CAPÍTULO I

EL SUEÑO DE PETER

Casi a la altura en que manan los arroyos, en la cabecera de uno de los pequeños y apartados valles que descienden desde las cumbres azotadas por el viento de Long Mynd, en el condado de Shropshire, hay un escondido embalse. Su nombre, que es dado a su vez al valle y a la sólida casita que hay edificada junto a él, es de Hatchholt.

El embalse es uno de los que fueron edificados en estas colinas y en las montañas de Gales para suministrar agua a las sedientas ciudades del interior, y como de vez en cuando hay que enviar agua por las tuberías, tiene que vivir un hombre en Hatchholt para que maneje las compuertas. Esta es una vida muy solitaria incluso en verano, porque la casa está a más de dos millas de la aldea de Onnybrook. Fue tan sólo hace unos pocos años que las compañías del agua insistieron en que se pusiera un teléfono a su viejo y fiel servidor, Jasper Sterling, para que estuviera en contacto con el mundo exterior; pero el señor Sterling no teme a la soledad.

Una o dos veces por semana el cartero sube penosamente con su bicicleta por el áspero sendero y trae periódicos y cartas, y cuando llega le ofrecen siempre en la pequeña cocina una taza de té. El señor Sterling ya hace tiempo que vive solo, pues su esposa murió cuando su única hija, Petronella, nació hace ya dieciséis años. Petronella, a la que todos, exceptuando su padre, llaman Peter, está interna en un colegio en Shrewsbury, y aunque le gusta la escuela, nunca es tan feliz como cuando está correteando por las colinas que rodean su casa.

La historia empieza dos noches después de Navidad enel pequeño dormitorio de Peter allá arriba bajo el tejado de Hatchholt. Era una noche clara y fría, con millones de estrellas resplandecientes en un cielo aterciopelado. Aunque todavía no había salido la luna, el embalse relucía como una lámina de cristal negro, porque en su quieta superficie se estaba formando ya una capa de hielo. Por encima y más allá del agua, las lomas de los páramos cubiertos de brezos, se ondulaban hacia la cumbre del Mynd y todo el mundo parecía tranquilo.

Peter estaba soñando, un sueño extrañamente vívido, que era casi más real que la realidad. Antes de que pudiera mirar en torno suyo en el sueño, ya se había dado cuenta de que estaba buscando a alguien o algo muy importante. Ella había soñado a menudo que iba corriendo tras de un tren o que se apresuraba desesperadamente para salir al encuentro de alguien que la estaba esperando, pero lo que sentía en este sueño era aun más urgente. Había algo que tenía que ser hecho y estaba segura que nadie podría hacerlo mejor que ella misma; pero luchó en vano para tratar de recordar lo que era.

Entonces, como el velo de gasa que es alzado a veces antes de la última escena de una pantomima, Peter empezó a ver el país de los sueños a través del cual ella iba corriendo. Primero se dio cuenta de que todo en torno suyo era frío y gris, pero la luz era tan sobrenatural que ella no podría decir si era de día o era de noche. De pronto se dio cuenta de que iba dando traspiés colina abajo, atravesando los brezos que le arañaban las piernas, hacia un pequeño grupo de pinos que había en una hondonada. Volvió su cabeza y se quedó sorprendida de repente al ver que no estaba sola. A unos pocos metros a su izquierda una chica aproximadamente de su misma edad iba corriendo con ella, y como en su sueño Peter se la quedara mirando con curiosidad, la chica se volvió hacia ella y le dedicó una amistosa sonrisa.

Peter estaba segura de que ella no había visto nunca antes a su compañera, pero cosa rara, le pareció que las dos podrían estar buscando tal vez la misma cosa. Al revés de otros muchos sueños, Peter halló que no podía hablar; esto era muy fastidioso pues la recién llegada tenía un simpático aspecto. Así que sin decirse una palabra las dos chicas corrieron loma abajo mientras el viento silbaba en torno a ellas sacudiendo las ramas de los árboles en el bosquecillo de la hondonada. La comarca era salvaje y desolada y Peter estaba segura de que no la había visto nunca antes, porque aunque sus amadas colinas estaban pobladas de brezos y arándanos, había una soledad en este extraño paisaje que era muy diferente de las soledades a que ella estaba acostumbrada.

Finalmente alcanzaron los árboles y se detuvieron aún sin decirse una palabra, mientras el fuerte viento rugía entre las copas. Durante un buen rato le pareció a Peter que estaban esperando a que algo sucediera, porque de repente incluso el viento se calmó y los árboles parecieron inmóviles centinelas. Entonces aquella chica rompió el hechizo adelantándose unos pasos hacia donde pudieron ver, entre los árboles, las revueltas de un camino carretero que iba colina abajo. Ella cogió a Peter por el brazo y señaló a lo lejos, y de repente a Peter le pareció que aquel feo caserón de paredes grises, agazapado allá abajo en la hondonada, era una de las cosas que ella había estado buscando.

¿Y qué es lo que quería ella en esta extraña casa? ¿Qué secreto es el que le estaba oculto y por qué sentía ella de modo tan fuerte que debía bajar hasta las dos grandes puertas de la verja de piedra, para ver qué es lo que podría descubrir?

Sin decirse una sola palabra la una a la otra, las dos chicas dejaron atrás los murmurantes árboles y siguieron bajando juntas por el camino carretero. Y mientras bajaban le pareció a Peter que la luz estaba cambiando, y antes de que hubieran recorrido muchos metros, el país de los sueños se vio bañado por la luz de la luna. Otros pocos pasos más y el cielo se tiñó de escarlata, y cuando se volvió para mirar por encima del hombro, Peter vio que todo el páramo que había dejado tras ella estaba incendiado. Sin sentir temor ni sorpresa las dos chicas se detuvieron y contemplaron cómo los árboles del bosquecillo flameaban como antorchas gigantes encendidas.

