LAS CHICAS SE LANZAN AL RESCATE
Allá arriba en la colina que domina a Clun, donde un viento implacable aullaba a través de las ruinas del antiguo castillo y la luz de la luna arrojaba fantásticas sombras negras sobre el helado césped, Penny, Peter, Jenny y los gemelos estaban agazapados en el abrigado rincón del Cuartel General número tres.
Peter, con sus pantalones de montar, su jersey escarlata y un abrigo corto, pero que daba calor, se apoyaba contra la pared mirando a las otras que estaban agachadas junto a una pequeña hoguera de leños. Llevaba la cabeza al descubierto como siempre, pero ponía cara muy seria mientras oía a Jenny.
—Os digo que es una tontería que nos quedemos aquí. Nos vamos a morir de frío si estamos mucho más rato y no tiene sentido. Volvamos ahora a casa y comamos algo y digamos a Agnes que no se preocupe… Claro que les debe haber pasado algo, pero no creo que sea nada malo porque Tom esta con ellos.
Penny abrió la boca ante esta última observación y Peter alzó la mejilla indignada, pero antes de que ninguna de las dos pudiera decir lo que estaban pensando, Jenny prosiguió sin pararse a respirar como era su costumbre.
—…y otra cosa… ¿por qué no nos contáis, vosotros, los gemelos, lo que sabéis? Decís que lo habéis averiguado todo, así que ¿por qué no nos lo decís? Es una tontería quedarse así aquí.
—Eso creo yo también —dijo Penny—. A lo mejor los muchachos nos están gastando una broma. O a lo mejor es que se han olvidado de nosotras. Cuando aparezcan me van a oír. A lo mejor están ahora cenando en Keep View alrededor del fuego.
Peter enrojeció de rabia.
—No sé cómo te atreves a decir eso, Penny. Es la peor cosa que te he oído decir, y con eso se demuestra que eres una novata en el club. Claro que ellos estarían aquí, de haber podido. Algo ha fallado, y creo que se ven metidos en un lío; pero David los sacará de él.
Antes que ninguno pudiera contestar ante este estallido, ella se adelantó y cogiendo a Dickie por el cuello lo puso de pie.
—Ahora dejaros de tonterías, gemelos —prosiguió—. Esto es algo serio. Decidnos lo que sabéis.
Por un momento pareció que Dickie iba a rebelarse, pero entonces Mary se levantó y metió su mano en el chaquetón de Penny.
—Muy bien, Peter —dijo tranquilamente. Te lo diremos. Creemos que es una buena noticia.
Entre ambos les contaron toda su historia en menos tiempo del habitual, porque se dieron cuenta de que Peter se había puesto muy seria.
—…Así que ya veis —terminó Mary triunfalmente—, que Mackie y nosotros encontramos dónde ellos esconden las ovejas y si no hubiéramos estado siempre al lado del señor Cantor, no habríamos descubierto que no es un enemigo, sino el detective más brillante y maravilloso que jamás haya existido… Creo que lo mejor es que hagamos lo que dice Jenny e irnos a casa y buscarlo… Él encontrará a los chicos por nosotros.
Peter se giró y dejó caer sus manos sobre los hombros de la muchacha.
—¿No estaréis ahora jugando, verdad, gemelos? ¿Es verdad lo que nos habéis dicho? ¿Palabra por palabra?… Muy bien, nenita. Ya veo que es verdad. Siento haber dudado por un instante. ¿Y de veras crees que el señor Cantor es un detective?
—¡Oh, sí! —afirmó Dickie—. Lleva una placa y creo que es una estrella de «sheriff» y apuesto a que lleva una pistola.
Penny hizo una mueca traviesa.
—¡Ya sabía yo que llevaba razón! —dijo.
Peter sonrió igualmente, y dijo:
—Siento haberte contrariado, Penny; pero estaba preocupada. Honradamente, podéis estar bien seguros que David y Tom estarían aquí si les fuera posible. Y estoy segura que Jon también. Creo que algo ha ido mal y que es mejor que volvamos ahora. Cuando encontremos al señor Cantor, supongo que debemos decirle que los chicos iban a Grey Walls para ver lo que podían encontrar. ¿Qué os parece?
—Eso creo yo —convino Penny—. No conozco muy bien a Agnes, pero creo que no sería buena idea el decirle esto, pues ella podría telefonear a vuestros padres a Londres y a mi tía, y eso echaría todo a perder.
Peter asintió y puso un brazo en un hombro de cada uno de los gemelos.
—Bueno, pues vámonos. Estamos de acuerdo en que se lo diremos al señor Cantor de forma privada, pero que trataremos de ocultárselo a Agnes. Pero el modo cómo le haremos creer, llegando a estas horas de la noche, que los chicos están en la vuelta de la esquina, es algo que todavía no sé.
—No nos preocupemos por dos cosas a la vez —dijo Penny—. Ese es mi lema. Puede que se me ocurra algo, y no sé si uno de los gemelos querrá… Me gustaría que te animaras un poco, Jenny. Ya hemos tomado una decisión y regresamos a casa.
—Estoy preocupadísima —dijo Jenny—. Pero ya me conocéis. Me imagino lo peor. Nunca es tan malo cuando una hace las cosas, pero odio el pensarlas y ahora no puedo dejar de pensar en ello. Bajemos y calentémonos.
Corrieron y bajaron por la resbaladiza ladera y al llegar juntos al puente, esperaron con ansiedad durante unos minutos, con la esperanza de ver llegar a los chicos bajando la colina.
—¡Qué poco me gusta esperar a la gente! —dijo Penny soplándose las manos—. Algunos de los peores momentos de mi vida los he pasado esperando a alguien que habíade venir. Eso pasa mucho en las estaciones. No me gusta ir a despedir a la gente y menos recibirla, porque a lo mejor han perdido el tren.
—Yo no voy mucho a estaciones —dijo Jenny—. Pero pienso lo mismo.
