III. EL «ÓRGANO DEL SENTIDO»

A

hora bien, el sentido no sólo debe, sino que también puede ser encontrado, y para encontrarlo el hombre es guiado por la conciencia. En una palabra, la conciencia es un «órgano del sentido». Podría definirse como la facultad de descubrir y localizar ese único sentido que se esconde detrás de cada situación.

La actuación de la conciencia, una vez que se ha encontrado ese único sentido de que hablamos, concluye en la captación de una «forma» (Gestalt), y ello en razón de lo que nosotros llamamos la voluntad de sentido, descrita a su vez por James C. Crumbaugh y Leonard T. Maholick como la facultad propiamente humana de descubrir formas de sentido no sólo en lo real, sino aun en lo posible[31].

Curiosamente, nada menos que Wertheimer, el creador de la experimental «psicología de la forma», es quien se atreve a hablar de las exigencias de la situación como cualidades objetivas, y Lewin alude asimismo a un carácter de reto o «carácter exigente» de la situación. En cuanto a nosotros, a modo de understatement podemos describir dicho carácter con Rudolf Allers como «trans-subjetivo». Pero el sentido no se relaciona únicamente con una situación determinada, sino también con una persona determinada envuelta en esa situación. En otros términos, el sentido no sólo se transforma de día en día y de hora en hora, sino que varía también de hombre a hombre. Es un sentido tanto ad situationem como ad personam.

La conciencia puede también inducir al hombre a error. Más aún, hasta el último instante, hasta su último suspiro, el hombre no sabe si realmente ha realizado el sentido de su vida o si por el contrario ha sido víctima de un engaño: ignoramus et ignorabimus. El hecho de que ni siquiera a las puertas de la muerte sepamos si el órgano del sentido, nuestra conciencia, ha podido sufrir una «ilusión de sentido» significa en definitiva que uno ignora si no será tal vez la conciencia del otro la que ha podido tener razón. Esto no quiere decir que no exista una verdad.

Sólo puede haber una verdad, pero nadie puede saber si es él mismo o es el otro quien la posee.

El sentido, hemos dicho, va ligado a una situación única y particular. Pero además existen unos universales del sentido ligados a la condición humana como tal. Estas posibilidades generales de sentido constituyen lo que llamamos «valores». El hombre experimenta cierto alivio a consecuencia de estos valores de orden más o menos general, los principios morales y éticos tal como cristalizan en el seno de la sociedad humana a lo largo de su historia; mas este alivio sólo lo consigue al precio de verse sumido en conflictos. De hecho son estos únicamente conflictos de conciencia, pues tales conflictos no se dan en realidad: lo que la conciencia le dice a uno es inequívoco.

El carácter conflictivo es más bien inherente a los valores mismos, ya que, contrariamente al sentido concreto de una situación, los valores son por definición universales abstractos. Como tales no pueden meramente aplicarse a personas determinadas y exclusivas en situaciones irrepetibles, sino que su vigencia se extiende a amplias áreas de situaciones típicas que se dan repetidamente; estas áreas se interfieren unas a otras. Así pues, existen situaciones en las que el hombre se ve confrontado con una pluralidad de valores entre los que tiene que elegir, es decir, ha de escoger entre principios que se contradicen unos a otros. Si dicha elección no ha de hacerse arbitrariamente, de nuevo hay que referirlo y remitirlo a la conciencia, única que hace que el hombre tome su decisión con libertad, pero no arbitrariamente sino responsablemente. Por supuesto, él sigue siendo libre ante su conciencia, pero esta libertad consiste sola y únicamente en elegir entre dos posibilidades: o seguir el dictamen de la conciencia, o hacer caso omiso de sus advertencias. Cuando la conciencia se reprime y ahora sistemática y metódicamente, acabamos entonces por ir a parar ya al conformismo occidental, ya al totalitarismo oriental, según que unos «valores» exageradamente generalizados sean respectivamente ofrecidos o impuestos a uno por la sociedad.

A pesar de todo esto, no es tan seguro que el mencionado carácter conflictivo sea inherente a los valores. En efecto, las posibles interferencias entre los campos de acción de los valores podrían sólo ser aparentes, por ejemplo si se llevan a cabo mediante una mera proyección, es decir, fuera de toda dimensión. Así, sólo una vez que excluimos la diferencia jerárquica de altura de dos valores, parece que estos se entrecruzan y en el campo de este entrecruzamiento chocan entre sí, a la manera de dos esferas que, tras haber sido sacadas de su espacio tridimensional y proyectadas en un plano de dos dimensiones, parecen interpenetrarse mutuamente.

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Vivimos en una época caracterizada por un sentimiento de falta de sentido. En esta nuestra época la educación ha de poner el máximo empeño no sólo en proporcionar ciencia, sino también en afinar la conciencia, de modo que el hombre sea lo bastante perspicaz para interpretar la exigencia inherente a cada una de sus situaciones particulares. En una era en que los diez mandamientos parecen estar perdiendo su validez para muchos, debe el hombre ponerse en condiciones de percibir los 10 000 mandamientos que se desprenden de las 10 000 situaciones con las que se ve confrontado en su vida. No solamente le parecerá así que su vida vuelve a tener sentido, sino que él mismo estará inmunizado contra todo conformismo y totalitarismo; porque sólo una conciencia despierta y vigilante puede hacerle «resistente», de tal modo que ni se abandone al conformismo ni se doblegue al totalitarismo.

Así pues, hoy más que nunca la educación es educación a la responsabilidad. Vivimos en una sociedad de abundancia, pero esta abundancia no lo es sólo de bienes materiales, es también una abundancia de información, una explosión informativa. Cada vez se amontonan más libros y revistas sobre nuestras mesas de trabajo. Nos acosan estímulos e incentivos de todas clases, y no sólo sexuales. Si el hombre en medio de todo este torbellino de estímulos quiere sobrevivir y resistir a los medios de comunicación de masas, debe saber qué es o no lo importante, qué es o no lo fundamental; en una palabra, qué es lo que tiene sentido y qué es lo que no lo tiene.