Cuando el viento implacable azuzaba las llamas abajo en dirección a ellas y la extraña casa, Peter se despertó. Aún hacía mucho frío. Como de ordinario, la ventana de su dormitorio estaba abierta de par en par y las cortinas eran movidas suavemente por el viento. Su ventana, situada bajo el alero, daba hacia el este, y cuando ella se volvió y se acurrucó en su cálido lecho, Peter vio que ya había salido el sol y le pareció que debía ser poco después de las ocho.

Ya se estaba volviendo a dormir, cuando oyó pasos en la escalera, y luego que alguien abría la puerta de su dormitorio. Ella se sentó en la cama.

—¡Papaíto! ¿A que me has traído una taza de té? Me estás echando a perder.

El señor Sterling no contestó hasta poner la bandeja con una blanca servilleta sobre la cómoda. Entonces se volvió y sonrió a su hija, mirándola por encima de sus gafas.

—Así que ya estás despierta… Llevo cuarenta años empezando cada día con una taza de té y he pensado que ya es hora que me acompañes en mi costumbre.

—Debería haber sido yo quien te lo hiciera, papá. Lo malo es que nunca me levanto lo bastante temprano. Ya lo he intentado, pero ¡qué va! Sin embargo me encanta el té, y el que tú me lo traigas me hace que me sienta mucho mayor… Alárgame aquella bata que cuelga detrás de la puerta, cierra la ventana y charlaremos.

El señor Sterling hizo lo que se le pedía y entonces miró con desaprobación al confuso montón de prendas de vestir que había sobre una silla, junto a la cama. Peter esta vez interpretó mal, o fingió interpretar mal esa mirada y dijo:

—Echa eso al suelo, papá, y siéntate a mi lado. ¡No! Dámelas y las pondré sobre la cama. Así se conservarán más calentitas.

—Tienes que ser más ordenada, chiquilla —murmuró su padre mientras le alargaba una taza de té , tu desaliño me disgusta mucho.

Peter bajó la mirada con docilidad hacia la taza.

—Muy bien, papá. Lo siento… pero en la escuela no me dicen muchas veces que sea desaliñada.

—Pues entonces va algo mal en aquella escuela —le replicó en seguida su padre—. Ya hace tiempo que vengo sospechando que allí no prestan mucha atención al aseo. ¿Qué es lo que piensas hacer hoy?

Peter cogió la taza con sus manos y notó que su padre se sobresaltó cuando a ella se le derramó un poco de té en el platillo. Entonces dio una vuelta en la cama y contestó a su pregunta con otra:

—Papá, ¿qué es lo que hice yo siempre antes de que los Morton vinieran a Witchend? ¿Recuerdas aquel día en que los traje aquí después de que sacamos al joven Dickie del pantano?

—Lo recuerdo muy bien —afirmó el señor Sterling—, ni es fácil que lo olvide, porque llenaron todo el suelo limpio de migas. Eran unos pilluelos desordenados y lo siguen siendo…

—Puede que estuviera muy sola, aunque nunca me ha importado realmente ir por ahí por mi propia cuenta y desde luego casi siempre he tenido a «Sally»…

—Esa yegua está demasiado gorda. Tendrás que montarla más en las vacaciones o si no la venderé. Come a dos carrillos durante el invierno.

Peter evadió este tema con gran habilidad. Era planteado a menudo por el señor Sterling, pero la cosa no pasaba de ahí.

—Hoy voy a ir de nuevo a Witchend. La señora Morton me llamó la pasada noche. ¿Verdad que no te importa, papaíto? Me gustaría que todos ellos vinieran aquí más a menudo, pero somos tantos para ti, y además ellos tienen a Agnes en Witchend para que los ayude y nosotros no tenemos a nadie. ¿Verdad que no te enfadarás porque vaya después del desayuno? Ni siquiera sé qué es lo que vamos a hacer. Puede que David y yo vayamos a alguna parte, o puede que vayamos en busca de Tom a ver si el señor Ingles le permite que deje de trabajar por un rato y nos acerquemos a ver cómo va el campamento, pues ya hace tiempo que no hemos ido por allí.

Si los ojos del señor Sterling centellearon un poco detrás de las gafas, Peter no lo vio, y aunque lo hubiera visto no se habría dado cuenta cuánto él la echaba de menos, sobre todo ahora que ella había encontrado amigos para el tiempo de sus vacaciones. Sabía muy bien lo sola que se sentía en Hatchholt, pero sabía también cuánto tiempo tenía que pasarse sin ella. Así que se limitó a carraspear y soltó su taza y platillo sobre la bandeja, diciendo:

—Los Morton son muy cariñosos contigo, querida, y si el tiempo se mantiene vais a tener muy buen día. Unas pocas heladas más y podremos invitarlos a que vengan aquí a patinar al embalse. Es mejor invitarlos ahí fuera que no hagan un embrollo aquí dentro… el desayuno estará dentro de diez minutos.

Cuando Peter bajó, el sol ya estaba alto y sus rayos penetraban por las ventanas de la cocina haciendo relucir todos los objetos de estaño y cobre y los platos de porcelana. David Morton dijo una vez que la cocina de los Sterling le recordaba un faro porque todo estaba tan brillante y limpio, y Peter no había olvidado nunca esta frase.

Su padre estaba junto a la estufa cuando ella entró, pero, como de costumbre, los platos estuvieron sobre la mesa en cuanto ella se hubo sentado.

Tras ayudarlo a lavarlos, Peter salió corriendo en busca de su yegua «Sally». Al final del empinado jardín había una valla de red de alambre, para mantener alejados a los conejos de una puertecilla que daba a un selvático campo.