—Las dos me parecéis locas —dijo Peter bruscamente—. ¡Vamos! Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos con Agnes, así que es mejor que vayamos cuanto antes.Además, tengo tanto frío, que ya apenas si me puedo mover.
Los gemelos estaban, cosa extraña, muy quietecitos, y todos se encaminaron calle arriba hacia Keep View y Peter se sentía muy desdichada. Sabía que algo debía haber salido mal en los planes de los muchachos, pero no sabía qué hacer. Ahora estaba segura de que los gemelos habían dicho la verdad acerca del señor Cantor, así que lo único que debía hacer era contarle lo que había sucedido. Pero deseaba contárselo a Alan Denton primero. Estaba segura de que con este último sería mucho más fácil hablar.
Ella y Jenny iban caminando delante. Esperaron en los escalones de la entrada de la casa a que llegaran los otros.
—Gemelos —dijo ella—. Id a ver si podéis encontrar a vuestro amigo, el señor Cantor. Si está aquí abajo, os lo lleváis a un rincón y le preguntáis si podemos ir a hablarle en privado. Si no está por aquí, subid y llamad a la puerta de su habitación. Nosotras ya nos encargaremos de Agnes.
—Muy bien, Peter —dijo Dickie muy tranquilo—. Haremos todo lo posible.
—Tú eres el capitán del club mientras David no esté aquí—fue el comentario de Mary, mientras entraban de puntillas en el vestíbulo.
Los gemelos se fueron en seguida hacia el salón, pero Penny cruzó muy decidida el vestíbulo y llamó con fuerza a la puerta de la cocina.
—¡Aquí estamos, Agnes! —dijo alegremente—. ¡De vuelta y sanos y salvos!
La puerta se abrió y Agnes se paró delante de ellas. Su cara estaba pálida y demostraba ansiedad, pero su boca se apretaba firme y los miró de arriba abajo.
—Sólo estáis tres de vosotros —dijo tranquila—. ¿Dónde están los pequeños?
Peter se adelantó y puso una mano sobre un brazo delama de llaves. Esta se lo sacudió enfadada y alzó la voz:
—¿Dónde están, muchacha? ¡Contéstame!
Peter tragó saliva.
—Están bien, Agnes; están aquí. Han subido arriba a lavarse un poco.—Agnes pareció tranquilizarse.
—Entrad —dijo, y las llevó al salón.
Las tres chicas permanecieron ante ella, sintiéndose incómodas y atontadas, hubo lágrimas en los ojos de Peter mucho antes de que ésta terminara de hablar.
—Así que volvéis a la hora que os da la gana —empezó diciendo—. Sabéis que soy la responsable de vosotros y por poco me pongo mala de tanto pensar en dónde podríais estar. Vosotras, las chicas, ya deberíais tener más conocimiento. Hace ya más de una hora que está hecha la cena —se subió las gafas sobre las nariz y de repente preguntó—:¿Y dónde están los muchachos? ¿Han vuelto?
Peter fue la que habló esta vez.
—Lo sentimos mucho, muchísimo, querida Agnes. Sé que nos hemos portado mal y todo ha sido culpa mía. Yo soy la responsable y sé que ha sido una gran falta el llegar tan tarde. Hemos estado fuera explorando y corriendo aventuras y no nos dimos cuenta de la hora que era… ¿Nos perdona?
—¿Dónde están esos muchachos? —repitió, ceñuda, el ama de llaves.
—No creo que tarden mucho —dijo Penny, animándose—.Hace un rato que no hemos estado con ellos, pero sabemos que vendrán pronto… no se preocupe por nuestra cena, por favor, Agnes… Ya retiraremos y limpiaremos nosotros todo y haremos lo mismo con lo de los chicos cuando vengan.
Antes de que Agnes pudiera replicar, se abrió la puerta y entraron los gemelos. Fueron rápidos en darse cuenta del ambiente y mientras Mary corría hacia Agnes y se colgabade su cuello, Dickie miró muy serio a Peter, se llevó un dedo a la boca y meneó la cabeza.
—¡Qué alegría estar de vuelta, Agnes! —le dijo Mary—.Por favor, no se enfade con nosotros… Hemos corrido las aventuras más estupendas y ahora tenemos hambre y frío. Precisamente dije a Dickie que lo mejor que tiene el salirf uera es que tienes que volver a ser cuidada por Agnes.¿Verdad, gemelo?
—Sí que lo dijiste… ¿Se ha fijado si el señor Cantor ha salido, Agnes? Tenemos mucho interés en hablar con él.
La boca del ama de llaves se ablandó, porque ella no podía resistir nunca a los gemelos.
—Bueno —dijo—. Puede que me haya enfadado más de lo debido. Ya sé que ninguno de vosotros quiere hacer nada malo, pero no debéis preocuparme de esta manera… Y ahora a sentaros a la mesa y a tomar un poco de sopa caliente, que está muy rica… ¿Has dicho el señor Cantor, Dickie? Se marchó muy de prisa hace más de una hora y debo decir que estaba muy raro y que hasta su voz sonaba de otra manera. Pero a lo mejor es que me he imaginado esas cosas, ¡cómo estaba tan preocupada!… ¿Cuándo volverá? Es extraño que me preguntéis por él, porque me gritó desde los escalones de la puerta de entrada que no sabía cuándo estaría de vuelta. Debo decir que esta tarde todo lo encuentro cambiado. No sé qué es lo que os ha pasado a todos.
Cuando la puerta se cerró tras ella, se miraron los uno sa los otros y suspiraron aliviados.
Jenny se dejó caer en el sofá.
—No sé cómo habéis podido hacerlo —musitó—. Creo que Agnes es una mujer encantadora y buenísima, pero cuando nos miró de aquella manera, me sentí aterrorizada… ¡Oh, Dios mío! ¡Me gustaría que Tom estuviese de vuelta!… Ya me resulta odiosa esta aventura.
