De la alegría a la muerte
Durante diez días las hordas Tharkianas y sus aliados salvajes fueron agasajados y entretenidos, y luego cargados de costosos presentes. Después, escoltados por diez mil soldados de Helium comandados por Mors Kajak emprendieron el regreso a sus propias tierras. El Jed de la ciudad menor de Helium y un pequeño grupo de nobles los acompañaron durante todo el camino a Thark, para estrechar aún más los nuevos lazos de paz y amistad.
Sola también acompañaba a Tars Tarkas, su padre, que delante de todos sus Jeddaks la había reconocido como su hija.
Tres semanas después, Mors Kajak y sus oficiales, acompañados por Tars Tarkas y Sola, regresaron en una nave de guerra que había sido enviada a Thark para que los trajeran a tiempo para la ceremonia que haría de Dejah Thoris y John Carter un solo ser.
Durante nueve años actué en los consejos y peleé en el ejército de Helium como un príncipe de la casa de Tardos Mors. La gente parecía no cansarse nunca de colmarme de honores. No pasaba un día sin que trajeran una nueva prueba de su amor por mi princesa, la incomparable Dejah Thoris.
En una incubadora de oro, sobre el techo de nuestro palacio yacía un huevo blanco como la nieve. Durante casi cinco años, diez soldados de la guardia del Jeddak lo vigilaron constantemente, y no pasó un día, mientras estuve en la ciudad, sin que Dejah Thoris y yo nos paráramos tomados de la mano, delante de nuestro pequeño altar, haciendo planes para el futuro, cuando la delicada cáscara se rompiera.
La imagen de la última noche permanece vívida en mi mente. Estábamos sentados allí, hablando en voz baja del extraño romance que había unido nuestras vidas y del milagro que estaba por consumarse para aumentar nuestra felicidad y completar nuestros deseos, cuando a la distancia vimos la brillante luz blanca de una nave aérea que se, acercaba. No le atribuimos mayor importancia a una luz tan común, pero cuando cómo un proyectil de luz corrió hacia Helium, su propia velocidad predijo algo fuera de lo común.
Haciendo señas luminosas que indicaban que era portadora de un despacho para el Jeddak, se movía impacientemente, a la espera de las naves de patrulla que la condujeran al desembarcadero del palacio.
Diez minutos después de aterrizar en la elevada plataforma del palacio, un mensajero me llamó al recinto del Consejo, que encontré colmado de miembros de este cuerpo.
En la elevada plataforma del trono estaba Tardos Mors, paseándose de un lado a otro, con las facciones tensas. Cuando todos estuvieron en sus asientos, se volvió hacia nosotros.
—Esta mañana —dijo— me llegaron noticias de varios gobiernos de Barsoom de que el cuidador de la planta atmosférica no ha dado su informe desde hace dos días. Tampoco los llamados casi incesantes de una veintena de capitales han obtenido el mínimo signo de respuesta. Los embajadores de otros imperios me han pedido que me haga cargo del asunto y me apresure a localizar al cuidador asistente de la planta. Todo el día, miles de cruceros lo han estado buscando hasta que ahora uno de ellos regresó trayendo su cadáver, que fue encontrado en una cueva, debajo de su casa, horriblemente mutilado por un asesino. No necesito decirles lo que esto significa para Barsoom. Llevará meses trasponer esas poderosas paredes; no obstante, el trabajo ya ha sido comenzado. Habría poco que temer si las máquinas de descarga de la planta funcionaran en forma normal como lo han hecho durante cientos de años. Pero mucho me temo que haya sucedido lo peor. Los instrumentos señalan, una rápida disminución de la presión en todos los puntos de Barsoom. La máquina se ha detenido. Señores míos —continuó—: Tenemos como máximo tres días de vida.
Hubo un silencio absoluto durante varios minutos. Al cabo, un joven noble se puso de pie y con su espada desenvainada en alto se dirigió a Tardos Mors.
—Los hombres de Helium se enorgullecen de haber mostrado siempre a Barsoom cómo vive una nación de hombres rojos. Ahora es la oportunidad de mostrarle cómo muere. Deja que sigamos con nuestros deberes como si todavía tuviéramos mil años de vida por delante.
El recinto resonó en aplausos y como si no hubiera nada mejor que apaciguar el temor de la gente con nuestro ejemplo, seguimos adelante con una sonrisa en nuestros rostros y una pena corroyéndonos el corazón.
Cuando regresé a mi palacio, encontré que el rumor ya había llegado a oídos de Dejah Thoris. Por lo tanto le conté todo lo que había escuchado.
—Hemos sido muy felices, John Carter —dijo—. Donde quiera que el destino nos alcance, agradezco que nos permita morir juntos.
Los dos días siguientes no trajeron ningún cambio en la provisión de aire, pero al tercer día respirar se tomó difícil en los pisos superiores de los edificios. Las avenidas y las calles de Helium estaban llenas de gente. Todos los negocios habían cerrado. La mayoría de la gente afrontaba valientemente su inexorable sentencia de muerte. Aquí y allá, sin embargo, hombres y mujeres daban rienda suelta a su pena.
Hacia la mitad del día muchos de los más débiles empezaron a sucumbir y en el lapso de una hora la mayoría de la gente de Barsoom comenzó a hundirse en la inconsciencia que precede a la muerte por asfixia.
Dejah Thoris y yo, junto con otros miembros de la familia real, nos habíamos reunido en un jardín de uno de los patios interiores del palacio. Conversábamos en voz baja y a veces ni siquiera hablábamos. Mientras tanto, el pánico de la horrible sombra de la muerte se deslizaba sobre nosotros. Hasta Woola parecía sentir el peso del inminente desenlace, ya que se pegaba a mí y a Dejah Thoris gimiendo lastimeramente.
