ESCENA III

Cuarto en la posada de la Liga

Entran FALSTAFF, el POSADERO, BARDOLFO, NYM, PISTOL y ROBIN

FALSTAFF.—¡Posadero mio de la Liga!

POSADERO.—¿Qué dice mi enredista matasiete? Hablad con discreción y finura.

FALSTAFF.—En verdad, posadero mío, que tengo que despedir a algunos de mis secuaces.

POSADERO.—Despedidles, mi valeroso Hércules: echadles; que tomen el portante. Al trote, al trote.

FALSTAFF.—Me cuesta el albergue diez libras por semana.

POSADERO.—Eres un emperador, César, Czar y cavilante. Tomaré a Bardolfo. Escanciará los barriles y manejará sus grifos. ¿Está bien dicho, bravo Héctor?

FALSTAFF.—Hacedlo en buen hora, amigo posadero.

POSADERO.—Está dicho. Que me siga. Quiero ver la espuma y la cal. No tengo más que una palabra. Sígueme.

FALSTAFF.—Bardolfo, ve con él. Es buen oficio el de mozo de taberna. Una capa vieja hace un nuevo coleto, y un criado gastado hace un nuevo mozo de taberna. Vete. Adiós.

BARDOLFO.—Es un género de vida que deseaba, y he de prosperar en él.

PISTOL.—¡Oh miserable bohemio! ¿Y quieres manejar las espitas?

Sale Bardolfo

NYM.—En borrachera fue engendrado. ¿No es natural su gusto? No tiene una mente heroica, y de allí el que tenga aquel instinto.

FALSTAFF.—Me alegro de haberme desembarazado de tal caja de yesca. Sus robos eran demasiado descarados. Su manera de hurtar se parece al canto de un mal aficionado: no guarda tiempo ni compás.

Nym. —Lo exquisito es robar en un solo minuto de descanso.

PISTOL.—Sutileza, que no robo, es el nombre que dan a esto las gentes sensatas. ¡Robo! Mala peste cargue con la palabra.

FALSTAFF.—Bien, señores, pero estoy ya en el último apuro. Es necesario que me ingenie, que aguce el magín para encontrar medios. Tiene que ser.

PISTOL.—Los buitres jóvenes necesitan alimento.

FALSTAFF.—¿Quién de vosotros conoce a Ford, de esta ciudad?

PISTOL.—Conozco al individuo. No es de mala sustancia.

FALSTAFF.—Honrados muchachos míos, voy a deciros lo que tengo en perspectiva.

PISTOL.—Las dos yardas o más que tenéis de circunferencia.

FALSTAFF.—Nada de bromas ahora, Pistol. En verdad que me veo con el agua a las narices; y a pesar de mis dos yardas de redondez no puedo redondearme. Así, estoy por ver de medrar y no de quedarme con un palmo de narices. En una palabra: me propongo enamorar a la esposa de Ford. Entreveo disposición de su parte. Discurre, trincha, dirige miradas tentadoras. Puedo interpretar la acción de su estilo familiar, y la más sólida expresión de su conducta, puesta en buen inglés, dice: «Soy de sir Juan Falstaff».

PISTOL.—La ha estudiado bien; la ha traducido bien: de la honestidad al inglés.

NYM.—Hondo me parece el fondeadero. ¿Morderá ahí el ancla?

FALSTAFF.—Corre la voz de que es ella quien maneja los cordones de la bolsa de su marido. Tiene legiones de ángeles en oro sellado.

PISTOL.—Que llaman a otros tantos diablos. «¡A ella, muchacho!», es lo que digo yo.

NYM.—El buen humor toma creces: excelente cosa. Poned de buen humor conmigo a esos ángeles.

FALSTAFF.—Aquí tengo una carta que le he escrito; y he aquí otra para la esposa de Page, que acaba de ponerme ahora mismo los ojos dulces y ha examinado minuciosamente y como persona experta cuanto puede haber en mí. Sus miradas, como rayos de oro, brillaban revisando ya mi pie, ya mi majestuoso talle.

PISTOL.—Entonces podéis decir que el sol brillaba sobre el estercolero.

NYM.—Te felicito por esa jovialidad.

FALSTAFF.—¡Oh! Pues recorrió todo mi exterior con intención tan manifiesta, que el fuego del deseo en sus ojos parecía quemarme como un lente puesto al sol. He aquí otra carta para ella. También ella maneja la bolsa; es una región de la Guayana: toda oro y liberalidades. Explotaré a una y otra, y serán mi tesorería. Las tendré como a mis Indias Orientales y Occidentales, y comerciaré con ambas. Ve y lleva tú esta carta a la señora Ford; tú, ésta a la señora Page. Prosperaremos, muchachos, prosperaremos.

PISTOL.—¿Y he de volverme un Mercurio, un Pandarus de Troya, yo que llevo un acero al cinto? No: ¡vaya todo al diablo!

NYM.—No quiero bajezas en la broma. ¡Ea! Tomad la carta. Yo he de conservar una conducta reputable.

FALSTAFF.—Aquí, muchacho. (a Robin.) Lleva tú estas cartas, y sal como mi bajel hacia esas playas doradas. Y vosotros ¡bribones, fuera de aquí! ¡lejos! Pasad como el granizo. Trabajad, surcad el suelo con los talones, buscad albergue, ¡marchaos! Falstaff quiere acomodarse al espíritu de la época, y medrar a la francesa ¡bribones! para mí y para mi paje galoneado.

Salen Falstaff y Robin

PISTOL.—¡Que los buitres te roan las entrañas! Siempre son buenos los dados cargados y la botella, porque arriba y abajo seducen al rico y al pobre. Yo tendré llenos de testones los bolsillos, mientras tú carecerás de ellos, ¡vil turco frigio!

NYM.—Algo me bulle en la cabeza, como sugerido por el deseo de venganza.

PISTOL.—¿Quieres vengarte?

NYM.—Por el cielo y su estrella.

PISTOL.—¿Por astucia, o por acero?

NYM.—Con uno y otra. Yo conversaré con Page sobre la fantasía de este amor.

PISTOL.—Y yo revelaré igualmente a Ford, cómo Falstaff, vil bribón, tratará de seducir a su paloma, robarle su oro y deshonrar su lecho.

NYM.—No desmayará mi encono. Induciré a Page a que se sirva del veneno: haré que lo posean los celos, porque la sublevación del ánimo altivo es peligrosa. Tal es mi verdadero anhelo.

PISTOL.—Eres el Marte de los descontentos, y yo te secundo. Vamos adelante.

Salen