El páramo había hecho muchas tentativas para apoderarse de este trozo de terreno, e incluso ahora la parte superior de la verja tenía un color oscuro por los helechos secos y en los rincones había las primeras matas de los brezos invasores. Pero allí había aún suficiente pasto para «Sally», que se había criado en las colinas de Gales a no muchas millas de aquí y que nunca veía el interior de un establo a menos que en los días más crudos del invierno cayera mucha nieve.

Peter se metió los dedos en la boca y dio un agudo y claro silbido y «Sally» vino trotando hacia ella y la husmeó buscando las patatas o las zanahorias que su ama solía llevar escondidas en el bolsillo. «Sally» no era una yegua de muy fina estampa, pero era fiel, inteligente y casi incansable galopando por las colinas y Peter podía hacer lo que se le antojara con ella. La muchacha y la yegua se habían criado juntas y Peter apenas si podía recordar el tiempo en que ella aún no montaba a «Sally».

Cuando la yegua estuvo ensillada y atada al poste de la puerta, Peter fue corriendo en busca de sus guantes y dos jerseys, porque aunque el sol ya estaba muy subido, aún hacía un frío muy crudo. El jersey de debajo era tan azul como la camisa que ella siempre usaba con sus pantalones de montar; pero el jersey de encima con su cuello doblado era escarlata. La propia señora Morton se lo había hecho y regalado por Navidad, «para que podamos divisarte cuando vengas a vernos», le dijo mientras Peter desataba el paquete con sus dedos temblorosos.

—¿Cuándo estarás de vuelta? —le preguntó el señor Sterling en tono quejumbroso mientras que su hija montaba de un salto en la silla.

—Hoy no vendré a comer, papá… quizá para el té… bueno, ya me verás cuando vuelva… y no te preocupes… ¡Arre!

Mientras caminaba valle abajo por el camino que ella conocía tan bien, se fijó como hacia un lado los helechos relucían bajo el sol como si fueran de oro, mientras que hacia el otro la escarcha espolvoreaba los lugares que aún permanecían en sombras. «Sally» era capaz de ir a ciegas por aquel sendero pedregoso, así que Peter la dejó a su propio paso, se echó hacia atrás sus rubias trenzas y comenzó a silbar saludando a un nuevo y hermoso día. Mientras cabalgaban camino abajo hacia el valle, las colinas se fueron acercando y haciéndose más escarpadas y empezaron a verse arroyos que se despeñaban por los valles laterales, para unirse a un riachuelo que murmuraba sobre un lecho pedregoso a la vera del sendero. Y a veces a un lado del camino y a veces en el otro, y en ocasiones ocultas por los helechos, las cuatro grandes tuberías de hierro que llevaban el agua desde el embalse, corría valle abajo por el camino más recto hacia las llanuras.

Una vuelta más entre aquellas ondulantes colinas y Peter vería el sendero que se derivaba a la derecha y que llevaba al próximo valle llamado Dark Hollow y de allí a Witchend.

Mientras «Sally» pasaba con cuidado el arroyuelo que en aquel lugar cruzaba el sendero, puso tiesas las orejas. Peter dejó de silbar, preguntándose qué es lo que habría oído la yegua. Entonces se paró y acarició el lomo a «Sally» con sus tacones, mientras que dulce y claro a través de la quietud del aire se oyó el inconfundible grito del avefría:

—¡Piiuit! ¡Piuit!

El tintineo de los cascos de la yegua sobre las piedras sueltas, cuando ésta se lanzó a un trote, ahogó la respuesta de Peter, pero ella ya sabía a quién vería en cuanto doblara la vuelta.

David Morton estaba apoyado contra el retorcido tronco de un espino, afilando un palo con una navaja. Alzó la mirada e hizo una mueca expresiva de asombro al ver a Peter.

—¡Hola, Peter! —le dijo—. Pareces un extintor de incendios colgado de la pared. Ese jersey es horrible. Me parece que no deberías llevarlo puesto por ahí. ¿No se asusta «Sally»?

—Aunque fuera rosa con listas color naranja, tendría que llevarlo puesto, ya que tu madre me lo regaló —le replicó Peter—. ¿Por qué vienes a buscarme si no te gusta?

David hizo una mueca:

—No tenía ni idea de que ibas a venir por aquí —respondió—. Sólo quise dar un paseo… lo cierto es que había olvidado que ibas a venir a pasar el día con nosotros… ¿o es que vas a algún otro sitio?

Peter recordó a tiempo que ella no solía salir bien parada con estas discusiones tan idiotas con David, así que fingió no haber oído.

—¿Qué es lo que vamos a hacer hoy? —preguntó—. ¿No podríamos ir en busca de Tom y subir al campamento? ¿Qué tal están los gemelos?

—Inaguantables —replicó David, contestando primero a la última pregunta mientras se situaba a su lado—. Están mucho peor desde que los separaron en el período escolar. Por eso es por lo que me he venido realmente, para librarme de ellos.

—Ya es hora de que corramos otra aventura, David —dijo Peter riéndose—. Por irritantes que puedan ser los mellizos, son imponentes cuando corremos aventuras. David, debemos ir en busca de Tom y disponer alguna cosa, y hemos de traer a Jenny de Barton Beach. ¿Te das cuenta de que estamos casi a mitad de camino de ellos?

David asintió.

—Lo sé. El club debería estar haciendo algo, y es una tontería que estemos inactivos sólo porque es invierno. Lo malo es que Tom está muy ocupado y Jenny apenas si puede venir aquí y volverse a su casa en un día.

—Ya sé que lo de Jenny es difícil —le interrumpió Peter—. Además a ti nunca te ha acabado de gustar, David, pero ella es un miembro y ahora que su padre está en casa, su madrastra tiene que contenerse un poco… A mí me gusta Jenny. Es divertida y últimamente lo ha pasado muy mal, así que creo que vendría aunque fuera por un día si se lo pidiéramos.

