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in negar la dificultad que ya desde un principio entraña, según se desprende de lo dicho hasta ahora, el encontrar una vía de explicación precisamente para el fenómeno del inconsciente espiritual, no debemos olvidar que existe ya de hecho un camino donde el inconsciente —por tanto también el inconsciente espiritual— sale, por decirlo así, al paso de nuestra investigación. Nos referimos a los sueños. Desde la clásica interpretación de sueños basada en el método de asociaciones libres tal como Freud lo introdujo científicamente, nos hallamos en condiciones de aprovechar las posibilidades que dicho método ofrece.
También nosotros, pues, lo vamos a utilizar; y lo haremos no sólo para traer a la esfera de la conciencia y de la responsabilidad la impulsividad inconsciente, sino asimismo la espiritualidad inconsciente. Después de todo lo dicho debemos ya suponer que en los sueños, esos auténticos productos del inconsciente, no solamente intervienen elementos del inconsciente impulsivo, sino también del inconsciente espiritual. Pero si para llegar a estos últimos nos servimos del mismo método que Freud utilizaba para ir meramente en pos del inconsciente impulsivo, nosotros, que marchando por el mismo camino perseguimos otro fin, bien podemos decir con respecto al psicoanálisis: Caminamos juntos, pero marcamos el paso por separado.
Igualmente en lo que se refiere a la interpretación de sueños vale nuestra apreciación de que la conciencia es el modelo más idóneo para reflejar la actividad del inconsciente espiritual. Tomemos como ejemplo el siguiente sueño:
Una paciente sueña que, junto con la ropa sucia entregada para lavar, han echado también un gato sucio, y que luego, al devolverse la ropa ya lavada, el gato aparece entre ella muerto. Asociaciones: A «gato», se le ocurre a la enferma que ella ama los gatos «más que todo»; por supuesto, también ama «más que todo» a su hija, que es la única que tiene. Así pues, «gato» significa aquí hija. Pero ¿por qué está «sucio» el gato? Esto se explica en cuanto oímos declarar a la paciente que últimamente la vida amorosa de su hija ha sido objeto de numerosas habladurías y chismes en el vecindario: así que de hecho, a este respecto, «se sacaron a relucir los trapos sucios». Este es también el motivo por el que la enfermera, como ella misma lo admite, había estado constantemente espiando y sermoneando a su hija. Ahora bien ¿qué nos dice todo este sueño a fin de cuentas? En realidad constituye una advertencia, a saber, que la enferma no atormente tanto a su hija con una desmesurada insistencia en su «limpieza» moral, de tal manera que acabe por destruirla. El sueño viene, pues, a dar expresión a la voz de aviso de la propia conciencia.
No acabamos de ver por qué razón habíamos de renunciar a esta posibilidad tan sencilla de explicar los sueños en todos sus distintos elementos, para atenernos, en cambio, a la idea preconcebida de que tras ellos también necesariamente han de encerrarse contenidos de sexualidad infantil. Más bien pretendemos dejamos guiar, aun frente a los datos empíricos del inconsciente espiritual, por la gran virtud del psicoanálisis, a saber, la objetividad; pero exigimos dicha objetividad no sólo por parte del analizando, sino también del analista. Reclamamos no sólo del objeto investigado una probidad y sinceridad incondicionales (por ejemplo en lo tocante a sus producciones mentales), sino igualmente del sujeto investigador una imparcialidad incondicional que no le haga cerrar los ojos en lo que se refiere a los hechos de la espiritualidad inconsciente. Vemos ahora otro sueño de un nuevo paciente:
El enfermo da cuenta de un sueño que se le repite constantemente a intervalos relativamente breves, incluso a lo largo de una misma noche, en que llega a reaparecer una y otra vez como una especie de sueño en cadena. Sueña que se encuentra en cierta ciudad extranjera y que allí intenta llamar por teléfono a una determinada señora, pero sin llegar nunca a conseguirlo. Sobre todo no logra establecer la comunicación porque el disco telefónico es demasiado grande y está dividido en cien números, de tal modo que le es imposible componer el suyo. Al despertarse, el paciente observa que el número que quería marcar en el sueño solamente se parece algo al que aquella señora tiene en realidad, pero en cambio es idéntico al de una empresa en la que actualmente trabaja con éxito. Comentando el sueño con el paciente resulta que este es compositor de profesión y que durante el