22

Me encuentro con Dejah

Al mayordomo ante quien me presenté le habían dado instrucciones de que me alojara cerca del Jeddak. Éste, en época de guerra, siempre corre el riesgo de que lo asesinen, ya que la regla de que en la guerra todo está permitido parece constituir la única ética durante los conflictos marcianos.

Por lo tanto, me escoltó inmediatamente al gran cuarto en el que Than Kosis estaba en ese momento. El gobernador, que estaba abstraído en una conversación con su hijo Sab Than y varios cortesanos de su palacio, no advirtió mi entrada.

Las paredes de la cámara estaban completamente cubiertas de tapices que ocultaban todas las ventanas o puertas que pudieran haber detrás, y el recinto se hallaba iluminado por rayos de sol aprisionados entre el cielo raso propiamente dicho y lo que parecía ser una plancha de vidrio a modo de otro cielo raso situado unos pocos centímetros más abajo. Mi guía apartó uno de los tapices descubriendo un pasadizo que rodeaba la habitación, entre las cortinas y las paredes del recinto. Dentro de este pasadizo iba a permanecer, según dijo, todo el tiempo que Than Kosis estuviera en la habitación; y, cuando la dejara, tendría que seguirlo. Mi único deber era cuidar al gobernador y mantenerme oculto todo lo posible. Sería relevado después de un período de cuatro horas. Luego el mayordomo se alejó.

Apenas hube ocupado mi puesto cuando la tapicería del extremo opuesto del recinto se abrió y entraron cuatro soldados de la Guardia con una figura femenina. Cuando se aproximaron a Than Kosis, los soldados se hicieron a un lado. Allí, de pie frente al Jeddak, y a tres metros escasos de mí, con su cara radiante y risueña, estaba Dejah Thoris.

Sab Than, Príncipe de Zodanga, avanzó hacia ella y de la mano, se acercaron al Jeddak. Entonces Than Kosis, lleno de sorpresa, se levantó y la saludó.

—¿A qué extraño capricho se debe esta visita de la princesa de Helium, que dos días atrás, con osada valentía, afirmó que prefería a Tal Hajus, el Tharkiano verde, a mi hijo?

Dejah Thoris simplemente sonrió aun más, y con aquellos picarescos hoyuelos que jugueteaban en los extremos de su boca. Contestó:

—Desde el comienzo de los tiempos, en Barsoom, ha sido privilegio de las mujeres el cambiar de idea y el ser indecisas en asuntos del corazón. Estoy segura de que lo habrás de perdonar, Than Kosis, como lo ha hecho tu hijo. Dos días atrás no estaba segura de su amor por mí; pero ahora lo estoy y he venido a pedir perdón por mis rudas palabras y que aceptes la seguridad de la Princesa de Helium de que, cuando llegue el momento, se casará con Sab Than, Príncipe de Zodanga.

—Me hace feliz el que así lo hayas decidido —contestó Than Kosis—. Nada más lejos de mis deseos que el proseguir la guerra con el pueblo de Helium. Tu promesa será registrada y se proclamará de inmediato.

—Será mejor, Than Kosis —interrumpió Dejah Thoris—, que la proclama espere a que termine esta guerra. Le parecería muy extraño a mi gente y a la tuya que la Princesa de Helium se ofreciera a una ciudad enemiga en medio de las hostilidades.

—¿No puede la guerra terminar enseguida? —preguntó Sab Than—. No se requiere más que la palabra de Than Kosis para que nazca la paz. Dila, padre; di la palabra que apresure mi felicidad y termine con esta lucha que no es popular en absoluto.

—Veremos —contestó Than Kosis— cómo toma la gente de Helium la paz. Al menos se la ofreceremos.

Dejah Thoris, luego de unas pocas palabras se volvió y dejó la habitación seguida por los guardias.

De este modo, mi breve sueño de felicidad se desmoronaba, hecho pedazos, y me volvía a la realidad. La mujer por la que había arriesgado mi vida y de cuyos labios había escuchado muy poco antes una declaración de amor, había evidentemente olvidado mi existencia y se había ofrecido, sonriente, al hijo del enemigo más odiado de su pueblo.