—Hablar de esa manera no va a servir de mucha ayuda a los muchachos —dijo Peter—. Si quieres hacer algo, ¿porqué no ayudas a Agnes a preparar la sopa y te dejas de hablar de los muchachos?
La cena caliente fue muy bien recibida, pero a Peter se le formó un nudo en la garganta cuando miró los tres sitios vacíos y se dio cuenta de que Penny estaba haciendo lo mismo. Era una cosa tan poco propia de David el no regresar cuando lo había prometido, que ahora estaba de veras asustada. Trató de persuadirse a sí misma de que nada realmente serio podía haberles ocurrido, pero no ayudó a sus pensamientos el que Penny, que estaba sentada enfrente deella, dejara caer el cuchillo de su mano y dijera:
—Peter. Imagina que ellos han conseguido de algún modo entrar en Grey Walls, y supón que los han cogido mientras andaban por allí espiando. ¿Qué crees que puede haberles ocurrido? Nada malo puede haberles sucedido, ¿verdad? Quiero decir que nadie se atrevería a raptarlos o a mantenerlos prisioneros, ¿no es cierto?
Jenny abrió mucho los ojos en su cara pálida.
—¿No los irán a torturar, verdad?
—No seas tonta —le contestó Peter y entonces, como los gemelos ponían cara preocupada, dijo casi sin aliento—: Mira lo que dices y recuerda a estos pequeños.
—No nos llames pequeños, por favor —dijo Mary—. Dickie y yo vamos a salir ahora a descubrir al señor Cantor. El puede ayudarnos.
Pero antes de que pudieran moverse, Agnes volvió a entrar y cerró la puerta con energía detrás de ella.
—Y ahora se van a acabar ya las tonterías —empezó diciendo—. A menos que esos chicos estén en la casa a las nueve, y ya falta poco, iré a la comisaría de policía y todos vosotros vais a venir conmigo. Ya está bien la broma, y además voy a telefonear al señor y a la señora Morton y a la señora Warrender y al señor Ingles ahora mismo.
—Estarán aquí en seguida. Estoy segura —suplicó Peter—. Estoy segura que estarán, Agnes —pero lo dijo tanto para convencerse a sí misma como para convencer al ama de llaves.
Cuando la puerta se volvió a cerrar, Penny dijo:
—Está llorando, Peter… ¿te has fijado? ¡Caray! Esto es terrible. Pensemos a ver qué es lo que los muchachos harían si estuvieran aquí y nosotras llevásemos tres horas de retraso. Seamos razonables.
Pero antes de contestar, Peter se dirigió a los gemelos:
—¿Por qué no salís los dos un rato? Sólo a los escalones y echáis un vistazo a ver si oís la señal. ¿Queréis?
Mary se la quedó mirando con sospecha.
—¿Quieres quitarnos de en medio, verdad? Pues no vamos. Nos quedaremos aquí hasta las nueve y entonces veremos qué pasa. Cuando Agnes vuelva, si los muchachos no han regresado, le diremos a ella lo del señor Cantor.
Los otros no se atrevieron a contradecirla. Estaban demasiado cansados y asustados para decir nada y se quedaron sentados muy quietos y tristes alrededor del fuego.Por un buen rato los únicos sonidos que quebraron el silencio fueron el tic tac del reloj y las ascuas que chisporroteaban en la parrilla. Los gemelos se sentaron juntos en el suelo, mirando las llamas y Mary se apoyó en la rodilla de Jenny. Una o dos veces, la cabeza de la chiquilla se movió y Peter, al observarla, sintió también ganas de dormirse. Sólo Penny, con las manos en su barbilla y sus codos sobre sus rodillas, parecía en realidad despierta. Y sólo porque quería ser leal a sus nuevos amigos y a Peter en particular, se sentaba tan erguida. Siempre le había sido difícil a la pelirroja Penny el estarse quieta. Odiaba el esperar, pero sólo porque estaba empezando a conocer mejor a Peter, admiró a regañadientes su firmeza y estaba dispuesta a aceptar su jefatura por el momento. Pero en su interior sintió algo horrible, que apenas si reconoció como temor, cuando se acordó de Jon y se preguntó dónde estaría y qué es lo que le habría pasado. Se acordó de su modo breve de hablar y de sonreír, cuando bromeaba a costa de ella y recordaba también su modo de limpiar las gafas. De repente se dijo que cómo había estado tanto tiempo sin hacer nada, pero al ponerse en pie de un salto, la puerta volvió a abrirse y Agnes entró de nuevo. Llevaba una bufanda al cuello y se había puesto un viejo abrigo de lana.
—Y ahora —empezó a decir—, si sabéis dónde están esos muchachos, mejor será que me lo digáis, porque si no, voy a ir ahora mismo a la policía.
Peter se levantó y se quedó junto a Penny.
—Me parece que sabemos dónde están, Agnes; pero tenemos que decirle algo a usted. Los gemelos han salido con el señor Cantor, como usted sabe y han descubierto que es un detective.
Agnes alzó las manos horrorizada. Por lo visto para ella un detective era una cosa tan mala como un asesino.
—¡Nunca oí cosa igual…! —empezó a decir, pero Dickie la interrumpió.
—Es verdad, Agnes. Palabra. Iremos con usted a la comisaría de policía. Esperamos que esté allí el señor Cantor y que pueda dar órdenes a los otros policías. ¡No se preocupe! Mary y yo cuidaremos de usted.
El ama de llaves ya se había vuelto hacia la puerta, cuando se dio cuenta de que Peter ya había admitido que sabían dónde podían estar los muchachos, pero antes de que pudiera hablar de nuevo, Penny la interrumpió:
—Vaya con los gemelos, Agnes y vea si el señor Cantor está allí. Volveremos en seguida. Subimos por nuestros abrigos. Espero que el señor Cantor esté.
A los gemelos les pareció que los otros querían librarse de Agnes y la sacaron al vestíbulo, confusos y descontentos. Tan pronto como la puerta de la calle se cerró, Penny se volvió hacia las otras.
