ESCENA IV

Cuarto en casa de Ford

Entran PAGE, FORD, la señora PAGE, la señora FORD y SIR HUGH EVANS

EVANS.—Es uno de los más discretos procederes de mujer que jamás he visto.

PAGE.—¿Y envió estas cartas a cada una de vosotras dos a un mismo tiempo?

Sra. PAGE.—Con quince minutos de diferencia.

FORD.—Perdóname, esposa mía. En adelante harás lo que quieras; y más bien sospecharé al sol de frio, que a ti de frivolidad. Tu honor es ahora, para este antiguo hereje, una verdadera y firme fe.

PAGE.—Está bien: está bien: basta. No seáis ahora tan extremado en la sumisión como lo fuisteis en la ofensa. Sigamos adelante con nuestro plan, y que nuestras esposas, una vez más para darnos una diversión pública, den cita a ese viejo obeso, a fin de que nosotros le sorprendamos y le presentemos a la pública vergüenza.

FORD.—Eso es: y no hay mejor modo que el que ellas han sugerido.

PAGE.—¡Cómo! ¿Haciéndole decir que se encontrarán con él a media noche en el parque? No vendría jamás.

EVANS.—¿Decís que ha sido echado al rio y que se le ha estropeado severamente tomándolo por una vieja? Pues se me figura que habrá quedado tan lleno de terror, que no vendrá. Y considero además que carne tan castigada, ya estará curada de malos deseos.

PAGE.—Pienso lo mismo.

Sra. FORD.—Arreglad el modo cómo habéis de recibirle, que ya arreglaremos nosotras el modo de hacerle venir.

Sra. PAGE.—Hay un cuento antiguo según el cual, el cazador Herne, que alguna vez fue guardabosque de Windsor, se pasea a media noche, durante todo el invierno, al rededor de un roble, llevando en la cabeza grandes cuernos como de ciervo; y allí hiela el árbol y ataca al ganado, y hace que la vaca vierta en vez de leche sangre, y sacude una cadena de la manera más espantosa y temible. Habéis oído hablar de ese espíritu y sabéis bien que los antiguos, llenos de superstición, recibieron como una verdad, y como tal trasmitieron a nuestros días, la fábula del cazador Herne.

PAGE.—Sin embargo, no faltan muchos que temen pasar en alta noche junto al roble de Herne. Pero ¿qué resulta de eso?

Sra. FORD.—Pues nuestro plan es que Falstaff vaya a encontrarse con nosotras al pie del roble, disfrazado de Herne, con grandes cuernos en la cabeza.

PAGE.—Bien: admitiendo que acudirá a la cita en el modo y forma que decís, ¿qué vais a hacer con él? ¿Cuál es vuestro intento?

Sra. PAGE.—También hemos pensado en ello, y he aquí cómo: mi hija Ana Page, mi hijo y tres o cuatro chicuelos de su edad, estarán vestidos de enanos, de duendes y de hadas, de color verde y azul, llevando en la cabeza coronas de bujías de cera, y matracas en las manos. En el momento en que Falstaff y nosotras estemos reunidos, saldrán ellos precipitándose de repente de su escondite y entonando alguna bulliciosa canción; y a su vista nos escaparemos nosotras dando muestras de grande asombro. Entonces ellos le rodearán, y a usanza de hadas, principiarán a pinchar al torpe caballero, preguntando cómo ha podido atreverse, siendo un profano, a penetrar en sus sagrados senderos en aquella hora de su fiesta.

Sra. FORD.—Y que las supuestas hadas sigan punzándolo bien y quemándolo con sus bujías, hasta que haya confesado la verdad.

Sra. PAGE.—Y una vez confesada, nos presentaremos nosotras, quitaremos los cuernos al espíritu, y le llevaremos en medio de nuestras burlas hasta su casa en Windsor.

FORD.—Será menester aleccionar bien a los niños para esto; o de no, jamás podrán hacerlo como se debe.

EVANS.—Yo enseñaré a los chicos el modo cómo han de conducirse; y yo mismo me disfrazaré de mono para quemar con mi bujía al caballero.

FORD.—Eso será excelente. Yo iré a comprar los disfraces.

Sra. PAGE.—Mi Ana será la reina de todas las hadas, elegantemente vestida de blanco.

PAGE.—Yo le compraré esa seda. (Aparte.) Y al mismo tiempo, se la llevará Slender a Eton para que se casen allí. ¡Ea! Envía sin demora el mensaje a Falstaff.

FORD.—Yo volveré a verle bajo el nombre de Brook y me descubrirá todo su propósito. Es seguro que vendrá.

Sra. PAGE.—No os cuidéis de ello. Id y procuradnos las cosas que necesitan nuestras hadas.

EVANS.—Ocupémonos de ello desde luego. Son placeres admirables, y muy honestas bellaquerías.

Salen Page, Ford y Evans

Sra. PAGE.—Id, señora Ford, y enviad la señora Aprisa a donde sir Juan para conocer su disposición. (Sale la señora Ford.) Yo veré al doctor. Él, y nadie sino él, ha tenido mi consentimiento para casarse con Ana. Ese Slender, aunque bien fincado, es un idiota; y mi marido le prefiere a todos. El doctor es acaudalado y tiene amigos poderosos en la corte. Nadie sino él ha de tener a mi hija, aunque haya veinte mil mejores muriéndose por ella.

Sale