Aunque lo había escuchado con mis propios oídos, no podía creerlo. Debía buscar sus cuartos y forzarla a repetirme a solas la cruel verdad antes de convencerme. Con ese pensamiento deserté de mi puesto y me apresuré a recorrer el pasaje, detrás de los cortinajes, hacia la puerta por la cual ella había abandonado el recinto. Me deslicé, pues, silenciosamente por esa puerta, y descubrí una red de corredores sinuosos que se abrían y se desviaban en todas direcciones.

Me lancé rápidamente, primero por uno y luego por otro de ellos, y me perdí desesperanzado. Estaba apoyado jadeante contra una de las paredes cuando oí unas voces cerca de mí. Aparentemente provenían del lado opuesto del tabique en el cual estaba apoyado. En ese momento distinguí la voz de Dejah Thoris. No podía entender las palabras, pero sabía que no me equivocaba en cuanto a que fuera su voz.

A unos pocos pasos, encontré otro pasillo en cuyo extremo había una puerta. Avancé osadamente y me lancé dentro de la habitación sólo para encontrarme en una pequeña antecámara en la cual estaban los cuatro guardias que la acompañaban Instantáneamente uno de ellos se puso de pie y dirigiéndose a mí me preguntó el motivo de mi visita.

—Vengo de parte de Than Kosis —le contesté—, y deseo hablar en privado con Dejah Thoris, Princesa de Helium.

—¿Y tu orden? —me preguntó.

No sabía qué era lo que quería significar, pero le contesté que yo era miembro de la Guardia, y sin esperar su respuesta me adelanté hacia la puerta opuesta de la antecámara, detrás de la que podía oír la voz de Dejah Thoris conversando.

Sin embargo, no sería tan fácil entrar. El guardia se colocó delante de mí y me dijo:

—Nadie viene de parte de Than Kosis sin una orden o un pase. Debes darme una cosa u otra para poder pasar.

—La única orden que necesito, mí amigo, para entrar donde me plazca pende en mi costado —le contesté golpeando mi espada larga—. ¿Me vas a dejar pasar en paz o no?

Como respuesta, sacó su propia espada y llamó a los otros para que se unieran a él. De modo que allí estaban los cuatro, con sus armas desenfundadas, impidiéndome el paso.

—No estás aquí por orden de Than Kosis —gritó el primero que me había hablado—; y no solamente no entrarás a los aposentos de la Princesa de Helium, sino que regresarás ante Than Kosis, vigilado, para explicarle tu injustificada temeridad. Arroja tu espada. No puedes esperar vencemos a los cuatro —agregó con una sonrisa horrenda.

Mi respuesta fue una rápida estocada que me dejó sólo con tres antagonistas, pero puedo asegurar que eran dignos contrincantes.

Lentamente me abrí paso hacia uno de los ángulos de la habitación, donde pude forzarlos a que se acercaran uno por vez. Así luchamos durante más de veinte minutos en aquella pequeña antecámara, donde el entrechocar de los aceros producía un ruido formidable.

Atraída por éste, Dejah Thoris se asomó a la puerta de su cámara. De pie en medio del conflicto, con Sola que a sus espaldas espiaba sobre su hombro, su rostro no reflejaba emoción alguna. Entonces me di cuenta de que ni ella ni Sola me habían reconocido.

Por último, una estocada afortunada terminó con un segundo guardia. Entonces, con dos contrincantes, solamente, cambié de táctica y los induje a la modalidad de lucha que me había llevado a tantas victorias. El tercero se desplomó en menos de diez minutos y el último cayó muerto al suelo, ensangrentado, poco después. Eran hombres bravos y nobles luchadores, por lo cual me apenaba haberme visto forzado a ultimarlos; pero gustosamente habría dejado a Barsoom sin habitantes si no hubiera habido otro medio para llegar al lado de mi Dejah Thoris.

Envainé mi espada ensangrentada y avancé hacia mi princesa marciana, quien todavía permanecía inmutable mirándome sin reconocerme.

