ACTO III

ESCENA PRIMERA

Campo cerca de Frogmore

Entran SIR HUGH EVANS y SIMPLE

EVANS.—Os ruego me digáis, buen servidor del señor Slender, y amigo Simple por vuestro nombre, ¿de qué manera habéis buscado al señor Caius, que se da el título de «Doctor en medicina»?

SIMPLE.—En verdad, señor, le busqué en el distrito de la ciudad y en el del parque, en todas direcciones: en el antiguo camino de Windsor, y en todos los demás, excepto el de la ciudad.

EVANS.—Pues deseo con la mayor vehemencia, que busquéis también en ese camino.

SIMPLE.—Así lo haré.

EVANS.—¡Dios me asista! ¡Cuán lleno estoy de cólera y de incertidumbre! Me alegraré de que él me haya engañado. ¡Qué melancólico estoy!¡En la primera oportunidad le haré salir la cruz de los calzones por la copa del sombrero, a ese bribón! ¡Dios me asista!

Canta

Junto al claro riachuelo

a cuya bella cascada

canta el ave en la alborada

madrigales desde el cielo,

formaremos a la sombra,

sobre el musgo y entre flores

ricas de aroma y colores,

un lecho de blanda alfombra.

¡Válgame Dios! ¡Y qué gana tengo de llorar!

Canta el ave melodiosa

madrigales desde el cielo,

un lecho me brinda el suelo

de césped, clavel y rosa

junto al claro riachuelo,

etc, etc.

SIMPLE.—Señor Hugh, vedle que viene por allí abajo.

EVANS.—Bien venido.

Junto al claro riachuelo,

a cuya bella cascada…

¡Que el cielo ayude al que tenga justicia! ¿Qué armas trae?

SIMPLE.—Ninguna, señor. Vienen mi amo el señor Slender y otro caballero de Frogmore, y se dirigen hacia aquí.

EVANS.—Bien. Dame mi toga; o más bien, tenla en tu brazo. (Lee en un libro.)

Entran Page, Pocofondo y Slender

POCOFONDO.—¿Qué tal, señor cura? Buenos días, buen señor Hugh. Quien quiera hacer una maravilla, que separe de los dados a un jugador y de su libro a un estudiante.

SLENDER.—¡Ah, dulce Ana Page!

PAGE.—Dios os guarde, buen señor Hugh.

EVANS.—Él os bendiga a todos por su misericordia.

POCOFONDO.—¡Qué! ¿La espada y la palabra? ¿Estudiáis una y otra, señor cura?

PAGE.—¿Y todavía andáis en cuerpo, como un jovencito, en un día tan crudo y reumático?

EVANS.—Hay motivos y razones para ello.

PAGE.—Hemos venido a encontraros, señor cura, con ánimo de hacer una buena acción.

EVANS.—Muy bien. ¿Cuál es?

PAGE.—Allá hay un venerable caballero, que juzgándose ofendido por alguna persona, está en la más terrible lucha que se pueda ver con su propia gravedad y paciencia.

POCOFONDO.—Ochenta y pico de años he vivido, y nunca he visto a hombre de su posición, gravedad y saber, tan celoso de su propio respeto.

EVANS.—¿Quién es?

PAGE.—Pienso que le conocéis. Es el señor doctor Caius, el reputado médico francés.

EVANS.—¡Por Dios y todos los santos del cielo! ¡Preferiría hablar de un hervido de coles!

PAGE.—¿Por qué?

EVANS.—Porque no sabe jota de Hipócrates y Galeno. Y además es un bribón: tan cobarde bribón, como el que más de cuantos pudierais conocer.

PAGE.—Os aseguro que éste es quien se batiría con él.

SLENDER.—¡Oh dulce Ana Page!

POCOFONDO.—Así parece, por sus armas. Mantenedles separados: aquí viene el doctor Caius.

Entran el posadero, Caius y Rugby

PAGE.—No, señor cura: no desnudéis vuestra arma.

POCOFONDO.—Ni tampoco vos, mi buen doctor.

POSADERO.—Desarmadles y dejad que discutan. Así conservarán ilesos sus miembros y no harán trizas sino nuestro idioma.

CAIUS.—Dejadme deciros una palabra al oído, si gustáis. ¿Por qué evitáis el encuentro conmigo?

EVANS.—Tened un poco de paciencia, os ruego. Ya vendrá el momento oportuno.

CAIUS.—¡Voto a sanes que sois un cobarde, un perro, un mico!

EVANS.—Os suplico que no nos hagáis el hazmerreír del buen humor de otras personas. Deseo vuestra amistad, y de un modo u otro os dejaré satisfecho. (En voz baja.) Os he de sacar a puntapiés la cruz del calzón por la cabeza, gran bellaco, para que no os burléis de citas y compromisos de honor.

CAIUS.—¡Al diablo! Jack Rugby, y vos, hostelero de la Liga, ¿no le esperé para matarle? ¿No estuve en el sitio designado?

EVANS.—Tan cierto como que soy cristiano, este es el sitio que se había señalado. Que lo diga el mismo hostelero de la Liga.

POSADERO.—¡Paz! ¡Paz, digo, entre Gales y la Galia!, ¡entre galés y francés! ¡Paz entre el que cura el alma y el que cura el cuerpo!

CAIUS.—Sí, eso es muy bueno, ¡excelente!

POSADERO.—Paz, digo. ¡Decid si el posadero de la Liga no es un político sutil, si no es un Maquiavelo! ¿Perderé a mi médico? ¡No! Él es quien me da las pociones y mociones. ¿Perderé a mi cura?, ¿a mi sacerdote?, ¿a mi amigo Hugh? No. Él me da los proverbios y los paternoster. Dame tu mano, hombre terreno, así. Dadme la tuya, hombre místico, así. No sois más que niños en la astucia. Os he engañado a ambos, dirigiéndoos a diferentes lugares para que no pudierais encontraros. Vuestros corazones están llenos de vigor, vuestros cuerpos ilesos, y el desenlace debe ser una libación de vino jerez. ¡Ea!, guárdense esas armas para empeño. Sígueme, hombre de paz. Seguidme, seguidme.

POCOFONDO.—Contad conmigo, huésped. Seguid, caballeros, seguid.

SLENDER.—¡Oh dulce Ana Page!

Salen Pocofondo, Slender, Page y el posadero

CAIUS.—¡Ah, ya caigo en cuenta. Nos ha hecho pasar por un par de tontos!, ¡ah!, ¡ah!

EVANS.—Está muy bien. Se ha reído de nosotros. Deseo que vos y yo seamos amigos, y vamos concertando juntos el modo de vengarnos de este despreciable, sarnoso y tahúr compañero, el posadero de la Liga.

CAIUS.—¡Por Cristo! Con todo mi corazón. ¡Me prometió conducirme a donde Ana Page y también me ha engañado!

EVANS.—Bueno. He de romperle la crisma. Tened la bondad de venir conmigo.

Salen