—Ya sé que Jenny es una buena chica —dijo David—, pero o me hace reír o me pone furioso. Siempre parece asustada de algo que haya a la vuelta de la esquina.

—Lo mismo te ocurriría a ti si te pasara lo que a ella. Bueno, como sea vamos a intentar organizar una reunión del club lo antes posible y si no podemos correr una aventura, tal vez nos ocurra alguna cosa. Si no, pídele a Dickie y a Mary que nos preparen algo. Ellos sabrán hacerlo.

—Ya te he dicho lo que sería divertido, Peter. Me gustaría que Jon y Penny Warrender se pudieran quedar un poco con nosotros. Ya sabes a lo que me refiero, ¿no? Penny es muy divertida, es pelirroja y tiene mucho temperamento. Sé que te gustaría.

—Seguro que sí —le respondió Peter algo fríamente, porque aún no se le había olvidado la desilusión que le causó el perderse la aventura del collar de diamantes en aquel escondite secreto de contrabandistas en Rye.

—Lo malo es —prosiguió David imperturbable y sin fijarse en los sentimientos de Peter—, que no tenemos sitio en Witchend y tú no puedes meterlos en Hatchholt, y tampoco hay ningún sitio en donde se puedan quedar en Onnybrok. Se mueren de ganas de juntarse con los del Pino Solitario y sé que a ti te gustaría, Peter.

—Seguro que sí —le dijo ella con la misma brevedad de antes.

—Y por supuesto, tienen muchas ganas de juntarse… Hasta Jon tiene ganas, y ha estado tan ocupado con sus exámenes y otras cosas, que me tiene preocupado. Con ellos aquí lo pasaríamos de miedo, y sé que vendrían si se lo pidiésemos.

—Seguro que sí —murmuró Peter, y entonces, sintiendo de repente arrepentimiento por sus estúpidos celos, dijo—: Hablemos de esto con los otros y veamos si hay algún medio de pedirles que vengan aquí una semana. Tu padre y tu madre conocen a la señora Warrender, ¿verdad?

Ambos ya habían cruzado ahora el valle de Dark Hollow y estaban a la vista de los guardavientos de las chimeneas de Witchend. Después de Hatchholt, Peter habría escogido vivir en Witchend, que como su casa, había sido edificada apoyándose en el costado de una colina, pero en este caso casi al fondo del valle en lugar de su extremo superior. En el lado opuesto a la vieja casa con su techo de bálago, un denso bosque de alerces trepaba por la colina, y más allá del valle podían ver la copa del gran pino que señalaba la situación del campamento secreto que habían establecido.

El sendero por el cual habían venido se unía ahora con el camino que acababa ante un gran portalón blanco; mostraba que el largo trecho de césped ante la casa era propiedad privada. Un arroyuelo cruzaba la hierba y se arremolinaba a través de una alcantarilla que había bajo la pared, corriendo junto a la vereda hacia donde «Sally» daba ahora la vuelta sin apresurar su paso.

—¡Hola, chicos! —saludó Peter cuando reconoció a las dos figuras sentadas en el palo superior del portalón—. ¡Hey, «Mackie»!

Los gemelos Morton alzaron la vista al oír su voz, sonriendo cortés y simultáneamente y luego continuaron su interesante conversación. El negrito scottie que estaba sentado bajo ellos lánguidamente, se desperezó, bostezó, movió su cola cuando Peter lo llamó por segunda vez y entonces se sentó con sus orejas tiesas y su cabeza hacia un lado. Parecía como si le hubiese gustado dar la bienvenida a Peter en persona, pero una palabra de Mary, que estaba sentada por encima de él, le hizo estarse quieto.

Peter cabalgó hasta donde estaban los mellizos y David dijo:

—¡Bajaos y abrid la puerta a Peter! ¡Hala!

—¡Mira quién está aquí, Dickie!—dijo Mary con sonrisa inocente.

—Debe ser Peter —replicó el gemelo—. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí? Ahora mismo estábamos hablando de ella, ¿verdad? ¡Oh! ¡Mira, Mary! David a ido en su busca. Mejor sería que él abriera la puerta, ¿no, David?

—Nos preguntábamos por qué te habías desayunado tan temprano y habías salido corriendo —terció Mary—. La verdad es que no nos preocupamos mucho, pues tuvimos dos salchichas más, pero nos quedamos pensando que deberíamos decirnos a dónde ibas de esa manera…

Al ver que David se acercaba dando zancadas abandonaron la puerta de un salto y huyeron de su ira con Macbeth siguiéndoles pegado a sus talones.

Peter se bajó de la silla mientras David abría el portalón para ella, aseguró las riendas de «Sally» en un gancho que había en un poste del portalón y se adelantó para saludar al señor y a la señora Morton, que se estaban fumando un cigarrillo en el porche después del desayuno.

—Bueno, Peter, ya vemos que te has puesto ese jersey —dijo el señor Morton—. Me da calor tan sólo con mirarte.

—Lo que importa es que la abrigue —añadió su esposa—, aunque, claro, también le hace aparecer más bonita.

Peter se inclinó para besarla y éste era un gesto tan poco frecuente en ella que el señor Morton y David mostraron su sorpresa. Pero la señora Morton conocía ya muy bien a Peter, y le sonrió agradecida, antes de darle con su mano una rápida caricia y diciéndole:

—¿Qué vas a hacer hoy? ¿Te quedarás a comer con nosotros? ¿Verdad?

—Pensamos ir a casa de Ingles y ver si Tom podía tener el día libre —dijo David—. Es un día demasiado hermoso para quedarse en casa, ¿no es verdad? Esperamos que nos acontezca algo, papá.