—¿Quién eres, Zodanganiano? —susurró—. ¿Otro enemigo para atormentarme en mi desgracia?

—Soy un amigo —contesté—. Un amigo querido en otros tiempos.

—Ningún amigo de la Princesa de Helium lleva esas armas, contestó. —¡Pero… esa voz! La he oído antes. No es no puede ser. El está muerto.

—No obstante, mi princesa, no soy sino John Carter. ¿No reconoces, aun a través de la pintura y las extrañas armas, el corazón de tu jefe?

Cuando me acerqué más se dirigió hacia mí con las manos extendidas, pero cuando iba a tomarla en mis brazos, retrocedió con un temblor y un pequeño quejido de dolor.

—Demasiado tarde. Demasiado tarde —se lamentó—. ¡Oh, mi jefe, eres tú, al que creía muerto! Si hubieras regresado tan sólo una hora antes… Pero ahora es demasiado tarde, demasiado tarde.

—¿Qué quieres decir, Dejah Thoris? —clamé—. ¿Que no te hubieras comprometido con el Príncipe de Zodanga si hubieras sabido que no estaba muerto?

—¿Piensas, John Carter, que podría haberte dado mi corazón y hoy dárselo a otro? Pensaba que éste yacía enterrado junto a tus cenizas en las fosas de Warhoon. Por eso hoy he prometido mi cuerpo a otro para salvar a mi pueblo de la maldición del ejército victorioso de Zodanga.

—Pero no estoy muerto, mi princesa. He venido a buscarte, ni todo el pueblo de Zodanga podrá evitarlo.

—Es demasiado tarde, John Carter. Mi palabra ya está empeñada y en Barsoom eso es definitivo. Las ceremonias que tienen lugar después no son más que meras formalidades, que no reafirman el casamiento más que lo que un cortejo fúnebre reafirma una muerte. Es como si estuviera casada, John Carter. No me puedes llamar más tu princesa ni yo te puedo volver a llamar mi jefe.

—No conozco mucho las costumbres de Barsoom. Dejah Thoris, pero sé que te amo. Si pronunciaste las últimas palabras que dijiste el día que las hordas de Warhoon cargaban sobre nosotros, ningún otro hombre podrá reclamarte como esposa.

Las quisiste decir entonces, mi princesa, y las quieres decir todavía. Dime que es verdad.

—Las quise decir, John Carter —musitó, no las puedo repetir ahora porque estoy comprometida con otro hombre. ¡Si conocieras nuestras costumbres!— continuó como para sí. —La promesa podría haber sido tuya y podrías haberme reclamado antes que los otros. Esto podría haber significado la caída de Helium, pero habría dado mi imperio por mi jefe Tharkiano.

Luego, en voz alta, dijo:

—¿Recuerdas la noche en que me ofendiste? Me llamaste tu princesa sin haber pedido mi mano, y después blasonaste de haber peleado por mí. No lo sabías y yo no debí haberme ofendido. Ahora me doy cuenta. No había nadie que te dijera lo que yo no podía decirte: que en Barsoom hay dos tipos de mujeres en las ciudades de los hombres rojos: una clase es aquélla por la que se pelea para pedir su mano; la otra es la que a pesar de luchar por ella, nunca se pide su mano. Cuando un hombre ha ganado a una mujer, puede dirigirse a ella como su princesa o cualquiera de los variados términos que significan posesión. Tú habías peleado por mí, pero nunca me habías pedido en matrimonio. Por lo tanto, cuando me llamaste tu princesa, ya viste cuál fue mi reacción. Estaba herida, pero aun así, John Carter, no te rechacé como debí haberlo hecho; pero luego empeoraste la situación insultándome con la afirmación de que me habías ganado en pelea.

—No necesito pedir tu perdón ahora, Dejah Thoris —exclamé—. Debes saber que mi falta fue por ignorancia de tus costumbres. Lo que no hice en ese momento, por la creencia implícita de que mi petición sería presuntuosa y no sería bien recibida, lo hago ahora, Dejah Thoris; ¡te pido que seas mi esposa, y por toda la sangre de luchadores virginianos que corre por mis venas, que lo serás!

