A Lupita le gustaba observar el cielo.
Contemplar detenidamente la trayectoria de los astros. Reflexionar sobre la manera en que un planeta se oculta detrás de otro durante su recorrido. Desde la muerte de su hijo, cuando pasó la noche observando cómo se proyectaba su propia sombra sobre el rostro del niño, el fenómeno de los eclipses la intrigaba. Era muy impactante presenciar la desaparición de un astro y luego su renacimiento en la bóveda celeste. El que uno deje de ver algo o a alguien no significa que el objeto observado haya desaparecido por completo. A veces uno está y a veces no está. Para Lupita era un fenómeno parecido al de las borracheras. Los que han visto la mirada de un borracho lo entienden bien. En el fondo de esos ojos aparece otra persona, misma que desaparece cuando el borracho en cuestión recobra el sano juicio.
Regresar al cuerpo después de una larga borrachera era muy molesto. El malestar que se experimenta durante las crudas en verdad es infernal, sin embargo, a Lupita sin saber por qué, había una parte del proceso de recuperación que le agradaba. Lo vivía como un renacer.
LUZ vs. OSCURIDAD
La creación del sol por parte de los dioses fue indispensable para el surgimiento y sostenimiento de la vida. En la antigüedad consideraban que en los cielos se libraba una batalla diaria entre la luz y la oscuridad. Si la negra noche triunfaba, la vida de la especie humana corría peligro. Los seres vivos, como parte activa del universo, debían reconocer el movimiento de los astros dentro de sus cuerpos y convertirse en guerreros de luz para vencer a la oscuridad. Si en su lucha interna la luz salía vencedora, el sol se renovaba, ya que esa lucha de fuerzas opuestas en el cielo es algo que sucede adentro y afuera, arriba y abajo. Los que se dedicaban a observar el curso de los cielos y sabían que eran parte de los astros, se convertían en dioses, se convertían en sol renaciente.
Cada vez que Lupita se embriagaba una parte de ella desaparecía. Y cuando Lupita no estaba en ella, no sabía dónde estaba. Forzosamente debía haber un lugar en donde ella permanecía mientras se le pasaba la borrachera, pero la pregunta era ¿dónde? ¿Había dos Lupitas?, ¿una sobria y otra peda? Si era así, debía haber dos mentes, una cuerda y otra demente que gobernaban a cada una de las Lupitas. ¿Se podía decir que la mente cuerda se quedaba en la banca descansando mientras que la otra se embriagaba? ¿Es por eso que al recobrar el juicio la mente cuerda no guardaba memoria de lo que la mente demente había ordenado que se hiciera y se dijera? Lupita no lo sabía pero le ilusionaba saber que había una parte de ella que permanecía intacta, ignorante de los desmanes que su cuerpo realizaba cuando estaba fuera de control, o sea, había una Lupita que permanecía inocente, pura. Una Lupita a la que desearía se le diera la bienvenida a este mundo en vez de que se le insultara por haberse emborrachado.
Lupita abrió los ojos lentamente y con sorpresa descubrió que era observada por miles de estrellas. Por un instante ese espectáculo celeste le robó el aliento, pero de inmediato el dolor de todo su cuerpo se apoderó de ella. No había un solo hueso que no le doliera. El dolor era tal que lamentó haber regresado de donde andaba. Sintió el frío de la madrugada. No sabía en dónde se encontraba. De lo último que tenía memoria es que al salir de una de las últimas cantinas que visitó, se encontró con que en la calle se estaba realizando un operativo en contra de los vendedores ambulantes que estaban instalados en el Jardín Cuitláhuac. Aparentemente el jefe de seguridad pública había dado la orden de buscar al artesano que Lupita había identificado como sospechoso por medio de un operativo sorpresa. La verdad es que estaban aprovechando la acusación de Lupita como mero pretexto para desalojar a todos los ambulantes del jardín y con ello lograr que la Fiesta de la Pasión resultara mucho más organizada y lucidora. Los comerciantes, comandados por la “Mami”, habían reaccionado en contra de los policías con lujo de violencia.