La pequeña incubadora había sido traída del techo de nuestro palacio, a pedido de Dejah Thoris, que se quedaba mirando la pequeña vida desconocida que ya nunca conoceríamos.
Como se estaba tornando perceptiblemente difícil respirar. Tardos Mors se puso de pie diciendo:
—Despidámonos; los días de grandeza de Barsoom han terminado. El sol de mañana iluminará un mundo muerto que debe seguir girando por toda la eternidad en el firmamento, sin que lo habiten siquiera los recuerdos. Éste es el fin.
Dejó de hablar y besó a las mujeres de su familia y tendió su fuerte mano sobre los hombros de los hombres.
Cuando me volví, tristemente, mis ojos se posaron sobre Dejah Thoris. Su cabeza estaba inclinada sobre su pecho. Todas las apariencias indicaban que estaba sin vida. Con un grito me abalancé sobre ella y la levanté en mis brazos. Sus ojos se abrieron y miraron los míos.
—Bésame, John Carter —musitó—. ¡Te amo! ¡Te amo! Es cruel que quienes apenas comienzan a vivir una vida de amor y felicidad sean separados.
Cuando apretó sus queridos labios en los míos, un viejo sentimiento de impotencia se irguió dentro de mí. La sangre luchadora de Virginia volvió a correr en mis venas.
—No será, mi princesa —grité—. Hay, debe de haber una forma; y John Carter, que ha luchado para abrirse camino en un mundo extraño por amarte, la encontrará.
Con mis palabras, traje a los umbrales de mi conciencia una serie de nueve sonidos olvidados tiempo atrás, y como un rayo de luz en la oscuridad empecé a darme cuenta de todo lo que significaban: las llaves de las tres grandes puertas de la planta atmosférica.
Enfrenté abruptamente a Tardos Mors, mientras todavía estrechaba a mi amada moribunda, junto a mi pecho, grité:
—¡Una nave, Jeddak! ¡Rápido! Ordena que sea traída al techo del palacio una nave veloz. ¡Todavía puedo salvar a Barsoom!
No perdió tiempo en preguntar, sino que al instante un guardia fue corriendo hacia el desembarcadero más cercano. Aunque el aire era tenue y casi inexistente en el techo, pudieron arreglárselas para preparar una nave para un tripulante, la más rápida que la técnica de Barsoom hubiese producido jamás.
Besé a Dejah Thoris mil veces, le ordené a Woola —que de otra manera hubiera venido detrás de mí— que se quedara a cuidarla, y salté con mi antigua agilidad y fuerza hacia las altas murallas del palacio. En un instante más iba rumbo a la meta de la esperanza de todo Barsoom.
Tuve que volar bajo para tener el aire suficiente para respirar. Tomé un rumbo directo a través de un viejo lecho de mar y de ese modo tuve que elevarme sólo unos pocos metros del suelo.
Viajé a una velocidad tremenda, ya que mi viaje era una carrera contra el tiempo y la muerte. El rostro de Dejah Thoris estaba constantemente ante mí. Al volverme para darle una última mirada, cuando dejé los jardines del palacio, la había visto tambalearse y caer al suelo al lado de la pequeña incubadora. Sabía bien que había caído en estado de coma y que podía terminar en la muerte si el suministro de aire permanecía interrumpido. Por lo tanto, olvidándome de ser precavido, eché todo por la borda, excepto la máquina y la brújula incluso mis ornamentos, y echado boca abajo sobre la cubierta, con una mano sobre el volante y con la otra apretando el acelerador al máximo, atravesé el tenue aire del planeta muriente, con la velocidad de un meteoro.
Una hora antes que oscureciera, los grandes muros de la planta atmosférica empezaron a distinguirse delante de mí. Con un rugido horrendo me precipité hacia el suelo delante de la pequeña puerta que arrebataba la chispa de vida que aún les quedaba a los habitantes de un planeta entero.
Al costado de la puerta, una gran multitud de hombres había estado trabajando para atravesar los muros, pero apenas habían logrado rasguñar la superficie de piedra. Ahora, la mayoría de ellos yacía en el último sueño del que ni siquiera el aire podría despertarlos.
Las condiciones parecían mucho peor allí que en Helium. Yo respiraba con dificultad. Había unos pocos hombres todavía conscientes. Le hablé a uno de ellos.
—Si puedo abrir las puertas, ¿hay algún hombre que pueda hacer funcionar las máquinas? —le pregunté.
—Yo puedo contestó, si las abres rápidamente. Puedo aguantar muy pocos minutos más. Pero es inútil: nadie en Barsoom, salvo esos dos hombres que han muerto, conoce el secreto de estas horribles cerraduras. Durante tres días, muchos hombres, enloquecidos por el pánico, han trabajado sobre este portal en un vano intento por resolver sus misterios.
No tenía tiempo de hablar. Me estaba debilitando mucho y era con mucha dificultad que podía controlar mi mente.
Con un esfuerzo final, mientras caía débilmente de rodillas, lancé las nueve ondas de pensamientos a esa horrible cosa que estaba delante de mí. Los marcianos se habían arrastrado hasta mi lado y con los ojos sobre el único panel que estaba delante de nosotros esperamos en un silencio mortal.
Lentamente, la poderosa puerta retrocedió delante de nosotros. Intenté levantarme, pero estaba demasiado débil.
—Después de esto —grité—, y si alcanzan la sala de las bombas, libérenlas todas. Es la única posibilidad que tiene Barsoom de existir mañana.
Desde donde estaba abrí la segunda puerta y luego la tercera. Mientras veía la esperanza de Barsoom arrastrarse débilmente de manos y rodillas a través de la última puerta, caí inconsciente al suelo.