El señor Morton tiró la colilla de su cigarro en el arroyuelo e hizo un gesto con la cabeza hacia el portalón.

—Aquí viene vuestra aventura —dijo sonriendo—, porque llega el cartero. Cada carta sin abrir es un misterio y puede ser una aventura también. Vamos a ver qué nos viene esta mañana. ¡Buenos días, George! ¿Cómo le va su reuma?

—Bien, muchas gracias —el viejo replicó mientras apoyaba su bicicleta sobre el portalón abierto y se dirigía hacia él—. No le traigo mucho esta mañana, aunque viene una carta de Londres. Hay dos que parecen impresos que no merece la pena ver y además traigo una para la vieja Agnes, ahora que no me oye llamarla vieja. Lo que pasa es que nos conocemos desde hace tanto tiempo. Gracias por su amabilidad, señora, pero ahora no quiero tomar nada. Buenos días, Peter. No llevo nada para ti, lo siento. Buenos días a todos.

Se marchó caminando pesadamente volviendo a tomar su vieja bicicleta y se alejó pedaleando lentamente sin saber que había traído dos cartas que iban a cambiar las fiestas de Navidad para todos los miembros del Club del Pino Solitario.

—¡Agnes! —llamó la señora Morton—. Tengo una carta para usted.

El plañidero tatareo de un himno cesó en el interior de la casa y Agnes, la querida ama de llaves de los Morton, se asomó a la puerta.

—¿Para mí? —preguntó, y entonces, antes de que la señora Morton pudiera contestar, dijo—: Otra vez estás por aquí, Peter? Siempre nos ha gustado verte, así que no añadiré nada más…—cogió la carta tan cautelosamente como si estuviera al rojo vivo y pudiera quemarse los dedos—. ¿Pero es para mí? Eso es alguien que me quiere gastar una broma y me manda una carta.

—¿Por qué no la abre y lo ve? —el señor Morton sonrió y entonces se fijó en la cara que ponía su esposa mientras leía la carta que había venido de Londres.

Peter se fijó también y se fue hacia el arroyo, porque las cartas de los demás no eran asunto suyo. David se unió a ella.

—Ha pasado algo, Peter —dijo sombrío—. Estoy seguro de ello porque ambos parecen muy preocupados.

Entonces aparecieron los dos gemelos.

—¿Qué os parece? —les preguntó Dickie—. Algo ha pasado. Agnes ha recibido una carta y se ha ido a la cocina como si fuera a llorar.

—Y mamá y papá han recibido otra —le interrumpió Mary—y nos echaron de la habitación en cuanto entramos en ella y están hablando entre ellos.

—Bueno, pronto lo sabremos —dijo David—, porque aquí viene papá y parece preocupado.

—No te vayas, Peter —le dijo el señor Morton al acercarse a ellos—. Te consideramos como si fueras de la familia. Y no pongas esa cara, David. No ha pasado nada irreparable, pero parece ser que tanto tu madre como yo tendremos que ir a Londres durante unos días. Nadie se ha muerto ni nadie está enfermo, pero tenemos que irnos mañana o pasado mañana a ver a los abogados y firmar algunos papeles de negocios y no podemos eludir esa obligación. Pero no por eso vayáis a echar a perder vuestras vacaciones. Agnes cuidará de vosotros, pero debéis prometerme, especialmente vosotros, los gemelos, que haréis las cosas fáciles para ella. ¿Me lo prometes, Dickie? ¿Me das tu palabra de honor, Mary?

Los gemelos asintieron y entonces Dickie dijo:

—¿Queréis que vayamos con vosotros para ayudaros con esos abogados?

—Si os podemos servir de algo lo haremos con mucho gusto—añadió Mary.

—No, muchas gracias, Mary —dijo el padre cortésmente—. Os agradezco vuestro ofrecimiento, pero no creo que pudierais ayudarnos.

—¿Estás seguro de que no le ha pasado algo también a Agnes? —preguntó Dickie. Estaba llorando mucho cuando pasamos por la cocina.

—Creo que es una crisis nerviosa —terció Mary.

Y tenía razón, porque de repente a través de la puerta abierta, se oyeron unos lamentos y luego la voz de la señora Morton que decía:

—Bueno, Agnes, no se lo tome así. Estoy segura de que la historia no es tan mala como parece, y de todos modos el señor Morton puede llevarla hoy en su coche para que vea a su hermana, puedan hablar juntas y hacer sus planes.

—¡Pero estos chiquillos! —exclamó Agnes—. ¿Cómo me voy a marchar y dejarlos solos justo cuando ustedes se van a Londres? No puedo ir… y sin embargo debo ir.

Hasta el señor Morton se había quedado confuso por este lloriqueo, mientras que Mary ponía una cara como si ella fuera la responsable de la crisis que había predicho.

—Será mejor que nos salgamos y dejemos que vuestra madre se entienda con Agnes —dijo finalmente. No tengo ni idea de lo que le ha pasado. Ni siquiera sabía que tuviera una hermana.

Así que todos se fueron a dar vueltas por el arroyo, bajo el sol de la mañana y Peter sintió verse metida en esto, aunque quería a todos mucho. Era una mañana demasiado bonita para recibir malas noticias, pues al bajar hacia el valle ella se había imaginado una mañana gloriosa.

De mala gana llamó a «Macbeth». El perrito, que parecía comprender que algo malo había ocurrido, estaba muy triste con el rabo caído, mirando fijamente la corriente de agua. Ante la llamada de Peter, alzó la cabeza, movió el rabo y con una mirada a Mary, como excusándose, se dirigió lentamente hacia Peter lamiéndole la mano cuando ésta se inclinó para acariciarle. «Macbeth» quería a Peter, sintiendo, como todo animal con quien ella entraba en contacto, la simpatía que ella tenía por todas las cosas vivientes.