Ese día Lupita, en vez de hacer la visita a las siete casas, se dedicó a visitar siete cantinas para pedir en cada una de ellas que el Cristo en la cruz la ayudara a dejar de beber. Sonaba un poco absurdo pero para ella tenía sentido. Lupita venía saliendo de la séptima cantina e iba rumbo a la comandancia cuando se topó de frente con los inconformes. Recordó estar parada frente a la “Mami” y haberle dirigido una mirada retadora… después de eso no recordaba nada y de pronto se encontraba ahí, golpeada y tirada a medio campo.
La laguna mental cubrió de bruma todo lo acontecido entre la “Mami” y Lupita. Pasarían muchos años antes de que Lupita recordase que insultó y amenazó a la “Mami” enfrente de todos. Envalentonada por la bebida, dejó salir toda la rabia que guardaba en su interior.
—¡Pinche Mami culera! Ahora sí te va a cargar la chingada.
—¿Me hablas a mí, pendeja?
—Sí, ¿qué, hay otra “Mami” culera por aquí?, ¿otra “Mami” ratera, corrupta, hija de la chingada, dueña de narcotienditas?
—Te estás pasando, pinche naca, ya bastante alboroto has armado al denunciar a una de mis gentes, así que cállate la boca y no hables de lo que no te consta.
—¡Claro que me consta!, ¿sabes qué? En mi celular traigo la prueba de que tú eres la que surte de droga a toda la delegación. ¿Cómo ves, pendeja?
La “Mami” derribó a Lupita de un golpe como única respuesta. Ya en el piso le propinó unas buenas patadas. A partir de ahí se organizó una trifulca en la que participaron varios comerciantes y elementos de la policía. Entre la confusión del momento y la gritería nadie supo cómo fue que a la “Mami” le enterraron un cuchillo de obsidiana en el cuello y comenzó a desangrarse. Una ambulancia se la llevó al hospital y a Lupita quién sabe quién se la llevó a tirar al sitio en donde se encontraba.
El silencio era total. Sólo se escuchaba el canto de grillos y cigarras. Lupita trató de levantarse y no pudo. Trató de ubicar el lugar en el que se encontraba pero tampoco pudo. La oscuridad se lo impidió. Buscó en el interior de su brassiere su celular y lo encontró. Siempre lo guardaba en ese lugar porque ya varias veces se lo habían robado en el metro y su enorme par de tetas le permitía ocultarlo totalmente. Afortunadamente aún tenía pila. Marcó el número de Celia. No tenía a nadie más a quién llamar. Rápidamente obtuvo respuesta.
—¿Lupe?
—Sí.
—¡Puta madre!, ¡qué susto me pegastes!
—¿Por qué?
—Pus porque nadie sabía de ti… ¿dónde estás?
—No sé, está muy oscuro.
—Bueno, falta muy poco para que amanezca… espérate ahí y vamos a ver si reconoces algo.
A Lupita le conmovió mucho la actitud de Celia. Se le escuchaba muy preocupada. Parecía que ya había olvidado su enojo y la trataba como si nada hubiera sucedido entre ambas. Lo que Lupita ignoraba es que el cambio radical de conducta de Celia se debía a que en la televisión habían pasado la reyerta que un día antes tuvo lugar entre los ambulantes y la policía y vio cómo en determinado momento, a Lupita le dieron tremendo madrazo en la cabeza utilizando para ello un trozo de madera que el vecino que iba a interpretar a Dimas durante la fiesta de la Pasión estaba transportando… Después del golpe, alguien arrastró a Lupita, que aparentemente sufrió un desmayo, fuera del alcance de la cámara y Celia ya no supo más de su amiga. Por la tarde, el hijo de Celia llegó a visitarla y la dejó muy preocupada. Miguel, el hijo de Celia, era mesero. Trabajaba para un servicio particular de banquetes a domicilio. Una noche atrás, la “Mami” había dado una fiesta en su casa adonde él fue contratado. Por lo general los meseros son gente que goza de invisibilidad. Nadie los toma en cuenta. Escuchan todo tipo de pláticas y confidencias mientras realizan su labor. Dos noches antes de los eventos que se estaban transmitiendo por la televisión, la “Mami” ofreció una cena en su casa en honor al licenciado Hilario Gómez, donde se anunciaba su posible candidatura para ocupar el cargo de jefe delegacional. La “Mami” le dio públicamente su espaldarazo. En una las conversaciones del evento, Miguel escuchó a la “Mami” y al licenciado Gómez comentar sobre los recientes acontecimientos y aprovechó para despotricar en contra de Lupita:
—Oiga, licenciado, ahí le encargo que me ayude con el asunto de los comerciantes. El retrato hablado que hizo la tal Lupita me perjudicó bastante. Ya ve que el licenciado Buenrostro se ha aprovechado de eso para quererme sacar del jardín y precisamente durante las fiestas que es cuando más vendemos. No se vale…
—No se preocupe, ya tomé nota.
