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Galanteo en Marte

Después de la batalla con las naves espaciales, la comunidad permaneció dentro de los límites de la ciudad durante varios días, postergando el regreso a casa hasta sentirse razonablemente seguros de que aquéllas no regresarían, ya que el hecho de ser atacados en un espacio abierto, con una caravana de carros y niños, estaba lejos, incluso, de los deseos de personas tan aficionadas a la guerra como los marcianos verdes.

Durante nuestro período de inactividad Tars Tarkas me había instruido en varias de las costumbres y artes de la guerra propias de los Tharkianos, sin omitir las lecciones de hipismo y conducción de las bestias que llevaban los guerreros. Estas criaturas, que son conocidas como doats, eran tan malignas y peligrosas como sus dueños, pero una vez domadas eran lo suficientemente tratables para los propósitos de los marcianos verdes. Había heredado dos de esos animales de los guerreros cuyas armas llevaba, y en poco tiempo los pude dominar bastante, tanto como los guerreros nativos. El método no era en absoluto complicado. Si los doats no respondían con suficiente celeridad a las instrucciones telepáticas de sus jinetes, se les asestaba un terrible golpe entre las orejas con la culata de una pistola; y si oponían pelea, se seguía con ese tratamiento hasta que las bestias eran domadas o arrojaban de la montura a sus jinetes.

En el segundo de los casos la cuestión se convertía en un problema de vida o muerte para el hombre y la bestia. Si el hombre era lo suficientemente rápido con su pistola podía vivir para montar de nuevo, aunque sobre otra bestia; si no, su cuerpo desgarrado y mutilado era recogido por sus mujeres e incinerado de acuerdo con las costumbres Tharkianas.

Mi experiencia con Woola me determinó a intentar el experimento de la amabilidad en mi trato con los doats. Primero les demostré que no me podían desmontar y luego les di un golpe seco entre sus orejas para dejar sentada mi autoridad y poderío. Entonces, gradualmente gané su confianza en forma muy similar a la que había adoptado incontables veces con mis monturas terrestres. Siempre tuve buena mano con los animales, y tanto por inclinación como por los resultados satisfactorios y duraderos que traía aparejados, siempre era gentil y humano para tratarlos. Podía terminar con una vida humana, de ser necesario, con mucho menos remordimiento que si se tratara de una pobre bestia, irracional e irresponsable.

Al cabo de unos días, mis doats eran la maravilla de toda la comunidad: me seguían como perros, frotando sus enormes hocicos contra mi cuerpo en torpe demostración de afecto, y obedecían todas mis órdenes con una presteza y docilidad que causó que los guerreros marcianos me atribuyeran la posesión de alguna fuerza humana desconocida en Marte.

—¿Cómo has hecho para hechizarlos?, me preguntó Tars Tarkas una tarde, al ver que introducía una mano entre las inmensas mandíbulas de uno de mis doats que se había atravesado una piedra entre los dientes mientras comía

—Con bondad —le contesté—. Como ves, Tars Tarkas, los más delicados sentimientos tienen su valor, aun para un guerrero. Tanto en plena batalla como en las cabalgatas, sé que mis doats obedecerán cada orden mía. Por ende, mi capacidad de lucha es mayor, porque soy un amo bondadoso. Sería más conveniente para todos tus guerreros y para la comunidad sí se adoptaran mis métodos en este aspecto. Hace pocos días tú mismo me dijiste que estas enormes bestias, por la inestabilidad de su temperamento, solían ser la razón de que las victorias se trocaran en fracasos, ya que, en el momento crucial, podían desmontar y hacer pedazos a sus jinetes.

—Enséñame cómo llegas a estos resultados —fue la única respuesta de Tars Tarkas.

Entonces le expliqué, tan cuidadosamente como pude, el método completo de adiestramiento que había adoptado con mis bestias, y más tarde hizo que lo repitiera ante Lorcuas Ptomel y los guerreros reunidos en asamblea en ese momento marcó el comienzo de una nueva existencia para los pobres doats, antes de abandonar la comunidad de Lorcuas Ptomel tuve la satisfacción de observar un regimiento de monturas dóciles y manejables. Los efectos sobre la precisión y celeridad de los movimientos militares fueron tan considerables que Lorcuas Ptomel me obsequió con una ajorca de oro macizo que se quitó de la pierna, en señal de reconocimiento por los servicios prestados a la horda.

