A Lupita le gustaba chingar.

No siempre, sólo cuando estaba peda. Tampoco a todo el mundo, sólo a los que la menospreciaban. Le dolía tanto que la hicieran a un lado, que la ignoraran, que ante la menor ofensa ella agredía automáticamente. A una velocidad inusitada profería cuanto insulto viniera a su mente con tal de colocarse en una situación de superioridad frente a sus atacantes. Finalmente lo que buscaba obtener de ellos era una mirada de respeto en vez de una de desprecio. Cosa que hasta ahora nunca había ocurrido. Todo lo contrario. Cada vez perdía más estilo durante sus arranques de cólera y, ante el temor de enfrentarse con su lengua viperina, la gente le sacaba la vuelta cuando la veía con copas.

En ese momento estaba haciendo un esfuerzo supremo por controlar su enojo. Constantemente se mordía los labios para mantenerlos cerrados. Se encontraba en un pasillo de las oficinas de la delegación. Estaba esperando ampliar su declaración. El comandante Martínez, quien tenía a cargo la investigación, la había mandado llamar pues quería corroborar unos datos con ella. Mientras esperaba ser recibida no podía dejar de criticar e insultar mentalmente a todos aquellos que le rehuían la mirada o la saludaban con una sonrisita de burla en los labios. Lupita se encontraba muy molesta. Muy enojada. Muy encabronada, pues. Y es que independientemente de la animadversión que sentía en su contra se le había subido la mala copa a la cabeza, ya que antes de presentarse ante sus superiores se había empinado una botella de medio litro de tequila. Consideró que sólo de esa manera podía dar la cara después de lo sucedido el día anterior. No podía soportar la presión en sobriedad.

Lupita no era la única que tenía la rabia a flor de piel. El ambiente estaba enrarecido. Nadie tenía ni la menor idea de cómo habían matado al delegado. Todos daban muestras de cansancio. Nadie había dormido la noche anterior. Lupita al menos había tenido tiempo de ir a su casa a darse un baño, pero los demás no. Se entendía que estuvieran molestos pero nada justificaba que la miraran con tal repulsión. Sobre todo el Jefe de Seguridad Pública, el capitán Arévalo, quien pasó a su lado como si ella no existiera cuando dos días antes se la había fajado en el interior de un baño de la comandancia. Lupita se lo había permitido como forma de pago a un favor que le había hecho. Lupita trabajaba en turnos de 24 por 24 horas pero como quería estar presente en la operación de vialidad durante la inauguración de una escuela para adultos mayores, en que el delegado iba a estar presente, permitió el abuso. ¿La razón por la que lo permitió? Simplemente porque quería estar cerca de Inocencio Corona, el nuevo chofer del delegado, quien la había flechado desde el primer instante en que lo vio. A ella le urgía iniciar una relación de amistad con él y qué mejor oportunidad que estar a solas con él mientras el delegado inauguraba la escuela. El viejo puerco del Arévalo había accedido al cambio de turno con tal de meterle mano por todos lados, pero ahora estaba ahí, ignorándola soberanamente y mirándola con desprecio. ¿Quién se creía el muy pendejo? Iba de un lado a otro dándose aires de importancia y tratando de aparentar que tenía las cosas bajo control, cuando todo era un desmadre.

Las oficinas de la delegación Iztapalapa eran un hervidero de gente. Todos entraban, salían, subían, bajaban. Discutían, exigían atención. La muerte del delegado no pudo haber sucedido en una fecha menos apropiada. Estaban a unos días de la celebración de Semana Santa y dentro de esa demarcación la representación de la Pasión de Cristo era todo un acontecimiento. La festividad dio inicio en el año de 1843 y con el correr de los años se convirtió en el teatro de masas más grande del mundo, en el cual participaban alrededor de quinientos actores nativos del lugar. Durante todo el año hombres, mujeres y niños trabajaban intensamente en la planeación de la festividad. El viernes santo todos salían a la calle y, vestidos de nazarenos, acompañaban al actor que encarnaba a Cristo en un largo recorrido que finalizaba en el Cerro de la Estrella, lugar en donde se le crucificaba. En ese mismo sitio se encuentran vestigios prehispánicos que forman parte de un complejo arquitectónico dentro del cual sobresale la pirámide en donde se encendía el Fuego Nuevo cada cincuenta y dos años.