—Se lo encargo mucho, y por ahí de pasadita a ver si le da un coscorrón a la mujer policía para quitarle lo pinche argüendera.
—Le repito que no se preocupe, estamos para ayudarnos, ¿no?
Lupita de espaldas sobre la tierra no dejaba de mirar el cielo a pesar de que el malestar que experimentaba la hacía arrepentirse de todos sus pecados. ¿Qué podía haber hecho para merecer esto? O más bien, ¿qué no había hecho? Si no hubiera estado tan peda el día anterior no habría pasado por alto todos los signos que se presentaron ante ella y que no pararon de advertirle que algo malo iba a suceder. Su mamá le enseñó a interpretarlos desde que era una niña pequeña. Lupita sabía que cuando el fuego en la estufa lloraba una desgracia se avecinaba. ¿Cómo era posible que hubiera pasado por alto el parpadeo del fuego cuando calentó su café? Sobre su mano sentía caminar a varias hormigas que iban echas la chingada. Eso significaba que estaba en el campo y que la labor apremiante de las hormigas anunciaba la llegada de una fuerte lluvia en breve. ¡Nada más eso le faltaba! Trató de levantarse para vomitar pero una de sus piernas no la sostuvo y cayó. Al parecer tenía una pierna rota y por el dolor intenso en su tórax, alguna costilla también. Trató de ponerse en cuclillas y apoyó sus manos sobre lo que parecía un cadáver que se encontraba a su lado. Lupita ya no pudo contener la náusea y vomitó en medio de un gran dolor. Cuando las arcadas cesaron se dejó caer nuevamente sobre la tierra. Un miedo enorme la invadió. Si ella se encontraba al lado de un cadáver es porque los habían tirado juntos, dándolos por muertos. Lo cuál significaba que su “renacer” iba a representar una amenaza para alguien. Cuando una persona se interpone en el camino de otra no es extraño pensar “cómo no se muere ese hijo, o hija, de la chingada”. Ella lo había pensado varias veces. La primera vez con su padrastro. Luego con su marido. Luego con la “Mami” y luego… bueno, no valía la pena detenerse en ese punto. El caso es que había alguien que la daba por muerta y que estaba tranquilo con su aparente muerte. ¿Por qué? ¿Cuál era el peligro que ella representaba? ¿Con qué planes podría interferir? ¿Quién ganaría algo con su muerte? Lo único que le venía a la mente era el hecho de ser testigo de la extraña muerte del delegado. De ahí en fuera no tenía la menor idea. Bueno, siendo sincera, Hilario Gómez, el jefe de asesores, aún debía de estar muy furioso con ella por lo de la ventaneada que le había dado, pero no era para tanto, ¿qué riesgo podía representar ella en su vida si ya todos sabían que se depilaba la espalda?