Al séptimo día de la batalla con la escuadrilla aérea empezamos de nuevo la marcha hacia Thark, pues Lorcuas Ptomel consideraba remota toda posibilidad de ataque. Durante los días anteriores a nuestra partida vi poco a Dejah Thoris, ya que estaba muy ocupado con las lecciones de Tars Tarkas sobre el arte de la guerra de los marcianos y en el entrenamiento de mis doats. Las pocas veces que visité sus habitaciones ella estaba ausente, caminando por las calles con Sola u observando los edificios en las vecindades de la plaza. Les había advertido acerca del peligro que corrían si se alejaban de ésta, por temor a los enormes simios blancos a cuya ferocidad estaba bastante acostumbrado. Sin embargo, como Woola las acompañaba en todas sus excursiones y Sola estaba bien armada, había relativamente pocas razones para temer.

La noche anterior a nuestra partida las vi acercarse desde el Este por la gran avenida que conducía a la plaza. Me adelanté hacia ellas, y luego de decirle a Sola que tomaría bajo mi responsabilidad la seguridad de Dejah Thoris hice que regresara a sus habitaciones so pretexto de una diligencia trivial. Me gustaba Sola y confiaba en ella; pero por alguna razón deseaba estar a solas con Dejah Thoris, quien representaba para mí todo lo que había dejado atrás en la Tierra, en cuanto a un compañerismo agradable y de mutuas coincidencias. Entre nosotros existían vínculos tan firmes de interés recíproco, que parecía que habíamos nacido bajo el mismo techo en lugar de haber visto la luz en planetas diferentes, suspendidos en el espacio a casi 78.000.000 de kilómetros de distancia.

Estaba seguro de que, en ese sentido, ella compartía mis sentimientos, ya que con mi llegada la mirada de triste desesperanza desapareció de su hermoso semblante para dar lugar a una sonrisa de alegre bienvenida, cuando colocó su pequeña mano derecha sobre mi hombro izquierdo en un sincero saludo a la manera de los marcianos rojos.

—Sarkoja le dijo a Sola que te has convertido en un verdadero Tharkiano —me comentó y que ahora no podré verte más de lo que veo a los otros guerreros.

—Sarkoja es una mentirosa número uno, aun cuando los Tharkianos sostengan con orgullo que siempre dicen la verdad absoluta.

Dejah Thoris sonrió.

—Sabía que aunque llegaras a incorporarte a la comunidad no dejarías de ser mi amigo. «Un guerrero puede cambiar sus armas, pero no su corazón» como se dice en Barsoom. Creo que han tratado de mantenernos separados, porque cada vez que has estado franco de servicio, alguna de las mujeres más viejas de la reserva de Tars Tarkas se las ha arreglado siempre para maquinar una excusa para mantenernos a Sola y a mí fuera de tu alcance. Me han tenido en la fosa, debajo de los edificios, ayudándoles a mezclar sus horribles polvos radiactivos y elaborar sus terribles proyectiles. Ya sabes que éstos se deben hacer con luz artificial, ya que la exposición a la luz solar siempre provoca una explosión. ¿Te has dado cuenta de que sus balas explotan cuando chocan contra objetos? Su cubierta exterior opaca se rompe por el impacto y deja al descubierto un cilindro de vidrio, casi siempre sólido, en cuyo extremo anterior hay una diminuta partícula de polvo radiactivo. En el momento en que la luz solar, aunque sea leve, golpea contra el polvo, éste explota con una violencia enorme. Si alguna vez eres testigo de una batalla nocturna, podrás notar que no se producen esas explosiones, mientras que a la mañana siguiente, al alba, se oyen fuertes detonaciones a causa de los proyectiles explosivos disparados por la noche. Sin embargo, es regla no utilizar proyectiles explosivos de noche.

—¿Has sido alguna vez objeto de crueldad y vejaciones de parte de ellos, Dejah Thoris? —le pregunté, sintiendo que la sangre de mis antepasados guerreros corría hirviendo por mis venas mientras esperaba su respuesta.