ENCENDIDO DEL FUEGO NUEVO

Para los antiguos habitantes de Tenochtitlan, cada cincuenta y dos años terminaba un ciclo cósmico e iniciaba uno nuevo. El sol era el actor principal. El que marcaba el paso del tiempo. Cuando se ocultaba en el horizonte, se temía que no volviera a salir. Para evitar que eso sucediera se realizaba una ceremonia que, según los cronistas de la conquista, coincidía con el día en el que las Pléyades se encontraban en el punto más alto del cielo. Al caer la noche, los sacerdotes vestidos con las insignias de sus dioses caminaban hacia el Monte Huizache, hoy Cerro de la Estrella. Los fuegos y las luces de toda la ciudad eran apagados y las familias hacían una limpieza general dentro de sus casas destruyendo todos los objetos de uso cotidiano. Se encendía el fuego en la cima del cerro y con él los sacerdotes prendían antorchas que eran entregadas a los corredores más rápidos para que ellos distribuyeran el Fuego Nuevo. Los indígenas consideraban que la montaña y el sol juntos eran la representación de dios. Cuando fray Bernardino de Sahagún se enteró de ello, utilizó este simbolismo dentro de las cartillas con las cuales catequizaban a los indios.

En los pasillos de las oficinas delegacionales se encontraban desde productores de los canales de televisión hasta vendedores ambulantes. A todos les preocupaba que a causa del asesinato se fuera a suspender el acto programado para el fin de semana. Había muchos intereses en juego. Las televisoras se quejaban de que la policía no los dejaba instalar las cámaras de televisión pues aún tenían peritos trabajando en una de las calles principales. Los vendedores ambulantes se negaban a desalojar los puestos que tenían instalados en el Jardín Cuitláhuac y las autoridades los estaban tratando de convencer de que tenían que despejar la ruta de la Pasión. Según los comerciantes, el delegado antes de morir les había dado su autorización para que se quedaran ahí.

En el mismo caso que los vendedores ambulantes, muchos otros sostenían que habían llegado a supuestos acuerdos verbales con el delegado y les preocupaba mucho que no se les cumplieran. Quien estaba recibiendo en su oficina a todos estos personajes inconformes y tratando de calmarlos era el licenciado Manolo Buenrostro, director de la oficina de Jurídico y de Gobierno de la delegación. El licenciado Buenrostro paradójicamente se caracterizaba por tener todo el tiempo una jeta de la chingada y era otra fichita que clausuraba obras a diestra y siniestra para luego pedir millonadas por levantar los sellos.

Entre los quejosos se encontraba en primer lugar la “Mami”, la líder de los vendedores ambulantes que exigía a gritos que se le respetaran sus puestos callejeros. La “Mami” había tenido sus diferencias con el delegado, pues era de todos conocido que algunos de los comerciantes que ella representaba, aparte de mercancía china, vendían drogas. Lupita conocía a todos los vendedores hasta de nombre pues en su época de adicta, algunos habían sido sus dealers.

La “Mami” le causaba escalofríos. Era una mujer desalmada. Con facilidad mandaba matar a quien se opusiera a sus planes. Extorsionaba a diestra y siniestra. Era tal su poder, que antes de que se tomara cualquier acuerdo en el manejo de los programas sociales de la delegación, se le pedía su opinión. Incluso estaba acostumbrada a dar órdenes a los policías de la delegación. Los trataba como sus gatos. A Lupita una vez la había tratado de mandar al mercado pero ella se había rehusado. Cosa que la “Mami” no le perdonaba. Lupita no se explicaba cómo es que la “Mami” no la había mandado matar o al menos madrear y llegó a la conclusión de que tal vez era porque ella le resultaba muy insignificante, muy menor.

Los susurros y los rumores corrían por doquier. Todo mundo quería participar con su granito de intriga. La extraña muerte del delegado dejaba abierta la puerta para cualquier suposición. Que si el delegado se había peleado con la “Mami” debido a que habían retirado por la fuerza a un grupo de ambulantes. Que si el diputado Francisco Torreja, apodado el “Ostión” por escurridizo e inconsistente, lo había amenazado de muerte porque el delegado tenía planeado denunciarlo ante las autoridades acusado de corrupción. El “Ostión” en efecto era el diputado más corrupto que Lupita había conocido en su vida. Era un hijo de puta que en su territorio amenazaba mujeres, compraba voluntades, protegía a narcos y ante la inesperada ausencia del delegado no se movía de la oficina tratando de sacar provecho de la confusión generalizada.