TEZCATLIPOCA vs. QUETZALCÓATL
El dios Tezcatlipoca “Espejo Humeante”, junto con su hermano Quetzalcóatl “Serpiente Emplumada” fueron dos de las deidades aztecas más importantes dentro de la mitología de la creación. Tezcatlipoca mantenía una rivalidad con su hermano Quetzalcóatl debida a grandes diferencias de pensamiento. Quetzalcóatl se oponía a los sacrificios humanos y Tezcatlipoca creía que eran necesarios para el sostenimiento del sol, de la vida. En una ocasión, Tezcatlipoca se disfrazó de anciano y se presentó ante su hermano para ofrecerle pulque, una bebida sagrada. Quetzacóatl cayó en la trampa, bebió y se embriagó. En ese estado quebrantó todas las leyes que él había impuesto a su pueblo, incluso fornicó con su propia hermana. Avergonzado de su actuar se retiró de la ciudad que había fundado. Caminó en dirección del Este, rumbo a donde surge el sol cada mañana. Al llegar al mar, se embarcó y navegó hasta encontrarse con el sol en el horizonte. Ahí, en el punto en que los cielos y las aguas se unen, se fundió con el astro solar, recuperó su lado luminoso y se convirtió en Venus, la Estrella de la Mañana, la que diariamente abría el camino al sol para que pudiera resurgir de la oscuridad. Después de la conquista, los frailes se encargaron de teñir con símbolos cristianos la figura de Quetzalcóatl.
Lupita nunca supo en qué momento empezó a tener compañía ni cómo era posible que ella pudiera ver claramente en medio de una total oscuridad pero el caso es que ante sus ojos aparecieron guerreros pertenecientes a uno de los primeros grupos originarios de Iztapalapa. Portaban su trajes de pieles y sus penachos de plumas. Uno de ellos tenía un bastón de mando y la miraba fijamente. Todos se veían tristes y enojados. Por un momento pensó que estaba alucinando. Ni en sus tiempos de peyote había tenido una visión tan clara. Ninguno de ellos hablaba porque tenían los labios unidos por unas puntas de maguey que se los atravesaban pero Lupita sentía sus palabras en el interior de su cabeza. Los guerreros le comunicaron que estaban muy enojados. Habían recibido la orden de rendirse ante los españoles y nunca se atrevieron a desobedecerla. Se les dijo que los recién llegados a estas tierras venían en representación del dios Quetzalcóatl. Ellos nunca estuvieron de acuerdo con Moctezuma pero lo obedecieron. Ahora vagaban como almas en pena porque nunca pudieron defender a sus hijos, a sus mujeres, a su raza. Y como sabían que Cortés y sus soldados nunca iban a entender su cultura se habían sellado los labios para no hablar de la grandeza y sabiduría de su gente. Prefirieron guardar silencio eternamente. Lupita comenzó a escuchar el sonido de tambores de guerra que marcaba un ritmo acompasado. Sus sienes sentían que iban a reventar con el impacto del sonido. Todo su cuerpo comenzó a pulsar al unísono del tambor. Escuchó unos cantos en lengua náhuatl y muchas voces repitiendo al mismo tiempo: “llegó la hora de hablar, llegó la hora de sanar, escucha nuestra lengua, las palabras de nuestros antepasados son cántaros que contienen el conocimiento de los cielos, son plantas que curan el alma, escúchalas, deja que el sol entre en tu corazón, el sol ya va a nacer para todos y tú tienes que ayudar a su alumbramiento, fuiste elegida por el cristal, no tengas miedo, el sapito te guiará…”.
Lupita cerró los ojos fuertemente y se tapó los oídos. ¡Puta madre! ¡Qué tipo de droga se habrá metido para tener esas alucinaciones! Pensó que se estaba volviendo loca. Ella había escuchado que en Iztapalapa existía un lugar donde se aparecían ese tipo de personajes pero nunca quiso darle crédito a la gente que lo mencionaba. Sin embargo ahí estaba ella, viendo y escuchando, con el corazón totalmente acelerado.