tiempo en que estuvo realmente en aquella ciudad que aparece en el sueño se hallaba ocupado en un trabajo de composición que le satisfacía mucho: se trataba de una música de contenido religioso. En el momento que nos ocupa, sin embargo, trabajaba con éxito, como ya lo hemos dicho, pero sin un sentimiento de plena realización interna, en música de jazz para el cine. Ahora bien, el enfermo declara decididamente que de ningún modo puede tratarse de un sentimiento de nostalgia hacia aquella ciudad extranjera, pues los años allí pasados fueron desagradables en todos los aspectos con la sola excepción del trabajo; tampoco podía hablarse de deseo nostálgico hacia la señora, ya que con ella no tuvo la menor relación erótica. Sin embargo manifiesta espontáneamente que en aquella parte del sueño en que aparecía el disco de proporciones gigantescas ve él un reflejo del hecho actual, aceptado con resignación, de no poder elegir. Pero ¿de qué elección se trata?, hemos de preguntarnos. La respuesta se cae de su peso: la elección profesional, la decisión entre componer música profana o religiosa, siendo esta última a la que el paciente se siente inclinado por vocación auténtica. De repente se nos aclara a nosotros también el significado del contenido central del sueño, a saber, que el enfermo trata una y otra vez, aunque en vano, de establecer comunicación. No nos queda sino poner en lugar de wieder Verbindung la palabra Rückverbindung y traducirla a su equivalente latino, y así tenemos: religio[9].
Como vemos, en este sueño no se trata de ningún toque de advertencia dirigido al durmiente, como era el caso en el sueño anterior, sino que aquí el sueño figura un reproche que el enfermo se hace a sí mismo; en ambas ocasiones, sin embargo, procede de la conciencia, o sea de lo más íntimo del inconsciente espiritual. En el segundo sueño, además, no sólo habla la conciencia ética, sino también claramente la conciencia artística. La personal problemática religiosa que aparece en este mismo sueño, precisamente como contenido concreto de la espiritualidad inconsciente, puede también naturalmente presentarse de modo más claro y directo en otros sueños, es decir, no como problemática religiosa latente, sino manifiesta. Prueba de ello es el siguiente ejemplo:
Un paciente sueña que su padre le entrega sacarina, pero él la rechaza, añadiendo orgullosamente la observación de que antes bebería el café o el té amargos que endulzados con un sucedáneo. A «entregar» (übergeben) el enfermo asocia «entrega», «transmisión» (Übergabe), literalmente: tradición (Tradition); ahora bien, comenta, «lo que mi padre me ha “transmitido” (tradiert) es la confesión religiosa a la que pertenecemos». Las demás asociaciones resultan de los siguientes hechos acaecidos al paciente con anterioridad al sueño: La tarde anterior había leído en una revista un artículo que reproducía el diálogo entre un filósofo existencialista y un teólogo; la argumentación del filósofo le pareció bastante plausible, y sobre todo le impresionó mucho el rechazo por parte de dicho filósofo de una religiosidad que consideraba existencialmente falsa; en concreto recordaba la parte del diálogo en que el filósofo se negaba «a huir a un reino de fe o a un reino de sueños», y exclamaba: «¿Qué vale el motivo de desear ser feliz? Lo que nos importa es la realidad». También aquí, en estado de vela, se da por consiguiente un rechazo de algo falso. Pero sigamos oyendo al enfermo: Esa misma tarde le fue dado también oír por la radio un sermón que de alguna manera sintió como «consuelo barato» y como algo «dulzón». Si ligamos ahora esto al hecho de que en un pasaje del artículo mencionado se formulaba también la pregunta: «¿Qué sucede entonces, si en el mundo se pierde el gusto (!)?», comprenderemos sin dificultad por qué conexiones asociativas se vincula lo falso (existencialmente, y aquí respecto a la religiosidad o a la confesión religiosa transmitida) de modo selectivo con la esfera del gusto, y por qué razón es especialmente elegida como imagen onírico-plástica una sustancia edulcorante «falsa», la sacarina, que ha de sustituir al auténtico azúcar. Finalmente llegamos a apreciar con toda claridad esta elección del símbolo, cuando nos enteramos todavía de lo que sigue: Nuestro paciente lleva siempre consigo, a la manera de un talismán, cierto símbolo religioso que corresponde a su confesión «transmitida», y para «camuflarlo» a las miradas de los extraños lo lleva dentro de una cajita de madera que en su origen servía para contener… sacarina.