—¡No, John Carter, es inútil! —exclamó desazonada—. Nunca podré ser tuya mientras Sab Than viva.

—Has sellado su sentencia de muerte, mi princesa… ¡Sab Than morirá!

—Ni así —se apresuró a explicar—. No me puedo casar con el hombre que mate a mi marido, aunque haya sido en defensa propia. Es costumbre. Nos regimos por costumbres en Barsoom. Es inútil, mi amigo. Debes soportar la pena conmigo. Al menos tendremos eso en común. Eso y la memoria de los breves días que estuvimos entre los Tharkianos. Debes irte, ahora, y no volver a verme nunca más. Adiós, mi jefe.

Descorazonado y triste, me retiré de la habitación. Sin embargo, no estaba del todo decepcionado, ni admitiría que Dejah Thoris estuviese perdida para mí hasta que la ceremonia se hubiera efectuado realmente.

Mientras tanto vagaba por los corredores y estaba tan absolutamente perdido en el laberinto de pasajes tortuosos, como lo había estado antes de encontrar la habitación de Dejah Thoris.

Sabía que mi esperanza era huir de la ciudad de Zodanga, por los cuatro guardias muertos por los que tendría que dar explicaciones. Como nunca podría volver a mi puesto original sin un guía, la sospecha caería sobre mí, seguramente, tan pronto como fuera descubierto deambulando perdido por el palacio.

En ese momento di con un camino en espiral que conducía a un piso inferior. Seguí bajando por él varios pisos hasta que llegué a la puerta de un gran cuarto en el que había varios guardias. Las paredes de esta habitación estaban cubiertas de tapices transparentes; detrás de los cuales me escondí sin ser descubierto.

La conversación de los guardias versaba sobre temas generales y no me despertó el interés hasta que un oficial entró en la habitación y les ordenó a los cuatro hombres que relevaran al grupo que vigilaba a la Princesa de Helium. Ahora sabía que mis problemas se agudizarían y que de seguro pronto estarían sobre mí, ya que apenas salieron de la habitación cuando uno de ellos volvió a entrar sin aliento, gritando que había encontrado a sus cuatro camaradas asesinados en la antecámara.

En un instante, el palacio entero se pobló de gente: guardias, oficiales, cortesanos, sirvientes y esclavos corrían atropelladamente por los corredores y los cuartos llevando mensajes y órdenes, y buscando algún rastro del asesino.

Esa era mi oportunidad y, aunque parecía pequeña, me aferré a ella. Cuando un grupo de soldados apareció apresuradamente y pasó por mi escondite, me coloqué detrás de ellos y los seguí a través de los laberintos del palacio, hasta que, al pasar por un gran vestíbulo, vi la bendita luz del día que entraba a través de una serie de grandes ventanales.

Allí abandoné a mis guías y deslizándome hasta la ventana más cercana busqué una vía de escape. Las ventanas daban a un gran balcón sobre una de las anchas avenidas de Zodanga. El suelo estaba a unos diez metros debajo de mí, y más o menos a la misma distancia del edificio había una pared de unos siete metros de alto, de vidrio pulido de medio metro de espesor. A un marciano rojo, escapar por ese lado le hubiera parecido imposible; pero para mí, con mi fuerza terráquea y mi agilidad, parecía cosa fácil. Mi único temor era ser descubierto antes que oscureciera, ya que no podía saltar a plena luz del día mientras el patio de abajo y la avenida, más allá, estaban colmados por una multitud de Zodanganianos.

Entonces busqué un escondite y lo encontré accidentalmente al ver un gran ornamento colgante, que pendía del techo del vestíbulo, a unos tres metros del piso. Salté dentro de la amplia vasija con facilidad y, apenas me introduje en ella, oí que un grupo de personas entraba en el cuarto y se detenía debajo de mi escondite. Podía escuchar claramente cada una de sus palabras.

—Esto es obra de los Heliumitas —dijo uno de los hombres.

