A Lupita le gustaba tejer y bordar.

Cada una de estas dos actividades tenía su propio atractivo y encanto. Si a Lupita la pusieran a elegir entre una de ellas, se vería en un grave dilema.

Le apasionaba el tejido porque le permitía alcanzar un estado de paz y le fascinaba bordar porque al hacerlo ponía en juego su creatividad. Ambas actividades le resultaban liberadoras. Le permitían instalarse en un lugar fuera del tiempo. Fue durante su estancia en la cárcel que aprendió a tejer y descubrió que mediante esta actividad las horas pasaban volando y era posible perder la noción del tiempo. Cuando lograba concentrarse en las puntadas, todos los pensamientos que atormentaban su mente desaparecían. Sólo existía el derecho y el revés y la estela de paz que el movimiento acompasado de sus manos dejaban tras de sí. Al final del día ella tenía un trozo de tejido que mostrar a sus compañeras para comprobar que había hecho algo bueno, algo digno, algo bello. Puntada a puntada ella recuperaba su dignidad y su libertad.

El bordado también tenía lo suyo. Le encantaba bordar una pieza y luego aplicar lentejuelas sobre ella. Una de las cosas que más le atraía del trabajo con lentejuelas es que aunque uno se equivocara en la colocación de una de ellas, era fácil de corregir el error. Si la aguja había salido por un lado incorrecto y la lentejuela quedaba chueca, se podía introducir la aguja en el mismo lugar por donde había entrado pero en sentido contrario y asunto arreglado. Con ello se deshacía la puntada y la lentejuela quedaba lista para colocarse en otro sitio. Esa tarde se la había pasado corrigiendo puntadas una y otra vez pues traía un pulso desastroso. Entre el dedo lastimado, del cual Celia le había extraído la astilla de cristal, y la cruda que se cargaba se podía decir que había escogido el peor día para bordar. Para acabarla de amolar, la hinchazón de su dedo le impedía utilizar un dedal así que constantemente se daba pinchazos con la aguja. Sin embargo a Lupita no le quedaba otra que bordar a pesar de tener todo en contra. Lo que pasaba era que esa noche Lupita tenía planeado ir a bailar. Necesitaba recibir muestras de aprobación, que la miraran de otra manera. Recuperar su autoestima. Quería lucirse ante todos en la pista de baile. Quería brillar. Quería reír. Quería mover las caderas enfundada en su maravilloso vestido de lentejuelas.

En determinado momento y mientras ensartaba la aguja en la tela, se puso a reflexionar sobre la trayectoria que siguió el objeto que cortó el cuello del delegado. Lo que quiera que haya sido lo atravesó de un lado al otro, ¿pero qué fue?, ¿qué podía tener la dureza necesaria para cortar de tajo y al mismo tiempo no dejar rastro alguno? Le parecía increíble que los peritos no hubieran encontrado ningún tipo de evidencia. Así como la aguja penetraba la tela, “algo” había penetrado en la piel del licenciado Larreaga, pero así como había entrado debía haber salido. Tuvo que ser un objeto que viajó a gran velocidad para no ser visto y se debió haber estrellado con fuerza en algún lugar. Mediante estas reflexiones su mente obsesiva la estaba llevando nuevamente al lugar de los hechos y ella se resistía. Quería olvidar lo sucedido. Pensar en otra cosa. Y sobre todo, quería celebrar lo que ella consideraba como su triunfo total sobre el alcohol. Desde la media botella de tequila que se había tomado en la mañana antes de ir a entrevistarse con el comandante Martínez no había vuelto a beber. Para ella, eso era un signo inequívoco de que tenía la bebida bajo control. Así que haciendo un gran esfuerzo, Lupita terminó con el bordado de su vestido. Cuando se lo estaba poniendo, escuchó unos fuertes golpes en su puerta y la voz destemplada de Celia que le gritaba: “¡¡¡¡¡¡¡Guadalupeeeeee!!!!!!!”.

El que Celia la llamara por su nombre de pila en vez del diminutivo “Lupita” era muy mal signo. Abrió la puerta con precaución y Celia con furia le dio un empeñón.

—¡Qué te pasa! ¡Cómo te atrevistes a ventanear al licenciado Gómez delante de todos!, ¡lo de mis depiladas es un secreto profesional! Te lo confié en plan de amigas y me sales con tus mamadas.

—¡Cálmate Celia! ¡Déjame explicarte!

—No tienes nada que explicarme, pendeja. Ya me di cuenta de que de nuevo estás peda. ¡Qué poca! Yo creí que valías algo pero me doy cuenta de que no eres otra cosa que una pinche borrachita que se muere por andar tirada en la calle…

—No me hables así.

—¡Te hablo como se me da la gana pues es la última vez que te dirijo la palabra! Y para tu información, te aviso que el licenciado Gómez me echó encima a los del jurídico y me acaban de clausurar mi salón de belleza por tu culpa. ¡Ya puedes irte a celebrar con tu vestido de putita!

Celia salió del departamento de Lupita dando un portazo.

Lupita se dejó caer sobre una silla. En verdad le habían dolido las palabras de Celia. Nunca la había visto así de enojada. Sintió que la ruptura con su mejor amiga la dejaba en la indefensión. Era como si la hubiera soltado de la mano y la dejara caer en un pozo sin fondo. Ya no tenía a qué afianzarse. Era como una lentejuela a la cual le habían cortado el hilo que la mantenía en su sitio.

Ésa era una sensación que Lupita ya había experimentado, precisamente el día en que, años atrás, ingresó en la cárcel.

Lo que la había salvado en aquel entonces fue el tejido. Dentro de la prisión se volvió una tejedora compulsiva. Tejer le permitía unir, enlazar, integrar y con cada punto que enlazaba ella se “amarraba” a la vida. Los hilos son los que nos mantienen unidos. Por eso en sus pedas, Lupita les pedía a sus acompañantes que no la soltaran de las manos. Sabía que si lo hacían ella se iría, se perdería para siempre en la nada. Se olvidaría de todo y de todos o perdería por completo la cordura.

Cuando estos pensamientos se apoderaban de ella, lo que la mantenía cuerda era le esperanza de que no todo estaba perdido. Que siempre hay manera de ser rescatado. En el mundo del tejido, cuando un punto se desprende de los demás, “se corre” y deja un hueco en la prenda pero lo maravilloso es que uno puede rescatarlo y subirlo poco a poco con la ayuda de un gancho. En la vida real cuando uno rompe los vínculos que lo mantienen unido en la trama de la vida, también deja un hueco, un hueco enorme, pero eso no significa que no se le pueda rescatar, sí se puede, pero antes es necesario que uno reconozca cuáles son los hilos invisibles que nos mantienen unidos a los demás. Cuáles son nuestros puntos de unión. Nuestros puntos de contacto. Por lo mismo, Lupita no entendía por qué los detectives de la delegación que se suponía que eran tan chingones no eran capaces de investigar los puntos de contacto de los criminales. Ahí estaba la clave de todo. Y no se refería precisamente a relacionar a consumidores con sus respectivos vendedores de droga o al asesino con sus cómplices, sino descubrir aquellos puntos sensibles que una persona utiliza para entretejer su historia personal. Sus hilos secretos. Un hilo nos lleva a otro hilo y ese otro a uno nuevo y así sucesivamente, pero ¿qué es lo que hace que un hilo quiera unirse a determinado tejido? Encontrar la respuesta era la especialidad de Lupita. Pero no en ese momento. Sentía que había soltado sus amarres en los últimos días.