De nuevo en otros sueños tropezamos, dentro de las manifestaciones del inconsciente espiritual, con la problemática religiosa personal, y no sólo, como en el último sueño que hemos comentado, en lo que atañe al aspecto confesional, sino también, dentro de lo confesional, especialmente a lo eclesiástico-institucional. Como comprobación empírica de esta última posibilidad, permítasenos aducir el siguiente sueño de una enferma:
La paciente soñó: «Voy a la iglesia de Alser». A esto ella asocia: Cuando me dirigía a casa del médico, pasé junto a la iglesia de Alser y repetidas veces pensé que estaba caminando hacia Dios, pero no por la Iglesia, sino en cierta manera por medio del tratamiento psicoterapéutico; mi camino hacia Dios pasaba de algún modo por el médico, aunque, es verdad, al regresar de la consulta volvía a pasar por delante de la iglesia de Alser; mi camino a casa del médico no es, pues, sino un rodeo para ir a la iglesia. El sueño continúa así: «La iglesia produce una impresión de abandono». Lo que significa: La iglesia está abandonada, es decir, la paciente ha abandonado la Iglesia; de hecho había dejado de ir a la iglesia. «La iglesia ha sido completamente destruida por un bombardeo; el tejado se ha venido abajo y solamente el altar ha quedado intacto». Significado: Las conmociones (internas) sufridas por la enferma durante la guerra no sólo han «ensanchado» su espíritu, sino que también le han aclarado el campo de visión para fijarla en lo central (¡el altar!), de la religión. «Desde el interior se ve brillar un cielo azul, y el aire circula libremente». Significado: Las mencionadas sacudidas internas han liberado su visión, abriéndola a lo supraterreno. «Pero sobre mí veo aún restos de tejado y maderas que amenazan derrumbarse, lo que me produce temor». Interpretación: La enferma tiene miedo de una recaída, de quedar sepultada o cegada de nuevo. «Y salí huyendo hacia afuera, por cierto algo desilusionada». Significado: de hecho, en lo tocante no sólo a su confesión religiosa sino también al aspecto eclesiástico-institucional de la misma, la paciente había sufrido últimamente algunas pequeñas decepciones; su total adhesión a la citada Iglesia se había visto menoscabada por ciertas impresiones que tenían algo que ver con la presunta mezquindad y falta de generosidad de algunos clérigos y teólogos.
El hecho de que el aspecto institucional eclesiástico perturbara a la paciente en el contexto de su problemática religiosa no nos extrañará ya en absoluto desde el momento en que nos enteramos de que la mujer es manifiestamente propensa a experiencias extático-místicas. De ahí que sea también interesante investigar ese aspecto de su problemática religiosa aun en los sueños; dicho de otro modo, tratar de averiguar a partir de sus sueños hasta qué punto interviene también en ellos esta faceta de la espiritualidad inconsciente de nuestra enferma. El siguiente sueño de esta última sirve de confirmación a lo dicho:
«Me encuentro en Stephansplatz». Es decir: en el centro de la Viena católica. «Estoy ante el pórtico tapiado de la iglesia de san Esteban». Significado: el acceso al cristianismo le está todavía vedado. «La catedral misma se halla sumida en la oscuridad, pero yo sé que Dios está allí». Asociación: De hecho eres un Dios oculto. «Busco la entrada». Significado: Ahora busca el modo de llegar al cristianismo. «Falta poco para las doce». Significado: Ya es hora, el tiempo urge. «El Padre N. N. está predicando dentro». (El Padre N. N. es algo así como el representante del cristianismo para nuestra paciente). «A través de un tragaluz veo su cabeza». Significado; La persona de dicho Padre sólo le transmite un fragmento de lo que representa. «Quiero pasar hasta adentro». Significado: Desea sustraerse a la persona para ir directamente a lo esencial. «Corro por estrechos pasillos». Es decir, estrechez = angustia: nuestra enferma espera con angustia, con impaciencia, alcanzar su meta. «Llevo una bombonera conmigo; en ella hay una inscripción con las palabras: Dios llama». Significado: Su vocación a una vida religiosa, esa meta a la que aspira tan impacientemente, y por tanto también el camino hacia ella implica la dulzura de una experiencia extático-mística. «Saco de la bombonera un dulce y lo como, aun cuando sé que me puede hacer daño». Asociación: Con frecuencia la enferma ha declarado que se entrega a sus éxtasis místicos aun a sabiendas de que corre el riesgo de «caer en la demencia», es decir, «de ponerse mala». «Temo que alguien pudiera ver la inscripción de la bombonera; me da vergüenza y comienzo a borrarla». Asociación: La paciente sabía que su caso sería publicado, y en consecuencia había hecho todo lo posible por impedir dicha publicación.