—Escucha, Peter —le dijo echándose hacia atrás sus rizos—. Ya sé lo que debemos hacer y es la única cosa quepodemos hacer. Yo no voy a ir a la comisaría de policía en busca de nadie y me importaría un comino que el señor Cantor fuera el Jefe Supremo de todos los detectives de Inglaterra… Aquí hemos estado sentados alrededor del fuego, mirándonos los monos de la cara y esperando que vinieran los muchachos y luego a que Agnes hiciera algo. ¿Y por qué no hacemos algo nosotras? Actuemos por nuestra cuenta. Vayamos a Grey Walls y exploremos aquello y veamos a ver si podemos ver alguna señal de ellos. Puede que tengan necesidad de nosotros…
—¡Pero Penny…! —empezó a decir Jenny.
—No hay pero —estalló Penny—. ¿No ves que eso es lo que debimos hacer en cuanto vimos que el señor Cantor no estaba aquí? A mí la policía no me importa. Que actúen ellos por su lado. ¿Estás de acuerdo, Peter? ¿Y tú, Jenny?
—Yo, sí —contestó Peter secamente—. Claro que tienes razón, Penny. ¿Vienes, Jenny?
—¡Vais tan rápido! —se lamentó Jenny—. Pero claro que iré. Haré cualquier cosa antes que quedarme aquí pensando.
—Pongámonos ropa de abrigo —dijo Peter—. No debemos pasar frío y démonos prisa. Dejaré una nota en la mesa del vestíbulo diciendo que hemos ido a Grey Walls. Es la única cosa razonable, ¿verdad? Además, los gemelos saben que los muchachos se proponían ir allí y se lo dirán al señor Cantor o a la policía. Supongo… ¡Vamos!
Penny abrió la marcha corriendo escaleras arriba y en menos de cuatro minutos estaban todas fuera de la casa, sujetando bufandas y abrochándose botones mientras corrían escaleras abajo. La calle estaba ahora solitaria y mientras se apresuraban sobre el estrecho puente, el viento silbó entorno a ellas, causándoles picazón en las mejillas y en las puntas de los dedos. Miraron hacia atrás desde la colina y vieron las ruinas de la gran torre del homenaje, reluciente a la luz de la luna y en una ocasión una lechuza se elevó silenciosamente sobre sus cabezas y lanzó un fúnebre grito, de modo que Peter volvió a acordarse de Witchend. Cuando llegaron al poste indicador en el cruce de carreteras, se detuvieron para descansar.
Jenny habló primero. Era la más joven de las tres y mientras se apoyaba ahora contra la verja, a través de la cual tendrían que pasar en seguida, pareció más pequeña y un poco confusa.
—Mientras veníamos caminando, iba pensando —empezó a decir—. Espero que no me creáis tonta, ¿pero no sería más razonable ir a Bury Fields y contarle a los Denton lo que ha pasado?
—No, no lo creo —respondió Penny inmediatamente—.¿Para qué, Jenny? ¿Tienes miedo?
—No creo que esté asustada —dijo Jenny muy tranquila, mientras Peter la miraba sorprendida—. Fue al principio, como me pasa generalmente; pero estoy segura de que ahora no lo estoy.
Penny se sintió avergonzada.
—Lo siento, Jenny —dijo—. Te he juzgado mal; pero detodos modos no veo por qué hemos de ir a casa de los Denton; estoy completamente segura de que los muchachos no estarán allí.
—Yo tampoco lo creo —convino Jenny—; por lo que quiero decir es que si Alan está allí, podrá venir con nosotros y ayudarnos a encontrar a los muchachos o puede que logre reunir a algunos de los otros granjeros para que nos ayuden a organizar una partida que salga a hacer una búsqueda o algo. ¿Comprendéis, ahora?
Penny meneó su cabeza, pero Peter pareció dudar.
—Quieres decir que si vamos todas a Grey Walls y descubrimos algo, podremos hacer muy poco. ¿No es cierto;
—¿Por qué no? Si los muchachos pueden hacerlo, nosotras podremos hacerlo también —repuso Penny
—No sé; pero hay muchas cosas que puede hacer Tom y que yo no puedo. ¿No veis que si hay algo especial que hacer, Alan o alguno de sus amigos podrán hacerlo mucho mejor que nosotras?
—Tú puedes hacer lo que quieras desde luego —le respondió Penny—, pero yo me voy a Grey Walls ahora mismo.El verano pasado Jon y David me rescataron a mí y a los gemelos, y si ellos pudieron hacer eso por mí, no veo por qué tres muchachas o dos, como quieras, no pueden hacer lo mismo por ellos. Tú haz lo que gustes, Jenny, pero yo voy en busca de los muchachos. Ellos nunca me han abandonado y yo no voy a dejarlos ahora en la estacada. ¿Vienes conmigo, Peter, o te vas con Jenny?
Mientras Penny hablo estado hablando, Peter no dejó de de ver que la sugerencia de Jenny era de lo más razonable. Y aunque contestó sin vacilar a Penny, también creía ahora que Jenny llevaba razón. Pero si Penny creía que era su deber rescatar a Jon, ¿no tenía ella como vice capitán un deber más grande de rescatar al capitán del club?
—Claro que voy contigo, Penny, y tú también vendrás con nosotras, ¿verdad, Jenny? Tu idea no es mala, pero no podemos abandonar a los muchachos. Espero que comprendas eso.
A la luz de la luna, Jenny alzó su barbilla con un gesto que Peter no le había visto nunca antes.
