿Ha cogido usted también a San Quickset?… Siempre fue un indeseable y nos odiaba porque le sorprendimos robando. Trató de amenazarme el otro día, pero la mayor de estas dos pelirrojas, ¿se llama Penny, no, Alan? ¡Ah, sí,Penny! No me suena ese nombre… Bueno, pues lo asustó y lo echó de aquí.

—¿Con qué y por qué la amenazó? —preguntó el señor Cantor.

—Me dijo que si no le daba dinero, robarían nuestras ovejas. Es un pobre desgraciado ese Sam Quickset. Nunca me gustó.

Entonces Agnes empezó a mostrar señales de inquietud. Las cerezas empezaron a agitarse mientras se inclinaba y murmuraba algo a la señora Denton y miraba significativamente a los gemelos. Mary estaba ahora dormida apoyada contra Tom, y Dickie, aunque bostezando continuamente, se negó a hablar nada con Agnes. Sabía que antes de que lo pensara, la tal conversación caería en el tema de irse a la cama. Pero todos los del Pino Solitario estaban ahora bostezando y se hallaban demasiado cansados para darle todo su significado a lo que habían oído. Fue cuando Agnes se levantó y retiró su silla dispuesta a dar la batalla, cuando alguien aporreó la puerta allá fuera. Cuando David levantó la cabeza sorprendido, vio que el señor Cantor miraba apresurado su reloj de pulsera. Este sorprendió la mirada de David y guiñó mientras se abría la puerta y entraba solemnemente el alto policía de Clun, que miró a todos muy serio, hasta que la señora Denton le sirvió una taza de té.

—Muchas gracias, señora Denton. Siento mucho tener que interrumpir tan agradable reunión, pero debo preguntar si hay en esta casa unos gemelos que se llaman Morton.

—¿Y para qué quiere usted a esos pobres inocentes? —preguntó Agnes levantándose con ademán de protegerlos y llena de ira.

—¿Inocentes? —dijo el policía mientras soltaba su casco sobre el mantel y se tomaba el té de un trago—. ¿Inocentes? Puede que lo sean. He venido a llevármelos.

Dickie soltó un alarido de júbilo y se inclinó para sacudira su hermana.

—¡Despierta, Mary! ¡Vamos a la cárcel!… En serio, Mary. Este policía ha venido a detenernos.

Mary se echó hacia atrás sus rizos y abrió del todo sus ojos grises.

—Dilo otra vez, gemelo. Me ha parecido una estupidez… Me ha parecido oír que decías que alguien ha venido a detenernos.

—Eso es lo que he dicho. Para eso ha venido.

—No seas tonto, gemelo. No hay más que un policía en el mundo que pueda detenerme y ese es mi encantador señor Cantor.

Y se lo quedó mirando sonriendo con ojos de borrego.

—Es el rey de todos los policías —afirmó.

Entonces el policía de Clun carraspeo con fuerza y fingió tener mucha tos cuando su superior lo miró fríamente.

—¿Entonces qué hago con el coche, Jefe? —pregunto.

—No necesita hacer nada. Saldremos en seguida, gracias —y se volvió hacia los gemelos—. Es verdad que ha venido para llevarse a vosotros dos. Habéis ayudado a la policía, así que ella ha enviado un coche para recogeros. Yo haré todo lo posible para detenerte en otra ocasión, Dickie.

Entonces la reunión empezó a disolverse y hubo mucha confusión cuando empezaron a darse las gracias unos a otros.

Penny se encontró al lado de Alan.

—¿Qué suerte que me encontrara con usted en el tren aquel día! ¿Verdad? —le dijo él.

—Fue en Charing Cross esperando en una cola para un taxi. ¡Me asombra que se haya olvidado, señor Denton!

Jon se abrió camino entre la concurrencia.

—¡Vamos, Penny! Ya es hora de irse. Siento interrumpir esta reunión. Ha sido estupenda.

—Vuelvan de nuevo —les dijo Alan—. Siempre serán bienvenidos aquí. Vengan y aprenderán algo sobre la cría de ovejas. ¿Cuándo vuelven al sur de nuevo?

—Hemos de volver al colegio la semana próxima —dijo Penny—, así que no estaremos aquí mucho, pero trataremos de volver algún día.

Entonces dijeron adiós a la señora Denton y al señor Clancy, al que por lo visto mareaba un poco eso de que hubiera tanto muchacho en una sola habitación, y salieron en tropel hacia la oscuridad donde los esperaban dos coches en el patio.

—No se preocupe por «Sally», Peter —le dijo Alan mientras caminaba junto a ella—. La cuidaré esta noche y se la llevaré mañana. O si lo prefiere venga a recogerla cuando esté lista. Va a nevar esta noche, así que si yo fuera usted la dejaría donde está de momento.

—Gracias, Alan. Vendré a recogerla. Tendré mucho gusto en hacerlo.

—Y gracias de nuevo por lo que han hecho, Peter. Nos han ayudado muchísimo y nunca lo olvidaremos. No puedo alojarlos a todos, pero siempre que vengan serán bienvenidos.