Finalmente salió la señora Morton y sonrió a las caras serias que la esperaban.

—Saca algunas sillas del cobertizo, David —dijo—, y sentémonos todos al sol. Vamos a celebrar un consejo de guerra. Lo bueno de este valle es que siempre da el sol cuando lo hay, y ahora hace casi tanto calor como en verano. Agnes nos va a traer un poco más de café…

—¿Qué le ha pasado a Agnes, mamá? Queremos saberlo —dijo Dickie.

La señora Morton se sentó en la silla que David le había traído y siguió hablando:

—No me gusta marcharme de Witchend, ni siquiera por unos pocos días. Peter, acércate, querida.

Hasta que todos estuvieron sentados en el porche en torno a ella, y Agnes, que estaba musitando una oración, no se retiró hacia la cocina con la cafetera, no empezó ella a contar lo que todos querían saber:

—Ya veo que vuestro padre os ha dicho que tenemos que ir a Londres por unos pocos días. Desde luego no nos habría preocupado dejaros aquí con Agnes, pero desgraciadamente, ella también ha recibido noticias preocupantes. Yo no lo sabía, pero resulta que tiene una hermana que dirige una pequeña casa de huéspedes en un lugar llamado Clun, que está hacia el sur de Ludlow junto a los límites de Gales. En la carta de esta mañana, su hermana le dice que tiene que ir en seguida a un hospital para que le hagan una operación, y quiere que Agnes vaya a cuidar de la casa entretanto ella esté fuera. La pobre Agnes quiere ayudar a su hermana y quiere ayudarnos a nosotros a la vez, sobre todo ahora que nos tenemos que ir a Londres… Y ahora no sé qué vamos a hacer, pues yo le prometí que vuestro padre la llevaría hoy a Clun con su coche, y me temo que tendremos que repartiros a vosotros y cerrar Witchend hasta que volvamos, a menos que —hizo una pausa y miró a Peter—. A menos que el señor Sterling y Peter quisieran… ¡Oh, no! No estaría bien. No debemos.

—¿Qué es lo que le iba usted a pedir a mi padre? —preguntó Peter.

—Me preguntaba si querríais veniros a vivir aquí y ayudarlos a mantener el orden, pero no creo que sea posible… Puede que la señora Ingles pueda meter a los mellizos en cualquier parte…

—No, gracias, mami —la interrumpió Dickie—. No creo que nos guste.

—Se nos ocurre algo mejor —terció Mary—. Al menos pienso que podemos… dilo tú, gemelo.

—Sólo iba a preguntar cuántos viven en aquella casa de huéspedes de nombre tan divertido. Quiero decir que cuantos viven allí «ahora» —dijo Dickie.

Mary se echó a reír:

—¡Siempre se nos ocurre algo! Nos iremos a vivir con Agnes y le daremos ánimo.

Y antes de que nadie pudiera detenerla, se echó o correr hacia la casa. El señor Morton se quedó mirando a su esposa y se encogió de hombros; pero antes de que pudiera hablar, su hija reapareció trayendo a Agnes cogida por la mano.

—¿Cómo se me iba a ocurrir eso, mi nenita? —iba diciendo esta última—. Ese corazoncito tuyo tan bueno se ha acordado de la pobre Agnes y quiere venir a hacerme compañía. Pero deja que vuelva a mirar otra vez la carta —y mientras rebuscaba en el bolsillo de su bata, David le hizo un guiño a Peter y Dickie se deslizó y se puso al otro lado de Agnes y buscó afanosamente en su otro bolsillo las gafas.

—No hagas caso en lo que dice Mary, Agnes —le dijo la señora Morton—. Ya sabes que estos mellizos no dicen más que tonterías. Ni pensar en que usted se lleve consigo a los niños a Clun.

Pero Agnes ni la escuchaba. Con sus gafas apoyadas sobre su nariz, estaba releyendo la carta. Su boca se movía conforme leía de nuevo las fatídicas palabras, hasta que los labios de todos los que la estaban observando se crisparon en silenciosa simpatía.

—¡Aquí! —dijo triunfalmente, alzando su cabeza y sonriendo por turno a todos aquellos rostros en tensión—. El niño se encuentra bien. Ya empiezo a entender la escritura de mi hermana.

—Sí, Agnes —dijo el señor Morton paciente—. Ya sabemos que usted entiende la escritura de su hermana, ¿pero qué es lo que dice?

Agnes se lo quedó mirando como si fuera una pregunta indiscreta y entonces se aseguró sus gafas con más firmeza sobre su nariz.

—Iba a decírselo ahora, señor —ella no llamaba al señor Morton, «señor», más que cuando estaba alterada o enfadada—. Iba a indicarle que mi hermana dice que no tiene a nadie más en la casa, pero que no se sentirá tranquila en el hospital si la casa se queda cerrada. Espero haberme expresado con claridad, SEÑOR.

Antes de que el señor Morton pudiera darle una respuesta satisfactoria, Agnes se volvió hacia su señora.

—Pero me alegraría muchísimo el tenerlos junto a mí, porque ella me dice que allí hay alguien que pueda ayudarnos y esto resolverá sus preocupaciones mientras ustedes estén fuera.

Mary, con los ojos brillantes, se volvió hacia Peter.

—Y tú también vendrás con nosotros Peter. Claro que… si puedes. No nos iremos sin ella, ¿verdad, David? Iré contigo a pedírselo a tu padre, pero por supuesto que él se alegrará de que vengas.

—Serán unas verdaderas vacaciones «Pino Solitario» —la interrumpió Dickie—. Pidámosle a Tom que venga también con nosotros.

—¡Y Jenny! —dijo Mary.

—¡Y los Warrenders de Rye! —exclamó David rápidamente—. Podríamos pedírselo ahora. Es la oportunidad que estábamos esperando… ¿Pero habrá sitio para todos nosotros, Agnes? ¿No seremos una molestia?