Aquí nos topamos con un hecho de no poca importancia para ulteriores investigaciones, a saber, que lo religioso se encubre a veces pudorosamente. Sería un gran error, sin embargo, confundir tal pudor con una inhibición neurótica. La vergüenza es un comportamiento absolutamente natural, y en todo caso nunca puede asimilarse a una represión de tipo neurótico. Desde los trabajos de Max Scheler al respecto, incluso sabemos que el pudor desempeña también en el amor una marcada función protectora. Su tarea consiste en impedir que algo que es objeto absoluto llegue a convertirse en… objeto de espectadores. Así pues, podemos decir que el amor tiene aversión a ser observado.
Por eso huye también de toda publicidad, puesto que en la publicidad y por parte de esta última teme el hombre que algo sagrado en él sea profanado. Esta profanación tendría lugar, por ejemplo, si se perdiera la inmediatez de la entrega, al convertirse esta de alguna manera en objeto; mas no sólo meramente en objeto de contemplación para extraños, sino también para uno mismo. En ambos casos su carácter inmediato, original, auténtico, y por tanto la existencialidad, amenaza con desaparecer o con transformarse en la facticidad de una situación observada por otros o por si mismo desde fuera. En otras palabras, mediante la contemplación extraña o propia el amor se «desyoifica» y «elloifica».
Exactamente lo mismo parece también suceder con algo no menos sagrado para el hombre, mejor aún, con la más sagrado que hay en él: la religiosidad. No lo olvidemos, la religiosidad implica, por lo menos en la misma medida que el amor, una verdadera intimidad; es «íntima» al hombre en un doble sentido: está «en lo más hondo» de él, y, como el amor, se halla también bajo la protección del pudor. Aun la religiosidad auténtica se esconde de toda publicidad, precisamente para seguir siendo auténtica; se oculta para no traicionarse a sí misma. Ahora bien, nuestros pacientes suelen tener miedo de «traicionar» su experiencia religiosa «íntima» de dos maneras: tanto en el sentido de «divulgarla», darla a la publicidad, como en el de «hacerle traición». Esto último lo temen en cuanto que no quieren que su experiencia íntima caiga en manos de alguien incapaz tal vez de concebirla en su ser propio, de comprenderla como algo «propio» de la persona, sino más bien de alguien que viera en ella algo «impropio»; estos pacientes tienen miedo, por ejemplo, de que el médico a quien ellos revelaran su experiencia interior intentase quizá desenmascararla como una sublimación de la libido, o ponerla al descubierto como algo no personal, algo no perteneciente a la esencia del yo, sino del ello («inconsciente arcaico») o del «se» impersonal («inconsciente colectivo[10]»).