—Sí, Jeddak, pero ¿cómo entraron en palacio? Puedo creer que aun a pesar del solícito cuidado de tus guardias, un hombre solo pudiera haber alcanzado los recintos internos, pero cómo una fuerza de seis u ocho guerreros pudo haberlo hecho, está más allá de mi entendimiento. Sin embargo, pronto lo sabremos, ya que aquí llega el psicólogo real.

Otro hombre se unió al grupo y después de saludar formalmente al gobernador dijo:

—¡Oh, poderoso Jeddak! Es un extraño mensaje el que leí en la mente de tus fieles guardias muertos. No fueron asesinados por un grupo de guerreros sino por un solo contrincante.

Hizo una pausa para dejar que el peso de su afirmación impresionara a sus oyentes, pero la exclamación de impaciencia que se escapó de los labios de Than Kosis puso de manifiesto que no lo creía.

—¿Qué tipo de fantasía me estás contando, Notan? —gritó.

—Es la verdad, mi Jeddak —contestó el psicólogo—. Es más, la impresión estaba fuertemente marcada en el cerebro de los cuatro guardias. Su antagonista era un hombre muy alto, provisto de las armas de tus propios guardias. Su habilidad para la lucha era casi milagrosa, ya que peleó limpiamente contra los cuatro y los venció con una destreza sorprendente y una fuerza sobrehumana. Aunque llevaba las armas de los Zodanganianos, un hombre tal no ha sido visto jamás ni en ésta ni en ninguna otra ciudad de Barsoom. La mente de la princesa de Helium, a quien he examinado e indagado, estaba en blanco para mí. Tiene perfecto control de su mente y no pude leer nada en ella. Dijo que había sido testigo de parte del encuentro y que cuando miró, no había más que un hombre con los guardias. Un hombre que no reconoció y que nunca había visto.

—¿Dónde está mi salvador? —preguntó otro de los del grupo, por cuya voz reconocí que era el primo de Than Kosis, al que había rescatado de los guerreros verdes—. Por las armas de mis antepasados, la descripción encaja con él a la perfección, especialmente por su habilidad para luchar.

—¿Dónde está ese hombre? —gritó Than Kosis—. Que lo traigan ante mí de inmediato. —¿Qué sabes de él, primo? Me parece extraño, ahora que lo pienso, que hubiera tal guerrero en Zodanga cuyo nombre ignorásemos hasta hoy. ¡Su nombre también, John Carter! ¿Quién ha oído alguna vez tal nombre en Barsoom?

Pronto se corrió la voz de que no me podían encontrar por ningún lado, ni en el palacio ni en mis anteriores cuartos en el cuartel de reconocimiento aéreo. Habían encontrado y preguntado a Kantos Kan, pero él no sabía nada de mi paradero ni de mi pasado. Les había dicho que me había conocido hacía poco, ya que se había encontrado conmigo entre los warhoonianos.

—No pierdan de vista a este otro —ordenó Than Kosis—. También es un extraño y es probable que los dos pertenezcan a Helium. Donde esté uno, pronto encontraremos al otro. Cuadrupliquen la patrulla aérea y que todo hombre que abandone la ciudad, por tierra o por aire, sea objeto del más cuidadoso registro.

En ese momento entró otro mensajero con la noticia de que todavía estaba dentro del palacio.

—Hoy ha sido rigurosamente examinado el aspecto de cuantas personas han entrado y salido de palacio —concluyó aquél— y nadie se parece a ese nuevo miembro de la Guardia.

—Entonces lo capturaremos dentro de poco —comentó Than Kosis satisfecho—. Mientras tanto, vayamos a las habitaciones de la Princesa de Helium y pidámosle que trate de recordar el incidente. Es posible que sepa más de lo que quiso decirte a ti, Notan. ¡Vamos!

Dejaron el salón, y como había oscurecido me deslicé lentamente de mi escondite y corrí hacia el balcón. Había poca gente a la vista. Esperé, pues, un momento en que parecía no haber nadie cerca, y salté rápidamente hacia la pared de vidrio y, desde allí, a la avenida que se extendía fuera de las tierras del palacio.