Tal vez el corazón humano no debería enfrentarse a demasiadas revelaciones de una sola vez, pero en la penumbra de la cueva, tras descubrir tantos secretos, me moría de ganas de comprender todo lo demás.
Mientras leía, empecé a notar la espalda rígida y también el cuello; cada vez notaba más la humedad. La luz de la lámpara de latón sujeta a la pared se reflejaba en forma de monedas refulgentes que nadaban en la superficie de los charcos. Los mosquitos zumbaban sobre el agua, y la luz los volvía también extrañamente brillantes y bruñidos. Volví las páginas del diario y el crujido del papel resonó con claridad y precisión en la sala de piedra.
Llegué a la entrada escrita justo antes de que mi madre iniciara el viaje a Guatemala.
20 de octubre
He decidido irme a Guatemala dentro de dos días para localizar la piedra, a pesar de los sombríos partes meteorológicos de las noticias.
Ya no me parece adecuado limitarme a publicar mis hallazgos sobre el Laberinto del Engaño. Preferiría ir sola y terminar el trabajo de Tomás. Sería mi forma de rendirle homenaje.
¿Qué hallazgos sobre el Laberinto del Engaño? Seguí hojeando el libro con más rapidez.
25 de octubre, 20.00 horas
Estoy en Antigua y la tormenta arrecia por momentos. Para mayor seguridad, por si tropiezo con inundaciones en la selva, escribiré aquí una copia del texto descifrado y dejaré mi diario en el hotel Casa Santo Domingo.
EL LABERINTO DEL ENGAÑO
Hace medio año, me vi obligada a aceptar la tarea de editar un monográfico del insufrible Erik Gomara acerca del libro de Alexander von Humboldt Del Orinoco al Amazonas: viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente. Aunque temía iniciar aquella interminable labor, al final tuvo una consecuencia muy beneficiosa para mí, pues al leer la narración del alemán de su intento de dar con la reina Jade, descubrí que ciertas descripciones del Laberinto del Engaño tenían una extraña similitud con algunas imágenes de las estelas. Cuando Von Humboldt hablaba de los confusos «pasajes» y «signos» del laberinto, recordé unas imágenes incoherentes de las estelas de Flores que Manuel y yo habíamos traducido ya en los años sesenta.
¿Existía alguna relación entre ellas? Mientras intentaba recordar otros relatos acerca de imágenes relacionadas con los laberintos o el jade, di con algunos fragmentos de las cartas de Beatriz de la Cueva que podían arrojar cierta luz sobre mi nueva teoría.
Fui corriendo a la biblioteca de la universidad y revisé la correspondencia de Beatriz de la Cueva con su hermana Ágata. En sus cartas, releí la historia de Balaj K’waill, el Laberinto del Engaño, la funesta expedición por la selva y la muerte del amado esclavo.
Al principio no entendí qué relación podía tener aquella historia con las estelas, si había alguna. Durante varias semanas aparqué mis ideas y sospechas en un rincón del cerebro; la pista que antes creía haber hallado parecía haberse enfriado por completo. Pero durante todo ese tiempo, algo fue tomando forma en mi cabeza: una idea, una inspiración.
Y entonces lo comprendí todo.
Una noche me desperté justo antes del alba y la idea se me presentó con toda su fuerza:
En los años veinte, Óscar Ángel Tapia encontró las estelas en la desembocadura del Sacluc, que es exactamente donde Beatriz de la Cueva afirmaba haber visto el laberinto de «piedra azul claro». Todos habíamos pensado que el primer laberinto era una especie de edificio gigantesco, como un coliseo, que se abría camino entre los árboles, en lugar de un libro de piedra colocado, estratégicamente, en su entrada. En su libro, Von Humboldt describe las piedras azules talladas y el primer laberinto. También habla de «pasajes de zafiro» en los que uno «se confunde con los signos». Es una descripción del Laberinto del Engaño, es decir, de las estelas.
El laberinto se encontraba a orillas del Sacluc y consistía tanto en las estelas como en la propia selva, a través de la cual nadie podía encontrar el camino sin descifrar sus indicaciones.