Por fortuna los primeros rayos de sol comenzaron a alumbrar el lugar en donde se encontraba y Lupita pudo volver poco a poco a la realidad. Las voces y presencias desaparecieron lentamente. Los cantos indígenas se fueron mezclando con un coro de iglesia que cantaba un poema de santa Teresa, “el alma es de cristal, castillo luminoso, perla oriental, palacio real con inmensas moradas donde morar”. Lupita controló su respiración y trató de enfocar la vista. Las voces desaparecieron. Los primeros rayos de sol eran muy poderosos. En ese momento Lupita hubiera dado su reino por un par de lentes oscuros. La tremenda cruda que se cargaba no le permitía adaptarse a la luz solar. Con los ojos entrecerrados Lupita observó el paisaje. Se encontraba en pleno campo cerca de la cueva del Águila, una caverna ubicada en la cima del Cerro de la Estrella. Rápidamente encendió su celular y procedió a darle a Celia la ubicación del sitio.
Mientras esperaba la llegada de su amiga observaba al hombre que yacía a su lado y de inmediato le quedó claro por qué la querían dar por muerta. El cuerpo correspondía con la descripción que ella dio sobre el sospechoso de haber causado la muerte del delegado. Sus colegas de seguro pensaban dar por resuelto el “asesinato” del licenciado Larreaga con el hallazgo del cadáver de ese hombre y el de Lupita. La explicación que de seguro iban a dar es que fue un ajuste de cuentas entre narcomenudistas y que Lupita era un miembro corrupto de la corporación policiaca. El Poder Judicial siempre busca encontrar alguien que pague el delito cometido, pero no le interesa detener al que en verdad lo cometió. Y para lograrlo cuenta con una imaginación sublime.
Bueno, si años atrás fueron capaces de asegurar que el asesinato de Colosio, un candidato presidencial, había sido la obra de un asesino solitario cuando recibió más de dos balazos y las balas que eran de distintos calibres procedieron de diferentes direcciones, ¡qué no iban a decir ahora!
Todas sus sospechas fueron confirmadas por Celia, que en medio de una fuerte e inesperada lluvia, llegó a recogerla. De inmediato puso a Lupita al corriente de los últimos acontecimientos mientras la trasladaba al interior del automóvil auxiliada por su hijo Miguel. Con lujo de detalles le informó que la “Mami” recibió una herida con un objeto punzocortante cerca del cuello. Igual que el delegado. Las cosas estaban muy complicadas. Los medios noticiosos señalaron a Lupita como la principal sospechosa de ambos crímenes, ya que por desgracia ella fue la única persona que estuvo cerca del delegado y de la “Mami” antes de que sufrieran la herida que al primero le quitó la vida y a la segunda la tenía al borde de la muerte. Por lo mismo ya se había girado una orden de aprehensión en su contra.
—¿Y ahora qué hacemos mana? Necesitas que un médico te revise, ¿a dónde te llevo?
—No podemos ir a ningún hospital. ¿Me podrías llevar a internar a un Centro de Rehabilitación? En Alcohólicos Anónimos mi identidad estará a salvo.
—Bueno, aparte de que…
—Párale Celia, no estoy para sermones y te juro por ésta —formando una cruz con sus dedos— que quiero sanar de mi alcoholismo sin que tú me lo digas.
—Ya… ya… ya… está bien… acuéstate en el asiento y trata de descansar, nosotros te llevamos.
Celia enciende el motor del automóvil y emprende el camino de regreso. En la carretera se cruzan con el automóvil del licenciado Hilario Gómez, el jefe de asesores de la Delegación, quien se hace acompañar por un grupo distinguido de periodistas chayoteros que de seguro van a cubrir la nota del “descubrimiento de los asesinos del delegado”. Tanto Celia como el licenciado Gómez fingen demencia. Ninguno saluda al otro. Celia no le perdona que le hayan clausurado su salón de belleza y el licenciado Gómez no le perdona que haya divulgado su secreto de depilación.
Cuando el jefe de asesores llega al lugar en donde supuestamente se encuentran los dos cadáveres, descubre con sorpresa que sólo hay uno y de inmediato sospecha de Celia, la amiga de Lupita. Un muerto no desaparece solo.
Por su parte, a Celia le queda claro que el licenciado Gómez está involucrado en la muerte del hombre que se encontraba al lado de Lupita y en la agresión de la que fue objeto su amiga.