Otro de los personajes oscuros sobre el que caían infinidad de sospechas era el Jefe de Asesores, el licenciado Hilario Gómez. Todos comentaban que un día antes de la extraña muerte del delegado, se había gritoneado públicamente porque el delegado lo cuestionó por haber llegado tarde al evento donde el delegado había rendido su informe anual de labores. Una de las secretarias le mencionó a Lupita que lo que más había molestado al licenciado Larreaga era que el Jefe de Asesores se hubiera negado a decirle en dónde estaba o cuál era la causa tan importantísima por la que no había llegado a tiempo y ni siquiera había mandado con un tercero el Power Point que el delegado necesitaba para dar el informe y sin el cual no le había quedado otra opción que improvisar.

El licenciado Hilario Gómez era un hombre que Lupita consideraba un ladino, mustio, mentiroso y corrupto. Nunca le había tenido la menor simpatía. Era un hombre que nunca miraba de frente. Nunca lo había visto reír. Era un ser mediocre, acomodaticio, bofo, de manos sudorosas, de lentes, calvo y gordo que destilaba envidia y profunda ambición. Se decía de izquierda pero eso era una gran falsedad. Se movía por dinero y sólo por dinero. No le importaba nadie más que él mismo. Era un hombre solitario. No se le conocía novia, ni perro ni quimera alguna. Se la pasaba urdiendo estrategias y planes para el delegado que la mayor parte de las veces eran contraproducentes. Lupita nunca entendió por qué el delegado lo tenía en su equipo de trabajo. Tal vez para cumplir con un acuerdo político. En fin, el caso es que no soportaba a ese cabrón.

En el preciso instante en que alguien mencionaba que el Jefe de Asesores tenía motivos suficientes para haber asesinado al delegado. El licenciado Gómez ingresó por el pasillo de las oficinas de la delegación. Todos guardaron silencio; bueno, menos Lupita, la cual dejó a todos con la boca abierta al dirigirse en voz alta al licenciado Gómez de una manera por demás irrespetuosa:

—¿Por qué no les dice a los que están hablando mal de usted que no llegó a tiempo al informe del delegado porque le estaban depilando la espalda?

Efectivamente, al licenciado Hilario Gómez le habían estado depilando la peluda espalda que tenía. ¿Que cómo lo sabía Lupita? Pues ¡porque esa información confidencial se la había dado Celia! Ella personalmente lo había depilado y le había comentado a Lupita que hasta le había quemado un poco la piel pues él estaba tan nervioso porque ya se le estaba haciendo tarde que le pidió que le aplicara la cera aunque estuviera un poco caliente. Tenía que irse lo más pronto posible para llegar a tiempo al informe. Lupita le preguntó a Celia que si tanta prisa tenía por cumplir con las responsabilidades de su trabajo para qué chingados se había ido a depilar y Celia le dijo que ella creía que porque se iba a ir de fin de semana con una amiga a Acapulco y ése era el único tiempo libre que había encontrado para hacerse la depilación. Lupita le preguntó:

—¡Guácala! ¿Hay quien quiera acostarse con ese tipo?

—Sí mana, bueno, no me lo vayas a tomar a mal, pero dicen las malas lenguas que la esposa de tu delegado y él…

—¡Ya Celia! Cállate, en serio que tengo ganas de vomitar. Las palabras de Lupita provocaron un silencio total.

—Y por ahí explíqueles, mi lic., que usted sería incapaz de matar a su amigo por motivos laborales… pero sí por acostarse con su esposa.

Gracias al todopoderoso, en ese momento le tocó el turno a Lupita para pasar a la oficina del fiscal, pues al Jefe de Asesores le tomó un poco salir de su asombro pero ya había reaccionado y estaba a punto de abalanzarse sobre Lupita.

—Buenos días, comandante.

—Tome asiento, por favor.

El espacio en donde estaba ubicado el escritorio del comandante Martínez obligaba a la cercanía. Al dar las gracias, el rostro de Lupita quedó muy cerca del comandante.

—Yo no sabía que se podía venir a trabajar con aliento alcohólico, ¿siempre viene así?

—No, no siempre, ¿por qué?

—Porque hasta donde sé, no se puede beber cuando uno está de servicio.