Y lo que es más importante, cuando seguí analizando la correspondencia de Beatriz de la Cueva, encontré en ella la clave para descifrar el antiguo código. ¡El código secreto! La clave estaba en cierta carta fechada el 15 de diciembre de 1540, en la que se describe una extraña lección de danza de la gobernadora y su apuesto esclavo. En esta carta, Balaj K’waill parece sufrir un ataque de locura, pero yo descubrí que había un método en lo que decía. Durante siglos, los eruditos han interpretado su famosa danza con una venda en los ojos. Nadie antes que yo ha sabido ver que la respuesta al misterio ha estado ahí todo el tiempo.
¿Qué clave?, me pregunté mientras pasaba rápidamente las hojas del diario. Al parecer no había transcrito el código, pero yo recordaba perfectamente la carta que mencionaba. Se la había leído a Erik en voz alta hacía una semana. Era aquélla en la que Beatriz de la Cueva le contaba a Ágata que había intentado enseñarle a Balaj K’waill una danza española conocida como zarabanda, pero él había sufrido una especie de ataque de locura y había empezado a gritar palabras sin sentido, números y rimas.
Aparentemente, la solución a las estelas-laberinto se encontraba ahí.
Durante los cuatro días siguientes, utilicé aquella clave para descifrar las estelas y me resultó muy fácil. Había escrito el primer borrador de las estelas de Flores y, con ello, me había convertido en la primera persona que había comprendido la naturaleza exacta del Laberinto del Engaño.
A pesar de que se ha llamado Coliseo o Coloso al laberinto, su gigantismo solo existe en la mente, no en el espacio. Los pasajes sinuosos y desconcertantes que describieron De la Cueva y Von Humboldt no se recorren a pie, sino leyéndolos.
Pasaron varios meses tras tener aquella revelación. Me deleité con mi logro sin hacerlo público. No se lo revelé absolutamente a nadie, ni siquiera a mi hija, porque me preocupaba no haber descifrado las estelas-laberinto con precisión, y no pienso revelar mi trabajo hasta que sea perfecto.
Estaba a punto de hablar, cuando me llegó la noticia de la muerte de Tomás; entonces, todo cambió. Guardé el secreto y decidí irme a la selva sola en busca de la piedra para terminar el trabajo de mi antiguo amante.
Así que aquí estoy, de vuelta en Guatemala, y el viaje empieza hoy.
Mi primera tarea consistirá en utilizar el Laberinto del Engaño como mapa en la selva; usaré también algunas pistas que he encontrado en el texto de Alexander von Humboldt. Si consigo encontrar la ciudad, el segundo paso será buscar un drago, según los datos.
En cuanto al siguiente acertijo, el Laberinto de la Virtud, creo que es bastante directo.
Y si estoy en lo cierto en ambos casos, tal vez encuentre el jade.
Hoy saldré en dirección a la Reserva Maya de la Biosfera y me acercaré cuanto me sea posible a la desembocadura del río Sacluc, donde Óscar de la Tapia encontró las estelas. Desde allí, tendré que seguir la ruta, en la medida en que pueda considerarse así, que se describe en el Laberinto del Engaño descifrado. Sé que entonces recorreré el camino que antes abrieron Beatriz de la Cueva y Von Humboldt.
Tal vez tenga suerte.
Ni siquiera me detendré en Flores, porque el tiempo no hace más que empeorar.
Lo último que haré antes de marcharme será hacer una copia en limpio de las estelas-laberinto descifradas.
EL LABERINTO DEL ENGAÑO, DESCIFRADO
Volví la hoja. Volví la siguiente. Pero solo había los restos de varias hojas arrancadas del diario.
Y después:
Ya está hecho. He enviado el texto a la dirección de Lola en Long Beach para ponerlo a salvo. Mis teorías le encantarán cuando finalmente se las explique. Creo que serán particularmente atractivas para un ratón de biblioteca como ella. ¿Cómo era aquella extraña frase de la leyenda de Beatriz de la Cueva?
«… la hechicera supo que jamás podría leer los peligros del laberinto para escapar».
Desde luego.
Y ahora parto hacia la selva.
Encorvada sobre el diario y sudando, sacudí la cabeza y gruñí.
¡El Laberinto del Engaño descifrado estaba en Long Beach!
Y la única pista que mi madre nos había dejado para descifrarlo era una referencia a cierta danza de hacía casi quinientos años.