Sólo de esta manera podemos comprender que la última paciente a que nos referimos sintiese una profunda aversión a salir un día a la publicidad como «caso» y a que su vivencia religiosa se viera degradada en cierto modo al rango de una cosa. Tal aversión la encontramos, naturalmente, no sólo en lo que respecta a «publicaciones», es decir, no sólo a que las cosas «salgan a la luz pública», sino también a que puedan llegar a ser objeto de observación por parte de un público. Al decir esto pensamos en lo que nosotros mismos hemos podido constatar en el ejercicio de nuestra actividad docente tocante a la psicoterapéutica:
En nuestras clases los pacientes no son llevados a un aula, sino que la conservación tiene lugar en un recinto adyacente a solas con el médico y ante un micrófono que transmite al aula lo que se habla mediante una instalación de altavoces; los enfermos tienen pues al público no ante la vista, sino, por decirlo así, ante los oídos; el público es aquí por lo tanto un verdadero «auditorio». De esta manera nada propiamente «se expone a la vista», sino que en el caso que nos ocupa sólo se permite que lo hablado sea escuchado por meros «oyentes». Pese a todo, las declaraciones de la paciente siguen siendo en algún modo declaraciones coram publico, ya que la transmisión del diálogo al aula se hace, claro está, a sabiendas suyas y con su consentimiento. Esto supuesto, nos parece sumamente digno de atención el hecho de que los mismos enfermos, que ante las óptimas condiciones establecidas por nosotros para preservar su incógnito y consiguientemente reducir al máximo su timidez e inhibiciones se hallan dispuestos sin más a comentar, por ejemplo, su vida sexual más íntima, descendiendo incluso a detalles perversos, esos mismos enfermos, decimos, empiezan a sentirse «cohibidos» en cuanto se toca su vida religiosa íntima. Así, durante una de esas sesiones en una habitación contigua y ante el micrófono, preguntamos totalmente de improviso a una paciente por sus sueños; la enferma respondió a nuestra pregunta —para ella sorprendente— reproduciendo el siguiente sueño:
«Me encuentro en medio de una gran multitud de gente, como en una gran feria; todos se mueven en una dirección, mientras que yo hago esfuerzos por avanzar en dirección contraria». Interpretación: En el torbellino de la «feria» de este mundo toda la gran masa está unánimemente orientada en un dirección, precisamente está masificada; pero la enferma nada, por así decirlo, contra corriente. «De alguna manera conozco la dirección en que he de avanzar, pues en el cielo brilla una luz que voy siguiendo. Esta luz se hace cada vez más y más intensa hasta tomar cuerpo en una figura concreta». Significado: Al principio la enferma sólo conoce de modo vago y general la dirección que han de seguir sus pasos, luego con más precisión. Ahora le preguntamos de qué figura se trata exactamente. En este momento la paciente da muestras de hallarse en situación embarazosa y, tras alguna vacilación, nos pregunta con mirada suplicante: «¿De veras he de hablar de esto?». Y sólo después de mucho apremio y persuasión se decide a revelar su secreto: «La figura era Cristo». En sueños se veía impelida, su conciencia se lo exigía, a ir en pos de Cristo, a seguir su camino como cristiana.
En este sueño no podemos hablar ya de una problemática religiosa propiamente dicha. Para nuestra paciente la religión, su camino religioso, parece estar fuera de toda discusión. Por el contrario, en los sueños que antes hemos relatado de otros enfermos se daba una clara problemática religiosa; esta se nos presentaba de manera más o menos velada en cada caso según el grado en que la religiosidad del enfermo fuera manifiesta o latente; por tanto según que la religiosidad de los respectivos sujetos fuera para ellos mismos consciente o siguiera siendo inconsciente, según la medida en que la hubieran reprimido. Después de lo que hemos dicho sobre el carácter verdaderamente «íntimo» de la auténtica religiosidad no ha de extrañarnos ya que se pueda llegar a hablar de una «represión» de dicha religiosidad, de su ocultamiento psicológico ante el yo consciente. Tampoco nos asombraremos si ocasionalmente tropezamos con sueños flagrantemente religiosos aun en personas manifiestamente irreligiosas, pues ahora sabemos las razones profundas e íntimamente ligadas al ser, por las que no sólo existe una libido inconsciente o reprimida, sino también una religio asimismo inconsciente o reprimida. Es claro, después de lo dicho al principio, que la primera de ambas cosas ha de atribuirse al inconsciente impulsivo, mientras que la segunda, en cambio, pertenece por su esencia al inconsciente espiritual. Mas esto es también un importante presupuesto para nuestras siguientes investigaciones.