—No voy a abandonar a los muchachos —dijo obstinada—, pero si vosotras tenéis razón y han sido capturados por quien quiera que viva en Grey Walls, tienen que ser rescatados y no creo que nosotras podamos rescatarlos tan pronto como podrían hacerlo Alan Denton y sus amigos… Además, hay otra cosa. Estoy segura que debemos contar a Alan lo del señor Cantor y lo de que los muchachos no han regresado. No me importa lo que digáis vosotras, pues estoy segura de tener razón. Vosotras dos podéis ir a la casa si queréis y apuesto a que no veréis nada ni a nadie. Yo voy a ir a Bury Fields. No hace falta que me mires de ese modo, Peter. No me da miedo ir sola… Es divertido, pero no estoy asustada… Encontraré a Alan e iremos a aquel bosquecillo que domina a la casa y os buscaré allí… ¡Hasta la vista! —y ante el asombro de las otras dos, ella se alejó sola por la carretera bañada por la luna.
Peter sintió que se le formaba un nudo en la garganta a la vista de la pequeña figura que se alejaba sola tan valientemente. Esta confiada y animosa Jenny era algo que Peter no había visto nunca antes.
—¡Jenny! —gritó de repente—. ¡Espera un momento! Tengo algo para ti —y por encima del hombro dijo a Penny— Espérame. ¡Voy contigo!
Jenny se paró en medio de la carretera y se volvió hasta que Peter le tocó el hombro.
—Es inútil, Peter —le dijo—. Voy a Bury Fields. Me he hecho a la idea de que una de nosotras debe ir y si tú y Penny queréis ir a Grey Walls, no os lo reprocho. En serio, Peter, no puedo. No harás que cambie de modo de pensar, Peter.
Cuando Jenny alzó la mirada, Peter vio que las lágrimas resbalaban por las mejillas de su amiga, aunque su voz era bastante firme, mucho más que la suya cuando dijo:
—Muy bien, Jenny. Te comprendo. Pero ya sabes por lo que tengo que ir con Penny, ¿verdad?
Jenny asintió.
—Sí, lo sé. Tú no quieres dejarla que rescate a Jon si tu no rescatas a David. Yo siento lo mismo por Tom pero voy a hacerlo de manera diferente… ¿Qué estás haciendo,Peter?.
Peter estaba rebuscando por debajo de la bufanda, el abrigo y el jersey rojo.
—Toma esto, Jenny, ¿quieres? Es el silbato que los gitanos, Reuben y Miranda, me dieron una vez. Me dijeron que si alguna vez me hallaba en alguna dificultad, le tocara, y si había gentes de su raza lo bastante cerca para oírlo, vendrían en mi ayuda. Ahora te lo presto, Jenny, porque tú vas sola y nosotras somos dos. Puede que por aquí no haya ahora gitanos, pero a mí me gustará que lo lleves. ¡Rápido! Penny me está llamando. ¡Buena suerte, Jenny! ¡Hurra los del Pino Solitario!
Al correr de vuelta hacia la verja, Peter sonrió al pensar en la cara que había puesto Jenny y del modo cómo había tirado carretera abajo silbando animosamente.
Penny se la quedó mirando con curiosidad, mientras saltaban sobre la verja.
—Es una chica muy valiente, ¿verdad? Me ha caído simpática, Peter… Todos vosotros me habéis caído simpáticos… Creo que sois estupendos y que esto es muy divertido… ¿Conoces el camino?
—Creo que me acordaré. Tenemos que encaminarnos hacia aquel bosquecillo donde nos escondimos cuando los muchachos bajaron a explorar. Menos mal que hay luna pero hace más frío que antes.
Aunque la luna estaba en su punto más alto en el cielo grandes nubarrones se estaban acumulando por el norte y ahora estaba más oscuro que cuando estuvieron esperando en el Cuartel General número tres hacía tres horas. Por dos veces se equivocaron de sendero y en una ocasión se apartaron media milla de su camino, por culpa de dos árboles que destacaban su silueta contra el cielo y que no tenían nada que ver con el bosquecillo hacia el cual se encaminaban.
—Me pregunto qué es lo que estará haciendo Agnes —dijo Penny—. ¿Habrá encontrado al señor Cantor?
—Por lo que dijo Dickie —repuso Peter—, se ha convertido en un hombre diferente. Es gracioso, Penny, pero él nunca me hizo gracia. Puede que no me siga gustando ahora que resulta estar de nuestra parte. ¡Oh! Me has hecho daño enel brazo, Penny.
Penny aflojó su mano lentamente y señaló enfrente.
—Mira, Peter. Seguro que aquél es el bosquecillo. ¿Y no ves nada más? Dos puntitos amarillos. ¿Sabes lo que son?
—Sí, me parece que sí, Penny. Son ventanas iluminadas en la casa; pero es gracioso que las podamos ver desde aquí y no pudiéramos ver la casa a la luz del día.
Penny aflojó su mano lentamente y señaló en dirección a los pinos y por un instante no se dio cuenta de que su amiga no estaba con ella.
Mientras tanto Peter siguió mirando las dos ventanas iluminadas y sintiéndose vagamente incómoda. Se dio cuenta de que Penny, a veinte pasos delante, se había vuelto y la estaba esperando, pero por un momento ella no pudo moverse. Se pasó una mano por los ojos y entonces, con un gran esfuerzo, rompió el extraño hechizo y se precipitó sendero abajo.
—¿Qué estabas haciendo, Peter? ¿Soñando?
—Puede que sí —repuso Peter—. Me pregunto cómo vamos a vigilar esas ventanas. Es extraño, Penny. Las luces se han apagado. Ya sabes que la casa sólo se puede ver desde ciertos sitios. Otra vez se han encendido Esperemos un segundo, bajo los árboles, resguardándonos del viento. No siento mis pies. No pierdas de vista esas ventanas.
Se apoyaron contra el tronco de un gran abeto, cuyas ramas se agitaban gimiendo por el viento.
—¡Cómo detesto este viento! —dijo Penny de repente—.Creo que puedo aguantar cualquier inclemencia, pero el viento… Me hace estremecer cuando hace un ruido como el de esta noche. ¡Peter! Una de esas luces se ha apagado.No, no se ha apagado. Se ha encendido otra vez. ¡Mira, Peter! ¡Se han vuelto locos! Las luces se encienden y se apagan. ¿No lo ves tú también?