—Sólo en cosas pequeñas, John Carter —me contestó—. Nada que hiriera mi orgullo. Saben que soy descendiente de los diez mil Jeddaks, que a lo largo de todo mi árbol genealógico no hay un solo hueco desde sus primeras fuentes. Ellos, que no saben siquiera quiénes son sus propias madres, tienen celos de mí. En el fondo, odian sus horribles destinos y por lo tanto descargan sus mezquinos rencores en mí, que represento todo lo que no tienen y lo que más ansían y nunca podrán poseer. Tengámosles lástima, mi caudillo; y que aun cuando muramos a manos de ellos, seamos capaces de tenerles lástima, desde el momento que somos superiores a ellos, como ellos saben.

De haber sabido el significado de las palabras «mi caudillo» expresadas por una mujer roja de Marte a un hombre, me hubiera llevado la sorpresa de mi vida, pero en ese momento no lo sabía, ni lo sabría en muchos meses. Aun tenía mucho que aprender en Barsoom.

—Creo que lo más sabio sería soportar nuestra suerte con el mejor ánimo posible, Dejah Thoris. Pero a pesar de todo espero estar presente la próxima vez que cualquier marciano verde, rojo, rosa o violeta tenga la valentía siquiera de mirarte mal, mi princesa.

Dejah Thoris contuvo el aliento cuando pronuncié las ultimas palabras y me miró con los ojos dilatados y el corazón palpitante. Luego, con una extraña sonrisa que formó pícaros hoyuelos en los extremos de su boca, movió la cabeza y exclamó:

—¡Qué niño! Un gran guerrero y aun así un niño que todavía no sabe caminar.

—¿Qué he hecho ahora? —exclamé perplejo.

—Algún día lo sabrás, John Carter, si vivimos. Pero ahora no te lo puedo decir. Y yo, la hija de Mors Kajak, hijo de Tardos Mors, he escuchado sin enojo —concluyó.

Luego volvió a su estado de ánimo alegre, feliz y sonriente, y me hizo bromas sobre mi valentía de guerrero Tharkiano que contrastaba con mi blando corazón y mi gentileza natural.

—Creo que si accidentalmente llegaras a herir a un enemigo, lo llevarías contigo a tu casa y le harías de enfermero hasta que se curara —sonrió.

—Eso es precisamente lo que hacemos en la Tierra —contesté—, al menos entre personas civilizadas.

Esto la hizo reír de nuevo. No lo podía entender, ya que a pesar de toda su ternura y dulzura femeninas, aún era una marciana, y para los marcianos el único enemigo bueno era el enemigo muerto, pues cada enemigo muerto significaba mucho más para repartir entre los que quedaban vivos.

Yo tenía mucha curiosidad por saber qué le había dicho o hecho para causarle tal perturbación unos momentos antes, de modo que seguí insistiendo para que me lo dijera.

—No —exclamó—; es suficiente conque lo hayas dicho y lo haya escuchado. Y cuando lo sepas, y si yo llego a estar muerta —como es muy probable que esté antes que la luna más lejana haya girado en torno de Barsoom otras 12 veces, recuerda que lo escuché y que sonreí.

Me parecía que estaba hablando en chino, pero cuanto más le pedía que me explicara, más se negaba a contestarme. De manera que, con mucho desaliento, desistí de mi intento.

Se había hecho de noche mientras vagábamos por la gran avenida iluminada por las dos lunas de Barsoom y por la Tierra que nos contemplaba con su gran ojo verde y encendido. Parecía que estábamos solos en todo el universo y yo, al menos, estaba complacido de que así fuera.

Como el frío de la noche marciana caía sobre nosotros, me quité mis sedas y las eché sobre los hombros de Dejah Thoris.

Cuando mi brazo descansó por un instante sobre ella sentí que se estremecían todas las fibras de mi ser de un modo que ningún contacto con otro mortal había suscitado jamás. Me pareció que ella se había apoyado en mí suavemente, pero no podía estar seguro de ello. Solamente supe que cuando mi brazo se posó allí, sobre sus hombros, un instante más del tiempo necesario para colocarle las sedas, no se alejó ni habló. Así, en silencio, caminamos sobre la superficie de un mundo que se moría, pero en el corazón de uno de los dos, al menos, había nacido lo que a pesar de ser siempre lo más antiguo es nuevo.

Me había enamorado de Dejah Thoris. El contacto de mi brazo con sus hombros desnudos me había hablado con palabras que no podían engañarme, y supe que la había amado desde el primer momento en que sus ojos y los míos se habían encontrado en la plaza de la ciudad muerta de Korad.