—Tonterías, David —le interrumpió el señor Morton—. No hay ni que discutirlo. No vamos a cargar a Agnes con el cuidado de todos vosotros. Creo que vuestra madre tiene razón, y tendréis que desperdigaros. ¡Qué mala suerte que eso haya ocurrido en las vacaciones! Pero tenemos que sacar el mejor partido de ello. ¡Lo siento, chicos!

Pero Agnes ya se había hecho a la idea y nada podía hacerla desistir.

—¡Pero si es compañía lo que necesitaré allí, en aquel caserón tan grande! ¿Y quién mejor que todos estos que conozco… y esos dos que ha mencionado el señorito David? Que les digan que vengan también, porque no hay duda de que hay sitio para todos y será un detalle de amabilidad para mi hermana que su casa esté llena después de Navidad, y una gran ayuda para ella con eso de su operación…

Esta última súplica era muy inteligente, y se echó de ver que el señor Morton se había sentido impresionado. Mientras tanto, Mary apretó la mano de Agnes y murmuró:

—Eres maravillosa, Agnes. Todos iremos contigo.

Y después de un poco más de discusión entre los mayores se decidió que si Agnes hallaba, cuando fuera a Clun, que había bastante sitio para todos ellos, y si tenía la suficiente ayuda en la casa, y que si su hermana no ponía objeciones, que entonces podían ir. También se convino que se podía pedir a Tom Ingles, Jenny Harman y los dos Warrenders que se unieran a ellos.

Todos parecieron más felices una vez que estas decisiones fueron tomadas, pero Peter estaba preocupada por tener que dejar a su padre durante una semana.

—Puedes telefonearle si quieres cada día —le sugirió David.

—Ya sé que podría —contestó ella—, pero mi padre odia el teléfono y a lo mejor no contesta. Siempre contesto yo cuando estoy en casa.

—Le escribiré a tu padre, Peter, y podrás llevarle la nota cuando vuelvas esta tarde. Mi papá y Agnes no estarán de vuelta hasta el oscurecer, pero ¿por qué no vamos todos ahora a ver a Tom para que las cartas que escribamos las echemos al correo mañana a primera hora? Tengo que escribir a la señora Warrender y supongo que también al padre de Jenny.

—Se me ocurre algo mejor que eso —dijo David—. Tan pronto como papá vuelva y sepamos que todo va bien para nosotros, bajaremos a la oficina de correos de Onnybrook a telefonear. Ya sé que estará cerrada, pero la señora Smithson nos conoce y nos dejará entrar. El número de la tienda de Jenny Harman está en el teléfono y tengo el número del «Gay Dolphin». Será una llamada intempestiva, pero merece la pena, ¿no?

Entonces apareció Agnes llevando su mejor sombrero, una maravillosa creación de la cual colgaban coloridas cerezas y un chaquetón con un cuello de piel marrón. Era difícil comprender que estaría de vuelta al cabo de pocas horas, porque se había despedido de todos como si no fuera a verlos nunca más. Pero finalmente lograron meterla dentro del coche y le dijeron adiós con la mano hasta que éste dio la vuelta en el camino.

—¡Pobre Agnes! —suspiró la señora Morton—. ¿Que haríamos nosotros sin ella? Puede que al fin y al cabo esa idea de que se vayan todos con ella tenga algo de bueno, porque no puedo imaginarme lo que haría sin nosotros. Y ahora, id a Ingles mientras yo escribo esas cartas, ya que la casa se va a quedar tranquila.

En cuanto su madre hubo desaparecido dentro de la casa, los gemelos se volvieron hacia David y Peter.

—¿No nos dais siquiera las gracias —empezó Dickie—. ¿No veis qué idea más maravillosa se nos ha ocurrido?

—Claro que lo sentimos por Agnes y su hermana —continuó Mary—; pero no me sorprendería el que corriéramos alguna aventura en este sitio llamado Clun. ¿Verdad, gemelo?

—Tenemos que pensar en algo —prosiguió Dickie—; pero ya estamos cansados de que no nos deis ni las gracias cuando se nos ocurre alguna idea… ¡Oh, bueno! No necesitáis decirlo si no queréis.

—Iremos a ver a Tom y le contaremos todo —dijo Mary—. Nos gusta Tom. Es un buen chico.

—Tiene buenos modales. Siempre dice, gracias.

Y diciendo esto, los dos gemelos se alejaron tranquilos como si fueran uno solo, con «Macbeth» entre ellos, pasaron el portalón y se dirigieron por el camino en dirección a la granja de Ingles.

David se echó a reír.

—¡Déjalos que se vayan, Peter! Nosotros atajaremos por el bosque. Todo va a las mil maravillas, ¿no es verdad?

Peter asintió:

—Me parece que lo vamos a pasar de miedo. ¿Te importará que me lleve a «Sally» si podemos ir? Me gustaría montarla allí y además yo tendré que salir más temprano que vosotros. Ha sido una idea estupenda la que han tenido los gemelos. A veces tienen ocurrencias. Espero que a mi padre no le importe que vaya con vosotros… ¿Crees tú que los Warrender podrán venir?

—Seguro que sí. Nada podrá detener a Penny si se le mete en la cabeza la idea de ir. Por algo es pelirroja.

—Ya dijiste eso antes —le contestó Peter fríamente—. Yaestoy harta de oír eso. Vamos en busca de Tom.

Siguieron a los gemelos por el camino y no habían llegado muy lejos cuando oyeron el palpitar de un tractor y el rechinar de maquinaria.

—¡Atiza! ¡Lo había olvidado! —exclamó David—. El señor Ingles está trillando hoy, así que Tom estará ocupado. Creo que empezaron ayer y estarán ocupados hasta esta noche. Vamos a ver.