Peter de repente gritó excitada:
—¡Penny! ¡Mira! ¡Alguien está haciendo señales!… Eso es Morse. ¿Lo conoces?
Penny meneó la cabeza, sombría.
—Nunca pude aprenderlo. Sé que soy muy torpe para esas cosas; el Morse nunca me entró. ¿Qué dicen, Peter?¿Lo entiendes?
Peter estaba murmurando para sí misma
—Raya. Punto. Eso es N… ¿Y ahora, qué? Nada más. Solo una N. Puede que vuelvan a empezar…! ¡Otra vez empiezan! Puedo leerlo. Recuerda las letras conforme te las vaya diciendo. Punto, raya, raya, raya, eso es J… Ahora tres rayas y es la O, y luego raya punto otra vez. No tiene sentido para: mí. Supongo qué es parte de una palabra.
—¡Claro que lo es, muchacha! —gritó Penny—. ¿No comprendes que los hemos encontrado? El mensaje dice JON, la abreviatura de Jonathan… ¡Los hemos encontrado,Peter! ¿Te das cuenta de lo que hemos hecho? Los hemos encontrado y están encerrados en ese sitio. Todo lo que tenemos que hacer es entrar en la casa como sea y rescatarlos… ¡Peter! ¡PETER! ¿Qué te pasa, Peter? ¿Estás enferma? Contéstame, Peter. No te pongas así, ¿qué te pasa?
Peter estaba todavía apoyada contra el tronco de un árbol al borde del bosquecillo, con las manos sobre los ojos y no contestó.
—¡Peter! ¿Que te pasa? ¿Bajas conmigo o es que tienes miedo?
Esta vez Peter contestó, pero con voz baja y ahogada por las manos, y el viento hacía tal ruido en el ramaje que Penny apenas si pudo oírla. Volvió al lado de su amiga y puso sus manos sobre sus hombros.
—¡Mírame, Peter! ¡POR FAVOR, PETER! ¿Qué te pasa? No puedo oírte.
Lentamente Peter bajó sus manos y a Penny no le gustó nada la cara que vio. Miraba fijamente, como si estuviera hipnotizada, a los dos rectángulos de luz por bajo de ellas y dijo con voz tensa
—No vayas, Penny. Quédate conmigo un segundo. Estoy asustada, Penny… Yo he estado aquí antes.
—No seas tonta, Peter —le dijo Penny de mal humor—.Claro que has estado y lo sabes muy bien.
—Quiero decir que esto ya me ha ocurrido antes, Penny. Lo sé. Recuerdo los árboles y el viento y el frío, y te recuerdo a ti, aunque no recuerdo las ventanas iluminadas… Penny, yo he estado aquí antes a esta misma hora. ¡Ahora lo recuerdo!… ¡Debe haber un incendio! ¡Mira detrás de ti,Penny! ¡Mira detrás de ti! ¿Están ardiendo los brezos?
Penny se volvió ante aquel modo de hablar y entonces sintió un hormigueo en su espina dorsal, porque vio un cinturón de llamas rojizas y anaranjadas arrojando oleadas de humo, avanzando hacia ellas desde la cima de la colina. Mientras lo miraba fijamente, el fuego avanzó formando remolinos y el crepitar de las llamas, conforme eran atizadas por el viento, sonó más fuerte a cada segundo que pasaba.
Peter se sentía todavía demasiado aturdida por esta extraña experiencia para poder moverse y Penny le tiró de la manga para volverla a la realidad.
—¡Peter! No podemos quedarnos aquí… Las llamas se acercan a nosotras. ¡Vamos, Peter! ¡De prisa! Debemos llegar a la casa y ellos tendrán que dejarnos entrar. No pueden dejarnos afuera. No se atreverán.
Peter se echó hacia atrás sus trenzas.
—Lo recuerdo todo —dijo tranquilamente—. Recuerdo que corría contigo colina abajo y que los brezos arañaban mis piernas. Entonces yo no sabía dónde estabas tú.
—¿Pero qué quieres decir, Peter, con «entonces»?
—¡Oh! No lo sé realmente, excepto que esto me ha ocurrido antes a mí. Lo siento, Penny. Debo parecerte algo loca.
El viento aumentó con fuerza y unas ramas de brezos ardiendo cayeron entre los árboles tras ellas, y cuando el humo se les metió en los ojos, Peter olvidó todo excepto que David, Jon y Tom estaban en aquella casa de abajo y que como fuera tenían que ser rescatados. Eso era todo lo que importaba ahora y se volvió y sonrió con toda naturalidad a Penny, cogiéndola de la mano.
—Muy bien, Penny. No me mires tan preocupada. En verdad no tiene importancia.
Y juntas empezaron a bajar el escarpado sendero hacia el gran portalón. Pero conforme corrían cuesta abajo, le volvió la sensación de que todo esto le había sucedido ya una vez, sintiéndolo más fuerte ahora. Se acordó de aquella clara y fría noche de luna y la comarca salvaje y desolada que la rodeaba. No se sorprendió cuando al volverse vio los vívidos reflejos de las llamas en el cielo, y supo que Penny volvería repentinamente su cabeza y le sonreiría amistosamente. No tenían que hablarse la una a la otra, porque ambas sabían que a pesar del peligro que había tras ellas, tenían una misión que cumplir y estaban determinadas a cumplirla como fuera.
Penny amaba el peligro. Era impulsiva, veleidosa; amaba u odiaba en seguida; pero le gustaba la excitación y la aventura. El valor de Peter era de una clase diferente y quizá no tan espectacular, pero no perdía la cabeza una vez que se había propuesto algo.
Estaban a mitad de camino de la ladera, cuando Penny se detuvo alargando la mano.
—¡Chiss! —musitó—. Un segundo. ¡Caray! ¡Esto es muy bueno!… Mira, Peter. Retrocede un poco. Creo que los he visto otra vez hacer señales por la ventana.
