Cuarto en casa de Page
Entran FENTON y ANA PAGE
FENTON.—Veo que no puedo alcanzar el beneplácito de tu padre. No me obligues de nuevo, dulce Ana mía, a acudir donde él.
ANA.—¡Ay! ¿Qué hacer, pues?
FENTON.—¿Qué? El ser tú misma. Se opone porque considera demasiado alta mi alcurnia, y presume que, mermados mis bienes por mis gastos, sólo procuro restablecerlos a favor de su riqueza. Fuera de estos obstáculos me presenta otros: mis turbulencias pasadas, mis asociaciones de disipación; y me dice que es imposible que yo te ame de otro modo que como una propiedad.
ANA.—Quizás os dice verdad.
FENTON.—No; y así me ampare el cielo en el tiempo futuro. Confieso, sin embargo, que la fortuna de tu padre fue el primer móvil que me impulsó a pretenderte; pero, Ana mía, al hacerlo, encontré que valías más que toda fortuna en oro o en cualquier otro valor. Ahora no ambiciono otra riqueza que tú misma.
ANA.—Amable señor Fenton, insistid aún en solicitar la buena voluntad de mi padre; buscad de nuevo su consentimiento. Si la oportunidad y la humilde solicitud nada consiguiesen, ¡pues bien entonces…! Escuchad un momento.
Hablan aparte. Entran Pocofondo, Slender y la señora Aprisa
POCOFONDO.—Interrumpid su conversación, señora Aprisa. Mi pariente debe hablar por si mismo.
SLENDER.—Lo echaré a perder de un modo u otro. Esto no es más que aventurar.
POCOFONDO.—No os acobardéis.
SLENDER.—No, ella no me acobarda. Eso no me importa. Solamente que tengo miedo.
APRISA.—Oíd, Ana. El señor Slender desea hablaros una palabra.
ANA.—Soy con él al instante. Este es el escogido por mi padre. ¡Oh! ¡Qué cúmulo de viles y feos defectos, parece hermoso por trescientas libras de renta! (Aparte.)
APRISA.—¿Y qué tal os va, mi buen señor Fenton?
POCOFONDO.—Ya viene. ¡A ella, primo! ¡Oh muchacho, has tenido padre!
SLENDER.—Yo tuve padre, señorita Ana; mi tío puede deciros buenas bromas de él. Contad a la señorita Ana el chiste de cómo mi padre se robó dos gansos de la jaula.
POCOFONDO.—Señorita Ana, mi primo os ama.
SLENDER.—Por cierto que si; tanto como a cualquiera mujer en Gloucestershire.
POCOFONDO.—Y os mantendrá en el rango de una dama.
SLENDER.—Por cierto que sí, y con traje de cola larga, como corresponde al rango de escudero.
POCOFONDO.—Y os dará una dote de ciento y cincuenta libras.
ANA.—Buen señor Pocofondo, dejad que él hable por sí mismo.
POCOFONDO.—De buen grado y os doy las gracias. Os agradezco este descanso. Os llama, primo. Me retiro.
ANA.—¿Y bien, señor Slender?
SLENDER.—¿Y bien, señorita Ana?
ANA.—¿Cuál es vuestra voluntad, vuestra disposición?
SLENDER.—¿Mi voluntad? ¿Mi disposición? Éste sí que es chiste. Gracias a Dios, no soy tan enfermizo que haya tenido que hacer mi disposición, ni mi voluntad. No he hecho testamento.
ANA.—Quiero decir, señor Slender, ¿qué es lo que deseáis de mi?
SLENDER.—Por lo que a mí toca, en verdad, poco o nada tendría que hacer con vos. Vuestro padre y mi tío lo han hablado entre ellos. Si sale bien, bueno: si no, también. Ellos podrán deciros mejor que yo cómo van estas cosas. Aquí viene vuestro padre; podéis preguntarle.
Entran Page y la Sra. Page
PAGE.—Bien, señor Slender. ¡Ámale, Ana, hija mía!… ¿Qué hacéis aquí, señor Fenton? Sabéis que me inferís agravio empeñándoos en visitar esta casa. Ya os he dicho que he dispuesto de mi hija.
FENTON.—Os suplico no os impacientéis, señor Page.
Sra. PAGE.—Mi buen señor Fenton, no volváis a acercaros a mi hija.
PAGE.—No es un partido para vos.
FENTON.—¿Queréis escucharme, señor?
PAGE.—No, mi buen señor Fenton. Venid, señor Slender: venid adentro, así. Sabiendo mi decisión, señor Fenton, me agraviáis.
FENTON.—Señora Page: amando a vuestra hija con toda la verdad y honradez de mi afecto, fuerza es que sostenga mi pretensión a pesar de todos los obstáculos, repulsas y desaires, y que no desista. Concededme, os suplico, vuestra buena voluntad.
ANA.—Buena madre mía, no me caséis con ese idiota que está allí.
Sra. PAGE.—No es mi intención. Busco mejor esposo para ti.
APRISA.—Y ése es mi amo, el señor doctor.
ANA.—¡Ay de mi! Antes querría que me pusieran pronto bajo de tierra, y sembraran berzas encima.
Sra. PAGE.—Vamos, no te atormentes. Señor Fenton, no seré para vos en esto ni amiga, ni enemiga. Examinaré a mi hija para saber qué grado de afecto os tiene; y según lo que en ella descubra arreglaré mi proceder. Hasta entonces, adiós, señor. Es necesario que Ana entre, o se enfadaría su padre.
Salen la Sra. Page y Ana
FENTON.—Adiós, bondadosa señora; adiós, Ana.
APRISA.—Todo esto es obra mía. ¡Pues qué! —le dije— ¿vais a malograr vuestra hija en manos de un imbécil y por añadidura médico? Ya lo veis, señor Fenton, todo esto es obra mía.
FENTON.—Te doy las gracias, y te ruego que esta noche des a mi dulce Ana esta sortija. Toma por tu molestia.
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APRISA.—¡Dios te llene de bendiciones! Como que tiene un corazón bondadoso. ¡Una mujer sería capaz de echarse de cabeza al fuego por tan buen corazón! Sin embargo, yo quisiera más bien que Ana fuese de mi amo, o del señor Slender; o en fin, que fuese del señor Fenton. Haré todo lo que pueda por los tres, ya que así lo he prometido y que soy incapaz de faltar a mi palabra; pero especialmente por el señor Fenton. Bueno: ahora tengo que ir con otro mensaje al señor Falstaff de parte de mis dos señoras. ¡Soy un animal en tardarme así!
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