Hallaron a los gemelos sentados con su postura favorita en el palo superior de la verja de la granja del señor Ingles, observando la trilladora y los hombres que trabajaban con ella. Vieron a Tom en lo alto de unos haces, arrojando gavillas de trigo en la banda móvil del elevador que las subía hacia la boca hambrienta de aquel monstruo rugiente y temblequeante. Por la otra punta de la máquina salía un chorro de dorado grano que caía en unos sacos ya dispuestos.

Peter se adelantó corriendo e introdujo sus dedos en aquella fresca suavidad. El señor Ingles la vio y le gritó su bienvenida, y Tom levantó una mano en gesto de saludo y le hizo una mueca. Sin embargo no se atrevió a interrumpir la faena para hablarles, porque la trilladora tenía un apetito gigante. Al final consiguieron bajar el montón de haces hasta una altura de pocos pies sobre el suelo y los chicos que estaban en la verja vieron que las ratas empezaban a correr en busca de refugio, presas del pánico y lanzándose alocadas hacia la alambrada que rodeaba el recinto. Dos perros «terrier», que vieron la ocasión, empezaron a ladrar excitados e iniciaron su faena, y «Macbeth», olvidando sus protestas de lealtad a los gemelos, se sacó la cabeza de su collar, corrió como un rayo, saltó la baja alambrada y se unió feliz a la matanza.

—Es inútil que esperemos a Tom —dijo Peter al cabo de un rato—. Vamos a ver a la señora Ingles y se lo pedimos a ella primero.

Esta fue una excelente idea, porque al cabo de unos pocos minutos de su visita sorpresa a la cocina, la señora Ingles estuvo de acuerdo en persuadir a su esposo que permitiera a Tom irse por una semana. Cuando la señora Ingles se propone algo siempre se sale con la suya, así que cuando Tom vino para comer, su tía ya había charlado durante diez minutos con el señor Ingles y el asunto había sido arreglado tan rápidamente que Tom apenas si pudo creerlo.

—Muchísimas gracias, tío —dijo mientras se metía una patata caliente en su boca—. Es una gran idea, y eres muy bueno al permitirme…, pero hoy terminaremos de trillar y creo que podrás prescindir de mí.

El señor Ingles le dio un golpecito en la rodilla y gruño de delicia.

—¿Oyes eso, mujer? ¿Has oído lo que dijo nuestro Tom? Cree que podremos prescindir de él durante una semana… y éste es el chico que cuando vino hace dos años no sabía distinguir una vaca de una cabra. ¡Has progresado, chico! Te mereces unas vacaciones más que nadie. ¿Dónde están esos gemelos y los otros dos?

Tom tenía la cara muy colorada cuando dijo:

—Afuera, tío, esperando a ver qué decías tú.

El señor Ingles bramó de nuevo de satisfacción y como era de la opinión de que él y sólo él había decidido permitir que Tom fuera, su esposa disimuló su risa para que se sintiera complacido de sí mismo.

Tan pronto como hubo terminado de comer, Tom salió al sol y halló a los otros.

—¡Todo arreglado! —gritó al cerrar la puerta—. ¡Puedo ir! Pero, bueno, ¿a quién se le ha ocurrido todo esto? Nunca había oído hablar de ese sitio antes.

Dickie y Mary bajaron la cabeza modestamente, fijando la vista en la punta de sus zapatos, hasta que su silencio fue la más clara respuesta a la pregunta de Tom.

—Os acompañaré —prosiguió Tom—. La trilla no proseguirá hasta dentro de diez minutos. Contadme todo.

Ellos le contaron toda la historia de su ocurrencia de unir a todos los miembros del Club del Pino Solitario bajo un mismo techo, además de hacer la presentación de dos nuevos miembros.

—Y además está Jenny, Tom —dijo Peter—. ¿Qué hay de ella? ¿Crees que su padre la dejará venir?

—Yo no iré si Jenny no viene —dijo Tom con terquedad—. Vamos a telefonearla esta noche como decís. Y si tu madre manda una carta al señor Harman, él le dará permiso. Ahora debo dejaros. Pasad a recogerme cuando vayáis a Onnybrook esta noche e iré también con vosotros. Sé que la señora Smithson nos dejará telefonear desde la tienda y no desde la cabina… ¡Hasta luego!

En cuanto se perdió de vista, oyeron claramente el lamento del canto del avefría, que Peter se encargó de contestar.

Dickie, que iba delante dando pataditas a una piedra camino abajo, se volvió y dijo:

—¿Y ahora, qué? ¿No dais las gracias so egoístas, animalotes?

—Puede que os las demos esta tarde a las seis, cuando papá vuelva a casa y Agnes nos diga que todo está de acuerdo y que podemos ir.

—¡Caramba! —exclamó Peter—. Aún tenemos casi seis horas por delante y yo no lo sabré porque debo volver a casa antes de que obscurezca. ¿Cómo me lo podrás decir, David?

—Pues telefonea tú también, so zoquete. Después de que nosotros hayamos llamado a Rye y a Barton Beach. ¡Eh, vosotros dos, enanos! Daos prisa. No me quiero perder el almuerzo. Luego podremos subir y echar un vistazo al campamento, y puede que encendamos una hoguera.

—Todo eso está muy bien —dijo Peter—; pero me gustaría saber qué es lo que está pasando en Clun, si es que ya han llegado allí. Todo esto parece demasiado bonito para ser… ¡Ir todos juntos a un sitio!

—A mí me gusta todo esto —dijo Dickie mientras abría la puerta de Witchend—. Es como unas vacaciones dentro de unas vacaciones —acarició a «Sally» al pasar—. ¿No te parece que debías darle una zanahoria a este viejo asno, Peter? —dijo mientras echaba a correr hacia la casa.