Entonces los gemelos se las arreglaron para separarse de Agnes y cuando, ya en la cima de la colina camino de Clun, pasaron junto a un carromato que bajaba traqueteando por la carretera en medio de la oscuridad, Mary pidió al policía que iba de chofer, que se detuviese.

—Ya iremos andando el resto del camino, gracias —dijo, y entonces se volvió hacia un rincón y sacudió a Jenny para despertarla—: ¡Eh! ¡Despierta! Nos hemos cruzado con el carromato de Reuben.

Entretanto, Dickie ya había saltado a la carretera y detenido al otro coche, en el que iban Agnes y los demás del Pino Solitario. Las protestas del ama de llaves fueron inútiles, porque los gemelos se negaron a entrar hasta que hubieran hablado con los gitanos.

Peter fue la primera en saludarlos y Jenny la siguiente y entonces armaron tal jaleo de voces que Miranda les pidió que se callaran un poco, pues iban a despertar a Fenella.

Entonces Reuben hizo una seña a los gemelos y los subió junto a él en el asiento del conductor.

—Tomad las riendas —dijo sonriendo—. Cada uno una y conducid hasta Clun.

Los del Pino Solitario caminaron colina abajo junto al carromato, como si fueran una guardia de honor. Las lámparas de aceite de delante, relucían como si fueran los ojos dorados de un animal soñoliento y la pequeña chimenea lanzó un penacho de humo.

—Va a nevar —dijo Reuben, mientras se detenía al otro lado del puente y ayudaba a los gemelos a bajar—. ¡Adiós, muchachos! ¡Nos volveremos a ver!

—Vengan a Witchend —les rogó Mary—. Vuelvan otra vez, por favor.

—Vengan a Hatchholt —les pidió Peter mientras alzaba la vista hacia los negros ojos de Miranda.

—Vengan a Ingles a tomar una buena taza de té —dijoTom, riéndose.

—Vuelvan otra vez a Barton Beach, por favor —dijo Jenny.

Miranda apoyó su mano sobre la de Peter, pero se quedó mirando la roja cabellera de Penny.

—¿Y tú? —le preguntó—. ¿Tú no darías la bienvenida a estos gitanos?

Penny se echó a reír.

—Siempre me gustaría muchísimo volverla a ver. Pero vivimos muy lejos. ¡En el Sur!

—Entonces, vuelve por aquí, guapísima —le dijo Miranda—, y te diré la buenaventura.

Entonces Reuben hizo chasquear su látigo y arreó los caballos y el carromato se puso en marcha ruidosamente de nuevo.

Hubo un largo silencio hasta que Dickie dijo:

—¿Sabéis lo que nos contó Agnes? Que hay un dicho en este pueblo que dice: «Los que van al puente de Clun vuelven más pillos de lo que eran», y creo que en lo que se refiere a nosotros eso es verdad.

—«Mackie» va a dormir en mi cama esta noche—dijo Mary—. Estaba tan cansada esta tarde cuando nos fuimos, que Agnes me engañó y lo dejó atrás. El pobrecito debe estar muerto de pena.

Ya de vuelta en Keep View se encontraron al señor Cantor que los esperaba para decirles adiós. Luego los gemelos fueron mandados a la cama y Penny dijo:

—Subamos al castillo aunque sea por unos minutos y terminemos la aventura donde empezó.

—La luna va a salir en seguida —dijo Jon mientras subían fatigosamente la cuesta—. Ya empieza a nevar.

Se apoyaron contra los ásperos muros y observaron cómo la luna aparecía entre un claro de nubes. Clun, exceptuando a algunas ventanas todavía encendidas, parecía completamente dormido. Alrededor de la colina, por debajo de ellos, se deslizaba el pequeño río, y a lo lejos, rodeándolos, las misteriosas colinas que habitaron los antiguos bretones y que aún guardaban sus secretos.

—Ha sido mucho más maravilloso de lo que pensamos —dijo Penny finalmente—. Y ha sido gracias a todos vosotros.

—Yo no creí que en unas vacaciones pudiera divertirse una tanto —dijo Peter lentamente—. Son las mejores que he tenido —y se volvió para sonreír a su nueva amiga.

Jenny tiritó y alargó su mano para coger los copos de nieve.

—Nada como esto me había ocurrido a mí antes. Me gustaría que todos pudierais venir a verme a Barton en las próximas vacaciones, a ver qué es lo que nos pasa allí. Me está entrando frío. Volvamos.

—Sí. Vayámonos —dijo David—. Tengo frío, sueño y cansancio, pero me gustaría repetir aquella pelea en la escalera, ¿y a ti, Tom?

Tom se echó a reír.

—Ya sabes que no podía ver a aquel tipo. Creo que era por su bigotito. Puede que ahora nos esté nevando durante unas semanas. ¡Mirad, muchachos! ¿No os recuerda Witchend?

Y señaló hacia arriba y vieron cómo echaba a volar una lechuza sin hacer ruido, por encima de las ruinas del castillo.

—¡Tuuit! ¡Tuuit! —silbó Tom, en una perfecta imitación, y las oscuras sombras le respondieron mientras todos corrían colina abajo.