—Así es, pero no se preocupe, ahorita no estoy de servicio —y con arrogancia preguntó—: ¿en qué le puedo ayudar? Ayer ya rendí mi declaración lo más extensa que pude.

El comandante sonríe sorprendido ante la respuesta y la actitud de Lupita. En las manos tiene la declaración que Lupita rindió ante el Ministerio Público.

—Sí, ya la revisé. Por cierto, le quería preguntar respecto a la arruga que mencionó en su declaración, ¿de qué tipo de arruga habla?

Lupita se acomoda en la silla. La pregunta le incomoda. No sabe con qué intenciones se la hace el comandante Martínez.

—Pues mire, era muy parecida a la que usted trae en el cuello, lo que pasa es que la suya no se debe a un mal planchado sino porque se ve que usted cuando dobló su ropa no lo hizo con cuidado y quedó mal acomodado el cuello.

Lupita guarda silencio ante el temor de nuevamente hacer el ridículo.

—Siga, me interesa.

—Es que mire, las manos también planchan. A veces no basta planchar la ropa sino doblarla poniendo cierta presión y cuidando que no queden dobleces entre la ropa. Por cierto, también le recomiendo que no deje su saco sobre el mismo sillón donde duerme su gato porque se le pegan las bolas de pelos.

El comandante Martínez no puede impedir que una luz de admiración le ilumine los ojos. La plática de esa mujer le parecía lo más refrescante que había escuchado en mucho tiempo. Lupita lleva su mano al hombro para ejemplificar el movimiento que el comandante debe hacer para sacudirse los pelos de gato de su saco y hace un gesto de dolor pues se rozó su dedo lastimado con la ropa.

—¿Qué le pasó?

—Nada importante… se me enterró una astilla.

—Pues por el tamaño de la herida más bien parece que fue un astillón.

—Sí, ¿verdad? Pero no se preocupe, eso no abre otra línea de investigación… por cierto y volviendo a la arruga. El delegado traía una camisa con la arruga y dos horas más tarde ya no. En ese transcurso de tiempo se la debe de haber cambiado y dice su secretaria que no se la cambió en la oficina y dice el chofer que tampoco en su casa así que…

—¿Usted sugiere que investiguemos dónde fue?

—Pues… sí…

—Bueno, mire, tomo nota pero antes le voy a pedir que mire este video que ayer por la noche unos turistas nos hicieron el favor de entregar. Se los tomó el bolero de la esquina por equivocación. Ellos le pidieron que les tomara una foto y él oprimió el botón de video… mire usted…

Lupita observa con detenimiento el mencionado video en el que se ve una pareja en primer plano sonriendo. Luego, se escucha la turista preguntando:

—¿Ya?, ¿ya salió?

—No sé, creo que sí, mire usted —le respondió el bolero.

La cámara sigue grabando y la pareja sale de foco y en ese instante se ve a Lupita y a un hombre desconocido cruzando la acera y caminando en dirección del delegado quien está a punto de subir a su automóvil. Inocencio, su chofer, está parado junto a la puerta, cediéndole el paso a su jefe. El delegado sostiene con una mano el celular por el que va hablando y con la otra mano saluda al hombre que camina junto a Lupita y con el que ella casi se tropieza. El hombre responde el saludo y hasta ahí se ve la toma antes de irse al cielo.

—Como verá, la cámara no muestra el rostro de este hombre y como es el único sospechoso que tenemos y usted la única persona que estuvo cerca de él le vamos a pedir que por favor realice un retrato hablado.

—No sé si pueda… no lo vi… bueno, sí lo vi pero no recuerdo sus facciones.

—Por favor, haga un esfuerzo, cualquier dato nos será de gran ayuda y estoy seguro de que con su capacidad de observación nos va a poder ayudar mucho. La están esperando para hacer un retrato hablado del sospechoso.

Lupita por primera vez en muchos años siente que el hombre que tiene de frente la valora. Eso la hace sentir muy bien, su estado de ánimo mejora considerablemente y se le suelta la lengua.

—Bueno, lo único que le puedo decir así de entrada es que si ese hombre es el asesino… que sinceramente no entiendo cómo usted imagina que pudo matar al delegado a distancia, pero en fin… estamos en problemas porque camina sin el menor temor.

El comandante Martínez sonríe nuevamente, definitivamente esa bronca mujer le gustaba.