Se volvieron y retrocedieron unos pasos, pero ahora estaban demasiado abajo para poder ver la casa por encima de los muros. El fuego se iba extendiendo rápidamente y rugiendo hacia ellas. Mientras observaban, las primeras llamas alcanzaron el bosquecillo y uno de los últimos árboles se encendió como una gran antorcha. Cerca de ellas cayeron chispas y ramajes ardiendo, arrastradas por el viento y hasta Penny sintió temor por un instante ante la majestad del fuego.
—Se propaga —dijo Peter rápidamente—. Se acerca tan rápido por causa del viento… Debemos escapar de él, Penny… Bajemos hasta el foso que hay junto a la puerta. ¿Puedes seguir corriendo?
—¿Crees que nos estarán esperando allá dentro? —preguntó Penny mientras echaba a correr junto a Peter otra vez— Seguro que nos abrirán esa puerta.
Peter estaba demasiado preocupada para contestar. No tenía ni idea de cómo iban a entrar en la casa, y aun cuando les abrieran la puerta no tenían un plan de cómo llegar hasta donde estaban los muchachos. Como si se le hubiera leído sus pensamientos, Penny prosiguió.
—Todo lo que tenemos que hacer, Peter, es entrar. Una vez que estemos dentro ya se nos ocurrirá algo que hacer o decir. Llegaremos hasta los muchachos como sea, estoy segura… Bueno, ya hemos llegado. ¿Qué hacemos? ¿Tiramos de la campanilla, aporreamos la puerta o gritamos o las tres cosas a la vez? ¿O nos escondemos en la zanja?
Habían llegado al espacio llano frente a la puerta mientras iban hablando y las dos se volvieron al mismo tiempo para ver si el fuego seguía ganando terreno. Desde aquel momento todo pareció tan rápido, que no fue hasta mucho después que pudieron poner en orden el curso de los acontecimientos. Pero ninguna de ellas olvidó la asombrosa escena que ocurrió mientras estaban solas con la cerrada puerta de la casa a sus espaldas y el gran incendio rugiendo colina abajo en dirección a ellas.
El cielo estaba encendido en todo lo que ellas podían ver hacia la izquierda y allá arriba en el bosquecillo. Mientras lo miraban se incendió otro árbol y el cielo se manchó con las onduladas columnas de humo. Y el viento que Penny odiaba tanto, sopló con más fuerza. Rugía hacia ellas firme e implacable aventaba las llamas que crujían entre la seca y quebradiza maleza y las impulsaba más y más allá sin dejarlas reposar ni extinguirse. Era un viento frío y duro que las chicas nunca olvidarían.
—Se extinguirá cuando llegue hasta aquí —murmuró Peter casi para sí misma—. No puede extenderse por este claro de hierba. Pero será mejor que bajemos a la zanja.
—Pero las chispas están cayendo allí, Peter. Hay muchas tojas y mucha cosa seca y puede prender también allí. ¿No te parece?… ¡MIRA, Peter! ¡Mira! ¡Puedo ver CABALLOS!
Y entonces, como para completar el fantástico cuadro del incendio de un páramo en una fría noche de invierno, vieron a unos seis u ocho jinetes que venían galopando a través de las llamas y el humo, colina abajo en dirección a ellas. El caballo que abría la marcha llevaba dos personas; era un caballo nervudo cuyas crines y cola flotaban al aire y que se acercaba con segura pisada, casi tan rápido como el propio viento. El hombre que iba delante, que cabalgaba con la misma facilidad que si formara parte del caballo, de repente gritó y señaló a las dos chicas. La figura que iba detrás de él gritó también y su voz tenía algo de familiar.
Peter se preguntó si estaría soñando de nuevo y entonces de repente reconoció a los jinetes.
—¡Es Reuben, el gitano! —gritó mientras agarraba el brazo de Penny—. No sé como puede ser, pero lo es… ¡y la que va detrás de él es Jenny! ¡Eh, Reuben! ¡Somos nosotras! ¡Eh!
Luego se hallaron esforzándose por bajar hacia la zanja, cuando los jinetes les gritaron. Reuben sonrió mientras detenía como pudo su caballo, y Jenny, con los ojos brillantes, se bajó dejándose caer al suelo.
—¡El silbato ha valido para algo, Peter! ¡Y ya ves cómo! ¡Y Alan está a punto de venir, porque lo encontramos casi en seguida!… Le he contado lo del señor Cantor y los muchachos y prometió ayudar… ¿Habéis encontrado algo?
La zanja se lleno de pronto de caballos, gritos y hombres que juraban y que no tenían tiempo más que para contener a los asustados animales. Peter vio a Alan en la distancia luchando con su caballo de caza y decidió no darle la bienvenida de momento. El cielo parecía lleno de chispas que volaban y de ramajes ardiendo, y aun que algunos cayeron muy cerca, el fuego no se extendió, probablemente porque el foso estaba resguardado del viento; pero había tanto ruido que las chicas tenían que gritarse unas a otras para poder oírse.
—¿Habéis encontrado algo más? —chilló Jenny—. ¿Sabéis que están ahí dentro? Yo le he dicho a Reuben y a Alan que estaban. ¡Espero haber estado en lo cierto!
—Y lo estabas —le gritó Penny al oído—. Jon nos ha estado haciendo señales desde dentro y hemos captado el mensaje… Ojalá que los caballos no estuvieran tan asustados, y entonces podríamos hablar a esos hombres que han venido contigo, Jenny. Dijiste que ibas en busca de ayuda y la has conseguido. ¡Gracias por haber ido!
Cuando dieron media vuelta, vieron que Peter gritaba a Reuben, que todavía estaba tratando de contener a su caballo. Penny, exasperada porque no estuvieran haciendo algo más espectacular, se escabulló de donde estaban los caballos piafando incansables y sintió que algo se movía a su espalda.
