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Saqué de mi mochila los papeles y el diario que había envuelto con varias capas de plástico para protegerlo del agua. Pero las fotocopias estaban muy dañadas y pegadas unas a otras; en algunas, la tinta no se había corrido, sino que se había borrado por completo. Repasé las hojas hasta encontrar el fragmento de Beatriz de la Cueva que estaba buscando. Las letras estaban emborronadas y pronto no serían más que manchas, pero con la ayuda de las palabras que había memorizado pude leer el borroso pasaje:

… huyó de su insensata ciudad. Pasó junto al drago… hacia el este. Allí se ocultó en un segundo laberinto que él mismo ideó. Lo llamó el Laberinto de la Virtud.

¿Y en qué consistía aquel delirante enigma?

No era más que un acertijo:

El camino más difícil,

la senda más escabrosa,

es la que debemos seguir,

aun sobrecogidos de temor.

El paso más arduo,

en estos malhadados días,

burlados por el pecado tortuoso,

debemos afrontar con valor.

A quien se aleje del infierno,

a quien resista el oleaje,

le aguarda el Jade en su hondonada,

y el hombre bueno es recompensado.

Todos reaccionamos con muda estupefacción a la lectura del acertijo.

—Bueno, ¿sabe alguien qué significa? —pregunté.

—Déjame pensar —pidió Yolanda—. No se me ocurre nada. ¿Manuel?

—No tengo la menor idea —contestó—. Veamos… «El camino más difícil…». Parece referirse al que hemos hecho durante los últimos tres días.

—«El paso más arduo…» —recitó Erik—. Tal vez quiera decir que debemos volver por donde hemos venido. Eso sería el paso más arduo para mí. O podría referirse a un círculo, o a que tenemos que descender hacia el Hades. Ése fue el viaje de Ulises. O podría referirse a una línea recta. Los griegos tenían una teoría sobre un laberinto formado por un único camino recto.

—Ulises, los griegos —dijo Yolanda con voz quebrada—. No te vayas por las ramas. Los griegos no tenían nada que ver con los mayas.

—Solo era una idea. Estaba pensando en voz alta.

—No seamos negativos —dijo Manuel—. El muchacho lo está intentando.

—Solo quiero que nos centremos —dijo Yolanda.

—Recuerda que no se trata únicamente de averiguar qué significa el acertijo —señalé—, sino también lo que mi madre puede haber creído que significaba.

—Tienes razón —dijo Yolanda—. ¿Te habló de ello alguna vez?

—Nunca.

—¿Y a ti, Manuel? ¿Alguna teoría?

—No, querida, por el momento no. Pero me gustaría que os dierais prisa en resolverlo, porque pronto será noche cerrada.

Sin embargo, no pudimos darnos prisa. No teníamos la menor idea de qué hacer.

Estuvimos sentados durante mucho rato, rodeados por las piedras antiguas, los fantasmas de antiguos dioses y sacerdotes, y el árbol sangrante caído, y tratamos de pensar.

—¿Juana escribió algo acerca del acertijo en su diario? —preguntó Yolanda, viendo que a nadie se le ocurría nada.

Los árboles se sumían en las sombras de la selva. El aire seguía siendo húmedo, pero era menos bochornoso. La noche caía sobre nosotros.

—No —respondí—. Habla principalmente de las estelas. Recuerdo que solo escribió un comentario al respecto, pero no era exactamente… bueno…

—¿Qué? —quiso saber Erik.

—Oigámoslo —propuso Manuel.

Miré mi mochila y revolví en su interior hasta encontrar el diario, manchado y medio empapado. Lo abrí y vi que las hojas estaban destrozadas y pegadas; en algunas, la tinta se había corrido, transformando las palabras en flores azules.

—¿Podrás leerlo?

—Creo que sí —dije—. Escribió algo…

Extendí el diario. Las hojas se curvaban, se arrugaban, y tuve que alisarlas de nuevo muy suavemente. Fui reconstruyendo el blando diario hasta llegar a la página que buscaba. Les leí el fragmento que mi madre había escrito después de transcribir su traducción de las estelas, cuando hacía planes para dirigirse al norte de Guatemala.

25 de octubre…

Mi primera tarea consistirá en utilizar el Laberinto del Engaño como mapa en la selva… Si consigo encontrar la ciudad, el segundo paso será buscar un drago, según los datos.

En cuanto al siguiente acertijo, el Laberinto de la Virtud, creo que es bastante directo.

—«En cuanto al Laberinto de la Virtud, creo que es bastante directo» —repitió Yolanda despacio.

—Al parecer ella lo resolvió enseguida —dijo Erik, desconcertado—. Pero a mí me parece difícil.

Me eché a reír, y conmigo Yolanda y Manuel.

—Me sorprende mucho que no reclames todo el mérito para ti —dijo Manuel entre risas—. Por lo que he visto, muchacho, no sueles perder una oportunidad para llevarte la gloria y las alabanzas.

—¿Qué? ¿De qué está hablando?

El rostro curtido de Yolanda se transformó de repente; su boca se torció en una sonrisa. Luego empezó a golpear a Erik en el hombro.

—Por Dios, ¿qué? —dijo él.

—Quizá no seas un payaso después de todo —dijo Yolanda—. Y deberías saber que es un gran cumplido viniendo de mí.

—Cierto —corroboré.

—¿Y qué he hecho para merecer tales elogios?

—Bueno, lo has resuelto.

—Me he perdido.

—¡Lo has resuelto! —exclamé—. ¿Recuerdas a los griegos? ¿El laberinto formado por una única línea continua?

Por fin Erik también lo vio.

—¡Por supuesto que sí! ¡Sí! ¡Soy un genio!

—No exageremos —dijo Yolanda—. Pero ha sido un buen trabajo. Ahora resulta obvio. El camino más difícil, el paso más arduo, es la línea recta. Como tú has dicho.

—Recta y angosta —añadí.

—El Laberinto de la Virtud —dijo Manuel—. El hombre virtuoso evita el «pecado tortuoso» y camina por la senda recta. Igual que nosotros. «Hacia el este».

Erik estaba tan contento por haber resuelto el acertijo que lo felicitamos de nuevo; él recibió aquella adulación abreviada con gran elegancia. Luego nos pusimos en pie para recoger el equipo e iniciar el último tramo de nuestro viaje.

Sin embargo, para mí fue más difícil.

La cadera ya no me dolía tanto, pero no era buena señal, puesto que la pierna empezaba a resentirse. Tuve que ayudarme con las manos para mover la cadera izquierda, mientras recorríamos de nuevo la selva en dirección al escondite del jade.

No obstante, conseguí no quedarme rezagada; los cuatro caminamos otro kilómetro y medio hasta llegar a una cueva.