—¡Pero haga algo, Reuben! —estaba diciendo Peter—. Yo sujetaré su jaca. Vaya y traiga al señor Denton… Dígale que sabemos que los muchachos están ahí dentro y que estamos seguras de que han sido hechos prisioneros…
—En seguida… —empezó a decir el gitano, y entonces Penny tiró a Peter de la manga y la condujo aparte.
—Mira lo que he encontrado. Hay un camino bajo el muro ¡Vamos, Peter y Jenny! Arrastraos detrás de mí y seremos las primeras en entrar… No te preocupes de los otros, Peter. Estarán ocupados por un rato con sus caballos. Hagamos esto a nuestro modo y a ver qué pasa. Daría cualquier cosa porque diésemos primero con los muchachos. ¿Venís?
—¡Desde luego! —dijo Peter—. Deja que yo vaya la primera. No olvides que soy el vice capitán.
—Yo voy —dijo Jenny riendo—. No me podéis tener al margen de nada después de lo que he hecho esta tarde… ¡Vamos, Peter! ¡De prisa! Alguien nos va a ver pronto.
Y de este modo fue como ellas encontraron el túnel y se colaron en Grey Walls. Peter gritó algo a Reuben, y cuando las chispas caían más espesas que nunca, se arrastraron por el túnel que Tom había encontrado antes aquella misma noche.
Al salir al otro lado, dos hombres corrían desde la casa hacia la puerta. Las chicas retrocedieron hacia las sombras y alzaron la mirada para ver si podían encontrar la ventana iluminada desde la cual Jon había hecho las señales captadas.
—No sé dónde estamos —dijo Penny—. Eso parece diferente desde dentro. ¿Qué ventana era, Peter?
Mientras ella estaba hablando se oyó un ruido de cristales rotos en su derecha y el tintineo de los fragmentos al caer y romperse en el suelo.
—Por allí —dijo Peter—. ¡Vamos! Sigamos por aquí. No preocupaos por esos hombres. Creo que están ocupados con la puerta… ¡Allí están los muchachos! ¡Mira! ¡Estamos aquí, David!
Se detuvo y señaló una ventana que no se veía cuando ellas entraron por el túnel. A la luz de la luna y con el resplandor rojizo de las llamas, reconocieron a Tom que estaba asomado a la ventana de los cristales rotos al lado de David. Tom se había llevado su mano a la boca y estaba gritando algo.
—¡No te oigo! —gritó Jenny—. ¿Cómo podemos entrar para rescataros?
—¡CUIDADO CON EL PERRO! —gritó David—. ¡Apartaos!… ¡CUIDADO!… ¡CORRED!
Oyeron esos gritos por encima del clamor que reinaba fuera y los balidos cercanos de las ovejas, y cuando se volvieron oyeron por encima de todo los furiosos ladridos de un perro alsaciano que venía con intención de abalanzarse sobre ellas. Instintivamente empezaron a correr, porque hasta Penny se asustó al ver sus ojos brillando en la oscuridad y el blanco relucir de sus colmillos. Y mientras Penny y Jenny corrían hacia el túnel, Peter se estuvo quieta y se adelantó confiada para encontrarse con el perro.
—Muy bien, muchacho —le dijo tranquilamente, mientras le alargaba una mano—. ¡Aquí, chico! ¡Ven aquí! ¡Sé bueno!
El perro, con la lengua fuera, se detuvo en seco al oír suvoz. Ella le habló de nuevo suavemente y le alargó su mano. El perro la olfateó, se la lamió y movió el rabo. Peter le pasó una mano por la cabeza y le hizo una caricia y luego pasó la otra mano por debajo del collar y lo llevó hacia sus dos amigas, que la estaban mirando con los ojos muy abiertos.
—¡Aquí lo tenéis! —dijo Peter tranquilamente—. No nos hará ningún daño. No sé por qué, Penny, pero les gusto a los animales y anteriormente ya me han pasado cosas como ésta; así que por eso probé de nuevo.
—¡Qué suerte! —dijo Penny—. Estaba aterrorizada.
—¿Y qué pasa con los muchachos? —preguntó Jenny, yentonces gritó—: ¡MUY BIEN, TOM! Peter ha hecho algo que parece de magia. ¿Qué dices? ¿Que vayamos por allí por donde señalas? Muy bien.
Se volvieron de nuevo para ver una gran furgoneta que entraba a través del portalón abierto. Cuando ya iban aechar a correr, se abrió la puerta trasera y seis o siete policías saltaron de la misma, seguidos por una conocida figura con pantalones bombachos.
—¡Es el señor Cantor! —gritó Peter mientras que empezaba a correr hacia él—. Los gemelos se hallan bien y nosotros estamos todos salvados… Mira, Penny. Han agarradoa esos hombres que salieron corriendo por la puerta. Uno de ellos es aquel hombre bizco que trató de asustar a la señora Denton aquel día… ¡Hola, señor Cantor! Apuesto aque se sorprende usted de vernos.
¡Claro que el señor Cantor estaba sorprendido! Tan sorprendido que abrió la boca antes de poder hablar.
—Supongo que ya sabrá que los muchachos están prisioneros en esta casa —prosiguió ella—. ¿Cómo podremos sacarlos? Están en una habitación del piso de arriba, y acaban de romper los cristales de la ventana. ¿Quiere decir a un policía que venga a ayudarnos?
Antes de que él pudiera contestar (estaba apoyadosobre la tabla trasera de la furgoneta), una voz familiar dijo en son de queja:
—No he oído tiros. ¿Podemos salir ya, señor Cantor? —y Dickie y Mary asomaron sus cabezas por la parte trasera de la furgoneta—. Creo que nos hemos dormido un poco.
Cuando vio a las chicas, por la cara de Dickie cruzó un gesto de disgusto.
—¿Pero cómo habéis entrado primero? —preguntó.
Penny ahogó una risita, pero fue Mary la que habló seguidamente mientras saltaba al suelo:
—¿No sería mejor que hiciéramos algo por esos chicos? Están armando mucho jaleo en esa ventana de arriba.